Por Rodrigo Francisco Browne Sartori
Número 27
San Agustín, Huila, Colombia
VI. Desde ahora podremos
apreciar que no fue en vano la referencia a la antropofagia y, en
particular, a Pierre Ebuka en las primeras páginas de este
artículo. La necesidad de dicho caníbal africano por
comerse unos cuantos exponentes de diversos países del "viejo
mundo" era, a simple vista, una especial dieta que radicaba
en la apropiación de los conocimientos que estos europeos
le pudieran traspasar a través de los nutrientes que recibiría,
solamente, por dicho acto antropófago. Al alimentarse de
los europeos -según él- adquiriría toda la
sabiduría que estos "primermundistas" le pudieran
entregar.
Al mismo tiempo, y recordando algunas
sentencias del comunicólogo brasileño Norval Baitello
Junior, en ciertas sociedades tribales se cultivaba la creencia
de que el aborigen que se comiera a otro ganaba las cualidades del
recién engullido. Es decir, el nativo pretendía siempre
consumirse al rival que ofertara una imagen de luchador o
de jefe de tribu, fuerte y poderosa para poder hacer suyos esos
privilegios.
Tras repasar someramente, cuál
eran las causas que producían dicho ritual antropófago,
sería interesante trasladar esta experiencia a nuestra sociedad
contemporánea. Era del simulacro, donde -y debido
al exceso de imágenes que, voluntaria o involuntariamente,
nos están bombardeando- caemos en otro tipo de devoración
masiva e incontrolada que es la que pasa por la veneración
y consumo permanente de iconos.
Así es como surge, la ICONOFAGIA
(Baitello Junior, 2000). Particular y posmoderno sistema de
"alimentación" clasificada en tres partes que van
evolucionando de acuerdo a la inflación de imágenes
que nos impone el medio y a través de las secuelas que el
consumo indiscriminado de éstas puede acarrearnos. El nivel
básico, es lo que asociamos con el fenómeno de la
intertextualidad. Proceso en el cual -y extrapolándolo
a la propuesta que desarrollamos actualmente- las imágenes,
en un ejercicio ilimitado (conocido, siguiendo a Charles S. Peirce,
en el campo de la semiótica pragmática como semiosis
ilimitada) se devoran entre ellas para producir otras imágenes.
"Una época devora otra época anterior",
indica Baitello Junior. El segundo nivel son las imágenes
que las personas devoran a través de la propaganda, la moda,
los medios de comunicación, en el diario vivir por las calles,
al vestirse, etc. Pero, el tercer nivel surge cuando este segundo
punto se extrema de tal manera que comienza a generar diversas patologías
que pueden producir nefastas consecuencias, "el tanto devorar
imágenes nos lleva a que ellas nos devoren a nosotros y que
nosotros queramos ser como ellas" (Baitello Junior, 2000)11
.
"(...) uma imagem devora
a outra velozmente, transformando-se em outra imagem, também
pronta para ser devorada (...) de devoradores indiscriminados
de imagens passamos a ser indiscriminadamente devorados por elas
(...) Assim, temos na devoraçao de imagens pelas própias
imagens, uma das configuraçoes daquilo que denominei 'iconofagia'"
(Baitello Junior, 2002: 1 y 2).
El último nivel es el que
interesa mayormente en dicha investigación porque, en efecto,
el tanto comer y devorar imágenes nos puede llevar, además
de a una indigestión icónica, a una iconoadicción
-algo similar a lo que sucede con las drogas, el efecto narcotizante
de las imágenes (teleadicción o teledependencia)-
que permitirá que ellas se apoderen de nosotros.
Un icono, para Peirce (1987),
es parte de la segunda tricotomía que, al igual que el índice
o el símbolo, se ubica dentro de la división
más fundamental del signo. "La única manera de
comunicar una idea depende, para ser establecido, del uso de un
icono" (1987, 2.278: 262). Por lo mismo, precisa el semiótico
estadounidense, cualquier afirmación tiene que contener un
icono o conjunto de iconos que representen al objeto en cuestión.
Pero, además, el icono no posee conexión dinámica
con ese objeto que representa y las particularidades que los unen
son, simplemente, sus cualidades que se asemejan a las del objeto
y que, a su vez, estimulan sensaciones análogas en la mente
del receptor interpretante, "(...) en realidad no está
conectado con aquél" (1987, 2.229: 273).
Por lo tanto, Peirce, continuando
con su extensa investigación, comprueba que verdaderamente
los iconos pueden prestar un buen servicio para acercarse a la realidad
pero, al mismo tiempo y debido a su vaguedad, le es imposible, por
sí mismo, transmitir información. Al partir de las
propuestas del filósofo y matemático, se puede señalar
que estos signos estimulan en los lectoautores, imágenes,
reminiscencias visuales, sonidos, impresiones, gustos, olores u
otras sensaciones que se van encadenando desordenadamente entre
sí y con otras apreciaciones acumuladas que ya no le son
tan familiares. "Pero en lugar de un único icono,
o un único signo por semejanza con una imagen familiar o
'sueño', evocable a voluntad, puede haber un complejo de
tales iconos, que forman una imagen compuesta cuya totalidad no
es familiar" (Peirce, 1987, 3.429: 307).
Para Fernando R. Contreras (2000),
el signo icónico presenta caracteres distintos al referente,
respetando con esto la alteridad. Los iconos sólo pueden
representar formas y sentimientos (a través del sentido),
asegura Peirce y, al respecto, Umberto Eco, precisa, en su crítica
al iconismo, que éstos no poseen las mismas características
del objeto, pero activan una estructura perceptiva "semejante"
a la que estimularía el objetivo imitado (Eco, 1974, 1988).
"(..) se trata -dice Kalkofen (1973)- de configuraciones materiales
que simulan condiciones perceptivas o componentes de los
signos icónicos" (Ibíd., 297).
Eco se pregunta si, con estos antecedentes,
se podrían continuar asociando los signos icónicos
con las analogías, como lo pretendía el propio
Peirce. Y reflexiona: "Si la analogía es una especie
de parentesco misterioso entre cosa e imágenes (...), en
ese caso se trata de una categoría que no puede encontrar
sitio en este marco teórico" (Ibíd., 303).
"Fuera de contexto, las unidades
icónicas no tienen estatuto y, por lo tanto, no pertenecen
a un código; fuera de contexto, los 'signos icónicos'
no son signos verdaderamente; como no están codificados
ni (como hemos visto) se asemejan a nada, resulta difícil
comprender porqué significan" (Eco, 1974, 1988: 322).
Para Jenaro Talens (2000), el sentido
no puede confundirse con el significado. Una lectura significativa
de un objeto consistiría en la aplicación de una variedad
de códigos que permitieran descodificar ese mismo objeto.
Al no haber códigos previos compartibles no hay significación,
por lo que "el estímulo que provoca una determinada
textura de la imagen o las asociaciones sensoriales o sentimentales
provocadas en un lector (...) Es ese tipo de mensaje lo que defino
como sentido" (Ibíd., 18). Umberto Eco indica,
por otra parte, que los iconos, a pesar de su vaguedad, significan
de todas maneras y explica su tesis esgrimiendo que hay razones
para pensar en un TEXTO ICÓNICO, "más que algo
que dependa de un código, es algo que INSTITUYE UN CÓDIGO"
(Eco, 1974, 1988: 322).
Desligándonos de la última
referencia de Eco y definido esto, es posible desvincular dicho
complejo iconismo de su labor representacional, debido a
que la anulación del referente, de una representación
estable, ideal, analógica que trata de asemejar más
que de simular, en sentido foucaultiano12(1973),
se ve sobrepasada por la entrada en circulación de infinitas
interpretaciones que no representan (sentido que no significa),
que están fuera de contexto13
y que clausuran ese referente universal. Es así como, para
nosotros, el exceso de representación(es) también
anula la representación. "Lo que muere en estas cabezas
sin humanidad natural, es la representación, puesta a raya
por subrayado, que la mata por exceso" (Viscardi, 2001b: 1
y 2).
Ayudados por ciertas propuestas
peirceanas y tratando de radicalizar un tanto más
sus posturas, entendemos, en este campo, dicha ilimitación
incontrolada de sentido como una suerte de rizomatización
del icono que ya no cumple con su labor de representar, sino
que simula, como una especie de "icono simulador" que
logra escaparse de los códigos que lo enclaustran y ya no
responde a un referente establecido, sino que, a través del
sentido, se diversifica por lo más diversos y desconocidos
caminos.
En el fondo, el icono ya no trata
de imitar al objeto tal cual se presenta, sino que suplanta la realidad
por los signos de lo real, acercándose a la simulación
por lo hiperreal. Estos signos icónicos son "falsos",
"mienten", se deslizan en un presente que es conformado
por lo simulacral. El icono ya no vive de la representación,
sino que vive en lo virtual, como una máquina reproductiva
de imágenes artificiales, como la máquina que inventó
Morel en la novela de Bioy Casares (1968).
"Sin embargo, si el trucaje
ha circulado casi sin que nadie se percate es porque el problema
ya no es que la imagen 'represente' nada, sino que como está
'muy bien hecha', nos la creemos" (Talens, 1998, 2000: 385).
Para Derrida (1996), uno de los
rasgos que designa lo que constituye la actualidad teletecnológica
es, en general, la artefactualidad. La artefactualidad
es producida e interpretada por dispositivos ficticios o
artificiales, jerarquizados y selectivos, siempre al servicio
de intereses y poderes que los sujetos no perciben lo suficientemente
bien. "Por más singular, irreductible, testaruda, dolorosa
o trágica que sea la 'realidad' a la cual se refiere la 'actualidad',
ésta nos llega a través de una hechura ficcional"
(Derrida y Stiegler, 1996, 1998: 15), cuya función es crear
acontecimientos bajo la consigna del mercado.
Complejidad de iconos que ayudan
a anular la representación porque ésta ya no es una
sola, marcada y diferenciada si no que es una mezcla de signos que
producen, hipertextualmente, la iconofagia (bombardeo y consumo
de y por imágenes). En esta perdida de la representación
unívoca, el icono se desliza de la producción de significados
y comienza a coquetear con la vaguedad y el dislocamiento del simulacro,
haciendo dobles, multiplicando y clonando el objeto en cuestión.
De todo esto, surgen algunas dudas:
¿cómo podríamos defecar la enorme cantidad
de imágenes que consumimos iconofágicamente?,
¿cuál sería el proceso de iconorrea?,
¿cómo se manifestarían estos posibles trastornos?
"A idéa dos excrementos
resultantes da iconofagia, indagada por Bemd Ternes em Berlim, traz
consigo ainda uma outra indagaçao: quais seriam os excrementos
quando somos devorados pelas imagens? Quando devoramos imagens,
produzimos imagens excrementais. E quando as imagens nos devoram,
produzem elas imagens excrementais ou seres humanos excrementais?
De que natureza serao os detritos das imagens devoradoras?"
(Baitello Junior, 2002: 2).
Como primera respuesta ante estas
dudas, y derivado de lo recién expuesto por Baitello Junior,
es necesario afirmar que efectivamente se presentan -y ya se están
presentando- patologías como consecuencia de la banalidad
que ofrece la televisión, internet, el predominio de la imagen
ante la palabra, de la caja mágica a cambio del libro; actos
cada vez más comunes en nuestra sociedad del simulacro o
gringocentrista. En el campo de la informática (específicamente
en relación a las fronteras de la infografía), Contreras
indica que ésta es una acción paranoica de la sociedad
actual que precisa sustituir en su locura lo real por lo simulado.
"Eso sitúa al hombre actual en un estado de tiempo cero
o en un tiempo muerto. Digamos que la vida transcurre fuera del
tiempo que señalan los ordenadores" (2000: 72).
Los discursos informativos, en la
era del simulacro, cumplen con su labor de informar, siempre
y cuando estén insertos y sean cómplices de este juego.
Hasta la lógica de los noticiarios, nos argumenta Talens
(1998, 2000), es la lógica del espectáculo. Estamos
construidos de acuerdo a la lógica del simulacro. Para que
alguien diga la verdad no, necesariamente, tiene que decir algo
que tenga que ver con la verdad; simplemente, tiene que decir un
discurso coherente que, mientras más coherente sea, se convierte
en más verdadero que otro. Como enfatiza, Baitello Junior
(2002), ya no estamos llamados a ver. Somos presa fácil para
las imágenes que saltan sobre nosotros, que nos asaltan.
En este siglo de las imágenes somos vistos por ellas,
somos parte de una voracidad compulsiva.
Por lo mismo, esta sociedad tardocapitalista,
basada totalmente en las imposiciones de la publicidad y sus exigencias
mercantiles, impone un cinismo extremado desde los mismos medios
de comunicación que producen, espectacularmente, las
patologías (iconofágicas) sociales a las que
nos ha llevado dicho sistema, frente "a la exuberancia salvaje,
lujosa, derrochadora en la que viven los pocos privilegiados durante
el mismo continuum discursivo de la televisión"
(Contreras, 2002: 2).
En el ámbito de la lectura,
retomando lo anteriormente expuesto, los resultados son cada vez
más extremos. Comparativamente, para leer y escribir se necesitan
niveles de concentración superiores a los exigidos para ver
imágenes o audicionar música. Es decir, en una rápida
lectura ante esto, los libros podrían llegar a ser cada vez
más imprescindibles. Aunque es muy difícil que el
libro y el periódico mueran, no hay que ignorar la presencia
de una "voracidad sensorial" de quienes están ya
hipnotizados (indigestos) por las imágenes (Ferrés,
2000). La idea es que los niños o los adultos lean más
y vean menos, que no sólo el aprendizaje sea a través
de la imagen, sino que se trate de llegar a un equilibrio donde
la educación también pase por la lectura (Talens,
1998, 2000).
"(...) la lectura misma está
en peligro ante la mirada fugaz a secuencias rápidas de
imágenes (...) La técnica de las imágenes
móviles no permite leer ni demasiado despacio ni demasiado
deprisa. Corren siempre por delante. La ley de economía
de señales reza así: alcanzar en un tiempo cada
vez más corto a través de espacios cada vez más
amplios a un número cada vez mayor de personas para el
mismo mensaje" (Pross, 1998: 11-12).
Como primera solución para
evitar estas enfermedades iconofágicas, el doctor
Andrew Weil (2000), pionero en los estudios sobre la sobreexposición
mediática, invita a ponerse a dieta de los medios de comunicación
durante días o semanas: "veréis -asegura- como
disminuye automáticamente vuestro estrés y sois capaces
de alcanzar cierta paz interior". Al mismo tiempo indica la
necesidad de implementar en todo el mundo programas educacionales
sobre "alfabetización mediática" que entreguen
a niños y a adultos las herramientas para que no se ahoguen
en la gran oferta de imágenes y puedan controlar la ingestión
de las mismas. Hay que crear los elementos para que las personas
se acostumbren a "leer" (tal cual como se hace hoy con
los libros) de manera crítica las imágenes para que
puedan seleccionar cuáles son de su conveniencia y no, solamente,
limitarse a ver "lo que echen". F. Contreras (2002) precisa,
sobre lo mismo, que una sociedad analfabeta en el uso y el conocimiento
de la tecnología es tan fácilmente de manipular y
controlar como las sociedades analfabetas en tiempos pasados.
"Esto es, de las relaciones
que se establezcan entre sociedad y comunidad virtual, entre cuerpo
y cibercuerpo, entre educación y las nuevas tecnologías,
entre las relaciones interpersonales y las comunidades virtuales
de la Red, etcétera.
Del desequilibrio por potenciar más una parte de algunos
de estos binomios es de donde provendrá en el futuro la
pobreza cultural de la sociedad" (Contreras, 2000: 75).
Desde esta visión alterada
de lo real, Derrida propone la educación, por la técnica,
para que en lo posible, los ciudadanos o los usuarios que consumen
los resultados de estos "artefactos" puedan participar
en la producción y selección de programas que permitan
elaborar nuevos discursos para que, así, los consumidores/espectadores
participen del mercado y no sean víctimas de éste.
Lo definido por dicho filósofo
pretende salir del estado de analfabetismo en relación a
la imagen (analfabetismo icónico), a través de una
suerte de alfabetización que permita que la masa de los consumidores
pueda descifrar la invasión de una imagen global e inanalizable,
indisociable. Pero, como es sabido, no hay nada de eso. Es una apariencia.
Hay que aprender a discernir, componer, pegar y montar, enfatiza
Derrida. En una línea similar, al referirse a la imagen y
a la tecnología, Talens asegura que "La cuestión
es que ese tipo de contradicciones, si al espectador se le enseñara
a pensar, las podría establecer" (1998, 2000: 392).
Sobre lo mismo, Martín Barbero
supone que un uso creativo y crítico de los medios y la informática
es factible, solamente, en una escuela que transforme su modelo
educativo, "que haga posible el tránsito de un modelo
centrado en la secuencia lineal que encadena unidireccionalmente
materias, grados, edades y paquetes de conocimientos, a otro
descentrado y plural, cuya clave es el 'encuentro'
del palimpsesto (...) y el hipertexto" (2000:
27).
Finalmente, su propuesta de escritura
hipertextual (escritura rizomática) ya no se alimenta
de secuencias, sino de montajes, de conexiones en red que, al elaborar
una multidiversidad de recorridos, modifica la lectura en escritura.
Dicha situación potencia la labor del educador que ya no
se limitaría a retransmitir saberes, sino que se convertiría
en formulador de problemas, provocador de interrogantes, en, para
terminar con Martín Barbero, un sistematizador de experiencias
que habilita y posibilita el diálogo entre culturas y generaciones.
Notas:
1
Fragmento del Manifesto Antropofago, publicado originalmente
en la Revista de Antropofagia, 1, mayo de 1928, Sao Paulo,
Brasil.
2 A partir de los estudios de
F. Jameson e interpretándolo libremente, Bhabha explora el
dominio de la causalidad social y la diferencia cultural. Rescata
la cuestión de las exclusiones y parafrasea de Jameson el
término third space (tercer espacio), explicándolo
como un área de "interfection". "The space
of 'thirdness' in postmodern politics opens up an area of 'interfection'
(to use Jameson's term) where de newness of cultural practices and
historical narratives are registered in 'generic discordance', 'unexpected
juxtaposition', 'the semiautomization of reality'…'" (Bhabha,
1994: 127).
3 El antropólogo Marc Augé
(1992) aporta el término no lugar indicando que es
un "(no) espacio que no puede definirse como espacio de identidad
ni relacional, ni histórico (...) El espacio del no lugar
no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y
similitud" (Augé, 1992, 1996: 83 y 107).
4 Para W. Arens, el exocanibalismo
es el "canibalismo ritual o mágico, en que se identifica
un intento de absorber la esencia espiritual del difunto..."
(Arens, 1979: 25) C. Vincent, por su parte, publica un reportaje
en Le Monde, reduciendo esta clasificación a; "c'est
l'ennemi que l'on dévore, par vénganse, ou pour s'apropier
ses vertus" (Vincent, 2000: 25).
5 Norval Baitello Junior, conferencia
dictada, en el marco del curso de Doctorado "El Tiempo y el
Espacio en la Comunicación", Sala Mixta, Facultad de
Ciencias de la Información, Universidad de Sevilla, 19 enero
de 2000. La transcripción es mía.
6 En francés diferencia
se traduce como différence, pero Derrida va más
allá de la sola diferencia (por eso hablamos de la diferencia
de la "diferencia") y propone el neologismo homofónico
différance que no tiene traducción en español
y que sólo se diferencia de la différence por
la "escritura". También, para marcar su diferencia,
este neologismo es traducido al español como diferancia
o difErencia que añade al significado "diferente"
la idea de "diferir" o "postergar", como un
compás de espera, una pausa que "'(...) .remite al movimiento
(activo y pasivo) que consiste en diferir por demora, delegación,
prórroga, reenvío, desvío, retraso, puesta
en reserva. En este sentido, la différance no está
precedida por la unidad originaria e indivisa de una posibilidad
presente que yo pondría en reserva como si fuera un gasto
que dejaría para más adelante por cálculo o
por espíritu de economía. Lo que difiere la presencia
es aquello a partir de lo cual, por el contrario, la presencia es
anunciada o deseada en su representación, en su signo, en
su huella...' (Positions, ed. cit.., pp. 16 y 17)."
(Derrida en De Peretti, 1989: 122).
7 Nos referimos, específicamente,
a las últimas tendencias políticas europeas. Sin ir
más lejos, recordamos el inesperado resultado en las elecciones
del domingo 21 de abril pasado, donde el pueblo francés dio
su voto, en una importante mayoría, al candidato ultraderechista,
de reconocida tendencia xenófoba, Jean Marie Le Pen. Sufragio
que se suma a los ya instaurados y conservadores gobiernos de Silvio
Berlusconi en Italia y Jörg Haider en Austria.
8 Ortiz, de todas maneras, indica
que otros autores aseguran que el capitalismo nace con la Revolución
Industrial. Explica esto diciendo que, en el caso de América
Latina, la presencia española y portuguesa no lograron integrar
a la población indígena y negra dentro de un mismo
molde civilizatorio. "Con esto quiero decir que, a pesar de
los movimientos integradores, el mundo anterior a la Revolución
Industrial todavía encerraba mucha diversidad (...) Revolución
Industrial y modernidad van juntas. Trajeron consigo un proceso
de integración hasta entonces desconocido: la constitución
de la nación" (Ortiz, 2000: 46-47).
9 Quisiéramos señalar
que al hablar del patrón occidental insertáramos previamente
el prefijo nor. Lo noroccidental define de inmediato las permanentes
y evidentes diferencias entre el Norte y el Sur.
10 "Desgraciadamente, el
crimen jamás será perfecto. Además, en este
libro negro de la desaparición de lo real no han podido ser
descubiertos ni los móviles ni los autores, y no se ha encontrado
nunca el cadáver de lo real. Tampoco se ha podido descubrir
jamás la idea que preside este libro. Era el arma del crimen.
Si bien el crimen nunca es perfecto, la perfección, como
su mismo nombre indica, siempre es criminal. En el crimen perfecto,
el crimen es la propia perfección (...) Ahora bien, este
crimen carece de motivación y de autor, y es, por tanto,
absolutamente inexplicable" (Baudrillard, 1995, 1996: 9-10).
11 La diferencia entre antropo
e iconofagia es inmensa, clarifica Baitello Junior e indica
que en la primera de éstas devoramos a otro o somos devorados
por otros; en cambio, la iconofagia consiste en el ser devorados
por imágenes, "devorados pelo abismo que tem como portal
triunfal de entrada... uma imagen" (Baitello Junior, 2002:
2). Esta cita, como todas las en portugués de Baitello Junior,
fue rescatada de un texto inédito, presentado recientemente
en Viena, de este autor que, en el próximo número
(nº5 - agosto de 2002) de la revista virtual Comuniquiatra
<http://www.comuniquiatra.dk3.com>
será publicado en español.
12 Foucault
en Las palabras y las cosas (1966) plantea una equivalencia
entre la semejanza y la similitud e indica que éstas
cumplen una misma labor en el ámbito de la representación.
Posteriormente, en Esto no es una pipa (1973) propone la
existencia de un privilegio de la similitud sobre la semejanza,
ya que lo semejante posee un elemento original que ordena
en virtud de todas las copias que se van poco a poco debilitando
y que se pueden realizar de él. Lo similar, por su parte,
no obedece a ninguna jerarquía establecida y multiplica las
diferentes afirmaciones.
13 Para Derrida, las ideas se
presentan como la iterabilidad de marcas (técnica, artefacto,
discurso, texto, escritura, signos icónicos, imágenes
figurativas, etc.) posibles de diversos contextos móviles
que se desestabilizan precisamente por la posibilidad de que cualquier
elemento, por mínimo que sea, pueda injertarse en el encadenamiento
rizomático que conforma el contexto. Tejido que se
desteje y vuelve a tejer sin detención, transformando el
contexto en un rizoma. "Esto no supone que la marca
valga fuera de contexto, sino al contrario, que no hay más
que contextos sin ningún centro de anclaje absoluto"
(Derrida, 1971, 1989: 362).
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Tomado de:
http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n27/rbrowne.html
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