Por Paola L Fraticola Recopilación de contenidos del libro "Estética, historia y fundamentos",
Monroe C. Beardsley, John Hospers.
Martin Creed
Antes de considerar las cuestiones
estéticas que se plantean en la filosofía del arte, deberíamos analizar
esta otra: ¿Qué es contemplar (escuchar, etc.) algo estéticamente? ;
porque, si se carece de la experiencia de objetos estéticos, ninguna de
las otras cuestiones podría plantearse. ¿Hay una forma estética de
contemplar las cosas? y, en caso afirmativo, ¿qué es lo que la distingue
de otras formas de experimentarlas? Sobre esto se han dado posturas muy
dispares, habitualmente interferidas, pero que pueden distinguirse.
ACTITUDES ESTÉTICAS y NO ESTÉTICAS
La actitud estética, o la «forma
estética de contemplar el mundo», es generalmente contrapuesta a la
actitud práctica, que sólo se interesa por la utilidad del objeto en
cuestión. El genuino corredor de fincas que contempla un paisaje sólo
con la mira puesta en su posible valor monetario, no está contemplando
estéticamente el paisaje. Para contemplarlo así hay que «percibirlo por
percibirlo», no con alguna otra intención. Hay que saborear la
experiencia de percibir el paisaje mismo, haciendo hincapié en sus
detalles perceptivos, en vez de utilizar el objeto percibido como medio
para algún otro fin.
Cabría objetar, naturalmente, que incluso en la contemplación estética
observamos algo no «por sí mismo», sino por alguna otra razón, por
ejemplo, por el placer que
nos produce. No seguiríamos prestando atención al objeto percibido si el
hacerlo no nos resultase agradable; según esto, ¿no será el goce la
finalidad en el caso estético? cabe, en efecto, describirlo así, y acaso
la expresión «percibirlo por sí mismo» sea desorientadora. Sin embargo,
existe cierta diferencia entre saborear la misma experiencia
perceptiva, y simplemente utilizarla por razones de identificación, de
clasificación o de acción ulterior, como hacemos de modo habitual en la
vida diaria
cuando no contemplamos realmente el árbol, sino que sólo lo percibimos
con la claridad suficiente para identificarlo como tal y rodearlo si se
interpone en nuestro
camino. La distinción sigue siendo válida, y sólo el modo de describirla está sujeto a clarificación.
La actitud estética se distingue también de la cognoscitiva. Los
estudiantes familiarizados con la historia de la arquitectura, son
capaces de identificar rápidamente
un edificio o unas ruinas, en cuanto a su época de construcción y lugar
de emplazamiento, a través de su estilo y de otros aspectos visuales.
Contemplan ante todo el edificio para aumentar sus conocimientos, no
para enriquecer su experiencia perceptiva. Este tipo de habilidad puede
ser importante y útil, pero no guarda necesariamente correlación con la
capacidad de disfrutar la experiencia misma de la contemplación del
edificio. La capacidad analítica puede eventualmente incrementar la
experiencia estética, pero también puede ahogarla. Quienes se interesan
por el arte en razón de algún objetivo profesional o técnico, están
particularmente expuestos a distanciarse de la forma de contemplación
estética propia del que se mueve por intereses cognoscitivos.
Esto nos lleva directamente a
otra distinción. La forma estética de observar, es también ajena a la
forma personalizada de hacerlo, en la que el observador, en vez de
contemplar el objeto estético para captar lo que le ofrece, considera la
relación de dicho objeto hacia él. Quienes no prestan atención a la
música, sino que la utilizan como estímulo para su fantasía personal,
son buena muestra de esa audición no estética que a menudo pasa por
serIo. En el célebre ejemplo de Edward Bullough, el hombre que va a
presenciar una interpretación del Otelo y, en vez de concentrarse en la
representación, piensa sólo en la similitud entre la situación de Otelo y
el problema real que él mismo tiene con su mujer, no está viendo la
representación estéticamente. Esta actitud supone una implicación
personal, es una actitud personalizada, y la personalización inhibe
cualquier respuesta estética que el espectador pudiera haber tenido en
otro caso. Al contemplar algo estéticamente, respondemos al objeto
estético ya lo que puede ofrecernos, no a su relación con nuestra propia
vida.
La fórmula «no deberíamos llegar a sentirnos implicados
personalmente», se utiliza a veces para describir este criterio; mas
también esto es desorientador. No significa que el aficionado al teatro
no pueda identificarse con los personajes que intervienen o sentirse
vitalmente interesado en lo que les sucede; significa solamente que ha
de evitar que cualquier implicación personal que pueda tener con los
personajes o los problemas de la obra, suplante la cuidadosa observación
de la obra misma. Esta diferencia podemos verla claramente si
contrastamos el hecho de vemos implicados en un naufragio, con la
contemplación del mismo en un documental o en una película. En el primer
caso, haríamos todo lo posible por salvamos y ayudar a los demás.
Mientras que en el segundo, sabemos de antemano que los desastrosos
sucesos ocurridos ya han tenido lugar y nada podemos hacer por
remediarlos; con lo que nuestra tendencia a responder a la situación
colaborando en ella, queda automáticamente anulada. Por mucho que
podamos identificamos con las víctimas, no nos sentimos personalmente
implicados en ninguna forma orientada a la acción.
De lo dicho se sigue que muchos tipos de respuestas a los objetos,
incluidas las obras de arte, quedan al margen del campo de la estética.
Por ejemplo, el orgullo de su posesión puede interferirse con la
respuesta estética.
La persona que reacciona con entusiasmo antes que sus invitados a la
reproducción de una sinfonía en su propio equipo estereofónico, pero no
reacciona a la interpretación de la misma sinfonía con un equipo
idéntico en el domicilio de su vecino, no da una respuesta estética. El
anticuario o el director de museo, que en la elección de una obra de
arte ha de tener presentes su valor histórico, fama, época, etc., puede
sentirse parcialmente influido por la estimación del valor estético,
pero su atención se desvía necesariamente hacia factores no estéticos.
De modo parecido, si una persona valora una pieza teatral o una novela
en razón de que puede encontrar en ella informaciones relativas a la
época y lugar en que fue escrita, está sustituyendo el interés en la
experiencia estética por el interés en adquirir conocimientos. Si una
persona enjuicia favorablemente determinada obra de arte porque encierra
edificación moral o porque
«defiende una causa justa», está confundiendo la actitud moral con la
estética; lo que también ocurre si la condena por motivos morales y no
acierta a separar esta censura de su valoración estética de ella.
OTROS CRITERIOS DE LA ACTITUD ESTÉTICA
También se han empleado otros términos para definir la actitud
estética. El «desprendimiento», por ejemplo, es una actitud que, a
juicio de algunos, permite distinguir la forma estética de contemplar
las cosas, de la forma no estética, pero ese término parece ser más
desorientador que útil. Al igual que la expresión «no sentirse
personalmente implicado», suena como si el observador no hubiera de
preocuparse demasiado de lo que ocurre en el drama o la sinfonía; siendo
así que hay un sentido, como hemos visto, según el cual estamos muy
implicados en la tragedia de Edipo cuando presenciamos Edipo Rey. Nos
sentimos desprendidos sólo en el sentido de que sabemos que se trata de
un drama y no de la vida real, y que lo que hay más allá del telón es un
mundo distinto, al que no hemos de responder como lo haríamos ante el
mundo real que nos circunda. En este sentido, estamos «desprendidos»,
pero no en el sentido de falta de identificación con los personajes o de
sentirnos totalmente absortos en el drama.
El término «desinteresado» se
usa también mucho para describir la actitud estética. El desinterés es
una cualidad del buen juez, que se manifiesta cuando es imparcial. El
juez puede estar personalmente implicado, en el sentido de que estudia
profundamente la solución de un caso, pero, al dictaminar el caso, no ha
de estar personalmente implicado, en el sentido de que deberá evitar
que sus sentimientos o simpatías personales influyan sobre él o le
predispongan en cualquier forma. La imparcialidad en materias morales y
legales caracteriza sin duda lo que se ha dado en llamar «el punto de
vista moral»; pero no está nada claro en qué forma hemos de mostramos
desinteresados (es decir, imparciales) al contemplar un cuadro o
escuchar un concierto. ¿Hemos de ser imparciales como en un conflicto
entre partes contendientes? «Juzgar imparcialmente» tiene sentido; pero
¿qué significa observar o escuchar imparcialmente? «Imparcial» es un
término relacionado con situaciones en
que existe un conflicto entre partes litigantes; pero no parece ser un
término útil cuando intentamos describir la forma estética de
contemplar las cosas.
Relaciones internas y externas.
Un modo algo menos confuso de describir la experiencia estética, es
hacerlo en términos de relaciones internas versus externas. Cuando
contemplamos estéticamente una obra de arte o la naturaleza, nos fijamos
sólo en las relaciones internas, es decir, en el objeto estético sus
propiedades; y no en su relación con nosotros mismos, ni siquiera en su
relación con el artista creador de él o con nuestro conocimiento de la
cultura de donde brota. La mayor parte de las obras de arte son muy
complejas y exigen nuestra total atención. El estado estético supone una
concentración intensa y completa. Se necesita una intensa consciencia
perceptiva; y tanto el objeto estético como sus diversas relaciones
internas han de constituir el único foco de nuestra atención. El
estudiante que no está acostumbrado a contemplar una figura humana
desnuda, puede sentirse tan «distraído» mirando una diosa desnuda en un
cuadro, que no logre contemplar el cuadro estéticamente. Debido a sus
propios impulsos, es obstaculizado por las relaciones externas, de tal
manera que no puede orientar adecuadamente su atención hacia el objeto y
las relaciones perceptivas internas a él. A veces la falta de
consciencia de las relaciones externas, se denomina «distancia estética»
o «distancia psíquica»; pero, una vez más, estas expresiones pueden
resultar más confusas que útiles debido al empleo metafórico del término
«distancia», que implica que deberíamos mantener el objeto estético a
cierta distancia. Por otra parte, si puede afirmarse que el espectador
identificado con Otelo adolece de falta de
distancia, la persona que está procediendo a su modo en la apreciación
de una forma artística nueva para ella puede afirmarse que adolece de
excesiva distancia. El sentido de la metáfora «distancia» ha variado: en
el primer caso, se refiere a la forma no práctica de observar, y en el
segundo a la falta de familiaridad, que es algo completamente distinto.
El objeto fenoménico.
Se han realizado también algunos otros intentos de
distinguir la forma estética de contemplar el mundo de todas las demás, o
bien refiriéndola ala actitud misma, o limitando el tipo de objetos
hacia los que dicha actitud habría de adoptárse.
La atención estética se orienta hacia el objeto fenoménico, no
hacia el objeto físico. Sin la presencia de un objeto físico, como la
pintura o el lienzo, no podríamos naturalmente percibir ningún cuadro;
pero la atención debe centrarse sobre las características percibidas, no
sobre las características físicas que hacen posible lo percibido. Así,
deberíamos concentrarnos sobre las combinaciones de color en el cuadro,
pero no sobre la forma en que ha de mezclarse la pintura para producir
ese color ni sobre ninguna otra cosa relacionada con la química de la
pintura. Esto último dice relación a la base física del objeto
perceptivo (i. e., fenoménico), más que a lo visualmente percibido. De
modo similar, puede molestarnos el que no logremos oír todos los
instrumentos de la orquesta desde cierto lugar del auditorium, cosa
importante para la percepción estética, porque ésta implica lo que oímos
(o dejamos de oír). Pero, la investigación de la causa física de esa
deficiencia, es una tarea rigurosamente física, que supone conocimientos
técnicos de acústica; y la acústica es una rama de la física, no de la
música.
Esta distinción es sin duda
importante, y tiene al menos la utilidad negativa de eliminar ciertas
clases de atención como no estéticas. Lo que no puede ser percibido
(visto, oído, etc.) no es importante para la percepción estética, porque
no influye en la naturaleza de la «presentación sensible» ante
nosotros. El hecho de que el pintor haya tenido que emplear un método
muy difícil para hacer que su cuadro aparezca «resplandeciente» , es
algo accesorio en la consideración estética; puede hacer que admiremos
al pintor por entregarse a una tarea tan difícil, pero no puede hacernos
admirar la pintura misma más que antes. Sin embargo, el hecho de que la
pintura acabada, tal como la percibimos, tenga un aspecto
«resplandeciente», es estéticamente importante, porque esto forma parte
de lo percibido. Pero aún no está del todo claro qué es exactamente lo
que incluye y excluye el criterio. Cuando fijo la atención en las
combinaciones cromáticas de un cuadro o en la armonía de las figuras,
estoy atendiendo claramente a fenómenos perceptivos; pero, ¿qué pasa si
también me gusta el cuadro a causa de su evidente humor; o la música, no
por ser rápida o lenta, sino por ser triste; o si me agrada un poema
por ser sentimental, sensiblero o «falso»? ¿Son estas cosas estéticas, o
lo es su aprehensión? Aunque no son características del objeto físico,
¿deberían clasificarse como fenoménicas?
De hecho, ha habido una notable
controversia sobre si la atención estética se limita únicamente a lo
perceptivo. En el caso de percibir la combinación de color o
la disposición formal de las partes en un cuadro, indudablemente es
así; nos concentramos sobre las cualidades percibidas (o, de todas
formas, perceptibles) del objeto estético. Pero, ¿tiene que haber en
todos los casos un objeto perceptivo para que sea posible la atención
estética? Concedido que cuando nos complacemos en el
intenso color, en la forma, el contorno e incluso la manifiesta
delicadeza y gracia de una rosa, se trata de algo perceptivo; mientras
que cuando nos fijamos en sus
cualidades de lozanía o resistencia a la enfermedad, se trata de algo distinto. Hasta aquí la distinción es clara.
Pero cuando decimos que una sinfonía es heroica, que una obra teatral
es melodramática, y que un cuadro se halla impregnado de joie de vivre,
¿no es también estética la clase de atención resultante de la
descripción anterior? con todo, resulta difícil ver de qué modo es
perceptiva la «cualidad heroica». Sin duda la captamos
(en caso de hacerlo) observando las cualidades percibidas de la
música; pero es también a través de la percepción como nos hacemos
conscientes de las cualidades
físicas de un objeto, que se consideran irrelevantes para la atención estética.
Cuando celebramos o apreciamos la elegancia de una demostración
matemática, podría parecer que nuestro goce es estético, aunque el
objeto de tal goce no sea
perceptivo en absoluto; es la compleja relación entre ideas o
proposiciones abstractas, y no los trazos hechos en el papel o en la
pizarra, lo que captamos estéticamente. Podría parecer que la
apreciación de la nitidez, elegancia o economía de medios es estética
bien sea dada en un objetivo perceptivo (como una sonata) o en una
entidad abstracta (como una prueba lógica); de ser esto así, el ámbito
de la estética no podría limitarse a lo perceptivo.
Por otra parte, ¿qué decir del
arte literario? Nadie desearía afirmar que nuestra apreciación de la
literatura es no-estética; y, sin embargo, el «objeto estético», en el
caso de la literatura, no consta de percepciones visuales o auditivas.
No son los sonidos o su representación gráfica lo que constituye el
medio de la literatura, sino
sus significados; y los significados no son objetos o percepciones
concretas. En este aspecto, la distinción entre la literatura y todas
las demás artes es enorme; hasta el
punto de que las artes auditivas y visuales han sido llamadas artes
sensoriales, para distinguirlas de la literatura, que es un arte
ideosensorial. Puesto que la lectura de las palabras evoca imágenes
sensibles en la mente del lector, de suerte que en definitiva se
producen percepciones, se ha insinuado que la literatura es realmente
sensorial. Sin embargo, esta insinuación resulta difícilmente
sostenible, porque muchos lectores pueden leer apreciativa e
inteligentemente sin que en su mente se hayan evocado imágenes visuales
ni de cualquier otro tipo. ¿Será esto razón suficiente para considerar
la atención de tales lectores como no-estética? podría parecer que el
lector de literatura debe, al menos, fijar su atención en las palabras y
en sus significados; pero éstas no son percepciones en el sentido en
que lo son los colores, las figuras, los sonidos, los sabores y los
olores.
La inclusión de la literatura en la categoría de lo perceptivo,
recurriendo ala teoría de que evoca algunas imágenes, constituye un
desesperado intento de acomodar los hechos ala teoría. Sin embargo, la
exclusión de la literatura como algo ajeno a la atención estética debido
a su carácter no perceptivo, parecería ser un primer caso de
lanzamiento de la criatura junto con el agua del baño.
Modalidad sensorial.
Dentro del campo de los sentidos, no han faltado intentos de reducir
el área de la atención estética por medio de la modalidad sensorial;
sobre todo, de incluir la
vista y el oído como aceptables, y de excluir el olfato, el gusto y el
tacto como inaceptables para la atención estética. Pero esta tendencia
parece abocada también al
fracaso. ¿Qué razón podría darse para negar que el placer del olfato,
el gusto y el tacto es estético? ¿Acaso el placer de la olfacción de una
rosa o de la degustación de un vino no es estético? podemos gozar de
sabores y olores exactamente lo mismo que de imágenes y sonidos; por sí
mismos o, si se prefiere, por el goce que nos procuran. Verdad es que
las obras de arte, en su totalidad, no han sido realizadas en medios
distintos de los visuales y auditivos; por ejemplo, no tenemos
«sinfonías olorosas». Hay varias razones para ello:
1) Resulta más difícil en este
campo separar lo práctico de lo no práctico; por ejemplo, separar el
placer de la toma de alimento porque sentimos hambre, del placer de ese
alimento porque nos sabe bien. Los sentidos «inferiores» se hallan tan
estrechamente vinculados a la satisfacción de las necesidades
corporales, que es difícil aislar el goce estrictamente estético
derivado de ellos.
2) En lo perceptivo, aunque no en lo físico, los datos de los sentidos
«inferiores» son menos complejos, de suerte que los elementos
percibidos no se prestan a la compleja disposición formal tan
característica de las obras de arte. En una serie de olores y sabores
hay un «antes» y un «después», pero apenas hay otra cosa que este orden
estrictamente serial; es decir, no hay ninguna «armonía» o
«contrapunto». Sin embargo, los colores y los sonidos incluyen un orden
complejo, que nos permite establecer sutiles distinciones entre la
infinidad de sensaciones visuales y auditivas.
Este tipo de distinción hace factible la aprehensión de una gran
complejidad formal en obras de arte visuales y auditivas, imposible de
captar por observadores humanos
en las demás modalidades sensoriales. En este campo, nos referimos a
un orden fenomenal más que físico, porque hay correlatos físicos exactos
para los olores experimentados, como los hay también para los sonidos
(tono, volumen, timbre) y los colores (matiz, saturación, claridad).
Pero si no pueden hacerse
distinciones precisas entre estos datos sensoriales en el caso del
olfato y el gusto, son inútiles para el uso de los perceptores humanos,
aunque
exista un orden exacto de correlatos físicos igual para todos ellos.
NEGACIONES DE ACTITUDES ESTÉTICAS DISTINTAS.
Algunos escritores han
desesperado de encontrar criterios para distinguir la actitud estética
de los demás tipos de actitudes. Por ejemplo, algunos estéticos han
negado
que haya una actitud propiamente estética. Y encuentran la
característica distintiva de lo estético, no en determinada actitud,
experiencia o modo de atención que pueda tener el observador, sino en
las razones que da para respaldar sus juicios: es decir, razones
estéticas, razones morales, razones económicas, etc. Aunque la mayoría
de los teóricos de la estética admiten la existencia de razones
propiamente estéticas, van más lejos y sostienen que tales razones
presuponen un tipo de actitud o atención hacia los objetos que, aun
siendo difícil de identificar exactamente, y todavía más difícil de
explicar verbalmente sin ambigüedades, existe en realidad y diferencia
esta forma de atención de todas las otras.
También se ha sostenido que no hay una actitud propiamente estética, a
menos que se la defina simplemente como «prestar cuidadosa atención» a
la obra de arte (o naturaleza) en cuestión. No se da ninguna atención
especial a objetos susceptibles de ser llamados estéticos; sólo se da el
hecho de «prestar cuidadosa atención a las cualidades del objeto», en
contraste con el hecho opuesto. Según esta concepción, podemos
acercarnos a una obra de arte por diversos motivos, susceptibles de
distinguirse unos de otros; pero no hay ningún tipo especial atención,
en la contemplación de una pieza teatral, que distinga, por ejemplo, al
espectador del director escénico o del dramaturgo autor de las ideas: el
tipo de atención es el mismo en todos los casos, es decir, todos
deberían centrarse cuidadosamente en el objeto estético. La distinción
entre contemplar estética y no estéticamente resulta ser, en rigor, una
distinción motivacional no perceptiva. http://www.imageandart.com/tutoriales/estetica/filosofia2.html
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