por Alicia Murría Artecontexto, arte, cultura
y nuevos medios nº 25, (I) 2010
La industria tecnológica e Internet, de manera
fundamental y en poco más de quince años, han redibujado el acceso a la
información, al conocimiento y su distribución, modificado
sustancialmente nuestras formas de comunicar y relacionarnos,
multiplicado exponencialmente el control sobre los individuos y alterado
de manera drástica el concepto de privacidad, por mencionar sólo
algunos de sus efectos. También, y de forma paralela, han propiciado
espacios de actuación horizontal y participación colectiva, antes
difícilmente imaginables, cuyas dimensiones rebasan países y estados.
Resulta sorprendente sin embargo que, frente a estas trasformaciones de
calado profundo que afectan a todos los órdenes de la existencia, muchas
instituciones y los discursos sobre los que se sustentan -y nos
referimos ahora al ámbito de la cultura y en particular al del arte-
hayan hecho de la impermeabilidad y la resistencia a cualquier cambio su
razón de ser, sobre todo cuando -en teoría y por definición- deberían
constituirse en avanzadilla.
Ciertamente ha variado el aspecto externo de los
contenedores de arte pero mucho menos sus estructuras internas y las
ideas que los cimentan, heredadas de modelos de conservación y
exhibición que apenas se han modificado en los tres últimos siglos y
cuyo eje gravitatorio continúa siendo el objeto aurático. Muchas de las
actuales prácticas artísticas encuentran difícil acomodo en estos
escenarios, no sólo aquellas que utilizan los llamados nuevos medios
-que en buena medida hace mucho que dejaron de serlo- como el vídeo, las
instalaciones sonoras o las obras que exigen algún tipo de interacción,
sino las que como el net.art se conciben por y para el espacio público
virtual y demandan para su desarrollo una participación colectiva donde
se diluyen los conceptos clásicos de "obra de arte" y de autor. También
es cierto que algunas instituciones están abordando su adaptación a
estas nuevas necesidades y asumiendo los retos que tienen ante sí; unos
retos que no se limitan al descifrado de la mejor manera de almacenar o
exhibir, sino a repensar el papel que les corresponde jugar como nodos
de experimentación y creación, como motores -valga la manida expresión-
para la producción de conocimiento.
Al análisis de estos procesos y sus
contradicciones hemos querido contribuir a través de colaboradores como
José Manuel Costa, que traza una genealogía de la exposición; Christian
Paul, quien se detiene en la Red como espacio de producción cultural;
Juan Antonio Álvarez Reyes habla, desde su propia experiencia en el
comisariado, sobre cómo trasladar los nuevos lenguajes al espacio
físico; por su parte, Mónica Núñez Luis se detiene en cómo el mercado
busca adaptarse a un tipo de producciones que hasta hace muy poco se
encontraban alejados de sus intereses, los cuales son cuestionados a
menudo por esas mismas practicas artísticas. Por último, Daniel G.
Andujar, a través de una entrevista, aporta un lúcido análisis sobre el
paisaje que se está configurando y subraya la responsabilidad de los
artistas en su delineamiento.
Al margen del dossier, pero no lejos de estas
cuestiones, Mieke Bal habla de su trabajo en el campo de la teoría
cultural así como de su obra cinematográfica en una charla con Juan S.
Cárdenas, con motivo de la publicación de su último libro Conceptos
viajeros en las humanidades. Cierra las páginas centrales un
vistazo a Los Ángeles, ciudad invitada a la cita anual de ARCO, a cargo
de Micol Hebron. Textos sobre cine, música y libros, así como la sección
Cibercontexto y un amplio recorrido internacional de exposiciones
completan este número, con el que ARTECONTEXTO cumple su sexto
aniversario.
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