Por Rodrigo Francisco Browne Sartori
Número 27
'San Francisco en el Desierto', del artista Giovanni Bellini de 1480
"Contra a verdade
dos povos missionários,
definida pela sagacidade de un antropófago,
o Vizconde de Cairu: -É a mentira muitas vezes repetida".
Oswald De Andrade
Em Piratininga Ano 374 da deglutiçao do Bispo Zarina1
I. Pierre Ebuka (Vázquez
Montalbán, 2000), oriundo de una tribu caníbal de
África central, se trasladó a Alemania para graduarse
en epistemología en la Universidad de Heidelberg. Según
sus compañeros, el exótico Ebuka, era considerado
como uno de los principales especialistas en el movimiento prerrafaelista
y al mismo tiempo -según relata el autor de este texto- aseveraba,
entre otras cosas, la existencia de posibles relaciones entre epistemología
y canibalismo, indicando que la epistemología es principalmente
teoría del conocimiento científico y que no existe
fórmula superior de conocimiento que la metabolización
de lo por conocer.
Ebuka, en un probable desliz en
el campo de la comunicación intercultural, había obviado
las reglas que imperan en el "viejo mundo" y se había
dejado llevar -quizás inconscientemente- por un ejercicio
antropófago que era todo un ritual en su comunidad natal
pero que, según el modelo eurocéntrico-occidental,
debía ser enjuiciado, castigado y catalogado como homicidio.
No hay que olvidar -indica Rodrigo Alsina (1999)- que cada comunidad
tiene sus propias convenciones y "a partir de esta idea debemos
relativizar nuestra construcción de sentido al relacionarnos
con personas de otras comunidades de sentido" (1999: 13).
Este posible mestizaje crea así
una hibridación cultural (desde la diferencia del Otro),
un nuevo emplazamiento, en el sentido que lo propone Vázquez
Medel (1998c), que gira en torno a los estudios difundidos bajo
el rotulo de teoría poscolonial y que Homi Bhabha,
a partir de Fredric Jameson, denomina tercer espacio (third
space)2; también conocido,
guardando mínimas distancias, como comunidad híbrida
(García Canclini), zona de contacto (Pratt), teoría
de la construcción de la tercera cultura (Casmir), entre
muchos calificativos más.
Estas últimas denominaciones
se pueden asociar, a su vez, con un pensamiento del ENTRE (Derrida,
1970, 1972). No-lugar3
que no se caracteriza por una operación de unificación,
sino se entiende como una diferenciación que siempre produce
un tercero excluido. En palabras de Gilles Deleuze "(...) hay
que elegirle otro, no cualquiera, sino de tal manera que entre los
dos se establezca una diferencia de potencial que produzca un tercero
o algo nuevo" (1985, 1996: 240).
Un caso de esta suerte de tercer
emplazamiento es Pierre Ebuka que, al verse inmerso en dicho
euroccidental pleito tuvo que defenderse ante el fiscal que llevaba
su causa, sirviéndose del poco válido argumento -a
la luz de las investigaciones- que indicaba que su opción
era netamente cultural y su canibalismo tan sólo una metáfora.
A pesar de la inteligencia del acusado, el juez demostró
que éste pretendía hacer de Europa la reserva proteínica
de África, "envalentonado por el espíritu derrotista
de una intelectualidad europea obsesionada con la decadencia del
en otro tiempo llamado 'viejo continente'" (Vázquez
Montalbán, 2000: 12).
Basado en esta deducción,
el magistrado rescató ciertas declaraciones que Edgar Morin
publicó en "Le Nouvel Observateur" y que invitaban
a los inmigrantes a participar de una Europa acogedora y hospitalaria,
alimentando (en todo el sentido de la palabra) "la ética
culpable del colonizador o el complejo de culpa del europeo"
(Ibíd., 2000: 12).
"Peligrosa ética cuando
puede alimentar el deseo de desquite de pueblos mal alimentados
y que en un inmediato pasado consideraban la antropofagia como
un signo de victoria y una señal de deificación,
porque la carne humana era y es el preferido manjar de los dioses,
en cualquier región" (Vázquez Montalbán,
2000: 12).
Por lo tanto, si nos quedamos ingenuamente
con la metafórica defensa de Ebuka, se puede entender a la
vieja Europa como una antigua fuente de conocimientos "arrepentida"
que está dispuesta a devolver todo lo sustraído y
explotado, bajo el rótulo de colonización, y transformarse
-como propone Morin con su pensamiento complejo (1990, 1994)-
en un continente multicultural, multirracial y fundado en un gran
mosaico de culturas que, al percatarse de que la calidad de centro
neurálgico se va escapando de sus dominios, está dispuesta
a reconocer las "verdades" de lo étnico y a cambiar
esa postura tan cerrada que no le permitía asumir y respetar
las semejanzas y diferencias que otras culturas tienen en relación
con el modelo eurocéntrico (Ancarola, 2000).
"Se le ocurrió que
para pasar de la otredad construida a algo más específico
había que hablar del otro que sufre y que goza, del otro
que me importa a mí, de nuestros otros"
(García Canclini, 2000: 39).
II. Para contextualizar este
relato ficcional de Vázquez Montalbán, y antes de
conocer la engullidora iniciativa del goloso Ebuka, consideramos
oportuno realizar una breve, pero necesaria, introducción
en torno a algunos postulados sobre canibalismo para, así,
ser más precisos en la "puesta en escena" de los
contenidos que pretendemos proponer.
Uno de los primeros casos registrados
que se conocen de antropofagia fue descrito por el navegante alemán
Hans Staden quien zarpó por segunda vez del Sur de España,
en 1550, con destino al "nuevo mundo". Tras diversos problemas
en el viaje y ya asentado en este continente se contrató
como artillero en un fuerte portugués. Estaba ejerciendo
esta actividad cuando fue capturado por un grupo de nativos que
pretendían sacrificarlo y devorarlo en virtud a la tradición
y el ritual indigenista. Afortunadamente, Staden -hábil en
el ámbito de la comunicación intercultural-
tuvo muy buenas relaciones con el cacique de la tribu y permaneció
en cautiverio durante nueves meses, conviviendo con los indios Tupinambas
y asistiendo "con harta frecuencia a sus horrendos festines
de carne humana" (Aznar en Staden, 1557, 1945: XII).
Al retornar a Europa, Staden publicó
-con grabados incorporados- el libro Viaje y cautiverio entre
los caníbales (1557) haciendo una exacta descripción
de las prácticas antropófagas de los Tupinambas del
Brasil. Además de relatar minuciosamente cuáles, en
qué orden y con qué propósito seleccionaban
las partes del cuerpo que se degustarían, el aventurero narró
qué obtenía el nativo que iniciaba el ritual y por
qué:
"Aquel que ha matado gana
otro nombre, y el rey de las cabañas le marca el brazo
con el diente de un animal feroz. Cuando cura se le ve la marca,
y esto es la honra que tiene. Después tiene él,
en el mismo día, que quedar acostado en su red y le dan
un pequeño arco con una flecha para pasar el tiempo tirando
a un blanco de cera. Esto se hace para que los brazos no queden
inseguros, del susto de haber matado.
Esto yo lo vi y presencié" (Staden, 1557, 1945: 242).
Los actos presenciados por este
navegante en su permanencia junto a los Tupinambas son síntomas,
dentro de la clasificación antropófaga, de exocanibalismo4,
ya que el matar y comerse a un enemigo implicaba incrementar el
ego personal y grupal de ese conjunto social. Además, como
asegura Baitello Junior (2000) "en algunas sociedades tribales
existía la creencia de que la persona que consumía
el cuerpo de otra adquiría las cualidades de ésta,
sobretodo si se trataba de un enemigo fuerte, valiente y líder
de su tribu"5 .
Baitello Junior es claro al indicar
que lo importante para los antropófagos son las imágenes
que perciben, que captan, o que el grupo que conforma la tribu -como
receptores interpretantes- aprecia de un cuerpo que se expone
en un momento determinado, en el que, como admiradores del mismo,
quisieran tenerlo consigo o ser como él: las imágenes
son algo que el cuerpo proyecta. Bajo esta posición, lo sustancial
para la antropofagia son las imágenes que el cuerpo produce.
Con el propósito de mestizar
y mimetizar ambas culturas, acumulando en sí mismo parte
de la sabiduría del "viejo continente", Ebuka pensó
-suponemos- que al comerse a diferentes representantes de los países
europeos podría asumir con mayor facilidad y rapidez la vasta
y dilatada experiencia de éstos, heredada de los eternos
siglos que conforman su cultura. No por nada sus platos estaban
absolutamente seleccionados de acuerdo al estricto régimen
de experiencias que quería adquirir:
"La obsesión de Ebuka
por la proteína europea se plasma en la simple enumeración
de sus menús: tripas de español (a partes iguales)
al estilo del mondongo del barrio de Triana, solomillo de aduanero
francés al foc-demi-cru de abadesa de Perigord, brochette
de azafata griega aromatizada con salvia de la isla de Skorpios,
salchichas blancas de carne molida de agente de cambio y bolsa
de Munich con patatas criadas en las proximidades de cementerios
de minorías étnicas" (Vázquez Montalbán,
2000: 13).
Desde una mirada específica,
se anunció, en párrafos anteriores, que esta hibridez
intercultural habilita la siempre segregada diferencia de la "diferencia"
(la différance6
siguiendo a Derrida) que permite rescatar al tercero y, al mismo
tiempo, desarticular transcendentales imperativos de la modernidad.
"(...) tiene la estructura de una intricación, de un
tejido, de un cruce que dejará partir de nuevo los diferentes
hilos y las distintas líneas de sentido -o de fuerza- igual
que estará lista para anudar otras" (Derrida, 1968,
1989: 40). Desde este punto de vista, propone el filósofo
francés, la diferencia que marca la "diferencia"
(es decir la diferencia entre la a y e) se desnuda a la vista y
al oído y, por lo tanto, sugiere que es necesario "dejarse
ir aquí a un orden que ya no pertenece a la sensibilidad"
(Ibíd., 41).
"Diferencia" que -debido
a las secuelas instauradas por la modernidad y a pesar de las supuestas
bien intencionadas conciencias europeas de las que habla Vázquez
Montalbán- atemoriza a los Mismos ya que abre fronteras
que no ofrecen seguridad ni estabilidad y altera el orden del
discurso (Foucault, 1970, 1999), disgregándolo y descontrolándolo,
pero, a su vez, enriqueciéndolo con nuevos colores que se
matizan y potencian en la pluralidad de la comunicación
intercultural.
En relación a lo mismo, Michel
Foucault (1966, 1986), desde un rescate arqueológico de
las ciencias humanas, pretende encontrar aquellas mutaciones
epistemológicas que postulan el pensamiento humano y
que difieren de lo que, para una cultura es extraño, exótico
y desconocido "y debe, por ello, excluirse (para conjurar un
peligro interior), pero encerrándolo (para reducir la alteridad)"
(Foucault, 1966, 1986: 9). Para ello expone que la historia del
orden de las cosas es la historia de lo Mismo.
Es así como, por una parte,
el Otro absorbe y se alimenta del discurso de occidente.
Se sumerge en este juego intercultural que le permite asimilar y
digerir, al igual como lo hizo (a su manera) el antropófago/intelectual
Pierre Ebuka, una cultura que, para él, desde su propia mirada
orientalista, como dice E. Said (1976), también es/era
diferente.
Los Mismos -y aunque los
discursos más extremistas lo rechacen rotundamente7-
se engullen dicha excéntrica cultura foránea, asumiéndola
en un movimiento de afirmación de la alteridad (Martín
Barbero, 2000). La devoración de la cultura externa se puede
entender también como esa necesidad de participar de lo desconocido,
de invitar al extranjero a la órbita euroccidental, de incluir
al tercero excluido que se encuentra aislado por la instauración
de normas y códigos (desconocidos por él) que prohibían
el surgimiento de esta recíproca y simbólica antropofagia
(inter)cultural.
El Mismo occidental y el
Otro exótico conviven, debido a la caótica
diversidad posmoderna, en este tercer emplazamiento que rompe
con la extendida tradición positivista. Desde el diagnóstico
de dicho acto antropófago intercultural se puede plantear
una suerte de reoccidentalización (porque aún occidente
no se orienta) que -en un largo proceso digestivo- habilita
un pensamiento, en palabras de Gilles Deleuze y Félix Guattari
(1976, 1997), rizomático. "Un rizoma no empieza
ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-se,
intermezzo" (Deleuze y Guattari, 1976, 1997: 56).
El rizoma o multiplicidad
se define por el afuera, por líneas de fuga que se
van desterritorializando a medida que se conectan unas con otras
desordenadamente. De acuerdo a esto último, se pueden contraponer
los procesos arborescentes -"El árbol ya es la
imagen del mundo" (Ibíd., 1976, 1997: 12)- al recién
expuesto rizoma.
"Estamos cansados del árbol.
No debemos seguir creyendo en los árboles, en las raíces
o en las raicillas, nos han hecho sufrir demasiado. Toda la cultura
arborescente está basada en ellos, desde la biología
hasta la lingüística. No hay nada más bello,
más amoroso, más político que los tallos
subterráneos y las raíces aéreas, la adventicia
y el rizoma" (Deleuze y Guattari, 1976, 1997: 35).
III. Desde un planteamiento
teórico-crítico en torno al tema de la comunicación
intercultural, y como un paradigma histórico ante la
falta de respeto hacia la cultura del Otro, quisiéramos
poner en el tapete el tan mentado descubrimiento y posterior conquista
de América. Para I. Chambers (1998) la llegada de Colón
al "nuevo mundo" es el momento cuando, precisamente, se
comienza a imponer la visión de occidente. La eurocéntrica
palabra descubrimiento fue, más bien, un encuentro de dos
mundos que se ignoraban y en el que uno se impuso frente al otro,
al, para ellos, exótico. Renato Ortiz (2000), desde un punto
de vista histórico, precisa que, a partir del siglo XVI,
el capitalismo brota en una parte importante de la Europa occidental.
"La época de los descubrimientos y de las grandes navegaciones
da inicio a otro ritmo de integración entre los pueblos.
Este capitalismo llega hasta América y Asia bajo forma de
colonialismo" (2000: 45)8
. Es, continúa el autor, la raíz de un fenómeno
actualmente en el tapete: la globalización.
"Para la teología
de la Cruzada y de la Inquisición no existía lo
diferente, sino solamente la identidad de lo Uno y lo mismo: el
Verdadero o la muerte. No había espacio de negociación
simbólica, ni esfera autónoma del reconocimiento,
sino la constitución a la vez sacramental y militar de
una masa fragmentada, desterritorializada y esclavizada (...)
El concepto de 'teología de la colonización' comprende
desde su raíz constitutiva este proceso de aniquilación
de las culturas no cristianas a una escala global" (Subirats,
2000: 89).
Más de quinientos años
después y quizá como consecuencia de lo que se expuso
en este artículo como el complejo de culpa del europeo, comienza
a oírse la voz de los vencidos que, a pesar de ser el resultado
de la hibridación hispanoamericana, se percibe bajo una mirada
"tercermundista", "subdesarrollada" y "contraconquistadora"
que la condecora con esa atractiva sensación -desde lo eurocéntrico-
de lo exótico que se entiende, hoy en día, gracias
al inmigrante que no se encuentra en su desconocido "allí",
sino que forma parte del "aquí" (Chambers, 1998).
La inestabilidad que nace de la
interculturalidad vigente -que ha permitido, parafraseando a J.
Clifford (1995), que poblaciones extranjeras se establezcan en lugares
de los siete continentes, debido a la drástica expansión
de la movilidad- está ligada, por lo visto, al progresivo
intercambio entre las poblaciones del mundo y a la reconvención
a partir de los años '50 del colonialismo y el eurocentrismo.
Híbrida movilidad que podemos
identificarla con lo que Gilles Deleuze y Félix Guattari
caracterizan con una particular denominación. Estos autores,
a partir de la literatura ("como en cualquier otra cosa"
(1976, 1997: 10), plantean, como ya dijimos, la existencia de líneas
de fuga, de movimientos desterritorializados y de desestratificación
e indican, además, que todas estas líneas y las
velocidades mesurables, "constituyen un agenciamiento (agencement)"
(Ibíd., 10). Esta "drástica expansión
de la movilidad" planteada por James Clifford es un agenciamiento
(en otro campo que el de la literatura) que está en permanente
ejercicio, como una multiplicidad que siempre cambia de naturaleza
a medida que cada cultura se mezcla y relaciona con otras (y con
todas al mismo tiempo), aumentando esquizofrénicamente
sus conexiones. En palabras del mismo Deleuze, "Ahora bien,
lo difícil es hacer conspirar todos los elementos de un conjunto
no homogéneo, hacerlos funcionar juntos. Las estructuras
están ligadas a condiciones de homogeneidad, los agenciamientos
no (...) Agenciar es eso: estar en el medio, en la línea
de encuentro de un mundo interior con un mundo exterior" (Deleuze,
1977: 61 y 62).
A pesar de ello, y frente a la tradicional
postura eurocéntrica (que trata de reivindicarse), podemos
diagnosticar que los occidentales9
han hablado y estudiado por el resto del mundo durante siglos. Por
lo mismo, y ante este monólogo nos dice Chambers (1998),
han surgido escrituras de reacción en contra del modo
de operar de occidente que se complica cuando el Otro -como objeto
del sujeto occidental (que ha sido construido por éste)-
rechaza ser objeto e insiste en el hecho de que también es
un sujeto histórico (Chambers, 1998).
Es así como, a finales de
los '70, debido al impacto de la migración, surge entre la
teoría literaria y la teoría de la cultura (básicamente
de los cultural studies) una fuerte voluntad por estudiar
el discurso colonial. Desde esta condición se tiende a profundizar
en torno a la denominada teoría poscolonial que, a
partir de la literatura anglosajona y posteriormente aplicada a
diversos ámbitos del saber, se aproxima al reconocimiento
de la existencia del Otro.
"(...) desde patrones más
propios de la hibridación cultural, el mestizaje o 'lo
nativo', a la realidad de aquellas culturas que constituidas ya
hoy en entidades político-administrativas independientes
y soberanas, arrastran una historia y/o dependen de planteamientos
ideológicos nacidos en otro lugar, la antigua metrópoli,
que impuso su mirada cultural sobre la realidad de los colonizados"
(Fernández Serrato, 2000: 5).
Es decir, instalándonos
en una mirada que recupera al marginado o segregado se podría
llegar a suponer que el Sur se comienza a ver a sí mismo
con los ojos del Norte. Esta noción, que entendemos conecta
directamente con el poscolonialismo, puede ofrecer ciertos
respiros a través de lo que Román Gubern (2000), en
el campo de los megamercados, define como la cultura intersticial.
En ésta expone que los grandes oligopolios no están
dando abasto para cubrir la enorme oferta globalizadora del mercado.
Dicho fenómeno permitiría, según el autor,
que esos intersticios que abandona la globalización
puedan ser cubiertos por culturas alternativas y así no quedar
sujetas, ni supeditadas a los grandes oligopolios. Como muy bien
defiende Homi Bhabha (1994), el objetivo es enfatizar, desde lo
poscolonial, el vivir entre (between) una cultura
occidental y otra originaria.
A través de estos estudios,
la lógica de occidente ha dejado de lado su patrimonio absoluto
ante los Otros y se ha dispuesto a abrir ciertas puertas
para permitir el contacto intercultural y entender que es fundamental
preocuparse, continuando con Clifford, de las formas en que las
distintas culturas de la humanidad imaginan, describen y comprenden
a los demás.
IV. Como se puede deducir
de lo desarrollado anteriormente, la idea de esta propuesta es,
sencillamente, desmentir todas aquellas visiones coloniales y neocoloniales
que habían impuesto las reglas del juego, las cuales a través
de un punto de vista único instauraron la forma de ver la
historia, la verdad, la razón, la belleza, etc... que se
basaba en la "distancia crítica que nació en
el Renacimiento y se impuso con el colonialismo, el imperialismo
y la versión racional de la modernidad" (Adell, 1998:
31).
Al respecto, Michel Foucault en
Las palabras y las cosas (1966) trata de descifrar, desde
el siglo XVI, en qué se ha convertido la cultura. Y lo hace
demostrando que ésta se ha manifestado bajo un orden que
ha organizado y permitido los cambios, "(...) su encadenamiento
y su valor representativo las palabras (...) anudadas con el espacio
y el tiempo, para formar el pedestal positivo de los conocimientos..."
(1966, 1986: 7).
La investigación arqueológica
de Foucault arroja dos grandes discontinuidades en la episteme
de la cultura occidental. La primera es aquella con la que se
inaugura la época clásica (mediados del siglo XVII)
y la segunda es la que anuncia, a principios del XIX, los primeros
pasos de la modernidad. Entre los siglos XVIII y XIX, el sistema
de positividades ha cambiado considerablemente, "No se trata
de que la razón haya hecho progresos, sino que el modo de
ser de las cosas y el orden que, al repartirlas, las ofrece al saber
se ha alterado profundamente" (Ibíd., 8).
Con relación a esta cuestión,
Ian Chambers enfatiza que los movimientos migratorios, como fenómeno
crucial para los estudios poscoloniales, no sólo son
parte del siglo XX (bajo la etiqueta de globalización) sino
que se remontan a cuatro o cinco milenios atrás: con los
abundantes traslados de personas de África hacia Europa,
de América Latina a Estados Unidos, de África al "nuevo
mundo", etcétera. Hecho que ha sido borrado y obviado
por la modernidad y que, al mismo tiempo, propició las condiciones
para crear la figura del Otro.
En un plan un tanto más categórico
que el recién expuesto, Adell (1988) confirma que la modernidad
tuvo una directa relación con la expansión imperial
y colonial, creándose "estrechos vínculos entre
el modernismo y el imperialismo" (1998: 30). Por lo mismo,
Chambers acerca la posmodernidad al poscolonialismo ya que
uno de los objetivos de éste último es evidenciar
la existencia de diversas formas de contar el mundo a través
de sus culturas, situación que con el determinismo categórico
y la concepción del saber unilateral de la modernidad es
muy difícil de realizar.
Para Nora Ancarola la modernidad
tiene que reubicarse, tiene que transformarse en una posmodernidad
macrocultural, "creadora de valores que incluye en su seno
la crítica, la puesta en duda de la visión del otro/a.
(...) ¿es realmente, posible leer estos textos excéntricos,
desde un centro que (si bien más flexible), conserva sus
valores incólumes?..." (Ancarola, 2000: 42).
Sin tener la intención de
caer en el vilipendiado debate que surge de la dualidad entre modernidad
y posmodernidad, quisiéramos cerrar lo antes comentado a
partir de ciertas aproximaciones que Gilbert Hottois (1999) expresa
al respecto: "Los ideales de la modernidad sólo serían
la máscara de la colonización, de la explotación
y, en definitiva, de la occidentalización del planeta"
(1999: 544).
V. Pero la modernidad fue
incapaz de sostenerse a sí misma. Su establecida y decimonónica
normativa, por diversas razones, comenzó a ponerse en tela
de juicio. Uno de los primeros indicios que se conocen de esta crisis
proviene del campo de las artes plásticas que, a comienzos
del siglo XX y en contraposición al sentimentalismo del XIX,
interviene ciertos modelos instaurados en el Renacimiento y da vida,
desde el seno de la cultura occidental, a las vanguardias. Con esto,
las rígidas normas deterministas se descontrolan, estableciéndose,
poco a poco, una nueva mirada, un nuevo punto de vista.
Estas vanguardistas manifestaciones,
que transgreden el orden establecido, pervierten las reglas del
juego y logran superar los cuadrados lineamientos que giraban en
torno, en palabras de Foucault, a las ciencias humanas. El innovador
ritmo que se propone cambia las velocidades, incita a destronar
los "modelos arborescentes" y permite plantear un valioso
precedente para continuar subvirtiendo los cánones de la
modernidad y dar paso, de acuerdo a lo comentado anteriormente,
a "multiplicidades rizomáticas" que denuncian las
"pseudomultiplicidades arborescentes" (Deleuze y Guattari,
1976, 1997: 19).
En este mismo ámbito, encontramos
un nuevo movimiento subversivo y contestatario que pretende destruir
el arte (Soulinake, 1976). Esta agrupación, en una primera
etapa bajo el nombre de Internacional Letrista (1946) y luego
bajo la denominación de Internacional Situacionista (1957),
buscaba "la emancipación real de los individuos que
viven en la sociedad" (Soulinake, 1976: 8). El alma y la cabeza
del situacionismo fue Guy Debord, quien, en todos sus escritos,
conservó la marcada herencia de las obras de vanguardia (como
un lejano precedente) y a partir de las cuales este movimiento pretendió
"asestar un golpe a la aletargada cultura de su tiempo, relativamente
autosatisfecha con su incipiente consumismo" (Pardo, 2000:
12).
"El dadaísmo quiso
suprimir el arte sin realizarlo, el surrealismo realizar
el arte sin suprimirlo. La posición crítica
elaborada luego por los situacionistas puso de manifiesto
que la supresión y la realización del arte son dos
aspectos inseparables de una misma superación del arte"
(Debord, 1967, 1999: 158).
Debord, a finales de la década
de los '60, publicó el documento más reconocido de
este movimiento: La sociedad del espectáculo (1967).
En esta especie de manifiesto/panfleto clasificó al espectáculo
como un fenómeno social, un reflejo universal, hipnótico
de la sumisión humana. "El espectáculo no es
un conjunto de imágenes sino una relación social entre
las personas mediatizadas por las imágenes" (Debord,
1967, 1999: 38). En éste indica, además, que la sociedad
del espectáculo está hecha con los signos de
la producción imperante, logrando llegar a su máximo
esplendor en el momento en que la mercancía alcanza la ocupación
total de la vida social.
"Es el núcleo del
irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares
-información o propaganda, publicidad o consumo directo
de diversiones-, el espectáculo constituye el modelo
actual de vida socialmente dominante" (Debord, 1967,
1999: 39).
Como secuela directa de los lineamientos
establecidos por una cuestionada modernidad y dando pie a la ya
mencionada (y dislocada) posmodernidad, en esta sociedad que diagnostican
los situacionistas, el poder, por primera vez, se desplaza
hacia el mercado que pone la eficacia tecnológica al servicio
de la rentabilidad del capital, "de modo tan generalizado que
dicta hasta la misma idea de Estado" (Fernández Serrato,
1999: 7). Este hecho que denuncian los situacionistas, entre
otros, induce a entender, premonitoriamente, la transformación
del ser humano en un esclavo de las nuevas tecnologías de
la información y las telecomunicaciones.
En gloria y majestad, la manipulación
de las masas hace su estreno bajo los efectos de la posmodernidad
que se sustenta en una cultura de la simulación, del simulacro,
en un permanente show, donde las imágenes se transforman
en un elemento de consumo que pierde su referente. Para continuar
con nuestra propuesta (icono)antropófaga: comer imágenes
es el paradigma de esta sociedad.
La vulneración de la representación,
como consecuencia de la creciente producción de simulacros
que desechan el original y sus copias se refiere a un cambio completo
de la ordenación y, por ende, del lenguaje decimonónico.
Para Jean Baudrillard (1978, 1993) el simulacro no corresponde a
una referencia, sino que es la generación por los modelos
de algo real sin origen, ni realidad, es decir, es lo hiperreal.
"(...) la era de la simulación
se abre, pues, con la liquidación de todos lo referentes
(...) No se trata ya de imitación ni de reiteración,
incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real
por los signos de lo real, es decir, de una operación de
disuasión de todo proceso real por su doble operativo,
máquina de índole reproductiva, programática,
impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito,
todas sus peripecias" (Baudrillard, 1978, 1993: 11).
Aún más radical es
Baudrillard (1995, 1996) al anunciar el asesinato de la realidad
y, para ello prescribe -avalándolos en la mayoría
de los casos- ciertos síntomas que afectan directamente el
juego desordenado del simulacro. Es así como afirma el exterminio
de una ilusión, "Lo real no desaparece en la ilusión,
es la ilusión la que desaparece en la realidad íntegra"
(Ibíd., 9) y define toda esta situación como un crimen
perfecto10 que se identifica
por la sentencia adelantada del mundo por clonación de la
realidad y el asesinato de lo real a manos de su doble.
"Si no existieran las apariencias,
el mundo sería un crimen perfecto (...) precisamente, el
crimen nunca es perfecto, pues el mundo se traiciona por las apariencias,
que son las huellas de su inexistencia, las huellas de la continuidad
de la nada, ya que la propia nada, la continuidad de la nada,
deja huellas. Y es así como el mundo traiciona su secreto.
Así es como se deja presentir, ocultándose detrás
de las apariencias" (Baudrillard, 1995, 1996: 11).
Sobre lo mismo, Jacques Derrida
(1996, 1998), al ser entrevistado por Bernard Stiegler, asegura
que en absoluto hay tiempo real y precisa que lo denominado como
tal es una différance extremadamente reducida. "El
efecto de tiempo real es en sí mismo un efecto particular
de 'diferancia'" (Ibíd., 161). En este sentido,
parafraseando al filósofo francés, es la técnica
y sólo la técnica la que puede operar el efecto de
tiempo real. No se puede hablar de tiempo real donde no hay instrumentos
técnicos.
El propósito de esto último,
según Baudrillard, es dar a entender que la técnica
tiene una buena finalidad, como si lo artificial fuera una segunda
naturaleza bajo el acuerdo exclusivo de normas que funcionan como
una especie de código genético mental, tratando de
borrar la reacción instintiva del pensamiento como ilusión
del mundo, que torna las apariencias contra la realidad y que se
acerca hacia un estado de inteligencia operacional pura, y, por
lo tanto, de desilusión radical del pensamiento, "No
sólo las huellas de nuestro pasado se han vueltos virtuales,
sino que nuestro propio presente está entregado a la simulación"
(Baudrillard, 1995, 1996: 39).
La ilusión material del mundo
es el escondite de todo en su propia apariencia. Apariencia que
nunca será idéntica a sí misma y la cual, en
la actualidad, es protegida por una ilusión formal de la
verdad. Baudrillard desprende como secuela de la modernidad -"en
la que hemos acumulado, adicionado, sobrepujado incesantemente"
(Ibíd., 14 y 15)- que la imagen ya no puede imaginar
lo real, ya que ella misma, desde su "irrealidad", es
lo real, transformándose en una realidad virtual. Para clarificarlo
el autor señala: es como si las cosas se hubieran tragado
vorazmente su espejo y se hubieran tornado en transparentes para
sí mismas, "enteramente presentes para sí mismas,
a plena luz, en tiempo real, en una transcripción despiadada"
(Ibíd., 15), viéndose obligada a afiliarse
en la incansable proliferación de pantallas, desde donde,
no sólo ha desaparecido lo real, sino también la imagen,
expulsando la realidad de la misma realidad y dando, por supuesto,
un paso más que el defendido tres décadas antes por
la Internacional Situacionista.
"La virtualidad no es como
el espectáculo, que se guía dejando sitio a una
conciencia crítica y al desengaño. La abstracción
del 'espectáculo', incluso para los situacionistas, jamás
era inapelable, mientras que la realización incondicional
lo es, pues nosotros ya no estamos alienados ni desposeídos,
poseemos toda la información. Ya no somos espectadores,
sino actores de la performance..." (Baudrillard, 1995, 1996:
43-44).
Simulacro que, prioritariamente,
sustenta el sueño americano y sienta bases para justificar,
lo mejor posible (sobretodo antes de los atentados del 11.09.2001),
a una sociedad estadounidense que rapta el centro hegemónico
a la tradicional Europa. Derrida expresa que esta Europa no tiene
hoy otra realidad, otra actualidad que la economía nacional
(Comunidad Económica Europea, ante todo), "y cuya sola
ley, tanto como para las alianzas como para los conflictos, es la
del mercado" (Derrida y Stiegler, 1996, 1998: 17). En síntesis,
hasta el momento, nos hemos referido al papel de Europa como punto
neurálgico y cuna del típico modelo de la modernidad.
La aplanadora e imbatible supremacía estadounidense, nos
permite proponer un nuevo concepto que, heredado de la Europa moderna,
nos habilita a hablar de estadounidensecentrismo o más
fácil (y despectivo) de gringocentrismo ("¡green
go!" exclamó hace 150 años el pueblo mexicano
cuando EE.UU. se apropió de la mitad de su territorio: las
actuales California, Texas, Nevada, Utah, Colorado y Arizona).
Esto no significa que el eurocentrismo
esté en vías de extinción, sino que, poco a
poco, el capitalismo tardío que nos domina se ha moldeado
de acuerdo a los intereses del "gran" país del
norte y se ha dado el trabajo, además, de llegar a todos
los rincones del mundo, donde incluso los mismos europeos se ven
inmersos. Da la impresión que el eurocentrismo ha dejado
de llevar el estandarte de la ya canonizada vanguardia mundial y
ha sido reemplazado por el gringocentrismo, "(...) rápida
hegemonía colonial de los Estados Unidos de Norteamérica
sobre las estructuras y los comportamientos sociales de Occidente
y un reforzado intervencionismo en el llamado Tercer Mundo"
(Fernández Serrato, 1999: 6).
seguir leyendo.........
Tomado de: http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n27/rbrowne.html
|