Del Botón "Me gusta” a Formas de Autogobierno
Introducción
La noción de participación es uno de esos conceptos que han impregnado
gran parte de las esferas sociales, políticas y culturales que
habitamos. Esta noción, que tiene una larga trayectoria dentro de los
movimientos sociales, especialmente el movimiento de los derechos
civiles, puede declinarse con ideas de empoderamiento, democracia o
autonomía.
A lo largo de este capítulo veremos cómo de forma paulatina el
término se ha emparentado con ciertas visiones utópicas de las
tecnologías y su poder como arma de emancipación. El auge de la *Web 2.0 ha
nutrido y dado un contexto fértil en el que crecer a este concepto que
ahora se ha tornado un imperativo para gran parte de las políticas
públicas con competencias culturales o sociales.
A lo largo del capítulo buscaremos comprender cómo acontecen los
procesos de participación en las plataformas digitales y qué tipo de
comunidades y modelos económicos se desprenden de ellos. Posteriormente
analizaremos cómo los discursos en torno a la participación han llegado a
la esfera de las políticas públicas y debatiremos cómo se da en
instituciones culturales o sociales.
Por último, discutiremos los mecanismos de producción de normas o
protocolos que marcan los procesos de participación para sugerir nuevas
formas de entender la participación basadas en la autonomía política y
la capacidad de erigir sistemas de autogobierno. De esta forma
pretendemos abrir la noción de participación y ver cómo podría dar pie a
cambios tanto en instituciones y plataformas de producción cultural
como en la búsqueda de modelos más sostenibles de explotación económica
de la cultura.
La participación en el entorno digital
Los desarrollos e innovaciones tecnológicas siempre vienen
acompañados de promesas de progreso y de evolución social. La noción de
participación viene de la mano de discursos en torno a la
reconfiguración de los sistemas de poder y de la capacidad del individuo
de transformar o de tener un rol más activo en las esferas de
producción o toma de decisiones políticas. Cada vez encontramos más
discursos en los que participación y democracia parecen estar
emparentados de forma cercana. Estas ideas permean la esfera digital en
donde como bien indica el autor Mirko Tobias Schäfer "la cultura de la participación describe un nuevo rol que han asumido los usuarios en el contexto de la producción cultural” (2011:10).
Con esto entendemos una serie de prácticas emergentes en la esfera del *new media en
las que la dicotomía productores/consumidores se ha ido erosionando
paulatinamente invalidando análisis anteriores (de forma notoria los
realizados por la *Escuela de Frankfurt) de la
unidireccionalidad de las industrias culturales y del entretenimiento.
El crecimiento de tecnologías digitales ha permitido que las usuarias
puedan interactuar, redefinir, intercambiar y alterar contenidos
culturales. Con participación se describe este nuevo papel activo del o
de la consumidora.
Esto ha conllevado una transformación profunda en el papel que
desempeñan también los grandes grupos mediáticos y las productoras de
contenidos que como bien indica Schäfer "han pasado de productores
de contenidos a proveedores de plataformas para producir y albergar
contenidos generados por los usuarios” (2011:14). Espacios como Flicker, YouTube, Vimeo, Instagram o Facebook
han crecido y se han beneficiado en gran medida de contenidos generados
por usuarias que a su vez acuden a estas plataformas a consumir
contenidos generados por otras usuarias. En todos los casos, estos
espacios facilitan y promueven la "participación”, es decir, la
subida, producción y mezcla de contenidos por parte de las usuarias de
estos espacios. De esta forma vemos que el crecimiento de la denominada
Web 2.0 está directamente relacionada con el nuevo énfasis en esta idea.
Tim O’Reilly en uno de sus primeros intentos por definir la Web 2.0 propuso entender "la nueva web como una plataforma",
tomando prestada la palabra plataforma de movimientos sociales y
políticos que habían utilizado el concepto para definir espacios de "trabajo colectivo, preferiblemente anónimo, preferentemente inclusivos donde el trabajo profesional y amateur se funden” según nos recuerda Goriunova (2011).
Sectores críticos han encontrado en este paradigma emergente de
producción colectiva de contenidos un nuevo modelo de explotación del
trabajo. Las plataformas se lucran de los procesos de cooperación social
que las atraviesan y hacen uso de sus recursos. Tiziana Terranova
denunció que tras las narrativas de participación se escondían formas de
trabajo no remuneradas y formas desiguales de explotar rentas generadas
por comunidades de usuario. Acuñando el término "free labour”
puso de manifiesto que muchas usuarias no eran conscientes de que
estaban trabajando y mejorando las plataformas en las que participaban,
intercambiaban o modificaban contenidos. Nick Dyer-Whitheford
ha expuesto que esta realidad es especialmente relevante en el mundo de
los videojuegos en los que las usuarias/jugadoras son introducidas como
probadoras/testers que a través de su juego devuelven información y
mejoran el producto. De esta forma comprobamos que bajo la retorica de
la participación aparecen nuevas formas de explotación del trabajo y se
inauguran modelos de captura del valor que se genera gracias a la
interacción entre personas, ideas, contenidos y tecnologías.
Es importante comprender esta realidad puesto que nos ofrece
importantes pistas para comprender la falta de sostenibilidad económica
de ciertas prácticas o la distribución muy desigual de beneficios que
éstas generan.
De esta forma vemos que las industrias culturales se afanan en perfeccionar y mejorar sus *arquitecturas de participación,
buscando atraer y facilitar el uso de sus infraestructuras. Un mayor
tránsito de usuarias corresponde a una valoración mayor de la
plataforma. En este sentido la Web 2.0 supone una simplificación de los
usos de las plataformas con el objetivo de que aprender a usarlas para
usuarias no experimentadas no constituya una barrera al acceso de las
mismas. En este proceso se protocolarizan y limitan las posibilidadades
de acción: el botón de "me gusta” se populariza como mínima expresión de
la interacción y la acreditación social de contenidos compartidos. En
este mismo proceso aparecen *políticas de privacidadpoco
transparentes, contratos complejos que eximen de responsabilidad a las
plataformas del posible mal uso que hagan de ellos las usuarias y por
último y de forma más importante, se da un proceso de *cercamiento de los contenidos puesto que en muchos casos los derechos de propiedad se ceden a las plataformas que los albergan.
De esta manera, y tal cómo argumenta Schäfer, la Web 2.0 y las plataformas de participación se abren tan solo a "las
personas que siguen estas normas y que aceptan seguir una serie de
directivas que definen el tipo de interrelación que se puede establecer
entre las diferentes usuarias” (2011:43). Las arquitecturas se
estructuran para propiciar diferentes tipos de participación, unas más
explícitas y otras implícitas. En las implícitas "muchas de las usuarias no son conscientes de que están contribuyendo a mejorar una aplicación a través de su simple uso”
(2011:51). Es frecuente encontrarse con software que recoge información
de las usuarias o que se robustece a medida que las usuarias detectan
errores, pese a que gran parte de ellas no sea consciente que están
mejorando el producto. La participación implícita se guía a través del
diseño,*interfaces de uso simple y arquitecturas de captura de información generada por el uso.
La participación explícita tiene más que ver con producir motivación y
alentar la interacción entre usuarias, la difusión de contenidos y la
valoración social de los mismos. Si bien es verdad que en las
arquitecturas de participación implícita las usuarias no tienen porqué
sentir que forman parte de una comunidad dada, en los procesos de
participación explícita las usuarias sí que sienten que forman parte de
una comunidad. Se establecen sistemas de reconocimiento, de acreditación
y valor de la participación. El caso de Menéame constituye un magnífico
ejemplo de este tipo de formas de funcionar puesto que se han
establecido sistemas colectivos de valoración de las contribuciones a
través de lo que denominan grados de *karma que adquieren los diferentes miembros y usuarios de la plataforma.
La participación implícita no genera sentimientos de comunidad o de
corresponsabilidad, al contrario que la participación explícita en los
que la confianza, el karma o la biografía constituyen elementos muy
importantes. Aun así, en ocasiones, estas comunidades ven limitadas sus
actividades o se han de amoldar a normas muy específicas o a protocolos
que han definido las propietarias o directivas de las plataformas en las
que interactúan. De esta forma las políticas de privacidad, normas de
exclusión o regulaciones en torno a los derechos de propiedad
intelectual que son esenciales para comprender los marcos de acción de
las comunidades se deciden de espaldas a las mismas. La participación
siempre se da una vez las usuarias han aceptado una serie de reglas y
han delegado la toma de decisiones en personas ajenas a la propia
comunidad.
Otro problema que detectamos en este tipo de formas de concebir
la participación es que si bien es verdad que las plataformas en las que
acontece adquieren valor a través del uso y el crecimiento de la
información generada por las usuarias, la mercantilización de la misma
se da de forma completamente opaca a las mismas. Esta incapacidad para
recuperar el valor producido de forma colectiva constituye un grave
problema si pensamos en los mecanismos necesarios para garantizar la
sostenibilidad de la producción cultural contemporánea. Vemos de forma
clara que la producción colectiva de contenidos culturales
genera cadenas de valor complejas que aumentan o decrecen dependiendo de
la interacción entre usuarias y contenidos, pero que la capitalización
de ese valor se realiza a través de la posesión o de derechos de
propiedad intelectual de los contenidos o a través de la
comercialización de la información sobre las rutinas y perfiles de las
usuarias. En ambos casos la propiedad es de las plataformas que albergan
la participación.
Resumiendo, el principal problema que detectamos en esta forma de
entender la participación, en las plataformas en las que acontece de
forma explícita o implícita, es que las comunidades que las constituyen
no tienen capacidad de decisión sobre las normas o protocolos que las
rigen. Esto afecta a los usos de la plataforma, formas de interacción y a
los modelos económicos que de estas se derivan. Esto ha generado
ciertas tensiones como cuando Facebook cambió sus
políticas de privacidad o cuando ScienceBlogs decidió introducir un blog
patrocinado por una conocida marca cosa que hizo que gran parte de sus
usuarios decidieran abandonar la plataforma como forma de protesta. De
esta forma las usuarias pierden la capacidad efectiva de definir normas
de inclusión y exclusión, parámetros de privacidad o, que de forma más
importante, puedan decidir o beneficiarse de la explotación de los
contenidos o información generada.
Un claro ejemplo de una comunidad organizada para
desarrollar, mejorar y explotar de forma colectiva un recurso lo
encontramos en el caso del *software libre. Esta tipología de software se genera siguiendo cuatro protocolos (o libertades) básicas, cualquier usuaria o desarrolladora [1] debe tener:
La libertad de ejecutar el programa, para cualquier propósito (libertad 0).
La libertad de estudiar cómo
trabaja el programa, y cambiarlo para que haga lo que ella quiera
(libertad 1). El acceso al código fuente es una condición necesaria para
ello.
La libertad de redistribuir copias para que pueda ayudar al prójimo (libertad 2).
La libertad de distribuir copias de
sus versiones modificadas a terceros (libertad 3). Si lo hace, puede
dar a toda la comunidad una oportunidad de beneficiarse de sus cambios.
El acceso al código fuente es una condición necesaria para ello.
Este conjunto de normas deben de aplicarse para poder acreditar que
un programa o sistema operativo está basado en software libre. Estas
reglas, quese han negociado en foros, listas de correo y debates, han
sido modificadas y reescritas pararecoger losmatices, dudas o
necesidades que han surgido en las comunidades de
desarrolladoras/usuarias de software libre [2]. Para poder aplicar estas realidades se diseñó una licencia que acompaña los productos de software que es la GPL [3] que a su vez ha sido redefinida y reescrita en numerosas ocasiones por las miembros de la comunidad del software libre.
De esta manera el software libre se presenta como un recurso
utilizable, modificable y explotable por las comunidades que no sólo
tienen el derecho de utilizarlo, desarrollarlo y explotarlo sino que
también pueden participar en los procesos de toma de decisiones en lo
que a las normas y protocolos de su uso se refiere. La capacidad
colectiva de diseñar y escribir este conjunto de normas demuestra que
las comunidades distribuidas son capaces de encontrar mecanismos de
autogobierno efectivos y aplicables.
Obviamente son muchos los factores que amenazan o
ponen en peligro el desarrollo de este tipo de formas de autogobierno.
El principal suele ser la dificultad o incapacidad de organización de
las propias comunidades. Rupturas, desacuerdos y tensiones pueden
debilitar este tipo de procesos. En el caso del software esto ha
conducido a lo que se denominan *forks, es decir,
proyectos que crecen en paralelo y que se desarrollan siguiendo
metodologías o buscando implementaciones distintas pero que aun así se
rigen siguiendo los cuatro protocolos básicos que los definen como
software libre. Sería interesante especular en torno a qué podría
considerarse como un fork en proyectos materiales o tangibles. ¿Cómo
podría bifurcarse una institución si las comunidades que participan de
ella no están de acuerdo con su dirección u objetivos?
La participación en políticas públicas e instituciones: de la consulta a la autonomía
La evolución de la participación ciudadana en ayuntamientos, instituciones y otros organismos públicos en las últimas décadas "es
un indicador de la evolución de nuestro sistema político para tratar de
hacerlo más permeable a la ciudadanía y darle una mayor fortaleza
democrática más allá de la legitimidad derivada de los resultados
electorales” (Pindado, 2011). Esta noción de participación, muy vinculada a las denominadas *políticas de proximidad,
se ha popularizado y extendido a muchos niveles dando pie a
convocatorias de todo tipo en las que vemos usar el concepto hasta su
banalización. Podríamos hacer un mapa detallado del declive de la noción
de participación viendo cómo el Ayuntamiento de Barcelona se apropió del concepto y lo utilizó como mecanismo de gobierno durante las dos últimas décadas. Si bien en el caso de las Olimpiadas de 1992
la participación (que en esos momentos se denominaba de forma más
acertada como voluntariado) constituyó una forma de legitimación social
de un gran evento, con el tiempo este mecanismo se fue desgastando.
Claro es el caso del Fórum Universal de las Culturas del 2004
en el que pese a invitar a la participación se negó a dar voz a las
numerosas protestas y comunidades que estaban en desacuerdo con el
evento. Por último, vemos cómo un caso extremo de esta participación
sesgada lo constituye la consulta popular que lanzó el Ayuntamiento de
Barcelona cuando quiso remodelar la avenida Diagonal de la ciudad en el
año 2010. La ciudadanía podía optar entre tres opciones definidas a
priori, dos de ellas muy parecidas (bulevar o rambla), sin poder aportar
visiones alternativas o cuestionar el propio proceso en sí, cuyo
resultado fue desechado finalmente ya que el 79,84% de las participantes
votaron por la tercera opción: "ninguna de las dos anteriores".
Tras este ejemplo extremo nos encontramos una multitud desigual de
procesos en los que se llama a la participación ciudadana para redefinir
usos, actividades o legitimar instituciones de todo tipo.
Un claro caso de rechazo por parte de la ciudadanía a las llamadas de
participación lo encontramos en el ámbito televisivo cuando desde Televisión Española
se propuso un modelo participativo para decidir el próximo
representante del Estado español para Eurovisión. Las televidentes
votaron en masa por un personaje humorístico llamado Chiquilicuatre
quien finalmente acudió como representante al concurso, en ese
sentido podríamos considerar que todo elproceso fue una suerte de hackeo
ciudadano de la iniciativa.
Las instituciones culturales y los organismos dedicados a la
elaboración de políticas culturales no han tardado en introducir e
implementar el discurso en torno a la participación a través de
diferentes programas e iniciativas en los que se ha llamado a la
participación ciudadana. A lo largo de todo el territorio se han
realizado llamadas a la participación para contribuir a definir los
contenidos que se presentarían dentro de las candidaturas a la Capitalidad Cultural 2016 pero en ninguno de los casos se presentó la opción de rechazar los planes de capitalidad cultural.
En Barcelona se realizaron diferentes planes estratégicos de la
cultura en los que se llamó a la participación por parte de
representantes de las comunidades artísticas y culturales que de forma
implícita legitimaron la festivalización y la producción de grandes
eventos que poco tenían que ver con las inquietudes o necesidades
manifestadas en las fases de discusión. En esta misma ciudad el caso de
la Fabricas de Creación es también digno de mencionar,
tras un largo periodo de consulta y negociación con las comunidades
locales se diseñó un plan que no satisfacía las demandas ni las
necesidades planteadas por los diferentes sectores creativos. En Sevilla
han sido frecuentes las llamadas a la participación lanzadas desde la BIACS
que sin embargo ha decidido ignorar las reiteradas críticas y protestas
contra el festival por parte de comunidades de artistas y
representantes de la cultura de la ciudad.
La creciente distancia de la clase política de la ciudadanía, cuya
muestra más evidente es el "no nos representan” popularizado durante el 15M,
ha multiplicado la necesidad de legitimación de las instituciones que
utilizan la participación como mecanismo de validación de decisiones que
no siempre cuentan con respaldo social. Si aceptamos la definición de
institución propuesta por la economista y premio nobel Elinor Ostrom que las define como "conjuntos
de normas de trabajo que determinan quién tiene capacidad para tomar
decisiones en diferentes áreas, qué acciones se permiten y qué acciones
se limitan, qué procedimientos se deben de seguir en diferentes casos,
qué información se debe facilitar o no y cómo se debe remunerar a las
personas dependiendo de su trabajo y actividades” (1990:51), de nuevo vemos cómo las normas y los protocolos se sitúan en el centro mismo del debate.
Es por esta razón que nos interesa más pensar en la participación
como aquellos procesos que permiten a las comunidades auto-instituirse,
es decir definir y establecer maneras de inclusión y exclusión a través
de mecanismos de decisión transparentes que definan los tipos de
explotación, uso, necesidades y distribución de rentas de las mismas.
Estos procesos de auto-institucionalización nos llevan inevitablemente a
repensar las categorías de lo público y de lo privado, puesto que
posiblemente nos sitúen en lugares que no se encuentran claramente
ubicados en ninguno de estos marcos. En este sentido la noción de *procomún se
hace útil para articular de forma tentativa un modelo organizativo en
el que la participación implica la posibilidad de participar en el
diseño de las reglas y protocolos que definen los comportamientos de la
comunidad y la explotación de ciertos recursos. Esta concepción de la
participación, absolutamente explícita, nos puede ayudar apensar un
nuevo paradigma de trabajo y relación entre ciertas comunidades y las
instituciones o plataformas en las que desarrollan su trabajo.
Pensar la participación en estos términos nos aleja de lo que hasta
ahora hemos concebido como lo público, modelo de gestión en el que la
ciudadanía cede la toma de decisiones a ciertos representantes elegidos
de forma democrática. En este sentido entenderíamos la participación
como una responsabilización directa de los proyectos instituyentes. Por
otro lado entendemos que este movimiento se aleja de la lógica de
lo privado en el que las decisiones se toman de forma opaca y sin ningún
tipo de rendición de cuentas de cara a la ciudadanía.
De esta forma el cambio institucional no vendría motivado por fuerzas
ajenas a las comunidades de usuarias sino que sería una consecuencia
directa de procesos de toma de decisiones de las propias comunidades
implicadas. Así los cambios no se imponen desde arriba (ni por las
dueñas de las plataformas privadas ni por representantes políticos en el
caso de las públicas) sino que el cambio viene motivado por necesidades
detectadas por las propias personas implicadas.
Si aceptamos entender la participación en estos términos nos
distanciamos de las posturas neoliberales que abogan por la total
desregularización y por la retirada progresiva de instituciones y
elementos de gobierno para ceder toda la autonomía a lo que consideran
la institución más democrática, el mercado, y las emprendedoras. La
participación en procesos de producción común nos lleva a pensar lo
social como un espacio autoregulado, como un espacio en el que las tomas
de decisiones son cedidas a las comunidades que aceptan y se
responsabilizan de su gestión. En este sentido damos un paso adelante y
lo que se exige ya no es tanto la posibilidad de la auto-organización (self-orgs)
sino que estamos hablando de la posibilidad de definir formas de
autogobierno. La participación no es una forma de legitimación de
ciertas decisiones o el tránsito en instituciones, programas o
plataformas ajenas a las comunidades sino un proceso de construcción de
leyes y marcos comunes. Un proceso de cooperación social con fines
productivos con el objetivo de lograr una redistribución de las rentas
derivadas del trabajo colectivo.
Un magnífico ejemplo de una institución gobernada por la propia comunidad lo constituye la Casa Invisible de Málaga,
centro social autogestionado de segunda generación que se ha tornado
uno de los referentes culturales de la ciudad. El espacio que acoge
conciertos, obras de teatro y danza, talleres, conferencias y talleres
de programación de software ha logrado que el ayuntamiento de la ciudad
no interfiera en sus actividades (pese a ser un edificio ocupado) a
través de un pacto en el que asumen el compromiso derestaurar y mantener
en orden el lugar.
Normas y protocolos
En el estudio que realiza Elinor Ostrom de las
diferentes formas que han desarrollado a lo largo de la historia
diversas comunidades para gestionar de forma común recursos, la autora
resalta un punto compartido por todas ellas, en modelos procomunales
de gestión "la mayoría de los individuos afectados por sus leyes operativas pueden participar en su modificación” (1990:93).
Es por esta razón que aclara que si "los individuos van a seguir
ciertas leyes durante un periodo largo de tiempo, deben establecerse
mecanismos para discutir y resolver qué constituye una infracción”
(1990:100). En este sentido las normas que permiten la explotación común
de recursos no deben entenderse como un conjunto de leyes inamovibles e
incuestionables sino como un conjunto de guías que emergen de las
propias comunidades y que intentan dar respuesta a necesidades y
realidades. Los protocolos que guían la explotación común se deben de
poder cuestionar en cualquier momento y cambiar para adaptarlos a
particularidades o nuevas necesidades u objetivos. En este sentido vemos
que uno de los aspectos que garantizan la longevidad de los proyectos
comunes es la autonomía para poder definir marcos operativos sin la
inferencia de otras formas de autoridad.
Generar normas o leyes no es una tarea fácil, no se pueden importar
sistemas legislativos de un proyecto a otro o de una institución a otra,
puesto que es necesario respetar las peculiaridades y las diferentes
texturas sociales de las comunidades que las gobiernan. Es de suma
importancia saber crear organismos capaces de detectar problemas con las
normas o protocolos que las guían y con la capacidad de buscar
soluciones para ellas mismas. Si aceptamos que para que un enunciado se
convierta en norma debe contener uno de estos tres *operadores deontológicos "prohibir, requerir o permitir”,
vemos claro que las comunidades necesitan poder establecer mecanismos
que les ayuden a crear este tipo de frases. La participación de esta
manera significaría la posibilidad de acceder a los lugares en los que
estas frases se generan, modifican o cancelan.
Es obvio que para generar estas normas se debe pasar por muchas fases
de ensayo y error, es por esa razón que se hace acuciante que aquellos
proyectos que ya se encuentran experimentando con este tipo de modelos (Tabacalera de Madrid, La Invisible de Málaga, la Asamblea Amarika de Vitoria,
por citar algunos de ellos) hagan públicos sus sistemas operativos,
explicando que cosas han funcionado y cuales no, cual cuaderno de
bitácora que pueda servir a otros proyectos y colectivos. De esta forma
nos escaparemos de presentaciones y discursos triunfalistas para
meternos de pleno en modelos y estructuras organizativas, reivindicamos
transparencia, no tan sólo para las administraciones públicas, sino
también para organizaciones que operan en esta esfera del procomún.
Otro factor sumamente importante es poder generar mecanismos
para asegurarse que estas normas se implementan y respetan. Evitar el
abuso, el mal uso o la infracción de los protocolos básicos determinará
la supervivencia del proyecto o recurso común. De esta manera vemos cómo
los mecanismos que permiten abrir recursos a otros son las mismas
fórmulas que determinan qué personas son rechazadas o mantenidas fuera
de la comunidad. Esta es la ambivalencia de los procesos de
participación comunes, su supervivencia depende de su capacidad de
regular su acceso. En este sentido no proponemos una cultura de lo
abierto sino de lo "abrible". Una cultura de la participación
en que las normas básicas que rigen el funcionamiento son debatibles y
modificables, pero también en la que hay umbrales claros que marcan
quien si o quien no pertenece a las comunidades y tiene derecho a
transformar las normas.
En estos procesos de participación la falta de respeto por las guías
básicas se transforma en un efecto contagioso y puede poner fácilmente
en peligro la supervivencia de las iniciativas. Si una persona infringe
las reglas y este hecho no tiene consecuencia alguna puede generar que
otras personas decidan paulatinamente dejar de respetar los marcos de
comportamiento poniendo en peligro la sostenibilidad de los proyectos
comunes. Es por ello que es pertinente evaluar asiduamente el
funcionamiento de las normas y de las comunidades, viendo si es
necesario tanto alterar las reglas como los mecanismos diseñados para
implementarlas. La evaluación de resultados es un proceso importantísimo
en este tipo de culturas de la participación.
Con afán de resumir, no concebimos la participación como el acceso a
instituciones o plataformas cerradas sino que al contrario la pensamos
como la habilitación a procesos de toma de decisión colectivas marcadas
por la temporalidad, la mutabilidad y la reflexividad. La participación
se sostiene sobre procesos constantes de feedback entre los recursos,
plataformas o instituciones y las comunidades que las explotan y
construyen. La participación necesita de autonomía y conduce hacia
formas de autogobierno. Esta forma de comprender la participación no
implica para nada que se base en procesos simples o ágiles, en algunos
casos la incapacidad para establecer pautas para definir reglas y
protocolos o para hacer que éstos se respeten puede suponer una grave
amenaza a la supervivencia de este tipo de entornos. Aun así es
importante comprender el valor político, social y cultural que se
desprende de estos procesos. Por esto concebimos la participación como
un mecanismo diseñado para explotar y beneficiarse de forma común del
trabajo colectivo, y es que a veces, participar y ganar, no está tan
mal.
RECETA PARA PARTICIPACIÓN Y AUTOGOBIERNO: Escalibada
6 berenjenas
6 pimientos rojos
6 cebollas
Pimienta negra
Aceite de oliva
Sal
Perejil fresco (opcional)
Envolver las verduras en papel de horno, si no encuentras, vale de
aluminio y meter al horno durante 40 minutos a 200ºC. Sacarlas del horno
y dejarlas reposar 30 minutos. Pelar las verduras y cortarlas en tiras
largas. Colocarlas en una bandeja o plato y añadir pimienta negra,
aceite de oliva y sal al gusto. Decorar con perejil picado.
(La escalibada queda estupenda combinada con tostadas y anchoas)
[1] Ya hemos explicitado que bajo este nuevo
paradigma de participación la distinción entre usuarias y productoras
deja de tener sentido.
[2] En esta página se puede ver un historial de
los diferentes cambios y discusiones que han acompañado la génesis de
estas cuatro normas http://www.gnu.org
[3] http://www.gnu.org
para acceder a todo el contenido del libro:
Decálogo de prácticas culturales de código abierto http://hipermedula.org/2012/09/del-boton-me-gusta-a-formas-de-autogobierno/
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