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No querer ser gobernados así: la relación entre ira y crítica
No querer ser gobernados así: la relación entre ira y crítica
Patricia Purtschert




Ira Chernova, Hallie-Hutchinson, Ben Trovato



Para preparar esta conferencia, tomé un texto muy citado, «¿Qué es la crítica?», de Foucault, entré en una cafetería y me lo leí otra vez de un tirón. Quiso el azar que junto a mí se sentaran dos mujeres que, gracias a algún retazo de su conversación, no me costó reconocer como madre e hija. Ambas se encontraban en un estado que tal vez habría que describir como situación de crisis post-adolescente. A todo lo que decía la madre, ya se tratara de consejos, comentarios o intentos de dirigirse a la hija como amiga, como autoridad paterna o como extraña, ésta replicaba con una enconada resistencia. La hija intentó a continuación hacer frente a la madre con la misma actitud adulta, sabelotodo, aburrida y pausada. Pero por encima de todo estaba agobiada. Y dedicada a una empresa que tal vez podríamos describir como tentativa de no ser gobernada, de no ser gobernada hasta tal punto y de esa manera por su madre, sus padres, su medio, por la sociedad, sus maestras y maestros, la escuela, los centros de formación, las normas y preceptos que tratan de encarrilar su vida.

Los afectos con los que estaba cargada la escena durante el intercambio de frases y en los momentos de silencio se colaban en mi lectura. Se deslizaban entre las líneas en las que intentaba concentrarme y planteaban la cuestión de si la lucha que se desarrollaba a mi lado resonaba en el texto que estaba leyendo o caía en saco roto. ¿Tiene algo que ver la lucha de Foucault con las modernas técnicas de gobierno con la escena cotidiana que se desarrollaba en la mesa de al lado, en la que una chica y su madre disputaban acerca de las ideas, las expectativas y las consecuencias de un modo de vida? Tal vez no hubiera soportado ni un minuto esa situación y hubiera abandonado precipitadamente la cafetería, tal y como suelo hacer cuando a mi lado se intercambian informaciones bursátiles o se celebran sesiones de coaching esotérico, si no hubiera tocado algo que tenía algo que ver con el tema de este artículo, con mi comprensión y mi experiencia de la crítica.

El problema que se abría ante mí concernía a la relación entre crítica y afecto. A primera vista, parece haber sobre todo una asociación entre la crítica y sentimientos específicos: irritación, indignación, ira, rencor, disgusto, cólera, odio. Y tampoco parece temerario asociarla al deseo de «no ser gobernado de esta manera y a este precio»[1], del que habla el texto de Foucault. Ahora bien, ¿cómo puede teorizarse la conexión entre la ira y la crítica? ¿Es la ira la condición, el producto derivado o un obstáculo para la crítica? ¿Pueden entrar en conversación y, de ser así, cómo, las palabras de Foucault con la larga tradición de críticas y críticos que han tematizado, investigado y expresado performativamente en sus textos la conexión entre ira y crítica: Virginia Woolf, Frantz Fanon, Iris von Roten, Valerie Solanas, Gloria Anzaldúa o Audrie Lorde?

La crítica que tematiza Foucault nace de la resistencia contra las técnicas modernas de gobierno, que partnn del presupuesto de «que cada individuo [...] debe ser gobernado hasta el detalle en sus acciones»[2]. Este arte del gobierno, que en un principio estaba limitado ante todo al recinto de los  monasterios, pasó a partir del siglo XV del ámbito religioso a la sociedad, en la que se multiplica y comienza a penetrar todo ámbito de la misma. Foucault trata de comprender la actitud de la crítica como un efecto de ese desarrollo, que al mismo tiempo se opone al mismo. En palabras de Foucault, estamos ante una práctica de «desometimiento» y de «indocilidad reflexiva», la tentativa constante de ser gobernados menos y de distinta manera[3]. Al mismo tiempo cabe destacar que el poder gubernamental específicamente moderno se encuentra en una relación constitutiva con la verdad. La crítica significa interrogar la legitimación del poder mediante el saber y la autorización del saber mediante el poder[4]. La crítica no es sólo negativa y resistencia, sino que va unida a la tentativa de intervenir en el discurso de la verdad para, con sus propios recursos, dar a éste una nueva orientación. Ahora bien, ¿de qué disposición emocional se acompaña la crítica y cómo se inserta en el trabajo de la crítica? Con estas preguntas me he dirigido a los textos de dos pensadoras, Iris von Roten y Audre Lorde, que tematizan la ira como un momento central de la crítica.

 
Iris von Roten: la negativa a ser gobernada de esa manera

En su libro Frauen im Laufgitter. Offene Worte zur Stellung der Frau*, Iris von Roten expone en 1958 un análisis que formula en detalle las dimensiones estructurales del patriarcado suizo y las paradojas del orden de género burgués. El cuestionamiento heurístico del cotidiano que a tal objeto ejerce lo lleva a cabo con una abierta indignación; con una ira que querría interpretar como un elemento generativo de esa escritura. Iris von Roten hace dos cosas al mismo tiempo: rompe la convención predominante con su estilo, sostenido por la indignación, y declara esa explicitación de la ira un acto de la crítica. Ambos momentos se condensan en la primera página de su libro. En la misma von Roten escribe que una difícilmente puede contener su indignación cuando considera lo que los hombres escriben sobre las mujeres. Y continúa: «No la he ocultado [la indignación]. Pues me parece que con demasiada frecuencia las mujeres han puesto al mal tiempo buena cara, con demasiada frecuencia se ha ignorado de manera hiriente lo que sencillamente se había dicho con excesiva claridad como para poder ser ignorado. Creo que es necesario dar expresión al desagrado para perturbar la fe en una naturalidad de las soluciones y las maneras de obrar que no existe en absoluto»[5]. Así, pues, la indignación de von Roten no es un afecto incontrolado, ni tampoco, en modo alguno, un resto mal digerido. Por el contrario, la ruptura con una técnica de gobierno específica se torna posible movilizando una experiencia de la ira, una ira que irónicamente procede del hecho mismo de ser gobernadas, puesto que la indignación ante esa forma de poder es un efecto no buscado por esta última, pero sí provocado por ella. Ahora bien, forma parte precisamente de esa forma de poder que la indignación que puede provocar en los sujetos gobernados sea eliminada por esos mismos sujetos. Estos serán exhortados, como escribe von Roten, a «poner a mal tiempo buena cara», para transformar el impulso de resistencia y para que de tal suerte éste interiorice que no ha de causar molestias al juego del poder.

Sin embargo, Von Roten molesta. Tomándose en serio la indignación y expresándola, establece una nueva perspectiva: evalúa tenazmente las exigencias sociales a las mujeres según la horma que se aplica a las personas civiles. A través de su lectura, en la que ella aplica los supuestos fundamentales de un sistema a ese mismo sistema, pone de manifiesto el abismo que se abre entre el ideal social de autorrealización y el modo de existencia de las mujeres. De esta suerte, von Roten dirige su mirada a fenómenos de la formación del sujeto femenino que podrían añadirse a las escuelas, los cuarteles y las clínicas de Foucault. Habla de la cocina, la limpieza, el ganchillo, las reparaciones y el ahorro en tanto que técnicas disciplinarias y de gobierno que deben delimitar el ámbito vital del ama de casa y encarrilar su voluntad de organización por determinadas vías. De tal suerte que ésta, por ejemplo, desarrolla con la limpieza un «instinto mezquino» que la conduce a «oponerse incluso a los estadios preliminares de la descomposición y de la suciedad, esto es, a la actividad vital misma»[6]. Para el individuo femenino que ve cómo, en una sociedad en la que la autorrealización rige como principio directivo, se hace de la limpieza el contenido de su vida, se trata de inflar el sentido de esta última y de dar la vuelta a sus finalidades. El ama de casa suiza se desvive en el intento de luchar, no contra la suciedad, sino contra sus causas, y por ende de proteger –como escribe von Roten– «los enseres frente al vandalismo del público»[7]. Estos análisis, escritos con pluma afilada, ponen de manifiesto constelaciones psíquicas que no pueden imputarse a una feminidad intrínsecamente exagerada, sino que pueden leerse como efecto de presiones sociales paradójicas y de técnicas de gobierno naturalizadas. Conforme a esta descripción, el modo en que la vida de las mujeres se ve limitada, regulada, encauzada e impedida aparece como un escándalo, precisamente porque las expectativas vitales de las mujeres van totalmente en contra de la promesa de la sociedad civil, sin que por ello puedan ser objeto de una reclamación para recuperarlas.

Así, pues, la crítica rabiosa de von Roten, o su ira crítica se alimenta del discurso contra el que se dirige. Su indignación no precede a la crítica; no es en modo alguno una fuente prediscursiva de su resistencia. Antes bien, surge de ambos modos, como efecto y como impulso contra un determinado régimen de poder, contra una modalidad determinada de ser gobernados. Además, quiere romper aquello que es constituido como inamovible, para, tal y como ella escribe, «perturbar la fe en una naturalidad de las soluciones y las maneras de obrar que no existe en absoluto»[8]. Con esas palabras formula una práctica de la crítica que Judith Butler, en su lectura del texto de Foucault sobre la cuestión, describe en términos parecidos. La pensadora crítica se enfrenta, a juicio de Butler, a una doble tarea. Ha de mostrar cómo en la interconexión entre saber y poder se impone una ordenación específica del mundo. Y al mismo tiempo ha de investigar dónde se encuentran las grietas de ese orden. «Así que no sólo es necesario aislar e identificar el nexo peculiar entre el saber y el poder que permite que surja el campo de cosas inteligibles, sino que también ha de rastrear la manera en que ese campo encuentra su punto de ruptura, sus momentos de discontinuidad»[9]. Iris von Roten localizó las grietas que se producían cuando las concepciones acerca de una vida humana realizada no se aplican al hombre, sino a la mujer. Se pone entonces de manifiesto que el discurso civil no respeta sus propias premisas. Tales desacuerdos se verán de nuevo recubiertos –y otra vez contra la promesa del pensamiento ilustrado– con argumentos pobres sobre la naturaleza de la mujer, lo que apenas se distingue, como escribe von Roten, de las alabanzas que reciben los «remedios milagrosos del cabrero»[10].

En lugar de sufrir la paradójica pretensión social de una autorrealización humana y de un autoabandono femenino dentro de una psique desgarrada, soportando en silencio sus maliciosas legitimaciones, von Roten se dirige hacia el exterior. Nombrando lo evidente y lo banal, el ganchillo, el punto, la cocina, los remiendos, el ahorro, lo que no parece ser digno de la reflexión de la sociedad, abre una controversia que está instalada en el sistema, pero que sólo puede ser nombrada mediante el acto de resistencia, del no consentimiento, del desometimiento. De esta suerte, la indignación ante las mil injusticias padecidas cotidianamente no sólo constituye el sedimento emocional de la crítica, sino que forma parte y es una condición de la actitud crítica. Así, pues, la ira expresada en el texto se muestra como la bisagra de un pensamiento que rompe con determinados acuerdos y mediante esa ruptura los torna visibles y discutibles.

 
Audre Lorde: la ineludibilidad de lo colectivo

Podemos continuar rastreando la posible conexión entre ira y crítica con la lectura del texto «Los usos de la ira», de Audre Lorde[11]. Para Lorde la ira constituye una disposición fundamental de los sujetos que están sometidos a la explotación y el dominio. La ira presenta además, como para Iris von Roten, una doble referencia al dominio: nace como reacción a la opresión, pero contiene al mismo tiempo la posibilidad de contraponer algo al dominio. Y, al igual que von Roten, Lorde sostiene que la ira que se vuelve hacia dentro pierde su fuerza transformadora[12].

Sin embargo, Lorde no sólo distingue entre la ira que se enajena, y el silencio, que significa sometimiento, sino también entre la ira y el odio: «Si os hablo llena de rabia, al menos he hablado con vosotros. No os he puesto una pistola en la sien ni os matado a tiros en plena calle»[13]. De esta suerte, si el odio es la pistola en la sien y por ende la consecución de los fines mediante la pura violencia, apunta a la eliminación de la otra persona. Ésta se ve ante la elección de someterse o morir. El propósito del odio es, escribe Lorde, «la destrucción y la muerte»[14]. Por el contrario, la ira no quiere ni la muerte ni el sometimiento total. Antes bien, la ira reacciona ante la dificultad y la necesidad de actuar en común bajo condiciones de extrema desigualdad. El desometimiento es en Lorde una práctica que consiste en luchar por una comunidad al mismo tiempo necesaria e imposible; es una lucha por una unión que sólo podría realizarse en el futuro y en subjuntivo.

Lorde tematiza esto partiendo, entre otras cuestiones, de las relaciones entre mujeres blancas y negras. Sostiene al respecto que éstas no pueden formar sin más un colectivo. Es demasiado grande el foso que las separa, el desconocimiento, las heridas, las asimetrías, las injusticias institucionalizadas y mil veces practicadas. Hacer que esa historia sea común implica reconocer lo diferente que esa historia es para las mujeres que forman parte de la misma. Mientras que, escribe Lorde, la mujeres blancas se acuerdan más bien de «los niños pequeños de color del otro lado de la calle» o de la «querida niñera», desde su perspectiva como mujer negra se trataba también del «fino mensaje del pañuelo de vuestras madres extendido sobre el banco del parque porque yo había estado sentada encima» y de las «historias graciosas de antes de dormir que te contaba tu padre»[15]. En la disonancia que ese trabajo del recuerdo saca a la luz sólo se vislumbra algo así como la posibilidad de un marco de referencia común. La ira es asimismo una expresión de una diferencia que al mismo tiempo separa y une y en esa medida un medio adecuado para crear relaciones nuevas y subversivas en una sistema racista y sexista.

Dirigiéndose a los demás, la ira une, pero no hace iguales. Contiene la exhortación a modificar esas diferencias que son negadas, minimizadas o mistificadas por el sistema de dominio. Escribe Lorde: «La ira es el pesar por las falsedades entre afines, y su propósito es el cambio»[16]. Conforme a esta lectura, la ira se torna en un medio que permite romper los relatos hegemónicos y puede poner sobre la mesa narrativas alternativas. Si Butler escribe que la crítica no obedece a ninguna categoría dada, sino que «constituye una relación con ellas que interroga el propio campo de categorización»[17], cabe poner esa afirmación en relación con el intento de narrar diferentemente las relaciones entre mujeres blancas y negras emprendido por Lorde. Ésta no dispone de una contranarración sistemática, sino que perturba las narraciones hegemónicas de las mujeres blancas con un saber alternativo, con la mención del banco del parque que la madre blanca limpia porque la niña negra ha estado sentada en él, y con las historias racistas de antes de dormir con las que se divierten el padre blanco y la niña blanca. De esta suerte, se ponen de manifiesto los límites de un trabajo del recuerdo que transfigura el pasado y que remite a una amnesia específicamente blanca. Sin embargo, ella crea nuevas referencias: la escena del banco del parque no puede considerarse una historia agradable, pero es una historia común. En el trabajo con las grietas de los campos epistemológicos se perfilan nuevas formas de la colectividad. 

De este modo, para Lorde existe, al igual que para von Roten, una relación entre ira, resistencia, lenguaje y conocimiento. Sin embargo, las dos autoras se diferencian claramente en lo que atañe a la orientación que cobra esa ira dirigida hacia el exterior. Von Roten dirige su crítica directamente al sistema de dominio y con ello indirectamente a las personas cuyo malestar pudiera encontrar una resonancia en el texto de von Roten. Von Roten quiere un cambio, de ahí que sea falso imputarle que no escribe para otras personas que quieren lo mismo. Pero su primer paso es el enfrentamiento con el sistema, con sus medios y lógicas, con sus legitimaciones y exigencias. En esto su estrategia se asemeja a la de Foucault. Sin embargo, Lorde se dirige ante todo –y esto queda claro también desde el punto de vista formal con la inserción de numerosos diálogos– a aquellas que igualmente se vuelven contra las formas reinantes de dominio. Ella apela a un colectivo que puede pensarse como la unión de todas aquellas que se oponen a ser gobernadas, al objeto de «examinar y modificar todas las condiciones represivas de nuestras vidas»[18]. Con Lorde se trata de formar un «nosotras», aunque éste sólo se realiza en principio mediante el ataque, el enfrentamiento y la disonancia. Ese carácter colectivo de la crítica siempre presente en el pensamiento es lo que distingue su planteamiento de otras concepciones de la crítica.

 
Crítica y afecto

En este intento de pensar conjuntamente la ira y la crítica, muchas cuestiones permanecen abiertas: por ejemplo, cómo habría que concebir la ira que coincide con el ejercicio del dominio. Permanece abierta también la cuestión acerca de las circunstancias en las cuales cabe o no recurrir a la ira –por ejemplo, cuando la letargia, la indiferencia o la resignación aparecen en lugar de la ira. Además, a menudo la ira es instrumentalizada, vinculada al miedo y luego dirigida contra los sujetos y las relaciones falsas. Asimismo, cabe preguntarse qué otros afectos componen la práctica de la crítica. ¿Le corresponde a la ira un papel significativo al mismo título que el sarcasmo, la arrogancia, la sobriedad? ¿O no habría que escribir más bien a este respecto una analítica de los afectos en relación con la crítica?

Sin embargo, el objetivo de estas observaciones no es un análisis detallado de la crítica y el afecto. Antes bien, se trata de poner de relieve una cierta semejanza formal entre la crítica y la ira. La ira remite a una implicación inextricable y evidente con el poder al que ésta ataca y al que está sometida. En este sentido, se asemeja a la figura de la crítica tal y como ésta es descrita por Foucault: la ira y la crítica son reacciones a algo, dirigidas contra algo, se nutren de sentido con un antagonismo respecto a aquello a lo que al mismo tiempo pertenecen[19]. Ahora bien, la pregunta que habría que hacerse es cómo se podría impugnar el crédito del que goza la separación occidental profundamente asentada entre intelecto y afecto para esbozar los contornos de una crítica que piense conjuntamente la indignación, la ira y la cólera. La crítica iracunda apunta (precisamente porque pone de manifiesto desde una posición de perplejidad cómo una determina vida es impedida y otra es posibilitada) a  las relaciones, cuidadosamente custodiadas y económicamente administradas entre cercanía y distancia, reificación y objetivación, e intenta organizarlas diferentemente.

Como explica Iris von Roten, la capacidad de expresar ira podría residir en su relación negativa con el saber: en la negativa a secundar las justificaciones hegemónicas del poder y de las prácticas de gobierno vinculadas al mismo. Audre Lorde inaugura una relación positiva con la ira mediante la posibilidad de enfrentarse cara a cara a otros sujetos con un saber que perturba el orden dominante y que saca a la luz una diferencia a la que puede aplicarse la acción común. Se perfila aquí una teoría que no define al colectivo como modo específico o como propósito de la crítica, sino que permite pensar la colectividad como condición propia de la crítica.


 


[1] Michel Foucault, "¿Qué es la crítica? (Crítica y Aufklärung)", traducción de Javier de la Higuera, Sobre la Ilustración, Madrid, Tecnos, 2006, pp. 3-52.

[2] Ibid.

[3] Ibid.

[4] Ibid.

* Mujeres en el corral. Hablando sin tapujos sobre la posición de la mujer.

[5] Iris von Roten, Frauen im Laufgitter. Offene Worte zur Stellung der Frau, Zürich, efeF, 1991, p. 5.

[6] Ibid., p. 420.

[7] Ibid.,

[8] Ibid., p. 5.

[9] Judith Butler, «¿Qué es la crítica? Un ensayo sobre la virtud de Foucault», trad. de Marcelo Expósito, transversal, «Critique», agosto de 2006, http://eipcp.net/transversal/0806/butler/es.

[10] Iris von Roten, Frauen im Laufgitter, cit., p. 5.

[11] Audre Lorde, «The Uses of Anger», Sister Outsider: Essays and Speeches, Berkeley, Crossing Press, 1984 [ed. cast.: «Los usos de la ira», La hermana, la extranjera, Madrid, Horas y Horas, 2002].

[12] Ibid.,

[13] Ibid. p. 130.

[14] Ibid., p. 127.

[15] Ibid. p. 126 y ss.

[16] Ibid, p. 127.

[17] Judith Butler, «¿Qué es la crítica?», cit.

[18] Audrie Lorde, «The Uses of Anger», cit., p. 128.

[19] Véase Michel Foucault, «¿Qué es la crítica?», cit.

http://eipcp.net/transversal/0808/purtschert/es
Categoría: Textos | Ha añadido: esquimal (13.02.05)
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