¡Abajo
el arte!. ¡Viva el arte!. Desde que la primitiva visión cristiana del
mundo desapareció, la "solución" de los problemas derivados de la vida
humana ha sido tan urgente como ahora: en la era del derrumbamiento del
materialismo individual. El hombre nace y el hombre no soporta su vida.
Ante nosotros se extienden caminos abiertos, pero no podemos pisarlos,
pues carecemos de una meta que nos impulse. Lo que ansiamos conseguir
son las cosas exteriores de la vida, las cosas cuya adquisición no es en
absoluto imprescindible, que sólo supondrían para nosotros un
enriquecimiento material. Y, como seres civilizados que somos, no
estamos dispuestos a sacrificarnos por ellas, es decir, a dejar de lado
las formas de nuestra informe vida actual, o sea, nuestras realidades
sociales. He aquí la raíz que hizo posible la guerra mundial, que
condujo al cataclismo ocasionado por el impulso, sin duda violento, de
las revoluciones sociales. ¿Quién tiene todavía fe en el futuro como
"única santidad" posible?. ¿A quien incita todavía a actuar la
"glorificación de la idea"?. Es evidente que sigue escondida en los más
profundo de la conciencia del hombre: aquel que se puso como meta la
conquista de la tierra no es capaz de conquistar la tierra. Para ser
hombres hemos de añorar al superhombre, pues en el camino que nos
conduce a él llegaremos inevitablemente a ser hombres. No sabemos
convertir nuestra visión del mundo en una forma de vida, más bien la
percibimos. La ciencia es una práctica.
El arte es visión del mundo.
Sólo la creación es vida, y la vida es la materialización de nuestra
visión del mundo. El arte es creación significa que es la mayor plenitud
vital. Es la meta y también el camino. El arte no ha comenzado jamás y
jamás tendrá fin. El arte es una fuerza presente desde siempre como la
ética, la revolución, como la plétora de la vida. Por eso no existe un
arte antiguo o un arte moderno. Sólo hay arte. Y puesto que el artista
no es el dueño, sino el servidor del arte, los productos artísticos de
épocas determinadas no nos muestran el rostro del mundo, sino sólo la
humanidad que vivía en esa época, un material adecuado o inadecuado para
transmitir el arte. Pues el arte es vida, el hombre sólo puede
desarrollarse y elevarse en tanto que expresión de esa vida. Así pues,
no se puede hacer arte. El artista es como una madre: está preñado de
vida. El producto artístico moderno es equiparable a un hombre recién
nacido. En determinadas épocas sólo puede nacer un determinado género de
hombres, en determinadas épocas sólo pueden surgir productos artísticos
determinados. El impulso que mueve interiormente al artista es ese
anhelo de expresar el mundo, es decir, a sí mismo, de la forma más
íntegra posible. A consecuencia de la eterna mutación del mundo esa meta
es inalcanzable, pero el artista vive tan sólo para alcanzar esa meta.
Esa es su "tragedia" y eso es lo que lo hace "semejante a los dioses".
Cuanto más perfecto es el hombre, tanto más perfecto es su dios. No cabe
duda, como los primeros cristianos con su fe colectiva – superando un
complejo ya desvanecido cuyas torturas sólo alcanzaron a expresar una o
dos dolorosas tragedias – nos hemos aproximado más a una visión del
mundo colectiva: percibimos en nosotros mismos la vida cósmica y los
problemas de nuestra progresión se resuelven en nosotros mismos. Con
nuestra visión del mundo vivimos la propia vida, hemos cerrado el
círculo sangriento y el hombre vuelve a ser capaz de expresar el mundo.
No para imitarlo, sino para crearlo. El artista actual, en tanto hombre
con una visión del mundo, lleva consigo de nuevo la manifestación del
arte. No la imagen del mundo, sino la esencia del mundo: Arquitectura.
La síntesis del orden puro.
En el arte plástico (pero subrayo que lo que
existe como una rama y como una especialidad formal del arte existe
también en el arte mismo como unidad creadora) los primeros que
manifestaron su añoranza por esa nueva síntesis fueron los cubistas, los
expresionistas y los artistas Merz. Lo añoraban, pero no lo percibían
en su plenitud. De los tres movimientos el que corrió el camino más
seguro en esa búsqueda fue el cubismo. Ellos comprendían la disolución
del mundo y se buscaban a sí mismos en su arte hasta llegar a la esencia
de las cosas, de la construcción; el resultado que obtenían dependía
por completo de sus dotes individuales. Sus creaciones no son todavía
construcciones formales de una visión del mundo unitaria. Su síntesis no
es una síntesis a priori, sino el resultado de una análisis profundo.
Sus composiciones no son una materialización de su percepción interior
de un devenir inmutable, sino la ilustración de una voluntad científica
expresada por medios pictóricos. Sus cuadros no son creaciones por sí
mismas, sino transposiciones pictóricas (aunque en inexorable
contradicción con el "neutralismo" y reconociendo las leyes del plano)
de un mundo que se ha abierto paso hasta la conciencia por vía óptica o
anímica. Sus formas están ligadas a la corporeidad de objetos vistos o
conocidos y con sus colores tratan de llevar el lienzo perspectivas
naturales, y con ellas la "imagen" pierde definitivamente su vida
pictórica, se torna ilusoria. La teoría cubista del arte puso la primera
piedra de los fundamentos del arte de la época "moderna", pero los
propios cubistas superaron el impresionismo sólo formalmente. Pintan al
hombre, los animales, el violín, etc., descomponiéndolos
geométricamente, cuerpos de tres dimensiones en un plano bidimensional.
Sus teorías científicas, nacidas de su conocimiento del plano no
pudieron ser traducidas a formas creativas ni siquiera por sus artistas
más representativos como Léger y Gleizer. En lugar de ofrecer una
plasmación psíquica del hombre se dedicaron a creaciones "más
monumentales". Pero eso no indica otra cosa que la existencia de un
contraste temático, como sería, por ejemplo, la representación del
violinista de Picasso. Está claro que en la actualidad nosotros, con la
evolución experimentada por nuestra visión del mundo, nos hemos acercado
mucho más a la percepción de las máquinas y las grandes ciudades que
nuestros predecesores, de temperamento mucho más idílico, pero en lo que
se refiere al arte las "recreaciones pictóricas" y simbólicas de esas
cosas, no son más que creaciones de segundo orden. En la última
instancia habría que preguntarse si eso va mucho más allá que el
impresionismo; como mucho podría decirse que uno traspone con la razón y
el otro sin ella. Pero el arte es una creación que nace de una
estrictas normas internas. El que más lejos llegó de todos los
expresionistas fue Kandinsky. Sus formas carecen casi por completo de
puntos de apoyo ópticos, él califica su pintura de pintura absoluta. ¿Es
realmente la pintura de Kandinsky una pintura absoluta? Sí. Pero, ¿son
las imágenes pictóricas de Kandinsky imágenes absolutas? No.
El cuadro,
en tanto que creación que habita en una superficie plana, no debe
sugerir ningún cuerpo extraño (es decir, un cuerpo que no exista en la
imagen) y no debe representar nada. Ni siquiera un proceso psíquico.
Pero los cuadros de Kandinsky nos cuentan cosas. Si recorremos con la
mirada desde sus primeros cuadro-cuentos hasta su composición de 1920
veremos que esos mismos motivos delicados – que en los lienzos de su
primer período aparecen bajo la forma de gnomos y reinas de las hadas –
resurgen también en sus obras más recientes, ciertamente sin recurrir a
las formas analógicas, pero perfectamente identificables. Así pues, el
artista no ha creado un nuevo mundo, lo único que ha hecho es abstraer
el mundo "real". No cabe duda de que en la actualidad tampoco pinta
cuadros, sino sensaciones. Traslada al lienzo cosas que existen ya en
otros ámbitos. Ciertamente con una intensidad sugestiva, como un buen
actor que confiere una vida "poderosa" a un personaje prescrito de
antemano. Y ambas son creaciones de segundo orden. Pero el arte consiste
en crear algo de la nada. Y Kurt Schwitters, el pintor Merz, decía en
uno de sus artículos: los cuadros Merz son creaciones abstractas. ¿Qué
significa abstracto?. No existe nada que sea abstracto. Transformar en
alguna otra cosa, de alguna manera, un objeto partiendo de sus
características formales esenciales: ese procedimiento es lo que ellos
llaman abstracción. Es decir, partir de alguna cosa de alguna manera.
Schwitters, como Kandinsky, transforma sensaciones en cuadros. Ambos
artistas se diferencian tan sólo en la elección de los materiales
necesarios para expresar sus sensaciones. Kandinsky, el pintor absoluto,
se expresa mediante colores, Schwitters, sin embargo, traslada sus
sensaciones a la pintura a través del material en conjunto (y aquí
radica precisamente sus relevancia colectiva, no buscada, frente a
Kandinsky). Traslada sus sensaciones. Sus cuadros llevan títulos
concretos. Franz Mullers Draht-Fruhling (La primavera-alambre de Franz
Muller), Das grosse Ichbild (El gran cuadro-yo), etc. ¿Acaso estos
cuadros pueden ser otra cosa que elaboraciones conscientes de
cualesquiera recuerdos o descubrimientos del artista? No. Y, ¿qué pueden
ofrecernos esos cuadros? La ilusión de un mundo existente, de un mundo
que acaso haya existido o de un mundo que quizás exista en el futuro.
Pero en el mejor de los casos la ilusión apenas puede equipararse a la
creación. Sin embargo, el arte es creación. El hombre irreal vive en la
ilusión.
La visión del mundo es el sentimiento de seguridad: la mayor de
las realidades. El único criterio para medir el valor del artista es su
visión del mundo. El artista que tiene una visión del mundo es capaz de
crear lo que sea. Crear es una buena acción constructiva. Construcción
es arquitectura. El cuadro absoluto es la arquitectura de la imagen.
Aunque las revoluciones materialistas no hubieran aportado nada mas al
menos habrían aportado al hombre que piensa la certidumbre de que
limitándose a organizaciones que sirven al mantenimiento del poder,
limitándose a una revolución meramente económica, no puede resolverse el
problema de la vida actual. El orden social capitalista no sólo dispone
del militarismo y de la burocracia conservadora adecuada para asesinar
al padre, sino también de una fértil fuerza moral y por eso los
alborotos de los oprimidos siempre parecen carentes de fuerza. Y es que,
desgraciadamente, su hambre, al contrario de lo que sucede con algunos
otros frutos vitales más humanos de los capitalistas, siempre podrá ser
saciada con un pedazo de pan algo más grande.
La revolución que había de
liberar al mundo estalla y se extingue precipitándose sobre un mendrugo
de pan, como una simple revuelta. Se extingue porque carece de una
visión del mundo que la sostenga. Las masas no se han levantado porque
no puedan soportar la vida actual, sino porque se le ha prometido el
mejor de los mundos. Pero para que la humanidad sea capaz de redimirse
alguna vez hace falta no el anhelo de una vida mejor, sino, sobre todo,
que no soporten más su vida presente…¡No ha de haber camino de vuelta!
Pero, en general, eso sólo es posible si antes o, mejor aún, al mismo
tiempo, se ha producido una liberación psíquica. Y es un error pensar
que el hombre es seriamente capaz de hacer algo para el "futuro".
Vivimos y queremos vivir. Todo lo que está más allá de esta verdad no es
más que fraseología revolucionaria o contrarrevolucionaria. Pero
fraseología al fin de cuentas. Y la forma en que deseamos vivir depende
de nuestra riqueza de sentimientos. Sólo el arte es capaz de elevar el
grado de exigencia y la capacidad revolucionaria de nuestros
sentimientos. El arte no nos ordena nada, pero es lo que más potencia
nuestra capacidad. El arte nos transforma, y nosotros somos entonces
capaces de transformar nuestro entorno. Y como ha ocurrido hasta ahora,
también en la actualidad y a pesar del torbellino que agita el mundo
actual, el arte ha llegado muy cerca del punto a partir del cual tomará
forma la nueva imagen del mundo. La ciencia práctica se inclina para
servir a la reacción, el arte, por su parte, llegó a sí mismo mediante
la arquitectura, es decir, llegó a la esencia del mundo. Hoy en día
vemos claramente que el arte es arte; nada más y nada menos. Y no está
al servicio de tendenciosos intereses de clase o de partido, sino que él
en si mismo es una tendencia de la vida. Del mismo modo, la
arquitectura de la imagen no es una "forma de representación" del dios
todopoderoso, de la fatídica guerra o del amor idílico, sino una fuerza
que se manifiesta ante sí mismo. La arquitectura de la imagen no se
asemeja a nada, no cuenta nada, no empieza nada y no acaba nada.
Sencillamente está ahí.
Del mismo modo que las ciudades imposibles de
cercar, que los mares que los barcos recorren, que el bosque tentador o
que la creación más cercana a él: la Biblia. Podemos acercarnos a él por
cualquier sitio y sentir el todo en cualquier punto. Sencillamente está
ahí porque tenía que estar por efecto de su propia fuerza. Y en su
existencia es inexorable. Forma parte del carácter de las escuelas
artísticas modernas que, como sus predecesoras, aspiran a imitar la
realidad. Por ejemplo, refiriéndonos a los cuadros expresionistas, si se
desea que impresionara a los espectadores había que buscar un ambiente
adecuado, lo más "positivo" posible. Si la imagen era trasladada a un
ambiente "malo" desfallecía como una flor cortada, sus colores
empalidecían o adquirían excesivo color, sus formas se diluían. El
"experto" afirmaba que la imagen no soportaba ese entorno. En el caso de
la arquitectura de la imagen ocurre justamente lo contrario. Crece en
un ambiente enraizado en una fuerza que habita en su interior y lo que
la rodea no manda sobre ella. Sino que soporta su peso. Quien haya
acabado amando la arquitectura de la imagen ha de rechazar cualquier
clase de forma de vida pequeño burguesa y, consecuentemente, también su
propio yo pequeño burgués. La arquitectura de la imagen no crea
ilusiones, sino que es realista, no es abstracta, sino naturalista en
sentido estricto. Especialmente cuando aparece junto a esa pintura
imitativa bautizada como "naturalismo" como una naturaleza imitativa de
la que no se distingue en nada: ni de los árboles, ni de los hombres,
las montañas u otros "milagros de la naturaleza". Así pues, la
arquitectura de la imagen ya no es un cuadro en el sentido académico del
término. Es un activo compañero de nuestra vida, símbolo del universo
con el que deseamos fundirnos o combatir por nuestra vida. Es un
enriquecimiento o algo que nos fuerza a enriquecernos. Por encima de la
salsa de colores y de la cabellera de líneas del estudio emergía ante
nuestros ojos la arquitectura pictórica como una unidad compuesta por
tres elementos: simplicidad, seguridad y verdad. Surgía como
representante de la época y nos permitía reconocer el plano – como un
espacio real y aprovechable – y las formas de una fe vital colectiva.
Hasta este momento el artista se había plantado ante su lienzo lleno de
inspiración y el más feliz de todos ellos era aquel que se sentía capaz
de asumir el influjo del mundo de tal forma que conseguía trabajosamente
introducir y fingir para sí mismo y también para el público una
"perspectiva" engañosa. Sabemos muy bien que cuando pintamos un cuadro
no perforamos ningún túnel ni construimos casa alguna. Pero construimos
un cuadro. La arquitectura pictórica no construye dentro del plano, sino
a partir del plano. Se limita sencillamente a partir del plano en
cuanto que fundamento predeterminado, no abre perspectivas hacia
adentro, lo cual no pasaría de ser una mera ilusión, sino que entra con
sus sucesivas capas de colores y de formas en el espacio real y así es
como el cuadro alcanza una eterna posibilidad de vida pictórica: la
perspectiva natural.
La arquitectura de la imagen, así pues, tiene en
cuenta, al igual que la arquitectura en general, las leyes de la
gravitación y de la física. La perspectiva que nace entre las formas y
los colores no procede de la aparente construcción sucesiva de los
cuerpos representados, sino de la propia corporeidad de los colores y
superficies formales realmente presentes en el cuadro. Por eso es por lo
que esos colores y formas respiran vida, viven su auténtica vida real,
por contraposición a lo que ocurre con la decoración hecha de formas y
colores, que es como los buenos críticos acabarán llamando alguna vez a
esta clase de arte. Decorar es llenar la superficie, construir imágenes
es construir en el plano. Por eso, nuestros cuadros no son como si, sino
que, sencillamente, son. Actúan directamente sobre nosotros y ese
efecto no es el que producirían al ver hablar, dibujarse o moverse un
retrato copiado, o un paisaje o una construcción de las más modernas
ilusiones mecánicas. Y por eso nuestro arte es una creación primaria y
nosotros, iguales a nosotros mismos en cada construcción, partimos de
nuestro propio territorio, del plano, como punto de partida hacia el
espacio, y del mismo modo ya no estamos al servicio de nada, sino que
pretendemos transformar el mundo a nuestra imagen y semejanza. Y no por
medio de la táctica, como los políticos, y no por medio de la técnica,
como chupatintas o un galeote del pincel. Pues para el arte no se
necesita técnica, la técnica es rutina y la rutina es reptar por la
superficie. Es decir, lo contrario del arte. La arquitectura pictórica
derriba todas las escuelas incluso nuestra propia escuela.
La
arquitectura pictórica no se ata a ningún material ni a ningún medio
determinado: al igual que el arte Merz considera válidos todos los
materiales y medios para expresarse. La arquitectura pictórica no hace
psicología. La arquitectura pictórica no quiere nada. La arquitectura
pictórica lo quiere todo. La arquitectura pictórica se ha liberado de
los brazos del "arte" y ha superado al dadá. La arquitectura pictórica
piensa que ella es el comienzo de un nuevo mundo. La arquitectura
pictórica no quiere crecer dentro de una habitación. La arquitectura
pictórica quiere ser la habitación misma, ¡quiere ser incluso tu vida
personal!. La arquitectura pictórica es tan simple como la suela de una
bota, y sin embargo, es el punto de partida de la perfección. La
arquitectura pictórica es enemiga de toda clase de arte, pues sólo de
ella nacerá el arte. La arquitectura pictórica: 2x2=4. La arquitectura
pictórica es el alfa. La arquitectura pictórica ha asesinado los
quejumbrosos zigzags y el abigarramiento idílico. La arquitectura
pictórica piensa que también la línea recta es una espiral infinita. La
arquitectura pictórica ha traducido el espectro cromático al blanco y al
negro. La arquitectura pictórica se considera el cenit del hombre. La
arquitectura pictórica no quiere morir colgada en una pared. La
arquitectura pictórica es una ciudad de calibre americano, una torre
acristalada, un sanatorio para enfermos de los pulmones y quiere ser
también una fiesta popular. La arquitectura pictórica es arte, el arte
es creación y la creación lo es todo.
MA, VII, n° 4, Viena, Marzo 1922 Extraído del cat. de exp. Lajos Kassák y la vanguardia húngara. IVAM, Centre Julio González, Valencia, España, 14 de Julio – 28 de Septiembre de 1999, págs. 88 - 93 Fuente: www.ddooss.org