Rosalyn Deutsche Traducción de Marcelo Expósito
Louise Lawler, 2005-06,Bulbs
Estando a punto de comenzar la Segunda Guerra
Mundial, Virginia Woolf aconsejaba a las mujeres que recordasen la "burla” de
la que desde mucho tiempo atrás venían siendo objeto, para aprender cómo hacer
uso de ella. Tres guineas, su ensayo clásico de pensamiento ético-político,
cuenta la burla entre los grandes "profesores” de las mujeres,
por haberles enseñado el comportamiento y los motivos que mueven a los seres
humanos, es decir, su psicología; un campo que Woolf, como muchos otros
teóricos y teóricas de izquierda hoy, no separaba de lo político.
Antes de escribir el libro, a Woolf le habían pedido colaborar con tres
organizaciones, cada una de las cuales promovía una causa diferente: la
educación de las mujeres, su ascenso profesional y la prevención de la guerra.
Al menos de eso presume el libro. Respondió poniendo en relación los tres
movimientos, dejando claro que para ella la meta del feminismo no era solamente
alcanzar la igualdad para las mujeres sino también lograr una sociedad mejor,
menos belicosa. Dado que, argumentaba, las profesiones tal como se ejercen
actualmente fomentan cualidades que conducen a la guerra —grandilocuencia,
vanidad, egoísmo, patriotismo, posesividad, combatividad—, las mujeres no sólo
deben educarse para acceder a las profesiones, sino que también deben hacerlo
de manera diferente: "¿cómo se puede ingresar en las profesiones y seguir
siendo seres humanos civilizados, es decir, seres humanos que desean evitar la
guerra?”.
Las mujeres pueden ayudar, sugería, rechazando ser respetuosas con las
profesiones más apreciadas, asumiendo que deben expresar la opinión de que las
costumbres y rituales profesionales son despreciables. ¿Y qué mejor manera de
cumplir esa tarea que por medio del humor, el cual, como señala Mignon Nixon
siguiendo a Freud, descarga la energía psíquica, tiene efectos placenteros e
"incita a desafiar lo respetable”?.
El humor de Woolf era del tipo que Freud denominaba "tendencioso”. Servía al
propósito de criticar la autoridad, y al igual que los chistes hostiles
explotaba "alguna condición ridícula de nuestro enemigo”.
He aquí un ejemplo de sus observaciones sobre el atuendo profesional:
"Cuántas,
cuán espléndidas, cuán adornadas son las ropas que llevan los hombres educados
en sus funciones públicas... Ahora, os vestís de violeta; un crucifijo pende
sobre vuestro pecho; ahora os cubrís de encaje los hombros; ahora os ponéis
armiño; ahora os colgáis encima muchas cadenas con piedras preciosas
engarzadas. Ahora lleváis pelucas; cascadas de rizos descienden gradualmente
hasta el cuello. Ahora vuestros sombreros tienen forma abarquillada, ahora
tienen picos; ahora son altos conos de negra piel [...]”.
Woolf
ridiculizaba las galas profesionales de los hombres porque significaban
distinciones jerárquicas de rango y voluntad de poder: "todo botón, roseta y
raya parece tener un significado simbólico. Algunos sólo tienen derecho a
llevar botones sencillos; otros rosetas; algunos tienen derecho a lucir una
sola raya; otros, tres, cuatro, cinco y seis”.
La distinción en el vestir, al igual que el añadido de títulos a los nombres,
estaba diseñada para mostrar superioridad y elevar la competición y la envidia.
El sistema de la moda profesional promovía por tanto "la disposición hacia la
guerra”.
Hay quienes encuentran hoy día anticuada la
esperanza que Woolf depositaba en que las mujeres, en virtud de su exclusión
anterior, pudieran cambiar las profesiones, considerándola irrelevante para un
periodo histórico en el que las mujeres han entrado ampliamente en la vida
pública. Pero lo que late en la propuesta de Woolf, lo que la hace necesaria
es, pienso, la apreciación perfectamente intemporal de que también es posible
que suceda lo contrario: que las mujeres se identifiquen con la posición
masculinista. Tal como lo expresa Homi Bhaba, "sería perfectamente posible que
una mujer ocupase el rol de un hombre representativo”, explicando así por qué
utiliza el término masculinismo no para designar el poder de hombres
concretos, sino para indicar una posición de poder autorizada por el hecho de
que supuestamente se abarca y representa la totalidad social.
El masculinismo, entendido en este sentido, es una relación que sólo puede ser
sostenida declarando la guerra a la otredad, subyugando aquello que no puede
ser conocido completamente. Woolf creía que las instituciones culturales
cultivaban un tipo de relación basada en el triunfalismo. Atenta, como su coetáneo
antifascista Walter Benjamin, a la barbarie que subyace a todo "documento de
cultura”, se aproximaba
a tales documentos con recelo. Ninguna institución venerable se libraba de ser
ridiculizada. Incluso la British Royal Academy of Art, la institución que
salvaguardaba los criterios de competencia profesional en el arte, se
encontraba en su lista de grandes "campos de batalla”, porque sus miembros,
decía, "parecen tan sanguinarios como en la profesión de las armas”.
Johann Zoffany, Life Class at the Royal Academy, 1772
Woolf se refería al comportamiento combativo que
existía entre los académicos, pero la Academia infligía otro tipo de violencia,
como se puede apreciar en el retrato de los académicos que realizó Johann
Zoffany, Life Class at the Royal Academy (1772), una pintura que ha sido
un icono para la historia del arte feminista desde que Linda Nochlin la utilizó
para ilustrar su ensayo de referencia escrito en 1971, "Why Have There Been No
Great Women Artists?”.
Nochlin consideraba la escena de conversación retratada por Zoffany como un
documento de sexismo, como una obra que muestra un aspecto de la discriminación
histórica de las mujeres en el arte. Zoffany presentaba a los académicos
reunidos alrededor de un modelo masculino desnudo en una época en que a las
mujeres les estaba vetado mirar al hombre desnudo y por tanto también la
pintura histórica, el género más prestigioso en la jerarquía de la Academia.
Zoffany resolvía el problema de cómo incluir a las dos mujeres que eran
miembros fundadores de la Academia, Angelica Kauffmann y Mary Moser,
retratándolas en forma de cuadros colgados en la pared. Directamente frente al
modelo desnudo, iluminado por una lámpara de araña, se encuentra de pie Sir
Joshua Reynolds, presidente de la Academia y autor de los Discourses on Art
que dirigió en forma de conferencias a "los caballeros” de la Royal Academy
entre 1769 y 1790. Pero, de acuerdo con la teórica Naomi Schor, "Reynolds” no
es sólo el nombre de un personaje histórico; es también el "nombre propio de la
estética idealista que él promovió”.
Los bustos y figuras clásicas esparcidos alrededor de la clase de pintura al
natural de Zoffany aluden a esta estética. Schor concluye que el discurso
clásico de Reynolds, en el que el genio consiste en la capacidad de comprender
una unidad —lo que Reynolds denomina con entusiasmo "una totalidad”—, y en el
que lo femenino se asocia con el detalle que pone en peligro la completitud
masculina, no se puede separar del discurso de la misoginia.
Los enfoques idealistas del arte no se limitan al
clasicismo del siglo XVIII; se han mantenido vivos durante siglos en la
extendida idea de que la obra de arte es una entidad completa y autónoma que
eleva a sus espectadores por encima de las contingencias de la vida material.
El cuadro de los académicos de Zoffany, por tanto, no es sólo una obra datada
que documenta cómo las mujeres han sido excluidas históricamente de la
educación artística. También registra la transformación de la figura femenina
de artista en imagen, de sujeto que mira en objeto visual, algo que las
feministas teorizaron doscientos años más tarde como un significante de la
"ser-mirada-idad” [to-be-look-at-ness].
Es decir, documenta la economía representacional de lo que Freud llamó
fetichismo, una perversión que se origina en el intento falocéntrico de
triunfar sobre el cuerpo de la mujer y su supuesta amenaza a la completitud. Zoffany
muestra sin darse cuenta que la institución estética es un campo de batalla
masculinista —un ámbito autoritario antes que democrático agonístico— en un
sentido algo diferente a como lo pensaba Woolf.
Hasta ahora he argumentado que el reto feminista
lanzado por Woolf a las instituciones culturales no se refiere exclusivamente
al género. De la misma forma que las mujeres pueden identificarse con las
posiciones masculinas, los hombres, que históricamente han ocupado posiciones
concretas de poder, pueden desidentificarse de las mismas. Es decir, puede
haber una masculinidad no fálica. Aun así, resulta interesante prestar atención
al hecho de que, de entre el grupo de artistas que entraron en las
instituciones artísticas en las décadas de 1970 y 1980 con el fin de
explorarlas precisamente como campos de batalla, las mujeres, entre las que se
contaba Louse Lawler, y que eran la mayoría de este grupo, lo hicieron de
manera diferente a la primera ola de artistas de la crítica institucional.
Porque, mientras que Marcel Broodthaers, Hans Haacke, Daniel Buren y Michael
Asher habían prestado atención a la presencia del poder económico y político en
el espacio aparentemente puro y neutral del museo, tanto como al modo en que el
museo da cuerpo a la ideología dominante mediante el ejercicio de un poder
discursivo; y mientras que obras como Décor: A Conquest (1975) de
Broodthaers y MoMA Poll (1970) de Haacke relacionaban, de diferente
manera, los museos con la guerra, la segunda ola de crítica institucional —con
artistas tan diferentes como Lawler, Victor Burgin, Andrea Fraser, Judith
Barry, Silvia Kolbowski, Barbara Kruger, Sherrie Levine, Fred Wilson y Mary
Kelly, entre otros nombres— amplió al mismo tiempo que cuestionó la crítica.
Los historiadores e historiadoras de arte han propuesto numerosas maneras de
distinguir entre la obra de la llamada primera "generación” de artistas de
crítica institucional y la segunda generación, posmoderna: la segunda cuestiona
la autoridad de su propia voz en lugar de simplemente cuestionar la voz
autoritaria de museos, corporaciones y gobiernos.
Lawler en particular localiza el poder institucional en "un conjunto
sistematizado de procedimientos de presentación, mientras que Asher, Buren,
Haacke y Broodthaers situaban el poder centralizado en un edificio o una élite”.
Lawler explora no sólo la producción contextualizada del significado, sino
también, de forma deconstructiva, el hecho de que el contexto no tiene
contornos fijos. Otra
diferencia estriba en que las feministas posmodernistas de la segunda
generación de la crítica institucional estaban influenciadas por el
psicoanálisis y reconocían, en diversos grados, la importancia política de
articular relaciones entre los ámbitos psíquico y social. Siguiendo los pasos
de Woolf, se aproximaban a las instituciones de mostración estética
entendiéndolas no sólo como productoras de ideología burguesa, sino también
como espacios donde se solidifican peligrosas fantasías masculinistas.
Louise Lawler, Statue before Painting, Perseus with the Head of Medusa by Canova, 1982
Puede que Lawler no haya sido una exponente del
feminismo psicoanalítico, pero muchas de sus fotografías nos dirigen al
interior de tales "deseos sólidos”. Y lo hacen con lo que Birgit Pelzer llamó
acertadamente una "dosis de burla”.
El teórico literario Kenneth Gross utiliza el término "deseos sólidos” en The
Dream of a Moving Statue, un libro sobre las relaciones entre las estatuas
figurativas y la fantasía, sobre las estatuas como fantasías. "Las obras
escultóricas”, escribe Gros, son "deseos sólidos, o vehículos de un deseo de
cosas que son sólidos”.
Resulta por tanto adecuado que algunas de las obras en las que Lawler expone de
forma más astuta la vida fantástica de las instituciones artísticas sean un
grupo de fotografías, tomadas a finales de la década de 1970 e inicios de la de
1980, que muestran esculturas figurativas, y en particular estatuas clásicas y
neoclásicas, en montajes museísticos. Statue before Painting. ‘Perseus with
the Head of Medusa’ by Canova (1982) resulta ejemplar. Servía de imagen
introductoria a la primera carpeta publicada de las fotografías que Lawler llamó
arrangements of pictures [ordenaciones de imágenes]. La carpeta
en blanco y negro, en sí misma una ordenación de imágenes, apareció en el
número de otoño de 1983 de la revista October. Las "ordenaciones” de
Lawler muestran objetos artísticos en sus contextos de exhibición, llamando la
atención sobre el aparato representacional de instituciones de arte específicas
y, al mismo tiempo, sobre "el arte como institución”, una frase acuñada por
Peter Bürger para referirse a un aparato estético más disperso: "El concepto de
‘arte como institución’ [...] se refiere a los aparatos de producción y
distribución así como a las ideas sobre el arte que prevalecen en una época
determinada y que determinan la recepción de las obras”.
En obras como Statue before Painting, Lawler somete a observación
ordenaciones museísticas reales de obras de arte haciendo visibles los
elementos del aparato de presentación, el cual, aun siendo autoritario, se
mantiene sin embargo y por lo general en los márgenes del campo visual y
cognitivo de quien visita el museo: la arquitectura, las cartelas, las
vitrinas, los pedestales, los guardias, las fotos de instalaciones, los
catálogos, los sistemas de seguridad y así sucesivamente. Lawler se apropia de
las ordenaciones del museo y las re-ordena de una manera que recuerda el
enfoque con el que Freud interpretaba los sueños, un enfoque que re-ordena el
espacio del sueño atendiendo a sus elementos periféricos, sus detalles, con el
fin de analizar el trabajo del sueño que distorsiona el deseo que está en su
núcleo. Si bien resulta tentador observar las ordenaciones de Lawler, con sus
objetos fragmentados, sus detalles exagerados y sus yuxtaposiciones
enigmáticas, como escenarios oníricos, es más adecuado apreciarlas como
análisis de los "sueños” del museo, del deseo que toma cuerpo en sus
ordenaciones.
Lawler fotografió Statue before Painting.
‘Perseus with the Head of Medusa’ by Canova en el Metropolitan Museum de
Nueva York desde el punto de vista estratégico del Great Hall Balcony [la
balconada del hall principal] del museo, donde estaba situada a la sazón la
estatua de mármol de Antonio Canova. La estatua ocupaba un lugar sobre el eje
de recorrido del edificio museístico neoclásico, que comienza en los escalones
que conducen a la entrada principal, continúa a través del hall principal y la
escalera central —ambos visibles desde la balconada— y culmina en el arco de
entrada a las galerías de pintura europea. El Perseo estaba en pie bajo
un arco de la balconada que hace eco al arco de la entrada antedicha. La guía
oficial del museo describe la estatua como una segunda versión, más refinada,
de la escultura que, al ser ejecutada y expuesta por vez primera en el estudio
de Canova entre 1770 y 1800, "fue aclamada como la cumbre del trayecto de
purificación del estilo neoclásico”.
Al igual que "Reynolds”, también "Canova” es un nombre propio que se da a la
estética idealista, cuyas relaciones patriarcales de diferencia sexual, tal y
como las observábamos en la pintura de Zoffany, se concretan en el Perseo
que es aproximadamente contemporáneo. Vistos en la fotografía de Lawler desde
un punto de vista bajo y oblicuo, quedando drásticamente recortados por el
ángulo superior derecho de la toma, el falo y el pedestal —el equivalente
arquitectónico del falo— de la estatua de Canova ocupan el primer plano de la
visión de quien la mira. Al mismo tiempo, empujada hacia el lado derecho de la
imagen, la estatua queda desplazada de su posición central, desbaratándose así
la ordenación simétrica del Museo. Detrás de Perseo y más allá de la
balaustrada, la escalera, flanqueada por columnas corintias, se eleva desde el
hall principal que está abajo y conduce a la doble arcada a través de la cual
quien visita el museo accede a la colección de pintura. Enmarcado por estos
arcos cuelga el cuadro de Giovanni Battista Tiepolo El triunfo de Marius
(1729), que sirve de antesala a la historia de la pintura occidental en el
Museo. Su parte superior está cortada por el canto inferior de la señal que
lleva inscrita la palabra Paintings, una mutilación que se corresponde
con la de la estatua de Perseo, y que Lawler alinea visualmente con el Tiepolo.
Existe una segunda correspondencia en la manera en que la colosal pintura
empequeñece a sus espectadores y espectadoras, quienes la miran alzando la
vista en una actitud que rima con nuestro propio ángulo de visión cuando
miramos la estatua y el falo en la fotografía, puesto que Lawler ha acentuado
este punto de vista al situar a quienes miran en una posición que imita no sólo
la de quienes observan el Tiepolo, sino también la de un niño o una niña que
mirase los genitales de su padre o de su madre. Sugiere así Lawler, quizá
inadvertidamente, que la vida psíquica del museo tiene relación con las
fantasías infantiles. La yuxtaposición de la postura de los espectadores y
espectadoras frente al Tiepolo y la mirada que se alza hacia Perseo muestra
literalmente el respeto con que el arte como institución trata las obras de
arte y la veneración que la Antigüedad profesaba al falo en la representación
figurativa del órgano masculino. Al prestar atención a la manera en que la
ordenación del museo prescribe para los espectadores y espectadoras una
determinada posición, la cual impone un cierto modo espectatorial, Lawler
convierte a Perseo, como veremos, en objeto de burla, y en consecuencia
re-posiciona a su público, invitando a éste a desafiar la respetabilidad de
aquél.
Pero señalemos en primer lugar una similitud más
entre el Tiepolo y el Canova, esta vez al nivel del contenido temático: ambos
muestran una conquista violenta en la que un protagonista masculino impone su
autoridad mediante el dominio de la diferencia, respectivamente racial y
sexual. Ambos glorifican la guerra. En palabras del Museo, El triunfo de
Marius "muestra al general romano Gayo Mario victorioso en su cuadriga
mientras el rey africano Yugurta camina delante encadenado. [...] La
inscripción latina reza así: ‘El pueblo romano contempla a Yugurta repleto de
cadenas’”. Por su
parte, Canova retrata al héroe clásico Perseo sosteniendo en el aire la cabeza
de Medusa, que acaba de cortar. Medusa, por supuesto, es la mujer monstruo de
la mitología clásica, que tiene serpientes en lugar de pelo y cuya mirada
convierte a los hombres en piedra.
En su momento, la cabeza de Medusa circuló
ampliamente entre las feministas psicoanalíticas que trabajaban en el campo de
las artes visuales, en gran medida porque Freud escribió un breve ensayo a ella
dedicado y porque en 1973, en un texto también breve, titulado "You Don’t Know
What Is Happening, Do You Mr. Jones?”, precursor de su famoso "Visual Pleasure
and Narrative Cinema”, Laura Mulvey había utilizado la interpretación de Freud
como base para una teoría de cómo el falocentrismo se expresa en la mirada
sobre las imágenes.
Además, Medusa se había convertido en un símbolo de la subversión feminista de
la dominación falocéntrica en un escrito como "La risa de la medusa” de Hélène
Cixous.
Freud, como bien se sabe, analizó la cabeza de Medusa como fetiche: un objeto —visual
en este caso— de fijación masculina que se origina en el miedo al cuerpo de la
mujer, el cual se percibe (erróneamente) como castrado, como carente de pene y,
lo que es más importante, también de falo, siendo éste el significante de la
presencia que hace que el sujeto sea completo. Para Freud, la horrible cabeza
decapitada de Medusa, rodeada de pelo, simboliza los genitales humanos y por
tanto el terror de la castración. Al mismo tiempo, sirve de señal de triunfo
sobre la ansiedad que provoca el miedo a la castración, como un objeto que
permite negar y dominar el miedo a la diferencia sexual. Visualmente, la imagen
contiene múltiples sustitutos del pene bajo la forma del pelo-serpiente de
Medusa, y a nivel narrativo convierte a los hombres en piedra, endureciéndolos
y asegurándoles así la presencia del pene. Mulvey argumentó que la cabeza de
Medusa es una imagen no de una mujer, sino más bien de cómo se restituye la
completitud al sujeto masculino amenazado; y de la misma forma, en una cultura
ordenada por medio de categorizaciones falocéntricas de los seres humanos en
las que lo femenino se equipara con la ausencia y la pérdida, las imágenes de
las mujeres han servido, de varias maneras, como autoimágenes de los hombres, o
lo que es más importante del ego masculino narcisista. Es así como el discurso
femenino sobre el fetichismo se ocupó de la naturaleza de la subjetividad
masculina, especialmente de en qué medida ésta se ve reforzada por medio de la
visión.
Cuando October publicó Arrangement of
Pictures de Lawler, citó erróneamente Statue before Painting [La
estatua antes que la pintura], titulándola Statue before a
Painting [Estatua delante de una pintura]. La "corrección”
editorial —la inserción del artículo "una”— surgía de no haber comprendido el
chiste que contiene el título, de no haber pillado que se trata de un chiste.
El título real imita la frase ladies before gentlemen [las damas
primero], que forma parte de y simboliza aquí un discurso patriarcal
idealizador que supuestamente coloca a las mujeres en un pedestal. Junto con la
fotografía, el título vincula los ideales patriarcales con la estética
idealista, representada por la estatua neoclásica, sugiriendo que se produce en
el museo un alineamiento de las jerarquías sexuales y estéticas. La imagen
invierte el orden de los géneros en la frase original, ya que tenemos aquí una
estatua masculina —una figura fálica— situada antes que una pintura, y ocupando
un pedestal. Pero esta inversión no hace sino revelar las verdaderas relaciones
de género que están detrás de las ordenaciones idealizadoras, mostrando que en
el campo visual patriarcal "lo que de verdad se exhibe es siempre el falo”,
como expresa Mulvey.
En cierta medida, Lawler recupera la práctica
artística, predominante entre ciertos escultures y esculturas desde mediados de
la década de 1950 hasta finales de la de 1960, que Mignon Nixon llama, en su
soberbio ensayo sobre Louise Bourgeois, "exponer el falo”. Esta práctica, según
argumenta Nixon, atacaba al falo con humor, con el efecto político de socavar
su simbolismo patriarcal, invirtiendo la seriedad del fetichismo.
Aun así, el trabajo de Lawler se diferencia de los anteriores en que, en lugar
de esculpir un falo, utiliza las técnicas de apropiación y montaje que en ella
son habituales, "produciendo el sentido al yuxtaponer y alinear”,
exponiendo un falo encontrado, uno de los muchos falos readymade que
proliferan en los museos de arte cual serpientes en la cabeza de Medusa.
Exponiendo el falo en el contexto de una obra de crítica de la institución, en
la que Perseo adopta la posición de guardián de la colección de pintura del
Museo, Statue before Painting expone el papel que juega el arte como
institución en la reproducción de las normas sexuales y en el mantenimiento de
la sobrevaloración patriarcal del falo.
Por un lado, la fotografía supone un comentario sobre el hecho de que las
mujeres han sido excluidas históricamente del museo, y por otro alude al revival
de la pintura tradicional, de dominio masculino y legitimado por las
instituciones artísticas en las décadas de 1970 y 1980. Pero la fotografía de
Lawler hace un chiste de mayor envergadura sobre el Metropolitan. Insinúa que
lo que hay por debajo, lo que precede o se sitúa antes que las ordenaciones
estéticas del museo es el deseo solidificado tanto en la forma como en el
contenido de la estatua de Perseo realizada por Canova. La escultura neoclásica
idealizada, sustituta de un cuerpo ideal, materializa la fantasía falocéntrica
del yo, un yo que en su sueño de autonomía niega aquello que lo constituye: la
exclusión de y la relación con otros. En efecto, Jacques Lacan, al escribir
sobre el estadio del espejo como matriz de la formación narcisista del yo,
describió dicho estadio —el reflejo externo de un yo idealizado— como "la
estatua en que el hombre se proyecta”.
Y la iconografía de Perseo y Medusa trae a primer plano, al igual que lo hace
la historia que se narra en la pintura de Tiepolo, la subordinación y conquista
de la otredad —la disposición hacia la guerra— necesaria para mantener la
ficción narcisista. La estatua fálica alude metonímicamente al sujeto
triunfalista expuesto por la estética idealista del museo.
Statue before Painting priva a Perseo
de su señal de triunfo: la cabeza de Medusa se ve empujada fuera del marco, a
Perseo se le decapita, y parecería que Medusa, ella misma una especie de
escultora, lo hubiera convertido en piedra. Por supuesto, también esto satisface
el deseo de Perseo, puesto que calma al tiempo que da testimonio de su angustia
de castración. Pero la característica más impactante de esta fotografía es su
ataque a la integridad del cuerpo masculino. De acuerdo con Christian Metz, el
corte, que produce "el efecto de fuera de campo en la fotografía”, es una
figura de castración porque "marca el lugar de una ausencia irreversible, un
lugar desde el cual la mirada es desviada para siempre”;
y el corte de Lawler dirige la mirada desviada hacia tres objetos que
permanecen dentro de cuadro y que, en tanto fetiches, representan intentos de
establecer la integridad y negar la vulnerabilidad: el pedestal, el falo y la
cartela museográfica, un elemento que hace eco visual del falo y que sin duda
porta el nombre propio del artista, el "Nombre-del-Padre”, que es el nombre que
Lacan da al orden patriarcal de la diferencia sexual.
Es precisamente al dotar de prominencia a estos elementos que Lawler les resta
autoridad, lo mismo
que hace con la escalinata, en sí misma una estructura de elevación que simbólicamente
hace subir a quienes visitan el museo, al igual que el pedestal eleva la obra
de arte por encima de las contingencias de la vida social cotidiana,
animándoles a adoptar la posición de autoestima que Georges Bataille describió
en su definición del museo precisamente como un espejo:
"No
es sólo que los museos del mundo en su conjunto representen hoy una acumulación
colosal de riquezas, sino también que, lo que es más importante, todos aquellos
que visitan estos museos representan sin duda el más grandioso espectáculo de
la humanidad liberada de las preocupaciones materiales y dedicada a la
contemplación. Tenemos que reconocer que las galerías y los objetos de arte
forman sólo el contenedor, el contenido del cual está constituido por los
visitantes. [...] El museo es el espejo colosal en que el hombre finalmente se
contempla en todos los sentidos, se encuentra literalmente admirable, y se
abandona al éxtasis que expresan todas las revistas de arte”.
Louise Lawler, The Rude Museum, 1987
Statue before Painting revela y
rechaza la manera en que el Museo posiciona al espectador o a la espectadora, y
lo hace con suma economía. Como un buen chiste tendencioso que, de acuerdo con
Freud, permite a quien lo cuenta y a quien lo escucha, o en nuestro caso a la
artista y a quien mira, disfrutar del placer de ser descortés con "los grandes,
los dignificados y los poderosos”.
En efecto, Lawler llama a una de sus ordenaciones de imágenes posteriores, que
consiste en realidad en una ordenación de estatuas, The Rude Museum
(1987). "Rude” se refiere al tema de la foto —un museo dedicado al escultor
francés del siglo XIX François Rude—, pero también puede leerse como un juego
de palabras que alude a las fantasías bárbaras que se alojan en las
instituciones artísticas y, aún más, a los actos impropios con los que la
propia Lawler, en esta y otras fotografías, re-ordena museos y, como he
argumentado, expone las fantasías de éstos. Es decir, alude a los propios
museos rudos de Lawler.
El Museo Rude real, ubicado en el crucero de la
Iglesia de St. Etienne en Dijon, consiste en vaciados de obras de Rude, un gran
patriota y admirador de la Antigüedad, aunque entregado en su escultura a los
gestos románticos. La parte superior de la fotografía de Lawler está dominada
por un vaciado en escayola de la obra más famosa de Rude, el altorrelieve del
Arco de Triunfo en París, Départ des volontaires
de 1792, conocido popularmente como La Marsellesa (1833-36). Cerca del
centro del relieve, el cual está seccionado por el borde superior del encuadre
de Lawler, de tal manera que no se puede ver la enorme figura de una Libertad
especialmente militarista, se encuentra una figura masculina desnuda de camino
a la guerra inspirada en el modelo clásico. Como en el Perseo de Canova,
el soldado de Rude está descabezado por el recorte fotográfico de Lawler, un
corte que presagia el destino de las futuras víctimas de la Revolución Francesa.
Situado en primer plano, girado y dando la espalda a quien mira la fotografía,
se encuentra un hipopótamo en cuclillas esculpido por François Pompon
(1855-1933). Estirando el cuello con su cabeza elevada y abriendo la boca, mira
embobado al expuesto falo del héroe. El hipopótamo podría entenderse como otro
objetivo del humor de Lawler, pero prefiero pensar que se trata de un aliado,
un elemento de realce que no sólo empuja hacia atrás la escena principal sino
que además funciona, en virtud de su cómica deferencia (y de sus mandíbulas
abiertas) como una formidable amenaza a la figura fálica: como un rudo
observador en el Museo Rude, como Lawler y quienes quieran escuchar su chiste
tendencioso.
Louise Lawler, Birdcalls (1972/1981)
Nada supera en impropiedad burlona, hecha posible
también con la ayuda de animales salvajes, a Birdcalls (1972/1981), una
cinta de audio en la que Lawler chilla, grazna, gorjea, parlotea, croa y
ocasionalmente trina los nombres propios —principalmente los apellidos por
orden alfabético— de 28 hombres artistas contemporáneos, de Vito Acconci a
Lawrence Weiner. Grabada
por Terry Wilson, la cinta suena como si diferentes especies de pájaros se
llamasen las unas a las otras en algún escenario natural, por ejemplo en un
bosque o un jardín. En 1984, Andrea Miller-Keller, curadora del Wadsworth
Atheneum, uno de los lugares donde la obra fue reproducida, le puso el apodo de
Patriarchal Roll Call.
Cuando Lawler realizó esta cinta no tenía
conocimiento de la diferencia precisa que hay entre los dos tipos de señales
sonoras que producen los pájaros: llamar y cantar. Para el título eligió llamadas
porque pensó que cantos connotaba placer, mientras que llamada
parecía más estridente.
Su elección resultó ser muy acertada de acuerdo con la intención y la ejecución
de la obra, porque son típicamente los pájaros macho quienes rompen a cantar,
mediante patrones complejos de notas que se usan para atraer a sus compañeros o
para marcar el territorio. Las llamadas, por el contrario, consisten en una o
más notas breves repetidas que transmiten mensajes sobre situaciones concretas.
Si, por ejemplo, un predador se adentra en el entorno cercano, los pájaros,
para señalar la presencia de una amenaza y coordinar la actividad en contra de
ella, expresan llamadas de angustia y alarma para reunir al grupo.
De manera similar, Birdcalls de Lawler tiene su origen en un acto de
autodefensa:
"A
comienzos de los años setenta, mi amiga Martha Kite y yo trabajábamos ayudando
a algunos artistas en sus proyectos en el muelle del Hudson. Las mujeres
implicadas en el proyecto hacíamos toneladas de trabajo, pero las obras que se
exponían eran sólo de hombres artistas. Cuando se camina de vuelta a casa por
la noche en Nueva York, una manera de sentirse segura es fingir estar loca o
por lo menos ser muy ruidosa. Martha y yo nos llamábamos a nosotras mismas las due
chanteusies, y cantábamos desentonando o hacíamos otros ruidos. Como
Willoughby Sharp era el promotor de aquel proyecto, hacíamos el sonido
‘Willoughby Willoughby’ intentando que sonara como los pájaros. Esto evolucionó
hacia una serie de cantos de pájaros basados en nombres de artistas. Así que,
en efecto, la intención era antagonista”.
Los birdcalls comenzaron como una respuesta
humorística antipredatoria en presencia de dos peligros en el hábitat de Kite y
Lawler: el ataque físico en las calles de la ciudad y la discriminación en el
mundo del arte alternativo. Trazando un paralelismo quizá inadvertido con los
pájaros reales, Lawler describe los primeros birdcalls como
"instintivos”. Resulta
interesante el hecho de que en realidad los cantos de los pájaros, incluso sus
llamadas de alarma, no son manifestaciones emocionales meramente involuntarias
e instintivas, sino sistemas de comunicación que funcionan bajo control.
Su frecuencia se ve afectada por la presencia o ausencia de otros compañeros,
un fenómeno que en ornitología se llama "efecto audiencia”. Algunos sonidos de
pájaros se aprenden;
ciertos pájaros centinelas dan incluso "falsas alarmas”. La capacidad que los
pájaros tienen de controlar y subvertir está en sintonía con las tácticas de
Lawler en Birdcalls, porque, si bien ella se sitúa en la naturaleza que
los sistemas patriarcales de representación y de diferencia sexual han opuesto
tradicionalmente a la cultura, asociándola con lo femenino, no lo hace
considerándola un espacio de confinamiento sino más bien de retirada y
ocultación, un refugio en el que puede escapar de la "ser-mirada-idad”
expresada por Mulvey y de lo que Michel Foucault llamó la "jaula” o "trampa” de
la visibilidad. Al ocupar
el lugar prescrito para las mujeres (y a este respecto se debe señalar que bird
es también una palabra popular para designar a una jovencita), pero sólo en
broma —literalmente actuando o jugando a ser naturaleza—, se apropia de
ese lugar como una base desde la cual hacer incursiones, utilizando el sonido
como munición, en el territorio de la cultura y para introducir tensión en sus
dicotomías jerárquicas marcadas por el género, destruyendo su aparente
naturalidad. Al ser oída pero no vista desafía el nombre propio, el ego
narcisista, el Nombre-del-Padre, y por tanto las relaciones de diferencia
sexual que se dan en el mundo del arte, ofreciendo un comentario sobre el hecho
de que en la época en que hizo Birdcalls "los artistas con nombre
reconocido eran predominantemente hombres”.
Lawler produjo la primera versión de la cinta Birdcalls
presentada al público en 1981, cuando, como Douglas Crimp ha señalado, la
futura Documenta 7 (1982) era muy discutida en el mundo del arte.
Rudi Fuchs, el director
de esta exposición internacional, planeaba reafirmar la
noción falocéntrica y esteticista de la obra de arte como una totalidad
completa que trasciende sus condiciones de existencia, dando por tanto lugar
prioritario al neoexpresionismo, a la corriente que en las décadas de 1970 y
1980, dominada por la presencia masculina, representó en gran medida una
regresión al esteticismo.
En las versiones preparatorias de Birdcalls Lawler había incluido
solamente artistas minimalistas, posminimalistas, conceptuales y pop. En la
nueva versión añadió pintores neoexpresionistas como Sandro Chia, Francesco
Clemente, Enzo Cucchi, Anselm Kiefer y Julian Schnabel, apuntando, por medio de
una forma de llamada feminista, a cómo se había recrudecido el reconocimiento
de nombres masculinos.
Louise Lawler, Parrot
Birdcalls es una anomalía en la
producción de Lawler, su única pieza sonora, a menos que contemos también las
dos versiones de A Movie Will Be Shown Without the Picture (1979 y
1983), cuya táctica burlona es quintaesencialmente Lawler. Cuando reproduce Birdcalls
durante las presentaciones de su trabajo, Lawler proyecta simultáneamente una
ordenación de diapositivas. Algunas llevan en sus títulos los nombres de los
artistas a quienes se llama en la pieza sonora, los cuales se entremezclan con
las diapositivas que son tanto de Lawler como de las obras de los hombres
artistas. La primera imagen, la imagen introductoria, es siempre Statue
before Painting, ‘Perseus with the Head of Medusa’ by Canova, y esta
ordenación indica que hay algo que es común a la cinta y a la fotografía.
Ambas, por ejemplo, utilizan la imitación. En 1982, Lawler quiso producir un
disco de Birdcalls y planeaba decorar la cubierta con la fotografía de
un loro —ese excelente imitador— mirando suspicaz por encima del hombro y
recortado sobre un fondo de color rojo brillante.
El disco nunca se hizo, pero Lawler utilizó posteriormente la fotografía del
loro en otros contextos, titulándolo Portrait (1982). Dada su conexión
inicial con Birdcalls, se podría considerar un autorretrato camuflado.
Excepto por el hecho de que la imitación de Lawler está lejos de ser mecánica.
Es más bien una de las técnicas que ha ido refinando para advertir a su público
del peligro que conlleva adoptar "una posición de aceptación pasiva” de las fantasías de grandiosidad de la institución artística, cuyos efectos de
cariz belicoso, como sabía Virginia Woolf, no son cosa de risa.
Publicado
en Louise Lawler, Twice
Untitled and Other Pictures (looking back), Wexner Center for the Arts y MIT
Press, 2006.
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