¿Hay arte de lo
metafísico?
Aquí encontramos un problema o aporía de Nicolás Hartmann. Querer
expresar en una obra de arte lo trascendente es un imposible —al menos hasta el
momento. El límite de cognoscibilidad de lo «trascendente» kantiano, del
«patio» gnoseológico hartmanniano, de
lo «pensable» wittgensteiniano, etc., son consideraciones más que
evidentes del tema. Querer hablar sobre lo inefable es una contradicción, y que
de suyo se muestra en el siguiente análisis que haremos del lenguaje. La única
diferencia entre este análisis del lenguaje y lo que esperamos de imposible en
el artista cambia por el sólo hecho de que, entre un artista lingüístico
(literato, que se expresa escribiendo; v.g.: poetas, hermenéuticos, etc.) a
otro que no lo es (v.g.: escultor plástico, pintor, etc.), se diferencian en el
tipo de símbolo usado para expresarse. Por eso, lo que se dirá seguidamente
podrá extenderse a la obra de arte en general.
Nuestra tesis consiste en sostener
que las ordenaciones computables se sustentan en una problemática kantiana. Los
símbolos —letras— de cada lenguaje se hallan estadísticamente
"contabilizados" y se determinan en cada idioma con una probabilidad
de ocurrencia para cada proposición. Así, por ejemplo, antes de cierta
consonante, es más probable que aparezca una vocal determinada o no, y así sucesivamente.
Se logra implementar de esta manera al vocablo, luego se suman los espacios
vacíos y con ello la proposición final. Se da, de esta manera, una «condición
de probabilidad del lenguaje», es
decir, que se da cabida al mérito de cuantificar la posibilidad como probabilidad
. Por esto, un análisis del lenguaje en cualquier dominio histórico puede
ser algún día determinado y estudiado bajo las consideraciones de estas
perspectivas, y donde, la gran tecnología contemporánea permitirá su desarrollo
debido a la velocidad de sus procesos computables.
Así, entrando en tema, se observa
que el pensamiento y su lenguaje puede ser comprendido en un esquema de
analogía si pensamos en un ordenador computacional. Este mecanismo procesa
unidades de información denominadas bytes (o palabras) que representan datos del mundo exterior —tal cual la isomorfía Wittgenstein30.
Se las envía acá y allá dentro del propio sistema ordenador; se las acomoda, se
las fracciona, etc. —como pensaran Hobbes y Locke—, y todo esto bajo la
directriz de un controlador que le va indicando el momento ("hora")
de hacerlo. A este controlador horario se lo denomina clock. Así, los actos del pensamiento son entendidos como procesos
ordenadores de una inteligencia artificial que, momento a momento, se
configuran en estados gobernados por
este clock. Con respecto a la
metafísica, a las abstracticidades «sinsentido» y a Dios mismo, el conocimiento
debiera entonces poder pasar —canalización de un mensaje— por esta
interpretación del proceso informático del pensar. A tal punto que, en las
pruebas ontológicas de la existencia de Dios, previamente citadas por
Avicena-Anselmo-Descartes (ver Apéndice 9) se muestra un fenómeno digno de
análisis: la problemática de la
autoaplicabilidad de los sistemas computables.
Gödel, Church, Türing y otros,
matemáticos y contemporáneos de principios de este siglo, trabajaron en
demostrar que un mecanismo ordenador —computadora— puede procesar datos
numéricos —primer orden informático—,
como también a su propio esquema formal
autoaplicándose —es decir, que puede procesar un segundo orden informático: el de sus propias órdenes y comandos—,
pero lo que no puede hacer es procesar su propio esquema de proceso de esquema
formal —es decir, no puede procesar un tercer
orden informático—. A tal punto, que si "intentara" hacerlo, la
máquina entraría en un evento cíclico vicioso —es decir, los datos procesados
"viajarían" dentro del proceso y no se detendrían nunca.
Por ello Avicena-Anselmo-Descartes
al querer pensar con su finitud
—datos finitos pertenecientes al primer orden— las cuestiones de la infinitud —datos de infinitud
pertenecientes al tercer orden—, no lo logran, y será por eso que deben
reconocer que el fundamento del conocimiento de su finitud se encuentra dado
sólo en su primer orden, aunque se
vería que la garantía de la verdad cartesiana se encuentra en la infinitud del
tercero del pensamiento. Por eso para llegar al conocimiento lingüístico del
concepto analógico medieval de Dios y el mundo, debe pasarse necesariamente por
el siguiente camino: pensamientos del 1º y 2º orden ®
3º orden ® confirmación del 1º orden.
Veamos mejor todo esto. Avicena09
nos habla de posibilidad, es decir,
del dominio agradual de la probabilidad.
En segundo lugar, también nos habla de la negación de un fin-final en la naturaleza, tal cual la exégesis kantiana. Tercero,
encontramos que su enfoque biológico no se diferencia del mecanicista por
cuanto piensa que un organismo no puede producirse a sí mismo, sino que hay
aporte en su esencia de algo externo. Estos tres puntos observados hacen
correspondencia a un paradigma de cómputo mecanicista. El primero, por cuanto
considera cuantificaciones de la probabilidad; el segundo, por cuanto se
orienta a consideraciones de efecto a causa sin final cognoscible; y tercero,
porque su mira se orienta a una evolutiva de progreso positivista que es dada
por un agente exterior. Dicho en otras palabras, se observa en este autor que
utiliza un lenguaje gnoseológico que se sustenta en probabilidades, causalidades
y autodesarrollo provisto por el exterior,
como el que se infiere dado en una máquina no biológica.
Por otra parte tenemos a Anselmo03.
Él nos habla de cuantificaciones de la información que tenemos, de cómo es
posible o no superarla, y de que se halla con seguridad en nuestro interior. En
segundo lugar, nos expresa la factibilidad de una isomorfía de estos datos con
el mundo real. Y tercero, arriba a la conclusión que este conocimiento
informático debe responder como efecto de una causa necesariamente. Entonces,
en miras de nuestra analogía cibernética, observamos que, correspondientemente,
Anselmo está expresando lo siguiente: primero, que el individuo procesa
unidades de información del tipo
computables, puesto que a la información se la define como una cuantificación
de la probabilidad; segundo, que hay una correspondencia entre estos datos del
dominio virtual con el del real tal cual la isomorfía de los periféricos de los sistemas computables;
y tercero, que esta información fluye por canales
tal cual la causalidad de la
información de datos en un ordenador. En suma, se encuentra en este autor que
sostiene que el pensamiento posee probabilidad,
que es información y atraviesa canales causales, tal cual se infiere de
una máquina computable. En otras palabras, nos dice Anselmo que lo infinito ya
se halla en la entendibilidad del pensamiento el cual se autoaplica con la
ayuda divina —véase el Apéndice 10.
Dicho de otra manera, lo que se
quiere decir es que si nuestro lenguaje es interpretado como proceso de cómputo
cerebral, es, por consiguiente, de orden finito
(1º orden de la formalidad del lenguaje). Luego, para poder procesarse a sí
mismo (2º orden de la formalidad del lenguaje o metalenguaje) podrá hacerlo sin
inconvenientes ya que manejará datos siempre finitos también. Pero, para poder
operar con un esquema «formal de la formalidad» (3º orden o meta-metalenguaje)
deberá estar capacitado para procesar datos con categoría de infinitud. Esto último sabemos que no es
posible en los sistemas mecanicistas, y que consiste en la propuesta de Gödel,
Church y otros anteriormente mencionados.
En efecto, será menester para entrar
en el dominio del lenguaje de la teología, un sistema ontológico «más» que
mecanicista —holismo de la Gestalt—,
es decir, de aquél que lo contemple pero que tenga, a su vez, una dimensión en
el dominio de lo «divino».Y es a esto donde se entiende ha apuntado el lenguaje
de la prueba ontológica de Anselmo.
Ahora bien: ¿qué se ha querido decir
con todo esto?... pues bien, dos cosas, y son: primero, que el arte del artista
metafísico sólo podrá plasmar una comunicación inteligible, es decir una idea,
que no es otra cosa que la objetivación de lo trascendente y, por ende,
desvirtuada de la cosa en sí
pretendida; y segundo, que cuya inspiración solamente será plausible por la
"ayuda" del dominio metafísico pero que, al configurarse en la
realidad no-trascendente, pierde significación. Y es esto a lo que se refirió
Schopenhauer cuando distinguió dos tipos de arte: el griego y el hindú —recurrir
al Apéndice 11.
Fundamentaciones psicológicas del arte
El consciente
Se interpretará el vocablo referido
al consciente de la fisiología. A aquél estado neurofisiológico detectado por
los ritmos que acusa un equipo electromédico electroencefalográfico moderno.
Éstas señales muestran la actividad de cobertura espacial de nuestro cerebro;
es decir, de aquella capa neural que se acomoda en la vida pendiendo de sus
actividades internas inconscientes y de asociación consciente. No vamos a hacer
una descripción psico-biolologista por no ser especialistas en el tema, sino
que sólo recurriremos a esta interpretación y la relacionaremos con los
lineamientos generales del psicoanálisis.
En
suma, hay una actividad que «nos pertenece» y es la conciencia, por cuyo medio
apercibimos la objetividad del mundo y tenemos la capacidad reflexiva. La otra,
el inconsciente, aun tenemos dudas de ello y cuando menos de las veces nos
sorprende tanto que algunos la niegan como exclusivamente propia.
Acerquemos estos conceptos al
artista. Él objetiviza y, por ende, debe utilizar en sus plasmaciones la
conciencia —función o actividad del consciente. Mostrará en sus trabajos
aquello que ha percibido por sus sentidos o ha elaborado en su imaginación,
pero ambos elementos son conscientes. No hay nada en ello que parezca extraño.
Todo es claro y comprensible.
Desde el niño al adulto artista
esbozan sus pinturas, escritos y esculturas con ideas que le sugieren lo
vivido. Modela el pequeño con sus dedos llenos de arcilla el muñeco de su
preferencia, o dibuja en su cuaderno de escuela a papá, mamá y hermanos que
viven en casa y nadie duda de ello: se expresa conscientemente. El artesano
también lo hace con sus fantasías y baratijas; y no menos de las veces, el
músico remite la letra de su canción como mensaje dirigida a su amada. Todo es
comunicación de las objetivaciones.
El mensaje subliminar
Empero a los párrafos anteriores
habría que agregarle algo, a saber, aquello que no le es consciente al artista.
Nos referimos a las plasmaciones inconscientes psicológicas y biológicas que se
manifiestan en cada actividad consciente.
Así, el niño de la escuela podría
dar prioridad a su papá o mamá agrandando uno de los dibujos según su
preferencia, o bien el artesano esculpir sus piezas con alguna orientación
sexual, o bien el músico dar importancia a alguna de las cualidades de su
amada. Pero todas ellas sin ser conscientes, es decir, sin darse cuenta.
Si bien este es un punto importante
e interesante, hay otro que lo complementa. Consiste ello en la pragmática
interpretativa del receptor del objeto artístico. Se quiere decir con ello a la
aprehensión del que capta la obra. Es éste un tema destacado en la culminación
de la intención del artista, puesto que siempre lo que hace lo hace para algún
intérprete, que puede ser otra persona, sí mismo o aun divinidades. Podría
incluso extenderse la cuestión a receptores mecanicistas, pero no se quiere en
este escrito ahondar el tema por su complejidad.
Siempre está lo inconsciente y no
podemos escaparnos de él. Será la afinidad del consciente del intérprete aquél
que podrá o no dilucidar la sutileza del inconsciente del artista.
Por ejemplo, en la estatua "La
piedad" —escultura que muestra al joven Cristo en brazos de la madre
María— se observa que ambos personajes tienen aproximadamente la misma edad, y
donde se presupone que su autor, inconscientemente, quiso expresar al consciente
del intérprete —usted y yo— que si bien reposa en su lecho de faldas Cristo
adulto y sacrificado, la poca edad de María muestra que en estas cuestiones
éticas no hay temporalidad. ¿Qué otra mejor manera de expresar lo metafísico? O
bien en aquellos cuadros medievales que expresan actividades cotidianas de
sujetos y explicitan en el fondo o al costado de las pinturas sutiles mensajes
eclesiásticos, son la prototípica de las mejores propagandas cléricas
subliminares.
Impacta el contraste que se descubre
al comparar los sitios web de los EE. UU. con los de Rusia. En los primeros
todo es algaravía y colorido, donde "nadie" reconoce sino para sí una
sonrisa de lado a lado en sus orejas. Por el contrario, las fachadas edilicias
asiáticas juegan con la pesadumbrez de la seriedad de las corbatas de sus
ciudadanos que, serios y sobrios, incluso muestran fuentes tipográficas del
mejor estilo medieval.
También siempre llamó la atención a
quien les escribe una obra de arte galardonada con el mejor premio en una
exposición europea, en que el artista presentaba la simpleza de un banco de
cuatro patas con una rueda de bicicleta encima. Si bien la obra entendemos que
es excenta de belleza, se entenderá por nuestras explicaciones que ello no
preocupaba. Sino lo que inquietaba profundamente era ver en qué consistía su
mensaje... qué era lo que semejante autor estaba transmitiendo. Y, finalmente,
se llegó a entender (creemos), y sorprendió: estaba preguntando ¿cuánto dinero
era uno capaz de pagar para ir a ver su obra? por cuanto que tenía seguramente
desempleo y familia que mantener. En fin, todo es un canal de información.
La obra de arte
Hasta el momento hemos distinguido
tres temas que debieran unirse en lo que se ha llamado «obra de arte»: un arte
consciente, otro inconsciente, y si es estético, mejor todavía.
¿Qué es lo que se está diciendo?...
sencillo, que para que una obra tenga la característica de arte supremo y
realmente sea considerada a lo largo de la perpetuidad, deberá presentar las
objetividades conscientes añadiendo a ellas una comunicación subliminar de
algún tema, igual o diferente, y que, además, si es muy bella o rotundamente
fea, mejor.
Pues la vida está llena de
extraordinarios estetas que manifiestan obras con una belleza sublime, no menos
de otros que expresan mensajes majestuosos, pero no perduran. Sólo pocos, y muy
menos de ellos, son los que, juntando ambas cualidades, logran plasmar un
subliminar por añadidura. Es a éstos últimos los que se la historia les debe
las verdaderas obras de arte —tanto en plástica, pintura, arquitectura, poesía,
música, etc.
¿Alguien se ha preguntado porqué los
dibujos de escuela de los niños impactan tanto a sus padres?... La respuesta se
entiende es dada porque cada niño, formado con un habitat común con sus
congéneres, logra plasmar una comunicación clara y directa, embebiendo su obra
en una inocencia subliminar de los temas ingenuos típicos de su temprana edad.
Aunque sean feos, es decir, aunque se vea que el propio hijo de uno no sabe dibujar,
uno se responde a sí mismo: «pero qué expresivo es». Supo así el niño presentar
en un bosquejo todo aquello que lo relaciona con su familia y, además, orientó
su obra a intereses que no supo darse cuenta. Entonces, tal padre o tal madre,
guarda en un cajón de recuerdos a perpetuidad la obrita... aunque sea fea.
El canal de información
Concepto de canal
Se cambiará de tema. Hablaremos de
lo que se entiende en la Teoría de la Información por «canal». Es éste un
concepto que implica un vehículo de transporte, una vía por donde se traslada
una carga: la información. Por consiguiente, dispone de una categoría causal,
es decir, donde existirá una información de entrada o causa, y otra de salida o
efecto. Es como un "tubo". Cuatro son las características dominantes
en todo canal informático: su ancho, su capacidad, su equivocación y su
codificación. Veremos cada una.
La primera, el «ancho de banda», se
refiere a un factor de mérito del sistema que tendrá en cuenta la pureza con
que podrá transmitir el mensaje. Inherente al mismo, explicita su idea la
velocidad con que puede transmitir datos al intérprete. Se diferencia de ella
la segunda, es decir su «capacidad de información» como la facultad de
transmitir un quantum de carga de
mensajería disponible. En suma, la primera sugiere la velocidad de transportar
la segunda. Ambas son, en efecto, conceptos aplicables a la sustancialidad
«material» de la información. La tercera, la «equivocación de un canal», hace
referencia a un aspecto «formal» de la información. Indica la aptitud de
interferencia que disponga el mismo y, siendo por ello un factor de demérito,
se la tiene en cuenta como facultad distorsionadora del mensaje transceptualizado. Por último, la «codificación del mensaje»
alude a la manera o tipología con que se caracteriza el canal para transmitir
un dato según la codificación que se use.
Por ejemplo, entre usted y yo ahora,
sin más, hay un canal informático. Éste posee una capacidad dada por la
cantidad de palabras que son transmitidas; posee también un ancho de banda
debido a la velocidad que entre ambos nos comuniquemos esos términos; también
tendrá una equivocación posible como fruto del incorrecto tipeo o mala impresión.
Por último, también posee este canal una codificación previa, que es el
lenguaje español.
Nos detendremos un momento para
aclarar un punto que puede prestar a confusión. El tema presente de «canal» y
sus características no es una cuestión que deba
necesariamente proponerse todo artista, sino que solamente se dan de suyo. Así con ello, toda obra artística —es decir, toda
comunicación de información— debe transcurrir sobre un canal. Desde el papel de
carta de dos enamorados, hasta la centésimocuarta pajilla en el nido de un
gorrión hay arte, y en él, siempre un canal que transporta mensajes. Siempre
que hay dos, hay comunicación, y las reglas de la semiótica abrazan su
posibilidad.
La entropía en el
arte
Hablar de canal informático es
hablar de transmisión de «condiciones de posibilidad» como se explicara
anteriormente. En toda comunicación siempre está la «esperanza» de muchos
mensajes transmitidos estadísticamente
independientes. Por ejemplo, el pintor sabe que su acuarela contendrá
solamente seis matices junto con el blanco y el negro; si quiere presentar un
marrón claro deberá ingeniarse combinando los anteriores —el marrón no es un
matiz, como tampoco su brillo y claridad. Entonces, ¿qué es lo que ocurre
aquí?, ocurre que hay solamente una «esperanza» de ocho "colores"
para definir un mensaje cromático, o, en otras palabras, que hay una «entropía»
—desorden— de ocho símbolos posibles para definir una información.
De hecho se define conceptualmente
la entropía como un «desorden» —aunque etimológicamente deriva del griego como
«evolución». Pero tengamos en cuenta que no estamos hablando de una rama de la
física, más precisamente de la termodinámica, sino de otro dominio que es la
informática. Entonces, ¿qué estamos diciendo?... bien, es que seguramente este
sea para usted un concepto nuevo. La entropía es una propiedad de la naturaleza
que se expresa en ambos dominios: el físico y el informático, y, como cosa
curiosa, en ambos de una manera matemáticamente similar. Son equiparables.
Ambos determinan la probabilidad del fenómeno, uno lo hace en el dominio físico
y el otro en la fenomenología virtual informática... Sé que esto es nuevo para
muchos de ustedes, sepan disculparme. Los pioneros en el tema han sido L. Brillouin
(Science and Information Theory, New
York, Academic Press Inc., 1956) y E. T. Jaynes (A Note on Unique Decipherability, IRE Trans. Inform. Theory, vol.
5, September 1959, pp. 98-102).
Desgraciadamente es muy difícil abordar estos temas desde el
lenguaje. Por ello, les pido tengan la mayor paciencia y buena voluntad. Un
estudio más convincente sé que determinaría algoritmos matemáticos que se
escaparían de los estudios filosóficos.
Repitamos la idea pero aplicada al
arte. Se tiene un artista y sus ideas posibles, que son su esperanza o entropía
a plasmar; luego expresa sólo algunas de ellas dejando en la objetivación un
asombro para el intérprete, y donde se ha denominado a la medida de su
incertidumbre: información. Así, con todo ello, el artista ha logrado
transceptualizar un mensaje a su intérprete, y lo ha logrado a través de un
canal. Entendido esto, usted y yo logramos hablar un idioma en común y
«jugamos» el mismo lenguaje.
De hecho, la psicología
contemporánea trabaja con esto. Son ejemplos los test de chequeo de las láminas
Royal, o bien de las experiencias de la Gestalt.
Parten de una entropía informática, es decir, de multitud de imágenes posibles
a diferenciar y es el sujeto quien interpretará una o varias de ellas.
Posibilidad de medir el arte
Precedentemente se ha dado el
concepto de canal. Por otro lado sabemos que éste sería, según nuestra tesis,
la manera de interpretar el arte. Así que nos queda, finalmente, ofrecer las
propiedades medibles del primero para que, de alguna manera, se esté haciendo
lo mismo con el segundo.
A diferencia del mensaje artístico,
lo que se quiere medir, repito, es cómo dicho mensaje se desplaza a través de
un canal. Un modelo de analogía aclarará lo que se quiere decir. Supongamos que
se dispone de un amplificador electrónico y su respectivo micrófono; luego,
sencillamente se habla por él y la voz sale por el parlante. Aquí yace un
mensaje a través de un canal. Este canal puede decirse que es el amplificador y
el mensaje la información del locutor que se expresa. De esta manera estamos
viendo que el canal es como una cañería de agua por el cual se desplaza el
fluido; es decir, una cosa es la cañería de transporte y otra el elemento
transportado. Respectivamente, canal e información son los conceptos que
tenemos que tener presente; el primero, como analogía del arte, y el segundo,
como del mensaje artístico.
Ciertamente nuestro símil
electrónico precedente indicaría que si queremos determinar las propiedades del
amplificador deberíamos saber su amplificación, su respuesta espectral y su
distorsión. Para el símil hidráulico, bastaría con conocer el diámetro y
longitud de la cañería. Y, para nuestro cometido, un canal informático, se han
dicho que serían fundamentalmente tres cosas: la capacidad, el ancho y la
equivocación —que son correspondientemente las mismas que para el símil
electrónico, sólo que para éste el fluido es eléctrico y para el canal es
informático.
Para aquellos lectores
familiarizados en la informática de las computadoras, les será más comprensible
los términos si los relacionamos con las magnitudes que en esta disciplina se
usan. Así, la magnitud de la capacidad y de la equivocación es el «bit» («1
bit» comunicacional es igual a «0,301 Hartley» —véase el Apéndice 1) y la del
ancho el «baudio» («bit / segundo»).
Las argumentaciones precedentes se
refieren, en síntesis, a poder observar al artista desde cuatro puntos de
vista: el primero, que consiste en tener la capacidad de disipar y anular toda
estética de la obra que haya hecho —sea linda, sea fea, no interesa. El segundo
nos introduce a las tres categorías explicadas recién y que se unen en una
sola: el mensaje que quiere expresar (comunicar) el artista. Dicha información
entonces es la que debemos medir para que, por sus respuestas empíricas, veamos
el meollo de sus posibilidades comunicativas —el canal que hace uso y le es
propio. A mayor información que transmita deviene entonces una mayor capacidad
de canal, a mayor velocidad (ancho de banda) con que transmita también otorgará
un mérito de canal, y a mayor taza de equivocaciones aumentará su demérito. Es,
en síntesis y de esta manera, que dicho trinomio define el canal; es decir, que
hace propio al arte del artista por el cual lo entendemos.
A continuación introduciremos un
posible método para realizar las mensuras del canal. Lo aplicaremos con
exclusividad a una persona —individuo o grupo de ellos. El mismo se sustentará
en los criterios que se utilizan en la electrónica de las comunicaciones, y no
pretende
en
absoluto tener la última palabra al respecto.
En cuanto a la medida de la
capacidad que tenga, debiera poder cuantificarse la información de salida del
mismo (efecto) y la de su entrada (causa). De esta manera, su cociente, es
decir la información de salida dividida por la de la entrada nos determinará la
ley causal del canal o capacidad buscada. Ahora bien, usted se preguntará
seguramente cómo ponderamos estas informaciones. Bueno para ello recurriremos a
las definiciones y conceptos que se dan en el Apéndice 1. Aquí, los símbolos
que harán la obra artística poseerán cada uno de ellos una cierta probabilidad
de aparecer —v.g.: en la Arquitectura se esperará o no determinadas columnas,
aleros, etc.; en Música ocurrirá lo mismo con los acordes, estribillos, etc.; y
así sucesivamente. Su conjunto ofrecerá una esperanza de recibirlos (entropía),
y, una vez plasmada la obra, serán algunos de ellos los que figurarán
determinando otro nuevo valor medio. Su cociente es al que nos referimos. Pero,
en realidad, al trabajar con magnitudes de información, estamos operando con
aritméticas logarítmicas de la probabilidad y, como será conocido el tema por
aquellos formados en matemática, debemos para ser específicos y hablar con
propiedad, no dividir sino restar estas magnitudes. Así, a este especie de
cociente en la Teoría de la Información se lo entiende como «información mutua»
(Abramson01a).
En lo que respecta a la medida del
ancho de banda, es más adecuado por practicidad correlativizar su concepto a la
velocidad máxima con que se pueden transmitir los mensajes. Para ello se
podría, por ejemplo, experimentar una cierta entropía de símbolos disponibles y
lo que demora el artista en plasmarlo en su obra. Debiera seguidamente este
efecto repetirse varias veces hasta determinar una velocidad media de su
creatividad.
La medida de la equivocación que
tenga el artista también se aconseja encontrarla como valor medio de distintas
experiencias. Para determinar empíricamente la definición de una equivocación
informática, puede recurrirse a la argumentación dada en el Apéndice 1.
Así, finalmente, tenemos tres
factores que hacen a la propiedad del arte en el artista; es decir, de la
posibilidad con que exprese su mensaje y llegue al intérprete. Cómo los
aplicamos y cómo los mensuramos será el desafío. Personalmente me conformo con
haber podido dejar los lineamientos generales o categorías que determinan al
arte según se entiende en esta tesina, aunque no descarto que me hubiera
gustado ser completo y poder entregar además —como sí lo he hecho con la
estética— una mensura empírica. Lea el texto completo en: http://www.filosofiacuba.com/eugenio/04/04.html
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