Universidad Nómada
Prototipos mentales
Desde hace tiempo, circula en
las discusiones de la Universidad Nómada[1]
una palabra-valija que quiere resumir cuál consideramos que habría de ser uno
de los resultados del esfuerzo crítico por parte de los movimientos y otros
actores políticos postsocialistas. Hablamos de crear nuevos prototipos
mentales de la acción política. Esto es así por la relevancia que a
nuestros ojos reviste el nexo huidizo, tantas veces fallido, entre diagramas
cognitivos y procesos de subjetivación política, es decir, el
vínculo entre aquellos saberes que facilitan una analítica de poderes y
potencias, por un lado, y por otro las mutaciones semióticas,
perceptivas y afectivas que producen una politización de nuestras vidas, que se
encarnan en nuestros propios cuerpos, que dan forma a territorios existenciales
finitos abocados o disponibles al antagonismo político. Pensamos que es
necesario crear nuevos prototipos mentales porque tanto las representaciones
políticas contemporáneas como una parte importante de las instituciones creadas
por las tradiciones emancipatorias del siglo XX han de ser sometidas —cuando menos—
a una seria revisión, dado que forman hoy, en muchos casos, parte del problema
antes que de la solución.
A este respecto, el
aniversario de la revolución mundial de 1968 —al cual es inevitable referirnos
en el mes en que escribimos este texto— debería servir no para ahondar en la
nostalgia sin concepto de una perdida "época de las revoluciones”, sino justo
al contrario: para poner de manifiesto hasta qué punto algunos índices
intempestivos de aquella revolución mundial continúan en estado de latencia o,
para ser más exactos, de "virtualidad frustrada”. "El 68” nos interesa porque
fue un acontecimiento mundial imprevisible —aunque no caído del cielo—, una
bifurcación histórica que ha dejado una estela de nuevas creaciones políticas
en variadísimas latitudes planetarias. Si nos motiva en última instancia es
porque permite pensar, en sus nexos no resueltos e incluso en sus caricaturas,
el problema de la politización (y metamorfosis) de la vida como intrusión
monstruosa de lo intempestivo en la historia (de la modernidad y posmodernidad
capitalistas)[2].
En los últimos cuarenta años,
esa latencia ha experimentado emergencias de una cierta importancia. La última,
acaso la más importante, la más cercana generacionalmente a nosotros y
nosotras, es la protagonizada por el llamado movimiento de movimientos o
movimiento global. La extraordinaria potencia de éste, empero, no ha sido
siempre lo bastante fructífera en lo que se refiere a generar esos "prototipos
mentales” que tan necesarios nos parecen. Cuando menos, no está claro que haya
logrado producir prototipos suficientemente sofisticados, robustos y complejos
como para generar patrones de organización y de subjetivación política
innovadores sostenidos que permitan acometer —como poco—
transformaciones profundas de las estructuras de mando, de la vida cotidiana,
de los nuevos modos de producción[3].
Los distintos artículos que componen el monográfico que ahora introducimos
surgen de estas problemáticas —las cuales, en este formato, tan sólo podemos
resumir al máximo y reducir apenas a algunos de sus aspectos fundamentales—.
Hemos elegido afrontarlas no en un plano meramente especulativo, y lo más lejos
posible de postular un supuesto "deber ser” de las formas políticas de los
movimientos; en su lugar, tratamos de presentar una serie de experimentaciones
—no ejemplificantes sino enfocadas más bien como casos de estudio, como
experiencias que se están verificando en la práctica— que actualmente tienen
por objetivo superar esos atolladeros y esas carencias que acabamos de
mencionar.
Para la Universidad Nómada
constituye una tarea urgente detallar los rasgos diferenciadores y los diferenciales
de innovación política e institucional que presentan ciertas
experimentaciones. Hemos elegido poner el acento sobre dos aspectos que
implícitamente constituyen sendos ejes transversales para esta compilación de
textos entre sí diversos, a saber: (a) damos preferencia a las formas de
intervención política metropolitanas, atendiendo además en concreto a una de
sus figuras más recurrentes, los centros sociales, buscando no
reivindicarlos como formas fosilizadas ni como artefactos políticos con una
identidad esencializada, sino intentando explorar en qué medida la "forma
centro social” apunta actualmente hacia procesos de apertura y renovación[4],
produciendo, por ejemplo, dispositivos novedosos de enunciación de (e
intervención en) la galaxia del precariado[5];
y (b) a la vez, y en parte entrelazado con lo anterior, la constitución de
redes de autoformación que se gestan en —¿que surgen de?— la crisis de la
universidad pública europea[6].
"Europa”, finalmente, como espacio de intervención política no naturalizado,
sino como proceso constituyente; la producción de esos prototipos mentales y
dispositivos de enunciación y de intervención como proceso instituyente[7].
Centros sociales como "cuerpo sin órganos”
Durante mucho tiempo, y
todavía en muchos casos, los centros sociales okupados han utilizado la sigla
CSO o CSOA (autogestionado) como elemento de diferenciación en la esfera
pública, como una especie de marcador semiótico de la radicalidad de su apuesta.
Y era inevitable que algunos participantes en aquellas experiencias
advirtiéramos la coincidencia virtuosa entre esa denominación y el "cuerpo sin
órganos”, el CsO de Deleuze y Guattari[8],
para imaginar e intentar poner en práctica las virtualidades no pensadas ni
enunciadas que creemos que están presentes en la matriz de un centro social
metropolitano. Las consideraciones que encontramos en los distintos artículos
del presente dossier de transversal/transform caminan en esa misma
dirección, esto es, apuntan hacia la reinvención continua de un dispositivo
institucional (una forma de institución de movimiento) que ya ha
demostrado su validez y en cierto modo su carácter irreversible para la política
de los sujetos subalternos en la metrópolis. Lo cual no quiere decir que esa
validez irreversible provenga de una "forma centro social” que se mantenga
invariable, autorreferencial, identitaria, siempre igual a sí misma, sino más
bien al contrario, como expresa detalladamente uno de los textos colectivos que
aquí recogemos[9].
Tal vez se podría hablar de
la necesidad de contrarrestar la solidificación de la "forma centro social”
mediante la producción de "centros sociales intempestivos”, es decir, de
apuestas de creación política y subjetiva que partan de las potencias concretas
de distintas determinaciones de la composición (política, cultural,
"productiva”) de las cuencas de cooperación metropolitanas, y que tengan por
tanto el objetivo no de clausurarse como islas más autárquicas que autónomas,
sino de transformar lo existente con arreglo a envites variables en los que se
expresen contrapoderes capaces a su vez de sustraerse a la dialéctica del
antagonismo entre poderes tendencialmente homólogos[10].
Se abren así nuevas dimensiones espaciales, temporales, perceptivas,
cooperativas, normativas y de valor, de tipo constituyente.
Son ya unos veinte años desde
que los squatters aparecieron en la escena pública. De los squatters
a los okupas a los centros sociales okupados ha habido, es
innegable, crecimiento, evolución; pero la experiencia no ha salido, por así
decirlo, del estado de neotenia. Las razones de ello son, obviamente,
múltiples; y lo bastante complejas quizá como para poder abordadas con pleno
acierto en este dossier. Se trata, en cualquier caso, de una complejidad que
tampoco debe simplificarse atribuyendo un carácter negativo a los factores que
retrasan el crecimiento, y positivo a los que despliegan el modelo sin más
consideraciones críticas con el estado del mismo. El problema-factor de la
(política de la) identidad que ha venido caracterizando a la forma centro
social, con su inquietante ambivalencia, es una muestra de ello: porque a esa
política identitaria se le pueden achacar numerosos "males” y atribuirle haber
contribuido considerablemente al infradesarrollo de las experiencias y a la
repetición de los mismos errores; pero, sin embargo, si no tenemos en cuenta la
dimensión de esa (política de la) identidad, resulta difícil explicar por qué
surgieron y persistieron la inmensa mayoría de las experiencias relevantes.
Metrópolis e identidad
Desde el punto de vista de la
producción de subjetividad, el acto de desobediencia y de reapropiación directa
de la riqueza (del "capital fijo” de edificios, infraestructuras, etc.) es y
probablemente seguirá siendo fundamental en la evolución de la forma centro
social (y no solamente de ella). Tenemos que tener esto en cuenta a la hora de
afrontar una cuestión sólo relativamente reciente y que genera tensas disputas
sin límite en el seno de los movimientos sociales: la negociación de espacios,
tanto si se trata de acordar dialogadamente la permanencia en centros ya
okupados, como de solicitar a las administraciones públicas nuevos espacios
para ser gobernados en régimen de autogestión. Cómo conciliar —por decirlo de
una manera brusca— desobediencia y reapropiación con negociación, o expresado
de otra forma: cómo articular la dialéctica conflicto/negociación, es en este
orden de cosas el problema crucial —y sin duda una fuente sustancial de
controversia—.
Hay un nicho permanente de
impulsos políticos —y no sólo de los participantes más jóvenes en la
experiencia de los centros sociales— que no puede prescindir de una forma
predeterminada de concebir el acto de desobediencia y conflicto como
elemento de subjetivación política e identidad. Función política de los centros
sociales e identidad, militancia e identidad, común metropolitano e identidad,
se presentan así como algunos de los nudos problemáticos permanentes en los que
se decide o se cancela el avance de la experiencia. Es decir, donde se juega la
posibilidad de producir un nuevo tipo de institucionalidad de movimiento que
saque provecho de la experiencia de dos décadas de centros sociales en Europa.
En este sentido, lo que menos necesitamos es un nuevo "argumento” o un nuevo
"programa”, y sí una explícita problematización de la manera en que afrontamos
la singularización de la existencia colectiva en el medio productivo,
cooperativo, relacional de la metrópolis; singularización que siempre
conlleva —que "normalmente” implica— procesos complejos de
identidad/diferencia. Si pensamos en la necesidad relanzar un ciclo de
experimentación creativa de la forma centro social no es por ningún tipo de
fetichismo de la invención, sino precisamente porque esas formas de
singularización que experimentamos en nuestros cuerpos y en nuestra propia vida
están actualmente atravesando en nuestras metrópolis una fase de transformación
que exige inevitablemente como respuesta la puesta en práctica de formas de
recomposición política arriesgadas.
"Sumergirse” en la metrópolis
de la movilización total no puede ser un acto voluntarista. Desarrollar
dimensiones de empresarialidad política —algo a lo que apunta la
producción de servicios desde el centro social, dimensiones de tipo
(bio)sindical, cooperativas, proyectos públicos de autoformación, etcétera[11]—
exige no sólo enfrentarnos a los callejones sin salida de experiencias
políticas endémicas y automarginadas en la metrópolis: implica además la
elucidación de lo que podríamos llamar los suplementos de subjetivación
que permitan refundar lenguajes, universos de valor, territorios colectivos
dentro de un dispositivo que pueda seguir siendo subversivo, en
particular en el plano de las formas de vida, dejando de pretender serlo sólo
en los rasgos de una dialéctica del enfrentamiento molar entre sujetos siempre
formados de antemano, abocándonos a una dinámica binaria entre fuerzas ya
contadas, y con resultados que se dan ya por descontados.
La governance como
adversario
La geometría de la
hostilidad de los centros sociales en la metrópolis productiva se concreta
a medida que se consolidan figuras del gobierno que intentan conjugar el poder
de mando centralizado con la difusión social (metropolitana y transnacional) de
los poderes. El esquema policéntrico de los poderes capitalistas da cuenta de
la crisis de las formas de integración partidaria y representativa, y encuentra
en la governance su modalidad transicional. "Cuando hablamos de governance
metropolitana aludimos al conjunto de prácticas públicas que ven en la
armonización de intereses irreductibles y heterogéneos la respuesta a la
incapacidad de hacer que la decisión se derive de un proceso de legitimación
institucional previo. La desaparición de los mecanismos tradicionales de
disciplinamiento social y de canalización de los intereses, ha terminado
haciendo que las subjetividades mismas se vuelvan opacas a las prácticas de
gobierno. En este sentido, la governance constituye el esfuerzo de
producir constantemente, y a través de geometrías variables y flexibles,
subjetividades adecuadas a la administrativización de la vida, allí donde las
fronteras entre lo público y lo privado se tornan lábiles y huidizas”[12].
Los centros sociales tienen
en la governance el dispositivo adversario, la contraparte cuyas
producciones de consenso, obediencia y exclusión precisan ser desarticuladas,
desestabilizadas, saboteadas. El principal objetivo de la governance
metropolitana consiste en tornar productivas, con arreglo a las modalidades de
la ciudad-empresa, las condiciones comunes de la vida; consiste en articular
política e institucionalmente la movilización total de las poblaciones y de los
flujos lingüísticos, afectivos y financieros, movilización total que neutraliza
las valencias políticas y existenciales que surgen de la cooperación y de la
vida común metropolitana; consiste en producir un "gobierno de la diferencia”
que se basa en una inflación constante de estatutos, segmentaciones,
regulaciones y límites que permiten jerarquizar, aislar y dividir a las
poblaciones subalternas. Los centros sociales son (y están llamados a serlo con
mayor intensidad aún) uno de los operadores decisivos de la crítica práctica de
la governance metropolitana. La combaten en el terreno de las prácticas
de desindividualización; en la reapropiación de espacios, que pasan así a estar
en condiciones de configurar situaciones políticas en las que el conflicto que
enfrenta a un agregado heterogéneo de singularidades poblacionales con los
mecanismos de la renta urbana se convierte en nuevo motor de dinámicas urbanas;
en la producción de nuevas relaciones de servicio, como las que ensayan una
reapropiación de las relaciones de cuidado, que están en condiciones de
desprivatizar y desestatizar procesos de reproducción y valorización de la vida
que continúan confiscados por las instituciones del biopoder metropolitano; y
en la experimentación de modos de practicar y vivir el tiempo de la metrópolis
contra la movilización total de individuos atemorizados y angustiados.
Formación, autoformación e
investigación en las instituciones monstruo
Finalmente, en el mosaico de
experiencias tratadas en el presente dossier encontramos rastros inequívocos de
las instituciones monstruo que hoy se precisan para hacer inevitable una
nueva emergencia de las "virtualidades frustradas” de la larga e inacabada
secuencia posterior a la revolución existencial de 1968: remitiéndonos al
inicio, cerramos así un círculo argumental que quiere pensar las emergencias
del presente sacando provecho de las virtualidades del pasado revolucionario
inmediato. Ni que decir tiene que los casos de estudio que aquí mostramos, ni
agotan ni saturan esas virtualidades. Coincidiendo en los retos que los
artículos plantean (más innovación, más cooperación, más contagio en la escala
europea y más allá de ella), los intereses de la Universidad Nómada abordan la
posibilidad de construir esos nuevos prototipos mentales que estén vinculados a
la deseable monstruosidad, a la necesidad de pensar y hacer la otra política
desde las cuestiones de la formación, la autoformación y la investigación. En
ese campo, consideramos que existen cuatro circuitos elementales, que son los
siguientes:
(a)
La elaboración de un circuito
de proyectos de formación que ponga en circulación los paradigmas teóricos
y los instrumentos intelectuales que consideremos más apropiados para producir
esos mapas cognitivos aptos para (1) intervenir en la esfera pública
creando swarming points de referencia y produciendo discursos
contrahegemónicos; y, por añadidura, para (2) analizar las estructuras y
dinámicas de poder —así como las potencias— realmente existentes;
(b)
La gestación de un circuito
de proyectos de coinvestigación que permita estudiar de modo sistemático
las áreas de la vida social, económica, política y cultural a fin de producir cartografías
dinámicas de la estructura social y de sus dinámicas útiles para orientar
las prácticas antagonistas, para redefinir los conflictos y luchas existentes,
y para producir nuevas formas de expresión dotadas de un nuevo principio de
inteligibilidad social y epistemológica[13];
(c)
El diseño de un circuito
editorial y mediático que permita incidir transnacionalmente en la
esfera pública y en los ámbitos de la producción intelectual así como en el de
la enseñanza universitaria, con el objetivo de crear laboratorios
analítico-intelectuales y, por ende, nuevos segmentos de referencia y de
crítica de las formas hegemónicas de saber y de conceptualización de la
realidad social;
(d)
La trama de un circuito de
fundaciones, institutos y centros de investigación que se convierta en la
infraestructura autónoma de producción de conocimiento, que constituya un
embrión de las formas de organización política por mor de la acumulación de
análisis y propuestas concretas. Su actividad debería vincular el análisis de
las condiciones regionales y europeas con las dinámicas estructurales de la
acumulación de capital y de recreación de las opciones geoestratégicas globales
que sean adecuadas para los movimientos.
Los dispositivos que hacen
posibles tales tareas ya están, en algunos casos, en marcha, y manifestaciones
o intuiciones de los mismos podemos encontrarlas aquí y allá salpicando los
textos de este monográfico que con estas pocas páginas hemos prologado. Se
trata, para acabar, de dispositivos forzosamente híbridos y monstruosos:
híbridos, porque en un primer momento obligan a poner en
red recursos e iniciativas de corte muy heterogéneo y contradictorio, extraños
e incluso aparentemente incongruentes entre sí, que mezclan recursos públicos y
privados, relaciones institucionales y de movimiento, modelos de acción no
institucionales e informales con formas de representación quizá formal o
representativa, y luchas y formas de existencia social que algunos tacharán de
no políticas o de contaminadas o de inútiles o absurdas, pero que cobran
dimensiones estratégicas, porque tornan directamente políticos y productores de
subjetividad los procesos de dotación de recursos y de elementos logísticos que
resultan a la postre cruciales para irrumpir en las esferas públicas
estatalizadas y/o privatizadas, transformándolas;
monstruosos, porque su forma en un primer momento parece
prepolítica o no política a secas, pero cuya aceleración y acumulación de
acuerdo con lo descrito debe generar una densidad y unas posibilidades de
creación intelectual y de acción política colectiva que contribuirán a inventar
otra política;
otra política, esto es, otra forma de traducir la potencia de los
sujetos productivos en nuevas formas de comportamiento político, y, en
definitiva, en paradigmas originales de organización de la vida social, de
estructuración dinámica de la potencia de lo público y lo común.
[2] En este sentido se expresa
también Gerald Raunig en "La brecha” (http://transform.eipcp.net/correspondence/1209407525?lid=1211879365),
un texto reciente que rememora precisamente —remitiéndose a Claude Lefort y
Gilles Deleuze— la condición imprevista, imprevisible e intempestiva de ese
"acontecimiento”, vindicando asimismo el carácter de sus "latencias”
susceptibles de ser reactivadas o aun verificadas. Suspender indefinidamente
esas latencias es lo que hacen tanto el pensamiento de "reacción” contra el 68
como sus evocaciones nostálgicas.
[3] Esto mismo parece opinar
Paolo Virno cuando afirma, con una imagen certera, que el movimiento global
había venido siendo en años pasados una gigantesca batería que se había cargado
en un proceso corto y vertiginoso, pero que no lograba encontrar dónde
conectarse para descargar su potencia, y, en concreto, no acababa de conectar
con "esas formas de lucha que son necesarias para transformar la situación de
trabajo precario, temporal y atípico en bienes políticos”; véase "Un movimento
performativo”, en transversal: precariat, julio de 2004 (http://eipcp.net/transversal/0704/virno/it).
Ahora bien, con estos apuntes de reflexión (auto)crítica no dejamos de afirmar
que el proceso de configuración del movimiento global constituye ya el código
genético irrenunciable del ciclo histórico de luchas hoy en tránsito.
[5] Lo que constituye nuestra
respuesta explícita al problema planteado en supra, nota 3.
[6] ¿Cómo evitar apuntar aquí
la centralidad que "la universidad” tuvo en la revolución mundial del 68, la
manera en que los estudiantes y las estudiantes vislumbraron la paradoja de una
institución cuyo modelo histórico está en crisis mientras que cumple sin embargo una función cada vez más
central en los modos de producción y valorización capitalistas? Véase, entre
otras muchas reflexiones recientes, Gigi Roggero, "La autonomía del
conocimiento vivo en la universidad-metrópolis”, en transversal: prácticas
instituyentes, op. cit. (http://transform.eipcp.net/transversal/0707/roggero/es),
y la experiencia, ligada a este último texto, recogida en "La metrópoli y la
llamada crisis de la política. La experiencia de Esc”, en transversal:
instituciones monstruo, op. cit. (http://transform.eipcp.net/transversal/0508/esc/es).
Véase también dos textos, producidos en el entorno de la Universidad Nómada, de
Montserrat Galcerán, "¿Tiene la universidad interés para el capital?” (http://www.universidadnomada.net/spip.php?article242)
y "La crisis de la universidad” (http://www.universidadnomada.net/spip.php?article184),
ambos s/f.
[11] Uno de los
casos sin duda más ricos e ilusionantes en este orden de cosas es el de las oficinas
de derechos sociales, tal y como se explica en el texto de Silvia L.
Gil, Xavier Martínez y Javier Toret, "Las oficinas de derechos
sociales: experiencias de
organización y enunciación política en el tiempo de la precariedad”, en transversal:
instituciones monstruo, op. cit. (http://transform.eipcp.net/transversal/0508/lopezetal/es).
[12] Atelier Occupato ESC, "La metrópoli
y la llamada crisis de la política”, op. cit.; véase también Francesco Salvini, "Las
lunas de Júpiter: instituciones red en las transformaciones productivas de
Europa”, op. cit.
[13] Véase Marta Malo de Molina,
"Nociones comunes”, introducción al volumen colectivo Nociones comunes.
Experiencias y ensayos entre investigación y militancia, Traficantes de
Sueños, Madrid, 2004 (http://traficantes.net);
y publicado en dos partes en transversal: investigación militante, abril
de 2006 (http://transform.eipcp.net/transversal/0406/malo/es)
y transversal: prácticas instituyentes, op. cit. (http://transform.eipcp.net/transversal/0707/malo/es).
En este orden de cosas, puede resultar provechosa una visita general a los
textos comprendidos en el monográfico de transversal: investigación
militante, recién citado (http://transform.eipcp.net/transversal/0707),
de entre los cuales recomendamos el de Javier Toret y Nicolás Sguiglia
(miembros de la Universidad Nómada), "Cartografía y máquina de guerra. Desafíos
y experiencias en torno a la investigación militante en el sur de Europa” (http://transform.eipcp.net/transversal/0406/tsg/es). Tomado de: http://transform.eipcp.net/transversal/0508/universidadnomada/es
|