Mario Rodríguez Guerras
Los conceptos Cuanto
más analizo la cultura más me convenzo de que toda evolución es una
disminución de las potencias del hombre y coincido con Nietzsche al
afirmar que el hombre moderno más se asemeja a un mono que a un
superhombre. Aunque la epidemia de la racionalidad no se corresponde
exclusivamente con la edad moderna pues toda la era griega está generada
a partir de la racionalización de nuestra existencia y el germen de la
racionalidad infecta toda nuestra cultura. Aquello que denominamos cultura es, precisamente, la racionalización de los
conocimientos humanos, conocimientos acerca de la existencia, que se
ampliaron a los aspectos de la convivencia, una particularidad de la
vida que acabó por tenerse por absoluta, lo cual implica negar otras
formas de existencia y, por cierto, las formas superiores. Las ideas
sobre la justicia, el orden social, la jerarquía, la autoridad, el bien y
el mal, y todo aquello necesario para asegurar el valor de la vida en
colectividad precisaba de justificaciones que no existían en la
naturaleza y la lógica las encontró. Antes
de la aparición de la cultura, lo cual no fue un proceso natural sino
un proceso artificial, el hombre poseía ideas acerca de valores
universales. Estas ideas se concretaron mediante la lógica y la lógica
adquirió un valor superior al que le correspondía y amplió su aplicación
a otras áreas, áreas que precisaban de una racionalización para
adquirir valor, como la ciencia, la cual no existe sin la lógica
deductiva, o como la sociedad que precisaba de una justificación para
regularse.
Entendemos la cultura
como el conocimiento racional, y por lo tanto trasmisible, de ideas
acerca de la existencia y del hombre, incluida la existencia en colectividad, es decir, el conjunto de conocimientos recogidos en la religión, la filosofía, la ciencia... Y entendemos por civilización
las manifestaciones que el hombre desarrolla a partir del mismo
pensamiento con el que genera la cultura: tanto las instituciones: de
gobierno, de justicia…; como la industria: la vivienda, el trasporte…;
como la adecuada expresión de tal sentir: el baile, el canto, las artes
plásticas… Se entenderá que el arte pertenece a los dos campos cuando
distinguimos una manifestación culta y otra popular. Podríamos decir,
reduciendo el contenido de estos conceptos para ofrecer mayor claridad,
que la civilización la constituyen nuestras costumbres y, la cultura,
nuestros conocimientos. Se
objetará que prácticamente no hay diferencia entre lo que es cultura y
lo que es civilización, y, efectivamente, cultura y civilización son dos
aspectos de la misma cuestión, por lo que la distinción dice más de
quien valora que del hecho en sí. Saber quién pregunta por cultura y quién por civilización nos sirve para conocer el punto de vista de quien pregunta,
su posición, su perspectiva. Podríamos decir que uno de estos elementos
es el cuerpo y el otro el alma. El ser sería el conocimiento, o las
creencias, sobre la realidad que no posee existencia sin esa doble
vertiente de su manifestación. Antes
de esta manifestación cultural existía un tiempo que podríamos definir
como pre-cultural porque no estaría completamente racionalizado, y
en el que, muy posiblemente, ese hombre, del cual el bueno de Eurípides
podría decir que actuaba inconscientemente, estaría muy próximo a un
sileno y poseyera la mayor belleza de su historia. Con
las manifestaciones pre-culturales, todas ellas intuitivas, como sus
conocimientos, incluida la escasa ciencia inductiva, el hombre comienza
su rebajamiento, su aprecio por lo concreto. Es cierto que vive mejor y
que abre el camino hacia un "progreso” sin límites, pero a cambio de
escindir su ser en dos, lo divino y lo natural, para poder comprender
con mayor facilidad su realidad. No por necesidad sino por deseo consciente de sobrevalorar
su propio método, la racionalidad, ha ido eliminando, en el tiempo de
la cultura, esos aspectos pero, siendo la razón solo una interpretación
del hombre y no una valoración completa, entendió al hombre como un
producto de la razón sin conexión con su naturaleza;
así pues creó, como consecuencia necesaria de ese error de cálculo, al
mono en lugar del ser superior que esperaba, tal como le ocurrió al
famoso doctor de la ciencia ficción con su creación, y el resultado,
como en el drama socrático, se presta, en quien posee en el alma algo
más que un resquicio del antiguo sileno, antes a la incomprensión que a
la compasión.
La paz social Pero,
cada vez que miramos a un pasado inmediato, nos damos cuenta de que, en
realidad, la vida colectiva ha mejorado y, cuanto más atrás miramos,
mejor percibimos que la evolución de las costumbres sociales ha
suavizado la convivencia. Si ya revisamos la vida de Roma o de Atenas,
basta recordar la esclavitud, la sumisión de la mujer y de los hijos al
hombre, así como costumbres o creencias que hoy nos resultan tan
bárbaras como las guerras o el pillaje como forma de subsistencia o las
targelias, como medio de expiación de culpas, o el rigor de las
sentencias judiciales. Sin
embargo, si Eurípides se jactaba de haber enseñado al pueblo a razonar,
con el mismo método también le enseñó a mentir lo que llevó, con el
tiempo, a convertir a todo ciudadano en
juez moralista de los actos ajenos. Ya ellos ejercían constantes burlas
contra el hombre que caía en desgracia pero por hechos ciertos y no por
la valoración social de su conducta. Como nos recuerda Hegel, los
griegos no tenían un especial sentido del honor puesto que el honor es
un concepto derivado de valores sociales y ellos, los griegos, eran
conscientes de que tales valores habían sido instaurados para evitar
situaciones concretas, no por un valor propio y real: Los dioses no
habían surgido del monte Olimpo sino de la polis de Atenas. Los griegos
lo sabían, pero sus herederos, el mundo occidental, aprendieron la letra
de las historias sin haber oído su música. Cuando
esta fiebre racional pase, pues todo tiene un tiempo, llegaremos a una
era post-cultural, no porque haya un final de la cultura sino porque se
alcance la comprensión de otras formas de expresión y conocimiento que
no sean solamente lógicas como consecuencia de la decepción del hombre
por la razón.
De las formas culturales Del
porcentaje empleado de cada uno de los componentes en cada
manifestación cultural dependerá que tal cultura posea un carácter u
otro. Nietzsche estableció tres caracteres, trágico, artístico o socrático para el arte hindú, el de la Grecia clásica y el helenismo, dando a uno forma compleja y, a los otros, simple.
Pero, a la vez, cada tipo de cultura sufrirá una evolución, en mayor o
menor grado y a mayor o menor velocidad, con variaciones de sus mismos
componentes, de forma similar a como en la naturaleza existen animales
pequeños, medianos y grandes, que evolucionan, desde que nacen, de
pequeños, a jóvenes y adultos. Por eso, no consideramos adecuada la distinción de Hegel de una cultura hindú, una greco-romana y otra gótica,
ya que la clásica y la medieval serían estadios de la cultura
occidental; y la descripción que hace de la cultura india es una
cualidad general de la cultura oriental; aunque en esos ejemplos se
distingan los tipos que pretende afirmar. Por otra parte, su teoría no
es válida para el arte "romántico” con el que Hegel identifica el arte
religioso, pues no existe un arte religioso y, plagiando a Nietzsche,
podríamos decir que lo que existe, y lo que Hegel hace, es una
interpretación religiosa del arte. Existen, en efecto, tres principios generadores de culturas. Uno espiritual, el cual está representado por la cultura hindú,
una religión sin dioses en la que se concibe la existencia de fuerzas
generadoras de los fenómenos. Habría, también, un principio material que estaría representado por la cultura egipcia, donde los dioses se manifiestan en la figura del faraón. Y, finalmente, un principio racional que habría generado la cultura griega de
la cual, hablando con propiedad, nosotros no somos herederos sino
continuadores. En ella, los antiguos dioses representan las ideas sobre
la voluntad individual y los nuevos dioses los conceptos sociales sobre
las leyes terrenales. Cada una de esas formas culturales tendrá, en
sucesivos momentos, influencias de esos mismos principios. Es por eso
que Hegel advierte en la cultura occidental formas diferentes (clásica y
romántica), pero, con mayor precisión, aclaramos que no son formas sino
tipos de una determinada forma. Hegel compara una forma cultural
(oriental) con los tipos (clásico y romántico) de otra forma cultural
(occidental) en lugar de comparar culturas entre si. Las formas culturales se crean a partir de los principios universales, la sensibilidad, la intuición y la razón, lógicamente, puesto que nada existe sin una razón y estas están ya bien definidas. Otras exposiciones
son aproximaciones imprecisas a las formas culturales que no alcanzan a
definir, por grande que sea el prestigio social de quien lo defiende,
los verdaderos fundamentos de sus orígenes.
La disolución de occidente No
solo las percepciones sensibles que están al alcance de cualquiera sino
también una deducción teórica nos conducen a pensar en un próximo
cambio cultural de consecuencias inconcebibles para el mundo occidental.
Próximos a agotarse los cambios posibles en la evolución de la cultura
de la era griega, bien conocidos por nosotros, de la cual la existencia
del mundo occidental no solo es deudora sino, lo que resulta más
terrible en este momento, que esta constituye su fundamento sin el cual
tendría que desaparecer, resulta que no es posible concebir un final
cultural sin suponer que nadie pretenda ocupar ese vacío. Entre
las evidencias, unas son internas, la falta de fe en sí misma, junto
con la creencia de que nada de cuanto se haga en su contra la podría
anular y que se podría reponer como si el resto del mundo precisase su
supremacía por tradición y no precisamente una fuerza directora de
cualquier índole. Entre
las externas, la fuerza de sus rivales y una fuerza que se manifiesta
en varios aspectos, el económico, en un mundo en el que las guerras
comerciales tienen mayor importancia que las militares; y el social, por
el deseo de conquista de un mundo al que sus rivales menosprecian pero
envidian. Entre
las razones culturales, la renuncia a todo ideal, el exceso de
confianza en la evidencia y en los logros materiales que recuerdan cómo
el helenismo, con su excesivo realismo, anunció la llegada de un imperio
romano más diestro en el manejo de los valores materiales que se hizo
cargo de la dirección de la historia del mundo.
Y,
sin embargo, hoy, como entonces, resulta imprescindible que esto ocurra
para que la máquina del tiempo traiga un nuevo mañana cada vez que ese
reloj de la historia nos anuncia la medianoche.
Tomado de:
http://revista.escaner.cl/node/6492
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