SIEGFRIED KRACAUER
"Diversas son
las líneas de la vida, Como los caminos y los confines de las
montañas. Lo que somos aquí, puede un dios
completarlo allá Con armonías, paz y recompensa
eterna"
Die Linien des Lebens / HOLDERLIN
1
El lugar que una
época ocupa en el proceso histórico se
determina con más fuerza a partir del
análisis de sus discretas
manifestaciones superficiales, que a
partir de los juicios de la época sobre
sí misma. En cuanto que expresión de
tendencias históricas, estos últimos no
son un testimonio convincente de la
constitución global del período. Las
primeras, a causa de su inconsciencia,
preservan el acceso inmediato al
contenido básico de lo existente. Y, a
la inversa, su importancia está
vinculada a su conocimiento. El contenido
básico de una época y sus impulsos
inadvertidos se aclaran mutuamente.
2
En el campo de la
cultura del cuerpo, que cubre incluso las
revistas ilustradas, ha tenido lugar un
silencioso cambio de gusto. Su primera
manifestación son las Tiller girls.
Estos productos de las fábricas
americanas de entretenimiento no son ya
muchachas individuales, sino complejos de
muchachas sin solución de continuidad
cuyos movimientos son demostraciones
matemáticas. Mientras que en el teatro
de revista se condensan en figuras, en
suelo austral o indio, por no hablar de
los Estados Unidos, desarrollan siempre,
en el mismo estadio abarrotado,
programas de idéntica exactitud
geométrica. Hasta el más apartado lugar
en donde aún no han penetrado es
informado al respecto a través de los
noticiarios cinematográficos semanales.
Una mirada a la pantalla enseña que esos
ornamentos consisten en miles de cuerpos
asexuados en traje de baño. La multitud
que se reparte en los graderíos aclama
la regularidad del modelo que dibujan.
Hace tiempo que estas
exhibiciones, que no sólo son
organizadas por girls y habituales
de los estadios, han desarrollado una
forma consolidada. Han obtenido un
reconocimiento internacional. El
interés estético se vuelve hacia ellas.
El soporte de los ornamentos
es la masa, y no el pueblo; cuando
éste forma figuras, no cuelgan en el
aire, sino que se desarrollan a partir de
la comunidad. Una corriente de vida
orgánica se estremece desde los grupos
fatalmente unidos hacia sus ornamentos,
los cuales aparecen como un poder mágico
y, por ello, tan cargados de
significados, que no se dejan diluir en
simples estructuras lineales. Incluso los
marginados de la comunidad, que se saben
personalidades singulares con alma
propia, fracasan en la cultura de los
nuevos modelos. Si ingresaran en el
sistema, el ornamento no pasaría por
encima de ellos. Sería una composición
coloreada que no podría ser calculada
hasta el final, puesto que sus puntas se
hincarían, como las púas de un
rastrillo, en los estratos anímicos
intermedios que restasen. Los modelos del
estadio y los cabarets no delatan en
absoluto esta procedencia. Son compuestos
de elementos como piedras de un edificio,
y nada más. En la erección de un
edificio, lo que importa es la forma y el
tamaño de las piedras, y su cantidad. Es
la masa la que se pone en juego. Sólo en
cuanto que miembros de la masa, y no como
individuos que se creen formados desde
dentro a afuera, son los seres humanos
fracciones de una figura.
El ornamento es un fin en
sí mismo. También la danza
producía ornamentos que se movían a
manera de un caleidoscopio. Pero éstos,
tras desprenderse de su sentido ritual,
eran cada vez más la configuración
plástica de la vida erótica, que los
impulsaba desde sí y determinaba sus
rasgos. Por el contrario, el movimiento
masivo de las girls se da en el
vacío, como un sistema lineal que carece
ya de significado erótico, sino que, en
todo caso designa el lugar de lo
erótico. Las constelaciones vivientes de
los estadios carecen asimismo de la
significación de las evoluciones
militares. Por muy regulares que
resultasen, su regularidad era estimada
como un medio para un fin; las marchas
militares provenían de los sentimientos
patrióticos que despertaban la fibra
sensible de los soldados y los súbditos.
Las constelaciones no significan otra
cosa que ellas mismas, y la masa sobre la
que se levantan no es una unidad ética,
como lo es la compañía en un ejército.
Las figuras ni siquiera han de agradar
como accesorio ornamental de la
disciplina gimnástica. Las unidades de girls
se entrenan, más bien, para producir una
infinidad de líneas paralelas, y el
entrenamiento de masas humanas más
amplias resultará idóneo para la
obtención de un modelo de insospechadas
dimensiones. Al final, lo que queda es el
ornamento para cuya clausura se vacían
las estructuras portadoras de sustancia.
Este ornamento no es algo
pensado en su conjunto por las masas que
lo realizan. Es tan lineal, que ninguna
línea sobresale de las partículas de la
masa hasta alcanzar la figura entera. Se
asemeja a las vistas aéreas de
paisajes y ciudades en que no se
desarrolla desde el interior de lo que se
da, sino que aparece por encima de ello.
Tampoco los actores de teatro aprecian la
imagen escénica en su conjunto, pero
participan conscientemente de su
construcción, así como tampoco para los
figurantes del ballet queda manifiesta la
figura ante aquel que la presenta. Cuanto
más se deshace su conjunto en algo
meramente lineal, tanto más se sustrae a
la inmanencia de la conciencia de quienes
lo configuran. De este modo, sin embargo,
no es alcanzado por la mirada más
decisiva, y nadie lo divisaría de no
sentarse ante el ornamento esa multitud
de espectadores que a nadie representa y
que se comporta estéticamente respecto a
aquella mirada.
El ornamento que se
desprende de sus portadores hay que
concebirlo racionalmente.
Consisten en estructuras lineales y
círculos tal como los que se encuentran
en los libros de geometría euclidiana;
también se incluyen configuraciones
elementales de la física, ondas y
espirales. Quedan excluidas las
proliferaciones de formas orgánicas y
las irradiaciones de la vida anímica.
Por lo demás, las Tiller girls ya
no se dejan calificar como seres humanos;
los libres ejercicios de masas no son
emprendidos nunca por el cuerpo
enteramente sustentado, cuyas curvaturas
se resisten a la comprensión racional.
Brazos, muslos y otras partes del cuerpo
no son sino elementos mínimos
integrantes de la composición.
La estructura del ornamento
de masas es un reflejo de la situación
actual en su conjunto. Dado que el
principio del proceso de producción
capitalista no proviene puramente de
la naturaleza, debe hacer estallar los
organismos naturales que son para él
medios o centros de resistencia.
Comunidad de pueblo y personalidad
desaparecen cuando lo que se reclama es
calculabilidad; en cuanto que partícula
de la masa, el hombre sólo puede, sin
dificultad, trepar estadísticamente
encuadrado y servir a las máquinas. El
sistema, indiferente ante la
especificidad de las configuraciones,
conduce por sí mismo al borrado de las
particularidades nacionales y a la
fabricación de masas de trabajadores que
se puedan emplear con regularidad en
cualquier punto del planeta. Como el
ornamento de masas, el proceso de
producción capitalista es un fin en sí
mismo. Las mercancías que pone en
circulación no están realmente
producidas para ser poseídas, sino por
el beneficio, que se quiere ilimitado. Su
crecimiento está ligado al de la
empresa. El productor no trabaja para
obtener una ganancia privada –en los
Estados Unidos, los excedentes se llevan
a los asilos del espíritu, como las
Bibliotecas o las Universidades, en donde
se hace madurar a los intelectuales que a
través de su posterior actividad
reembolsan con interés compuesto el
dinero adelantado-, el productor trabaja
para el engrandecimiento de la empresa.
El hecho de que produzca valores no se da
por mor de esos valores. Si el trabajo
podía antes servir, hasta cierto punto,
para su fabricación y su uso, éstos se
han convertido ahora en efectos
secundarios al servicio del proceso de
producción. Las actividades en él
implicadas han quedado desposeídas de su
contenido sustancial. El proceso de
producción discurre manifiestamente en
lo oculto. Cada uno, por así decir,
despacha a su presa en la cinta rodante
de la cadena de producción, ejerce una
función parcial sin conocer el todo.
Como el modelo del estadio, así se
ofrece la organización sobre las masas,
una figura monstruosa sustraída por su
autor a los ojos de sus portadores y que
apenas le tiene como espectador. Ha sido
diseñada según unos principios
racionales de los que el taylorismo no ha
hecho sino extraer la última
consecuencia. Las piernas de las Tiller
girls corresponden a las manos en la
fábrica. Más allá de la destreza
manual, se intenta computar también
ciertas disposiciones mentales por medio
de pruebas de aptitud. El ornamento de
masas es el reflejo estético de la
racionalidad a la que aspira el sistema
económico dominante.
Los cultivados, algo que nos
todos llegan a ser, han tomado a mal la
irrupción de las Tiller girls y
las imágenes del estadio. Lo que
divierte a la multitud, lo juzgan como
dispersión. Pero, en contra de su
opinión, la complacencia estética
en los movimientos ornamentales de masas
es legítima. De hecho, forman
parte de esas aisladas configuraciones de
la época que prestan forma a un material
previamente dado. La masa que en ellos se
organiza ha sido extraída de las
oficinas y las fábricas; el principio
formal que las moldea las determina
también en el ámbito de lo real. Cuando
importantes contenidos de realidad quedan
sustraídos a la visibilidad de nuestro
mundo, el arte debe explotar los
elementos residuales que queden, puesto
que una representación estética es
tanto más real cuanto menos ingrese en
ella la realidad exterior a la esfera
estética. Por muy insignificante que sea
el valor que se asigne al ornamento de
masas, su grado de realidad lo ubica por
encima de las producciones artísticas,
que recrean unos más altos sentimientos
depositados en formas pretéritas,
incluso podría ser que no significase
nada más.
3
El proceso de la
historia se dirime frente a los poderes
de la naturaleza, que en los mitos
dominan la tierra y el cielo, por obra de
la débil y remota razón. Tras el ocaso
de los dioses, aquéllos no han abdicado;
la vieja naturaleza, en el hombre y fuera
del hombre, sigue afirmándose. Desde
ella se han alzado las grandes culturas
de los pueblos, que han de morir como
cualquier criatura natural; sobre ese
fundamento se levantan las
superestructuras del pensamiento mitológico
que confirma a la naturaleza en su
omnipotencia. Con todas sus diferencias
de estructura, que se transforma con los
tiempos, siempre se detiene ante la
barrera tendida por la naturaleza.
Reconoce al organismo como su modelo
primigenio, se quiebra en el carácter
configurado de lo existente, se inclina
ante el imperio del destino; en todas las
esferas refleja lo dado en la naturaleza
sin rebelarse contra su permanencia. La
doctrina orgánica de la sociedad que
erige al organismo natural como modelo de
la articulación social no es menos
mitológica que el nacionalismo, que no
conoce unidad más alta que la destinada
por la nación.
No es en el círculo de la
vida natural como se mueve la razón.
Para ella, de lo que se trata es de la
inserción de la verdad en el mundo. Su
imperio ha sido antes soñado en los
auténticos cuentos de hadas, que
no son historias maravillosas, sino que
exponen el maravilloso advenimiento de la
justicia. El hecho de que Las mil y
una noches se abriesen paso
precisamente en la Francia de la
Ilustración, que la razón del siglo
XVII reconociese a la razón de los
cuentos de hadas como su semejantes,
tiene su profundo sentido histórico. Ya
en épocas tempranas de la historia, la
mera naturaleza es superada en los
cuentos de hadas por mor de la victoria
de la verdad. Los poderes de la
naturaleza sucumben ante la impotencia
del bien, la lealtad triunfa sobre las
artes mágicas.
Puesto al servicio de la
irrupción de la verdad, el proceso
histórico se convierte en el proceso de desmitologización
que provoca la reducción de las
posiciones que la naturaleza vuelve
siempre a ocupar de nuevo. La
Ilustración francesa es un gran ejemplo
de la confrontación entre la razón y
las fantasmagorías mitológicas
promovidas hasta en el seno de los
ámbitos religioso y político. Esta
confrontación prosigue, mientras que en
el curso del desarrollo histórico
podría ser que la naturaleza, en la
misma medida en que va quedando despojada
de su encanto, vaya haciéndose cada vez
más permeable a la razón.
4
La época
capitalista es una etapa en el camino
del desencantamiento. El pensamiento
subordinado al actual sistema económico
ha posibilitado una dominación, y un
aprovechamiento de la naturaleza cerrada
en si como ningún tiempo anterior lo
había logrado. Lo decisivo, sin embargo,
no es que este pensamiento capacite para
la explotación de la naturaleza –si
los hombres fuesen sólo explotadores de
la naturaleza, ésta habría vencido
sobre sí misma -, sino que se hace cada
vez más independiente de las condiciones
naturales y abre así un espacio para la
intervención de la razón. A su racionalidad,
procedente en parte, aunque no sólo, de
la razón de los cuentos de hadas, hay
que agradecer las revoluciones burguesas
de los últimos cientocincuenta años,
que han ajustado las cuentas con las
fuerzas naturales de una Iglesia enredada
en lo mundano, de la monarquía y de la
condición feudal. La imparable
descomposición de éstos y otros
vínculos mitológicos es la felicidad de
la razón, pues el cuento de hadas sólo
se realiza en los lugares de
desintegración de las unidades
naturales.
Con todo, la ratio
del sistema económico capitalista no es
la razón misma, sino una razón
enturbiada. Desde cierto punto de vista,
abandona la verdad de la que participa. No
incluye al hombre. Ni el proceso de
producción está regulado en función
del respeto por él, ni la organización
económica y social se construye sobre
él, ni en ninguna parte en absoluto es
el fundamento humano el fundamento del
sistema. El fundamento humano: pues no es
de eso de lo que se trata, de que el
pensamiento capitalista deba cuidar al
hombre como una criatura históricamente
desarrollada, que deba dejarle sin
dirimir como personalidad y satisfacer
las exigencias de su naturaleza. Lo que
los representantes de esta concepción
reprochan al capitalismo es que su
racionalismo violenta al hombre, y
esperan con impaciencia el nuevo
advenimiento de una comunidad que salve
lo presuntamente humano mejor de lo que
lo hace la sociedad capitalista.
Prescindiendo del efecto retardatario de
tales formaciones regresivas se les
escapa el núcleo mismo de la debilidad
del capitalismo. Éste no racionaliza
demasiado, sino demasiado poco. El
pensamiento del que es portador se opone
a la consumación de la razón que habla
desde el fundamento del ser humano.
El signo del lugar en el que
se encuentra el pensamiento capitalista
es su abstracción. Hoy día, a
través de su predominio se establece un
espacio espiritual que abarca una
totalidad de manifestaciones. La
objeción dirigida al pensamiento
abstracto, según la cual éste sería
incapaz de concebir los auténticos
contenidos de la vida, y que por ello
habría de ceder ante una contemplación
concreta de los fenómenos, remite
ciertamente a los límites de lo
abstracto, pero es precipitado formularla
cuando funciona a favor de aquella falsa
concreción mitológica que atisba la
meta en el organismo y en la forma.
Retornar a ella sería abandonar la
capacidad de abstracción que una vez
adquirió el ser humano, pero no superar
la abstracción misma. Ésta es la
expresión de una racionalidad obstinada.
Las determinaciones de contenidos de
sentido que se encuentran en la
universalidad abstracta –como las
determinaciones del ámbito económico,
social, político- no dan a la razón
aquello que le pertenece. A su través no
es posible pensar la dimensión
empírica; de abstracciones vacías de
contenido puede extraerse cualquier
aplicación práctica. Por detrás de
estas tajantes abstracciones yacen los
conocimientos racionales singulares que
responden a la peculiaridad de la
situación de la que en cada caso se
trata. A pesar del contenido que se les
podría reclamar, éstas son concretas
sólo en un sentido derivado; al menos,
no son `concretas` en el sentido vulgar,
que reserva la expresión para las
limitadas intuiciones de la vida natural.
Así pues, el carácter abstracto del
pensamiento actual tiene un doble
sentido. Desde el punto de vista de
las doctrinas mitológicas, en las que la
naturaleza se afirma ingenuamente, el
proceder de la abstracción, tal como lo
ejercen, por ejemplo, las ciencias de la
naturaleza, es una ganancia en
racionalidad que deteriora el fulgor de
las cosas naturales. Desde la perspectiva
de la razón, ese mismo proceder aparece
como naturalmente condicionado; se pierde
en un formalismo vacío que hace de
cobertura para dejar el campo libre a la
naturaleza, pues aquél no deja pasar los
conocimientos racionales capaces de
alcanzar lo natural. El dominio de la
abstracción indica que el proceso de
desmitologización no ha sido llevado
hasta el final.
El pensamiento del presente
se enfrenta a la cuestión de si debería
abrirse a la razón o mantenerse cerrado
frente a ella. No puede sobrepasar los
límites que él mismo ha establecido sin
que quede esencialmente transformado el
sistema económico que constituye su
infraestructura, su subsistencia arrastra
consigo la de éste. De tal modo, el
ininterrumpido desarrollo del sistema
capitalista condiciona el ininterrumpido
crecimiento del pensamiento abstracto (o
bien obliga al pensamiento a hundirse en
una falsa concreción). Sin embargo,
cuanto más se consolida la abstracción,
tanto más irreductible sigue
siendo el hombre a la razón. Es sometido
de nuevo a la violencia de los poderes
naturales cuando su pensamiento, habiendo
girado a mitad de camino hacia lo
abstracto, se resiste a la irrupción de
los auténticos contenidos de
conocimiento. En lugar de reprimir
aquella violencia, el pensamiento
extraviado llama a su propia
insurrección en la medida en que se
desliza fuera de la razón, la única que
podría confrontarse con ellos y
doblegarlos. El hecho de que la oscura
naturaleza proteste siempre amenazante y
obstaculice el advenimiento del hombre
producto de la razón, es sólo una
consecuencia de la desbocada extensión
del poder del sistema económico
capitalista.
5
Equívoco como la
abstracción es el ornamento de la
masa. Por un lado, su racionalidad es
una reducción de lo natural que no deja
al hombre atrofiarse, sino que, al
contrario, si fuese realizada por
completo, pondría de manifiesto su
esencia en toda su pureza. Precisamente
porque el portador del ornamento no
figura como personalidad completa, como
una armónica unificación de naturaleza
y "espíritu" en la que
aquélla obtiene demasiado y éste
demasiado poco, se hace transparente
frente al hombre al que la razón
determina. La figura humana puesta en
juego en el ornamento de masas ha
emprendido la mudanza desde la
expansiva magnificencia de lo orgánico y
la tendencia a la configuración
individual hacia aquel anonimato en el
que se enajena, cuando está en la verdad
y los conocimientos irradiados por el
fundamento humano disuelven los contornos
de la figura natural, visible. Que en el
ornamento de masas la naturaleza queda
desubstancializada: justamente ésta es
una indicación del único estado en que
se puede sostener de la naturaleza que es
lo que no resiste la iluminación por
medio de la razón. Así, los árboles,
estanques y montañas de los viejos
paisajes chinos están todavía
sombreados sólo como insuficientes
signos ornamentales. El medio orgánico
es extirpado y las existencias restantes,
desligadas, son compuestas según las
leyes dadas por un saber, aun cuando
temporal, acerca de la verdad y no según
las de la naturaleza. Sólo restos del
complejo humano ingresan en el ornamento
de masas. Su selección y conjunción en
el médium estético resulta de un
principio, representa a esa razón que
hace estallar la forma de manera más
pura que aquellos otros principios que
preservan al hombre como unidad
orgánica.
Cuando se considera el
ornamento de masas desde el lado de la
razón, se manifiesta como culto
mitológico que se esconde en un
ropaje abstracto. La conformidad del
ornamento con la razón es, por tanto,
una apariencia que lo asume a semejanza
de otras representaciones corporales
dotadas de una inmediatez concreta. En
realidad, es la crasa manifestación de
la naturaleza inferior. Puede moverse con
tanta más libertad cuanto más
resueltamente la ratio capitalista
queda escindida de la razón y, en el
hombre, se evapora en el vacío de lo
abstracto. Con la racionalidad del modelo
de la masa se eleva inadvertidamente lo
natural en su impenetrabilidad. Es cierto
que el hombre como ser orgánico ha
desaparecido del ornamento, pero con ello
no se destaca el fundamento humano, sino
que la partícula de masa que permanece
se cierra frente a él como un mero
concepto general formal cualquiera.
Ciertamente, las piernas de las Tiller
girls, a diferencia de las unidades
corpóreas naturales, se mueven en
paralelo, y también es verdad que los
miles de espectadores en el estadio
conforman una única constelación, pero
esa constelación no brilla, mientras que
las piernas de las Tiller girls
son la designación abstracta del cuerpo.
Allí donde la razón desintegra el
conjunto orgánico y rasga la superficie
natural, aun cuando cultivada, allí
habla, allí descompone la figura formal
humana para que la verdad no dislocada, a
partir de sí misma, modele de nuevo al
hombre. En el ornamento de masas no ha
penetrado; sus modelos están mudos.
La ratio que lo produce es lo
bastante poderosa para llamar a la masa y
para suprimir la vida de las figuras.
Pero es demasiado débil para encontrar a
los hombres en la masa y hacer las
figuras trasparentes al conocimiento. En
la medida en que huye ante la razón
hacia lo abstracto, crece la naturaleza
incontrolada bajo el manto de la forma de
expresión racional y se sirve de los
signos abstractos para presentarse a sí
misma. Ya no puede transformarse, como
entre los pueblos primitivos y en los
tiempos de los cultos religiosos, en
configuraciones poderosas como símbolos.
Esa fuerza del discurso sígnico se ha
retirado del ornamento de masas bajo el
influjo de la misma racionalidad que
impide la quiebra de su mutismo. Así es
como se da la mera naturaleza en él, la
naturaleza que se resiste también frente
a la concepción y la declaración de su
propio significado. Es la vacía forma
racional del culto, carente de
cualquier sentido expresable, la que se
expone en el ornamento de masas. Con ello
se manifiesta como una recaída en la
mitología, una recaída tal, que apenas
puede pensarse una mayor –como una
recaída que, por su parte, vuelve a
denotar la cerrazón de la ratio
capitalista frente a la razón.
El hecho de que se trata de
un engendro de lo meramente natural es
confirmado por el papel que desempeña en
la vida social. Los
espiritualmente bien situados que, sin
querer reconocerlo, son el anexo del
sistema económico dominante, no han
atisbado todavía el ornamento de masas
como signo de este sistema. Niegan el
fenómeno para seguir erigiéndose en
organizaciones artísticas que permanecen
intocadas por la realidad que se hace
presente en el modelo del estadio. La
masa, con la que se ha abierto paso
espontáneamente, está por encima de los
cultivados que la desprecian, en la
medida en que reconoce sin velos los
hechos en bruto. Con la misma
racionalidad con la que los portadores
del modelo son dominados en la vida real,
se hunden en lo corporal y perpetúan
así la realidad contemporánea. Las
canciones premiadas en la cultura del
cuerpo no son hoy cantadas sólo por un
Walter Stolzing. Pueden ser vistas
fácilmente como ideologías, pero, en
cualquier caso, podría ser que el
concepto de una cultura del cuerpo
acoplase legítimamente dos palabras
entrelazadas por su sentido. La ilimitada
significación que se atribuye a lo
corporal no ha de ser derivada del valor
limitado que le corresponde. Se explica
sólo a partir de la alianza que
establece la esencia de la cultura del
cuerpo, con sus campeones parcialmente
inconscientes, con lo existente. El
entrenamiento corporal confisca las
fuerzas; la producción y el consumo
irreflexivo de las figuras ornamentales
apartan de la transformación del orden
vigente. El acceso a la razón se hace
más difícil cuando las masas en las que
debería penetrar se entregan a las
sensaciones que les ofrece el culto
mitológico sin dioses. Su significación
social no es nada menos que la de los juegos
circenses romanos, que fueron
instituidos por los detentadores del
poder.
6
Son incontables las
tentativas que, por mor de una esfera
superior, pretenden renunciar a la
racionalidad y al nivel de realidad
alcanzados por el ornamento de masas.
Así, la meta que persiguen los esfuerzos
de la gimnasia rítmica en la
cultura del cuerpo, más allá de la
higiene personal, es la de expresar
elegantes contenidos espirituales que los
docentes de la cultura del cuerpo
aderezan a menudo con visiones del mundo.
Prescindiendo de su imposibilidad
estética, estas estructuras aspiran a
rescatar justo aquello que el ornamento
de masas ha venido felizmente a delatar:
la vinculación orgánica de la
naturaleza con algo que las naturalezas
demasiado conformistas consideran como el
alma o el espíritu; es decir: la
exaltación de lo corporal a través de
significaciones que proceden de él y
que, ciertamente, pueden ser
espirituales, pero no llevan en sí
huella alguna de la razón. El ornamento
de masas representa la naturaleza muda
carente de aquella superestructura, la
gimnasia rítmica pretende confiscar
incluso los estratos mitológicos
superiores, y así afianza tanto más a
la naturaleza en su dominio. Sirve de
ejemplo para otros muchos esfuerzos
igualmente desesperados de alcanzar una
vida elevada a partir del ser de la masa.
De la mayor parte de ellos puede decirse
que reaccionan de una manera
auténticamente romántica a formas y
contenidos hace tiempo desmoronados por
obra de la crítica, en parte
justificada, de la ratio
capitalista. Quieren encadenar de nuevo
al hombre con la naturaleza con más
firmeza que aquella con la que hoy le
pertenece, y encuentran la anexión a la
esfera de lo Superior no a través de una
relación con la razón todavía no
realizada en el mundo, sino mediante la
retirada a contenidos de sentido
mitológicos. Su destino es la irrealidad,
puesto que, cuando algún lugar en el
mundo es atravesado por el resplandor de
la razón, incluso la más sublime figura
que pueda oscurecerla debe perecer. Las
empresas que, sin tomar en consideración
nuestro lugar histórico, aspiran a
reconstruir una forma de Estado, una
comunidad o una forma de creación
artística cuyo portador es un hombre ya
tocado por el pensamiento del presente,
un hombre que por derecho ya no existe,
tales empresas no resisten al ornamento
de masas en su bajeza, y el hecho de
orientarse hacia ellas no supone
elevación alguna sobre su banalidad
superficial y vacía, sino una huida ante
su realidad. El proceso conduce a través
del ordenamiento de masas, no desde él
hacia fuera. Ese proceso sólo puede
avanzar si el pensamiento pone límites a
la naturaleza y produce al ser humano tal
como es cuando el punto de partida es la
razón. Entonces cambiará la sociedad. Y
entonces desaparecerá el ornamento de
masas y la propia vida humana asumirá
los rasgos de aquel ornamento en el que
ésta se expresa, frente a la verdad, en
los cuentos de hadas.
El presente artículo fue publicado en
Frankfurter Zeitung, 9 y 10 de junio de
1921 y reproducido en la revista Archivos
de la Filmoteca / Nº 33, Octubre 1999 /
Generalitat Valenciana
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