Katja Diefenbach
Tal como Derrida nos ha
explicado amablemente, Marx escribió en su primer capítulo de El Capital una
teoría espectral sobre la forma mercancía como relación social, en la que lo
social se muestra al hombre como una fantasmagoría, pero también como aquellas
"relaciones objetivas de las personas y relaciones sociales de las cosas”[1].
Tenemos ante nosotros y nosotras la interesante forma de una locura, la cual
habita en las cosas sin tener un hogar en ellas. Ésta no aparece como objeto ni
como ninguna de sus características, sino que se muestra sólo en el momento del
intercambio y expresa el carácter social del trabajo. En la mercancía se
corporeiza una forma social. Esta forma constituye una relación de sustitución,
abstracción y cosificación. Marx la denomina abstracción real, tan
real-efectiva como fantástica, un espectro que quiere hacer desaparecer. En las
mercancías, por lo tanto, se torna tangible lo intangible: la forma de
producción del capitalismo. En este sentido las mercancías son cosas
sensualmente suprasensibles, cristales sociales, cosas devenidas socialidad.
Éste es su misterio, el cual se muestra al hombre en tanto que no se muestra.
Un raro espejo. La gente no capta el misticismo de la mercancía. Piensa que es
completamente normal y natural que las mercancías tengan un valor y que puedan
ser intercambiadas. Marx desvela este espectro, es un descifrador que deja
claro, sin embargo, que con esta decodificación el espectro no puede ser
arrebatado de la mercancía. Desaparecerá sólo cuando se haya pasado a otra
forma de producción. Ya que –tal como afirma Marx desde una posición que,
aunque bella, mistifica al mismo tiempo la racionalidad de la revolución– "tan
pronto como nos mudamos a otras formas de producción, desaparece inmediatamente
todo el misticismo del mundo de las mercancías, toda la magia y la
fantasmagoría que rodean de niebla a los productos del trabajo sobre la base de
la producción del valor”[2].
El pathos de verdad
de Marx es el de una crítica desveladora de la religión. Su problema es que su
crítica está dominada todavía por ese halo religioso del que se quiere
deshacer, y olvida pensar sobre el hecho de que la separación entre
racionalidad de producción y uso, e irracionalidad del intercambio, pueda ser
espectral en sí misma.
Nos encontramos ante una
encrucijada de cuestiones teóricas y políticas. Se trata de la pregunta por la
forma, por la contradicción, por la mercancía, por su capacidad "cósica”, por
el cuerpo y por las relaciones de fuerza. Aparece aquí el rastro de uno de los
elementos a partir de los cuales el posestructuralismo comienza a desviarse radicalmente
del marxismo. En el posestructuralismo es abandonada la idea de que tras las
relaciones de fuerzas sociales se encuentra una forma que las mueve y a la vez
las limita; así como el naturalismo de la actividad, la creencia tácita en lo
útil, el silencio respecto a la producción de cuerpos trabajadores, sexuados.
1. Forma
En el primer capítulo de su
libro, Marx descifra el carácter de "forma social” de la mercancía. Éste es su
punto de inflexión. La economía nacional burguesa ya había desarrollado la teoría
del valor del trabajo, pero la novedad de la crítica de la economía política
radica en esta afirmación: la forma de la mercancía es una forma social, es la
forma de la misma sociedad productora de mercancías.
Reconstruyamos la escena:
Marx parte de un simple intercambio de mercancías entre la mercancía A y la
mercancía B. La forma social no se esconde en el dinero, sino en el
intercambio. Ésta se configura a través de una doble sustitución y abstracción:
abstracción del uso de las cosas, abstracción del trabajo concreto. Cuando una
falda es cambiada por cuero, el cuero se vuelve espejo del valor. En cierto
modo, desaparece su pureza material así como su posibilidad de uso. Una vez se
introduce en la forma de la equivalencia, éste se convierte en su propio
espectro, y no expresa en el momento del intercambio otra cosa que una
determinada cantidad de faldas. Así se convierte en la forma de aparición de su
contrario: el valor. En este sentido Marx concibe la mercancía hegelianamente,
como una unidad contradictoria de materia-objeto y valor-forma. En el
intercambio la materia es degradada a la cualidad de una rara envoltura, una
gelatina del trabajo abstracto realizado. Trabajo abstracto no significa aquí
trabajo llevado a cabo bajo duras condiciones en la fábrica; el concepto apunta
menos al momento directo de elaboración, y más a un momento de dominación
irracionalmente racionalizado: para que las mercancías puedan circular en el
mercado, el trabajo es reducido en el momento de compra-venta a una ficción estática,
a un quantum intercambiable, a un promedio.
En la mercancía, por lo
tanto, lo social cristaliza como esa forma de una doble sustitución abstracta,
la cual no expresa ningún ser ni ninguna sustancia. Sociedad es relación. Éste
es el punto de partida potencial del posestructuralismo, punto de partida dado
por el marxismo, pero bloqueado en él por la dialéctica y la filosofía de la
historia. En Marx, la relación social es un movimiento de contradicción
determinado formalmente; en la forma valor en el nivel más simple, la mercancía
A se cambia por la mercancía B, se encuentra ya inscrita la potencial quiebra
desde el punto de vista político, lógico y económico. Un cuento dialéctico.
En el movimiento objetivo
del capital –al cual le son "dadas” sus fronteras, ya que en un determinado
punto las condiciones de desarrollo se tornan sus cadenas– Marx introduce un
sujeto político colectivo. La clase trabajadora llevará a cabo la superación
del capitalismo. Ésta se encuentra de manera potencial exactamente en el
espacio-tiempo en el que la contradicción lleva a la crisis. Es como la liebre
y la tortuga. O bien es uno la tortuga, o bien lo es el otro. O la frontera
objetiva del capital como contradicción autoproducida, o la historia de la
lucha de clases; siempre está una de las dos en el horizonte. La clase es la
condición para el movimiento del capital (tiene que haber gente que no tenga
otra cosa que vender que su fuerza de trabajo), es el resultado del movimiento
del capital –con él aumentan la pobreza y la conciencia de clase– y es el
último obstáculo con el que tropezará el propio curso del movimiento
capitalista. Este doble movimiento perfectamente determinado y dialécticamente
mediado en la formación teórica marxista se resquebrajó bajo la presión de la nueva
izquierda, del marxismo no dogmático, de la teoría posestructuralista.
2. Relaciones de fuerzas
Dicho burdamente, Marx
asumió que las contradicciones sociales están supeditadas a una ley histórica,
la cual define su dinámica de desarrollo y no conoce un "más allá” de ella que
no suponga la modernización o la revolución. Este es uno de los problemas de la
posición marxista. La desaparición de los acontecimientos sociales y de la
existencia simultánea de los más diversos procedimientos de poder y explotación.
En Marx lo contradictorio forma una unidad superior, una especie de
para-individualidad. En el posestructuralismo no se piensa desde la
materialidad de una forma contradictoria, sino desde la materialidad de
prácticas que se ejercen sobre cuerpos y población, y que coexisten y se cruzan
con la calculada expansión de la valorización a partir de la reducción de
costes. En el lugar de la historicidad de una contradicción se pone la idea de
un evento histórico contingente. El acontecimiento es el resultado improbable
de las estrategias de subjetivización de un poder pensado biopolíticamente, de
las estrategias de valoración capitalistas, y de los momentos de resistencia
que ambas movilizan y que repercuten sobre ellas. Las fuerzas, las cuales
chocan entre sí en este conflicto estratégico, pueden destruirse,
neutralizarse, reforzarse y modificarse mutuamente. No están reguladas por
ninguna ley formal estructurante.
Mientras que en Marx las
relaciones de fuerzas están interiorizadas en una forma antagonista, Foucault
propone una concepción del poder extremadamente externa. Éste no se expresa
únicamente a través de una forma sino que constituye una fuerza que está en
relación con otras fuerzas. De este modo, escribe Deleuze hablando del concepto
de poder en Foucault, "se remiten las fuerzas necesariamente a un afuera
irreductible, que ya no posee una forma que esté compuesta por intervalos indivisibles sobre las que una
fuerza influye a otra. Una fuerza se desplaza desde fuera hacia otra fuerza o
experimenta de ésta una influencia variable que sólo existe en esta distancia o
dentro de esta relación”[3].
En Foucault existe todavía la idea de forma. Pero no en singular. El autor
trabaja con dos conceptos fuertes: dispositivo y poder. El poder es para
Foucault una fuerza que tiene efecto sobre otras fuerzas. En lo que respecta a
los dispositivos, estos son formas históricamente historizadas de saber y de
procedimiento institucionalizado. En sus trabajos históricos Foucault indica
que en el dispositivo se encuentran siempre entrelazados elementos discursivos
y no-discursivos: el desarrollo del derecho punitivo y el desarrollo de las
cárceles, el desarrollo de la psiquiatría y el de la clínica. Las formas
discursivas y las no-discursivas, lo decible y lo visible no son reducibles los
unos a lo otros, ni derivables los unos de los otro. En ellas no se esconde
ninguna legalidad de la forma.
Esta posición se va
desarrollando en Foucault más claramente con el paso del tiempo. En Vigilar
y castigar la cárcel es todavía presentada como una especie de
forma-dispositivo universal que se despliega. Tropezamos aquí con los restos de
una no explicitada teleología: cuando toda la sociedad se haya convertido en
cárcel, entonces las cárceles se abrirán[4].
En este sentido, encontramos aquí todavía fragmentos de una inexpresada ley de
la forma: la escuela, la clínica, el hogar, la fábrica, todas ellas se parecen
a la cárcel[5]. En Sexo,
Verdad, Poder Foucault retira esta tesis. La cárcel no es el gran modelo.
Los dispositivos no poseen en su interior una forma estructurante. Así como
tampoco existe una igualdad formal entre el plano micro y el macro: la familia
no es el embrión del Estado, del mismo modo en que tampoco el Estado imita a la
familia. En lugar de ello, Foucault radicaliza la idea de relaciones de fuerzas
relacionales y diferenciales. Lo social transcurre a lo largo de líneas
discursivas corporales, económicas, sexuales. Éstas no mantienen una relación
dialéctica; en ellas se da reciprocidad, espiralidad, a veces también antagonismo,
pero ninguna dialéctica. Negación, negación de la negación, superación. Bullshit.
Good bye. Lo social no es el efecto de una instancia autoexplicativa. No
existe un horizonte de la historia, no hay un límite de la evolución
capitalista en el que la conformación social se haga añicos desde su núcleo
irracional.
¿Cómo se puede entonces
encontrar una enunciación de lo social? ¿Qué se puede reconocer en una
variación infinita de relaciones de fuerzas? La propuesta de Foucault: hacer
una investigación y análisis específicamente históricos de las relaciones de
fuerza locales, inestables y subjetivizantes, de cómo éstas se condensan en
grandes estrategias. La escuela, la cárcel, las instituciones, el Estado son ya
formas finales de conflictos interminables. El poder es efecto de todas estas
movilidades, una conjunción que se apoya en ellas y que busca volver a
fijarlas. En cierto modo "el poder es el nombre que se le da a una situación
estratégica compleja”[6].
En esta situación estratégica se forman estrategias generales. Sin embargo, las
estrategias generales no son lo mismo que una tendencia histórica. Éstas están
impregnadas por elevadas simultaneidades, por contracorrientes, por la
actualización de prácticas pretéritas. "Las distribuciones de poder sólo forman
momentáneos cortes transversales a través de procesos como el reforzamiento del
elemento más fuerte, el giro de las relaciones o el simultáneo crecimiento de
los dos polos”[7].
¿Qué quiere decir esto hoy?
Un ejemplo: los actuales recortes en las políticas de desempleo, en las que el
trabajo es precarizado y la sanidad fuertemente mercantilizada, coexisten con
el crecimiento de una movilización político-sanitaria; no fumar, estar en
forma, prevenir en salud. Y esto no en el sentido del "todos en forma” de los años
setenta, sino desde la especialización: nordic walking, centros de fitness,
una oferta de consumo especializada para una forma de vida profesional. Estos
dos movimientos podrían derivarse o reducirse el uno en el otro: la sanidad es
capitalizada, por lo que resulta necesario pedirle a la gente un aumento en su
responsabilidad individual. De este modo, las estrategias biopolíticas son
deducidas de la lógica capitalista. Negri y Hardt en su libro Imperio
llegan tan lejos como para unificar expansión capitalista y biopoder. La
propuesta de Foucault es la contraria; lo social como variación infinita y
penetración mutua de estrategias de valorización, procedimientos de biopoder y
formas de resistencia sociales. A pesar de las asociaciones que sugiere la expresión
"sociedad de control”, las sociedades biopolíticas tardocapitalistas no se
corresponden con el control computarizado de la ciencia ficción. En ellas
coexiste la medida punitiva del encarcelamiento preventivo con la del collar
electrónico, y la terapia postrauma con el internamiento de refugiados. Es esto
lo que hace pensable la contingencia histórica y la simultaneidad de las más
diversas formas de poder. No vamos disparados hacia el horizonte de un
capitalismo puro, totalmente desterritorializado.
3. Cosas de fantasmas
El elemento llamativo de las observaciones de Marx sobre el carácter de la
mercancía es la tesis que sostiene que la mercancía encarna espectralmente una
relación social. Este es su golpe teórico. No hay un misterio esencial oculto detrás de la apariencia, sino en las
cosas que con ella adquieren de un modo extravagante una objetivación de valor.
En la forma de la mercancía se encuentra la forma de la sociedad. Con esto
queda planteada la pregunta por el estatus de la mercancía. ¿Qué es lo que pasa
con las mercancías? Marx autonomiza y fantasmagoriza la mercancía. Ésta deviene
individualidad contradictoria. Un para-sujeto, una cosa movida por lo social.
En varios pasajes Marx afirma que la mercancía baila, que se pone cabeza abajo,
que qué diría si pudiera hablar, etcétera. Con la misma determinación con la
que prescinde de los cuerpos, la disciplina, la política de poblaciones o la
sexualidad, le atribuye a la mercancía una fuerza fetichista, consecuencia de
una crítica al capitalismo de la que han sido extraídos los procesos de
biopoder. Es por ello que una capa metafórica y mística de tales dimensiones
condiciona el concepto de fetiche. El campo conceptual del fetiche, sobre todo
desde que el freudomarxismo trabaja con simbolismos sexuales, debería
traducirse en prácticas materiales, prácticas para el trabajo y la consunción
de cuerpos, repetición infinita y desplazamiento metonímico del sexo, la moda,
el habitar, la regulación de las formas de vida. En Marx, las mercancías se han
vuelto místicas en tanto que cristales del capitalismo, caparazones, gelatinas
para la abstracción del intercambio. Esta objetividad espectral es la que Marx
quiere exorcizar de las cosas. Marx opera con la idea de una realidad efectiva
y una objetividad. De este modo, identifica realidad efectiva con racionalidad,
presencia y uso simple. Obviamente, esto es en sí mismo una locura, a pesar de
que apunta a algo importante, costoso: el capitalismo no constituye una
necesidad natural. Y, sin embargo, Marx nos cuenta un mito originario de los
objetos de uso. Una silla está ahí para sentarse. Es lo que es. Idéntica
consigo misma. Esto fue el comienzo. This was intact. Naturalmente, esta
realidad efectiva y objetiva de las cosas no existe. No se puede identificar
presencia con realidad efectiva, con pureza y emancipación. El último capítulo
de la obra de Derrida Espectros de Marx trata de esta –como la denomina
él tan amablemente– ontología predeconstructiva del presente y de la pureza
original del uso. Este ideal del uso y de la utilidad de las cosas impregna el
anticapitalismo romántico, que llora la muerte de las cosas que han perdido su
estatus originario. Y palpita aún en el rechazo al consumo de los nuevos
movimientos sociales, en la repugnancia ante las cosas falsas, ante la
superficialidad y los oropeles del mundo de la mercancía. A menudo este
fetichismo se metaforiza en el cuerpo de la mujer, lo cual apunta a la enorme,
fundamental deficiencia del marxismo en cuanto a la construcción del cuerpo,
del sexo, del sujeto. En el anticapitalismo romántico la mujer le presta su
cuerpo a la mercancía hasta que en cierto sentido ella misma se convierte en
mercancía. La sombra de ojos cegadora. Esto se puede releer hasta lo
insoportable en todos los apartados sobre la moda en los Pasajes de
Benjamin, el más melancólico de los anticapitalistas románticos; la moda se
vuelve "intercambio dialéctico entre mujer y mercancía: entre el placer y el
cadáver”[8]:
"pues nunca fue la moda sino la parodia del cadáver multiforma, provocación de
la muerte mediante la mujer, amargo diálogo en susurros, entre risas
estridentes y aprendidas con la descomposición”[9].
El arrebato antifetichista quiere mostrar tras la ilusión algo sencillo y
verdadero: trabajadoras sencillas, madres, feminidad sin maquillaje. De ahí el
secreto parentesco entre lo verdadero y lo no maquillado.
4. Política de la verdad
Marx afirma que las
mercancías reflejan una forma social. Pero el espejo es ciego. Muestra el
tráfico que fluye bajo las mercancías, cómo el capitalismo lo organiza. No
muestra que estas mercancías son producidas por las personas. No muestra que
las personas pierden el control sobre las cosas que ellas mismas han producido
y sobre las relaciones en las que ellas mismas han participado. Según Marx, el
espejo del valor naturaliza el tráfico abstracto e irracional de las cosas.
Esta retórica de lo misterioso, de lo que se muestra en tanto que no se
muestra, reforzó la línea ideológica crítica dentro del marxismo occidental. En
algunos ámbitos de la teoría estética se impusieron gestos como exorcizar el
fetiche, romper el espejo, descorrer el velo, desenmascarar las relaciones.
Así, la joven crítica a la
religión hegeliana se trasladó hasta el cine estructuralista de los años
sesenta y setenta. Laura Mulvey escribe en su introducción a Fetishism and
Curiosity[10] sobre
esta posición dentro del cine marxista y feminista, sobre la primacía del
mostrar y al mismo tiempo la sospecha sobre el ver en un mundo de ceguera. El
trabajo, la cotidianeidad de la fábrica, las relaciones sociales tendrían que
surgir y ponerse delante de la fachada de las mercancías que Hollywood ha
construido con sus decorados de interiores y sus historias de clase media. La
representación del resplandor superficial de la mercancía se expande. A la vez,
el cine feminista establece una analogía entre el fetiche de la mercancía y el
de la belleza de las estrellas femeninas. También aquí aparece un fuerte gesto
descifrador y una voluntad de mostrar: imágenes de la vagina, la menstruación,
la automutilación como contrapartida de la norma de belleza, trabajadoras del
día a día. ¿La estrella con la regla? No hay nada malo en ello. Pero no debería
vincularse con la verdad de lo no-artificial. Con la des-alienación.
Lentamente, se acaba la ola del anticapitalismo romántico y del feminismo
esencialista. El ímpetu antifetichista disminuye. El campo de trabajo se
actualiza. No se trata de si belleza, sexo, moda o pornografía ocultan un
poder, sino de con qué prácticas se vinculan y cómo dan lugar a cuerpos y formas
de vida. No se trata de desvelar, sino de analizar. El comportamiento
profetichista y proporno, tal como aparece por ejemplo en las películas de
Bruce La Bruce, se apoya en esta línea. ¿Cuánto de resentimiento
anti-izquierdista hay en la afirmación de lo artificial, de la moda, del
glamour? ¿Se trata de encontrar bueno lo que 1968 dijo que era una mierda? Esto
sería una reversión cínica.
5. La promesa de la
mercancía
Benjamin se encuentra
bastante alejado de esta política de la presencia y la verdad. Aunque se
inspira en conceptos marxistas, su materialismo histórico está más motivado por
los impulsos: odia el capitalismo, es amigo de Brecht, en algunas
conversaciones con Adorno y Horkheimer mientras trabaja en su Libro de los
Pasajes estos le sugieren especialmente la lectura del primer capítulo
sobre la mercancía de El Capital; pero no deja de ser un pensador
mesiánico, romántico, que se adhiere al materialismo de finales de los años
veinte. Una vinculación encantadora, a veces conservadora, a veces peligrosa.
En Benjamin las relaciones nunca gritarán: "Hic Rhodus, hic salta!”. Piensa la
revolución de una forma completamente diferente a Marx en El 18 Brumario de
Luis Bonaparte, en tanto que éste critica que las revoluciones parodian las
luchas precedentes y olvidan la tarea de aprehender su tiempo: "La revolución
del siglo XIX tiene que poder enterrar a sus muertos para poder alcanzar su
propio contenido”[11].
Para Benjamin la creencia en el progreso es un cuento de hadas socialdemócrata
o estalinista. No existe una necesidad histórica. Bajo el shock del pacto entre
Hitler y Stalin anota: "la experiencia de nuestra generación es que el
capitalismo no morirá de muerte natural”[12].
La revolución no es una meta final en el progreso histórico, sino la interrupción
de la historia y la redención del pasado. Mientras que para Marx la revolución
es la locomotora política de la historia, para Benjamin ésta es su palanca de
freno. Redime el pasado, a los perdedores de catástrofes pretéritas, a los
muertos. El ángel de la historia de Benjamin
"quiere despertar a los muertos y recomponer lo despedazado”[13].
La actualidad del pasado en
la contemporaneidad, la presencia de lo no-presente, eso intentó discutir
Benjamin en el mundo de la mercancía del siglo XIX en vías de extinción.
Benjamin parte del capítulo El carácter de fetiche de la mercancía y su
misterio de Marx y desplaza enormemente el planteamiento de la pregunta. No
descifra en la mercancía la forma de la abstracción real, que ha de ser
superada, sino la ambivalencia de una promesa utópica y un engaño cínico.
Benjamin no quiere exorcizar lo espectral de la mercancía, no quiere volver al
uso simple, no identifica verdad con producción racional. La ausencia de
miseria y hambre son las precondiciones necesarias para una nueva sociedad,
pero la felicidad, la promesa de una vida, residen en las cosas pequeñas, en
nimiedades, a las cuales el hombre, desde una especie de heliotropismo, tiende
como hacia el sol. Mientras Marx quiere captar la mercancía como "forma formada en el flujo del movimiento”[14], Benjamin busca en el objeto cristalizado el
signo de una inmovilización de lo que ocurre, una "dialéctica detenida”[15].
¡Qué figura! En el recientísimo pasado del cristal de la mercancía busca
encontrar lo no redimido del capitalismo. En la mercancía el tiempo ha sido
inmovilizado. En ella hay algo que se ha tensado para romperse. Del mismo modo
en que Benjamin cree que la revolución se da repentinamente, una
discontinuidad, el tiempo-ahora que se torna actual, un tiro en la torre del
reloj, también de la mercancía sobresale algo. Para Benjamin fue el surrealismo
el que primero "aferra en las energías revolucionarias que aparecen en lo
envejecido, en las primeras construcciones de hierro, las primeras fábricas,
las fotos de objetos más tempranas, las alas del salón, los trajes de hace
cinco años, los locales de reunión mundanos, que empiezan a extinguirse cuando
la vogue se empieza a distanciar de ellos”[16].
Marx analizó la objetividad espectral de la mesa, la cual se pone cabeza abajo
frente a todas las demás mercancías. Clasificó teoréticamente la mercancía como
determinación formal de los movimientos del capital. Y le hizo caso omiso a la
cosa. Es Benjamin quien se aplica a la experiencia corporal de la mercancía, a
su cualidad de cosa muñequil, al sex-appeal de lo inorgánico, a su oscilación
entre un elemento utópico y un elemento cínico.
¿Cómo podemos usar esta
explosiva mezcla de mesianismo, materialismo y romanticismo que nos ofrece
Benjamin? ¿Y, en todo caso, debería usarse, o está llena de pequeños
conservadurismos y de una peligrosa inmediatez de la venganza, el odio, el
blanquismo? ¿Cómo se podría pensar la cualidad "cósica” de la mercancía en
relación con la regulación biopolítica de las formas de vida? Tal vez no como
una dialéctica detenida, en la que igual que el valor de uso y el valor de
cambio, se han adoptado en sus respectivas partes un elemento utópico y uno
cínico, la promesa y la apariencia. Tal vez esta contraposición entre lo
incumplido y lo catastrófico está demasiado emparejada con la dialéctica.
El posestructuralismo
propone el concepto de singularidad o deixis para analizar una determinada
experiencia como un conjunto de fragmentos de cosas, partes de sujetos,
determinadas prácticas, determinadas situaciones, determinados procedimientos
de poder. Una singularidad es mucho más individual que un sujeto o un objeto,
la sonrisa sin el gato de Deleuze[17],
intensidades que no se dejan inscribir en un sujeto o un objeto.
Tal vez la experiencia de
la mercancía es una intensidad real-capitalista que cristaliza en un objeto y
apunta a una conjunción de prácticas corporales y cosas mercantiles. Tal vez la
experiencia del consumo es una estropeada experiencia de la intensidad
movilizada biopolíticamente, que se desliza hacia los objetos y que no debería
tratarse ni con la repugnancia hacia la enajenación o la renuncia al consumo,
ni con la representación de la aceleración (al menos hasta que el capitalismo
no desista en sus exigencias, generadas hasta el infinito y nunca satisfechas).
Las dos actitudes sobrevaloran el movimiento de desterritorialización, bien por
el duelo ante la pérdida de las cosas simples, bien por no tomar
suficientemente en cuenta los mecanismos de reterritorialización,
inmovilización, explotación y subyugación extrema a los que nos enfrentamos.
Si
aplicamos el método de Benjamin, ¿qué vemos en nuestro recientísimo pasado? ¿El
apilamiento de mercancías de masas del fordismo? ¿O la última campaña de
publicidad? ¿De qué sueño nos despertaremos un día? ¿Cuál es nuestro siglo XIX?
¿Y qué sitio es ése en el que soñamos con el pasado reciente y en el que el
sex-appeal de la mercancía inorgánica ya no se sitúa principalmente en la
imagen-objeto? El objeto se retira. La experiencia de la mercancía se vuelve
inmaterial y biopolítica. La imagen y la experiencia de la mercancía han
cambiado. Videoclips de la vida, fotogramas de humor, flashes de formas de vida
pervertidas se han tornado las imágenes primarias de la mercancía. La
publicidad no enseña primero el producto, sino la imagen de una forma de vida.
¿Qué hacer con esta mercancía biopolítica que traiciona la coexistencia
histórica de biopoder y capital? En ella chocamos con una avanzada estrategia
del capitalismo biopolítico, ocupación simultánea de la norma y lo desviado, de
la movilización y la diferenciación de formas de vida, y de su ataque.
[1] Karl Marx, El Capital, vol. I, tomo I,
Akal, Madrid, 2000, pág.104.
[3] Gilles Deleuze, Foucault, Paidós,
Barcelona, 1987 [nuestra traducción (NdT)].
[4] Michel Foucault, Vigilar y castigar,
Siglo XXI, Madrid, 2000.
[6] Michel Foucault, Historia de la
sexualidad. 1. La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid, 2006.
[8] Walter Benjamin, Libro de los Pasajes,
Akal, Madrid, 2005, pág. 95.
[10] Laura Mulvey, Fetishism and Curiosity, Indiana
University Press, Bloomington e Indianápolis, 2005.
[11] Karl Marx, Der achtzehnte Brumaire des
Louis Bonaparte, Friedrich Engels Ausgewählte Schriften in zwei Bänden,
vol. I, Dietz Verlag, Berlín, 1972, pág. 228 [castellano: Karl Marx, El 18
Brumario de Luis Bonaparte, varias ediciones en castellano. Nuestra
traducción (NdT)].
[12] Walter Benjamin, Libro de los Pasajes,
op. cit. [nuestra traducción (NdT)].
[13] Walter Benjamín, "Tesis de filosofía de la
historia”, Discursos interrumpidos I. Filosofía del arte y de la historia,
Taurus, Madrid, 1987, pág. 183.
[14] Karl Marx, El Capital, op. cit.
[nuestra traducción (NdT)].
[15] Walter Benjamin, Libro de los Pasajes,
op. cit. [nuestra traducción (NdT)].
[16] Walter Benjamin, "Der Sürrealismus”, Angelus
Novus, Ausgewählte Schriften II, Suhrkamp, Frankfurt/M., 1988, pág. 204
[nuestra traducción (NdT)].
[17] Gilles Deleuze, Diferencia y repetición,
Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2002. Traducción de Gala Pin Ferrando y Glòria Mèlich Bolet, revisada por Joaquín Barriendos http://transform.eipcp.net/transversal/0207/lazzarato/es
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