Manet Edouard - Olympia, 1863.
Se podría afirmar sin dudarlo que un chimpancé
con cuernos y plumas verdes no es un chimpancé. En todo caso, es un no-chimpancé
, un ejemplar "degenerado" dentro de la familia de los chimpancés.
Es decir, un individuo que ha mutado tanto que ha perdido las
características esenciales de los chimpancés y, por ende, no es posible
seguir considerándolo como parte integrante de esa especie. También
podemos afirmar que un hombre que abusa sexualmente de un niño es un
degenerado. Es algo en lo que, con seguridad, podría ponerse de acuerdo
la práctica totalidad del mundo civilizado.
Pero, aplicado al arte, el término
"degeneración" se vuelve mucho más complejo. Al fin y al cabo, para
considerar que el legado artístico de una época concreta o de un grupo
de artistas es "degenerado", primero tendríamos que definir cuáles son
las características propias del arte, y esto no es tarea fácil. Es fácil
ponerse de acuerdo sobre qué características son propias de los
chimpancés, pero no sobre qué hace que una pintura, un objeto, o una
sinfonía sean considerados fenómenos artísticos, y otros no.
No obstante, el concepto "degeneración" ha
estado muy presente en el arte de los últimos dos siglos. Cuando, en
1865, Manet expuso por primera vez su Olympia en el Salon des
Refusés, esta obra fue considerada degenerada. Ante la tela, se formaron
largas colas de irritados espectadores que agitaban coléricamente sus
bastones exigiendo su inmediata retirada. A estos airados señores no les
bastaba con que el cuadro hubiera sido rechazado en el salón oficial;
lo consideraban inaceptable y querían verlo destruido. Recordemos que el
Salon des Refusés ("Salón de los Rechazados"), por usar un término
actual, era un salón "alternativo", donde a los artistas rechazados por
los jurados del salón oficial se les permitía exponer sus obras. ¿Qué
había en Olympia para provocar tales altercados? ¿Cómo es
posible que el público se sintiera tan molesto por su mera existencia?
No podía ser únicamente porque ponía en tela de juicio los pilares del
arte académico. En aquellos momentos, Olympia fue percibida
por la sociedad más conservadora como un auténtico atentado terrorista
contra la decencia, el cual debía ser combatido a sangre y fuego, pues
retrataba a una "mujer de la calle" -la modelo era una conocida
prostituta- mostrando su cuerpo desnudo, sin ninguna coartada mitológica
y mirando con descaro al espectador. Aquello era un escándalo
intolerable que la burguesía parisina no estaba preparada para digerir.
Pero Manet, a pesar del rechazo que suscitó su
obra, fue un artista visionario, un hombre adelantado a su tiempo cuya
trabajo abonaría el jardín donde pocos años después florecería el
Impresionismo. Por otra parte, muy pocos de aquellos artistas académicos
cuyas obras eran aceptadas en el salón oficial son recordados en
nuestros días.
Unos años después del episodio de la Olympia
, Vincent van Gogh protagonizó un capítulo esencial para entender
las vanguardias del siglo xx . Entre 1884 y 1890, su paleta recorrió el
largo camino que va desde los oscuros colores de Los comedores de
patatas a los cielos azules y los campos de trigo inundados de sol
de sus cuadros de Arles. Su obra abriría una de las puertas más
transitadas por el arte moderno, la del color como expresión de los
estados de ánimo, y serviría de lanzadera, entre otros, al Expresionismo
alemán, al Fauvismo y al Futurismo. Sin embargo, Van Gogh sufrió en
vida la indiferencia de un público que veía tras sus fieras pinceladas
la mente de un lunático, de un individuo degenerado. Irónicamente, más
de cien años después de su muerte, sus obras alcanzan cifras
astronómicas en las subastas.
En 1892, el periodista y crítico de arte alemán
Max Nordau escribió el tratado Entartung (Degeneración), en el
que atacaba duramente a los prerrafaelitas y a los simbolistas,
acusándoles de perturbados mentales -de nuevo, degenerados-, y
proclamaba la superioridad de la cultura alemana. Éste y otros tratados
racistas fueron cruciales en la forja ideológica del Nacionalsocialismo,
cuyas riendas llevaba -no debemos pasarlo por alto- un pintor
frustrado, Adolf Hitler. En los años treinta, el gobierno nazi clausuró
museos de arte moderno por toda Alemania, confiscando más de 16.000
obras de arte consideradas, una vez más, "degeneradas". En palabras del
propio Hitler: "Es deber del Estado, y de sus líderes, impedir a un
pueblo caer bajo la influencia de la locura espiritual". Para el Führer,
aquellas obras estaban tan sumamente alejadas de los cánones
tradicionales del realismo alemán que no podían ser sino abortos de
cerebros enfermos, de judíos o de agitadores bolcheviques. Todos los
"ismos" cabían en aquel saco: Cubismo, Surrealismo, Dadaísmo... Todos y
cada uno de ellos debían quedar simple y llanamente excluidos de la
Historia del Arte. Muchas de estas obras confiscadas, las más valiosas,
fueron reunidas en 1937 en la exposición itinerante Entartete Kunst
(Arte Degenerado) y posteriormente vendidas a marchantes extranjeros.
El resto, aquellas que sus tasadores determinaron como obras menores,
fueron quemadas en el "redentor" fuego de Berlín de 1939. Artistas de la
talla de Otto Dix, George Grosz, Paul Klee, Henri Matisse, Pablo
Picasso y muchos otros fueron considerados como individuos peligrosos
para el régimen nazi, y sus obras, eliminadas de los museos en aras de
la purificación de la cultura alemana.
Han pasado más de sesenta años desde que
finalizó la Segunda Guerra Mundial. Ha habido profundas revoluciones en
el sentir, en el pensar, en el vivir en Occidente. Muchos de aquellos
artistas antaño vilipendiados son reconocidos hoy como grandes maestros.
Las "vanguardias" se han convertido en clásicos. Están en las
enciclopedias y pueblan las paredes de los museos. Hemos visto el auge y
la caída del expresionismo abstracto, del arte pop, del hiperrealismo,
del op art, del arte cinético, del arte minimal, del arte conceptual,
del neoexpresionismo de los ochenta... Si a principios del siglo xx, con
las vanguardias, los caminos del arte se bifurcaron en una decena de
direcciones distintas, después de la Segunda Guerra Mundial lo hicieron
en un centenar... Hasta llegar a la actualidad, donde hay tantos caminos
como artistas.
Ahora bien, está claro que Manet luchaba contra
el academicismo, contra aquellas poses amaneradas carentes de sentido,
contra aquel clasicismo estéril que huía de la realidad. Los
expresionistas alemanes, por su parte, criticaron duramente los abusos
de aquella sociedad decadente y fanática que encendió la mecha de la
Primera Guerra Mundial. Pero, ¿contra qué luchan los artistas de hoy?
¿Qué nuevas formas de ver las cosas quieren mostrarnos? ¿Qué pretenden
hacer evolucionar?
En 1989, Jeff Koons presentó al público una
escultura de porcelana que mostraba a Michael Jackson con un chimpancé.
Años después, se casaría con la actriz porno italiana Cicciolina,
editando para la ocasión un pornográfico libro de boda en el que los
recién casados interpretaban sin tapujos todo tipo de acrobacias
sexuales. En 1991, Marc Quinn se extrajo tres litros de su propia sangre
para hacerse un autorretrato, un grotesco molde de su propia cabeza en
sangre coagulada. La pieza fue adquirida por un coleccionista privado,
el magnate de la publicidad Charles Saatchi. También de 1991 data The
Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (La
imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo), de
Damien Hirst, un enorme tanque de cristal con un tiburón muerto flotando
en formaldehído con el que el artista pretendía mostrar que nadie sabe
qué son en realidad los sentimientos. Un año después, en 1992, Sarah
Lucas expuso la obra Two Fried Eggs and a Kebab (Dos huevos
fritos y un kebab), que consistía en una mesa con dos huevos fritos de
verdad y un kebab, que cada mañana se compraba en un "döner kebab"
cercano. Y este mismo año, en arco , una galería ha exhibido una réplica
tridimensional de la soldado Lynndie England torturando a un prisionero
en la cárcel de Abu Grahib.
Evolucionar implica entrar en un mundo incierto y
oscuro donde hay que dejar de lado los viejos principios y aceptar
otros nuevos. Es un trance doloroso, como todos los cambios, y hay que
ser valiente para recorrerlo. Quizás sea ese el motivo por el cual la
visión de lo nuevo perturba a aquellos que están cómodamente asentados
en los usos del pasado, aquellos que se niegan a evolucionar. No
obstante, el arte actual parece tan efímero como aquellos huevos fritos
de Sarah Lucas que había que reponer cada día. Todo tiene fecha de
caducidad, cada pocos años el fenómeno artístico fluctúa, muta, da giros
de 180º. No hay movimientos, hay individuos, y sin que tengamos tiempo
de saber qué nos quieren contar, aparecen otros y nos cuentan lo
contrario. Los mensajes se superponen unos a otros, sin orden ni
concierto, y las galerías están llenas de obras que nadie entiende.
Me planteo la siguiente cuestión: Si un
espectador cualquiera, cuando ve en una galería, por ejemplo, el tiburón
de Damien Hirst se pregunta "¿Qué tiene que ver esto con el arte?", o,
yendo aún más lejos, "¿Realmente es esto reconocible como arte?", y
concluye que ese objeto no es reconocible como arte y que, por lo tanto,
es no-arte o arte "degenerado", ¿qué podríamos deducir de
esta apreciación? ¿Acaso que este espectador es un infecto reaccionario
aferrado como una lapa al pasado? ¿O, por el contrario, que tiene razón y
aquello es una degeneración de lo que se entiende como arte? A priori,
la solución a esta pregunta no parece fácil. Unos pensarán que no es
arte, y otros, que sí, y ambos encontrarán sobrados argumentos para
defender sus posturas. Al fin y al cabo, son muchos los artistas
incomprendidos en su época que fueron considerados genios por las
generaciones posteriores. Quién sabe si, al igual que en su día no se
entendieron la Olympia de Manet y los encendidos colores de
Van Gogh, muchos no entendemos el tiburón de Damien Hirst o las
esculturas de Jeff Koons. Quién sabe si tampoco entendemos determinadas
obras supuestamente "vanguardistas" que forman parte de las colecciones
del Guggenheim, del Institut Valencià d'Art Modern o del Museu d'Art
Contemporani de Barcelona... o las que ganan cada año el prestigioso
Premio Turner, o muchas de las que se exhiben en cada edición de arco .
Pero lo que sinceramente me extraña es que nunca
se formen largas colas de irritados espectadores exigiendo la retirada
de ninguna obra, ni siquiera la de aquellas que nadie comprende. Parece
que, en general, el público de nuestros días prefiere acariciarse
suavemente el mentón y entornar los ojos, queriendo hacer ver que
comprende y aprecia todo lo que los artistas muestran, ya sea un animal
disecado, una caca enlatada o un rostro de sangre coagulada.
Degeneración . 2. Pat .
Alteración de los tejidos o elementos anatómicos, con cambios en la
sustancia constituyente y pérdida de sus caracteres funcionales. 3. Pat.
Pérdida progresiva de normalidad psíquica y moral y de las
reacciones nerviosas de un individuo a consecuencia de las enfermedades
adquiridas o hereditarias. ( rae )
Tomado de:
Lápiz. Revista Internacional de Arte nº 212