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El fluir de una palabra: una breve disertación derridiana
El fluir de una palabra: una breve disertación derridiana


Gabriela Galindo



 Doris Salcedo, Shibboleth, 2007. 


"Y los galaaditas tomaron los vados del Jordán a los de Efraín; y aconteció que cuando decían los fugitivos de Efraín: "Quiero pasar”, los de Galaad les preguntaban: "¿Eres tú efrateo?” Si él respondía que no, entonces le decían: "Ahora, pues, di Shibboleth.” Y él decía Sibolet; porque no podía pronunciarlo correctamente. Entonces le echaban mano, y le degollaban junto a los vados del Jordán. Y murieron entonces de los de Efraín cuarenta y dos mil.” 

Libro de los Jueces, [cap. 12] 


Para Derrida hablar no es lo mismo que escribir, pero como en todas sus puntuales anotaciones, sabemos que no se refiere a la simple y obvia diferencia entre la voz y el texto; sino a un complejo sistema de relaciones desde el interior de una lengua que entrelaza la escritura y la fonética; ambas, inseparables de una cultura determinada históricamente y del propio individuo que las expresa. El ser lingüístico, nos guía hacia la revelación de lo que es posible expresar y lo expresado, confrontado con lo inexpresable y lo inexpresado. Voz vs. Texto, su relación y difer(a)ncia, es lo que abordaré en este breve ensayo, atendiendo en particular al elemento que los une: la Palabra; y esa palabra es ‘Schibboleth’.


Comienzo por hacer una anotación ya sabida, para Derrida la lengua materna es como la madre misma, es la experiencia de la unicidad absoluta que sólo puede ser reemplazada porque es irreemplazable, traducible porque es intraducible. Permanecemos en el lenguaje y luego en la lengua; la habitamos y la llamamos morada, territorio conocido, de la misma manera ella nos habita, pero no nos pertenece. Uno de los caminos para dilucidar la identidad y el origen pasa por el lenguaje. Habitamos la lengua de manera tangencial, vivimos en el borde de ella y desde allí nos movemos hacia nosotros y en permanente referencia al otro, pero nunca seremos dueños de ninguna lengua, ni siquiera de la materna. Esto conduce necesariamente a la cuestión primordial sobre la identidad, si somos lenguaje y éste no nos pertenece, ¿en qué nos convertimos?. Pienso en esa Babel de Bruegel, que no es otra cosa que la caída del lenguaje hecha imagen, la representación física de las fronteras, del fantasma del otro, de eso que es nuestro y no lo es. Ese intento de arraigo y pertenencia (a una nación, a una cultura, a una religión) son conceptos que se presuponen dogmáticamente en tantos debates sobre el monoculturalismo o multiculturalismo, sobre la nacionalidad, la ciudadanía y la pertenencia en general. Temas interesantísimos pero que, por cuestiones de espacio, abordaré solo marginalmente.


Una palabra puede llevarnos a una significación que va mucho más allá de lo que representa literalmente, las palabras tal como las usamos, cargan en sí contenidos detrás de ellas que de alguna manera nos remiten a un significado –un concepto, una idea o un pensamiento, pero también a un entorno cultural e histórico e incluso a historias personales. De esta forma, la relación entre la palabra y ese significado es indirecta y por momentos parece que las palabras son utilizadas de manera diferente por cada persona, sin embargo en el fondo, esa palabra aplica hacia algo que parece (o quisiéramos que fuese) universal. Los doctores de la Academia de Lagado de los que habla Jonathan Swift en Los Viajes de Gulliver, querían abolir todas las palabras pues "cada palabra que hablamos…, contribuye a acortarnos la vida; en consecuencia, se ideó que, siendo las palabras simplemente los nombres de las cosas, sería más conveniente que cada persona llevase consigo todas aquellas cosas de que fuese necesario hablar en el asunto especial sobre que había de discurrir."[1] Pero abolir las palabras no eliminará el lenguaje, nos diría Derrida, el misterio de las palabras estriba en que su significado no parece estar localizado en ninguna parte, ni en la palabra misma (hablada o escrita); como tampoco en un concepto separado o idea que se asoma entre la palabra, la mente y las cosas en las que estamos pensando.
 
 
"Habla, para que yo pueda verte” dice un famoso aforismo de Lichtenberg. El acto del habla implica mucho más que sonidos articulados o intensidades sonoras, hablar es oírse nos dice Derrida, es un disparo que apunta a un interlocutor particular y que exige una respuesta, es una demanda de atención de un otro presente, siempre se habla a un otro que está ahí. "La autoridad de la presencia, su poder de revalorización, estructura de todo nuestro pensamiento. Las nociones de «hacer claro», «captar», «demostrar», «revelar» y «mostrar cuál es la Cuestión» se acogen todas a la presencia.”[2] Pero en la escritura pasa algo distinto, cuando se escribe se deja una huella, una huella que al ser descifrable, borra la singularidad y la unicidad del destinatario. Se habla a un otro que no está, es un otro ausente; el que escribe no sabe a quien le habla y el que lee no cuenta con la presencia de quien escribe.



Doris Salcedo, Shibboleth, 2007.


La escritura es finita, afirma Derrida, pues desde el momento de la inscripción hay una selección, algo se deja fuera, algo se borra antes de haberse escrito. La escritura está marcada por la exclusión pero al mismo tiempo, está regulada por la voz y de ello surge una unión que hace imposible discernir las fronteras entre ambas; esta imposibilidad de demarcación territorial está franqueada por un elemento en común, ni la voz ni la letra le pertenecen a nadie, "la palabra proferida o inscrita, la letra o la carta, es siempre robada. Siempre robada porque siempre abierta. Nunca es propia de su autor o de su destinatario, y forma parte de su naturaleza que no siga jamás el trayecto que lleva de un sujeto propio a un sujeto propio.” [3]


Y con esta especie de ‘permiso’ yo me robo esa palabra que al ser pronunciada pronuncia lo impronunciable: Shibboleth. Es impronunciable porque no puede ser dicha por quien no pertenece a ese círculo de elegidos. Significa río, arroyo, espiga de trigo, ramilla de olivo, y al parecer deriva de una raíz hebrea en desuso, "shebel, que significa ‘fluir’, como en el caso de la cola de un vestido de dama, o cualquier cosa que es arrastrada por una dama o que fluye de ella.” [4] Pero ese fluir, esa vida que proviene de la mujer que se derrama, escurre y emana, se torna en su contrario que obstruye, detiene y provoca la muerte. Shibboleth representa así la fisura que demarca un territorio identitario en el que la significación del propio vocablo indica la presencia y ausencia de lo que es en sí mismo. El lenguaje está marcado por grietas, fisuras y cuarteaduras que son huellas de palabras que no existen en plenitud y que representan una especie de ilusión del logos que busca integrar lo que se intenta explicar con lo explicado, ilusión que nos hace imaginar que nos habla un otro, ese otro que invocamos en cada palabra leída y queremos creer que nos susurra el discurso en el oído. Ilusión de creer que la palabra escrita, nos permitirá alcanzar la verdadera coincidencia entre el decir y el querer decir. [5]

Una forma de acercarnos a la comprensión de la intencionalidad que carga cualquier expresión escrita, procede desde la conformación misma del texto, no desde su contenido o significación, sino desde su arquitectura gramatical. No se trata de descartar por completo el sentido original del texto, sino de darle relevancia a la estructura formal en la que se distribuyen las palabras, casi como un ejercicio, para dar cuenta de eso que se pierde en la distancia de la escritura. El texto escrito se le presenta al lector como una red de signos de los que tratará de traducir la significación de las palabras, las pausas, los tonos bajos, la fuerza de sus oraciones y hasta la tonalidad de las mismas. Lo escrito es revelado por un otro que no es el que escribe. De ahí que el autor como dador de significado no existe, es un ausente que solamente se revela como una especie de fantasma a través de la lectura de un tercero.

La escritura no se limita a una mera definición lógica o analítica, sino que es comprendida en un registro gramatológico, como un proceso de estructuración del "sentido" de la escritura. El acto de escribir designa cierto modo de apropiación desesperada de la lengua y a través de ella, una forma de venganza casi amorosa y celosa de un nuevo adiestramiento que intenta restaurar la lengua misma, y según Derrida, ee también un intento de reinventarla, de darle por fin una forma, al tiempo que la deforma, la reforma y la transforma y así, hacerla pagar el tributo de la interdicción. [6]

En cambio la voz, a diferencia de la escritura que ha sido signada con el estigma de la ausencia, puede ser considerada como una expresión directa del lenguaje. En la enunciación de la palabra se expresa y manifiesta no solamente una pertenencia cultural o comunitaria, sino que representa la exposición de la propia individualidad, de un yo que está presente y que habla, que dice y se pronuncia. "En efecto, el gesto performativo de la enunciación vendría a probar, en acto, lo contrario de lo que pretende declarar el testimonio, a saber, una cierta verdad.” [7]

Pensemos pues en esa palabra, que escrita es la misma palabra, pero que en su forma sonora revela lo impronunciable. La pronunciación es en sí misma la anunciación de una verdad, es un indicio en su sentido original, que indica, anuncia y denuncia. La pronuncianción de una sola palabra bastó para poner de manifiesto lo que de ninguna otra manera podía ser visto: "Delataban su diferencia haciéndose indiferentes a la diferencia diacrítica entre schi y si; se marcaban por no poder re-marcar una marca codificada de esta forma.”[8]
 
Derrida nos empuja entonces a reconocer que para habitar una lengua no basta comprender el significado de las palabras, hace falta saber pronunciarlas, hace falta saber decir, e incluso más allá, pues aunque sepa como se pronuncia debo ser capaz de ello. "Lo impronunciable guarda y destruye el nombre. Lo protege, como el nombre de Dios o lo condena a la aniquilación en las cenizas”.[9] Shibboleth es la palabra cifrada, es la contraseña que revela un secreto que se quiere ocultar, pero la revelación ocurre no por la palabra misma, ni por su legibilidad, sino que se muestra sólo al enunciarla.



Doris Salcedo, Shibboleth, 2007.


Shibboleth es la palabra secreta que conmemora aquello que está destinado a ser olvidado. El poeta Paul Celan, con quien Derrida comparte en cierta medida su condición de arraigo y desarraigo idiomático, vislumbró la potencia que esta palabra demarcaba, su poema Schibboleth es un canto casi melancólico que evoca el exterminio de los republicanos españoles:

Corazón:
date a conocer también
aquí, en medio del mercado.
Di a voces el shibboleth,
en lo extranjero de la patria:
Febrero, no pasarán

Esa condición de extranjero, tan conocida y sentida por Derrida, representa la extrañeza de lo que debería sernos familiar, el unheimlich, que va desde lo desconocido, lo misterioso hasta lo oculto y secreto, que al ser revelado, nos deja ver el lado más siniestro de nosotros mismos.

Este despliegue-desencadenamiento de historias propias frente a las ajenas, marcan las particularidades específicas de un hombre que ya sea judío-franco-magrebí o hispano-americano-guadalupano, representan ese borde de quien quiere establecerse en la cultura, en la que sea, pero que se quedará siempre en los límites, en la frontera de la identidad de una patria. Es la inseguridad de la diferencia con el otro "todo otro es muy otro, allí donde no bastan un conocimiento o un reconocimiento" [10], el temor de ser menos que obliga a ser más sobre sí, desde sí y para el otro, que quien habita la diferencia, lo conoce perfectamente y estará marcado por ello.


Shibboleth es una marca tan prfunda y permanente como la circuncisión, que dejará una cicatriz imborrable, tal como la que la artista Doris Salcedo dejó en la Tate Modern de Londres después de su intervención en el 2007; con una inmensa grieta de más de 160 metros de largo, partió en dos la famosa Sala de Turbinas de este centro de arte contemporáneo. El Shibboleth de esta artista colombiana, es una pieza que es y no es, el espacio que ocupa la obra es un espacio negativo. El objeto no es más que un hueco, un hoyo, un vacío. Al exponer una ausencia, una negatividad, un nada-para-ver, se invierte el valor al convertir en lenguaje los espacios emblemáticos del arte. En lugar de mostrar la presencia, el recuerdo que se perpetúa, lo que la artista tiene en mira, es evidenciar el olvido exhibiendo lo que no se quiere ver. La ausencia y el vacío nos revelan una de las carencias más brutales de la historia del ser humano: la conciencia y tolerancia de lo diferente; es la zanja que delimita la frontera de la más absurda intransigencia humana. Tal como lo entiende Derrida, que extiende el alcance de shibboleth y lo lleva a toda aquella marca insignificante que deviene en la huella de la discriminación, decisiva y divisiva. "La palabra schibboleth, si existe alguna, nombra, en la maxima extension de su generalidad o de su uso, toda marca insignificante, arbitraria, por ejemplo la diferencia fonemática entre shi y si cuando se hace discriminante, decisiva y tajante.”[11] La grieta de Salcedo, en sus propias palabras, representa una frontera, es la experiencia de los inmigrantes, de la segregación, del odio racial: "es la experiencia de una persona del tercer mundo en el corazón de Europa.”[12]

Toda cultura es originariamente colonial,[13] nos dice Derrida y se instituye por la imposición unilateral de una alguna "política" de la lengua. La dominación, es sabido, comienza por el poder de nombrar, de imponer y de legitimar los apelativos y de ahí que el monolingüismo del otro será en primer lugar esa soberanía de esencia siempre colonial y que tiende, reprimible e irreprimiblemente, a reducir las lenguas al Uno, es decir, a la hegemonía de lo homogéneo.



 Doris Salcedo, Shibboleth, 2007.



 Para Derrida, es la experiencia de la lengua la que posibilita la articulación entre esta universalidad trascendental y la singularidad. Sin embargo, nunca se establece con la lengua una relación de propiedad. La lengua es también una ley, por lo que un escritor sometido a la lengua del otro, lo está también a su ley. La lengua estructura el pensar, lo normativiza. Por ello el escritor intenta, en vano según Derrida, librarse de esta ley del otro y debe "inventar una lengua lo bastante otra para no dejarse ya reapropiar en las normas (…) ni por la mediación de todos esos esquemas normativos que son los programas de una gramática, un léxico, una semántica, una retórica…”[14].

Y ya que hablamos de palabras habrá que decir que inventar es una palabra peligrosa, porque es al mismo tiempo un hallazgo y una creación. Pero encontrar o descubrir algo que no era conocido, no es lo mismo que imaginar o crear algo que no existe. Y tan peligrosa es esta palabra que también significa fingir o mentir. Pero esto, según creo diría Derrida, es un error, porque inventar para uno mismo no es igual que el acto de mentir a un otro. Para Derrida las mentiras no existen, lo que hay es el acto de mentir, sin embargo se puede reconocer que alguien ha faltado a la verdad pero es imposible saber, en el sentido estricto y teórico del término, que alguien "ha mentido”[15].

Para explicar entonces porqué el efrateo miente cuando dice no ser del pueblo de Efraín, Derrida acude a San Agustín para recordarnos que "no hay mentira, por más que se diga, sin la intención, el deseo o la voluntad explícita de engañar.”[16] Hay aquí una intención explicíta en el engaño, podríamos pensar que esta mentira está justificada (aunque Kant nos lo reproche) ante el hecho de que el efrateo miente para "salvar el pellejo”, pero al efrateo mentiroso, se le obliga a pronunciar una palabra y en la enunciación, se anuncia la verdad.

Termino imaginando el momento en que Derrida llegó a la crucial revelación en que asumió el no ser poseedor de la lengua que hablaba, de esa lengua francesa a la que se aferró primero para sobrevivir y después por convicción; justo ese instante en que da cuenta de que moraba en ella pero al mismo tiempo, cobra conciencia que su lengua, esa lengua que hizo suya y muy suya, no le pertenecía. Este desamparo de su propio monoligüismo no es otra cosa que su propia historia y la historia de todos, que nos abre al mundo como una irrupción de nuestra vaga singularidad.


Doris Salcedo, Shibboleth, 2007.


Esta es la práctica de un ejercicio desde donde la comprensión nos deja desamparados, es imposible comprender lo incomprensible. Nuestra verdadera marca de nacimiento está sellada por la lengua que se nos escapa por estar doblemente edificada: nunca ha sido nuestra y nos llega como una imposición. Esta especie de mestizaje lingüístico es nuestro primer alimento mezclado en historia y revuleto en lenguajes. En tanto que nuestro linaje se compone de un padre conquistador y una madre india marcada por la traición. Este trastorno de identidad del que Derrida da testimonio, es también mi propio testimonio, cuando de niña mi abuela nos obligaba a pronunciar la ‘c’ y la ‘z’ a la manera española, como si esto fuera un camino hacia la afirmación de un arraigo inexistente, solo para confrontarnos con la ley que reza una lengua que no es nuestra.
 
Esclavos de una lengua que no nos pertenece, vamos dando saltos apoyados en esta especie de prótesis, sometiéndonos al rigor lingüístico que ésta nos permite. Pero no basta la letra, no bastan las palabras, debemos saber pronunciarlas para acceder al mundo de la identidad y pertenencia, el modo de enunciar determinará los vínculos generales de esos fantasmas genealógicos que nos acompañan.

Nacimos colonizados con una lengua impuesta, en la que nos hospedamos a la fuerza, tal como lo hicieron nuestros ancestros. Esta lengua mía que no es mía, me sirve de piso, me cubre, me alimenta y me sostiene, pero también me imposibilita, me contrae y me detiene.

Y mi conclusión no puede ser otra que el confesar que escribo con una lengua que no me pertenece, con palabras que no son las mías y pronunciadas (según mi abuela) incorrectamente . Soy un cúmulo de citas imperfectas, una eterna plagiadora de mi misma y de los otros, escribo gracias a un permanente copy&paste que parte de mi memoria y llega a un teclado, donde el texto original se ha perdido, porque no viene de ninguna parte, son pedazos agrietados y rotos de textos recordados, palabras que se me juntan, que existen porque alguien me las puso ahí. Mis textos son un interminable palimpsesto de letras borradas y vueltas a escribir para ser nuevamente borradas por mi propio olvido.

NOTAS
[1] Swift, Jonathan. Los viajes de Gulliver, edición en línea.
[2] Culler, J. Sobre la deconstrucción. Teoría y crítica después del estructuralismo, edición en línea.
[3] Derrida, J. "La palabra soplada” en, La escritura y la diferencia, 1989, pp. 247.
[4] Knight-Jadczyk, L. "La tribu de Dan”, extraído de Historia Secreta del Mundo, edición en línea.
[5] Cragnolini, M. Derrida: deconstrucción y pensar en las "fisuras”, 1999, edición en línea.
[6] Derrida, J. El monolingüismo del otro, 1997, edición electrónica, p.31.
[7] Ibidem, p.10.
[8]; Derrida, J. Schibboleth, 2002, p. 44.
[9] Ibidem, p.85.
[10] Derrida, J. Op.Cit., 1997, p. 64.
[11] Derrida, J. Op.Cit., 2002, p. 49.
[12] Alberge, Dalya, "Welcome to Tate Modern’s floor show – it’s 548 foot long and is called Shibboleth", 2007, edición en línea.
[13] Derrida, J. Op Cit., 1997, p.35.
[14] Ibidem, p. 62.
[15] Derrida, J. ¡Palabra! Instantáneas filosóficas, 2001, edición electrónica, p. 52.
[16] Derrida, Jacques, Historia de la mentira: Prolegómenos, 1995, edición en línea.

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Textos consultados de Jacques Derrida
Derrida, Jacques. "Confesar – Lo imposible: "Retornos”, arrepentimiento y reconciliación”, ponencia presentada en el "Colloque des intellectuels juifs en langue française” en París, diciembre, traducción de Patricio Peñalver, 1998.
_____________. El monolingüismo del otro, Buenos Aires, Manantial, traducción de Horacio Pons, 1997, edición electrónica en: www.philosophia.cl, descargada el 26 de enero de 2009.

_____________. "El ‘tratamiento’ del texto”, entrevista con Béatrice y Louis Seguin, La quinzaine littéraire, 698, agosto, traducción de R. Ibáñez y M. J. Pozo, 1996.

_____________. Historia de la mentira: Prolegómenos, conferencia dictada en Buenos Aires en 1995, edición en línea en: http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/mentira.htm, visitado el 10 de diciembre de 2012.

_____________. "La palabra soplada” en, La escritura y la diferencia, Barcelona, Ed. Anthropos, traducción de Patricio Peñalver, 1989.

_____________. ¡Palabra! Instantáneas filosóficas, Madrid, traducción de C. de Peretti y P. Vidarte, 2001, edición electrónica en: www.philosophia.cl, descargada el 10 de enero de 2008.

_____________. Schibboleth, Madrid, Arena Libros, traducción de Jorge Pérez Tudela, 2002.

Textos consultados de otros autores
Alberge, Dalya, "Welcome to Tate Modern’s floor show – it’s 548 foot long and is called Shibboleth", The Times, 9 de octubre 2007, edición en línea en: www.thesundaytimes.co.uk.
Antón, Héctor, "Un shock en el paraíso del símbolo”, en Réplica21, 12 de octubre de 2007, edición en línea en: www.replica21.com/archivo/articulos/g_h/534_galindo_salcedo.html
Cragnolini, Mónica. Derrida: deconstrucción y pensar en las "fisuras”, conferencia en la Alianza Francesa, Ciclo "El pensamiento francés contemporáneo, su impronta en el siglo”, Buenos Aires, 30 de setiembre de 1999, edición en línea en: www.jacquesderrida.com.ar/comentarios/cragnolini_1.htm, visitado el 9 de diciembre, 2012.
Culler, Jonathan. Sobre la deconstrucción. Teoría y crítica después del estructuralismo, Salamanca, Cátedra, 1984. Edición en línea en: www.jacquesderrida.com.ar/comentarios/culler.htm, visitado el 2 de diciembre de 2012.
Knight-Jadczyk, Laura. "La tribu de Dan”, extraído de Historia Secreta del Mundo, edición en línea en: quantumfuture.net/sp/pages/biblia_4.html, visitado el 5 de diciembre, 2012.
Galindo, Gabriela, "La transgresión del vacío.”, en Réplica21, 12 de octubre de 2007, edición en línea en: www.replica21.com/archivo/articulos/g_h/534_galindo_salcedo.html.
Swift, Jonathan. Los viajes de Gulliver, edición en línea en: www.bibliotecasvirtuales.com, visitado el 6 de diciembre de 2012.

Otras fuentes
Video: D’ailleurs, Derrida, 1999, dirección de Safaa Fathy, en: http://efimeroescombrera.wordpress.com/category/contemporaneos/derrida/
Película: Derrida, 2002, dirección de Kirby Dick & Amy Ziering Kofman.

 Fotografía final: 'Shibboleth', de la escultora colombiana Doris Salcedo en la Tate Modern de Londres. Tomada de http://www.laverdad.es/murcia/rc/20100505/cultura/escultora-colombiana-doris-salcedo-201005051431.html

Tomado de:

http://www.replica21.com/archivo/articulos/g_h/651_galindo_shibboleth.html

Categoría: Textos | Ha añadido: esquimal (13.02.09)
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