Libro de Rosa María Rodríguez Magda – Tecnos.
INTRODUCCIÓN
El panorama teórico, social y político de las postrimerías del siglo
ha ido sufriendo profundas modificaciones que marcan una impronta y un
horizonte diferente al de las décadas anteriores. Frente a la feliz y un
tanto frívola cultura postmoderna de los ochenta, con su apuesta por lo
banal, el pastiche ideológico, el narcisismo…,la última década del
siglo XX nos ha venido golpeando con la cara bárbara de ese celebrado
fin de las ideologías: guerras, limpieza étnica, fanatismo, pobreza,
violencia urbana…Las diferencias integradas socialmente reivindican su
protagonismo a través de lo que se ha denominado "cultura de la queja”;
las otras, aquellas que muestran su rostro amenazante en la periferia de
los barrios, o en la periferia de las fronteras, asumen cada vez más el
estigma monstruoso del mal radical. La era del simulacro y la
reprodución irónica se nos resuelve como un conglomerado de restos, de
fragmentos, de tradiciones diversas, abotargado fetiche de costurones
superpuestos.
Nos encontramos en el seno de la frankensteinización de la cultura,
de la sociedad y de la vida. Mientras las sociedades avanzadas nos
ofrecen un modelo hologramático, retroviral, de redes informáticas, de
fusión cyborg entre la biología y la técnica, el mundo en su conjunto
nos retrotrae al territorio preindustrial de lo monstruoso, fragmentos
distorsionados e irreciclables de un siglo que se acaba, deformes
presencias milenaristas, la multiplicidad heterogénea. de nuestros
fantasmas recientes engarzados en una fisología excrescente, descomunal y
atroz. Síntesis imposible, monstruosa por tanto, de la historia en
nuestro presente, y presencia acechante del monstruo de lo otro que en
vano pretendemos recluir más allá de nuestros límites de seguridad.
Con la denominación: ” modelo frankenstein ” pretendo metaforizar
estas dos vertientes, por un lado la pervivencia de los restos
cadavéricos de nuestro pasado: teorías, estéticas, religiones… que
retornan en una contemporaneidad convulsa, que no compone sin más un
mosaico de datación diversa sino que lo integra en un dinamismo redivivo
y mutante; y por otro lado plasmar la presencia y el horror de lo
monstruoso en los límites de nuestra conciencia y nuestra geografía: el
extranjero, el fanático, el violento, el marginal, las minorías
diferentes y la diferencia en suma.
Para todo ello el libro pretende acercarse a diversos aspectos de la
cultura actual a través de los conceptos ejes de diferencia y ruptura
post de la modernidad.
En el capítulo primero se inicia una aproximación a las condiciones
de posibilidad, tras la crisis de la modernidad, de la acción moral, del
conocimiento, del equilibrio social y de la autonomía, a partir de lo
que he denominado "hegemonía de la ausencia” frente a la fundamentación
teórica fuerte.
En el capítulo segundo, a través de los textos de los autores más o
menos encuadrados en el pensamiento postmoderno francés se analiza el
nuevo estatuto epistemológico de los saberes: la asunción de la
heterogeneidad y la complejidad; la reevaluación de los criterios de
universalidad: relativismo cultural, mestizaje, identidad nacional, y la
nueva representación de lo social :crisis de la izquierda, liberalismo,
narcisismo…
Todo este proceso que venimos comentando tiene como sustrato
interno,y tal es el tema del tercer capítulo, una nueva reordenación de
dos ejes básicos del pensamiento en Occidente la noción de Lo Mismo
(identidad, semejanza, razón) y la noción de Lo Otro (lo ajeno, la
diferencia, la sinrazón), a partir de ellos pretendo desvelar algunos
procesos básicos de exclusión y de dominio de la diferencia, que van de
la metafísica a la dinámica social.
Una de las acepciones más relevantes de la diferencia es la de la
diferencia sexual, de la misma manera que lo femenino ha sido
reiteradamente conceptuado como Lo Otro. La crisis de las Teorías
fuertes es coetánea de la emergencia de una presencia feminista y una
teorización del género cada vez más pujantes, los capítulos cuatro y
cinco realizan una presentación y relectura tanto de los debates
internacionales entre feminismo y postmodernidad cuanto de la reflexión
teórica al respecto en España.
En el capítulo titulado "El monstruo y yo” se trata de entrever a
través de tres instantáneas la situación actual de la subjetividad,
desde la reivindicación de la privacidad y lo íntimo, a la publicidad,
llegando a la estética artificial del cuerpo transexual como paradigma
estético del sujeto. Una mirada hacia nuestro interior en la que también
lo monstruoso acecha.
La literatura, la narratividad, la novela… ha tenido que definirse en
los últimos tiempos como exhausto fin de ciclo o apuesta por la
diferencia. Una retrospectiva del siglo y un acercamiento a nuestro
presente con el horizonte del ocaso de las vanguardias es el cometido
del capítulo séptimo.
Finalmente en el último capítulo se trata de entrever la escritura,
el ejercicio del estilo como un viaje iniciático, trayecto que bordea
los límites, huida de un mundo plano que busca el bucle sorprendente de
la creación tras las cenizas del Apocalipsis.
Capítulo 1
TRANSMODERNIDAD, NEOTRIBALISMO Y POSTPOLITICA
La crisis de la Modernidad, el fin de la pujanza de las Teorías
fuertes nos aboca a un vacío epistemológico, a un hueco de legitimación.
Quizás el peor corolario de las corrientes postmodernas haya sido la
zambullida en el nihilismo, en el relativismo, en la banalización, en el
eclecticismo del "todo vale”. Posiblemente la historia continúe sin
necesidad de nuestras críticas y divagaciones, pero no quisiera pensar
que la filosofía es esa reflexión cuasiprescindible para la pragmática
social como lo pretende Rorty.
El problema filosófico hoy por excelencia consiste en averiguar si es
posible mantener las reglas epistemológicas del espacio social
(definición de los agentes y el cambio), del conocimiento
(interpretación y tranformación de la realidad), de la ética
(pervivencia de los valores y la dimensión moral), de la estética
(criterios)… sin recurrir a una fundamentación fuerte. ¿Cuáles son las
condiciones de posibilidad mínimas -necesarias y suficientes- para que
funcionen dichas esferas? ¿qué cantidad de verdad, sujeto, realidad,
libertad, autonomía, justicia…es imprescindible para garantizar el
bienestar social, personal y el uso de la razón?, ¿qué fundamentación
requiere esa filosofía de supervivencia?
Es posible que aceptemos el pragmatismo, el contextualismo, el
relativismo, el situacionismo, como horizontes del fin de siglo, tal y
como propone el pensiero debole, pero ello constituye, en todo caso, una
opción crítica y gnoselógica , no la coartada de una deserción de la
ética y del raciocinio, nada tiene que ver con la mendacidad moral, el
cinismo mostrenco, la cortedad de miras, o el servilismo veleta a los
intereses y circunstancias. No es la sonrisa autocomplacida y limitada
del último hombre ,según Nietzsche. La ausencia de Grund, el fracaso de
la Gran Teoría no nos aboca a las paparruchas fragmentarias de cortos
vuelos. La certeza de que apenas alcanzamos lo bello , y las altas
cumbres de lo sublime se nos escapan (ambos en sentido kantiano), debe
hacernos superar dicha dicotomía en la apoteosis del artificio y la
exigencia. Ser sublimes sin interrupción, como proponía Baudelaire,
arrancar de la apariencia frágil la majestuosidad que hunde sus raíces
en la lúcida percepción de la carencia. Porque no estamos determinados
por la ontoteolgía, el positivismo , ni la ley natural, nuestra libertad
metafísica es infinita. Del nihilismo y la filosofía del martillo
surgía la Gran Política, hoy no deseamos las huestes victoriosas del
superhombre, sino el compromiso estético del arte de la fuga, un clave
bien temperado que construye un esplendor neobarroco. Hay que hacer de
la vida un concierto de Brandemburgo o morir en la zafiedad común, las
variaciones Goldberg son nuestra recusación nouménica, nuestra apuesta
por la dispersa infinitud. "El mundo, en palabras de Nietzsche, se ha
vuelto infinito, en el sentido de que no podemos rehusarle la
posibilidad de prestrarse a una infinidad de interpretaciones” (La Gaya
Ciencia, libro V, paragraf.374). La caída de los Grandes Relatos no
mengua la exigencia de altura creadora, sino la exclavitud de los
condicionantes. La prescindibilidad, la contingencia se transforman en
baluartes abiertos de creación. Si Dios, la Naturaleza o la Historia ,
existen con su normativa precisa, no puedo sino reconocerlos, alabarlos y
obedecerlos; la seguridad a cambio de la certidumbre . Si ellos se
revelan como unos más de los simulacros regulativos, la soledad huérfana
garantiza mi libre creación.
Las condiciones de posibilidad de la acción moral, del equilibrio
social, de la autonomía, no son algo que hayamos de investigar a priori .
El giro copernicano, tras lo sueños dogmáticos de la razón, es algo que
está tiempo ha inventado. De hecho, el mundo funciona sin las
alborozadas o apocalípticas prédicas de los filósofos; luego se trata,
como siempre , de ver cuáles son esas condiciones a posteriori,
validadas por los hechos. La cuestión no consiste en averiguar si es
posible la moral, la justicia, la felicidad, el conocimiento… -tópica
recurrente ahora pretendidamente remozada con la ambientación fin de
siècle- sino en mostrar cómo de hecho se mantiene un equilibrio
aproximativo e inestable en estos ámbitos, y deteminar la ausencia de
qué condiciones los hacen imposibles. El criterio es, pues, la
experiencia, el tanteo, el principio de falsación aplicado a la
perfectibilidad social: de factum ciertas circunstancias garantizan un
determinado efecto, que se mantiene como positivo hasta que se logra
otro mejor.
Se trata de un pacto de realidad empíricamente conservador y
teóricamente abierto a la mayor libertad intelectual innovadora. De la
experiencia emanan ideales regulativos que no remiten a un siempre
buscado y esquivo fundamento nouménico, sino a un consenso
permanentemente renovado. Simulacros operativos pragmáticamente
validados. La acción viene determinada por la praxis , no por un
fundamento ideal, pero toda acción genera ontología por sus cuatro
costados , identidad, referencia, reconocimiento. La acción y no la
esencia va produciendo ese sujeto estratégico y mínimo que necesitamos
para pensar, para sentir y para autodenominarnos "yo” . El paso de ese
añorado y ficticio orden del "factum” al denostado del "fictum” es,
paradójicamente el único camino de retorno y configuración de la
realidad. Cada acto, cada afirmación nos sumerge en un antigua
reverberación de discursos subterráneos,nos puebla la espalda de
sombras, ligándonos, en palabras de Quine, a diversos "compromisos
ontológicos”. ("Hay en el mundo más ídolos que realidades” decía
Nietzsche. Ocaso de los ídolos.Prefacio). Nuestra es la astucia , y la
responsabilidad, de desbrozar la lengua de fortines, limpiar las voces
de los ecos milenarios, y una vez dueños, en lo posible, de nuestra
sintaxis, devolver a los fantasmas su caracter de simulacros, y como
tales utilizarlos en la construcción de nuestros proyectos
irrenunciables, aquellos cuya quiebra nos lego la Modernidad: libertad,
autonomía, justicia,conocimiento, y que "transmodernamente” atraviesan
la tierra quemada postmoderna.
"Trans” es el prefijjo con que desdeñamos a la vez las nostalgias
unitarias y las trampas eclécticas del olvido, la apuesta moral por la
recapitulación de los retos pendientes, sin el recurso a las Grandes
Teorías, la confortabilidad de una realidad positivamente empírica o la
certeza de los científicos dioses menores del laicismo. Asumimos la
secularización con la audacia sublime del artista.
La verdad es uno más de los sistemas de ficción, el que en ese
momento se muestra más operativo. Pero ello no quiere decir que
yugulemos la creación "fictiva” de otras posibilidades.
Esta relación con la verdad puede adoptar una posición titánica como la de Nietzsche o nihilista como la de Baudrillard..
En su guerra por la desacralización de la verdad, el primero
afirmaba: "No sé por qué tendríamos que desear la omnipotencia y la
tiranía de la verdad; me basta con saber que la verdad posee un gran
poder. Pero es preciso que pueda luchar y que encuentre una oposición, y
que de vez en cuando se pueda descansar de ella en lo no verdadero”
(Nietzsche. Aurora, paragrafo.507). La verdad así , entendida como uno
de los productos de la voluntad,en la espiral e íntima relación por la
cual ésta responde a estrategias de dominio, que a su vez producen
efectos de verdad, tal y como Foucault nos mostrara extensamente. El
reto heroico consistirá en generar efectos de verdad basados no en la
voluntad de dominio, sino en la autonomía que elige una personal
estética de la existencia.
En la relación con la verdad debemos abandonar la obligatoriedad
sumisa de su testimonio, el imperio normativo que nos conmina a su busca
y fidedigna mostración, para librarnos a los juegos carnavalescos de la
seducción y el simulacro, en una amplia gama de posibilidades que
incluye la baudrillardiana del crimen perfecto.
"La fiction? J’y suis déjà. Mes personnages sont quelques hypothèses
folles qui font subir à la réalité certains sévices, et que j’assassine à
la fin lorsqu’elles ont fait leur oeuvre. Seule façon de traiter les
idées: la assassinat ( on achève bien les concepts)-mais il faut que le
crime soit parfait. Bien sûr, tout cela est imaginaire, toute
ressemblance avec des êtres réels serait purement fortuite”
(Baudrillard, Cool memories II. Paris. Galilée.1990. pag.40.)
Ambas opciones: titánica y nihilista rechazan el modelo fuerte de una
modernidad autocomplacida . Pero el relativismo no puede ser la
coartada del cinismo moral y de la cortedad de miras, sino la puerta
abierta a la creación intelectual, la ética como libre elección autónoma
no universalmente normativa, la razón como estilización estética del
yo. Puesto que Dios no nos crea, la ley natural no nos obliga y la
realidad no nos aplasta positivamente, el sujeto se halla solo ante la
inmensa tarea de crear.
Hans Bellmer
Vitalmente quizás se trata de una visión de cumbres o de planicies.
Hay que asumir metafísicamente la quiebra de la metafísica. La etérea
verticalidad de Bach nos había ofrecido un modelo metafórico,también la
ciencia actual apuesta por paradigmas cada vez más alejados de la
sensibilidad mecanicista y positiva : el principio de indeterminación,
la teoría cuántica, el hiperespacio, los universos paralelos, fractales,
agujeros negros, la nueva ciencia de la lógica borrosa ( Bart Kosko).
Igualmente debiera ocurrir con el pensamiento.
¿Cómo defender la obviedad del pragmatismo sin caer en su autocomplacida y roma miopía?
Es este pragmatismo creativo quien debe empuñar, sin falsa mala
conciencia y con el arrojo del filósofo artista, el porvenir de la
Teoría en la gnoseología, en la ética, en la sociología, en la política.
Un pragmatismo que se encontraría, por ejemplo, en las antípodas de
Rorty cuando, haciendo una lectura de Rawls, defiende la prioridad de la
democracia sobre la filosofía, (en La secularización de la filosofía,
Gianni Vattimo (comp.) Barcelona, Gedisa 1994, pags.3161) Rorty cita ,
entre otros, el párrafo de Rawls de Justicia como equidad y otros
ensayos (Madrid, Tecnos, 1986) que por su interés reproduzco:
"Puesto que la justicia en cuanto equidad es entendida como una
concepción política de la justicia aplicada a una sociedad democrática
trata en lo posible de no invocar asertos filosóficos o políticos de
ningún tipo. Más que nada, trata de basarse solamente en algunas ideas
intuitivas fundamentales, que se hallan radicadas en las instituciones
políticas de una sociedad democrática y en la tradición interpretativa
pública de esas ideas. De esta manera esperamos que tal concepción
práctica de la justicia esté sostenida cuando menos por aquello que
podríamos denominar "consenso superpuesto”, vale decir por todas las
opuestas doctrinas filosóficas que se presumen puedan vivir y reclutar
adherentes en una sociedad democrática razonablemente justa y bien
ordenada”
Para Rorty esta postura manifiesta la inconveniencia de buscar un
orden moral e independiente, ateniéndonos , con respecto a la justicia
social, a lo más palmario que nos sugiere el sentido común y la
tradición. Esta separación de la filosofía y de la praxis política
tendría como parangón el mismo proceso sufrido por la religión , que fue
separándose del Estado, para quedar recluida, en virtud de la libertad
religiosa, en el ámbito de las conciencias. Igualmente, al pensar de
Rorty , las propuestas de Rawls nos encaminarían ,en un segundo proceso
de secularización esta vez filosófica, a separar de la política las
cuestiones referentes a la naturaleza y fin del hombre, quedando así
reservadas las tematizaciones sobre el sentido de la vida humana al
ámbito privado. De la misma manera que la religión comenzó siendo , en
cuanto teología, el más alto fundamento y legitimación del saber y la
acción humana, para concluir como una opción personal de culto; la
filosofía abandonaría , no ya la indagación de las primeras causas y los
primeros principios, sino cualquier protagonismo racional público,
ilustrado o crítico para recluirse en la privacidad de la opinión.
Una duda me asalta ¿conocen Rorty y Rawls a los políticos? que éstos,
efectivamente, no tengan necesidad de la filosofía para
gestionar,viendo el resultado, ¿realmente nos anima a desterrar del
espacio público los usos argumentativos racionalmente fundados? En modo
alguno, me parece, el horizonte deseable puede ser considerar los
análisis filosóficos como irrelevantes para la justa gestión social y
propios sólo de la libertad de opinión privada. La crítica de los
fundamentos metafísico-epistemológicos no puede reducir el logos a doxa,
el debate público a la irrelevancia de la opción privada y personal. Lo
contrario de las grandes teorías unitarias es la multiplicidad, no su
aniquilación en la nada, porque de la multiplicidad nace la fuerza de la
controversia, de la crítica, el uso público -que no universal- de la
razón, y la necesidad de consensos como formas revisables de la
experimentación democrática de la libertad. El cumplimiento del
librepensamiento no es la irrelevancia, sino la libre circulación
argumentativa que garantiza la reversibilidad de las posiciones y del
principio de acumulación del poder.
La Transmodernidad, como etapa abierta y designación de nuestro
presente, intenta , más allá de una denominación aleatoria, recoger en
su mismo concepto la herencia de los retos abiertos de la Modernidad
tras la quiebra del proyecto ilustrado. No renunciar hoy a la Teoría, a
la Historia, a la Justicia social, y a la autonomía del Sujeto,
asumiendo las críticas postmodernas, implica delimitar un horizonte
posible de reflexión que escape del nihilismo, sin comprometerse con
proyectos caducos pero sin olvidarlos. Aceptar el pragmatismo como base
no implica negar que la acción humana se guía por ideales regulativos
que fundamentan la racionalidad argumentativa, si bien estos ideales
regulativos,que tras la modernidad renunciaron a basarse en la teología o
la metafísica, no pueden tampoco hoy, tras las críticas postmodernas,
legitimarse en el proyecto ilustrado . Hemos debilitado su pujanza
gnoseológica, pero en modo alguno, y de ahí la noción de pragmatismo, su
necesidad lógica y social. Tales ideales regulativos representan
simulacros operativos legitimados en la teleología de la perfectibilidad
racional, que la crítica y el consenso renuevan incesantemente, unos
valores de caracter público no universales pero universalizables, que
encuentran su esfera no en la intuición, el sentido común o en la
tradición, sino en el esfuerzo teórico por crear paradigmas conceptuales
que posibiliten el incremento del bienestar social e individual.
Hablamos pues de transformación social, de transcedencia de la mera
gestión práctica, de transacciones argumentativas, de líneas de
cuestionamiento de atraviesan transformándose y transformando el indagar
racional. Transvarguardia, transpolítica, transexualidad… conceptos que
tratan de captar la heterogeidad dinámica del cambio, engastados no en
las piedras milenarias de la metafísica sino en la apuesta positiva y
autónoma de los simulacros necesarios. La opción transmoderna se aleja
igualmente de las nostalgias del fundamento cuanto de las
reivindicaciones de un sentido común alergico a la teoría. No tienen
tampoco las simulacros operativos la legitimación de una supuesta ideal
comunidad de habla, sino el ejercicio situado de las diversas posiciones
argumentativas, que generan aproximados consensos en orden a hipòtesis
estratégicas. Pongamos un ejemplo, para la defensa internacional de los
derechos humanos, no requerimos una fundamentación teológica, ni basada
en la ley natural, ni en la universalidad ilustrada de la razón, sino la
legitimidad que nos otorga la propuesta defensiva estratégica de lo que
desde un prisma utilitarista, y hasta el momento, consideramos como
condiciones necesarias para garantizar el mayor bien para el mayor
número de seres, en pugna de supervivencia contra los fundamentalismos
que, acusándonos de imperialismo cultural, se atrincheran en los
sectarismos nacionales o religiosos.
Como muy certeramente ha sabido ver Lyotard la cuestión de la
autoridad marca la diferencia entre las posturas democráticas
occidentales y los fundamentalismos, especialmente inscritos en la
tradición islámica. Éstos últimos buscarían la legitimación de la
autoridad en la tradición, la identidad nacional, el concepto de raza,
la fe religiosa…conceptos fuertes de honda carga emocional, la Ley, la
Palabra de Dios o la Sangre consolidan de forma monolítica y belicosa la
identidad de la comunidad. Por el contrario en las sociedades modernas,
o postmodernas, la autoridad no es un lugar preestablecido, claro e
inamovible, ocupado desde la legitimidad de una Verdad necesaria e
insoslayable,sea esta el Volkgeist o la revelación divina, plenum que se
manifiesta o interpreta, sino un espacio vacante que se ocupa de forma
delegada y temporal , por una persona o grupo, elegidos previo contrato
electoral por los ciudadanos y cuya actuación está sujeta a revisión y
crítica. De esta manera , la carencia, el hueco, la ausencia metafísica
de fundamentaciíon se convierte no en una pérdida de las sociedades
contemporáneas, sino precisamente en la condición necesaria que
garantiza la libertad democrática; que la autoridad remita al hueco no
representa la debilidad de la Teoría, sino la garantía del uso
argumentativo de la razón en la esfera política, el espacio pragmático
necesario desde donde se construye y renueva la autonomía del individuo.
Frente a posturas como las de Rorty o Rawls que privilegian la
pramática política por encima de disquisiciones especulativas, Lyotard
propone la dimensión metafísica, tras su crisis y en su carencia, como
fundamento antifundamentante del sistema y la práxis democrática : ” Or
ce qui rend possible cell-ci, c’ est l’espace intérieur vacant que la
système ouvert réserve et protège en son sein. Ce système n’a nul besoin
d’une légitimation métaphysique, il a besoin de cet espace libre. La
critique est toujours possible et désirable sous cette condition. Mais
aussi, sa conclusion sera toujours la même : qu’il n’y a pas de
conclusion, qu’il faut différer de conclure, que du "blanc” persiste
toujours dans le "texte”, en quelque sens qu’on prenne le mot "texte”.
Le blanc este la ressource de la critique. Il est la marque de fabrique
que le système ouvert appose sur les oeuvres de l’esprit ” ("Mur, golfe,
système” en Moralités postmodernes, Paris , Galilée, 1993. pag. 76 77).
Hans Bellmer
El espacio vacío, el "blanco ” no como carencia teórica sino como
garantía de libertad, de crítica, de reversibilidad del poder, de
ejercicio argumentativo… y también "de la imaginación”. Tras la caída de
los Grandes Relatos, la imaginación es para Lyotard la única
depositaria de "este gran relato que el mundo pugna por contar sobre sí
mismo”.
Yo lo llamaría "ficción”, consumación y paso del factum al fictum.
Nacimiento de una filosofía narrativa que, invirtiendo la gradación
kierkegaardiana abandonando los estratos teológicos, transita en la
ética, intentando encontrar en la moralidad de las moralidades un placer
estético.
Será la ficción la que nos devuelva a la realidad , la que construya
decorados y andamios conceptuales, que, posibilitando la acción, generen
realidad, no hay ninguna justificación para que esas ficciones asuman
la tosquedad fabril de la escalera de mano wittgensteniana que se usa
tras cumplir su cometido,¿ por qué no el barroco etéreo de Bach? Hemos
pasado del positivismo a la virtualidad, todo: la telemática, los
paradigmas científicos, la escena política, la televisiva actividad
intelectual, el hipertexto como creación… nos habla de la desmesura, del
cumplimiento de la sociedad del espectáculo que Debord anunciara. Se
trata de separar la reverberación de la banalidad y la impostura , para
asumir la levedad como reto ético, gnoseológico y estético. Morimos por
fantasmas y vivimos gracias a ellos, pero hay una línea crítica que
distingue la engañifa de la estafa de una rigurosa metafísica de lo
etéreo que sabe utilizar el simulacro y la ficción como vehículos de la
más alta exigencia.
El estructuralismo, ya desde Saussure, nos advirtió de este exceso de
significantes sobre el significado. Levi-Strauss definía la tarea del
hombre como ese esfuerzo por otorgar significado a una integralidad de
significante. Para Deleuze en esta producción de sentido radica el
caracter dinámico de lo estructural, un dinamismo basado en la
proliferación, generador de un idealismo lingüístico o icónico, donde la
aparición del signo precede al signficado y los objetos se convierten
en símbolos ideales, universos de sentidos excedentes que usurpan a los
referentes, en una metástasis hiperreal de la desmesura.
Es esta dinámica del vacío y del exceso , la raíz paradójica de la
carencia y la inflación, la que a la vez hallamos en terrenos tan
dispares como en crack económico, la coexistencia de los desequilibrios
norte-sur o la cultura del espectáculo junto a la inanidad intelectual.
Pero es de esta misma situación de la que deberemos extraer los resortes
que nos salven de la nostalgia del fundamento, el nihilismo del vacío o
el exceso de la banalidad. No se trata de reconstruir mundos perdidos o
añorados, pero tampoco, en modo alguno, de sucumbir a lo futil. La vía
transmoderna de esta situación, captada como descripción de nuestro
presente por la mayoría de los pensadores, no propone una vuelta
nostálgica al neocomunitarismo a lo MacIntyre, ni una prolongación de la
Modernidad con criterios en el fondo neoilustrados (Habermas), pero en
modo alguno acepta sin más el nihilismo de Baudrillard o el superficial
pastiche de las tribus postmodernas. El vacío, el simulacro, el espacio
en blanco no legitima ni la melancolía ni la carencia de criterios, la
proliferación de signos no perpreta el asesinato de la Teoría. La
"mayoría de edad” consiste precisamente en la asunción del vacío sin
abandonar ni uno solo de los horizontes de la autonomía. El fin de la
Modernidad, la crisis del positivismo, abre el espacio de una
simuloturgia, que ,a la vez que denuncia las pretensiones infundadas y
estrategias serviles de la simulocracia ,diseña ámbitos estratégicos de
la excelencia. Ya no creemos que la Cultura sea el freno de la barbarie,
la puerta del progreso, la escuela de Franckfurt, Nietzsche, el
postestructuralismo… deshicieron esa ingenuidad ; el relativismo
antropológico, la cultura de masas, el multiculturalismo …consumaron la
destrucción de la hegemonía y prerrogativas de la Gran Cultura de la
tradición Occidental. Pero quizás, hoy empezamos a comprobar que quizás
el monstruo no era tan perversamente maligno, que Autschwitz no fuimos
todos, que a la intelectualidad victimaria y autoflagelante se le fue la
mano y la medida , que las dictaduras de lo "políticamente correcto”
emanan del mismo subsuelo conceptual que pretenden combatir. Y si al fín
hemos de deambular entre simulacros, por qué condenarse a perder las
claves culturales de quienes hemos sido desde hace tres milenios?
Debería ser una perogrullada, como afirmaba George Steiner "decir que el
mundo de Platón no es el de los chamanes, que la física de Galileo y de
Newrton articuló una importante porción de la realidad con el espíritu
humano, que las composiciones de Mozart van más allá de los tambores y
címbalos javaneses que conmueven profundamente con recuerdos de otros
sueños”. Pero , según Finkielkraut constata,los herederos del
tercermundismo se han aliado con los apóstoles de la postmodernidad para
elevar "la totalidad de las practicas culturales al rango de las
grandes creaciones de la modernidad”. Tras el imperialismo despótico,
sin cejar un ápice en la defensa de la diferencia, no existen motivos
para no conservar un mundo cultural donde exista la memoria y la
incorrección retrospectiva, entre los placeres de la libertad no es el
menor el de existir inadecuadamente.
Se trata, con todas las matizacionnes que se quiera, y vuelvo a
Steiner ,de mantener el impulso característico de la "civilización”, la
capacidad metafísica y técnica de "soñar hacia adelante”. "Nosostros
abrimos las sucesivas puertas del castillo de Barba Azul porque las
puertas "están allí”, porque cada una conduce a la siguiente en virtud
de una lógica intensificación que es la intensificación de su propia
conciencia que tiene el espítritu. Dejar una puerta cerrada sería no
sólo cobardía sino una triación -radical y automutiladora- hecha a la
postura de nuestra especie que es inquisitiva, que tantea, que se
proyecta hacia adelante. Somos cazadores que vamos tras la realidad
cualquiera que sea el lugar a que ésta nos pueda llevar. Los riesgos,
los desastres que pueden sobrevenir son flagrantes. Pero así es, o por
lo menos fue hasta muy recientemente, el supuesto axiomático y a priori
de nuestra civilización, según el cual el hombre y la verdad son
compañeros, sus caminos se tienden hacia adelante y están
dialécticamente emparentados” ( G. Steiner, En el castillo de Barba
Azul, Barcelona, Gedisa, 1992, pag. 174).
Aunque la verdad sea uno de los nombres de la ficción, y lo sepamos, y
tras la última puerta solo quede la galería de los espejos, la esfinge
sin secreto, una ruta de cadáveres, donde comprobamos esperanzados que a
la postre Barba Azul tampoco existe y el asesinato es otra más de las
argucias de la narración.
Esta geografía de la ausencia puede captarse también en los espacios
sociológicos y éticos. Crisis de la política, sustitución de la
ideología por la gestión, escepticismo social… Si la década de los 80
fue la apoteosis del loock postmoderno, la fiesta del fragmento, la
cultura del espectáculo, la entronización del narcisismo, la fiesta de
la banalidad; los 90 nos viene ofreciendo la cara bárbara y brutal de
esa fragmentación. Tras la celebración de la caida del muro de Berlín ,
la desmembración política, el resurgimiento de las luchas nacionalistas,
el conflicto bélico de la antigua Yugoslavia, la falacia capitalista
del fin de la historia entonada por Fukuyama resolviendo la muerte del
marxismo, la corrupción política haciendo tambalear el sistema de
representación deomocrática, la quiebra del equilibrio entre los tres
poderes, enfrentando el judicial al ejecutivo, de mano de un cuarto
poder, los medios de comunicación, aplicados a la apología del
escándalo. Un proceso en el que la crisis de la Modernidad , ejercida en
la crítica y la sospecha del programa ilustrado , parece haber pasado
primero la etapa crítica, después la euforia por la liberadora
multiplicidad tras la deslegitimación de las propuestas unitarias, para
finalmente enfangarse en un delirante soprepasamiento y destrucción de
esos mismos frentes: 1. libertad, democracia representativa/corrupción
política, secuestro de la sociedad civil. 2. Verdad,
comunicación/manipulación, intereses de lobys económicos. 3.
Justicia/corporativismo, estrellato individual de los jueces.
Ante esa tesitura crítica de desafección por los ideales teóricos y
politicos que sustentaron nuestra modernidad la sociedad parece poner en
marcha dos estrategias de respuesta, aparentemente contrapuestas, la
una grupal y la otra individualista. Por un lado los grupos marginales,
locales , que no se consideran representados por el sistema, ya sean
parados, bandas juveniles, grupos radicales, barrios de inmigrantes…, o
colectividades nacionales enteras, minoritarias en un pais o corrientes
religiosas transnacionales, desarrollan procesos neotribales de cohesión
emocional. Por otro, los sectores de clase media, integrados,
cumplimentan actitudes ordenadas pragmático-liberales asumiendo el vacío
ideológico. Ambas zonas pueden producir discursos fundamentalistas o
ultraconservadores, en contradicción en el primer caso con el talante
principalmente no discursivo del vínculo emotivo tribal, y en el segundo
caso pretendiendo retornos puritanos y ultraconservadores frente a la
tolerancia social, creando cercanías transversales que asemejan en sus
recursos lógicos emocionales grupos tan diversos como los
fundamentalismos islámicos o las propuestas puritanas del partido
republicano en USA.
Dos autores, entre otros, han analizado, de forma exclusiva dichos
fenómenos, por un lado Michel Maffesoli quien observaría en el
neotribalismo el declive del individualismo en las sociedades de masas, y
por otro Gilles Lypovetsky , quien sustenta que es precisamente el
individualismo una de las características de la sociedad contemporánea.
Más allá de exclusiones, considero que ambos autores tienen en alguna
medida razón, basta aplicar su mirada hacia estratos diferentes de la
sociedad, para ver reflejados los comportamientos por ellos descritos,
por lo que, transcendiendo su aparente irreductibilidad, quizá la suma
de ambas perspectivas nos aporte una mejor visión panorámica.
Hans Bellmer
Según Maffesoli la Modernidad habría estado caracterizada por el
predominio de lo social como estructura mecánica, y organización
económico política de individuos, que cumplían una función y se movían
por agrupamientos contractuales, mientras que lo que caracterizaría la
postmodernidad sería la socialidad, como estructura compleja u orgánica
de masas, donde las personas desempeñan roles integrándose en tribus
afectivas.. Mientras la lógica individualista moderna busca la identidad
separada, la idea de persona, representa lo que el autor denomina ” el
paradigma estético”, la multiplicidad del yo que no se constituye sino
en relación con los otros. "Voilà bien la différence que l’on peut
établir entre les périodes abstractives, rationnelles et les périodes
"empathiques”. Celles-là reposente sur le principe d’individuation, de
séparation, celles-ci au contraire sont dominées para
l’indifférenciation, la "perte” dans un sujet collectif: ce que
j’appellerai le néo-tribalisme” (Michel Maffesoli, Le temps des tribus.
Paris. Meridiens Klincksieck, 1988, pag. 23).
Maffesoli parte de la "comunidad emocional ” ( Gemeinde) weberiana
como generadora de una estética del "nosotros”. Frente a una moral
abstracta y general, aparece la ética que surge de un grupo concreto, y
que está fundada en la empatía y la proxemia (escuela de Palo Alto). El
individuo y la política son los dos polos esenciales de la Modernidad,
por ello el fin de la política no significaría un retorno al narcisimo,
sino la efervescente y vital aparición de la masa como forma de
agregación de la socialidad, como transcendencia inmanente que sobrepasa
a los individuos pero mantiene la cohesión del grupo a través de los
gustos sexuales, culturales, religiosos de las diversas tribus en las
que una persona participa. Socialidad electiva, emocional, comunicativa,
estética que sustituye los usos políticos, representativos y distantes
de la modernidad. La moda, el hedonismo, el culto al cuerpo, la
importancia de la imagen no son los síntomas de una vuelta al
individualismo sino las formas de agregados societales presididas por
una lógica de la identificación.
Considero que estas caracterizaciones describen ,más que los usos
comportamentales de la socialidad postmoderna, como pretende Mafessoli ,
las formas de actuación y de cohesión de ciertos grupos específicos, y
que dejan de ser operativas cuando se dirigen las capas más amplias de
la población: a clases medias, profesionales, con cierto poder
adquisitivo. En ellas la estructura ordenada y de consumo que constituye
la familia establece una mayor fractura entre éstas, con gran
predominio de la esfera privada y zonas de sociabilidad muy
estandarizadas. Es más toda presencia de excesiva socialidad será
sentida en el fondo como un peligro si se acentúa la identificación
"tribal” de alguno de sus miembros por motivos religiosos,
juvenil,politico… Para estas grandes capas sociales considero más
acertados los análisis del individualismo contemporáneo tal y como los
realiza , por ejemplo, Gilles Lipovetsky.
Para Lipovetsky el individualismo se manifiesta en los dos estratos
de la sociedad : integrados y minorías desheredadas, e igualmente en una
versión liberal tolerante cuanto tras las apocalípticas andanadas
ultrarrepresivas. Pero el individualismo responsable, lejos de llevar al
hedonismo, al desorden caótico egoísta, se estructura en la época del
postdeber generando una "lógica ligera y dialogada, liberal y pragmática
referida a la construcción graduada de los límites, que define
umbrales, integra criterios múltiples, instituye derogaciones y
excepciones” (Lipovetsky, El crepúsculo del deber,Barcelona, Anagrama,
1994,pag.14).
El porvenir de la democracia se halla, en frenar las formas anómalas
del egoísmo irresponsable y avanzar en las condiciones de posibilidad
políticas de una nueva autonomía , de la gestación del bienestar y el
respeto de los derechos individuales. Esta nueva tarea, plenamente
ética, nace en la época posmoralista que no se rige por el primado ni
religioso ni ilustrado del deber, que abandona los dogmatismos maniqueos
y los totalitarismos universalistas, cumple pues el fin de una
modernidad que quedó inaugurada por la hegemonía del imperativo moral y
la sacralización laica del deber, sustituye el paradigma de la conquista
moderna de la autosuficiencia, su ideal heroico y rigorista.
Pero la lógica posmoralista , no nos lleva, como quisieran ver las
advertencias puritanas, a la disolución de la moral, al hedonismo
desordenado o al libertinaje, es a partir de las coordenadas de la
felicidad, la seducción, el cuidado del yo, el imperativo narcisista …
que surge una nueva forma de autorregulación responsable y tolerante,
funcional, sensatamente gestionada, ciertamente moral, pero de una
moralidad sin obligación ni sanción, más allá de la mojigateria o la
transgresión se busca principalmente lo correcto. "El proceso
posmoralista ha transformado los deberes hacia uno mismo en derechos
subjetivos y las máximas obligatorias de la virtud en opciones y
consejos técnicos con miras al mayor bienestar de las personas”(idem.
pag.83). Es la fragilidad emocional de las personas y el cuidado y
atención a los derechos de los otros lo que determina las reglas
emanadas de este neoindividualismo. El vacío teológico y teórico, lejos
de conducir al desvarío y la ausencia normativa, establece un pragmático
sistema autoregulador orientado hacia la mayor realización personal, lo
que constituye un inédito principio legitimador frente a la vieja
moral. La moral puede convertirse en una fiesta espectáculo mediático de
la solidaridad. El cuidado higienista frena la promiscuidad sexual, la
fidelidad reaparece sin la virtud. La atención al cuerpo y el equilibrio
saludable regulan la lucha frente a la droga, la eutanasia, la cruzada
antitabaco o el derecho a la transexualidad. La familia, abierta en sus
modelos, retorna como estructura de salvaguarda emocional . El mundo de
los negocios deja de ser el espacio de la denostada explotación
capitalista para convertirse en reducto de exigencia ética; la
movilidad, el esfuerzo, la profesionalidad retornan con la exigencia de
una nueva valoración del éxito personal. La ecología pasa de
reivindicación de una opción política a ser considerada una obligación
irrenunciable de los estados.
La época transmoderna está impregnada por la hegemonía de la
ausencia. Allá donde miremos hallamos este hueco primordial. Sentido
como carencia irrenunciable en el trasfondo de todos los
fundamentalismos, nostalgia del Todo y del Fundamento , que se observa
tanto en la posición matizada y crítica de las posturas neoilustradas,
cuanto en las reacciones más neoconservadoras, los integrismos
religiosos, o la emocional necesidad de cohesión de las diversas tribus
urbanas. Pero también asunción de la carencia como pragmático y liberal
retorno de la responsabilidad postmoralista. Se trata quizás, de hacer
real lo que , con un cierto optimismo Lipovetsky considera ya una
caracterización de nuestra sociedad contemporánea. Reconocer en el hueco
, en el espacio en blanco, como lo propone Lyotard, el fundamento no
metafísico sino dialógico de las democracias postindustriales. Ello,
como muy certeramente tematizaba Edgar Morin en un reciente curso sobre
la Tolerancia, (UIMP Valencia, octubre 1995), no implica zambullirse en
el relativismo, las posturas y las "verdades” no son todas ellas
relativas y equivalentes, no es tal la condición interna de las teorías y
las creencias, sino el requisito formal de las reglas de la alternancia
democrática que valida por plebiscito una tendencia entre otras
igualmente elegibles. El pensamiento complejo complementa la necesidad
dialógica sin otorgarle una pregnancia ideal de comunicación. Se trata
de diseñar de forma abierta, dinámica y revisable los límites de lo
intolerable y de la tolerancia, salvaguardando los espacios
irrenunciables de libertad. Y ello implica hoy replantearse no el
paradigma democrático, pero sí sus modelos y usos más enquistados: la
carencia de democracia interna de los partidos políticos, la ausencia de
listas abiertas, la falta de control de la sociedad civil de las
actuaciones postelectorales, los límites del estado, las vías del
asociacionismo fuera de los partidos… Ciertamente una nueva era de la
política, o de la postpolítica, revitalizando el aliento que albergó su
configuración moderna.
Hans Bellmer
La construcción de un nuevo espacio social debería resguardar el
esfuerzo emancipador del que somos herederos, establecer una profunda
revisión del modelo de representación política, integrar las formas
emocionales de socialidad, evitar la separación violenta o sectaria de
aquellos que solo en la agresividad neotribal encuentran su afirmación y
reconocimiento, asumir los límites de la tolerancia y la intolerancia,
abrirse a la diferencia y la diversidad, escapar del narcisimo privado
insolidario, reconocer en el dialogo el arma de regeneración social…
todo ello, como se ve, retos pendientes de una modernidad no inconclusa,
sino quizás cumplida, y por ello obstáculo para aquello mismo que
pretendió . No solo la ilustración ha sido insuficiente, también la
imaginación, pues no había realidad nouménica tras el fenómeno, ni playa
bajo el pavimento, tan solo hueco, ausencia, libertad para dotarnos de
la autonomía electiva de la ficción, guiados por la voluntad y la mas
alta exigencia, forzando horizontes, generando realidad, ágora de
sombras que dibuja nuevas rutas para dejar definitivamente atrás los
restos del naufragio.
Autor: Rosa Maria Rodriguez Magda.
Catedrática y Doctora en Filosofía Directora
de la revista "Debats”.
|