Posted by E.J. Rodríguez
Presence of Mind 1960, Rene Magritte
Lo vi hace muchos años, en un reportaje
en la televisión. Trataba el tema de la esquizofrenia, y mostraba a
pacientes en instituciones mentales cuyas actitudes iban —dependiendo de
la gravedad de su estado— de un ensimismamiento autista repleto de
movimientos extraños a la capacidad de mantener una conversación
bastante normal. Los esquizofrénicos que aparecían en pantalla no eran
algo que yo hubiese visto en la vida real, y causaban una mezcla de
curiosidad y cierto miedo. De todos modos, todo aquello no era algo que
un televidente impúber pudiese entender muy bien.
Pero entonces comenzaron a mostrar algo
que, creo, cualquier niño puede captar rápidamente: dibujos. Eran las
pinturas de algunos de aquellos pacientes; no recuerdo ya prácticamente
ninguna, pero hubo una que por alguna razón se me quedó grabada: la
figura de un hombre con traje y corbata, perfectamente normal, pero cuya
cabeza era una bombilla eléctrica. Después mostraron otros dibujos del
mismo paciente: siempre aparecían aquellos hombres con traje, corbata y
cabeza de bombilla. El arte pictórico de aquellas mentes enfermas podía
contener una extraña fuerza; más tarde, al hacerme mayor, descubrí que
—lógicamente— no había sido el primero en notarlo y que incluso se
habían fundado corrientes artísticas enteras bajo la influencia del arte
esquizofrénico.
Freud o el exorcismo de la locura
Las teorías psicológicas de Sigmund Freud
lo cambiaron todo. Incluso el arte. La locura había sido durante siglos
una condición maldita: incluso cuando no era considerada una posesión
diabólica —postura desgraciadamente muy común— provocaba incomprensión y
rechazo. La gente podía asustarse incluso de sus propios sueños, cuando
estos eran demasiado extraños, porque no entendían los mecanismos
mentales que había detrás. El loco, en la literatura o el arte, era
siempre una figura trágica; el bufón de Dios, cuyas ideas aberrantes
eran objeto de burla, de ocultamiento o de piedad, pero nunca de
imitación. A nadie se le hubiese ocurrido que las ideas nacidas en la
locura podrían servir de inspiración —al menos directa— para el arte.
Freud mostró al mundo que las ideas
aberrantes no eran necesariamente producto de una maldición: explicó los
sueños, por ejemplo, y lo de menos es que su explicación fuese certera o
no. Lo importante era la idea de que el consciente no es el único dueño
de la mente, y que existe un subconsciente irracional dentro de todos
nosotros. Algo que produce los sueños y, en aquellas personas cuyas
barreras entre realidad y fantasía se rompen, también las alucinaciones y
delirios. Una explicación científica que permitía aceptar la locura.
Los literatos y especialmente los
pintores fueron quienes con mayor fervor recibieron este nuevo concepto
de la locura. Ahora que los desvaríos del subconsciente —aberrantes para
la razón— ya no eran obra de Satán o de una condenación contagiosa,
sino el mero resultado de procesos explicables de la mente, podían ser
observados sin miedo, aceptados e incluso imitados. Los artistas
empezaron a sentirse atraídos por la originalidad, la variedad y el
sorprendente abanico de símbolos y temáticas que residen en el
subconsciente. El auge de corrientes artísticas como el expresionismo
invitó a muchos de esos artistas a explorar la cara oculta del alma en
busca de inspiración. Los sueños eran la fuente más inmediata y natural;
otros recurrían a las drogas alucinógenas o la absenta para provocarse
esos delirios que desembocasen en imágenes inspiradoras. Otros no
tardaron en descubrir que los pacientes mentales dotados de habilidades
artísticas producían por sí mismos imágenes tan originales e impactantes
como las que estaban buscándose en el mundo onírico del sueño o como
resultado del consumo de estupefacientes. Los locos habían sido, desde
tiempos inmemoriales, los pioneros del surrealismo. Sólo que nadie les
había prestado atención hasta entonces.
Los esquizofrénicos fueron el principal
objeto de culto por parte de los artistas que buscaban llevar los
productos del subconsciente a sus lienzos. Los pintores empezaron a
visitar las instituciones psiquiátricas en busca de inspiración.
Evidentemente no todos los pacientes mentales son capaces de dibujar o
pintar; como entre las demás personas los hay que tienen talento, y los
hay —una mayoría— que no. Pero incluso quienes no eran especialmente
hábiles dibujaban temas sorprendentes y figuras de retorcida
originalidad que eran muy cotizadas por los artistas. Si la imaginación
es la capacidad para generar imágenes en nuestra mente, qué duda cabe
que los esquizofrénicos tienen una imaginación florida: el único
problema es que no la pueden controlar.
Dibujar o pintar es una actividad
relajante, que servía a muchos esquizofrénicos para centrarse y al mismo
tiempo expresar sus obsesiones y fantasmas. Cuando no tenían síntomas,
podían realizar pinturas con temas perfectamente normales. Pero cuando
dejaban traslucir sus trastornos, sus mentes quebradizas producían todo
tipo de imágenes de cruda espontaneidad, que según la gravedad de sus
síntomas variaba desde escenas que combinaban el naturalismo de la
realidad con ciertos elementos aberrantes surgidos de la fantasía, hasta
incomprensibles galimatías geométricos destinados a mitigar su
ansiedad.
De lo primero —pinturas más o menos
realistas donde se cuelan elementos irracionales— se nutrieron
abiertamente un buen número de pintores surrealistas. René Magritte,
por ejemplo, solía abundar en conceptos como la disociación (figuras
cuyo rostro se separaba del cuerpo; edificios a oscuras con luces
nocturnas frente a un cielo diurno), la confusión (barcos hechos del
mismo océano sobre el que navegan, manzanas en lugar de cabezas) o el
cambio de propiedades de la realidad (rocas flotantes, hombres caminando
sobre el aire, espejos con refracciones anómalas). Estos curiosos
simbolismos pictóricos eran muy similares a los que se presentan en la
obra de ciertos esquizofrénicos; aunque algunas drogas y en menor medida
los sueños pueden producirlos también, no aparecen con la misma
abundancia ni son tan concretos como los que causan los procesos de
enfermedad mental. Hoy en día hemos contemplado casi un siglo de arte
surrealista y puede parecernos que no son ideas especialmente
originales, pero en su momento suponían una auténtica ruptura porque
provenían de uno de los pocos ámbitos que el arte no se había atrevido a
explorar: la locura. Otros grandes surrealistas como Max Ernst, Giorgio de Chirico o Salvador Dalí
solían ofrecer, sin embargo, una versión más elaborada del surrealismo,
generalmente más cercana al mundo onírico que a la pseudorrealidad
quebrada de la esquizofrenia, pero incluso ellos se sentían atraídos e
influidos por las derivaciones pictóricas de la enfermedad mental.
Chirico, particularmente, introducía elementos esquizoides —como la
sustitución de partes corporales por objetos o huecos— en algunos de sus
cuadros, como La comedia y la tragedia o Las musas.
Jean Dubuffet
Pero si hubo alguien que convirtió esa atracción en toda una corriente pictórica nuevo fue Jean Dubuffet.
Adolf Wölfli
Art Brut: el arte que viene de los márgenes
Con el antecedente del fauvismo de Henri Matisse —un
uso crudo, infantil, de los colores— y el apogeo del expresionismo y el
surrealismo, ambos atraídos por los productos del subconsciente, era
cuestión de tiempo que alguien proclamara su interés por una pintura
completamente alejada de la academia, producida por seres artísticamente
inocentes no contaminados por las influencias del mundillo pictórico.
Esto es, artistas a quienes no se
reconoce como artistas porque producen su obra fuera de los márgenes de
la cultura oficial —niños, pacientes mentales, o personas anónimas de
todo tipo— ya no eran simplemente una influencia para los surrealistas y
demás, sino autores perfectamente respetables con obras dignas de ser
estudiadas por sí mismas. El impulsor de ese nuevo interés fue Jean
Dubuffet, quien no se limitó a recoger la influencia de esos artistas no
reconocidos; quiso reconocerlos directamente, sacarlos a la luz.
El mundo empezó a descubrir que los
pacientes mentales producían toda clase de dibujos y cuadros tan
fascinantes como los de ciertos grandes artistas que se inspiraban en
ellos. Desde las figuras surrealistas producto de visiones y delirios
que había imitado Magritte hasta intrincadas obsesiones geométricas y
extraños juegos de perspectiva que solían ser producto de fases
avanzadas de la esquizofrenia. Algunos de aquellos individuos alcanzaron
cierto renombre entre los círculos pictóricos y aún hoy se les cita en
libros de arte, pese a que no pertenecen a ninguna corriente concreta
(Art Brut es más una etiqueta colectiva que descriptiva). Aunque a
menudo las obras de estos pacientes mentales tienen algunas
características comunes —como la fijación por al barroquismo geométrico,
los rostros y los ojos— son lo bastante diferentes entre sí como para
poder englobarlas en un estilo determinado. Se fue descubriendo las
interesantes obras de gente como el alemán Paul Gösch,
un esquizofrénico que pintaba composiciones coloristas y muy complejas,
en donde aprovechaba rincones de la pintura para incluir escenas en
miniatura casi a modo de viñetas (algo que algunos esquizofrénicos,
especialmente los más hábiles artísticamente, hacen a veces). Su
cromatismo infantil y las superposiciones de figuras con entrelazados y
transparencias eran, si no pictóricamente sólidas, al menos sí muy
interesantes; por desgracia, Gösch murió en un campo de exterminio
durante una de las "limpiezas” eugenésicas del régimen nazi.
El que los artistas del Art Brut fuesen
"artísticamente inocentes” no significaba que fuesen inocentes también
en otros aspectos. De hecho, algunos de estos pintores y dibujantes
despertaron fascinación por su obra pero eran individuos más bien poco
recomendables. Adolf Wölfli fue un psicótico de
turbulenta vida y personalidad agresiva cuyos dibujos a lápiz mostrando
las habituales obsesiones esquizoides por los ojos, las caras y un
abigarrado barroquismo geométrico traspasaron los muros de la clínica
donde estaba recluido y llegaron a los círculos artísticos, causando
bastante impresión entre los pintores del momento. Había tenido una
infancia traumática, en la que fue objeto de abusos sexuales y
posteriormente entregado a un orfanato. En su edad adulta fue acusado
varias veces de abusar sexualmente de niños y terminó recluido en un
sanatorio mental, cuyas celdas de aislamiento visitaba a menudo a causa
de sus arrebatos violentos. Pese a su terrible personalidad, Adolf
Wölfli era y aún es considerado un artista influyente, y puede
considerársele una de las figuras claves del Art Brut. Sus dibujos,
hechos generalmente con lápices de colores, tienen un estilo muy
característico y han servido de inspiración a no pocos artistas
contemporáneos y posteriores. Sus composiciones geométricas típicamente
esquizoides, que en ocasiones incluso recuerdan a ciertas artes
tribales, están entre lo más pictóricamente interesante del "arte
marginal”.
Madge Gill
También interesante es la obra de Madge Gill,
una inglesa que creía estar en contacto con los espíritus del Más Allá y
cuyos dibujos en blanco y negro son una expresión de esos supuestos
contactos. Sus apretujadas celosías de líneas, tras el aspecto inicial
de garabatos, muestran un apreciable gusto para la composición y un
admirable sentido del equilibrio. Pese a llevar una vida relativamente
normal (incluso formó una familia) aseguraba estar guiada por un
espíritu —llegaba a firmar sus obras con el nombre de ese espíritu— y
pese al interés de terceros en promocionar su trabajo y dar a conocer su
talento, siempre fue reticente a exponer y se negaba en redondo a
vender sus obras, la mayor parte de las cuales no fueron de acceso
público hasta que Madge murió. Otro gran descubrimiento fue el del
mexicano Martín Ramírez, un paciente
esquizofrénico cuyos dibujos —sencillos pero extrañamente inquietantes—
mostraban una constante obsesión por puertas, vanos, arcos y espacios
vacíos que traslucían la profunda inseguridad e incertidumbre de su
estado mental. Sus juegos de perspectivas con túneles, columnas y raíles
fueron muy apreciados en los círculos artísticos y siguen causando gran
impresión hoy; es uno de los artistas esquizofrénicos más originales y
característicos (si es que no lo son todos en cierto modo,
evidentemente).
No menos impresionante es la obra póstumamente descubierta de Felipe Jesús Consalvos,
un cigarrero cubano cuya familia se trasladó a los Estados Unidos,
donde de manera anónima realizó la mayor parte de su trabajo. Durante su
vida, totalmente al margen de los círculos artísticos, Consalvos
produjo extraordinarios collages utilizando fotografías, etiquetas de
tabaco y fajas de puros, generalmente en formato de cuadro, aunque
también las usó para forrar algunos objetos tales como instrumentos
musicales. Como ocurre a menudo en estos casos, sus impresionantes
collages fueron descubiertos por el público tras su muerte. Su obra es
tan impactante y demuestra un talento tal, que se le considera uno de
los "artistas marginales” más grandes y reconocibles del mundo. Se sabe
bien poco sobre su figura, aunque el estilo abigarrado de sus collages,
su expresividad tan directa y la fijación con determinados temas parecen
indicar que Consalvos pudo sufrir algún tipo de trastorno mental, o
como mínimo una angustia intensa que necesitaba mitigar centrándose en
tan milimétricos y complejos trabajos.
El canadiense William Kurelek
llamó mucho la atención por sus cuadros que basculan entre diversos
estilos; aunque una de las obras en las que más claramente se trasluce
su esquizofrenia es El laberinto, un enorme mural representando
un cráneo tirado en el suelo, en cuyo interior —un poco al modo de Paul
Gösch— pueden verse diversas escenas de tristeza o acontecimientos
traumáticos. Quizá sea su cuadro más célebre por lo impactante del
contenido (y por su tamaño), pero casi toda la obra pictórica de Kurelek
merece mucho la pena. Willem Van Genk
era un holandés diagnosticado de esquizofrenia y autismo, cuyas
composiciones sobre ciudades, estaciones abarrotadas de gente,
dirigibles, aviones, barcos o puentes recuerdan por su colorismo y
complejidad a los collages de Consalvos, aunque también tiene algunos
dibujos de tono más naturalista. Como el artista cubano, Van Genk
también tenía pasión por decorar profusamente objetos, entre ellos
algunos tan curiosos como una colección de impermeables.
Más allá de la pintura
El "art brut” o arte marginal,
evidentemente, terminó sobrepasando los límites de la pintura. Tiene
incluso su vertiente literaria: por ejemplo, Richard Sharpe Shaver fue un artista norteamericano cuyos delirios resultaban tan fascinantes que el editor de la revista de ciencia ficción Amazing Stories los
publicaba en forma de relatos, dando a Shaver a conocer a los lectores
habituales de la publicación. Shaver sufría toda clase de paranoias muy
elaboradas: había comenzado un buen día a escuchar los pensamientos de
quienes le rodeaban, lo cual fue sólo el comienzo de una serie de
revelaciones fabulosas. dijo haber descubierto el primer idioma de la
Tierra, el "mantong”, que le permitía hallar significados ocultos tras
los sonidos y las palabras. Había averiguado que en profundas cuevas
habitaba una antiquísima raza, la mayoría de cuyos integrantes había
salido al espacio para huir de la radiación solar, pero de los que aún
quedaban algunos en el planeta Tierra, embrutecidos por los siglos de
encierro, aunque poseían naves espaciales y estaban en estrecho contacto
con civilizaciones alienígenas muy avanzadas. Según Shaver,
determinadas piedras ("libros de roca”) contenían mensajes de aquella
antigua raza. Las historias e ilustraciones de Shaver, aunque estuvieron
siempre rodeadas de polémica —hubo quien acusó a la revista de haberse
inventado un personaje ficticio como reclamo publicitario—alcanzaron
bastante repercusión y fue una curiosa figura que anticipó la fiebre
OVNI desatada en 1947.
Henry Darger
Bastante más perturbadoras son las ilustraciones de Henry Darger,
quien como en otros casos similares vivió su infancia entre orfanatos e
instituciones mentales, pero después llevó una vida aparentemente
anodina, obsesionado con la religión —iba a misa varias veces al día— y
aquejado por un síndrome de Diógenes que le hacía
recoger toda clase de basura inservible de las calles. Su monumental
obra se descubrió sólo después de su muerte, cuando se encontró en su
habitación un alucinógeno manuscrito de 15.000 páginas con el largo y
enrevesado título La Historia de las Chicas Vivian, en los llamados
Reinos de lo Irreal, sobre la Guerra-Tormenta Glandeco-Angeliniana
causada por la Rebelión de los Niños Esclavos. Aunque casi nadie se
ha leído entera la enorme novela —que al parecer no es más que una
insensata sucesión de sobrecargadas mitologías, aunque no sin interés
por lo extravagante del universo que crean— se sabe que La Historia de las Chicas Vivian
representa uno de los lados más oscuros del "arte marginal”. El libro
narra unas guerras en un mundo fantástico donde los niños tienen un gran
protagonismo, y describe numerosas veces las horribles torturas y
muertes a que son sometidos. Aunque no se conoce que Darger cometiese
actos violentos contra niños (se sospecha a veces de que pudo asesinar a
una niña, aunque no hay pruebas para afirmarlo y podría tratarse de una
simple habladuría causada por su fijación por las noticias de crímenes
con víctimas infantiles) las numerosas ilustraciones con que acompañó su
manuscrito ponen, en ocasiones, los vellos de punta. No sólo por las
frecuentes escenas de desnudez sólo aparentemente inocente —no dibujaba
escenas sexuales pero parece evidente una fascinación fuera de lo normal
por los cuerpos de niños y niñas de corta edad— sino por las
sangrientas representaciones de violencia y torturas de todo tipo.
Además, uno de los rasgos más extraños es que suele dibujar a las niñas
con órganos sexuales masculinos: se dice que podría deberse a que Darger
desconocía la naturaleza de los genitales femeninos, porque nunca
habría tenido relaciones con mujeres temiendo que alguna de ellas fuese
su hermana, a la que se había dado en adopción y cuyo físico él no
conocía. Tampoco habría consumido pornografía debido a sus fijaciones
cristianas. En todo caso, Darger es verdaderamente un artista marginal:
no sólo fue conocido de modo póstumo, sino que el conjunto de su obra
pictórica es demasiado extraña en el fondo —y no lo bastante en la
forma— como para causar imitación más allá de la mera contemplación o
del merio estudio psicológico. Sus dibujos son buenos, pero salvo por
sus temas, menos impactantes que los de otros artistas marginales.
Ferdinand
Cheval posando frente a su Palacio Ideal. A la derecha, el mausoleo que
construyó para sí mismo y donde está enterrado.
Uno de los casos sin duda más sorprendentes es el de Ferdinand Cheval,
un cartero rural francés que un buen día encontró una piedra y,
repentinamente inspirado por no se sabe muy bien qué, vio en ella la
forma básica de una construcción. Diariamente, en su trayecto para
repartir el correo, recogía piedras que después iba añadiendo a esa
construcción. Fue haciéndolo día tras día, ignorado por sus paisanos,
que le consideraban poco menos que el tonto del pueblo. Cheval siguió
con su obra durante muchos años y a principios del siglo XX su "Palacio
Ideal” fue descubierto con absoluto pasmo por artistas de la talla de Pablo Picasso. El barroquismo de su espontánea arquitectura, que recuerda tanto al estilo Gaudí
como a ciertos templos orientales, despierta asombro incluso hoy en
día: además de su célebre palacio, es buena muestra de su talento el
mausoleo que, durante siete años, construyó para sí mismo en el
cementerio.
El hombre que pintaba a los gatos
Louis Wain, antes de sufrir enfermedad mental, junto a uno de sus gatos.
La mayoría de los pintores
esquizofrénicos fueron descubiertos cuando ya se había diagnosticado su
enfermedad y su obra conocida ya estaba marcada por la misma. Pero lo
ideal para observar la influencia de los estadios más graves de la
esquizofrenia sobre el arte sería el que hubiese un individuo que
hubiese empezado a pintar mucho antes de declararse el trastorno mental.
Y tal personaje existe: Louis Wain. No puede
considerársele propiamente un representante del "art brut”, ya que tenía
una formación académica y fue un artista normal, metido en los círculos
comerciales durante bastante tiempo antes de caer mentalmente enfermo.
Gran amante de los gatos, durante años dibujó simpáticas ilustraciones
que tenían muy buena aceptación entre el público victoriano y que
aparecían en periódicos, revistas, libros infantiles, tarjetas, etc. Era
un ilustrador exitoso con un estilo convencional, amable y en absoluto
experimental.
Pero a principios del siglo XX se le
diagnosticó una esquizofrenia progresiva que empezó a minar su estado
mental. Hasta entonces había sido un perfecto caballero, tranquilo y
bien educado, si bien detrás de su encanto personal la gente siempre le
había considerado un tanto peculiar. Pero la enfermedad le hizo cambiar
radicalmente, volviéndole paranoico y de conducta imprevisible, hasta
que su familia no tuvo más remedio que ingresarle en un sanatorio.
Allí, los dibujos de Wain empezaron a
mostrar la progresión de su enfermedad. Sus gatos, antaño retratados
como figuras plácidas y simpáticas, aparecían ahora con una expresión de
alarma, pintados con colores más chillones y con algunas figuras
geométricas en el fondo, en vez de los paisajes habituales en su obra
anterior. La ansiedad de Wain, evidentemente, se estaba plasmando en su
obra. Conforme su estado empeoró, los gatos pasaban de aquella expresión
de alarma provocada por alguna amenaza externa a tener ellos mismos una
expresión amenazante hacia el pintor. Después, conforme el artista
perdía el contacto con la realidad, las obsesiones geométricas se
apoderaban de su obra y los rostros de los gatos se fueron
descomponiendo en intrincadísimas celosías fractales en las que
finalmente resultaba imposible reconocer a un gato, pese a que, a ojos
de Wain , el gato seguía estando allí.
William Kurelek
La evolución de la obra de Wain es
reveladora. Siempre he sido poco partidario de atribuir los méritos
artísticos de una persona a un trastorno mental. Wain tenía talento por
sí mismo, como cualquier otro artista esquizofrénico lo tendría de no
haber caído enfermo. Pero aparte de mostrar la tendencia de los
psicóticos a sentirse fascinados por patrones geométricos complejos, el
estilo de Wain, una vez liberado de las convenciones normales, terminó
siendo extrañamente revolucionario. Se adelantó en décadas al arte
fractal e incluso al arte psicodélico, y desarrolló todo un estilo
abstracto paralelo al que estaba evolucionando en el mundo exterior, más
allá del manicomio en donde estaba internado. La creciente pulsión que
le llevaba a calmarse mediante la confección de laberínticas
composiciones era sólo una parte de la forma en que su pintura mostraba
la degeneración de su relación con la realidad. En su etapa sana
retrataba una realidad amable, idealizada: la que pedían sus
compradores. Con el comienzo de la enfermedad, la realidad empezaba a
mostrarse angustiosa y amenazante; más tarde era mostrada como una
realidad extraña aunque aún con rasgos reconocibles, y finalmente como
algo totalmente incomprensible. Evidentemente, si Wain no hubiese sido
previamente un artista, sus delirantes dibujos tardíos no hubiesen
tenido más interés que el puramente psiquiátrico, pero en su caso
tienen, además, el aliciente de mostrar cómo un artista daba un salto
evolutivo incluso a pesar de sí mismo. Su talento no desapareción con la
enfermedad, sólo que ya no pudo elegir qué pintaba: la esquizofrenia le
dictaba lo que tenía que hacer.
Hay muchos otros ejemplos de artistas
mentalmente enfermos cuyo trabajo es digno de mención, pero quedan para
otro artículo. Mientras, nos quedamos con la definición que Jean
Dubuffet hizo del "arte en bruto”, resumen de lo que algunos amantes del
arte buscamos en la obra de algunas personas que, precisamente al no
estar condicionadas por el arte establecido, ofrecen algo verdaderamente
nuevo y sorprendente:
«Intentamos mostrar la obra
producida por aquellos que no han sido tocados por la cultura artística,
en la cual la imitación apenas tiene un papel en la forma en que el
artista dibuja (tema, selección de materiales, proceso creativo, formas
de expresar una idea, ritmos, etc.) desde sus propias profundidades y,
al contrario que los intelectuales, no desde las convenciones del arte
clásico o del arte que está de moda. »
Tomado de: http://www.jotdown.es/2011/10/arte-esquizofrenico-cuando-la-locura-va-a-los-museos/
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