por José Alberto López Lápiz. Revista
Internacional de Arte nº 259-260, Febrero / Marzo 2010
El arte occidental, que, desde la aparición del
cristianismo y hasta principios del siglo XIX, había mantenido una
estrecha relación con la Iglesia, ha avanzado desde hace más de siglo y
medio en un camino de secularización extrema. Paralelamente, la
iconografía religiosa se ha ido reduciendo a una práctica marginal y
normalmente mediocre.
Hace casi medio siglo Pablo vi asumió el
compromiso de restablecer la amistad entre la Iglesia y los artistas. "A
todos vosotros la Iglesia del Concilio os dice con nuestra voz: ¡si
sois amigos del verdadero arte, sois nuestros amigos!", les comunicó en
la clausura del Concilio Vaticano ii, señalando su papel como custodios
de la "belleza del mundo", la belleza que el mundo necesita para no
lanzarse a la desesperación... En el año 2000, Juan Pablo ii dirigió una
"Carta a los artistas", también centrada en la "epifanía de la
belleza". Ajena a los estilos, movimientos y medios del arte actual, la
Iglesia seguía reclamando una belleza que en sus templos se ha traducido
en burdos productos incapaces de reproducir la grandeza del arte
religioso de antaño, convirtiéndose en una especie de grotesco arte
religioso folclórico, preñado de vulgaridad, del que son ejemplos
destacables las horribles pinturas instaladas en la Catedral de la
Almudena de Madrid.
Ahora la Iglesia parece querer sacudirse ese
rancio conservadurismo. Así, según el responsable del Consejo Pontificio
de la Cultura, Monseñor Gianfranco Ravasi -cuyas funciones en el
Vaticano son las equivalentes a las de un Ministro de Cultura-, esa
institución pretende estimular un arte actual apropiado para ornar las
numerosas iglesias modernas, algunas de ellas diseñadas por arquitectos
como Renzo Piano o Richard Meier, evitando esquemas iconográficos
caducos, adscritos a lo peor de la estética del sentimiento.
Paralelamente, la Iglesia desea inspirar en los artistas un arte
"trascendente", que pueda medirse con aquella creación contemporánea
carente de mensaje o "blasfema". En una entrevista concedida al diario
Frankfurter Allgemeine Zeitung a finales de 1998, Ravasi adelantaba la
intención del Vaticano de participar con un pabellón propio en la Bienal
de Venecia de 2011, a pesar de ser consciente de que cerca podría
exhibirse una Madonna llorando esperma o una Última Cena con jóvenes
masturbándose, como se pudo ver en Bolonia o en Viena ese mismo año. En
aquella misma entrevista, se interrogaba Ravasi sobre los nuevos
lenguajes, sobre la búsqueda de lo no estético en el arte, y concluía
que quizás la Iglesia había perdido el contacto con la creatividad. Como
ejemplo, se refería a una Crucifixión de Joseph Beuys, que, según
opinaba, debió haber adquirido la Iglesia en los años sesenta, por
tratarse de una obra que pertenecía más a un lugar sagrado que a un
museo.
Como parte de esta nueva estrategia
eclesiástica, se organizó un encuentro entre el papa Benedicto XVI y
doscientos artistas de distintas disciplinas, incluida la plástica, en
noviembre del año pasado. En ese encuentro, que tuvo lugar en la Capilla
Sixtina y al que asistieron creadores como Jannis Kounellis, Anish
Kapoor y Bill Viola, el Papa volvió a referirse a la Belleza como
necesaria respuesta a algunas formas del arte contemporáneo que
considera obscenas. Monseñor Ravasi fue el organizador del encuentro.
Ante este pasmoso giro, solo nos cabe preguntarnos: ¿llegaremos a ver
pronto a algún cardenal paseándose por arco?
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