Una de las fuertes potencialidades del arte actual proviene de
cierta sensibilidad por la manera en que rigorosas investigaciones
filosóficas, sociológicas o científicas pueden combinarse con formas
estéticas para impulsar procesos colectivos que desnormalizan el curso
de la propia investigación, abriendo senderos críticos y constructivos.
Los proyectos que resultan de esa sensibilidad contienen una densa trama
discursiva, pero se sustentan asimismo en el ejercicio lúdico y
autorreflexivo de las capacidades básicas del ser humano: percepción,
afecto, pensamiento, expresión y relación.
Se pueden dar múltiples ejemplos. En un registro altamente formal
tenemos la actividad de Ricardo Basbaum. Sus reflexiones sobre las
estructuras operativas de la sociedad de control se sintetizan en
instalaciones y diagramas pictóricos que, a su vez, devienen puntos de
partida para coreografías colectivas que desarrollan formas de
resistencia expresiva[1]. Una versión más tecnologizada es la del
proyecto Makrolab. Grupos que viven bajo condiciones de
aislante/aislamiento conducen investigaciones sobre las migraciones
humanas y animales, el cambio climático y los usos del espectro
electromagnético, todo ello en el interior del ambiente enclaustrado de
un laboratorio nómada que sintetiza una compleja serie de referencias a
la vanguardia arquitectónica y la tradición teatral[2]. Otro caso más
serían los foros de discusión por correo electrónico orquestados durante
los últimos diez años por Jordan Crandall. Aquí, el desarrollo de un
debate temático sirve para sondear las relaciones sociales
geográficamente escindidas entre los y las participantes, generando un
conocimiento sobre la sociedad global que a su vez contribuye
directamente al estudio temático[3]. Finalmente –por abreviar lo que
podría ser una lista mucho más larga– pensemos en la exploración fílmica
de la red de carreteras Corridor X, llevada a cabo en la periferia
sureste europea por quienes participaban en el proyecto Timescapes. Tras
haber filmado diferentes zonas geográficas y culturales, utilizaron una
plataforma de comunicaciones especialmente diseñada para vincular entre
sí estudios de montaje esparcidos desde Berlín a Ankara, que se
mantuvieron en constante diálogo y confrontación durante la elaboración
de una instalación de vídeo multicanal y multiautor, siendo ella misma
sólo una parte de un programa más amplio que culminó en la exposición
B-Zone: Becoming Europe and Beyond[4].
En todos los casos, el acto artístico inicial consistía en establecer
el entorno y los parámetros para una investigación más amplia. Y
también en todos los casos tal investigación devenía expresiva,
múltiple, desbordando el marco inicial y abriendo posibilidades
inesperadas. Lo que emerge de este tipo de práctica es una nueva
definición de arte como laboratorio móvil y teatro experimental para
investigar e instigar el cambio social y cultural. Puede que en el curso
de este tipo de prácticas se produzcan obras en un sentido tradicional,
incluso, en efecto, obras excelentes, como se demostraría observando
los ejemplos que he mencionado. No obstante, la mejor manera de
comprender estas obras singulares es analizarlas no aisladamente sino en
el contexto de un agenciamiento en el sentido que dieron a este término
Deleuze y Guattari. Se convierten en elementos de lo que aquí llamaré
un dispositivo para la articulación de una enunciación colectiva.
Sabemos que para Deleuze y Guattari la consistencia de un
agenciamiento humano resulta del flujo del deseo, llevando a una
multiplicación de sí mismo, e incluso a una relación delirante con los
otros, con el lenguaje, con las imágenes y con las cosas. Sólo este tipo
de deriva al borde del delirio pueda articular algo original, una
enunciación colectiva: es ahí donde yace todo el interés y toda la
pasión del dispositivo artístico[5]. Sin embargo, en una época en la que
el número de tales dispositivos está aumentando, surge una cuestión
crítica a propósito de la apropiación de este modelo de investigación
por las instituciones del conocimiento, y en primer lugar por su
presentación en exposiciones. La exposición es el momento en que el
proyecto artístico se valoriza en nuestra sociedad; por tanto, se trata
del momento en que las condiciones económicas de su producción vienen a
influir sobre su mismo proceso, conjuntamente con las ideologías
subyacentes que enmascaran tales condiciones. Y ello sucede hasta tal
punto que sería ingenuo hablar del dispositivo artístico sin hacerlo
también de sus modalidades expositivas.
Un caso paradigmático que implica al tipo de trabajo que aquí me
interesa sería la exposición Laboratorium curada por Hans-Ulrich Obrist y
Barbara Vanderlinden en la ciudad de Amberes en 1999. Su ambición era
escenificar las relaciones entre una red de "científicos, artistas,
bailarines y bailarinas, escritoras y escritores” esparcida en el
territorio urbano[6]. Incluía una serie de vídeos de Bruno Latour
titulada The Theater of Proof, proyectos de danza experimental de Meg
Stuart y Xavier Leroi, demostraciones de experimentos científicos por
Luc Steels e Isabelle Stengers, visitas a laboratorios del área de
Amberes y un amplio espectro de piezas de instalación y videoarte tanto
en espacios de exhibición tradicionales como en localizaciones
exteriores. El artista Michael François desplazó las oficinas del museo
al área de exposición, creando posibilidades interactivas, pero también
un clásico espectáculo posfordista del trabajo. La instalación
Bookmachine, del estudio de diseño de Bruce Mau, posibilitaba para los y
las visitantes una mirada similar sobre la fabricación del catálogo.
Pero la metáfora central de la muestra, o su modelo generativo, era una
vídeoperformance filmada por Jef Cornelis para la televisión belga en
1969 bajo el nombre de The World Question Center.
El vídeo muestra al artista estadounidense James Lee Byars, vestido
con una toga blanca, oficiando una sesión en directo en el estudio de
televisión, durante la cual solicitaba a quienes estaban presentes en el
plató y por vía telefónicaa corresponsales en todo el mundo enunciar su
pregunta más importante. Byars llamaba a personas con reputación de
provocadoras y les pedía expresar "preguntas que les resultasen
pertinentes sobre lo que pensaban del sentido en que evolucionaba el
conocimiento”, como explicó en conversación con el prominente sexólogo
Eberhard Kronhausen. Haciendo uso de su estatus profesional de artistas,
Cornelis y Byars crearon literalmente un agenciamiento maquínico, un
dispositivo técnico y humano para la articulación de enunciaciones
colectivas. Obrist y Vanderlinden querían claramente hacer algo
semejante: crear una red de investigación científica y artística, y
hacerla audible y visible.
En las páginas de apertura del catálogo sus editores preguntan: "Si
Laboratorium es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?”. Lo que preguntaré
en estas páginas concierne tanto al potencial creativo como a la fuerza
coercitiva de una exposición como Laboratorium: qué se nos permite
decir, qué se nos fuerza a decir, qué se nos impide decir. Quiero
preguntar si las articulaciones experimentales de enunciaciones
colectivas tienen lugar al interior de, en sintonía con, contra o a
pesar de una forma contemporánea de poder social: un poder que puede
también ser descrito, pero esta vez en términos estrictamente
foucaultianos, como "el dispositivo artístico”.
En una entrevista realizada en 1977, Foucault ofreció una definición
del constructo conceptual que llamaba dispositif. El dispositivo es el
"sistema de relaciones” que se puede descubrir entre "un minucioso
ensamblaje heterogéneo que consiste en discursos, instituciones, formas
arquitectónicas, decisiones reguladoras, leyes, medidas administrativas,
afirmaciones científicas, proposiciones filosóficas y morales”.
Continúa diciendo que el dispositivo es "una formación que tiene como
función principal responder en un momento histórico dado a una necesidad
urgente”. Indica además que el dispositivo se construye para sostener
tanto "un proceso de sobredeterminación funcional” como "un proceso
perpetuo de elaboración estratégica”[7]. En otras palabras, la
articulación de elementos heterogéneos que constituye el dispositivo se
usa para muchos propósitos a la vez; y es precisamente esta
multiplicidad de propósitos la que se guía o dirige de acuerdo con una
estrategia dictada por una necesidad, por un imperativo estructural.
Quiero preguntar sobre la necesidad aparentemente urgente que nuestra
civilización tiene de una articulación de estética y pensamiento: sobre
la necesidad de un arte intelectualizado, o de lo que se podría llamar
una "creatividad cognitiva”, en el tipo particular de sociedades que
habitamos hoy.
Esta última pregunta requiere una metodología que sitúa el estudio de
experiencias específicas dentro de un análisis general y
omnicomprensivo de las relaciones sociales contemporáneas, un análisis
que pueda a su vez ayudarnos a comprender los cambios en las
instituciones que enmarcan las prácticas artísticas y les dan sentido y
valor: los museos, por supuesto, pero también las universidades. Para
desarrollar este análisis podríamos indagar en el concepto de economía
cultural e informacional, o en lo que un grupo de investigadores e
investigadoras en Francia ha calificado de capitalismo cognitivo,
caracterizado por el ascenso del trabajo intelectual o "inmaterial”
basado tanto en la cooperación y compartición de códigos abiertos como
en la mercantilización o el "cercamiento” de los saberes en forma de
propiedad intelectual que después se hace circular como fuente de
renta[8]. Tal aproximación tiene la virtud de ayudarnos a focalizar
sobre el poder de invención y la propiedad de sus productos, incluyendo
las obras de arte; por tanto la mantendré en mente para referirme a ella
ocasionalmente en el desarrollo de mi argumentación. No obstante, la
noción de dispositivo exige un énfasis mucho mayor en las instancias
materiales de poder y en las condiciones subjetivas bajo las cuales el
poder se corporiza, transmite o refracta para producir diferencia. Y con
esta materialidad, nos aproximamos al tipo de situaciones concretas que
los y las artistas gustan de escenificar o de transformar mediante
procesos de intervención.
Como Foucault explica en la entrevista arriba citada, "al decir ‘aquí
está el dispositivo’ busco develar qué elementos han entrado en una
racionalidad, en un conjunto dado de acuerdos [une concertation
donnée]”. La idea es que se puede observar cómo situaciones sociales
particulares, con sus herramientas, lógicas ynormas de comportamiento,
encajan en racionalidades científicas y sistemas gubernamentales más
amplios, ayudando así a consolidarlos o incluso a estructurarlos. El
dispositivo, como afirma Foucault, es el sistema de relaciones entre
todos estos elementos heterogéneos. Pero es también la instancia
singular donde esas relaciones se rompen, se reorganizan a sí mismas, se
redireccionan hacia otros propósitos.
En las páginas que siguen, armaré una relación de tensión entre la
descripción de dispositivos experimentales específicos, como los que he
enumerado al comienzo, y el análisis de dispositivos más generales de
poder, como los identificados por Foucault. Los efectos de este tipo de
tensión aparecen con mayor claridad en las performances donde el
comportamiento individual o grupal se somete a la prueba de la
experiencia al interior de un marco cuidadosamente estructurado (un
ambiente escenificado), él mismo concebido ora como reflejo de
coacciones sociales, ora como respuesta a las mismas. Por tanto,
discutiré primero una performance artística que analiza uno de los
dispositivos clave del poder social en el periodo contemporáneo: los
mercados financieros informatizados. Aquí veremos no las leyes
abstractas de la economía global, sino las operaciones altamente
individualizadas de una estructura coercitiva (en realidad, una
"microestructura”) que actúa para canalizar las capacidades humanas
básicas de percepción, afecto, pensamiento, acción y relación. Tomar en
consideración esta performance analítica en su estatuto artístico
servirá de puente hacia una discusión sobre una performance colectiva de
dimensión autoorganizada y autopoética, que busca explícitamente
escapar del tipo de racionalidad política que efectúa el dispositivo de
los mercados financieros.
Esta segunda performance –que en realidad consiste en un tipo de
experimento social en movimiento– brindará la oportunidad de teorizar un
"contradispositivo” o sistema de autosuperación mientras se ve sometido
a la prueba de una situación real donde están en juego las condiciones
materiales de vida, trabajo y creación. Lo que está en cuestión aquí son
las posibilidades, aunque también las dificultades, de cumplir la
promesa que el arte contemporáneo ha formulado en tantas ocasiones:
transformar las relaciones que establecemos entre nosotras y nosotros,
no en un plano ideal sino en el campo abierto y problemático de la
interacción social en el mundo. Finalmente, el problema de representar
tal sistema de fuga –y, por tanto, el de intentar generalizarlo como
modelo de disenso y contestación– nos llevará de vuelta al contexto
expositivo y a tomar directamente en consideración los modos en que los
museos y universidades funcionan como dispositivos normalizadores al
interior del conjunto de reglas e imperativos de la economía
financiarizada.
Corredores de doble filo
Una de las debilidades de la izquierda es su incapacidad o falta de
voluntad para vérselas con la cultura capitalista en sus formas más
sofisticadas. El lugar donde se pueden observar los principales resortes
del comportamiento social está en el corazón del proceso de producción.
Pero la vanguardia de la producción contemporánea no es un lugar, sino
la circulación ultrarápida de cifras matemáticas en la esfera
financiera. ¿Y quién sabe de veras lo que hacen los corredores de bolsa,
los traders de acciones, bonos y divisas? La respuesta más simple
sería: lo saben los millones de personas que han sido seducidas por el
comercio on-line, y especialmente los cientos de miles que utilizan
Internet para conectarse diariamente a los mercados financieros
mundiales. El llamado "capitalismo popular” está directamente modelado
por el torbellino del comercio en manos de los especuladores
institucionales: ello afecta indirectamente a la cultura cada vez más en
profundidad, y más de lo que la mayoría de nosotros querríamos admitir.
El antropólogo Victor Turner nos ilustra sobre lo que una performance
puede revelar: "La reflexividad performativa es la condición de un
grupo sociocultural, o de sus miembros más perceptivos que actúan en
representación del mismo, por la cual vuelven, se pliegan o reflexionan
sobre sí mismos y sobre las relaciones, acciones, símbolos,
significados, códigos, roles, estatutos, estructuras sociales, roles
éticos y legales y otros componentes socioculturales que componen sus
‘yoes’ públicos”[9]. Michael Goldberg, artista australiano de origen
sudafricano, ha realizado exactamente ese tipo de performance reflexiva.
En octubre de 2002 llevó a cabo una serie de decisiones que le
permitirían "comportarse como day trader” mientras simultáneamente
analizaba el dispositivo subyacente en los mercados financieros
informatizados. Con un capital inicial de 50.000 dólares australianos
prestados por un llamado Consorcio de tres veteranos day traders a
quienes convenció para su proyecto conversando en un chat especializado,
Goldberg comenzó a comerciar artísticamente en derivados de un solo
valor: News Corp., el imperio mediático global del multimillonario de
derechas Rupert Murdoch.
La performance tuvo lugar durante un periodo de tres semanas en la
Artspace Gallery de Sydney en otoño de 2002[10]. Se extendió a Internet
por medio de un sitio web que ofrecía información sobre arte y mercado,
balances generales diarios y un canal de chat; había también una línea
de teléfono específica para el artista en la galería. El título era
Catching a Falling Knife, "agarrar un cuchillo mientras cae”, una
expresión que en jerga sirve para nombrar el manejo de valores de alto
riesgo. En efecto, el contexto de la pieza era un mercado todavía
maltrecho por el fracaso de la New Economy y el colapso de gigantes como
Enron, WorldCom y Vivendi-Universal. El uso de derivados de News Corp.
en lugar de acciones permitía a Goldberg jugar con valores en ascenso o
en descenso, siendo estos últimos los más habituales en el mercado
bajista de 2002. Es así como describe la instalación en la galería:
"El espectador o espectadora entra en un espacio desprovisto de luz
natural. Tres paredes reflejan el resplandor de proyecciones digitales
que cubren del suelo al techo: información en tiempo real sobre precios
de acciones, gráficos cambiantes de promedios e información financiera.
Los valores cambian y los gráficos se mueven, desarrollándose minuto a
minuto, segundo a segundo en una secuencia de arabescos y pasos
paralelos. Responden instantáneamente a algoritmos en constante
desplazamiento que aparecen mediante conexiones en vivo con las bolsas
globales. Una lámpara de oficina y otra de pie en la sala dispuesta para
los espectadores y espectadoras descubren una mesa de despacho y un
ordenador, butacas y una mesita de café con una selección de diarios y
revistas financieras. En el lado opuesto, arriba de una plataforma
elevada, otra lámpara de oficina ilumina la cara del artista mientras
mira fijamente a la pantalla de su ordenador. Está hablando por
teléfono, negociando o cerrando un trato. Abajo suyo, el continuo
barrido de una pantalla LED va declarando cuáles son sus ganancias o
pérdidas. A su espalda zumba una cinta de audio. La voz de un locutor
busca motivarte, urgiéndote a ‘crear una imagen mental clara de cuánto
dinero quieres hacer exactamente y a decidir exactamente cómo quieres
ganarlo hasta que alcances a ser tan rico o tan rica como quieras’”[11].
Mediante la proyección sobre las paredes de datos financieros e
informes de la agencia Bloomberg, Goldberg buscaba sumergir al visitante
o la visitante en el mundo pulsátil de información al que
constantemente se enfrenta el trader en sus pantallas. La decisión de
usar un servicio de correduría telefónico en lugar de invertir on-line
le permitía ofrecer la expresión vocal del miedo y la avaricia que
animan los mercados. La obligación de enviar informes diarios al
consorcio de prestamistas –quienes habían accedido por contrato a asumir
todo el riesgo, pero también las potenciales ganancias– añadían la
presión de la vigilancia y la obligación personalizadas, análoga a la
que el trader profesional se enfrenta en una institución financiera
importante. Las tablas en tiempo real servían para traducir gráficamente
la volatilidad del mercado que técnicamente se conoce por emoción. En
una performance anterior, Goldberg incluso asumió la tarea de pintar
sobre la pared de la galería dicha emoción convertida en gráficos,
subrayando así el vínculo entre expresión individual y movimentos del
mercado[12]. Esta fluctuación de precios no tiene nada que ver con los
principios de funcionamiento de la industria clásica "de ladrillo y
mortero”, sino que proviene de las posiciones móviles que asumen
incalculables miles de breves especuladores y especuladoras, quienes
buscan abrazar la corriente principal masiva cuando el precio de las
acciones oscila arriba y abajo: definiendo así el perfil principal de
dicha corriente y retirándose justo antes de que cambie de dirección.
Realizando una performance reflexiva de su auténtico papel de day trader
en el marco de este exagerado ambiente galerístico, Golberg producía un
acontecimiento público a partir de la interacción íntima entre el yo
especulador y el mercado tal como éste se cristalizaba en la pantalla de
su ordenador.
¿Qué se pone en juego en ese tipo de interacción? Los sociólogos
suizos Urs Bruegger y Karin Knorr Cetina definen los mercados
financieros globales como "constructos de saber” que surgen de
interacciones individuales dentro de marcos tecnológicos e
institucionales cuidadosamente estructurados aunque siempre en proceso:
siempre cambiantes, siempre incompletos[13]. La variabilidad constante
de estos "objetos epistémicos” los asemeja a una "forma de vida” que
sólo aparece en la pantalla del trader, o siendo más precisos, por vía
de su equipo completo que, en el caso específico de los cambistas
profesionales que Bruegger y Knorr Cetina estudian, incluye un teléfono,
un voice broker interfono, dos redes propietarias especializadas
(conocidas como sistema conversacional de transacción electrónica
Reuters y EBS Broker Electrónico) y varias fuentes de noticias y bases
de datos empresariales, incluyendo gráficos que muestran la evolución de
las posiciones recientes de cada individuo. Éstos son los elementos
materiales del dispositivo mediante el cual los traders interactúan con
sus pares. Resulta interesante que la primera pantalla conectada en red
para mostrar precios del mercado, el monitor Reuters, fuese introducida
en 1973: exactamente cuando el sistema de cambios fijos acordado en
Bretton-Woods fue desmontado y se introdujeron los tipos de cambio
variables, lo que condujo al tremendo aumento del volumen de
transacciones que hoy prevalece (del orden de 1,5 trillones de dólares
estadounidenses por día). Hoy, "la comunidad de usuarios de Reuters
comprende a unas 19.000 personas localizadas en más de 6.000
organizaciones en 110 países en todo el mundo que mantienen más de un
millón de conversaciones por semana”[14]. Los sociólogos hacen hincapié
en que "la pantalla es un sitio constructivo en el que todo un mundo
económico y epistemológico se erige”[15]. Y es un mundo al que puedes
conectarte y manipular, del que puedes surgir "victorioso”. El flujo
receptivo que aparece en las pantallas hace posible lo que Bruegger y
Knorr Cetina llaman "relaciones postsociales”.
El término "postsocial” es obviamente una provocación; con serias
implicaciones, dada la continua multiplicación de pantallas así en el
ámbito doméstico como en el espacio público[16]. Sin embargo, Bruegger y
Knorr Cetina no consideran la relación postsocial como una total
alineación de la humanidad por un fetiche electrónico. Demuestran cómo
el flujo del mercado de divisas está constituido, en parte al menos, por
relaciones de reciprocidad entre traders, principalmente vía
conversaciones por correo electrónico en el sistema de transacciones
Reuters. También observan cómo los individuos que trabajan a grandes
distancias espaciales se hacen sentir mutuamente copresentes gracias a
la coordinación temporal, dado que están mirando simultáneamente la
evolución de los mismos indicadores. Y mientras ilustran la autonomía
relativa de que los y las traders disfrutan en su área de actividad,
también muestran cómo el trader jefe controla y manipula cuidadosamente
los parámetros, tanto financieros como psicológicos en base a los cuales
cada individuo hace sus transacciones. De esta manera, la interacción
que anima el mercado global está "incrustada” [embedded] –según el
termino del antropólogo de la economía Karl Polanyi– en un tejido
expansivo de relaciones sociales que componen una "microestructura
global”[17]. Aún así, lo que Knorr Cetina y Bruegger afirman es que la
relación suprema del trader se establece con el flujo en sí, esto es,
con el constructo informacional, o lo que la temprana teoría ciberpunk
llamaba "la alucinación consensual”. Es esto lo que llaman la relación
postsocial: "compromisos con otros no-humanos”. El hecho existencial
clave en este compromiso es el de "tomar una posición”, esto es, colocar
el dinero en un activo cuyo valor cambia con el flujo del mercado. Una
vez que lo has hecho, estás dentro: y entonces son los movimientos del
mercado lo que más importa.
La performance de Goldberg visualiza exactamente esta ansiosa
relación con un objeto casi vivo, atrayente pero inaprensible, algo así
como una muchedumbre de informaciones fragmentadas, sus movimientos
resolviéndose a veces en cifras de oportunidad, para disolverse segundos
despues en una dispersión pánica. Goldberg explica en una entrevista
que los day traders reales se preocupan muy poco de los fundamentals,
las informaciones básicas sobre la salud financiera de una empresa; lo
que buscan constantemente es más bien evaluar los movimientos de sus
semejantes: "Prefieren mirar a lo que los gráficos les dicen sobre cómo
se comportan los clientes en los mercados cada día, cada minuto, cada
segundo. Obtén una imagen precisa de hacia dónde se mueve la muchedumbre
para apuntarte al viaje, de ascenso o descenso, no importa”[18].
Goldberg utiliza la imagen de una película para evocar el atrevido salto
que supone tomar una posición y luego cerrarla con ganancias o
pérdidas, con todas las emociones que se concitan de miedo, avaricia y
deseo pánico: "Me recuerda una escena de Blow Up de Antonioni en la que
el personaje que interpreta David Hemmings se mezcla con fans de rock
que se pelean por los restos de una guitarra que el grupo ha destrozado
en el escenario al final de un concierto, lanzándola a la expectante
muchedumbre. Emerge victorioso, sólo para deshacerse de la preciada
reliquia que momentos después no es sino basura: el subidón de
adrenalina de la búsqueda habría sido la única satisfacción real que
ganar”.
De manera semejante, Bruegger y Knorr Cetina reflexionan sobre las
intensidades de un deseo en última instancia vacío, afirmando que "lo
que los traders encuentran en las pantallas son sustitutos para una
carencia más básica del objeto”. Para caracterizar la relación
postsocial, convocan el concepto de "fase del espejo” de Jacques Lacan,
donde el niño o la niña que aún no habla queda fascinado o fascinada por
la visión de su propio cuerpo como una entidad completa, y al mismo
tiempo desorientado o desorientada por la percepción interior de un
cuerpo fragmentado, intotalizable. Subrayan que "el vínculo (el hecho de
estar en relación, la reciprocidad) resulta del juego entre un sujeto
que pone de manifiesto una secuencia de deseos y un objeto en desarrollo
que provee a estos deseos a traves de las carencias que muestra”[19].
El ritmo del mercado en las pantallas es un modo de capturar y modular
el deseo del sujeto. Pero, una vez más, este vínculo postsocial no se
nos retrata como la total alineación, sino como una cultura reflexiva de
intercambio dinámico y de cómo arreglárselas en situaciones difíciles
que se extiende, más allá del simple objetivo de ganar dinero, hacia lo
que el antropólogo Clifford Geertz, en una discusión sobre las altísimas
apuestas en las peleas de gallos en Bali, llamó deep play (juego
profundo)[20].
¿Se podría tomar la pieza de Goldberg por una celebración de este
"juego profundo” en la economía financiera, como una exploración
fascinada de las acciones y gestos desplegados al interior de una
microestructura global, sin ninguna consideración por las
macroestructuras de las que depende? La torva presencia de un retrato
mural de Rupert Murdoch en el camino de entrada al espacio de la
performance refuta esta lectura. El trabajo anterior del artista trataba
fundamentalmente de las instituciones del Imperio británico en
Australia. Aquí, especulando exclusivamente sobre el valor de News
Corp., sitúa las interacciones de un day trader de corto plazo en un
arco de poder que se extiende de Australia a Estados Unidos por medio de
los extensivos holdings de Murdoch en Italia y Gran Bretaña. En Estados
Unidos, Murdoch es el propietario del belicoso canal Fox News, pero
también del Weekly Standard, la publicación privilegiada de los
neoconservadores de Washington. Es partidario de la coalición de guerra
Bush-Blair, y un empresario transnacional que sólo tiene cosas que ganar
de la expansión del capitalismo al estilo americano. El magnate
multimillonario es el maestro de una relación postsocial al nivel
planetario: la relación de masas enteras de la población con las
proliferantes pantallas mediáticas que estructuran el afecto público
mediante una modulación rítmica de la atención orquestada a escala
global[21]. La referencia a Murdoch sitúa por tanto el dispositivo
galerístico en el interior de una estructura de poder imperial
omniabarcante, añadiendo un significado implícito al vocabulario militar
que el artista finge cuando habla de los day traders (a quienes llama
battle-hardened veterans of the tech-wreck: "veteranos del naufragio
tecnológico curtidos en la batalla”, haciendo notar su preferencia por
este tipo de expresiones). La crítica es aquí tácita, deliberadamente
minimizada; pero aun así clara. La performance expresa un brillante
análisis de los modos en que la estructura microsocial de los mercados
financieros está modelada y determinada por las coacciones predominantes
de la macroestructura imperial, aun cuando ésta abre nuevos espacios
para los múltiples juegos de la vida cotidiana. Y es así que revela el
mercado electrónico, con su relación entre rostro y pantalla, entre
mente deseante e información fluctuante, como el dispositivo fundamental
de poder en la economía del capitalismo cognitivo.
Sin embargo, hay una pregunta más reveladora que hacer sobre esta
obra y sus intenciones. ¿Trataba Goldberg de limitarse a cubrir su
apuesta con esta crítica tácita, que en la peor de las situaciones
serviría como una especie de valor de rentabilidad segura dentro de los
márgenes intelectualizados del mundo del arte?Porque era claro que en el
mejor de los casos una serie deslumbrante de operaciones provechosas
generaría atención mediática, atraería masas de visitantes y crearía un
succès de scandale, permitiendo al artista ganar en el plano intelectual
y también en el comercial. Y Goldberg por supuesto no estaba en esto
para perder (incluso si, como se ha mencionado, cualquier beneficio
económico iría a parar a sus patrocinadores). Un crítico australiano
describió Catching A Falling Knife como una propuesta "de doble filo”,
por la contradicción ética que escenificaba entre los mundos de las
financias y del arte[22]. Pero ello puede también indicar una apuesta
por adoptar dos posiciones fuertes, ocupando los filos más extremos de
ambos mundos. Lo que aparece aquí es la cuestión del papel político del
artista, el modo en que su propia producción orienta el deseo colectivo.
¿Cómo se confronta el vínculo entre arte y finanzas sin sucumbir a la
atracción de estas últimas? ¿Cómo implicarse en una relación de
rivalidad o antagonismo artístico al interior de los más fascinantes
dispositivos de captura del capitalismo contemporáneo?
Llegados a este punto –precisamente cuando podríamos empezar a hablar
sobre las operaciones y límites del dispositivo artístico– la
performance parece caer en el silencio y retirarse a su dimensión
analítica. Goldberg quizá haya querido responder exactamente las
preguntas que yo he hecho, viendo en ellas el reto mayor de su
investigación. O podría no haberlas tomado seriamente en consideración.
No podemos estar seguros, porque la realidad no nos dio la oportunidad
de poner el asunto a prueba. Perdió dinero en su secuencia de
operaciones, debido, irónicamente, al hecho de que, en lugar de bajar,
las acciones de News Corp. tendieron a subir. Y por eso sólo podemos
juzgar sus intenciones a partir de sus conclusiones que, hay que decirlo
en su favor, fueron realizadas antes del final de la performance: "Creo
que el valor real del proyecto adoptará la forma de interrogantes que
surgirán de los oscuros recovecos de sus improbabilidades y no del
espectáculo resultante de cumplir con éxito sus expectativas”[23].
Cartografía descarrilada
Al remarcar los vínculos entre la vida cotidiana y las complejas
operaciones de los mercados financieros, la performance de Goldberg
expone el dispositivo básico del poder en el capitalismo cognitivo.
Pero, como acabamos de ver, da casi literalmente por sentadas las
preguntas más importantes que conciernen a la práctica artística. La
primera, ¿cómo se ven las microestructuras del arte afectadas por la
"urgente necesidad” del poder en nuestro tiempo, a saber, la necesidad
de integrar a las poblaciones productivas en la economía globalizadora? Y
la segunda, ¿cómo articular un acontecimiento improbable en, contra o a
pesar de las operaciones del dispositivo artístico?
Estas preguntas se vuelven mucho más importantes cuando tomamos en
consideración el grado al que los entornos estéticos pueden ser
actualmente manipulados con fines de control comportamental. Para
obtener una idea de las técnicas en uso basta con abrir un manual como
Experimental Marketing de Bernd Schmitt[24]. Compara la publicidad
tradicional, que pone en relieve las supuestas cualidades del producto,
con lo que llama un "marco de gestión de las experiencias del
consumidor”. Este marco holístico requiere la habilidad de alcanzar "las
experiencias sensoriales, afectivas, cognitivo-creativas y físicas, así
como modos de vida enteros y las experiencias social-identitarias de un
grupo o cultura de referencia”. Schmitt cita al gurú de la gestión
Peter Drucker: "Hay una sola definición válida de la intención de los
negocios: crear un cliente”. Y con esta frase, la noción algo abstracta
de biopoder se vuelve concreta. El biopoder es el intento de establecer
los horizontes psicológicos, sensoriales y comunicativos de la
experiencia del cliente. Aún más reseñable es la sugerencia que Schmitt
hace de construir una cultura corporativa capaz de llevar a cabo tal
tipo de publicidad: lo que pide es un tipo de "organización orientada a
la experiencia”, basada en "una cultura dionisiaca, en la creatividad y
la innovación, que mire a vista de pájaro, favoreciendo para los
empleados y empleadas un medio ambiente físico atractivo, crecimiento
experiencial e integración al trabajar con otros agentes”. El biopoder
es, a este nivel, el intento de orquestar la energía creativa vital, o
el poder de invención, de la fuerza de trabajo gestora. Lo que está en
juego en esta creación de una instancia manipuladora y de sus productos
son las capacidades humanas básicas: percibir, afectarse, pensar,
actuar, relacionarse.
Lo que Jon MacKenzie llama "performance management”, o lo que
Maurizio Lazzarato describe como "crear mundos” para los empleados y
empleadas, consumidores y consumidoras de las corporaciones, es en
realidad un conjunto altamente codificado de prácticas estéticas para la
gestión de nuestras mentes, de nuestro sensorio común: prácticas que
están hoy operativas a lo largo de los estratos socioeconómicos medios y
altos de las sociedades occidentales, los estratos donde tal gestión de
la experiencia puede ser rentable[25]. En el lenguaje de Félix
Guattari, podríamos hablar de una "sobrecodificación” de la experiencia.
Lo que Guattari designa con esta palabra es la instauración de modelos
abstractos de comportamiento colectivo, así como la utilización de tales
modelos como líneas maestras para la fabricación de medio ambientes
reales, expresamente producidos para condicionar nuestro pensamiento,
afectos e interacciones. La sobrecodificación del medio ambiente se basa
en investigaciones cibernéticas, en la cuales los actores humanos se
insertan en matrices de equipamientos e información, los cuales ofrecen
una gama de elecciones posibles cuya naturaleza, extensión y efectos de
feedback ejercen a su vez una influencia decisiva en lo que pueden
percibir, sentir, decir y hacer[26]. En respuesta a tales manipulaciones
medio ambientales e informacionales, Guattari intentó continuamente
implicarse en experimentos colectivos en los que los grupos
conscientemente estructuran los contenidos de su propio sensorio,
creando ambientes interactivos y confrontacionales cuyos parámetros se
podían transformar mientras el proceso de experimentación se desplagaba.
Formaba parte del juego hacer que el lenguaje codificado encontrase sus
propios límites, como en el caso paradójico, perfilado por pensadores
como Heinz von Foerster o Gregory Bateson, de un sistema cibernético que
va más allá del simple feedback para cambiar sus propias reglas de
funcionamiento. Más allá de estos pensadores, la práctica del análisis
institucional buscaba lanzar un calculado pero irreductible grano de
locura a la racionalidad cibernética de las sociedades contemporáneas,
para ayudar a la gente a abandonar las coacciones formalizadas, incluso
las del propio proceso de análisis, cuando ya no sirvan a ningún
propósito.
En sus últimos trabajos, particularmente en los libros Caosmosis y
Cartografías esquizoanalíticas, Guattari buscaba construir "metamodelos”
del proceso autosuperador. Esbozó diagramas que mostraban cómo la gente
que participa en un territorio existencial dado viene a movilizar la
consciencia rítmica de fragmentos poéticos, artísticos, visuales o
afectivos –los ritornelos de lo que llamó "universos de referencia (o de
valor)”– para desterritorializarse dejando atrás el suelo familiar
comprometiéndose en nuevas articulaciones. Éstas tomarían la forma de
flujos energéticos que implican componentes económicos, libidinales y
tecnológicos (flujos de dinero, significantes, deseos sexuales,
máquinas, arquitecturas, etc.). Explicó cómo estos flujos maquínicos se
transforman continuamente por contacto con los phylum de varios códigos
simbólicos, que incluyen saberes jurídicos, científicos, filosóficos y
artísticos formalizados[27]. Se trataba de sugerir cómo un grupo puede
actuar para metamorfosearse, para escapar de la sobrecodificación que
intenta fijarlo en una posición, y producir a cambio nuevas figuras,
formas, constelaciones; en breve, configuraciones materiales y
culturales originales que son inseparables de enunciaciones colectivas.
Esto es lo que Guattari llama un agencement collectif d’énonciation, lo
que yo traduzco como "articulación de enunciaciones colectivas”.
Ahora quiero examinar un intento ambicioso de llevar a cabo este tipo
de experimento en los bordes del conocimiento, organizado por un grupo
de tamaño mediano en septiembre de 2005: una conferencia y
acontecimiento artístico que tuvo lugar en la línea ferroviaria entre
Moscú y Beijing, en los pasillos, literas y vagones-comedor del tren
Transiberiano. Unas cuarenta mujeres y hombres –filósofos, artistas,
tecnólogos y teóricos sociales– se reunieron para que sus discursos y
prácticas se sometieran a la prueba del movimiento más allá de las
fronteras. El viaje estaba enmarcado en un análisis del sistema de
coacciones que pesa sobre la colaboración humana al nivel biopolítico,
esto es, el nivel en el que el proceso elaborador de cognición,
imaginación, discurso y afecto viene a tramarse con las capacidades
sensoriales y motoras del cuerpo vivo. Atravesar el continente
euroasiático –uno de los grandes escenarios de lucha geopolítica
contemporánea– en un pequeño grupo en situación de comunicación
intensiva sería un modo de explorar la naturaleza y los límites de estas
coacciones. En este marco, la facultad de poiesis, es decir, de hacer,
crear, dar forma, afecta no sólo a materiales o discursos, sino sobre
todo a las potencialidades energéticas y relacionales de la vida misma.
Tomado de:
http://www.brumaria.net/textos/Brumaria7/12brianholmes.htm