Guillermo Caivano (Barcelona, 1977) estudia Fine Art and History of
Art en el Goldmiths College de Londres, escuela de notorios miembros del
New British Art, como Damien Hirst, Sarah Lucas o Tracey Amin. En este
texto ridiculiza las insalvables contradicciones de la enseñanza del
arte actual.
Al tratar de imaginar la escuela de arte ideal, uno se enfrenta con
diversos problemas de difícil solución. Entre otros, con el desagradable
hecho de que el arte no se aprende; lo único que se puede aprender son
las técnicas (tanto materiales como teóricas) con las que uno puede
trabajar ahora. Idealmente las escuelas deberían ser lugares en
los que una comunidad de jóvenes tuviera a su disposición todo aquello
que necesitase para poder crear objetos (con o sin "aura"), empezando
por un espacio adecuado (requisito fundamental, por ejemplo, en las
instalaciones) y siguiendo por una biblioteca bien equipada, toda clase
de catálogos de arte, pero también libros de otras materias, ya que el
arte actual nace de la "hibridación" de distintos campos: la filosofía
(innegable informadora de lo actual), la ciencia (terreno arduo para el
estudiante de arte, quien, al elegir esta vía, ha realizado las más de
las veces una huida de las mal llamadas "ciencias exactas"), la historia
(terreno lleno de estiércol y por tanto bueno para el cultivo), la
antropología, la sociología... Lo mejor del sistema inglés es la
libertad que otorga al estudiante. Uno debe hallar en sí mismo los
temas, las técnicas y, más difícil todavía, el porqué de lo que hace.
Esto es sumamente difícil si uno no está acostumbrado a ser autodidacta;
los estudiantes son, en su mayoría, demasiado jóvenes para afrontar esa
"libertad" (tanta libertad) y más si tenemos en cuenta el momento
actual, en el que el "todo vale" es la regla general.
Ese es el
eje sobre el que gira el problema de la buena educación artística, a
saber, la posibilidad de establecer unos criterios con los que poder
juzgar el arte, siendo algo extremadamente subjetivo y volviendo así al
"todo vale" (y a juzgar por lo que se ve en ciertas galerías, de cuyo
nombre no me quiero acordar, así es).
Como consecuencia de todo
lo anterior cabe preguntarse: ¿cómo se puede enseñar algo para lo que no
hay criterio objetivo alguno? y ¿cómo se puede comprobar su correcto
aprendizaje? Bien, pues no lo sé. Lo que se hace en Inglaterra
es cuestionar al alumno sobre cualquier cosa cuestionable. Esta
permanente puesta en cuestión es muy saludable, hasta cierto punto.
También puede llegar a un extremo en que el cuestionamiento teórico deje
de ser útil y se convierta en algo paralizante. Si cualquier decisión
tiene una consecuencia teórica irremediable (tamaño del cuadro, técnica,
temática, etcétera...), uno fácilmente puede optar por dejar de "hacer"
objetos y dedicarse a hacer teorías (como hacen muchos), consumando así
el deslizamiento desde la obra en sí hacia sus promesas
interpretativas. La insistencia en el aspecto teórico de la práctica
artística es el común denominador de lo que se realiza en Inglaterra
(particularmente en Goldsmiths).
En las universidades inglesas
uno no tiene clases de técnicas "antiguas" (a diferencia de los sistemas
continentales). El estudiante tiene a su disposición tiempo (lo cual,
junto con el dinero, todo lo puede), así como a una serie de tutores que
le pueden ayudar, comentando lo que el pobre (también en el sentido
monetario) alumno hace. Dichos tutores suelen ser artistas que
compaginan la práctica con la enseñanza. Como casi ya no quedan
profesores vocacionales y el vil metal lo dirige todo, estos jóvenes
artistas-profesores suelen ser aquellos que, por obra y gracia del
mercado (único juez sobre lo que vale y lo que no vale), no consiguen
vivir de su práctica artística y necesitan compaginarla con este
ingrato, aunque bien pagado, pluriempleo. Ello tiene varias
consecuencias: estos tutores suelen rondar la treintena, y si, como
quien dice, el alumno se ha entretenido un poco, las edades de ambos se
rozan. Así, para este envejecido alumno resultará un poco difícil
hallarse con una especie de hermano mayor sentado en la docta tribuna.
La transmisión de consejos es más difícil si no existe un salto
generacional de por medio. Para que el alumno respete al profesor deben
establecerse jerarquías de "sabiduría"; si no, el alumno, por su
juventud y su incierto futuro, no podrá, ni querrá, aceptar consejo
alguno.
El cuestionamiento por parte de los tutores se expone
siempre desde su punto de vista personal. Como ellos también suelen ser
artistas, la posible defensa de su obra por parte del alumno puede
suponer el rechazo implícito de la del profesor. Si un alumno pronuncia
la frase: "Hago cuadros al óleo, porque la fotografía no me interesa",
ante un tutor cuya obra es enteramente fotográfica, ese acto será
percibido como una provocación insultante y no como una afirmación de
las legítimas preferencias del estudiante, creándose así una especie de
animosidad recíproca. El estudiante que sepa lo que quiere hacer deberá
andar con sumo cuidado al enunciar sus prioridades y sus opiniones, que,
sin embargo, son requeridas por la propia institución como
absolutamente necesarias, por una especie de progresismo democrático muy
bien intencionado pero de difícil puesta en práctica. Como todo
vale, el estudiante aprenderá a defender su opción con el manejo de
diversas armas, las espadas teóricas del buen posmoderno. Citar a algún
filosofo francés siempre causa buena impresión; aquí están obsesionados
con todo lo que suene a francés. ¿Será por esa amistad infectada de odio
que mantienen con sus vecinos? ¿O quizás porque citar algún término en
francés ayuda a ligar? Lyotard, Deleuze, Derrida, etcétera, les suenan a
serio. Por supuesto, otra arma imprescindible es el manejo de la lengua
inglesa (con la consecuente desventaja del foráneo). Con ella el
estudiante aprenderá a matizar sus opiniones, utilizando la suave
hipocresía del que dice lo mismo de muchas formas distintas, hasta que
al interlocutor lo amargo le sepa a dulce.
A veces las preguntas
teóricas se convierten en una especie de farsa cómica que se muerde la
cola: el estudiante será interrogado por su elección del color amarillo
en su cuadro. Deberá entonces utilizar las armas a que aludíamos para
encontrar una respuesta que deje satisfechos a los tutores; mientras no
lo consiga, no hallará el reposo teórico. Así, como ya puede imaginarse,
antes de empezar a pintar el pobre estudiante quizás tendrá temblores
frente al cuadro en blanco: tan puro será ese vacío y tan difícil
aplicar la pintura, con todas las implicaciones que serán diagnosticadas
y analizadas por los tutores, que... el color amarillo acabará siendo
descartado, salvo que el estudiante sea consciente (y, más difícil
todavía, pueda explicarlo) de todo lo que ese color implica
teóricamente. Por supuesto, esto produce una parálisis creativa
que el estudiante sólo puede superar si está convencido de lo que hace y
no le da demasiada importancia a los comentarios de los tutores; es
decir, si el aprendiz olvida de inmediato lo que aprende (esa manera de
mirar lo que uno hace como si fuese un espectador muy crítico que
desconoce al creador) y se enfrenta a aquellos que se supone que le
enseñan (es decir, a las opiniones de los tutores). Lo mejor del
aprendizaje es, por lo tanto, aprender a no aprender.
El
estudiante recibirá opiniones y consejos completamente distintos según
el tutor que esté sentado delante de él, desde el que le recomienda que
deje de pintar al óleo, por ejemplo, hasta el que le ruega que nunca
pinte con acrílico, o que mejor haga fotografías, o el que le asegura
que su obra es muy "anal", o puede también encontrarse con un tutor con
resaca. Así que el estudiante deberá estar preparado para cualquier
cosa, incluso para que guste lo que hace (¡a veces también ocurre!). En
consecuencia, resulta muy recomendable saber quién es quién; es decir,
saber qué hace el tutor en cuestión. ¿Será un pintor de textos? ¿O
quizás un fotógrafo documental? ¿O, mejor todavía, una feminista
"performativa"? Lo más recomendable es mirar en Internet para saber de
qué pie cojea (aquí el anonimato es vital, ya que rara vez el tutor te
dirá qué hace, y, aunque lo diga, nunca será más que una aproximación de
lo que le gustaría hacer). Sabiéndolo, uno se ahorrará, quizás, muchos
disgustos y podrá medir mejor sus palabras y opiniones. Pese a que
resulte triste, que el alumno deba ejercer este control permanente sobre
sus propias opiniones y que al pesar sus palabras deba ejercer de
"político" fuera de contexto es útil y ventajoso si se encuentra la
manera de hablar con tacto, pero sin dejar de decir y pensar lo que uno
cree que cree.
En este sentido, la permanente autocrítica es lo
que definiría el aprendizaje artístico en el sistema inglés, siendo la
ausencia de profundización en los aspectos técnicos (y manuales) la
parte más negativa. Pese a todo ello el estudiante aprenderá y mucho,
pero este aprendizaje no siempre se dará en la universidad.
Probablemente el estudiante exiliado, y, repito, pobre, aprenderá casi
sin darse cuenta, sin querer, paseando y observando a la siempre
desconcertante fauna humana que puebla Londres... Explicándole por qué
las novias van de blanco a un japonés, o contándole a un americano quién
es Zidane, o incluso yendo a un pub inglés con karaoke, acompañado de
un equipo femenino alemán de voleibol, será entonces cuando aprenderá a
relativizarse a sí mismo y a sus ideas. Y sólo entonces estará
aprendiendo.