Claire Pentecost
En
el año 2000 el artista Eduardo Kac llamó la atención de las grandes cadenas de
televisión al anunciar que había encargado la "creación” de un conejito
transgénico llamado Alba. La campaña de comunicación incluía una imagen muy
realista de un conejo retocada fotográficamente para que éste apareciera verde,
ya que la proteína verde fluorescente (Green Fluorescent Protein o GFP)
producida por el ADN extraído de la medusa Aequorea Victoria y empalmada en el
zigoto de uno de los antepasados de Alba se puede ver solamente en cierto
espectro luminoso. Kac consideró como parte de su trabajo (GFP Bunny) toda la discusión que pudiera surgir de este acto
premeditado de provocación, así como el proceso de integración social del
conejo a través de su familia. La polémica y el debate fueron documentados por
medio de trabajos ampliamente publicitados. El proceso de integración social
propuesto por Kac se convirtió en una campaña para "Liberar a Alba” ya que el Institute Français de la Recherche
Agronomique (Instituto Francés de Investigación Agronómica), donde el
conejo había sido producido, se negó a dejarlo salir de sus edificios debido a
un litigio sobre la naturaleza del acuerdo[1].
Al parecer, los detalles de esta parte de la polémica no fueron reivindicados
por el artista ni en su libro sobre este proyecto, ni en las fotos de las
presentaciones de artículos de prensa sobre Alba,
ni en su pieza interactiva en la que el público puede juntar varios titulares
sobre Alba para crear nuevos textos
recombinados llenos de jerga biotech[2].
Para
buena parte del público general, seguramente, GFP Bunny fue su primera experiencia en arte de este tipo. En el
mundo del arte (en el que curadores, instituciones y expertos de todo tipo son
muy rápidos en plantar sus banderas sobre nuevas islas) se le dio un nombre a
esta tendencia: bioarte. Este
subgénero tenía presencia en los medios de comunicación desde antes del año
2000, mediante formatos que tecnológicamente resultaban a veces más o a veces
menos atractivos.
El
primer éxodo de artistas[*] desde las telas con paisaje hacia el ambiente natural
ocurrió en una época en la que los habitantes del planeta empezaron a darse
cuenta de una nave espacial llamada Planeta Tierra, una (nave) nodriza que
necesitaba, a su vez, ser cuidada. Artistas como Robert Smithson y Michael
Heizer aplicaron en los años sesenta los principios del arte conceptual y
minimalista a este ámbito. Pronto floreció todo un género, el cual comprendía
el movimiento ecologista de primera generación, el feminismo y algunas
perspectivas utópicas de los años setenta. El arte contemporáneo que se
corresponde en la actualidad con los trabajos de arte de paisaje de la
generación anterior ha integrado ya el uso de las nuevas tecnologías, siendo
consciente que éstas definen en parte las relaciones de lo humano con lo
natural. Ningún ejemplo explica mejor esta afirmación que las biotecnologías
que prepararon el auge meteórico de las ciencias biológicas a partir de 1970,
cuando se celebró el primer Día de la Tierra (Earth Day).
En
Mayo de 2004 me encontré con la tarea de explicar a unos agentes del FBI en
Buffalo (Nueva York) la legitimidad que tienen las artistas de usar material
biológico de alta tecnología. Había cogido un avión desde Chicago para estar
con mi amigo Steve Kurtz, miembro fundador del colectivo Critical Art Ensemble (CAE), justo el día siguiente al de la
intempestiva muerte de su mujer mientas ambos dormían. Cuando la policía vino a
investigar el deceso encontraron una mesa repleta de material de laboratorio y,
desconcertados por la explicación de Kurtz (que defendía que lo utilizaba para
su trabajo artístico) llamaron al Joint Terrorism Task Force (Cuerpo Especial
Mixto contra el Terrorismo). Junto conmigo llegó también el FBI. Kurtz fue
detenido y alejado de su casa, la cual fue registrada exhaustivamente,
incluyendo su material de investigación, sus dos ordenadores y sus documentos
personales. Yo también fui detenida e interrogada junto con mi amigo. El
intento de explicar un arte así no era una experiencia que me resultara nueva,
pero las circunstancias (un amigo acusado de bioterrorismo) le daban una
urgencia inédita.
La
detención resultó ser ilegal y 22 horas después, en cuanto Kurtz logró
contactar a un abogado a través de un teléfono móvil, nos dejaron libres. Todo
lo que el CAE realizó en sus 18 años de historia fue siempre algo público y en
buena parte organizado con el apoyo de instituciones artísticas reconocidas. Su
trabajo está documentado en su página web y en una serie de libros publicados
por la editorial Autonomedia, además de numerosos artículos publicados de forma
independiente[3].
No obstante, durante la investigación del Ministerio de Justicia de Estados
Unidos sobre Kurtz muchos de su colaboradores fueron llamados a explicar a la
prensa y al público en general la naturaleza y la legitimidad de este tipo de
arte.
En
seguida notamos que este caso nos ofrecía la oportunidad de hablar públicamente
sobre las verdaderas cuestiones que CAE se había planteado siempre desde el
ámbito del arte. Durante la década anterior su trabajo se había enfocado
principalmente en las implicaciones de la ingeniería genética y en sus
múltiples aplicaciones. Lo que el gobierno había secuestrado en casa de Kurtz
era el material de un laboratorio móvil para analizar alimentos procesados en
búsqueda de ingredientes genéticamente modificados. El aparato de investigación
secuestrado formaba parte, por lo tanto, de un nuevo proyecto sobre el desvío
de recursos desde la salud pública hacia los nuevos programas de biodefensa.
Cierto tiempo después del comienzo de la pesadilla de Steve Kurtz (que por
cierto sigue, hablaré de ello más adelante), empecé a formular no solamente una
justificación del rol de las artistas en las ciencias, sino también de los
criterios para llevar a cabo la implicación del arte y la ciencia. Teniendo en
consideración el papel que juegan actualmente las ciencias biológicas como
motores de las nuevas quimeras del oro y de una serie de progresos
tecnocientíficos que solamente benefician a una minúscula parte de la población
mundial, el objetivo de proponer tales criterios era el de distinguir
claramente entre los proyectos que tratan de interrumpir tal tendencia y los
proyectos que en el fondo acaban fortaleciéndola.
¿Bio en biología es lo mismo que bio en biopoder?
La
explosión de cursos de especialización en biología bien financiados (en
particular dentro de los títulos de Genética, Bioinformática y Biotecnologías)
está fuertemente relacionada con la manera en que la biología ha sido ajustada
a los mecanismos de la doxa de
nuestra época, el neoliberalismo. Desde el punto de vista de la teoría
económica, el neoliberalismo sostiene que los individuos y la sociedad
prosperan cuando el gobierno se limita a garantizar y proteger la propiedad
privada, los mercados libres y el libre comercio. Esta ideología ha logrado un
extraordinario poder de influencia gracias a su asociación con la nociones
morales de libertad del individuo y de dignidad humana, especialmente frente a
los que se percibían como sus enemigos, es decir, los regímenes comunistas
totalitarios y, desde el final de la Guerra Fría, el fundamentalismo islámico. Planteando
la cuestión de esta manera, el deseo humano universal por tal sistema se da por
sentado sin necesidad de demostraciones.
Por
medio de esta ideología, cualquier elemento de la vida humana se convierte en
algo legalmente articulado como propiedad de un actor en perjuicio de otro
actor; no sólo la propiedad inmobiliaria, los productos materiales y los
inventos tecnológicos sino también los elementos básicos de la vida, de la
salud y de la seguridad: los conocimientos, la creatividad, la nutrición, las
condiciones de salubridad, los medicamentos, el agua. Por consiguiente, hemos
asistido (no solamente en el ámbito de las ciencias) a la transformación de la
vida en una serie ilimitada de oportunidades para reclamar legalmente la
propiedad privada y el derecho inalienable de sacar beneficios de ella. A este
escenario hay que añadir una jurisprudencia que de facto privilegia a las corporaciones frente a las personas
concretas en lo que respecta al derecho y la protección de los individuos.
Situemos además todo ello en un sistema de instituciones públicas de
investigación y educación que, de nuevo en concordancia con los principios
neoliberales, ha sido gradualmente desprovisto de financiación, por lo que
depende cada vez más de la colaboración con empresas y de generar productos
derivados del conocimiento que se puedan patentar y comercializar[4].
Finalmente, extendamos todo este sistema a
escala planetaria mediante acuerdos comerciales despiadados en los que
los regímenes de propiedad intelectual son impuestos por las superpotencias
económicas y militares mundiales[5].
Éste es el contexto actual de las ciencias biológicas.
Bajo
el neoliberalismo, la gobernancia de la vitalidad y la fertilidad de pueblos
enteros, que Foucault conceptualizó como biopoder, es asumido por las fuerzas
del mercado. En Estados Unidos, los fondos de pensiones y los planes de
jubilación, el cuidado de la salud y de la alimentación, la vacunación y los
antibióticos, la fertilidad asistida y el aumento de la longevidad están siendo
desplazados cada vez más hacia el ámbito privado bajo la prioridad del derecho
de propiedad y de la individualización de las perspectivas. El aparato de
propaganda (tanto de la investigación biotecnológica como de la economía de
mercado) promete el acceso a la normalidad idealizada de una existencia humana
en continuo perfeccionamiento. Ésta, se consigue a nivel del cuerpo individual
pero se vende a nivel de los medios de comunicación de masas; a partir de una
supuesta continua disponibilidad, se toman decisiones que afectan a toda la
población. Sin embargo, si es que semejante existencia en continuo
perfeccionamiento se puede efectivamente alcanzar, su disponibilidad se
reducirá a quienes tengan los recursos para comprarla en el mercado.
Las
artistas pueden establecer diversos tipos de compromisos frente al panorama que
acabo de resumir. Lo que yo sugiero es que abordan problemas que afectan al
mundo en que la mayoría de la gente vive: la ciencia al servicio del
neoliberalismo aleja a quienes no sean especialistas pero cuya vida, sin
embargo, está profundamente afectada por las aplicaciones comerciales de la
propia ciencia. No es mi intención encarar en sí mismos los conocimientos
especializados, los cuales seguirán siendo oscuros y no por eso menos fiables
para los neófitos. Es más bien la actual redefinición de la ciencia, investida
aún de las pretensiones tradicionales de representar la verdad y de estar al
servicio del bien común, la que requiere que se le reconozca a la sociedad su
derecho a opinar.
Los
actuales mecanismos de alienación, los cuales frustran las posibilidades de un
cuestionamiento público, se pueden organizar en tres categorías principales;
primero: la abstracción y la mistificación; segundo: la naturaleza ambigua de
la financiación, sea pública o privada, la cual oculta eficazmente los
intereses involucrados; tercero: herramientas legales diseñadas para proteger
los conocimientos bajo el concepto de secretos comerciales o de propiedad
privada intelectual. Tales herramientas legales incluyen las patentes y los
acuerdos para transferir material [Material Transfer Agreements (MTA)], los
cuales regulan el uso de materiales biológicos para la investigación en tanto
que propiedad intelectual. Según mi esquema, la artista-investigadora es quien
rompe estas barreras en pro de los miembros de una comunidad, la cual ha sido
privada de estos conocimientos. El diagrama 1 articula este proceso:
Figura
1
En
el diagrama ofrezco una lista de posibles métodos de la artista, clasificados
en categorías que se corresponden más o menos con la alienación: escenificación
de procedimientos científicos en escenarios participativos para proporcionar
experiencias materiales de trabajo científico; la iniciación en sectores de
conocimiento especializado emancipa a los no especialistas y les permite
construir nuevas narraciones con una perspectiva diferente sobre los asuntos en
juego; jugando a ser aficionado, la artista se esfuerza en encontrar
colaboradores dentro del ámbito científico y/o accede a convertirse en
"ladrón" del conocimiento privatizado con el objetivo de politizar o,
por lo menos, cuestionar este secuestro.
¿Bio en bioarte es lo mismo que bio
en biopolítica?
A
pesar de que Kurtz sí tenía un colaborador, fue acusado de ladrón. Tanto Kurtz
como el Dr. Robert Ferrell, profesor de genética en la Universidad de
Pittsburgh y desde mucho tiempo colega y colaborador de Kurtz, fueron acusados
de fraude postal y de cuentas bancarias. Las leyes en que están basadas estas acusaciones
no tienen nada que ver con el bioterrorismo sino con la propiedad.
Supuestamente
Ferrell ayudó a Kurtz a conseguir tres bacterias inocuas con un valor de 256
dólares, utilizadas habitualmente en laboratorios de biología. Algunas muestras
biológicas están reguladas por ley porque plantean riesgos para la salud,
mientras que todas las muestras comerciales están reguladas por ley como
propiedad. Las herramientas legales claves son los MTA, firmados por el
responsable de las investigaciones del laboratorio y que prometen no compartir,
reproducir, vender o ceder ninguna parte de un material comprado cuya
reproducción (ya que ese material ¡sí está vivo!) es imposible de controlar una
vez que está en manos del consumidor. En la investigación biológica, compartir
muestras y otros materiales es casi tan común como compartir música para la
generación de oyentes que se han criado con las tecnologías digitales.
Aunque
el caso de Ferrell y Kurtz podría parecer otra baja provocada por el alcance
excesivo de la mano del gobierno en tiempos "excepcionales", se trata
en efecto de uno de los numerosos casos que demuestran las consecuencias
potencialmente serias de desbaratar la lógica del bussines as usual en el mundo científico. Podemos ver hasta qué
punto ciertos ámbitos del conocimiento están protegidos no solamente por los
mecanismos tradicionales de la profesionalidad, sino también por exclusiones
legales erigidas en nombre de la propiedad (cuando no por razones de seguridad
nacional). La mayoría de estas leyes se hacen cumplir de forma más o menos
discrecional y la decisión de procesar o no a quienes las infringen depende de
la cantidad de bienes privados que están sustrayendo, o de cuánto insisten en
politizar sus acciones.
Durante
casi una década el trabajo del CAE ha abordado exactamente el tipo de problemas
en la aplicación de las biotecnologías que acabo de esbozar. La mayoría de sus
proyectos están pensados como escenarios participativos realizados en museos,
centros culturales, universidades y otros lugares tan diversos como hospitales
y mercados agrícolas, en los que el público puede adquirir experiencia directa
de prácticas de laboratorio y debatir cuáles intereses reflejan la
mercadotecnia y las normas actuales alrededor de estas tecnologías. Los proyectos
del CAE están concebidos para ser accesibles a gente con posiciones ideológicas
diferentes; sin embargo, sus escritos no eluden ni mistifican nunca la
dimensión política de sus contenidos, sean las tendencias hacia la eugenética
en la reproducción tecnológicamente asistida o la imposibilidad de definir
normas adecuadas sobre comida genéticamente modificada sin que haya sido
analizada por científicos independientes.
Para
elaborar mis pautas en torno al bioarte
concentré mi atención en primer lugar en cómo las artistas pueden dar a
personas ajenas a la comunidad científica la capacidad de acceso a las
decisiones que definen las prioridades científicas. Al hacerlo me di cuenta que
tenía que considerar otra necesidad de la artista: la de superar las barreras de
otro territorio fuertemente vigilado: el territorio mismo del arte. Los
objetivos en juego podrán parecer menos urgentes, pero si las artistas se
proponen dotar a su público de autonomía frente a los bulldozers de la economía y la política actuales, antes tendrán que
elaborar estrategias inteligentes para superar el legado histórico acumulado
hasta ahora el cual aleja del trabajo de las artistas profesionales a la
mayoría de quienes no son especialistas.
La
reorganización del valor que ha acompañado las rupturas sociales y psíquicas
del siglo XX ha acostumbrado al público a la continuada migración del arte
hacia territorios inesperados. Esto no significa desde luego que el público
entienda o haga más caso a lo que hacen las artistas. A lo largo del último
siglo la necesidad continua de las bellas artes de distinguirse de los medios
de masas y del entretenimiento popular ha acabado manteniendo el lenguaje y la
lógica del arte culto en un estado de marginalidad oscura y hasta elitista en
que el prestigio y el valor comercial parecen evolucionar según reglas propias.
La mayoría de las intervenciones discursivas y prácticas de las formas
reconocidas de acción artística que han sido historizadas como movimientos
supusieron y se proponían explícitamente la puesta en marcha o la modificación
de las estrategias de distribución, mientras que las innovaciones de las
artistas llenaban de soluciones inesperadas el nuevo instrumento de recepción.
Podríamos mencionar los impresionistas y el Salon
des Refusées; los artistas dadá y surrealistas exponiendo en cafés y
cabarets donde hacían circular sus pósters y publicaciones experimentales; las
artistas de Fluxus, el Artist Placement Group, los insertos en revistas hechos
por artistas conceptuales, la performance, el arte postal, el vídeo activista y
de televisió por cable, el arte comunitario, el net.art, etcétera. Sin embargo,
lo que queda en el canon de la historia del arte está depurado de toda
perturbación de las formas autorizadas de creatividad y de distribución unidireccional
y centralizada.
El
problema no es solamente si los cambios en las estructuras existentes
desestabilizan inversiones de billones de dólares, sino el hecho de que estos
cambios requieren validar otras formas de arte, de artistas y de prácticas
creativas. Esta validación desestabiliza la función que el sistema de
distribución existente cumple a la hora de producir una distinción firme entre
la artista profesional y la aficionada. Aunque nos encontramos en una sociedad
que dice estar basada en ideales democráticos, este proceso de
desestabilización necesita muchas energías para sostenerse y puede que ésta sea
una de las razones por las que las bellas artes están marginalizadas, incluso
cuando ya nos enfrentamos la ola de las "industrias creativas".
La
tradición de las prácticas artísticas que se conoce como crítica institucional
quedó definida sobre todo por aquellas obras que criticaban los sistemas que
perpetúan las bellas artes en tanto que ámbito especializado. El análisis de la
historia del arte sugiere que si no existe una base de aspiraciones éticas que
busquen superar una definición estrecha de los intereses del arte, este tipo de
crítica se convierte fácilmente en otra oleada más de conocimiento
autocomplaciente afirmada por quienes se sitúan adentro del propio campo
artístico. Lo cual sirve de poco o nada a la hora de redefinir las fronteras de
la especialización que, fortalecida por una especulación económica sin frenos,
amenaza con distorsionar intereses humanos de todo tipo. A pesar de que la especialización
de los conocimientos ha logrado evidentemente grandes objetivos, el
afianzamiento legal y comercial de la exclusión provoca ignorancia sistemática,
alienación generalizada, frustración del potencial individual y, a largo plazo,
daños sociales todavía difíciles de prever. Mi esquema requiere entonces un
diagrama en el que se tengan en cuenta ambas disciplinas de las que se compone
el término bioarte:
Figura 2
Criterios en la ecología de la recepción
Lo que acabo de proponer no es un sistema
de puntuación o una lista de control, sino una serie de pautas que sirvan para
revelar las causas únicas y los resultados de los esfuerzos artísticos los
cuales, por su propia naturaleza, nos llevan al terreno de lo incuantificable.
Eduardo Kac sostiene que, en la época de
las biotecnologías, el papel de la artista como creadora se extiende ahora a la
vida misma. Además de poder tocar el tema del sensacionalismo, la prensa fue
muy eficaz al relacionar la imagen audaz de la artista con la de una industria
abierta al futuro. Se podría suponer que justamente esta conexión y la posible
sensación de irresponsabilidad que generaría fue lo que los científicos del Institut National querían evitar en el momento en que se estaban destapando
los escándalos de las vacas locas y de la glosopedia, sucesos que habían
debilitado la confianza pública en Francia y el Reino Unido. Debido a su
capacidad de alcanzar un público amplio, GFP
Bunny se ofrece como un objeto-fetiche bien ejecutado que muestra la
mistificación de la creatividad y la opacidad de las sociedades, de los
regímenes de propiedad, de los intercambios de
conocimiento así como el complejo estado de anidamiento de las
biotecnologías en estructuras corporativas oligárquicas.
El trabajo del CAE nos ofrece un
contraejemplo a lo descrito; encontramos otro en el artista randon Ballengée,
cuyos proyectos tratan también de crear puntos de acceso no tanto a los métodos
de laboratorio sino más bien a los métodos de investigación de campo. A lo
largo de más de una década Ballengée ha conducido una seria investigación de
campo en pantanos y otros ecosistemas con el propósito de contribuir a la
investigación científica, a reivindicaciones ecologistas y a la educación
medioambiental a través de formas innovadoras de documentación visual de sus
descubrimientos. Entre sus áreas de interés están las flores de algas tóxicas,
el declive y las deformidades de la población anfibia y el legado de la
contaminación atómica y química. Aunque él expone su trabajo para el público
del mundo del arte en importantes instituciones, también complementa su trabajo
estando en contacto con otros ámbitos en las fases de la investigación y
producción de sus proyectos. Con este objetivo en mente, él organiza e imparte
talleres de ecología, biología, evolución, genética e imagen digital para
escuelas y para un público general en parques urbanos y rurales, museos,
zoológicos, tiendas de animales, mercados de pescados y residencias de artistas[6].
Con un bagaje de educación formal en las
artes y no en las ciencias, Ballengée es un ejemplo de la tradición del
naturalista amateur. En ningún otro
ámbito se guarda una relación más estrecha con tal tradición que en una
disciplina aún joven, compleja y poco desarrollada como la ecología, que
requiere cientos de horas de observación y recopilación de información de
campo. Poco después de su nacimiento en los setenta, la cual coincidió con la
toma de conciencia de los efectos de agentes contaminantes de origen humano, la
ecología empezó a perder terreno en los departamentos de biología de las
universidades, cuando la explosión de las biotecnologías y los cambios en
sistemas de patentes y en las leyes de transferencia de tecnología convirtieron
a la genética en el centro neurálgico de la inversión en investigación.
Es significativo que el trabajo de
Ballengée se haya desarrollado a través de colaboraciones activas con investigadores
e instituciones científicas y que el campo en que ha entrado sin las
credenciales convencionales obviamente le toma en serio[7].
Es también significativo que él no sea un científico profesional y que haya
aportado a la disciplina algo distinto de lo que prevé la estructura de su
formación, es decir, las habilidades visuales, simbólicas y comunicativas de
una artista. Coherentemente con una tradición artística diferente que quizás no
se aprecie demasiado en el "mercado de las ideas”, Ballengée crea y redefine
cuáles son las nociones de valor socialmente relevantes. El modelo que nos
propone está basado en la adquisición de conocimientos por motivación propia,
comprometida con valores que la ciencia orientada al mercado ha abandonado de
forma creciente. Lo cual es de por sí político.
Es asombroso observar cómo se ha llegado
a instalar, en una sociedad democráctica, la resistencia hacia lo político.
Porque la democracia, el concepto y la estructura que legitiman ostensiblemente
el poder de nuestro gobierno sobre nuestras vidas (y muertes), no es democracia
si quienes viven en ella tienen alergia a toda forma de vida política. En el
campo de las ciencias --por lo menos en Estados Unidos, incluso en las ciencias
sociales--, si a alguien se le percibe como una persona politizada, ello
significa que no es capaz de salir de sus propias ideas para alcanzar la
posición objetiva del científico, un desplazamieto que supuestamente fundamenta
la credibilidad de este campo. En las artes --en donde por lo general no se espera
que tengan lugar procesos de decisión responsables-- ser apasionado, tener
personalidad y opiniones definidas son ventajas, pero ser político se
considera una actitud que acaba con la
creatividad. Supone tener una opinión que podría ser colectiva, que podría no
ser individual, que podría no ser privada y que podría no ser libre. Porque,
como sucede con todos los valores en nuestra particular democracia liberal, la
libertad se entiende como un valor privado y una de las tareas de la artista es
representar la libertad: pero estrictamente en los términos en que nuestra
sociedad está más acostumbrada a reconocerla.
Como artistas podemos
empezar a formular lo irreconocible, en primer lugar negándonos a representar
una libertad definida cada vez más bajo condiciones que legitiman la primacía
de lo privado: expresión privada, sentimientos privados, experimentos privados,
propiedad intelectual privada, pérdidas privadas, donaciones privadas, destinos
privados. Sobre todo porque es cada vez más difícil no ver que dicha garantía
"privada” de libertad es un privilegio de rango concedido a cada vez menos
gente, a quienes ya disfrutan de la parte del león del progreso estético y de
protección social. En la arrogante psicología neoliberal de la vida pública, la
retórica de la privatización opone falsamente la libertad y la diversidad
funcional de los individuos a toda forma de esfuerzo colectivo. Si la artista
busca incidir en el uso de las ciencias y de las biotecnologías frente al
proceso de concentración de recursos en manos de unos pocos, entonces tendrá
que reconfigurar tanto la práctica científica como la artística.
[1] Christopher Dickey, "I Love My Glow Bunny”, Wired, nº 9/04, abril de 2004.
[4] Para una excelente visión general de la influencia de las grandes empresas
en las universidades véase Jennifer Washburn, University Inc.: The Corporate Corruption of Higher Education,
Basic Books, Nueva York, 2005.
[5] Para disponer de información
continuamente actualizada sobre los detalles de los acuerdos bilaterales de
comercio que se negocian bien lejos de la supervisión pública, véase <http://www.bilaterals.org>.
[7] Unas muestras de Ballengée han sido adquiridas en las colecciones del Museo
Americano de Historia Natural, del Museo del Estado de Nueva York, del Museo
Peabody en la Universidad de Yale y del Museo de Zoología de los Vertebrados en
la Universidad de California en Berkeley. Ballengée ha colaborado con el Dr.
James Barron de la Universidad de Ohio en Lancaster, con el Dr. Stanley
Sessions del Hartwick College, con investigadores del Museo de Historia Natural
de Londres, con el Instituto Oceanográfico Woods Hole y muchos más. En el 2001
fue nominado para la afiliación en Sigma Xi - The Scientific Research Society.
[*] La autora utiliza a lo largo del texto el femenino como genérico [NdT].
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