La Paradoja de un Aparente Intercambio entre Culturas
María Ángeles
Martínez Número 37
En cuanto al cinema,
no sólo madura sus frutos en el haz estrecho, ceñido,
de múltiples elementos ..., sino que después los proyecta
en racimo de luz sobre el público más compacto y extenso
que pueda imaginarse.
(Ayala, 1995, p. 17).
El cine surgió
como un intento de reproducción fiel de la realidad que se
colocaba ante el objetivo. Sin embargo, a los pocos años
de vida, se descubrió su potencial significativo y en torno
a la imagen y el sonido nació un lenguaje específicamente
audiovisual que fue consolidándose y evolucionando con el
paso del tiempo.
A raíz del fenómeno
surgieron diversos puntos de controversia; desde aquí se
destacarán dos. El primero de ellos respecto a la consideración
del cine como lenguaje o como confluencia de diversos ámbitos.
El segundo centra su atención en la elevación del
cine a la categoría de arte, equiparable a la pintura o la
música. En cualquiera de los dos casos hay que atender a
la dimensión social del mismo ya que desarrolla su actividad
sumido en un entorno cultural del que recibe influencias notables
y al cual confiere una especial aportación.
Por otra parte, la
naturaleza misma del cine le hace traspasar barreras y por ello
el contacto entre culturas es inevitable. La adaptación de
los productos cinematográficos a esos nuevos entornos de
sentido trae consigo una interesante reflexión acerca de
las relaciones interculturales que se desarrolla a continuación.
La primera
controversia: El cine como lenguaje
El nacimiento de un lenguaje audiovisual surge de la conciencia
de que la cámara no equivale a la realidad. La llegada del
cine sonoro, la aparición del color, los movimientos de cámara,
la profundidad de campo, en definitiva, los avances técnicos
parecían poco a poco acercar más el cine a la reproducción
fiel de la realidad. Sin embargo, la cámara seguía
sin sustituir a la visión humana (Fernández Díez
y Martínez Abadía, 1999, pp. 21 y ss.), el espacio
enmarcaba, la profundidad de campo no era infinita, los planos cercanos
agrandaban al sujeto... Surge entonces el lenguaje audiovisual
como instrumento para relatar la realidad en lugar de reproducirla.
Nacen las formas narrativas de representación.
Tras un primer proceso
de aprendizaje, el espectador decodifica el mensaje, acepta que
la cámara es "él mismo convertido en observador
mágico que se coloca en cada momento en el punto de vista
más interesante” (p. 22) basándose en la naturalidad
y la convención para entrar en ese nuevo mundo que se propone
desde la pantalla.
Existe una fuerte controversia
en torno a la consideración de lo audiovisual como un lenguaje
con pleno derecho. Según Casetti y Di Chio (1994, p. 65)
un lenguaje es supuesto como tal si otorga significado a objetos
o textos, expresa sentimientos o ideas y comunica informaciones.
El audiovisual aparece plenamente, pues, como un lenguaje, ya que
significa, expresa y comunica, aunque más adelante se comprobará
que diverge notablemente de otros lenguajes establecidos como la
lengua.
Siguiendo los planteamientos
de Casetti y Di Chio (pp. 66-73), existen tres áreas de estudio
principales en el seno del lenguaje audiovisual:
- Las materias
de la expresión o significantes: son los materiales
sensibles con los que se aborda la expresión del lenguaje
audiovisual y se dividen en significantes visuales, tanto
imágenes en movimiento como signos escritos; y significantes
sonoros, que se refieren al oído y, por tanto, a las
voces, los ruidos y la música.
- La tipología
de signos: un signo se define por la relación
entre significante, significado y referente. El cine posee los
tres tipos de signos establecidos por Peirce en 1931, índices,
iconos y símbolos; por ejemplo, las imágenes son
iconos, mientras que la música y las palabras son símbolos
y los ruidos son índices.
- Los códigos:
un código es un sistema de equivalencias, un conjunto de
comportamientos acordados en una comunidad dada. El lenguaje audiovisual
se presenta como una articulación artificiosa de imágenes
y sonidos basada en la convención, cuyas unidades significativas
mínimas no tienen significado totalmente estable y universal
(Martin, 1996, p. 22). El cine no posee un código unívoco,
no tiene reglas fijas y cerradas como ocurre en los lenguajes
naturales, un significante no remite inequívocamente a
un significado, sino que a menudo lo "no dicho” implica
mucho más que lo dicho. Estas particularidades lo desligan
de los lenguajes tradicionales, caracterizados por la sistematicidad
que permite la aparición de reglas estrictas y compartidas,
ya que la creación audiovisual está siempre abierta
a nuevas aportaciones y se transgreden continuamente las escasas
normas y principios que existen.
Esto lleva consigo
una necesidad de aprendizaje intencionado como si se tratara de
un segundo lenguaje, con el fin de que los comunicadores estén
en condiciones de elaborar y cifrar los mensajes utilizando todos
los recursos retóricos del medio audiovisual y los receptores
sean capaces de decodificar, de descifrar dichos mensajes.
Se puede deducir, por
tanto, que el lenguaje audiovisual es un lenguaje mixto,
porque se compone de una mezcla de distintos tipos de significantes
y signos visuales y de elementos auditivos. Lipietz (1998, p. 268)
habla del privilegio de dos sentidos de los cinco, olvidando los
otros tres, con el riesgo considerable de perder "la pespectiva
atmosférica”, de perder los sabores, los olores de
las cosas, etc. Este planteamiento tiene un doble enfoque: por una
parte se puede pensar que a través de esos dos canales sensitivos
al menos se puede acceder a una parte de la otra cultura o que estos
ofrecen una perspectiva parcial, sesgada, incompleta de lo ajeno.
Esto supone un riesgo apuntado por el profesor Vázquez Medel
(2002): nuestras imágenes de la realidad social son ofrecidas
a partir de los medios de comunicación, en lugar de estar
fundamentadas en nuestra experiencia directa del mundo. Eso influye
poderosamente en nuestro modo de interpretar las relaciones de sexo,
género, relaciones interculturales, etc.
La segunda
controversia: El cine como arte
Este problema toma relevancia a partir de la década de los
ochenta del siglo pasado, cuando se empiezan a considerar temas
como el énfasis en la diferencia, la tensión entre
lo existente y lo posible (el cine entendido como ampliación
de horizontes), la "medición” de las reacciones
sobre el público, etc.
La ambigüedad
de la relación entre lo real objetivo y su imagen fílmica
es una de las características fundamentales de la expresión
cinematográfica y determina en gran parte la relación
entre el espectador y la película, además de acercar
el lenguaje fílmico al lenguaje poético.
Puede decirse, siguiendo
a Martin (1996, p. 34), que la "imagen reproduce lo real y,
en un segundo paso y eventualmente, afecta nuestros sentimientos
y, en un tercer nivel y siempre de manera facultativa, toma un significado
ideológico y moral” [las cursivas son del autor].
Ante la pantalla cinematográfica se guarda una cierta distancia,
se es consciente de estar ante un espectáculo y con ello
se abandona la pasividad que impone el movimiento de la imagen para
participar, para entrar en el juego del cine como un arte con pleno
derecho.
Comenta Ayala (1995,
p. 13): "El arte, como proceso espiritual, como actuación,
consiste en desprender de la realidad una apariencia orientada por
la brújula del sentido estético”; el cine es,
sin duda un arte, pero un arte controvertido. En primer lugar, por
la mediatización de una estructura de empresa industrial
que constriñe la finalidad artística del cine (p.
50); este debe buscar siempre llegar al mayor número de personas,
lo que en amplia medida influye en la configuración de su
lenguaje. Este mismo autor, unas páginas más adelante,
habla de la vinculación del mismo a las artes plásticas
por su relación con la fotografía; sin embargo, su
carácter auditivo lo relaciona también con las artes
literarias, e incluso a la música (p. 122).
Dimensión
social del cine
Ya el propio Ayala (p. 121) comenta en la cuarta parte de El
escritor y el cine que "la preocupación por la
pureza estética de ese que llamábamos entonces Séptimo
Arte no resulta en modo alguno incompatible con el reconocimiento
de su carácter social”. La función del cine
en el seno de la sociedad ha sido y es incuestionable, aunque no
permanece exenta de complejidad.
Ya se ha comentado que un texto artístico no puede entenderse
como un elemento de significación configurada plenamente;
los circuitos de la comunicación artística son permeables
a la incidencia cultural, de tal forma que esos rasgos culturales
penetran sobre los textos, sobre el sentido de cada obra. Un texto
significa para alguien y las significaciones que aporten tanto autor
como lectores tendrán que ver con la cultura en la que estén
inmersas ambas entidades.
Lotman (1979, p. 22)
apuesta por el estudio del funcionamiento semiótico del texto
real y para ello hay que integrar los estudios histórico-culturales
en un proyecto semiótico. Él parte de la consideración
del signo como unidad cultural; reconoce su papel
social, por la capacidad que posee para dar servicio a determinadas
necesidades de la colectividad.
Surge entonces el término
cultura, definido por Lotman (p. 41) como "información
no genética, como la memoria común de la humanidad
o de colectivos más restringidos nacionales o sociales”.
Han sido múltiples las definiciones del concepto de cultura,
pero todas ellas hacen alusión a su inclusión en un
contexto y a su influencia en los hábitos y conductas de
los seres humanos. Además, se considera en una doble vertiente,
una humanista, más relacionada con prácticas intelectuales
tales como el cine, la pintura, etc.; y otra antropológica,
más unida a las formas de actuar, a los valores y normas
que rigen a un pueblo. Es esta última la que nos interesa
en este discurso. La cultura se estudia a partir del sentido y la
interacción y se supone una conducta aprendida, no se transmite
genéticamente; supone un modo de interpretación y
significación de la realidad. La cultura es un todo bien
estructurado que se erige en un conjunto de rasgos distintivos de
un pueblo específico que se adapta y cambia con el paso de
los tiempos.
Partiendo pues, a partir
de esta reflexión, de que tanto el organismo emisor como
el receptor de un texto fílmico interpretan el producto desde
el seno de una cultura determinada que no tiene por qué ser
coincidente, es necesario ubicar el desarrollo de la comunicación
cinematográfica dentro de los procesos de comunicación
intercultural.
El cine como
intercambio cultural: la dialéctica frustrada
La filosofía intercultural tiene como objetivo superar que
todo centro pretenda imponerse fuera de su contexto (Gómez
Martínez, 2002, p. 1). De la convergencia surge el diálogo
y de éste a su vez nuevas formas culturales, que en ningún
caso deben pretender la supremacía sobre otras posibles culturas.
Hay que dejar de lado toda visión unilateral, toda unicidad
de conciencia y todo modelo unitario para el mundo y para el hombre.
La interculturalidad
puede definirse como la interacción comunicativa que se produce
entre dos o más grupos humanos de diferentes culturas (Austin
Millán, 2000, p. 1). Los estudios de comunicación
intercultural vienen marcados por aquellas comunidades de personas
interesadas en una comunicación eficaz entre miembros de
comunidades diferenciadas. Tiene lugar cuando una red de sentidos
comienza a entender que existe otra forma de ver las cosas, de darle
sentido a los hechos divergente a la propia.
El cine apela frecuentemente
a lo imaginario, a lo subjetivo, a lo extraordinario y maravilloso;
nos conduce a un mundo nuevo en ciertos puntos convergente con el
nuestro y en otros absolutamente divergente. No hay que olvidar
que se trata de un dispositivo fabulador, deja en un momento de
su historia de ser "cinematógrafo” para conquistar
un lenguaje y pasar a ser "cine”. Se da entonces una
paradoja entre la objetividad propia de lo que aparece en pantalla
y la subjetividad de quien observa, "entre la realidad de
lo reproducido y la irrealidad del mundo en la pantalla” (Casetti,
1994, p. 63).
El cine acude a representaciones
basadas en el mito para constituirse en lenguaje universal, por
lo tanto, existe un interés ideológico en cada película.
El lenguaje del cine recoge niveles diametralmente opuestos: "desde
la vivencia directa de la visión real de la cosa ... hasta
la máxima ilusoriedad” (Lotman, 2000, p. 61). El mundo
de los mitos nos conduce a los nombres propios, a lo conocido, a
lo fácilmente identificable por cada uno de los espectadores
y, por ello, a lo fácilmente universalizable.
Pero hay que tener
en cuenta que el cine no es más que una ilusión de
realidad. Gracias al efecto phi se consigue la percepción
de movimiento de una serie de estímulos estáticos
representados de forma sucesiva. La intensidad de los sonidos posibilita
crear la ilusión de elementos en movimiento. El cine no es
más que una mentira, una ilusión.
El cine posibilita
el contacto entre una cultura A y una cultura B a través
del lenguaje cinematográfico y sus productos; esa conexión
se da gracias a imágenes consideradas más o menos
universales, exige la traducción o doblaje de la lengua natural
en la que ha sido fabricado el producto, pero resulta evidente que
hay una ausencia notable de ciertos sentidos a favor de una atención
exclusiva sobre la vista y el oído. Además, el cine
promueve la construcción de un imaginario artificial que
no siempre se corresponde con la auténtica realidad de una
cultura, sobre todo en los tiempos en los que la simulación
adquiere una importancia crucial, ya que, como apunta Baudrillard
(1978, p. 9), esta nueva era suprime los referentes y suplanta lo
real mediante sus signos. La imagen constituye la única realidad
de los personajes representados.
Por otra parte el proceso
de comunicación que se produce en el cine se da in absentia,
de la misma forma que se da la comunicación literaria: un
emisor construye un mensaje en un momento determinado, que será
recibido por uno o muchos receptores en un cronotopo que no tiene
por qué coincidir con el del emisor. Las circunstancias histórico
sociales pueden variar. Además, el receptor no tiene posibilidad
de retroalimentación, no existe un feed-back directo, factor
fundamental en el intercambio entre culturas distintas.
Esto conecta con la
idea de que el cine nace de una doble voluntad ideológica
y de lucro que guía la construcción de los productos
cinematográficos. Por una parte, debe reflejar los puntos
de vista ideológicos de aquellos que lo crean y, sobre todo,
lo financian. Por otra, no nace de un desinteresado interés
por confraternizar; sobre el cine recae la imposición de
la industria ante la consideración del mismo como bien cultural
mercantilizado (Gómez Tarín, 2002, p. 1); por lo tanto,
más que de las infinitas posibilidades expresivas que permite
su lenguaje, es la industria de la que depende el mecanismo del
Séptimo Arte. Sus objetos construidos, las películas,
nacen con la esperanza de un lucro y, como todas las expresiones
culturales, sigue unas normas determinadas.
No hay que caer en
el etnocentrismo, es decir, en la intención de los creadores
cinematográficos debe existir una voluntad de diálogo
a pesar de las imposiciones económicas, de exposición
de la propia cultura para establecer contacto con las culturas ajenas,
pero no convertir los valores de esa cultura en concreto en los
valores de toda la humanidad (Rodrigo Alsina, 1999, p. 82).
Parece ciertamente
tras esta reflexión que es posible establecer un primer contacto
entre culturas diversas a través del arte cinematográfico.
Sin embargo, no hay que perder de vista que esto debe ser sólo
la apertura de una puerta, el primer contacto, sin duda necesario
pero, no hay que olvidar, no suficiente para establecer juicios
de valor, para darse por satisfechos en el conocimiento de una cultura
ajena a la propia que se presenta envuelta en unas vestiduras verosímiles
pero no siempre ciertas y prácticamente nunca reflejo de
una realidad mucho más compleja en todos los sentidos.
Una cita de Edgar Morin
(Casetti, 1994, p. 55) puede reflejar perfectamente este planteamiento
y poner punto y final a este discurso:
La sabiduría
del cine reside sobre todo en su capacidad de encarnar lo imaginario.
Lo que aparece en la pantalla no es el mundo en su evidencia o
concreción, sino un universo nuevo donde se mezclan objetos
comunes y situaciones anómalas (...). En resumen, el cine
abre un espacio distinto, habitado por muchas más cosas
de las que rodean nuestra vida.
Notas:
Austin Millán, T. R. (2000).
Comunicación Intercultural. Fundamentos y sugerencias. Disponible
en: http://tomaustin.tripod.cl/intercult/comintuno.htm (2004, octubre).
Ayala, F. (1995). El escritor y el cine. Madrid: Cátedra,
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Casetti, F. (1994). Teorías del cine. 1945- 1990. Madrid:
Cátedra.
Casetti, F. y Di Chio, F. (1994). Cómo analizar un film.
Barcelona: Paidós Comunicación.
Fernández Díez, F. y Martínez Abadía,
J. (1999). Manual básico de lenguaje y narrativa audiovisual.
Barcelona: Paidós Comunicación
Gómez Martínez, J. L. (2002). La cultura indígena
como realidad intercultural (Parte III). Disponible en:
http://ensayo.rom.uga.edu/critica/teoria/gomez/gomez2c.htm
(2002, octubre).
Gómez Tarín, F. J. (2002). Por una aplicación
práctica del proyecto antiglobalización en el terreno
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(2002,octubre)
Lipietz, Alain (1998). El porvenir de las culturas. En Ramonet,
I. (ed.). Internet, el mundo que llega: los nuevos caminos de la
comunicación. (pp. 266-272). Madrid: Alianza editorial.
Lotman, Y. (2000). La Semiosfera III. Semiótica de las artes
y de la cultura. Madrid: Cátedra.
Lotman, Y. Y Escuela de Tartu (1979). Semiótica de la cultura.
Madrid: Cátedra.
Martin, M. (1996). El lenguaje del cine. Barcelona: Gedisa.
Rodrigo Alsina, M. (1999). Comunicación intercultural. Barcelona:
Anthropos.
Vázquez Medel, M. A. (2002). La semiótica de la cultura
y la construcción del imaginario social. Gittcus, revista
de comunicación [Revista electrónica] http://www.cica.es/aliens/gittcus/mmccis.htm
(2002, octubre).
http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n37/mmartinez.html
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