La elocuencia del predicador
Jorge Sainz
Profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid
nº 180 · diciembre 2011
Yo vine a Princeton a predicar»: en mayo de 1930, cuando pronunció las
conferencias patrocinadas por el mecenas Otto H. Kahn en la Universidad
de Princeton, Frank Lloyd Wright iba a cumplir sesenta y tres años. Era
la segunda opción de los responsables de la universidad, ya que el
primer invitado a hablar de la «nueva arquitectura», el holandés Jacobus
J. P. Oud, había caído enfermo.
Por entonces Wright ya había entrado en la historia. De hecho, solo por
las obras construidas hasta 1910 (cuando abandonó a su familia y huyó a
Europa con la mujer de un cliente), a Wright ya habría podido
considerársele un arquitecto extraordinario. Henry-Russell Hitchcock, el
crítico norteamericano más relevante de esa época, entendía que Wright
había sido un gran innovador, pero lo enmarcaba dentro una «nueva
tradición», en lugar de incluirlo en la «nueva vanguardia» encabezada
por Walter Gropius, Ludwig Mies van der Rohe, Le Corbusier y el
mencionado Oud.
Las seis conferencias pronunciadas por Wright se publicaron el año
siguiente (1931) en la editorial de la universidad; y en 1953 se
incluyeron en otro libro del arquitecto, The Future of Architecture. Curiosamente, este último se tradujo muy pronto al español (El futuro de la arquitectura,
trad. de Eduardo Goligorsky, Buenos Aires, Poseidón, 1957) y se ha
vuelto a reimprimir en 1979 y 2008. Así pues, las ideas expuestas por
Wright ya existían en versión española desde hace mucho tiempo.
Entonces, ¿cuál es el motivo de haberlas reeditado en 2010? Pues
probablemente que Princeton volvió a publicar el librito de las
conferencias en 2008, esta vez con una espléndida introducción de Neil
Levine. Por tanto, lo novedoso de esta edición de Paidós es dicha
introducción y el prefacio original de 1931, además de una nueva
traducción que mejora bastante la versión de la edición argentina.
Animo a los lectores a abordar con curiosidad esa introducción,
superando el desaliento inicial que provocan las numerosas notas (ciento
noventa en sesenta y seis páginas). Lo que a primera vista podría
parecer una muestra de incontinencia erudita es en realidad un texto
ameno y riguroso que explica con todo detalle la gestación, el
desarrollo y el contenido de la actuación de Wright en Princeton.
Incluso podría decirse que la introducción facilita la
posterior lectura de los textos de Wright, que era más dado a la prédica
emocional que a la descripción analítica. Como indica el propio Levine,
«Wright era más elocuente, más convincente e incluso más poético en sus
edificios que en sus palabras. Asimismo, era mucho más original y
creativo en sus proyectos arquitectónicos que en sus escritos teóricos».
¿Y qué ideas predicó Wright a los estudiantes de Princeton? Pues
algunas ya conocidas y otras que tenía en plena elaboración. Las dos
primeras conferencias («Máquinas, materiales y hombres» y «El estilo en
la industria») exponen su postura ante la introducción de la máquina en
la construcción y sus consecuencias en el nuevo estilo de la
arquitectura norteamericana. La primera incluía otra conferencia
pronunciada en Chicago en 1903, «Artes y oficios de la máquina», con lo
que Wright reivindicaba su papel de «pionero» en el paso de la
elaboración artesanal, defendida por el movimiento inglés Arts &
Crafts, a la producción maquinista propugnada por el Movimiento Moderno
centroeuropeo.
«La muerte de la cornisa» es el sugestivo título de la tercera
conferencia, en la que Wright ataca sin piedad a la arquitectura
clásica, especialmente la del Renacimiento italiano, para acabar
intentando explicar, sin mucho éxito, lo que entendía por «arquitectura
orgánica», un concepto tradicionalmente ligado a su obra, pero que él
mismo nunca llegó a concretar: aquí dice que es la que se concibe «de
dentro afuera».
Algo más explícito es Wright en la cuarta conferencia, «La casa de
cartón», en la que explica con detenimiento las nuevas ideas sobre la
arquitectura doméstica plasmadas en sus innumerables obras construidas
en la primera década del siglo xx. Aquí se aclara el porqué de sus
techos bajos (solo medía 1,73 metros), se describe el «espacio continuo»
de sus estancias comunes y se detalla el «ideal de simplicidad
orgánica» en los famosos nueve puntos aplicados en sus «casas de la
pradera».
Las dos últimas conferencias («La tiranía del rascacielos» y «La
ciudad») son las más novedosas. En la primera, Wright critica
acerbamente los rascacielos coetáneos (en Nueva York acababa de
inaugurarse el Chrysler y estaba terminándose el Empire State), tras
narrar con cariño cómo nació este tipo de edificio cuando su «amado
maestro», Louis Sullivan, le mandó pasar a limpio el alzado del edificio
Wainwright. Wright no criticaba la construcción en altura en sí misma,
sino su composición, generalmente escalonada; de hecho, él se encontraba
también ocupado en el proyecto de la torre St. Mark’s, que finalmente
no se construiría.
Por último, en «La ciudad», Wright esboza esa concepción urbana que un par de años después (1932) plasmaría en su libro The Disappearing City:
una ciudad dispersa, con parcelas de un acre (unos cuatro mil metros
cuadrados) para que cada familia construyese su propia casa, y con los
edificios públicos concentrados en puntos singulares, en torno a lo que
entonces eran los verdaderos hitos de referencia: las gasolineras.
Wright bautizó a esta ciudad como Broadacre City y construyó una gran
maqueta que se exhibió por todo el país en los años siguientes.
En 1930, cuando pronunció las conferencias de Princeton, muchos pensaban
que Wright estaba a punto de jubilarse. Pero poco después conocería a
dos personajes decisivos: Edgar J. Kaufmann y Herbert F. Johnson Jr.
Para el primero construiría, entre 1934 y 1937, la casa más famosa de la
historia de la arquitectura: Fallingwater, conocida como la «casa de la
cascada». Para el segundo levantaría, entre 1936 y 1939, uno de los
espacios interiores más sugestivos del siglo xx: las oficinas de la
compañía Johnson Wax. Y aún quedaba su magistral obra póstuma: el Museo
Guggenheim en Nueva York. Siempre que le preguntaban cuál consideraba su
mejor obra, Wright respondía inevitablemente: «La próxima». Esta fue la
última, terminada treinta años después de las conferencias de
Princeton.
Tomado de: http://www.revistadelibros.com/articulos/la-elocuencia-del-predicador
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