por Rrose
La mort de Marat, Jacques-Louis David, 1793
Desde hace casi dos meses sufro un prurito considerablemente molesto
en varias partes del cuerpo. Ni antihistamínicos ni corticoides han
logrado superar el alivio que me produce observar con detenimiento La muerte de Marat, uno de los pocos cuadros de David que realmente me gustan. El médico y diputado revolucionario Jean-Paul Marat
(1743-1793) sufría una enfermedad cutánea que apenas aliviaba con
prolongados baños de agua caliente. A mediados de 1793 su mal (una dermatitis herpetiforme, según algunos) se había agravado, pero Marat seguía redactando sus artículos para L’Ami du peuple
desde la bañera. En ello estaba cuando el 13 de julio una activista
girondina llamada Charlotte Corday le hundió un cuchillo en el pecho.
Solo un día antes el pintor David –también diputado revolucionario, y
ferviente admirador del radicalismo maratiano- había estado visitando al
philosophe en su domicilio, interesándose por su estado de
salud. Cuando la noticia del asesinato cunde por París, el pintor acepta
encantado el mandato político de realizar un lienzo que glorificara a
su colega como un mártir de la Revolución. Creo que solo cabe definir
esta obra como un mecanismo extraordinariamente preciso y dotado de un
enorme poder de persuasión.
La mort de Marat, Jacques-Louis David, 1793. (Interpretación personal y mondrianesca de la composición de la obra)
Giulio Carlo Argan ha analizado con detenimiento la obra y ha puesto
de relieve el perfecto equilibrio entre lineas horizontales y
verticales, la austeridad de la escenografía (David eliminó innumerables
detalles del aposento de Marat, en pos de la simplicidad), el calculado
patetismo en la postura del cadaver, el potente efecto de ese vacío
indefinido que cubre, como una losa de silencio, toda la mitad superior
del lienzo, y sobre todo la concurrencia de una serie de elementos
aparentemente accidentales y que el pintor esencializó dotando a la
pintura de un fuerte sentido alegorizante. Si la fe católica tenía a sus
mártires (esos mismos que los revolucionarios desalojarían poco después
de sus hornacinas en Notre-Dame), David no tendría reparo en aplicar su
pincel a la tarea de instaurar otros nuevos. Es claramente sintomático
el que David se inspirara en una obra como El enterramiento de Cristo, de Caravaggio, para su homenaje.
Deposizione, Caravaggio, 1602-1604
El reciclaje y la cita de motivos son procedimientos corrientes entre
los pintores, pero el que David se apropiara del sentimiento de
abandono que domina el brazo idealizado de Cristo para reconstruir, a
partir de ese fragmento, un desnudo heróico que en poco debió parecerse
al del desdichado Marat es, además, como ya hemos dicho, un signo de los
tiempos.
El brazo de Cristo según Caravaggio, y el brazo de Marat según David
Pasada la fiebre revolucionaria y napoleónica, el pintor áulico
acabaría sus días exiliado en Bruselas. Los jóvenes románticos como
Géricault y Delacroix abominarían del estilo clasicista y adocenado de
la mayor parte de la obra de David. Solo el pathos concentrado de La muerte de Marat atravesaría con éxito el siglo XIX. Tras contemplar la obra en enero de 1846, Baudelaire escribió:
El drama está ahí, vivo en todo su lamentable horror, y
por una proeza extraña que hace de esta pintura la obra maestra de David
y una de las grandes curiosidades del arte moderno, no tiene nada de
trivial ni de innoble. Lo más sorprendente en este desacostumbrado
poema, es que está pintado con extrema rapidez, y cuando pensamos en la
belleza del dibujo, hay para confundir nuestro espíritu. Esto es el pan
de los fuertes y el triunfo del espiritualismo; cruel como la
naturaleza, este cuadro tiene todo el perfume del ideal . (…) Hay en
esta obra algo tierno y desgarrador a la vez; en el aire frío de esta
habitación, sobre estos muros fríos, alrededor de esta fría y fúnebre
bañera, un alma revolotea. ¿Nos permitiréis vosotros, políticos de todos
los partidos, y también vosotros, feroces liberales de 1845,
enternecernos ante la obra maestra de David? Esta pintura es un don a la
patria afligida y nuestras lágrimas no son peligrosas.
Charles Baudelaire
-
Paul Baudry
(1828-1886), pintor célebre en su tiempo, logró invertir, por primera
vez, los términos del asunto con su revisión del episodio homicida.
Marcada en la retina la composición de David, el lienzo de Baudry se
caracteriza ante todo por la imposición de un punto de vista
sorprendente que deja en evidencia la completa frontalidad del original.
Charlotte Corday, Paul Baudry, 1860
El óleo de Baudry es mucho más agitado y teatral que el de David,
incluso en sentido literal, ya que nos deja ver algo así como el lateral
de una escena que hasta entonces había estado, plástica y
conceptualmente, muy acotada. Baudry recoge en lo fundamental los
elementos del original (el turbante, la sábana blanca, el paño de color
verde, el tosco escritorio auxiliar), pero la axialidad davidiana ha
sido completamente desbaratada. El brazo de Marat ha perdido todo su
efecto retórico. Baudry, que a su muerte dejó inacabado un ciclo de
pinturas sobre Juana de Arco en el Panteón de París, traslada aquí todo
el argumento de la imagen a la asesina, pero, ¿Cumple ésta el papel de
heroína o de perturbada? Observemos: al rostro contraído y ligeramente
mezquino del político se opone el gesto bien iluminado, preclaro, de
Corday mirando al infinito, como si cobrara plena consciencia de la
justicia histórica de su acto. Baudry está ensayando un tema predilecto
en el arte y la literatura de las décadas inmediatamente posteriores: la
mujer poderosa y peligrosa, la femme fatale. Edvard Munch
retomaría a su vez el tema, pero integrándolo, con originalidad, en sus
obsesiones. Ninguna deuda tiene con Louis David esta asesina de aspecto
núbil que nos mira como una nueva Salomé o como una Judith impávida ante
la agonía de Holofernes.
La muerte de Marat, Edvard Munch, 1907
La capacidad de subvertir el discurso davidiano tiene su punto álgido
con esta obra. Y entretanto se acercaban el cine y la fotografía, enfants terribles
que también quisieron fagocitar aquel trasnochado cuadro de David. Abel
Gance inauguraría la incansable reconstrucción cinematográfica de la
muerte de Marat en ese film absolutamente genial y excesivo que es Napoleón (1927), colocando nada más y nada menos que a Antonin Artaud en el papel de Marat.
Antonin Artaud en el papel de Marat en Napoleón, Abel Gance, 1927
Por su parte, no parece que los fotógrafos se hayan interesado por
otra cuestión que no sean las notables cualidades plásticas del lienzo
de David. En la red pueden rastrearse numerosas recreaciones
fotográficas del original, imágenes donde, posmodernamente, renace ese
anhelado rito de apropiación y recreación sobre el que se articula toda
la fotografía pictorialista.
The death of Marat, Gavin Turk, 1998
Marat series, Beth Dubber, 2006
Marat by David revisited, Jean-Daniel Beley, 2008
Algunas de estas imágenes son hermosas, pero poca relevancia
encuentro ahora a la metamorfosis de Marat en un cuerpo de mujer, o la
transformación de la famosa nota escrita en un pc portátil. Sin embargo,
cuando en un principio comencé a observar el óleo de David me llamó la
atención un detalle perfectamente evidente, pero en el que, torpe de mí,
no había reparado en todos estos años. Acudí a Argan y comprobé que
este ya destaca el peso específico que el cuchillo y la pluma guardan en
la zona inferior del lienzo: es ahí donde reside la mayor densidad
alegórica de la obra. El cuchillo homicida descansa abandonado por su
portadora que se ha esfumado de la escena. La pluma permanece aún
derecha en la mano de un Marat agonizante. Manifiesto pictórico de la
ética davidiana: el instrumento de la barbarie no prevalecerá sobre la
razón y la labor revolucionaria.
La mort de Marat (detalle), Jacques-Louis David, 1793
En realidad, ha sido el siglo XX el que ha propiciado la revisión más
profunda del mito maratiano, pero no de la mano de la pintura, la
fotografía o el cine, sino desde la literatura. En 1963 Peter Weiss (1916-1982) publica una obra de teatro titulada Persecución
y asesinato de Jean-Paul Marat representado por el grupo teatral del
hospicio de Charenton bajo la dirección del Señor de Sade, que posteriormente sería conocida internacionalmente como Marat/Sade
gracias a una versión cinematográfica dirigida por Peter Brook en 1967.
La pieza, que fue abiertamente admirada por intelectuales como Susan
Sontag, planteaba un brillante duelo entre la defensa de la causa
general revolucionaria por parte de Marat y la reivindicación del
hedonismo y el individualismo aristocrático por parte del Marqués. Según
Weiss, ambos intelectuales habían convertido el acto de escribir (la
pluma) en una causa vital, pero divergente: para Marat, la destrucción
de los estamentos que impiden la liberación de las masas; para Sade, la
aniquilación de los preceptos morales que lastran el placer en todas sus
formas, incluido el sometimiento y el dolor. Con Weiss la dialéctica de
oposición y contraste entre el cuchillo y la pluma de David perdía
consistencia enfrentando aquel núcleo dialéctico a un nuevo nucleo
dialéctico y contracultural muy propio de los años 60: Psicoanálisis y
Marxismo, ¿Es el enfermo el individuo, o lo es acaso el sistema?. He
aquí la riqueza de la obra: el ejercicio artaudiano y brechtiano de
Weiss planteaba cuestiones fundamentales, pero estaba ejemplarmente
exento de proclamas unívocas.
La lectura de cualquier manual de historia actual acerca de la
Revolución Francesa tiene un efecto directo sobre esa zona aparentemente
marginal del lienzo de David donde descansan el cuchillo y la pluma:
los contornos se desdibujan. Nadie dudará que el cuchillo fue
instrumento de muerte, mas de una sola muerte. Y nada más que una pluma
fue el instrumento con el que Marat acusó a sus enemigos, es cierto,
pero también elaboró con ella las listas negras de la infame Masacre de Septiembre
de 1792, y con ella firmó y sancionó innumerables sentencias de muerte.
El mismo David estampó su firma en el documento que llevó al cadalso a
Luis XVI. Isidro Ferrer y Nicolás Sánchez supieron acrisolar todas las
contradicciones diseñando un brillante poema visual de regusto brossiano
para el cartel de Marat/Sade en la reciente puesta en escena
de la compañía Animalario y el Centro Dramático Nacional: la prosa de
Sade como una sarta de cuchilladas en el vientre de la moral; la pluma
de Marat como instrumento de muerte. No una armonía de contrarios sino
la escisión viva y la terrorífica libertad del individuo frente a su
propio destino y el del mundo en el que vive.
Cartel para Marat/Sade, producción del Centro Dramático Nacional, Isidro Ferrer y Nicolás Sánchez, 2007
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La mort de Marat (la versión del Louvre) según sus protagonistas, en Youtube
Marat/Sade según Animalario
Tomado de:
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