Más allá de cualquier consideración teórica o
constructiva, cuando pensamos en la fotografía pictorialista pensamos en
la belleza. El que la imagen sea una construcción más falsa que un
bolso Vuitton vendido en China no nos afecta, ni tampoco nos paramos a
considerar que la luz no es natural, que la idea está basada en una
escena por lo general sacada de la tradición pictórica (de ahí lo de
pictorialista), ni mucho menos en que esta práctica atenta (tal vez
habría que decir atentaba) contra los principios fundamentales del
nacimiento de la fotografía. Nos gusta su belleza, esos cuerpos de
mujeres blancas como cadáveres, lánguidas, realmente a punto de expirar.
Nos encantan esos paisajes ya prácticamente imposibles. Nos resulta
irresistible, finalmente, asomarnos a un mundo diferente al que
habitamos, en el que no parece haber los problemas que vivimos a este
otro lado de la realidad, en el que todo esta pensado para resultarnos
agradable. Todo lo contrario que en la fotografía actual, tan preocupada
por transmitirnos ideas, conceptos, situaciones que nos llevan
inevitablemente a cuestionarnos todo tipo de asuntos y, por supuesto, a
responsabilizarnos de ellos. Tan obsesionada con la no-belleza, con
ofrecernos la parte cruel, vulgar, fea, de la realidad, tal vez la
realidad misma y sin duda alguna de nosotros mismos. No, en la
fotografía pictorialista nada de esto es así, la belleza, el orden, lo
estático, prima sobre cualquier otra apreciación. Es decir, triunfa la
falsedad.
Pero, ¿cómo asociamos falsedad y belleza? Tal
vez porque todo lo bello tiene algo irremediablemente falso, sobre todo
en el momento actual en el que la belleza parece ser una fórmula de
laboratorio. La apariencia, siempre lo hemos sabido, no deja de ser una
puesta en escena individualizada para una teatralización global de la
existencia. En cualquier caso, seamos felices e inconscientes durante un
rato y recreémonos en imágenes esencialmente bellas. No se preocupen,
no tiene efectos secundarios.
La belleza parece expulsada del mundo del arte
actual, decir de una obra de arte que es hermosa, bella, bonita, son hoy
en día más descalificaciones que argumentos positivos. Y, si, parece
que todo lo bello sea anacrónico, es decir: de otra época pasada,
antigua. ¿Será la belleza algo antiguo? Realmente lo que la idea de
belleza contiene ha cambiado mucho en poco tiempo, tal vez demasiado
rápido, mucho más que nuestros propios gustos realmente, pues si no es
difícil entender que una corriente como el pictorialismo fotográfico
perviva más allá de 1920, fecha en la que este movimiento llega a su
declive y práctica desaparición. Sin embargo hay que recordar aquí,
aunque en los siguientes textos se explica detalladamente, que el
pictorialismo fotográfico se inicia en torno a 1880 y significa la
auténtica vanguardia del momento, sacudiendo los cimientos del orden
establecido dentro de las artes visuales. El sueño de estos fotógrafos
victorianos era que la fotografía fuese aceptada como una forma seria de
arte, al mismo nivel que otras prácticas existentes. Es duro ver que
hoy en día sus seguidores pueden ser tachados de antiguos y de ir en
contra de la autonomía de la fotografía. Porque es cierto que aquellos
que fuera de tiempo se empeñan en seguir corrientes vanguardistas que ya
están claramente en decadencia, pueden llegar a ser simples pastiches,
patéticas imitaciones de ellos mismos, y sin duda eso pasó a finales de
la década de 1970, cuando proliferan los peores seguidores del
pictorialismo. Sin embargo, hoy en día y paralelamente con cualquier
otra línea creativa, vivimos un recalentamiento pictorialista. Son cada
vez más los artistas jóvenes que se inclinan por esta tipología
fotográfica, a despecho de modas y tal vez aupados por un mercado que
sabe valorar y colocar rápidamente aquellos productos que mantienen
elementos tradicionales y por ello más fácilmente aceptables por una
burguesía acomodada. Y no se trata solamente de la reconceptualización
del tableau vivant desde Jeff Wall hasta los miles de jóvenes
fotógrafos que se empeñan en la construcción de inverosímiles puestas en
escena, sino de la recuperación de un cierto tipo de belleza que sigue
viva entre nosotros. Se trata de la reconsideración del cuerpo, de una
visión todavía complaciente del paisaje, de una sofisticación de los
interiores, intentado que lo vulgar pueda estar cargado de sensualidad y
placer, que lo extraño sea atrayente, misterioso. Una reconstrucción de
unas imágenes hechas para disfrutar, para ser contempladas con
ensimismamiento, por el simple hecho de la búsqueda del placer.
Un tema de reflexión que podemos desarrollar a
partir de la contemplación de esta imágenes pictorialistas es la
hibridación que desde que surge la fotografía viene teniendo lugar en el
mundo del artes visuales: la pintura influye en la fotografía, el
diseño y la moda influyen en la fotografía, la pintura y la fotografía
influyen en el cine, el cine influye en la fotografía, la fotografía
influye en la pintura, el cine influye en la pintura... y entonces nace
el vídeo. Es en el pictorialismo cuando más claramente se ve el origen
de esa idea de que todo vale como origen, como semilla, como punto de
arranque. Algo que ha sido esencial para la evolución del arte hoy en
día y que sin embargo descalifica a muchos de los que lo practican, como
fue el caso del pictorialismo en concreto.
Es obvio decir, y en las siguientes imágenes se puede ver claramente,
que los pictorialistas del siglo XXI no son iguales a los del XIX, sin
duda son mucho más arriesgados, más exuberantes y también más
misteriosos pues sus claves de referencia son mucho más variadas, les
influye una cinematografía que no existía entonces; una literatura mucho
más elaborada; y tienen una capacidad técnica infinitamente más
depurada y, posiblemente, un gusto más trabajado. También una
perversidad mucho más agudizada. Son artistas que han iniciado su
trabajo en momentos en los que la fotografía ya es indudablemente una
forma artística más, sin complejos, se han encontrado con un mercado
real que antes ni se podía soñar. En esta situación ellos se deciden a
mirar hacia atrás o, al menos, mirar hacía otro lado. Y es el cuerpo el
que más atrae esa mirada, el cuerpo dentro de unos baremos de belleza y
autocomplacencia que se extrañan en cualquier otro lenguaje plástico de
la actualidad; se empapan en la contemplación de lo aparentemente
insignificante, en escenas imposibles, en escenarios extraños, dejan
pasar el tiempo ante su mirada mientras contemplan el río fluir delante
de ellos. En definitiva no parecen vivir en el mismo tiempo ni el mismo
lugar que los fotógrafos que normalmente llenan estas y otras páginas de
las publicaciones de arte actual. Y entonces nos damos cuenta que un
desnudo de una mujer, con clara similitud a los renacentistas de ultima
época nos parece obsceno, en una sociedad en la que el sexo y el desnudo
está en todas partes, esta mujer que en su soledad se tumba desnuda nos
produce una sensación inaudita de incomodidad. Ya no se trata del
desnudo exquisito, lánguido y carente de morbo, sino en el desnudo real,
del cuerpo de verdad. Esa otra forma de mirar la intimidad, la soledad,
la belleza, la construcción de espacios para el placer más lento,
alimenta esta fotografía que puede perder el tiempo porque se desarrolla
fuera de él de una manera absoluta e irreversible para siempre . La
diferencia entre estos y aquellos pictorialistas estriba en que aquellos
se consideraban unos vanguardistas, innovadores y transgresores,
mientras los de hoy son unos esteticistas un tanto anacrónicos y que
buscan en territorios que no interesan a los más radicales. Tal vez lo
que mantengan en común sea que los dos, de ayer y de hoy, están mal
vistos por la crítica y los modelos establecidos, por la Academia que
cada época define como modelo.