Por Rodrigo Alonso
Eleanor
Antin, Constructing Helen, de la serie Helen’s Odyssey, 2007, C-print,
61 x 105 3/4 pulgadas. Edición de 5. Cortesía: Ronald Feldman Gallery,
Nueva York Abneos – Necesitaremos un canto…
Paris – Tenemos ya un canto nacional.
Abneos – Si. Pero es un canto de paz.
Paris – Basta entonar un canto de paz con muecas y gesticulaciones para que se convierta en un canto de guerra…
Jean Giraudoux. La guerra de Troya no sucederá (1)
El lugar de la ausencia
Hacia 1935, en el clima que acompañaba el ascenso político del
nazismo y la remilitarización de toda Europa, Jean Giraudoux escribió
una de sus obras emblemáticas: La guerra de Troya no sucederá.
La pieza teatral era un canto antibelicista. Ante la guerra inminente,
Giraudoux alimentaba la esperanza utópica de evitar el conflicto armado
que, como bien sabemos, finalmente aconteció.
El planteo del dramaturgo francés es decididamente inquietante. Uno
podría preguntarse qué habría pasado si, efectivamente, la guerra de
Troya no hubiera tenido lugar: Homero no la habría cantado; gran parte
del pensamiento socrático, platónico y aristotélico no se habría
producido. En definitiva, la cultura occidental, tal como la conocemos,
no habría existido jamás. Más allá del dilema ético que propone este
ejercicio especulativo — ¿la necesidad o lo inevitable de las guerras,
los conflictos sociales, los "descubrimientos”?— resulta interesante
enfrentarse al lugar que fundamenta la propia existencia, el sentido de
toda práctica, la posibilidad misma de percibir, sentir y pensar, como
el lugar de una ausencia.
La modernidad nos ha llevado a considerar el vacío como el hogar de
la nada, la carencia y la muerte. Sin embargo, numerosos filósofos
contemporáneos han hecho de los puntos ciegos del pensamiento, la
posibilidad misma del pensar. Lo invisible, lo innombrable, lo inasible
son, asimismo, los ejes de algunas prácticas artísticas actuales que
cuestionan la positividad del objeto estético, no tanto con el fin de
anularlo sino, principalmente, con la intención de considerarlo desde
otro lugar.
En ocasiones, el señalamiento de los huecos del lenguaje o la
representación son el motor de una mirada crítica. Pensemos, por
ejemplo, en las fotografías de Cindy Sherman, y su
continua escenificación de citas cinematográficas inexistentes —que pone
en funcionamiento la paradoja de la "copia sin original” (2) que está
en la base tanto de la fotografía y el cine, como de los roles sociales
(3) y el realismo fotográfico que la artista busca desmontar—; en los
acontecimientos construidos de Jeff Wall, donde la verdad fotográfica se abisma en el vacío del simulacro; o en la serie The Bowery in Two Inadequate Descriptive Systems (1974), de Martha Rosler, donde palabras e imágenes se muestran impotentes para el registro de la realidad.
En la práctica fotográfica de estos artistas, el vaciamiento del
referente no apunta a la anulación de toda posibilidad de
representación. Más bien, por el contrario, nos recuerda que en esas
zonas de incertidumbre habita la productividad de nuestra relación
estética, pragmática y política con las palabras y las imágenes. Tal es
la opinión de Mallarmé cuando asegura que la poeticidad de la palabra
rosa está en el hecho de que allí no hay rosa, o como lo sugiere
enigmáticamente la poetisa Alejandra Pizarnik, "Todo lo que se puede
decir es mentira / el resto es silencio, / sólo que el silencio no
existe (…) / No / las palabras no hacen el amor / hacen la ausencia / si
digo agua ¿beberé? /si digo pan ¿comeré?” (4).
En función de este pensar, podríamos preguntarnos por la realidad de
ciertas denominaciones o ciertos imaginarios. Podríamos preguntarnos,
por ejemplo, por la supuesta existencia de una fotografía —o mejor, de
unas prácticas fotográficas (5) — latinoamericana. Hoy se discute mucho
sobre la necesidad de abandonar el término Latinoamérica (6), pero en
esa exigencia, paradójicamente, parecería haber una aceptación implícita
de su realidad.
Martha Rosler, The Bowery in two
inadequate descriptive systems, 1974–75 (detalle). 45 imprsiones de
plata sobre gelatina, texto e imágenes montados sobre 24 paneles. 30 ×
60 cm cada una. Edición 2/5. Whitney Museum of American Art, Nueva York
Si bien la concepción de una América Latina
surge de las voces de dos hijos de la región —y no en Europa, como se
sostiene habitualmente (7) — es cierto que el imperialismo napoleónico
impone la denominación con el objetivo de ampliar su penetración
colonial en la región. Pero el término se propagará también en los
discursos independentistas, en la voz y las acciones de pensadores,
militares, políticos y poetas que señalan la necesidad de una unión de
las Américas como estrategia para resistir la dominación europea —y
luego la norteamericana—. La misma palabra encarna, por lo menos, dos
voluntades diferentes: una de dominación y otra de resistencia, una
opresiva y otra de liberación. Como sostiene Valeria González (8), no
debería pasarse tan fácilmente por alto su origen conflictivo. Cuando se
esgrime la necesidad de abandonar el vocablo por considerárselo
sobredeterminado desde "afuera”, se está privilegiando (pasivamente) una
de sus acepciones (la de la dominación) en detrimento de la otra.
Incluso suponiendo la sobredeterminación semántica, podríamos preguntarnos si ella debería aceptarse sin más. En su libro, La invención de lo cotidiano (9),
Michel de Certeau plantea cómo el uso de las palabras, las imágenes y
los objetos, es capaz de desviar su sentido original hacia otros
producidos por el usuario, induciendo modificaciones, perversiones e
inversiones. En las formas de hacer, en las prácticas, existe un poder
de subversión capaz de desestabilizar cualquier discurso con pretensión
de solidez. Curiosamente, de Certeau destaca, a manera de ejemplo, las
inversiones producidas al interior de la colonización española (10).
Esta teoría se posiciona decididamente en el contexto de recepción;
no en el lugar donde se formula un supuesto sentido "original” sino
donde se lo realiza. Para de Certeau, no sólo la productividad de este
contexto no es inferior a la de aquél, sino que debe ser considerada,
con toda propiedad, un nuevo espacio de enunciación.
La teórica chilena Nelly Richard ha destacado con frecuencia ese
carácter productivo del contexto y la enunciación a la hora de edificar
un pensamiento situado desde América Latina. En sus palabras:
En algunas circunstancias, la crítica latinoamericana puede
apelar a la «diversidad del contexto» como un argumento político en
contra de cualquier idealismo del valor universal. En otras
circunstancias, puede reivindicar lo contrario: el derecho textualista a
ejercer un necesario deconstructivismo de la representación que
critique el naturalismo de lo latinoamericano con el que el arte
internacional trata al «contexto» cuando de periferia se trata. Sólo la
ubicuidad y la oblicuidad tácticas del margen son capaces de hacer que
lo latinoamericano deje de ser una categoría pasiva (una «diferencia
diferenciada»: una diferencia nombrada y clasificada por el sistema de
arte internacional) para convertirse en una «diferencia diferenciadora»:
una diferencia que toma la iniciativa de formularse a sí misma como un
«acto de enunciación» y que, al hacerlo, se rebela contra los sistemas
de categorías y funciones preestablecidas (11).
La opción política es tomar la palabra, ocupar el sitio de la
enunciación pero desde el margen, revertir el poder enunciativo de los
centros; en definitiva, asumir una discursividad táctica.
En el ámbito de la teoría existe un ejemplo paradigmático de reformulación categorial: el de los estudios queer.
Aquí, un término despectivo e incluso insultante, se ha invertido
teórica y políticamente para dar lugar a un campo de estudios que
adopta, de manera positiva, el vocablo que en el origen fue signo de
agresión y exclusión (12). Mediante la inversión crítica, el término
adquiere un nuevo uso que desactiva al anterior, en un verdadero acto de
profanación (13).
No obstante, y si a pesar de todos los esfuerzos reformadores, el
término Latinoamérica todavía nombra un inexistente ¿Será posible
eliminarlo sin más? ¿Será suficiente con denunciarlo? ¿O acaso existe
una productividad latente, una capacidad reflexiva y analítica capaz de
operar a partir de su (supuesta) ausencia?
Cindy Sherman, Untitled Film Still #
21, 1978, Gelatina de plata, 19.1 x 24.1 cm, MoMA. Horace W. Goldsmith
Fond a través de Robert B. Menschel © 2012 Cindy Sherman
Darse a ver
En alguna medida, la fotografía trabaja siempre sobre la construcción de una visibilidad.
Sin embargo, ésta no es siempre del orden de lo evidente. No me
refiero aquí ni a lo que el ojo identifica en la imagen fotográfica ni a
ese inconsciente óptico descripto por Walter Benjamin (14), sino más
bien a los múltiples dispositivos —visuales, imaginarios, culturales—
que confluyen en una fotografía.
Si algo caracteriza a las prácticas fotográficas contemporáneas es su
creciente conciencia sobre la mediación de esos dispositivos. Esto ha
permitido a los artistas formular diferentes estrategias para la
confección de sus imágenes, la negociación del sentido, la modulación de
lo visible y lo no evidente, de la percepción y lo que puede
escapársele. Para algunos realizadores, ya no se trata de mostrar sino
de dar a ver; ya no se busca únicamente inscribir un referente, sino,
más bien, se aspira a ponerlo a consideración y someterlo a examen,
activando la mirada analítica y crítica del observador.
La dialéctica visible/invisible, decible/indecible,
perceptible/imperceptible constituye uno de los tópicos del pensamiento
del filósofo argelino Jacques Rancière. En su libro Le partage du sensible. Esthétique et politique,
el pensador postula el fundamento estético de la política, sosteniendo
que ésta se caracteriza por delinear regímenes de visibilidad y
decibilidad. En sus propias palabras, "Es una delimitación de tiempos y
espacios, de lo visible y lo invisible, de la palabra y el ruido, lo que
define, a la vez, el lugar y el dilema de la política como forma de
experiencia” (15).
Consecuentemente, toda práctica artística que actúe sobre el terreno
de lo visible o lo decible, sobre los espacios y los tiempos del decir,
ver u oír, posee un efecto político. Demás está decir que la fotografía
detenta esta capacidad; las prácticas de Cindy Sherman, Jeff Wall y Martha Rosler
mencionadas anteriormente, por ejemplo, lo ponen de manifiesto. En el
desmontaje de la representación, en el cuestionamiento de sus criterios
de realidad y verdad, y en la puesta en duda de todo aquello que se
fundamenta en ellos, las obras de estos artistas formulan una crítica
que no se limita al campo estético, sino que se propone como comentario
social, político y cultural, en sentido amplio.
Lo mismo puede decirse de un gran número de prácticas fotográficas en América Latina.
Cada vez con mayor frecuencia, los artistas no se limitan a mostrar o
a traducir una porción particular del mundo, sino que elaboran
dispositivos que potencian determinadas miradas, provocan reacciones y
efectos, siembran interrogantes o despiertan lecturas críticas. Hay una
fuerte tendencia performativa en muchas de ellas, ya sea a través del
recurso a la puesta en escena, la exaltación de acciones corporales (16)
o la activación de fuerzas sociales. Otras presentan un alto grado de
artificialidad, generando un extrañamiento en el sentido brechtiano del
término —es decir, como táctica para producir una distancia crítica y
una recepción analítica—. La parodia y la ironía persiguen el mismo
resultado pero apelando a imágenes, textos, estereotipos y clichés que
se suponen presentes en el bagaje cultural del observador, activando
lecturas que se multiplican en diferentes niveles.
Lo que tienen en común todas estas prácticas es que se posicionan en
la construcción de miradas particulares, en el "dar” y "darse” a ver.
Desde este lugar, proponen una reflexión que atañe tanto a la
representación como al medio. Desestiman, por lo general, la
transparencia fotográfica, prefiriendo, en cambio, los relatos en
primera persona y los comentarios manifiestos —muchas veces irónicos—
sobre los tópicos que el artista ha decidido indagar, y que postula como
núcleos de reflexión a través de una cuidada elaboración de las
imágenes. No es en los "contenidos”, sino en esa precisa articulación de
lo visible y lo sugerido, lo evidente y lo latente, donde descansa la
máxima potencialidad política de estas prácticas.
Marcos López, Asado en Mendiolaza, Córdoba, Argentina, 2001. Copyright: Marcos López
Parodias
Existe una práctica común en un sector de la producción fotográfica
latinoamericana contemporánea: la parodia. El uso de este modo
discursivo ha permitido a muchos artistas reflexionar sobre la opacidad
de ciertas imágenes o procedimientos estéticos cristalizados, sobre los
límites de su propio trabajo y sus múltiples pertenencias —léase:
inscripciones, categorizaciones, herencias, etc.—, promoviendo otras
formas de mirar a las imágenes gastadas, los motivos incuestionables,
los clichés, los estereotipos, el imaginario cultural y social.
En los últimos años, la parodia ha sido el objeto de estudio de importantes teóricos.
Gérard Genette le dedica una parte sustancial de su libro Palimpsestos. La literatura en segundo grado (17), mientras Giorgio Agamben, más recientemente, le consagra un detallado ensayo publicado en el libro Profanaciones (18).
La palabra parodia proviene del griego, para-oîden, que
designa el canto que se acopla a otro, considerado principal. En
realidad, a pesar de que su traducción no ofrece mayores dificultades,
su genealogía es confusa y su sentido ha cambiado notoriamente a lo
largo del tiempo.
El diccionario de la Real Academia Española define a la parodia como
una "imitación burlesca”. Sin embargo, tanto Genette como Agamben se
oponen a esa definición, ya que no condice con la práctica efectiva e
histórica del género.
Para Gérard Genette, la parodia es un caso particular del hipertexto,
esto es, un texto derivado de otro anterior mediante un proceso de
transformación. Esa transformación no es necesariamente burlesca. El Ulises de James Joyce, por ejemplo, es, para el crítico francés, una parodia de la Odisea, así como Don Quijote de la Mancha lo es de la literatura caballeresca de la época de Cervantes.
A través de los ejemplos mencionados, se deduce que la parodia no es un género menor.
Por el contrario, en tanto comentario de un texto anterior, su
estatuto suele ser reflexivo, analítico o crítico. Ese comentario sólo
puede ser eficiente cuando se lo aborda con seriedad y cierta fidelidad
en relación con su referente, lo que lo aleja del puro artificio. Según
Agamben:
La parodia no sólo no coincide con la ficción sino que constituye
su opuesto simétrico. Porque la parodia no pone en duda, como la
ficción, la realidad de su objeto: éste es, de hecho, tan
insoportablemente real que se trata, más bien, de ponerlo a la
distancia. Al «como si» de la ficción, la parodia opone su drástico «así
es demasiado» (19).
El "demasiado” al que se refiere Agamben, pareciera sugerir cierta
forma de desborde de la representación. Esa figura, que implica, en
alguna medida, el traspaso de cierto límite, se diferencia, sin embargo,
del concepto de transgresión. En ésta hay casi siempre un intento por
violar los límites, por forzarlos o derribarlos, generando un
enfrentamiento entre el transgresor y la entidad transgredida que en
general adquiere visos de violencia o espectacularidad. Justamente,
debido a su carácter espectacular, la transgresión —o su escenificación—
se ha vuelto moneda corriente en las sociedades mediáticas, al punto de
hacerse inocua e inoperante, sino a nivel fáctico, por lo menos a nivel
de su sentido.
El desborde actúa de manera diferente. Se basa en el exceso, la
desmesura, lo incontenible. No se orienta a la violación de los límites
sino a su superación, pudiendo incluso dejar las barreras intactas para
señalar mejor, por contraste, su desactivación, insignificancia o
nulidad. En el desborde de la representación, las fronteras impuestas a
ésta se muestran incapaces para cumplir su cometido y, por tanto,
impotentes e inútiles.
Jonathan Harker, Postales de Panamá (2001-2011), El Golf, 2003. Cortesía: Bienal de Mercosur 2011
Los desbordes de la representación
Podemos pensar en dos formas diferentes del desborde. En una de
ellas, lo que se desborda es algo que ya estaba lleno, excedido,
sobrecargado, y que se muestra incapaz de admitir o contener una nueva
significación. Es la gota que rebalsa el vaso, la microoperación que
precipita el desmoronamiento de lo aparentemente estable pero sometido,
en su interior, a una fuerte tensión.
El estereotipo encarna, con frecuencia, esa figura excedida de
significación. Sobre su superficie —porque su estatuto es meramente
superficial— ya no caben nuevas operaciones de sentido; el estereotipo
exige que se lo inscriba siempre de la misma manera, mediante un proceso
de repetición sin cesar. Sólo los desbordes y los cambios de contexto
son capaces de perturbar las sobredeterminaciones sedimentadas a fuerza
de repetición, mostrar la flaqueza de aquello que representa y exponer
los límites de su capacidad argumentativa.
En el trabajo de Jonathan Harker, observamos con frecuencia este abuso del estereotipo.
En su serie de Postales de Panamá, el artista se vale del
formato de las postales turísticas no sólo para cuestionar los clichés
de este tipo de productos, sino también, para reflexionar sobre la
capacidad de su país para conformar las exigencias de la mirada foránea,
ávida de imágenes exóticas y requerimientos específicos gestados a la
luz de comprensiones superficiales sobre los lugares que visita. Una de
ellas dice "Rica en tradiciones” y muestra un espacio doméstico con
objetos decorativos completamente ajenos a lo que podríamos considerar
—desde el estereotipo, por supuesto— la tradición cultural
centroamericana (20). En otra, la parodia alcanza al imaginario popular
creado por el cine, cuando presenta a su país como "¡Un paraíso
fiscal!”.
La conmoción del estereotipo toma un camino muy diferente en el proyecto Cómo sos tan lindo de Paula Delgado.
La artista publicó avisos en periódicos de diferentes ciudades
(Montevideo, Buenos Aires y Valparaíso, hasta la fecha) solicitando
chicos atractivos para una sesión de fotografías, con el fin de poner a
prueba los patrones de belleza en los diversos contextos culturales
desde la autopercepción masculina. Los convocados saben que no recibirán
dinero por exhibirse, pero también, que no se cuestionará su concepción
de belleza: todos los que quieran participar y se consideren lindos son
seleccionados. Las imágenes parodian las construcciones de la
fotografía publicitaria y erótica. El conjunto señala la dificultad para
la definición de un parámetro de alcance social.
La otra forma del desborde corresponde al exceso, la desmesura. Es la
acumulación barroca, la sobredimensión del despilfarro, la
superposición cosmética. En ella, la representación se abisma en un
simulacro tras el cual ha desaparecido todo referente. La imagen
naufraga en el vacío que ella misma ha creado en su intento por
desprenderse de los corsés de la representación, de las tradiciones
compositivas, de los sentidos cristalizados.
Severo Sarduy acude a la figura del travesti para caracterizar esta
estética de la desmesura que prescinde, por innecesario, de un centro
estabilizador. Sostiene que el travesti no copia a la mujer, sino que
elabora un simulacro cosmético que excede el modelo femenino,
proyectándose más allá de la diferenciación de los sexos. El travesti no
es ni hombre ni mujer; cuestiona, en su propio cuerpo, toda
categorización genérica, desestabilizando, en el límite, el propio
sistema categorial. "Más que ajustado a la esencia del modelo —señala el
teórico cubano—, y a su reconstrucción puntual y respetuosa… (el
travesti) parece empecinado en la producción de su efecto. De ahí la
intensidad de su subversión -captar la superficie, la piel, lo
envolvente, sin pasar por lo central y fundador, la Idea- y la
agresividad que suscita en los reivindicadores de esencialidades, la
extrañeza de su teatralidad que funciona como en un vacío” (21).
Exagera, sin dudas, el artista colombiano Santiago Monge, cuando
decide soportar sobre su cuerpo todo el peso de la tradición hispánica y
latinoamericana, en su serie Autopoiesis. Se excede, igualmente, cuando sale a la ruta a copiar la pose de Madonna en una de sus fotografías más osadas (Estereoscopia 11).
Pero en ambos casos, la performance mimética señala una distancia
respecto del modelo. La inversión genérica se complementa en un acto
exhibicionista que hace del referente una imposición desencajada.
Las producciones más recientes de Marcos López
operan igualmente en la dialéctica de atracción/distanciamiento de sus
referentes, que en muchos casos son fotografías paradigmáticas de la
historia del medio. Tanto en Tomando sol en la terraza —que parodia a una de las obras más reconocidas del mexicano Manuel Álvarez Bravo, La buena fama durmiendo—
como en Autopsia —variación sobre una de las imágenes del Che Guevara
en su lecho de muerte tomada por Freddy Alborta—, el fotógrafo argentino
"terrenaliza” a sus antecedentes arrojándolos a la inmanencia: en el
primer caso, transformando la alegoría en una escena banal, casi
publicitaria (22); en el segundo, despojando a la muerte de todo
trascendentalismo metafísico para presentarla como una experiencia
prácticamente cotidiana. Curiosamente, en ambos casos, el germen
paródico ya existía en las fotografías primigenias. La buena fama
durmiendo toma su nombre de un dicho popular, mientras la fotografía de
Alborta guarda un parecido notable —que ha sido señalado hasta el
hartazgo— con La lección de anatomía del doctor Tulp de Rembrandt van Rijn.
Dulce Pinzón, Bernabé Méndez, del
estado de Guerrero, México. Trabaja limpiando vidrios en los rascacielos
de Nueva York. Envía 500 dólares al mes a su familia en México. De la
serie La verdadera historia de los Superhéroes (2004). Cortesía de la
artista
Autoconciencia crítica
Si algo caracteriza a las prácticas fotográficas actuales es su
conciencia sobre el medio que utilizan. Pocos artistas sostendrían hoy
que sus imágenes son una traducción literal de la realidad, una porción
de mundo capturada por procedimientos técnicos, donde el fotógrafo sería
meramente un operador. Este carácter reflexivo del medio es, en opinión
de Jeff Wall (23), lo que permitió el ingreso de la fotografía en el terreno del arte contemporáneo.
Uno de los ejes centrales de esa reflexión ha sido la conversión del
referente en representación (24). Pero no ha sido menos crucial el
análisis de la constitución de la mirada fotográfica, las relaciones
—materiales, discursivas, afectivas, de poder, etc. — entre el fotógrafo
y su modelo, los criterios de verdad, verosimilitud y subjetividad,
construidos o implícitos, los sistemas de valor albergados y vehiculados
por las imágenes.
Esa conciencia sobre la representación impulsa, en numerosas
ocasiones, la revelación de los procedimientos constructivos de las
imágenes, del lugar del fotógrafo, de los procesos de visualidad y
significación. La fotografía desnuda su condición de puesta en escena y
simulacro, para establecer un nuevo contrato con el observador, acaso
menos ilusorio, sin dudas más abierto a la negociación del sentido.
La serie La verdadera historia de los superhéroes, de Dulce Pinzón,
recoge la tradición del reportaje fotográfico. Movilizada por los
acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, la artista reflexiona
sobre algunas formas del heroísmo cotidiano, en contrapunto con aquel
ensalzado por los medios de comunicación en esos días. Así, inicia una
investigación sobre los inmigrantes mexicanos que viven en los Estados
Unidos y se hacen cargo de la supervivencia de sus familias enviándoles
dinero periódicamente. Pero en lugar de retratar a estas personas sin
más, Pinzón las fotografía en sus lugares de trabajo vistiendo trajes de
superhéroes. Esta operación produce una fuerte dosis de extrañamiento,
destruye la verosimilitud de las situaciones que representa y, podríamos
pensar, atenta contra la "verdad” que transmite. En realidad, esto no
es cierto. Mediante esta intervención, la artista genera un pacto de
confianza con el observador. Asume que lo que muestra es su versión de
los hechos, su interpretación de una realidad mucho más compleja y, en
el límite, irrepresentable, un recorte tan arbitrario como la
manipulación que realiza sobre sus modelos.
El efecto de extrañamiento es completamente diferente pero no menos efectivo en la serie Mundo, de Susana Dobal.
Aquí, es la incongruencia entre las fotografías y sus epígrafes, las
imágenes y su supuesta descripción, la que tensiona el ámbito de la
representación. Dobal utiliza dramáticos titulares de la prensa para
acompañar las vistas de un apacible barrio residencial de Brasilia. La
unión, aparentemente antinatural, quizás no es muy diferente a la que se
produce a diario en casi todo el mundo, en la colisión de contextos que
induce el flujo de la información.
El argentino Leandro Katz funda su reflexión sobre
fotografía y realidad en la simultaneidad de registros. En un conjunto
de fotografías notables, incluye en la toma, con su propia mano, una
imagen realizada desde el mismo lugar pero en otro tiempo. La
confrontación entre la estampa pretérita y la actualidad precipita las
comparaciones. En el Proyecto Catherwood, por ejemplo, el
cotejo de los grabados de monumentos Mayas realizados por el ilustrador
inglés Frederick Catherwood en el siglo XIX, con el estado actual de
esos mismos monumentos, pone de manifiesto no sólo las variaciones
producidas por el tiempo sino, principalmente, las efectuadas por el uso
espectacular y turístico al que se los ha sometido. Pero las
fotografías funcionan en abismo y se pliegan sobre sí mismas. En ese
movimiento, refuerzan el descrédito de la representación, su incapacidad
para fijar la realidad, su carácter histórico y transitorio, su
perspectiva incompleta y parcial.
La obra de Katz escenifica el conflicto entre dos miradas, o mejor
aún, entre tres: la histórica, la del fotógrafo, y la del espectador.
Desde ya, no hay solución a este dilema; las tres son irreducibles y
quizás no exista otra alternativa en el campo de la representación
fotográfica.
También hay un conflicto de miradas en las imágenes de la serie Absolut Latin America, de Martín Sastre;
una puja entre lo que se muestra, lo que se sugiere, lo que se ve, lo
que debería verse y lo que se quisiera ver. Sastre parodia el formato de
la publicidad de una reconocida bebida que suele confiar su imagen a
los artistas. Pero corrompe el aire sofisticado de la marca con un
diseño burdo, anodino y sin glamour. Juega con la expectativa de una
imagen elegante y quizás exótica, representativa —por lo menos para el
imaginario internacional— del lugar donde dice pertenecer; ofrece, en
cambio, una visión deslucida de ese sitio, desterritorializada, sin
identidad, pero al mismo tiempo perversa, porque pone al desnudo el
estereotipo detrás de la expectativa y sugiere algo que debería
ocultarse — ¿la pobreza, la oferta sexual?—. El artista juega con "lo
que el otro quiere ver”. En contrapartida, decide "dar a ver” otra
realidad, no menos real por escenificada.
Leandro
Katz, Tulum, de la serie Proyecto Catherwood, Plata sobre gelatina,
Colección Museo Universitario Arte Contemporáneo, UNAM, 1985-1995.
Cortesía: Pablo León de la Barra (Centre for Aesthetic Revolution)
A manera de epílogo
En tanto discurso de segundo grado, la parodia es, necesariamente,
re-presentación. Pero es también mucho más que eso: es el teatro donde
se pone en escena un conflicto. Según Agamben, "Si la ontología es la
relación —más o menos feliz— entre lenguaje y mundo, la parodia, en
cuanto para-ontología, expresa la imposibilidad de la lengua para
alcanzar la cosa, y la de la cosa para encontrar su nombre” (25). La
parodia opera sobre una ausencia, pero esa ausencia es constitutiva. En
el conflicto entre lenguaje y mundo, entre la representación y su
exceso, entre el medio y su reflexividad, los artistas contemporáneos
ensayan aperturas en el campo de lo visible, interpelan al espectador,
"dan a ver”, labran surcos en el vacío, asumen la fotografía
(latinoamericana) como práctica poética, crítica y política.
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Notas
1. Giraudoux, Jean. La guerra de Troya no sucederá. Buenos Aires: Carro de Tepsis, 1958.
2. Al respecto, puede consultarse: Krauss, Rosalind. Cindy Sherman. Untitled Film Stills 1975-1993. New York: Rizzoli, 1993.
3. Cfr. la noción de género como parodia en el pensamiento de Judith
Butler y su afirmación, "la parodia de género revela que la identidad
original sobre la que se modela el género es una imitación sin un
origen” (Butler, Judith. El género en disputa. México: Paidós, 2001.
Cap. 3 "Actos corporales subversivos”, p. 169), y las observaciones de
Severo Sarduy referidas más adelante en el texto, sobre la relación del
travestismo con su supuesto "original”.
4. Pizarnik, Alejandra. Obras completas. Poesías y prosas. Buenos Aires: Corregidor, 1990.
5. Véase el prólogo de este libro.
6. Consúltese, por ejemplo: Jiménez, José; Castro, Fernando (eds.). Horizontes del arte latinoamericano. Madrid: Tecnos, 1999.
7. "Fue el político chileno Francisco Bilbao Barquín (1823-1865)
quien, en una conferencia en Paris (1856), usó por primera vez el
concepto de América Latina, incluyendo a México y la América Central. El
escritor y diplomático colombiano José María Torres Caicedo, en 1856,
en su poema «Las dos Américas», se refirió a «raza de la Américalatina»
(…) Después, en 1861, lanzó las «Bases para la formación de una Liga
Latinoamericana».” (Moniz Bandeira, Luiz Alberto, "¿América Latina o
Sudamérica?”, en Clarín, Buenos Aires, 15 de mayo de 2005).
8. En conversación con el autor de este ensayo.
9. De Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano. México: Universidad Iberoamericana, 1986.
10. "Desde hace mucho tiempo, se han estudiado en otras sociedades
las inversiones discretas y sin embargo fundamentales provocadas por el
consumo. De esta forma, el éxito espectacular de la colonización
española con las etnias indígenas se ha visto desviado por el uso que se
hacía de ellas: sumisos, incluso aquiescentes, a menudo estos indígenas
utilizaban las leyes, las prácticas o las representaciones que les eran
impuestas por la fuerza o por la seducción con fines diversos a los
buscados por los conquistadores; hacían algo diferente con ellas; las
subvertían desde dentro; no al rechazarlas o transformarlas (eso también
acontecía), sino mediante cien maneras de emplearlas al servicio de
reglas, costumbres o convicciones ajenas a la colonización de la que no
podían huir. Metaforizaban el orden dominante: lo hacían funcionar en
otro registro. Permanecían diferentes en el interior del sistema que
asimilaban y los asimilaba exteriormente. Lo tergiversaron sin
abandonarlo. Los procedimientos de consumo mantenían su diferencia en el
lugar mismo que organizaba el ocupante” (De Certeau, op.cit.).
11. Richard, Nelly. Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007, pp. 92-3.
12. Al respecto, puede consultarse: Butler, Judith. "Acerca del
término queer”, en Butler, Judith. Cuerpos que importan. Sobre los
límites materiales y discursivos del "sexo”. Buenos Aires: Paidós, 2002.
Cap. 8.
13. En el sentido que le da Giorgio Agamben en "Elogio de la
profanación” (publicado en Agamben, Giorgio. Profanaciones. Buenos
Aires: Adriana Hidalgo, 2005).
14. Formulado primero en su "Pequeña historia de la fotografía”
(1931), y luego en su ensayo más famoso, "La obra de arte en la era de
su reproductibilidad técnica” (1936) (ambos en: Benjamin, Walter.
Discursos interrumpidos I. Madrid: Taurus, 1982).
15. Rancière, Jacques. Le partage du sensible. Esthétique et politique. Paris: La Fabrique, 2000 (la traducción es mía).
16. Véase el texto de Rosina Cazali en este mismo libro.
17. Genette, Gérard. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid: Taurus, 1989.
18. Agamben, op.cit.
19. Ibid., p. 60.
20. En la imagen se ve un mueble donde descansa, aparentemente, un
volumen de Art Now, que no es un manual de tradiciones panameñas pero
sí, quizás, de las referencias artísticas que han alimentado a Harker.
21. Sarduy, Severo. Ensayos generales sobre el barroco. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1987.
22. Para un análisis más detallado de esta imagen, consúltese:
Molina, Juan Antonio, "Al sur del realismo”, en Subrealismo criollo
(cat.exp.). Cádiz: Sala Rivadavia, 2004.
23. Wall, Jeff. "Señales de indiferencia: Aspectos de la fotografía
en el arte conceptual o como arte conceptual”, en Picazo, Gloria;
Ribalta, Jorge (eds.). Indiferencia y singularidad. La fotografía en el
pensamiento artístico contemporáneo. Barcelona: Llibres de recerca,
1997.
24. "La fotografía, a diferencia de otras bellas artes, no puede
encontrar alternativas a la descripción figurativa. La representación es
un rasgo intrínseco al medio fotográfico. Para poder participar de la
reflexividad que se había impuesto en el arte moderno, la fotografía
sólo pudo poner en juego su condición propia e imperativa de ser una
representación-que-constituye-un-objeto”. Ibid. p.218
25. Agamben, op.cit., p.62.
Extracto del libro NO SABE / NO CONTESTA, Prácticas fotográficas
contemporáneas desde América Latina, una interesante propuesta que
permite entrever las numerosas transformaciones que ha sufrido la
fotografía latinoamericana a lo largo de los años. Cuenta con la
dirección editorial del crítico y curador Rodrigo Alonso y la
participación de más de cincuenta artistas de distintos países de la
región.
NO SABE / NO CONTESTA es un tratado sobre los nuevos senderos de
la fotografía Latinoamérica: capta perspectivas analíticas,
experimentales y críticas. Sus trabajos desafían clichés y estereotipos,
para internarse en la exploración de las posibilidades estéticas,
formales y conceptuales del medio. Las nuevas narrativas y
aproximaciones al mundo y su representación revelan la particular
articulación de las imágenes fotográficas con sus contextos políticos,
sociales y culturales.
Este libro ofrece una visión singular desde el análisis crítico
de un grupo de teóricos de la región. Si bien no se propone como un
panorama exhaustivo de tales prácticas, pone en evidencia su extensión y
su vigor en el ámbito del arte contemporáneo; sin caer en redundancias o
estereotipos al rescate de la imagen y desde otra perspectiva.
Ediciones Arte x Arte de la Fundación Alfonso y Luz Castillo, 2008
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