Brian Holmes
Osip
Brik with logo of the journal Lef, photomontage by Aleksandr
Rodchenko (1924) Makrolab on Campalto Island
(2003)
Dmitry Vilensky sostiene que los procesos
experimentales del grupo Chto Delat? solo pueden avanzar «situándose
permanentemente en el riesgo de una locura compartida». Precisamente en este
sentido suscribo lo que sigue.
Al igual que les sucedió a los productivistas
soviéticos, nos enfrentamos hoy a grandes cambios tanto en el sistema
tecnológico como en las relaciones sociales que lo hacen funcionar. Desde 1989,
la fuerza de trabajo capitalista se ha duplicado debido a la incorporación de
los antiguos países comunistas al sistema de comercio internacional y a los
cambios masivos que ha experimentado el campesinado, bien por el acercamiento
de su producción a la economía de mercado, bien por su literal conversión en
clase trabajadora metropolitana. Sea cual sea el nombre que les queramos dar
—globalización, informacionalismo o acumulación flexible—, el caso es que estos
procesos representan un cambio no menos dramático que los acaecidos con el
advenimiento de la cadena de montaje en la producción industrial durante las
primeras décadas del siglo xx. De este modo resumí la situación hace
varios años: «Dispersión geográfica y coordinación global de la manufactura,
producción justo a tiempo y distribución por contenedor, aceleración
generalizada de los ciclos de consumo y fuga del capital sobreacumulado hacia
la esfera financiera que opera a la velocidad de la luz, cuyos movimientos se
reflejan y estimulan entretanto por la evolución igualmente rápida de los
medios de comunicación globales: estas son algunas de las principales
características del régimen de acumulación flexible tal como se ha desarrollado
desde finales de los setenta.»[1] El nuevo régimen productivo abre inmensas posibilidades para
aquellos artistas que quieran intervenir en él; y muchos, en efecto, lo han
hecho. Cualquier mirada retrospectiva a los productivistas desde nuestra
posición actual será incompleta si no trazamos al mismo tiempo paralelismos
precisos con las actividades de los artistas en los agitados periodos de
transformación que se han desarrollado en la memoria viva, y que siguen
desarrollándose.
Esos cambios en el modo de producción no
podrían haber sucedido sin la masificación del acceso a Internet y a los
numerosos sistemas tecnológicos que han venido confluyendo durante las dos
décadas pasadas, mediante las redes globales de hardware —cables, servidores y routers— y la
estandarización de las transmisiones TCP/IP que constituyen el equivalente
general de la información. La existencia de un nuevo sistema de distribución
altera en lo fundamental el estatuto, el potencial y la responsabilidad del
artista, o por lo menos de aquellos artistas que son más conscientes y más
sensibles a los cambios que se operan en las relaciones sociales. El deseo
ardiente de aprovechar la oportunidad que se abría de conectar toda una
variedad de plataformas de publicación y de dispositivos audiovisuales ligeros
al sistema de distribución mundial se tradujo en la necesidad vital de
apropiarse y dar un nuevo uso no alienado a una tecnología que originalmente estaba
destinada a dirigir y controlar. Los dispositivos de comunicación en red, que
surgieron de los laboratorios militares y corporativos tuvieron que ser
aprovechados en su materialidad y sus estructuras semióticas y lógicas, con el
fin de rediseñar sus potenciales y reorientar sus usos. Esto significó
abandonar el taller, la galería, el museo y la universidad, para adoptar las
herramientas del ingeniero y explorar las infraestructuras de la industria
globalizada. Si dirigimos una mirada retrospectiva, cautelosa pero también
audaz, hacia las prácticas productivistas de los años veinte, el programa de
las vanguardias izquierdistas de los noventa de repente se ilumina. Podríamos
resumirlo en tres palabras: «¡A la información!»
Los especialistas en el asunto escucharán
horrorizados mi adaptación del famoso llamamiento de Ósip Brik: «¡A la
producción! » El motivo es evidente: primero el constructivismo, después el
productivismo, estaban fundamentados de manera ostensible en el rechazo del
lenguaje, la sintaxis, la representación, el reflejo, la interpretación y las
técnicas de composición que, según deducían, sostenían el arte y todas las
formas de adaptación visual que se derivaban del símil literario, la metáfora,
la alegoría, la alusión, etc. En otras palabras: los caprichos lingüísticos de
la información no pueden ser considerados sino el extremo opuesto de la
funcionalidad material buscada por los productivistas. Lo que sin embargo no
impidió a Marko Peljhan reinventar la forma del laboratorio de artista inspirándose
explícitamente en los procedimientos constructivistas y productivistas —que
constituyen respectivamente la forma escultórica y el programa operativo de
Makrolab—, para poner sus nuevas capacidades expandidas al servicio de la
apropiación de y la lucha simbólica contra las tecnologías de información
militares y corporativas. La propuesta de un «nuevo productivismo» en el arte
contemporáneo, claramente, debe mucho a este ejemplo, como también se inspira
de manera obvia en otro gesto tan explícito como el de Makrolab: la
construcción del Club Activista por parte de Chto Delat? Se trata de propuestas
potentes, en las que la referencia histórica no es meramente decorativa, sino generativa. ¿Acaso no es lícito observar, en cuanto críticos de arte, cómo
los potenciales incumplidos del pasado se actualizan en las invenciones más
audaces del presente?
Pero no me gustaría que mi intento de
describir un nuevo productivismo se quedase en un canto a la audacia de los
artistas. Las contribuciones de los historiadores de arte Devin Fore y
Christina Kiaer cuestionan directamente la interpretación que de sí mismos
hacían los artistas constructivistas en su inicial «fase de laboratorio»,
revelándonos algunas de las paradojas a las que los artistas soviéticos se enfrentaron
cuando se lanzaron a la
producción. Los
resultados de las investigaciones de Kiaer y Fore, excepcionalmente fértiles,
muestran que las dificultades a las que se enfrentan lo que podríamos llamar
artistas «informacionalistas » de las décadas de 1990 y 2000, así como los
intentos de resolver estas dificultades, no dejan de evidenciar paralelismos
con las condiciones a las que se enfrentaron los productivistas cuando se
adentraron en el ámbito de la producción de masas y en el proceso maquínico.
Observemos más de cerca dichos paralelismos.
Poster,
Dziga Vertov, Man with a Movie Camera (1929)
Por un lado, el asunto de la apropiación es
primordial en ambos casos: para los artistas de izquierda resistentes que se
enfrentan a un sistema industrial emergente, se trata de encontrar lenguajes
que permitan que los productos reificados de aquellos trabajadores se nos
aparezcan más bien como herramientas comprensibles y llenas de sensibilidad que
pueden ser compartidas para la actividad productiva colectiva. Esta es la
función de la «palabra operativa» que Devin Fore ha desvelado en la obra de
Alekséi Gastev, y que anticipa muchas de las preocupaciones posteriores de la
cibernética.[2] Es también el papel que desempeña el montaje para Vértov, cuyo
corolario en la economía informacional es claramente el hipertexto desde la
perspectiva revolucionaria y desalienadora apuntado por Ted Nelson en su
temprano libro Computer
Lib/Dream Machines.[3] Nelson promulgó uno de los principios
estratégicos de la resistencia a la sociedad de control: aferrar y apropiarse
del dispositivo, desde el corazón mismo de este. Y no se puede objetar que los
artistas soviéticos que llegaron a la fábrica no tuvieron que ser resistentes:
resultaría inocente pensar que la imposición de las técnicas de mando de tipo
taylorista en las fábricas revolucionarias era menos alienante a finales de los
años veinte y a comienzos de los treinta de lo que lo ha sido el flujo continuo
del control cibernético desde los noventa hasta hoy. El productivismo soviético
cobra sentido en nuestra época solo si somos capaces de tomar en consideración
su papel de vanguardia resistente.
Por otro lado, se trata en ambos casos de
adentrarse en la sutil e íntima lucha que tiene lugar en el plano de la
producción de subjetividad y en los niveles afectivos y en parte inconscientes
de la sexualidad y la re-producción, en la manera en que estos son mediados por
los diseños de ropa y de moda, las herramientas domésticas y los objetos de
consumo cuyo diseño acometieron Popova, Stepánova y Ródchenko en el empeño de
introducirlos en la producción, tal y como vemos en los textos pioneros de
Kiaer. Ser capaces de aprehender la relación que existía entre la producción
industrial y la experiencia afectiva en la era soviética resulta
particularmente relevante en nuestra época actual, cuando la «mediatización de
la conciencia» a través de dispositivos electrónicos y de los contenidos
simbólicos que estos ayudan a hacer circular se ha convertido en el principal
sostén de la economía. El frente feminista del arte informacionalista, cuyo
camino abrió en el plano del discurso Donna Haraway en su famoso retrato del
ciborg,[4] ha llegado a ejercer una influencia enorme a todos los niveles
desde los años noventa, medianseminar03_
2006/computerlib.pdf), y reeditado en 1987 por Tempus Books of Microsoft Press.
te su cuidadosa construcción de
circuitos tales como el irónicamente llamado Old Boys Network. Las historias
del net.art
y del net.criticism en los años noventa, así como el desarrollo
continuado de la crítica inmanente a Internet en circuitos como Nettime,
ofrecen muchos ejemplos de paralelismos entre los artistas productivistas e
informacionalistas, ejemplos evidentes para cualquiera que quiera desligarse de
la autoridad del pasado y superar la pasividad general del presente, con el fin
de actuar frente a los desastres de la era contemporánea, tal y como lo
hicieron los artistas soviéticos.
Dicho esto, sería un error enfatizar en
exceso las semejanzas. Un enorme abismo separa a los artistas de izquierda en
las nacientes sociedades protosocialistas de los artistas de la nueva izquierda
en las moribundas sociedades hipercapitalistas. Además de lanzar esta
advertencia, quiero también señalar dos aspectos perfectamente inversos de las
figuras de los artistas productivistas e informacionalistas. En efecto, esta
simetría inversa es tan poderosa que refuerza la posibilidad de seguir
comparando una figura con otra, dejando a un lado el engañoso mecanismo de
establecer analogías punto por punto. La razón es la siguiente: las posiciones
exactamente opuestas de las que parten estos dos tipos de artista (el
productivista y el informacional) son el resultado de las negaciones
dialécticas que cada nuevo modo de producción (o cada praxis industrial, si se
prefiere) impone sobre el anterior. Así, las respuestas artísticas a los dos
modos de producción —la fábrica y la red, el proceso maquínico y el
informacionalismo, o si se quiere el fordismo y el posfordismo— se nos muestran
en sus diferencias simétricas, con la estructura formalmente invertida de un
quiasmo. Veamos con más detalle la doble inversión dialéctica que produce este
quiasmo.
En primer lugar, en el texto «Arbeit sans phrase» —incluido en este volumen—, Devin Fore
reflexiona sobre la condición del hombre industrializado sujeto a la pesadez de
la cadena de montaje fordista, y cita a Hannah Arendt (La condición humana) con el propósito de evocar el peligro de un
servilismo mudo que deje a la humanidad «al borde de convertirse en una especie
animal». Fore ve la práctica cinematográfica de Vértov como una respuesta a esta
amenaza subyacente. Pero el régimen de comunicación cibernético posfordista,
cuyo surgimiento tiene que ver precisamente con el intento por parte de los
países capitalistas de superar la alienación del proceso maquínico —alienación
a la que se atribuye por lo general la caída del comunismo—, nos enfrenta
exactamente con la amenaza opuesta. La humanidad está ahora en peligro de
convertirse en habladora
sin cuerpo, ni tiempo, ni
territorio. La reciente realización, como dispositivo sociotécnico realmente
existente, de la maravillosa utopía pictórica de Paul Klee titulada Die Zwitscher- Maschine (1922), confirma esta afirmación con toda
claridad.[5]
Lo que hoy nos falta no es el lenguaje, sino
el mutismo de la resistencia, el «Preferiría no hacerlo» de Bartleby el
escribiente: lo que en otro lugar he llamado «el núcleo pático en el corazón de
la cibernética».[6] El hecho de que Doug Ashford haya vuelto a interesarse por la
soberanía de la abstracción pictórica, por sentirse consternado ante la
pseudopoliticidad de la cháchara artística contemporánea, encaja plenamente en
la preocupación que expreso. Lo que en el flujo informacional no deja de ser insignificante en última instancia, constituye un fondo de
distracción contra el que un arte perceptivo y afectivo —que Guattari hubiera
denominado semiótica
a-significante—
adquiere renovada importancia, muy alejado de los procesos maquínicos a los que
los productivistas hubieron de enfrentarse.
El segundo aspecto de relación inversa entre
la situación de los artistas productivistas y los informacionalistas se hace
evidente si reconsideramos la evaluación que de la factografía hizo Benjamin
H.D. Buchloh.[7] Afirma que los factógrafos visuales buscaban sistemas de
representación-producción-distribución que pudieran dar cuenta de la
participación colectiva instalando asimismo condiciones de «recepción
simultánea colectiva» en un vasto territorio, el de la Rusia soviética, que
estaba además espacialmente fragmentado por la división industrial del trabajo.
Aun así, de acuerdo con el análisis de Buchloh, la realización histórica de
esta búsqueda fue la máquina opresiva de propaganda de las dictaduras fascistas
y totalitarias, cuyos efectos duraderos todavía se dejan sentir en los medios
de comunicación contemporáneos (Fox News, etc.). Hoy día, empero, el artista
informacionalista no solo se enfrenta a la resaca visual y discursiva de las
anteriores sociedades mediáticas, sino también, y sobre todo, a una situación
en la que las cadenas de montaje separadas que se coordinan mediante la
producción justo a tiempo se reflejan a la velocidad de la luz (literalmente:
por medio del cable de fibra óptica) en la dislocada, desincronizada e
hiperindividualizada recepción de los medios conectados en red, que tienden
extremadamente a generar pseudomensajes diseñados a la medida del perfil
singular del receptor. La dificultad que entraña esta situación es grande, dado
que, como insiste Hito Steyerl tanto en su trabajo teórico como en sus filmes,
ya no podemos desear volver a la recepción simultánea colectiva. La razón
estriba en que la recepción diferenciada y articulada representa una victoria
—o al menos una victoria parcial— sobre la naturaleza opresiva de la emisión
fascista y de los medios de comunicación capitalistas contemporáneos. Lo que
necesitamos por tanto, desde mi punto de vista, es producir la posibilidad de
una respuesta
colectiva simultánea a las
condiciones de recepción diferenciada. Esto, y quizá solo esto, podría dotar de
representación política a la producción artística informacionalista.
Big
Noise Films and Indymedia (2000) Shot by over 100 media
activists
Hasta el momento, el intento más consciente
de insertar un proceso operacional alternativo en el nuevo sistema de
comunicación y control es el llevado a cabo por la confluencia de ingenieros de
software open-source
y los artistas agit-prop con los artistas de los «medios
tácticos», que han venido colaborando en el amplio espectro de fuerzas sociales
y políticas que antes se llamaba movimiento antiglobalización, y que ahora se
está rearticulando en el contexto de las luchas hermanas contra la precariedad
y el cambio climático.[8] En estos movimientos, personas provenientes de horizontes muy
diferentes, animadas por preocupaciones particulares, logran converger en
momentos concretos, en lugares concretos, alrededor de una variedad de temas
concretos, a partir de los cuales se elaboran cuidadosamente marcos de acción
que se dejan abiertos a la evolución hacia nuevas situaciones existenciales que
continuamente surgen entre el veloz flujo de afectos, imágenes y sonidos. Lo
que sorprende de estos contextos es la relación que se establece entre la
velocidad informacional y el saber encarnado en los cuerpos que toman la calle;
así como la relación social, que parece ser mucho más clara en Latinoamérica,
entre trabajadores lingüísticos posfordistas y pueblos indígenas, una relación
que ha tenido presencia notable en los foros sociales mundiales, así como a
través de las victorias electorales de Hugo Chávez y Evo Morales. Encuentros
semejantes tienen lugar en ocasiones sin la presencia de ingenieros. Un ejemplo,
que podemos señalar entre muchos otros, sería el notable y virulento trabajo de
Mujeres Creando, en colaboración con todo tipo de actores sociales marginados
en Bolivia. En una línea distinta, podríamos recordar también los proyectos de
Doina Petrescu y Constantin Petcou con habitantes locales y arquitectura
vernácula en París, o Precarias a la Deriva en España, y así sucesivamente.[9]
Estas relaciones estetizadas entre los
trabajadores del lenguaje y los sujetos sociales marginados parecen paradójicas
a primera vista, ya que perturban la pureza de un análisis basado en el
carácter sucesivo de los modos de producción, el cual fetichiza en un primer
momento la cadena de montaje y posteriormente el ordenador. Lo que está en
juego, sin embargo, es precisamente la elaboración de una crítica resistente a las relaciones de producción dominantes,
una crítica que incluya tanto la apropiación de herramientas útiles como la
ruptura con las ideologías mistificadoras. Del mismo modo que los
productivistas tuvieron que ir más allá de la fábrica para completar la crítica
del idealismo burgués, que es de donde surgió gradualmente su práctica
artística, los artistas informacionalistas deben sumergirse hasta el fondo en el sustrato biológico de todo sistema
informacional: por tanto, en el sistema nervioso humano y su caos celular y
sexuado, muy alejado de su esquemática caricaturización cibernética. Lo que se
denomina biopolítica
es exactamente este movimiento de
sumersión/subversión: aprender a habitar y encarnar por completo la circulación
de la información matematizada que actualmente aliena nuestras capacidades
lingüísticas y nos distancia de la representación política. Este tipo de
compromiso corporeizado se caracteriza al mismo tiempo por la velocidad de la
información que circula a través de cables de fibra óptica y la resistencia del
cuerpo real, para producir así formas de solidaridad viviente allí donde el
capitalismo solo sabe ver —y administrar— la circulación abstracta de bits
muertos e insignificantes. Desde principios de los noventa el gran reto
artístico ha venido siendo cada vez más, y puede que hoy lo sea más que nunca, sumergirse en la información, es decir, en el despliegue del presente
como experiencia vivida de relaciones sociales que pueden ser cambiadas.
El trazo de un paralelismo quiásmico entre
los artistas productivistas e informacionalistas es exactamente el tipo de
contribución que la historia del arte podría hacer a
las prácticas estéticas y a las prácticas políticas en el presente, si se atreviese;
y que la crítica de arte contemporánea podría hacer, si
adoptara las herramientas conceptuales y la sofisticación histórica necesarias
para ello. He ahí las razones acuciantes para desarrollar el colectivismo en la
interpretación del arte, no solo en la práctica del mismo. Por cierto,
limitarnos a esbozar tal paralelismo, como yo acabo de hacer, no basta —ni
mucho menos— para efectuar plenamente las potencialidades que se alojan en la
comparación entre el productivismo y el informacionalismo. Para esto
necesitamos más tiempo, un trabajo más profundo, y sobre todo más agudeza y
deseo emancipado. Pero en el momento de expresar estos breves comentarios,
formulados al final de un seminario extraordinariamente interesante, y en un
momento en el que el flujo ultradiferenciado y matematizado del capital
financiero parece reducir cualquier forma de resis tencia y representación
política a la condición de insignificancias fragmentadas e
hiperindividualizadas, lo que espero haber logrado es algo bastante simple, y
sin embargo esencial. Espero haber reiterado, con los beneficios y la
perspectiva de la experiencia misma, la exigencia implícita en la propuesta de
un seminario sobre los «nuevos productivismos»: la exigencia de enfrentarnos a
las condiciones del presente, para lograr aferrar su corazón mismo, pues es
allí donde en última instancia se deben transformar.
Este texto ha sido publicado previamente en: Los nuevos productivismos,
Marcelo Expósito (ed.), Museu d'Art Contemporani de Barcelona (MACBA) y
Servei de Publicacions de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB),
2010.
[2] Devin Fore: «The Operative Word in Soviet
Factography», October, nº 118, número especial sobre la
factografía soviética (invierno de 2006).
[3] El libro de Ted Nelson fue publicado
originalmente en una autoedición de 1974 con el título Computer Lib: You can and must understand
computers now/Dream Machines: New freedoms through computer screens – a
minority report (http://www.arch.kth.se/unrealstockholm/unreal_web/
[4] Donna Haraway: «Manifiesto para cyborgs:
ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo xx», Ciencia,
cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra, Colección Feminismos,
1991.
[5] Die Zwitscher-Maschine = The Twittering Machine = La
máquina del gorjeo;
evidentemente el autor se refiere a cómo la imagen fantaseada por Klee de una
máquina-pájaro parlanchina se materializa en la red Twitter. [N. del T.]
[7]Benjamin H.D. Buchloh: «De la faktura a la
factografía» (1984), Formalismo
e historicidad. Modelos y métodos en el arte del siglo XX. Madrid: Akal, 2004.
[8] ¿Por qué se trata de «luchas hermanas»?
Porque los que están más abajo en la escala jerárquica de la sociedad actual
son quienes primero sufren el cambio climático, como se ha visto en Nueva
Orleans y en cada nueva ocasión en que se desencadenan tempestades e
inundaciones de una violencia nunca vista hasta ahora. La mejor formulación que
ha encontrado esta convergencia es el artículo de Alex Foti: «The Precariat and
Climate Justice in the Great Recession» (2009), http://www.greatrecession.info/2009/11/03the-precarious-question-and-the-climate-struggle/.
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