A Jacques Rancière lo conocí hace años. Pero no hablo de un combate cuerpo a cuerpo, sino de un tropiezo con sus crípticos textos. Si a todo cerdo le llega su San Martín, a todo aprendiz de intelectual le llega su incomprensible pensador sibilino. Ése que nos hace sentir estúpidos, torpes y lentos en cuanto a reflejos mentales. No contentos con sufrir de la mano y pluma de Heidegger, Kant o Hegel, ahí está Rancière para demostrarnos que los filósofos todavía existen aunque practiquen la respiración asistida.
Libros | Vistas:4019 | Agregado por:esquimal | Fecha:13.04.30
La corta vida, el gran talento y el último dólar de Jack Kerouac
estaban a punto de consumirse cuando la joven escritora Joyce Glassman
le compró una cena consistente en perritos calientes y judías un sábado
por la noche en Nueva York en enero de 1957. Glassman comprendió que
estaba sin un céntimo, pero del resto no se enteraría hasta más tarde.
Pensó que Kerouac era hermoso, con sus ojos azules y su piel bronceada.
Acababa de volver de pasar sesenta y tres días solo en una de esas
torres de vigilancia para detectar incendios en medio de las Montañas de
las Cascadas, al noroeste de la costa del Pacífico, donde escribió
furiosamente en su diario y se sintió atormentado por sombríos
pensamientos de mortalidad. Glassman tenía veintiún años, había nacido y
se había criado y educado en el Upper West Side de Manhattan. Había
leído la ambiciosa primera novela de Kerouac, The Town and the City,
creía en el poder redentor del amor y estaba abierta a prácticamente
cualquier cosa. Cuando Kerouac le preguntó si podía quedarse en su casa,
situada en la parte alta de la ciudad, ella contestó: «Como quieras»...
"Y los galaaditas tomaron los vados del Jordán a los de Efraín; y aconteció que cuando decían los fugitivos de Efraín: "Quiero pasar”, los de Galaad les preguntaban: "¿Eres tú efrateo?” Si él respondía que no, entonces le decían: "Ahora, pues, di Shibboleth.” Y él decía Sibolet; porque no podía pronunciarlo correctamente. Entonces le echaban mano, y le degollaban junto a los vados del Jordán. Y murieron entonces de los de Efraín cuarenta y dos mil.”
Libro de los Jueces, [cap. 12]
Para Derrida hablar no es lo mismo que escribir, pero como en todas sus puntuales anotaciones, sabemos que no se refiere a la simple y obvia diferencia entre la voz y el texto; sino a un complejo sistema de relaciones desde el interior de una lengua que entrelaza la escritura y la fonética; ambas, inseparables de una cultura determinada históricamente y del propio individuo que las expresa. El ser lingüístico, nos guía hacia la revelación de lo que es posible expresar y lo expresado, confrontado con lo inexpresable y lo inexpresado. Voz vs. Texto, su relación y difer(a)ncia, es lo que abordaré en este breve ensayo, atendiendo en particular al elemento que los une: la Palabra; y esa palabra es ‘Schibboleth’....
Para preparar esta conferencia, tomé un
texto muy citado, «¿Qué es la crítica?», de Foucault, entré en una
cafetería y me lo leí otra vez de un tirón. Quiso el azar que junto a mí
se sentaran dos mujeres que, gracias a algún retazo de su conversación,
no me costó reconocer como madre e hija. Ambas se encontraban en un
estado que tal vez habría que describir como situación de crisis
post-adolescente. A todo lo que decía la madre, ya se tratara de
consejos, comentarios o intentos de dirigirse a la hija como amiga, como
autoridad paterna o como extraña, ésta replicaba con una enconada
resistencia. La hija intentó a continuación hacer frente a la madre con
la misma actitud adulta, sabelotodo, aburrida y pausada. Pero por encima
de todo estaba agobiada. Y dedicada a una empresa que tal vez podríamos
describir como tentativa de no ser gobernada, de no ser gobernada hasta
tal punto y de esa manera por su madre, sus padres, su medio, por la
sociedad, sus maestras y maestros, la escuela, los centros de formación,
las normas y preceptos que tratan de encarrilar su vida.....
""La
tendencia no es en ningún sentido una ley necesaria e ineluctable que
gobierna la realidad. La tendencia es un esquema general; toma como su
punto de partida un análisis de los elementos que van a componer una
situación histórica dada. Sobre la base de ese análisis, define un
método, una orientación, una dirección para la acción política de masas.
[…] La razón está preparada para aceptar los riesgos de esta aventura:
de hecho la verdad de la tendencia yace en su verificación práctica. […]
[El] objetivo fue siempre traducir las previsiones teóricas a la
política y a la práctica –y, fundamentalmente, plantear (a este nivel),
siempre, el problema de la organización. Entonces, si vamos a ser
acusados, seamos acusados no de economicismo sino de un problema
genuino, de nuestro retraso en encontrar una nueva solución al problema
de la organización. Aceptaríamos tal acusación críticamente y nos
abocaríamos a resolverla, dentro y a través del movimiento”[1].
[El presente texto, inédito en español, apareció en The New Yorker
el 21 de diciembre de 1987. Resulta extraño, pero hasta ahora nunca fue
incluido en ninguna recopilación de la autora. En él Susan Sontag narra
una visita juvenil hecha a Thomas Mann en 1947, cuando éste vivía con
su familia, exiliado, en Pacific Palisades, al sur de California.]
Todo lo que rodea mi encuentro con él está teñido de vergüenza. Diciembre,
1947. Yo tenía catorce años y rebosaba de impaciencia y admiración
vehementes por la realidad a la que viajaría una vez liberada de esa
larga condena, mi niñez. Final casi a la vista. Ya en penúltimo año
terminaría la secundaria todavía con quince.....
Hace
tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes,
banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por
entender que cada uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba
literaria, y segundo, porque he visto que no hay cosa más desolada que
el discurso frío en nuestro honor, ni momento más triste que el aplauso
organizado, aunque sea de buena fe. Además, esto es secreto, creo que
banquetes y pergaminos traen el mal fario, la mala suerte, sobre el
hombre que los recibe; mal fario y mala suerte nacidos de la actitud
descansada de los amigos que piensan: "Ya hemos cumplido con él".....
Con las escritoras
sucede que un buen número no alcanzan un siete en la clasificación de
belleza, pero a la hora de enfrentarse con las palabras se requiere
tenacidad, lectura e inteligencia antes que una cara bonita o un cuerpo
para certamen de belleza.
La escritora
brasileña, de origen ucraniano, Clarice Lispector siempre fracturó estos
monolíticos parámetros machistas. Era en verdad bella y tenía una
inteligencia creativa como pocas escritoras en Latinoamérica. Su talento
era proporcional a su belleza, pero al mismo tiempo no estaba
interesada en brillar como cuiama, o una viuda negra....
Nadie sabe la cara que tuvo Cervantes, y tampoco hay certeza sobre la que tuvo Shakespeare, por lo que el Quijote y Macbeth
son textos a los que no acompaña ninguna expresión personal, ningún
rostro definitivo, ninguna mirada que los ojos de los demás hombres
hayan podido congelar y hacer propia a través del tiempo. Si acaso sólo
los que la posteridad ha tenido necesidad de otorgarles, con
vacilaciones y mala conciencia y mucho desasosiego, expresión y mirada y
rostro que seguramente no fueron de Shakespeare ni de Cervantes.
Jorge Sainz Profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid
Yo vine a Princeton a predicar»: en mayo de 1930, cuando pronunció las
conferencias patrocinadas por el mecenas Otto H. Kahn en la Universidad
de Princeton, Frank Lloyd Wright iba a cumplir sesenta y tres años. Era
la segunda opción de los responsables de la universidad, ya que el
primer invitado a hablar de la «nueva arquitectura», el holandés Jacobus
J. P. Oud, había caído enfermo......
Cultura | Vistas:1586 | Agregado por:esquimal | Fecha:12.02.25
El escritor inglés H. G. Wells definió alguna vez a su colega George
Bernard Shaw como «un niño idiota gritando en un hospital». Algún tiempo
después, el estadounidense William Faulkner dijo de Ernest Hemingway
que no había sido «nunca conocido por usar una palabra que remitiese al
lector a un diccionario»....