Therese Kaufmann
Mariana Yampolsky’s "Bicicleta de Carnival”, 1991, Cortesia de Throckmorton Fine Art, NY
Al arte y a su producción les corresponde en
las sociedades, sometidas a condiciones
económicas de cuyos desarrollos y transformaciones en las últimas décadas puede
decirse que están fundamentalmente basados en el conocimiento, un papel que se
presenta inmediatamente implicado en lo que conoce como capitalismo
cognitivo. Al menos desde la perspectiva del Norte global, pero también en
muchas emerging economies, se atribuyen a la producción artística, a la
formación de las y los artistas, a la vida del arte y a las subjetividades
vinculadas con ésta en tanto que productores/as culturales, una serie de
funciones directamemte inscritas en el capitalismo actual en la época del postfordismo.
A juicio de teóricos del capitalismo cognitivo como Antonio Negri, esta época
se caracteriza, entre otros elementos, por el «trabajo inmaterial», es decir,
por el hecho de que el valor es creado gracias a las actividades creativas,
intelectuales, comunicativas, relacionales y afectivas, puesto que la «forma en
la que actuamos para producir mercancías y crear el mundo»[1]
se ha desmaterializado. En este proceso, el conocimiento se torna central en la
medida en que el capitalismo cognitivo apunta, como resume Antonella Corsani,
«a convertir en mercancía todos los tipos de conocimiento, ya sea artístico,
filosófico, cultural, lingüístico o científico»[2].
Así, pues, ¿qué significa la producción de
arte en el contexto de una concepción de la «producción» en la que el creciente
carácter de mercancía del conocimiento hace que «la relación de subordinación
entre la esfera de la producción de conocimiento y la de la producción de
mercancías» se modifique o, a decir verdad, se invierta, de tal suerte que la independencia
de la producción de conocimiento desemboca en la «fusión de ambas esferas»?[3]
¿Qué significa que el arte en sus «formas prácticas en constante ampliación»[4]
entre producción de conocimiento, investigación, formación y autoformación no
solo se presente en una inmediata vecindad con el desarrollo de las economías
del conocimiento, sino que llegue incluso a ser formulado como lugar de la
producción del conocimiento[5]?
¿Qué significa esto para la formación artística en tanto que parte implicada en
la conversión de la actividades de formación en actividad económica productora
de beneficios en las sociedades de control?
Pero, ante todo: ¿de qué se conocimiento se
trata y qué relaciones de poder histórico-políticas se tornan visibles en el
mismo? Con estas preguntas querría establecer, al final de este texto que
aspira a ofrecer una panorámica sobre algunos aspectos de las interdependencias
entre arte y conocimiento en el capitalismo cognitivo, el vínculo con un
enfoque teórico que parte precisamente de la idea de «conocimiento» como
categoría central del análisis, pero con el que rara vez se determina una
asociación, a saber: el de su (des)colonialidad. Este enfoque abre una
perspectiva de la que tal vez puedan surgir diferentes líneas de repensamiento
del tema en lo que atañe a la ambivalencias de la producción artística y de
conocimiento en el capitalismo actual.
Ambivalencias y omisiones
Como resultado de la lectura de la implicación
directa, de la «posición en el medio» de la producción artística en el régimen
postfordista del capitalismo, cabe hablar de una ambivalencia fundamental. En
primer lugar, no deja de remitir a una serie de síntomas que son invocados por
las y los políticos neoliberales y sus consejeros/as en los programas de
subvenciones y asimismo han producido un discurso crítico propio dentro del
arte y de la teoría: el sujeto artista, anteriormente considerado fuera del
trabajo asalariado clásico, se torna en modelo de una nueva forma de producción[6].
La producción artística opera entre el arte en el espacio público, el diseño y
la comunicación en el punto de intersección de la economía de la creación, el urban
development y el marketing urbano. Se torna en parte de un discurso general
sobre la creatividad, donde esta última, a la par que el conocimiento como
«materia prima», es considerada como portadora decisiva de la capacidad de
innovación económica y por ende como motor del crecimiento en el contexto de la
competencia comercial global. Mediante la aplicación de las nociones de diversity
y la explotación económica de la «diferencia cultural»[7]
se crea la «apertura» necesaria a tal objeto y se hace posible la transgresión
de los límites entre disciplinas así como las de las fronteras nacionales.
En la Unión europea las políticas culturales y
educativas (aunque con diferentes dimensiones y alcances) están subordinadas al
mismo objetivo prescrito, el de convertir a Europa en la economía más fuerte
basada en el conocimiento[8].
A su vez, cabe advertir paralelismos estructurales entre las economías de la
cultura y del conocimiento en fenómenos como el desarrollo de los denominados clusters
de excelencia, los procesos de gentrificación con la expulsion simultánea de
las poblaciones locales de la clase trabajadora migrante en el espacio urbano o
el abismo entre la formación de elites y la precarización de las y los actores
involucrados.
Sin embargo, lo que tiende a pasarse por alto
son las restricciones geopolíticas y los espacios vacíos a los que dan lugar la
mayor parte de las descripciones de estas formas de trabajo y producción en lo
que atañe a las nuevas y viejas jerarquizaciones o exclusiones con arreglo a
líneas de género, de frontera y de migración. Se manifiestan de manera algo
esquemática en las configuraciones neoliberales de las economías globales del
conocimiento y del trabajo creativo, es decir, en una «división internacional
del trabajo»[9], tal y como
se enuncia en las teorías del capitalismo cognitivo, entre el Norte y el Sur,
que ha desplazado determinadas formas de producción, en concreto la producción
industrial y manual, prácticamente a su «afuera», a su «exterioridad»[10].
Tal y como sostienen George Caffentzis y Silvia Federici, en los análisis del
capitalismo cognitivo tiende a verse escamoteada la persistente relevancia de
la producción manual para el proceso de acumulación, que con frecuencia se
lleva a cabo en condiciones degradantes. Las actividades reproductivas, el
trabajo doméstico y de cuidado, precisamente en relación con el llamado
«trabajo afectivo», siguen mereciendo la más marginal de las atenciones[11].
La jerarquía de valor que nace entre las diferentes formas del trabajo, pero
también del conocimiento, donde «valor» ha de entenderse aquí completamente en
el sentido de su materialidad, se corresponde con lo que cabría calificar de
cualidad biopolítica, por ejemplo, del trabajo afectivo de las y los
trabajadores domésticos[12].
Precisamente en este contexto se investigan relativamente poco fenómenos como
la racialización de las subjetividades artísticas en las llamadas ciudades
creativas[13], la
considerable exclusión de la formación en general y de la formación artística
en particular de grupos de población enteros, o las formas específicas de
división racista del trabajo en las corporate universities de las
economías globalizadas del conocimiento[14].
La formación artística en la sociedad de
control
En un texto de 2006, Simon Sheikh vincula
específicamente las transformaciones de la transición del fordismo al
postfordismo bajo el paradigma de la conversión en mercancía del conocimiento a
la formación en las academias y facultades de Bellas Artes. En el texto, pone
en relación las modificaciones estructurales de la formación artística con el
paradigma de la sociedad de control como elemento central en el análisis de las
actuales condiciones sociopolíticas. En éste ya no se trata de asegurar la
influencia sobre los centros de producción (industrial), sino de producir
conocimiento, gestionar y controlar los circuitos del conocimiento y el
desarrollo de procesos de aprendizaje, pero sobre todo de asegurarse y regular
el acceso a los mismos. Sheikh describe los nuevos métodos de examen, los
módulos seminariales y la internacionalización, el aumento de la eficiencia,
etc., en las academias y facultades como parte de un proceso de transformación
mayor de las instituciones educativas tradicionales del sistema disciplinario
en otras propias del sistema de control, que desde la formación artística pasa
a las modalidades de la producción artística[15].
La formación e instrucción del sujeto artista en el doble sentido, esto es, en
el de su generación, desarrollo y por lo tanto su «producción», pero también de
su educación y formación dentro de las academias y facultades de Bellas Artes
y, de tal suerte, de su «alineación» en la escena artística, se tornan en parte
integrante de la transición que Gilles Deleuze ha descrito admirablemente en el
«Postscriptum sobre la sociedad de control»[16].
En el texto Deleuze resume las tesis de Foucault, según las cuales las
sociedades disciplinarias de los siglos XVIII y XIX llegaron a su apogeo a
comienzos del siglo XX en los «medios de encierro» de la familia, la escuela,
el cuartel o la fábrica. La crisis de estos lugares a mediados del siglo XX
significó también el paso al paradigma del control.
A diferencia de situaciones históricas en las
que diferentes movimientos críticos o de vanguardia se constituyeron fuera de
la academia o tuvieron que abandonarla (de ahí que no deban olvidarse aquí los
mecanismos de exclusión que operan en la misma), la academia artística ocupa
dentro del régimen de control, tal y como constata Sheikh, algo así como una
posición hegemónica, que asimismo procede a su incorporación a las economías
del conocimiento. Esto corresponde al «desarrollo de compromisos entre las
academias y facultades, las teorías y discursos críticos, las formas de
representación museística y el mercado»[17],
que a su vez afectan al sistema general de Estado, sociedad y economía. Desde
luego, estos compromisos también han de verse, como observa el propio Sheikh,
como contradictorios en sí mismos, pero, ante todo, resultaría demasiado
simplificador partir de una mera sucesión entre disciplina y control. Ni ha
dejado de existir por completo el artista (varón) genial, ni han desaparecido
completamente de la academia los elementos de «inclusión» y de concentración de
poder. Gerald Raunig indica, en su análisis de las universidades como «fábricas
del conocimiento» y del imperativo del aprendizaje de por vida, que disciplina
y control han de entenderse más bien como principios entrelazados y
concomitantes, como «aglomeración»: «[...] a la adaptación forzosa al
"internado" institucional se suman nuevas modalidades de autogobierno
en un medio abierto, de transparencia total; al disciplinamiento a través de la
vigilancia y el castigo personales se añade el rostro liberal del control como
autocontrol voluntario»[18].
Se retoma aquí el concepto de modulación de
Deleuze, toda vez que comprende control y disciplina en su simultaneidad y su
interacción. No obstante, el concepto puede llevarse aún más lejos, a saber:
hasta comprender las «condiciones de posibilidad de la resistencia en el modo
de la modulación», de tal suerte que las universidades no constituyen tan solo
lugares de la conversión en mercancía del conocimiento y de la explotación de
las subjetividades de sus actores, sino que han de entenderse como lugares de
«nuevas formas del conflicto»[19].
Partiendo de este enfoque, me propongo continuar pensando el modo en que el
conocimiento mismo puede tornarse en uno de estos lugares de disputa conflictiva
y hasta qué punto habría que pensar tales disputas en referencia a su dimensión
histórica y geopolítica.
Artistic research y luchas
Por el contrario, no a pesar de, sino
precisamente a causa de su enmarañamiento con las transformaciones socioeconómicas
en la sociedad del conocimiento, con las formas más diversas de apropiación y
control neoliberal y de su colocación en un marco discursivo que amenaza con
escamotear sus propias exclusiones, se concibe precisamente el campo del arte
como lugar de la resistencia. En el mismo se debe hacer posible un acto de
rebelión, un cambio de perspectiva y por lo tanto también una modificación de
los modos de percepción hegemónicos. Al menos cabe partir del hecho de que la
posición dentro del sistema del capitalismo cognitivo que hemos descrito
no está claramente decidida. En un texto de crítica de las creative
industries, Marion von Osten plantea que esa implicación inmediata en las
transformaciones del postfordismo también puede leerse en el sentido de un potencial
de cambio inscrito en la mismas: «Partiendo del hecho de que nos encontramos en medio de todo esto quisiera proponer
una inflexión en nuestro discurso, puesto que estar en medio significa que todavía existe un espacio para influir o
cambiar el discurso; también el propio»[20].
En el carrusel de la generación, difusión y
valorización del conocimiento que parece girar cada vez más deprisa, y que
entre otros lugares que recogido en el educational turn[21]
de las prácticas de comisariado, o incluso en la nueva disciplina académica de
la investigación artística, se torna visible un campo de fuerzas hegemónicas y
por ende también un campo de luchas. De esta suerte, la descripción como «campo
de las alternativas, los proyectos y los modelos»[22]
no debe ocultar hasta qué punto la investigación artística se ha
convertido en una parte de la academización general de la formación artística,
a la que se añaden los nuevos currícula y los nuevos títulos
artístico-académicos y que han de leerse en el sentido de una praxis normativa
de la disciplina: «Con el lema "artistic research" se reúne en forma
canónica buena parte de lo que en otros tiempos era un autoempoderamiento
conseguido a duras penas por las y los artistas: la investigación por los
propios medios, sin tener que obedecer a las constricciones de la academia»[23].
Al mismo tiempo que defendemos la aspiración a
un espacio de análisis y reflexión críticas, la generación de esferas públicas
críticas y la formulación de posiciones marginalizadas, vemos una traducción
completamente explícita de la investigación artística en producción de
mercancías, en el sentido de una lógica inmediata de valorización en
estructuras de formación y carreras[24].
Las zonas neoliberales de vecindad entre arte y «producción de conocimiento» no
han sido aún ni analizadas ni contestadas[25],
lo que no deja de tener relación con la acuciante necesidad de espacios de
libertad en la formación, de nuevas formas de colectivización y autoformación,
que ha desembocado en la resistencia que se ha formado dentro de diferentes
movimientos de protesta en universidades y escuelas y facultades de Bellas
Artes contra los procesos de reestructuración en curso del llamado «proceso de
Bolonia» y contra la conversión general a la lógica del beneficio económico de
la formación.
Hito Steyerl desarrolla aquí una perspectiva
sobre la investigación artística en referencia a una larga y amplia historia de
prácticas artísticas, caracterizada por el conflicto y por la resistencia
política y que asimismo ha sido siempre parte de una lucha social en la
innovación estética y epistémica[26].
Por su parte, Tom Holert describe en su trabajo sobre las revueltas
estudiantiles de 1968 en el Hornsey College of Art de Londres un hermoso
ejemplo en lo que atañe a la historicidad de la investigación artística en
tanto que parte de una compleja genealogía entre luchas y apropiación. Las y
los estudiantes, que habían ocupado la facultad, pusieron en tela de juicio la
estricta separación entre arte y teoría en el compromiso artístico y
reivindicaron que la investigación fuera un componente central y «orgánico» del
proceso educativo, en forma de una autoreflexión crítica[27].
Perspectivas descoloniales
Me gustaría volver aquí al texto ya citado de
Simon Sheikh y a su cuestión clave, esto es, la reivindicación de una
distinción entre conocimiento y pensamiento. El primero estaría caracterizado
por prácticas normativas y disciplinas, mientras que el concepto de pensamiento
remite a lo no disciplinario, a las posibilidades de contraponer algo a la
normatividad, para lo cual precisa asimismo de sus propios espacios: «Tenemos
que avanzar más allá de la producción de conocimiento hacia lo que podemos
denominar espacios de pensamiento [...] Por pensar se entiende aquí algo
que implica redes de indisciplina, líneas de fuga y cuestionamientos utópicos»[28].
Lo que me interesa de la crítica del conocimiento de Simon Sheikh es que con
ella no solo se ataca su «forma mercancía», sino también su «condición
disciplinaria» y las consiguientes constricciones y restricciones que de ella
se desprenden. Asimismo, hace referencia al potencial emancipatorio que se
suele vincular de forma automática con el concepto de conocimiento, pero al
mismo tiempo lo problematiza, poniendo de manifiesto sus limitaciones: el
conocimiento es algo que «restringe, que inscribe en una tradición, en
determinados parámetros de lo posible»[29].
De esta suerte, se produce en todo momento una serie de descartes respecto a
las posibilidades de pensamiento y de imaginación –en los planos tanto artístico, así como político, social o relativos a
la sexualidad.
Esta objeción conduce en dos direcciones que
me parecen importantes para el presente análisis: por un lado, pone en tela de
juicio la idea convencional de un potencial fundamentalmente emancipatorio del
conocimiento (y de la formación); por otra parte, abre un marco de referencia
crítico del conocimiento en tanto que categoría, por así decirlo, fijada y no
cuestionada y, de esta suerte, problematiza su carácter de conocimiento basado
en una cientificidad. De ello se desprenden una serie de cuestionamientos
complejos respecto a la capacidad de definición de lo que es «conocimiento» en
sus dimensiones geopolíticas, históricas, sociales y económicas. Me gustaría plantear un repensamiento de la
objeción de Sheikh en relación con un enfoque teórico que podría resultar útil
como herramienta crítica, pero que apenas se ha asociado a una crítica del
capitalismo cognitivo, a saber, el de la «colonialidad» del conocimiento.
Se trata de un enfoque desarrollado sobre todo
en un contexto latinoamericano, que considera el conocimiento –y por ende también el conocimiento basado en un criterio
de cientificidad– como elemento central de la colonización, y que lo analiza en
sus actuales repercusiones, sus líneas de tradición o sus reformulaciones, y de
cuyo análisis deduce la exigencia de una «descolonización»[30].
Este enfoque se apoya, entre otras fuentes, en el concepto de «colonialidad del
poder»[31],
desarrollado por el sociólogo peruano Aníbal Quijano, que precisamente
incorpora no solo las dimensiones económicas, políticas y militares del
colonialismo, sino también las epistémicas, así como el cuestionamiento del
modo en que los órdenes del conocimiento occidentales hegemónicos se basan en
las mismas. Aquí, la «lógica de la colonialidad» está inextricablemente unida a
la configuración de la modernidad europea desde el siglo XV, con el paradigma
universalista del progreso propagado por la misma y por ende también con una
autocomprensión epistémica de Europa.
Por tal motivo Enrique Dussel habla de la «colonialidad» como «bajo
vientre de la modernidad» y acuñó el concepto de transmodernidad[32]
para entender la historia de la modernidad en sus caracteres globales y
coloniales, esto es, del entrelazamiento de diferentes «historias compartidas»,
aunque marcadas por diferentes relaciones de poder[33].
Aquí es preciso señalar el hecho,
que ha sido tratado en numerosas ocasiones en la investigación postcolonial, de
que el colonialismo supuso en muchos aspectos y en la misma medida un proyecto
de generación de conocimiento, así como un proyecto pedagógico de cuyas huellas
siguen dando fe campos enteros del arte y de la historia de la ciencia, pero
también las implementaciones mundiales de sistemas de formación y de creación
de cánones. Autores/as como Gayatri Spivak y Edward Said han apuntado a la violencia
epistémica[34] que hizo
del conocimiento un instrumento del dominio así como de justificación y
legitimación del mismo, y al modo en que esto le marca una vez más como un
producto del colonialismo de los órdenes del conocimiento europeos[35].
Razón por la cual John Willinsky reivindica que una investigación del legado de
ese «proyecto educativo» tiene que ser en sí mismo un proceso de aprendizaje,
entendido como un escrutinio del conocimiento por medio del cual «entendemos el
mundo»: «Necesitamos aprender de nuevo cómo cinco siglos de estudio,
clasificación y ordenamiento de la humanidad dentro de un contexto imperial
dieron lugar a ideas características y poderosas de raza, cultura y nación que,
en efecto, fueron instrumentos conceptuales que Occidente utilizó tanto para
dividir como para educar al mundo»[36].
En relación con los órdenes actuales
del saber y la empresa del conocimiento occidental de hoy en día, Encarnación
Gutiérrez-Rodríguez critica a su vez la «retórica postcolonial» que caracteriza
a la empresa universitaria de hoy en día, en la que los Postcolonial Studies
mismos se tornan en un objeto de comercialización universitaria y que
producen constantemente sus propias exclusiones. Toda vez que la producción de
conocimiento está íntimamente asociada a las condiciones sociales, pero también
a las luchas sociales, bajo y a partir de las cuales surge el conocimiento, no
puede ser aislada de sus dimensiones ontológicas. La «materialidad del conocimiento»[37]
que literalmente se inscribe en los cuerpos de sus actores, corresponde a una
experiencia vivida que, más allá de conceptos identitarios, elucida la
diferencia de posiciones diversas en el seno del denominado trabajo inmaterial.
Razón por la cual Onur Suzan Kömürcü, en su investigación de la ubicación de
las y los artistas turcoalemanas/es en Berlín en el contexto de las industrias
creativas y de las políticas de la diversidad cultural, hace hincapié en lo
siguiente: «Las y los trabajadores inmateriales y afectivos no son solo
fantasmas "cognitivos", cerebros y almas, razón y emoción, separados
de sus cuerpos. El trabajo inmaterial y afectivo es corpóreo»[38].
Habla de los espacios racializados de la producción cultural y de una
racialización del cuerpo que es utilizada en el trabajo afectivo, creativo e
intelectual.
«Crear mundos»
Así, pues, una perspectiva
descolonial sobre los enmarañamientos entre conocimiento y trabajo en el
capitalismo cognitivo, que investigue las continuidades y resultados de su «colonialidad»
remite no solo al plano de la epistemología, sino también y en toda
circunstancia al plano del ser y por ende también al mundo en el que es.
Aquí entra en consideración un topos específico en el análisis de la producción
de conocimiento y de la creatividad productiva como elementos centrales de la
producción capitalista: el topos de la creación de mundos. Como escribe
Maurizio Lazzarato, hoy se trataría menos de producir bienes de consumo o
sujetos como el o la trabajadora o el o la consumidora, sino del mundo en el
que los mismos existen[39].
Lo que nos lleva directamente a pensar en la capacidad productiva de las y los
artistas, al potencial específico de creatividad productiva que hoy todo el
mundo se ve conminado a asumir tanto como sea posible bajo la presión de la
exigencia del aprendizaje de por vida.
Desde el punto de vista histórico,
la figura del creador-artista –y por ende también la del investigador– se
muestra profundamente entrelazada con el desarrollo de la modernidad europea y
de la imagen que ésta ha creado de sí misma, razón por la cual Marion von Osten
sostiene lo siguiente en su texto acerca de las industrias creativas: «El
proceso de culturalización del trabajo y la producción se basa por ello tanto
en el discurso eurocéntrico de la "producción creativa" como en las
formas de producción de imágenes referidas a unos regímenes específicos de la
mirada»[40].
Éstas se desarrollan no solo dentro de marcos institucionales como los museos y
existen en el contexto del discurso cultural central del Estado nación en el
siglo XIX, sino que remiten de nuevo al «proyecto educativo y de investigación»
del colonialismo. A este respecto, no se trataba solo del descubrimiento
de «nuevos mundos», utilizando a tal objeto todos los conocimientos disponibles
para la medición y la clasificación, o de la aplicación de técnicas como la
cartografía, la pintura o la fotografía, sino en todo caso de su creación,
a partir de esa terra nullius carente de historia, no solo supuesta,
sino literalmente engendrada, que vería negado tanto su propio conocimiento
como su propia lengua, lo que se puso notablemente de manifiesto con el
establecimiento de poderosos sistemas de formación[41].
No es una coincidencia que Spivak hable de worlding como proceso tanto
de opresión como de producción del llamado Tercer mundo[42].
No obstante, cabe pensar que este
topos de la creación de mundos puede ser llevado más lejos, en dirección de la
resistencia y de las luchas que se verifican atendiendo a las protestas
mundiales en las universidades; a las líneas de conexión entre arte,
investigación y conflictos políticos así como a una perspectiva descolonial que
está inextricablemente asociada a los movimientos políticos de descolonización
en América Latina, Asia y África. Si hoy queremos aferrar las «condiciones de
posibilidad de la resistencia en el modo de la modulación»[43],
entonces la idea de creación de mundos podría «recargarse» en su
ambivalencia –en el sentido de nuevas posibilidades de pensamiento y de
imaginación, de nuevas dimensiones políticas y posibilidades de existencia, en
un mundo por el cual solo cabe luchar.
Una perspectiva descolonial irrumpe
en los discursos dominantes para señalar la contingencia y la violencia de sus
pretensiones de verdad. Esclarece su enmarañamiento con las condiciones del
colonialismo histórico y sus continuidades, y trata las múltiples formas de
localizaciones, exclusiones, fronteras y definiciones de género y de raza.
Razón por la cual Encarnación Gutiérrez Rodríguez reivindica, por ejemplo, el
desarrollo de una «epistemología descolonial feminista-queer»[44]
en tanto que posibilidad de comprensión de las complejidades, la
multidimensionalidad y las incertidumbres de las sociedades postcoloniales y
migrantes de hoy en día. Sin embargo, el desarrollo de esta epistemología ha de
considerarse en todo momento en relación con las luchas queer, feministas y
descoloniales, que tantas veces han sido el sustrato del estremecimiento de los
sistemas de conocimiento hegemónicos. El trazado de esas líneas de conexión con
las nuevas luchas por nuevos mundos corresponde también al arte, si éste ha de
ser una «trituradora de teorías preestablecidas –un détournement del
sistema del conocimiento» y si le corresponde asimismo el cometido de inquirir
por aquello que los sistemas tradicionales de conocimiento no preguntan y de
«inventar otra forma del pensamiento y del conocimiento –otras máquinas
epistémicas»[45].
Quiero dar las gracias a mis colegas
Lina Dozuzović, Raimund Minichbauer, Radostina Patulova y Gerald Raunig por sus
sugerencias y comentarios críticos.
[1] Antonio Negri, «Zur
gesellschaftlichen Ontologie. Materielle Arbeit, immaterielle Arbeit und
Biopolitik», Marianne Pieper et al. (eds.), Empire
und die biopolitische Wende, pp. 17-31,
aquí p. 18.
[2] Antonella Corsani,
«Wissen und Arbeit im kognitiven Kapitalismus. Die Sackgasse der politischen
Ökonomie», Thomas Atzert, Jost Müller
(eds.): Immaterielle Arbeit und imperiale Souveränität. Analysen und
Diskussionen zu Empire, Münster, Westfälisches Dampfboot, 2004, pp.
156-174, aquí p. 158.
[5] Véase Maria Hlavajova,
Jill Winder, Binna Choi, «Introduction», On
Knowledge Production: A Critical Reader in Contemporary Art, BAK and
Revolver, 2008, p. 7.
[7] Véase Onur Suzan Kömürcü, «Rassifizierte kreative Arbeit im kognitiven
Kapitalismus», Kulturrisse, 01, 2010,
http://igkultur.at/igkultur/kulturrisse/1268153522/1268159470
y Kien Nghi Ha, «Crossing the Border? Hybridity as Late-Capitalistic Logic of Cultural
Translation and National Modernisation», transversal, 12, 2006, http://eipcp.net/transversal/1206/ha/en.
[8] Véase la estrategia Europa 2020: «Crear valor basando el crecimiento en el conocimiento».
[11] Véase George Caffentzis y Silvia Federici, que hacen referencia a esas
jerarquizaciones en el contexto, por ejemplo, del trabajo doméstico y de otros
trabajos reproductivos, que continúan representando un fundamento importante de
la acumulación capitalista: «De nuevo, ¿por qué, en el ápice de una era de
«capitalismo cognitivo», asistimos a una expansión del trabajo en condiciones
de esclavitud, del trabajo infantil en los grados más bajos de know-how,
del trabajo en los sweatshops, el trabajo en las nuevas plantaciones
agrícolas y las minas en América Latina, África, etc?».
[12] Véase el capítulo «Biopolitics and Value: Complicating the Feminization
of Labour», Encarnación Gutierrez-Rodríguez, Migration, Domestic Work and Affect, Routledge, 2010.
[14] Ned Rossiter, «The informational university, the uneven distribution of
expertise, and the racialisation of labour»,
EduFactory, Web Journal, núm. 0, enero de 2010, pp. 62-73.
[16] Gilles Deleuze, «Postskriptum über die Kontrollgesellschaften», Unterhandlungen,
1972-1990, pp. 254-262 [ed. cast.: Conversaciones, Valencia,
Pre-textos, 1995].
[17] Simon Sheikh, «Räume für das
Denken. Perspektiven zur Kunstakademie», cit.
[22] Elke Bippus,
«Einleitung», E. Bippus (ed.), Kunst des
Forschens. Praxis eines ästhetischen Denkens, Zürich, Berlín, 2009, p. 19.
[24] Véase Elke Bippus,
«Einleitung», E. Bippus (ed.), Kunst des
Forschens. Praxis eines ästhetischen Denkens, Zürich, Berlin 2009, p. 14.
[25] Véase, por ejemplo,
Lina Dokuzovic, Eduard Freudmann, Peter Haselmayer y Lisbeth Kovacic (ed.), Intersections. At the Crossroads of the
Production of Knowledge, Precarity, Subjugation and the Reconstruction of
History, Display and De-linking, Viena, Löcker,
2009.
[28] Sheikh, Simon,
«Objects of Study of Commodification of Knowledge? Remarks on Artistic
Research», Art&Research, Vol. 2,
Núm. 2, primavera de 2009, http://www.artandresearch.org.uk/v2n2/sheikh.html.
En este último artículo Sheikh retoma el tema de los «espacios de pensamiento».
[30]Para enfoques teóricos adicionales –y
en parte contrapuestos críticamente unos con otros–, que ponen en tela de
juicio la «pretensión de verdad» de los órdenes del conocimiento hegemónicos en
relación con la subjetividad, el carácter situado, la posicionalidad, la
historia y la localidad, surgidos en la década de 1990 de la teoría feminista,
del llamado feminismo del Tercer mundo y de la teoría feminista negra, véanse,
«Situiertes Wissen: Die Wissenschaftsfrage im Feminismus und das Privileg
einer partialen Perspektive», Donna Haraway, Die Neuerfindung der Natur: Primaten, Cyborgs und Frauen,
Francfort/Nueva York, Campus, 1995, pp. 73-97 [ed. cast.: Ciencia, cyborgs y
mujeres, trad. de Manuel Talens, Madrid, Cátedra, 1995]; Patricial Hill Collins, Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness, and the Politics of
Empowerment, Nueva York/Londres, Routledge, 2000; bell hooks,
Feminist Theory. From Margin to
Center, Boston, South End Press,
1984.
[31]Anibal Quijano,
«Coloniality of Power and Eurocentrism in Latin America», International Sociology, 15 (2), 2000, pp. 215-232. Recientemente,
este concepto ha sido retomado y desarrollado adicionalmente por walter
Mignolo. Véase Walter D. Mignolo, Epistemischer
Ungehorsam. Rhetorik der Moderne, Logik der Kolonialität und
Grammatik der Dekolonialität. Traducido
del español y con una introducción de Jens Kastner y Tom Weibel, Viena, Turia
und Kant, 2011.
[32] Véase Enrique
Dussel, Von der Erfindung Amerikas zur Entdeckung des
Anderen: ein Projekt der Transmoderne, Düsseldorf, Patmos, 1993.
[33] Sebastian Conrad, Shalini Randeria, «Einleitung», Idem., Jenseits des Eurozentrismus. Postkoloniale
Perspektiven in den Geschichts- und Kulturwissenschaften, pp. 9-49, aquí p.
17.
[34] Gayatri Chakravortry
Spivak, Can the Subaltern Speak?
Postkolonialität und subalterne Artikulation, Wien: Turia und Kant 2008, p.
42 [ed. cast.: Crítica de la razón postcolonial, trad. de Marta Malo de
Molina, Madrid, Akal, 2010].
[35] Véase Edward Said, «Kultur, Identität und Geschichte», Gerhart Schröder,
Helga Breuninger (eds.), Kulturtheorien
der Gegenwart: Ansätze und Positionen, Francfort, Main, Campus, 2001, pp.
39-58.
[36] John Willinsky, Learning to
divide the world: Education at Empire's end, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1998, pp. 2-3.
[37] Encarnación Gutiérrez Rodríguez, «Decolonizing Postcolonial Rhetoric», Decolonizing European Sociology.
Transdisciplinary Approaches, Franham/Burlington, Ashgate, p. 57.
[38] Onur Suzan Kömürcü Nobrega, Researching
creative labour in relation to the concepts of immaterial and affective labour,
Tesis doctoral, Goldsmiths College, University of London, 2011.
[41] Véase Valentin Y.
Mudimbe, The Invention of Africa. Gnosis,
Philosophy and the Order of Knowledge, James Currey y Indiana University
Press, 1988; y Ngũgĩ wa Thiong'o, Decolonizing
the Mind. The politics of language in African literature, Kenia/New
Hampshire, Heinemann, 1986.
[42]Cf. Spivak, Gayatri Chakravorty, A Critique of Postcolonial Reason. Towards a History of the Vanishing
Present, Cambridge / London: Harvard University Press 1999, p. 114. [ed. cast.: Crítica de la razón postcolonial,
cit.]
[44] Encarnación,
Gutiérrez Rodriguez, «Decolonizing Postcolonial Rhetoric», Decolonizing European Sociology. Transdisciplinary Approaches, Franham/Burlington, Ashgate, p. 49.
[45] Sarat Maharaj,
citado en Maria Hlavajova, Jill Winder, Binna Choi, «Introduction», On Knowledge Production: A Critical Reader
in Contemporary Art, BAK and Revolver, 2008, p. 8; y Sarat
Maharaj, «Xeno-Epistemics», Documenta11,
Plattform 5: Ausstellung,
Ostfildern-Ruit, 2002, pp. 71-84, aquí, p. 72.
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