Creencias e ideas
Según el diccionario, "creer” es dar por cierto una cosa
que no está comprobada o demostrada, es la firme conformidad con algo.
En cambio "certeza” es un conocimiento seguro y claro acerca de alguna
cosa.
El sentido común indica que las personas deberían estar
continuamente verificando o comprobando sus creencias para poder
trasponerlas a la categoría de certezas, sin embargo esto, generalmente
no es así.
Creemos en Dios, en un equipo de fútbol, en formar parte de un determinado país, comunidad, familia, etc.
En definitiva somos –entre otras cosas– lo que creemos.
Nuestra identidad está compuesta por la totalidad de nuestras creencias;
al cambiar alguna, se modifica una parte de nuestra identidad, de ahí
la resistencia a dejar de creer, aunque nos pongan las pruebas sobre la
mesa. La pérdida de alguna convicción –o la amenaza– se vive como
pérdida de la identidad, de una parte de uno mismo, por eso se
desencadena la angustia. Es como si en el plano físico viésemos peligrar
un brazo o una pierna.
A nivel de las convicciones, el cambio representa peligro y
activa un primitivo mecanismo defensivo "paranoide-depresivo”; esto
significa que la situación de cambio genera al mismo tiempo un doble
temor: un temor al ataque por lo nuevo aún desconocido y un temor a la
pérdida de lo ya conocido, que cede su lugar a lo nuevo.
Pero las creencias no sólo están relacionadas con las
concepciones políticas, religiosas o sociales, sino también con
múltiples situaciones cotidianas como creer sí uno es querido o no,
lindo o feo, capaz o incapaz, si va a ser despedido del trabajo o no,
etc.
Complejizando un poco más, podemos dividir este aspecto en
dos grandes categorías: por un lado, todas las creencias que uno posee
con respecto a uno mismo, los otros, los objetos, las situaciones; y por
el otro, todo lo que "uno cree”, acerca de lo que los "otros creen” con
referencia a uno, otros, objetos y situaciones.
Cuando alguien dice "Yo creo en...”, deberíamos observar
qué aspectos individuales –con sus necesidades, angustias y deseos– se
encuadran detrás del "Yo creo” y de lo que ese Yo, cree.
Las ideas tienen una vida más superficial en la actividad
mental, se conocen, se aceptan o rechazan sin tanto compromiso afectivo;
en cambio las creencias –que originariamente pudieron ser simples
ideas– están enraizadas con profundidad en el psiquismo, se hallan
cargadas de afectividad y se defienden apasionadamente. Es muy frecuente
que cuando alguien pasa de una actividad a otra que compromete su
sistema de creencias, siempre se las arregle o ingenie para
compatibilizar su acción con su pensamiento.
La gente cree en las cosas que en el fondo le gustan o
necesita; selecciona "inconscientemente” entre las distintas
alternativas para creer acerca de algún tema e incorpora la nueva opción
a su bagaje de convicciones. Por ejemplo: alguien que perdió a un ser
querido e inconscientemente se resiste al duelo puede comenzar a
simpatizar con hipótesis sobre vida después de la muerte o bien
inclinarse a ideas religiosas. Creer en la reencarnación a algunas
personas les sirve para aliviar la angustia frente a la muerte; en el
caso de la angustia de culpa, creer en el destino o la suerte –como
determinantes absolutos– puede ser útil para apaciguarla, ya que con
estas creencias se diluye en parte la responsabilidad individual.
Resumiendo, se eligen (consciente o inconscientemente) las
convicciones más compatibles y viables con la personalidad e
idiosincrasia; se opta entre las opciones que la vida o la experiencia
personal ofrece.
Una de las funciones de las creencias, como así también de
los prejuicios, racionalizaciones, etc. es ocupar el lugar que
requeriría la certeza, para evitar con menor esfuerzo y en forma
rudimentaria la angustia que genera la incertidumbre.
En algunos casos, el sistema de convicciones se convierte
en una verdadera muralla defensiva frente a la angustia. Éste es un
método precario y tiene un alto costo, ya que esclaviza a la víctima a
sus convicciones y la sumerge en una tremenda rigidez mental.
Quedarse estancado con la idiosincrasia que uno posee,
evitando férreamente lo nuevo por angustia es empobrecerse, y lo que es
peor, condenarse a la mayor de las angustias que es la del fracaso, la
mediocridad, o el no lograr proyectos o metas anheladas. Sería como
exponerse a una enfermedad para evitar el dolor del pinchazo de una
vacuna.
Los conocimientos nuevos con los viejos generan una
síntesis, una integración, amplían las perspectivas. El hecho de
destrabarse, de pensar de manera dinámica permite mejorar la
creatividad; a mayor potencial creativo, mejor percepción de la
realidad, más aptitud y talento para imaginar, concretar y resolver
hechos nuevos, y además, mayor suficiencia para elaborar nuevos
vínculos. En síntesis, mayores posibilidades de éxito en lo que se
emprenda.
Por último, el familiarizarse con nuevos conocimientos y el
palpar las ventajas de un inédito y original funcionamiento mental
puede producir una potenciación del Deseo de saber, "fundamental para saber”.
De algún modo, el hombre expresa toda su actividad mental.
El campo de la creatividad no escapa a esta regla. Es complejo no poder
expresar el producto de la creatividad, es como desobedecer un mandato superyoico.
De ocurrir, probablemente esta ebullición psíquica se vea obligada a
transitar otra vía, sea ésta mental, orgánica o de la conducta, hasta
tanto logre su destino final: la expresión. Tal vez estas sociedades
sean esclavas de modos y fuerzas aún no del todo conocidas que
presionan, o en todo caso priorizan un inexorable proceso expresivo
sintomático.
Asociación y creatividad
La conducta se puede volver peligrosa y autodestructiva, en
la medida que no ejerzamos la capacidad de verbalizar o toma de
conciencia, de lo que ocurre en nuestras mentes. Las formas para
desarrollar esa aptitud son variadas; están relacionadas con el
psicoanálisis individual y otros tipos de terapias, los talleres
grupales de reflexión, y todos los métodos que estimulen o aumenten la
asociación y la creatividad. La primera para poder captar con más
fluidez los sucesos mentales, y la creatividad para resolver problemas o
generar otros modos y vías de expresión.
Pero el motor esencial de todo esto, pasa por el Deseo
del individuo de incrementar su conocimiento de sí mismo –por los
medios descriptos–, para lograr de esta manera mayor libertad y
autonomía.
Al negar las responsabilidades individuales en los
fracasos, culpando al destino o a la mala suerte, las personas abortan
la posibilidad de aprender de sus errores, para poder cambiar y mejorar;
se condenan a un funcionamiento repetitivo. Pero cuando un individuo
comienza a ver todo lo que hay de él, involucrado en la mala o buena
suerte, se sitúa en excelentes condiciones para modificar lo negativo y
potenciar lo positivo, o sea, corregir lo que creía inmodificable.
Crear es redefinir, reestructurar, combinar de modos originales objetos, proyectos, ideas, experiencias.
La creatividad es una incursión en el caos infinito, aprehendiendo, limitando en tiempo y espacio un producto: el objeto de la creatividad.
Los objetos de la creatividad no son cosas, son símbolos; estos objetos
emergen en la medida que alguien los localice transformándolos de un
modo original.
El Sujeto creativo posee la capacidad de incursionar fugazmente en el terreno del caos para atrapar algo, algo novedoso.
El caos ya no es únicamente desorden, sino fuente de
novedad. Las crisis no son sólo desastres, sino también oportunidades.
La pesadilla de un destino prefijado es hoy parte de los libros de
historia.
El hombre creativo es uno de los pocos que se salvaría de
la amenaza del desempleo; debido a que es en ese punto donde la
informática, las máquinas, poco o nada pueden hacer; es allí también,
donde el ser humano procuraría sobrepasar su propia condición.
Obviamente que no es simple transformarse en un ser
creativo; pero tampoco es imposible. Probablemente el principal escollo
radique en el axioma cultural que pregona "lo simple y lo breve”; al que
podríamos responder contraponiéndole: lo opuesto?
Lo fácil y lo difícil
Lo fácil es todo aquello que se puede realizar sin gran
esfuerzo y lo difícil no se logra sin mucho trabajo. Ahora bien, en
general la gente tiende a realizar las cosas fáciles, no tanto las
difíciles. Entonces, ¿qué ocurre cuando la mayoría se vuelca sobre
ciertas actividades o elecciones de cualquier índole, con el mero
requisito de que su realización o su comprensión sea tarea sencilla?
Cuando esto ocurre, surgen categorías de actividades abundantes, motivo
por el cual son menos valoradas socialmente que otras categorías que por
ser más escasas, difíciles y además necesarias tienden a ser más
jerarquizadas. Aquí vemos funcionar a nivel social, la ley de la oferta y
la demanda que asigna valor a lo escaso y necesario, restándoselo a lo
abundante y no tan indispensable; vemos también la relación que hay
entre lo "difícil” y lo que justamente por ser complicado es "escaso”;
de la misma manera, se hace clara la relación entre lo "fácil” y lo
"abundante”.
Lo difícil implica un esfuerzo largo e intenso, o las dos
particularidades juntas en proporciones variables. Lo difícil está en
conexión con la "calidad” de un amplio abanico de posibilidades, cosas o
situaciones, que van desde los artículos o servicios que se ofrecen en
el mercado, hasta la calidad o éxito en los logros personales. Un
producto de calidad requiere un mayor esfuerzo mental, físico y
económico tanto al fabricante para producirlo, como al consumidor para
adquirirlo.
Lo fácil en la mayoría de los casos no conduce a nada
brillante. Podemos citar muchas elecciones en materia de actividades
humanas, caracterizadas por la simpleza o la complejidad: revista de
historietas vs. libro sustancioso, curso vs. carrera universitaria,
viaje de placer vs. viaje de negocios, caminar vs. correr, etc. Las
actividades complejas exigen más, pero dejan algo a cambio, correr es
más trabajoso que caminar pero deja mejor estado físico; al igual que en
este caso, al seleccionar lo más dificultoso podemos mejorar nuestro
estado intelectual, económico, social, anímico o tantos otros. En otras
palabras podemos obtener mejores frutos.
Claro que no todo es cuestión de esfuerzo y sacrificio, no hay que olvidar el viejo dicho criollo "más vale maña que fuerza”
al que actualizándolo lo podríamos reemplazar por la palabra
"productividad”, que implica organización, planificación, eficiencia, y
que posibilita que el esfuerzo se reduzca a su mínima expresión, es
decir, que el grado de dificultad requerido para lo que se emprenda
disminuya, manteniéndose el grado de calidad pretendido.
Hay otras formas para transformar lo difícil en fácil, el
mecanismo conversor se llama, según las circunstancias: deseo,
motivación, vocación. Otro camino conversor es el nivel de conocimiento,
familiarización y práctica de lo difícil, o sea el grado de aprendizaje
obtenido.
Entonces la clave no reside en buscar las cosas simples,
sino las más complejas transformándolas en fáciles por los medios
indicados. Es de ese modo como se estaría más cerca de los senderos
exitosos para determinados objetivos.
Otro aspecto de lo difícil que conviene analizar, lo
constituye el hecho de que es mucho más arduo lograr que las cosas
salgan bien que mal, digamos que para que algo salga mal es suficiente
con no hacer nada, eso sólo es casi garantía absoluta de fracaso, en la
medida que más intervenimos ("bien”) en algo, es tanto más factible el
triunfo. Esto es así, debido a que, al igual que en una rifa –en la que
participamos–, las combinaciones numéricas necesarias para ganar son muy
pocas en relación a las combinaciones posibles.
Comparando el sorteo con las actividades en general,
debemos introducir dos cambios fundamentales: primero, los números de la
rifa por "las variables intervinientes” en las actividades en general, y
segundo, el azar por "la intervención personal” sobre dichas variables.
El éxito es mucho más probable, en la medida que uno elija
un camino y un objetivo, lo más acorde posible con las características
personales y con los deseos más profundos, utilizando en forma armoniosa
e inteligente toda la energía motivadora en ese sentido, administrando
racional y oportunamente las modificaciones imprescindibles para
preservar y afianzar el rumbo.
Por supuesto que no es tarea sencilla, pero también es
bueno recordar una vez más, que lo fácil y la calidad no van de la mano,
por lo menos en la primera etapa del aprendizaje; luego en el marco de
influencia del conocimiento, de la habilidad, de la capacidad y de la
experiencia, seguramente resultará mucho más simple.
Casi siempre encontramos en la dimensión de lo social, un
correlato de la vida individual. En este caso podemos destacar una de
las peculiaridades que distingue a las sociedades desarrolladas de las
subdesarrolladas, y es su capacidad institucional y cultural para
integrar, legitimando los cambios necesarios que se requieren para el
sostenimiento del desarrollo.
El éxito es ante todo un estado mental que se "expresa” en
una "conducta exitosa”. Si uno tiene una "certera representación mental”
de una realidad específica, que puede ser un negocio, un proyecto, etc.
y tiene la "capacidad de llevarla a los hechos” tal cual es, el triunfo
estará asegurado salvo una fatalidad, que por otra parte, para muchas
de ellas, se pueden tomar recaudos.
[*]
Psicólogo, psicoanalista y técnico universitario en Dinámicas Grupales. Es autor de tres libros: Las imágenes ideales, Las ventanas del deseo y Mente y pantalla. E-mail: jab53@arnet.com.ar
http://www.psikeba.com.ar/articulos2/JB_el_hombre_creativo.htm
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