EXIT NUMERO 2 sobre la piel mayo/julio 2001
Olivares,Rosa
Cuando éramos pequeños nos escribíamos sobre el dorso de las manos los
teléfonos de los amigos, los recados para que no se nos olvidaran.
Escribíamos sobre los pupitres, sobre las cortezas de los árboles y, por
supuesto, sobre la piel de nuestros brazos, los nombres de los más
queridos, de los más deseados. Escribíamos con tinta. El tiempo y el
agua y jabón borraban las huellas convirtiendo en manchas borrosas las
obsesiones que parecieron eternas. Aquellas 'chuletas' que nos
escribíamos en las palmas de las manos sólo sirvieron para aprobar el
examen del colegio, luego el sudor las borraba, desaparecían de nuestra
piel y, casi siempre, de nuestra memoria. Pero en esos momentos la piel,
nuestra piel, se convertía en el libro de nuestras necesidades, en un
diario frágil y perecedero.
Escribimos sobre el cuerpo y el tiempo nos marca indeleblemente,
haciendo de nuestra piel el pergamino en el que se resume nuestra vida.
Es una escritura cargada de memoria, absolutamente simbólica y que sólo
se descifra desde la primera persona, monólogos que conforman un solo
libro que es nuestra biografía. Sobre la piel escribimos incesante y
repetidamente: sí, he vivido. Cada arruga, cada marca, cada cicatriz, es
el resumen de un momento, de una relación, del placer y del dolor que
se centran primero y especialmente sobre la pura superficie de nosotros
mismos, sobre nuestra piel. Las cicatrices de un accidente quedan en la
memoria, pero quedan también sobre la piel; las marcas de las
operaciones; el dolor y las tensiones que se traducen en arrugas… es la
vida la que va escribiendo sobre nosotros y nosotros solamente vamos
interpretando el único papel de vivir.
PETER GREENAWAY, film
stills de The Pillow Books, 1995
Con la cirugía plástica no se pretende rejuvenecer o parecer más bello,
más perfecto. Lo que se intenta es borrar el tiempo, eliminar parte de
esa memoria física, sin darse cuenta de que esa cirugía es otra etapa,
una etapa más, una historia más, que también dejará su huella sobre
nuestra piel, sin eliminar todo lo anterior, sin borrar ninguna
experiencia vivida. Igual que no podremos olvidar la muerte de los seres
queridos, las desilusiones, ni los abandonos. Como tampoco podremos
olvidar, y algunas marcas lo recuerdan para siempre, los momentos
felices.
Sin embargo el hombre siempre quiere guiar la historia, y sobre todo la
propia historia. Queremos aclarar, definir, escribir con detalles lo que
queremos que se comprenda de nosotros mismos. La pintura corporal de
las tribus primitivas y el maquillaje de las tribus modernas vienen a
ser cosas parecidas. En diferentes dimensiones, con lenguajes e idiomas
diferentes, definen actitudes (de caza, de sacrificio, de iniciación…)
que se repiten en todas las culturas y en todas las épocas, aunque sean
de formas diferentes.
El tatuaje es una buena muestra de esto. Con el tatuaje las antiguas
tribus definían las categorías de los guerreros, marcaban las jerarquías
sociales. Con la pintura festejaban fiestas y ritos. Hoy en día, la
pintura, el maquillaje es un rito cotidiano cercano a los ritos de
apareamiento clásicos ( y Robert Altman lo desarrolla muy claramente en
su película "Volar es para los pájaros"). Y el tatuaje se ha
diversificado en diferentes fórmulas que definen a quien lo lleva como
un cartel luminoso sobre sus frentes. El tatuaje hoy ha dejado de ser
exclusivamente una marca de malditismo, una seña de identidad de
marginados y presidiarios, de marinos y mujeres de vida difícil. Hoy las
adolescentes de buena familia llevan seductores tatuajes en las
caderas, en los muslos, en el pecho, junto a piercings de un origen
también claramente tribal. Los grupos de moteros, rockers y otras tribus
urbanas se tatúan de forma sistemática, en una demostración de muchas y
diferentes cosas. Si el origen del tatuaje se rastrea en ljanos mares y
a través de casi míticos viajes de exploradores y aventureros, su
presente se puede encontrar en cualquier calle de cualquier ciudad. Sin
duda, muchos de los jóvenes que hoy se tatúan no son conscientes del
verdadero significado de lo que llevan escrito sobre su cuerpo, como
muchos escritores repiten fórmulas, copian textos de otros o,
simplemente, escriben sin saber ni que dicen.
Pero hay muchos otros que si saben lo que escriben, si son conscientes
de lo que hacen con su cuerpo. Ellos/ellas no confunden el adorno con el
concepto, no confunden lo esencial con lo frívolo. Ellos están
contándonos su historia personal, nos están hablando, ciertamente en
clave, de su propia vida, de sus experiencias singulares. El tatuaje
compone a lo largo de su vida un auténtico traje con el que van
revistiendo todo su cuerpo, el único traje que les acompañará ya
siempre.
En las páginas siguientes se habla del origen del tatuaje, de sus
sentidos y significados diferentes, se ofrecen imágenes en las que el
tatuaje, la pintura y las marcas nos hablan de muchas historias
diferentes y de otras tantas maneras de enfrentarse a estas narraciones.
El arte no se ha preocupado excesivamente del tatuaje, solamente la
fotografía primitiva, en sus trabajos más documentales, se encargó de
reflejar personas tatuadas. Igualmente es el dibujo antropológico, la
pintura como documento de viajes o aquellas obras con tema indigenista,
las que han tomado el tatuaje como elemento de sus obras. La fotografía y
el cine, sin embargo, le han tenido mucho más en cuenta, quizás también
por que se han ocupado de una forma más habitual y en profundidad de
los sectores del hampa, de la yakuza japonesa, del lumpen criminal, de
la prostitución, del mundo de la aventura y de la delincuencia. De lo
marginal.
PETER GREENAWAY, film
stills de The Pillow Books, 1995
Pero si el tatuaje representa, aunque sería mejor decir representaba, a
sectores marginales, hay tantas formas de escribir sobre la piel que no
podemos hablar de marginalidad. Marginal puede ser el pueblo Maorí visto
desde Lisboa, o la tribu de los Yanomami de Brasil en Amsterdam. Pero
todos, en Lisboa, Amsterdam, Nueva York, Madrid, Lagos o cualquier otro
lugar, estamos marcados por el tiempo, todos tenemos cicatrices de un
corte quirúrgico, de un altercado, de un accidente infantil…, todos
tenemos marcas sobre nuestro cuerpo, señales en nuestra memoria que
marcan nuestras vidas. De esto se habla en los textos y en las imágenes
que siguen.
Decíamos que el cine ha reflejado, tal vez mejor que ningún otro arte y
siempre muy bien ayudado por la fotografía, esta estética del cuerpo.
Desde obras de culto como "Pillow Book", de Peter Greenaway, en el que
los cuerpos de diferentes personas sirven como pergaminos para
caligrafías y narraciones exóticas que componen todo un libro; hasta una
mala película con una buena idea -posiblemente sólo una- como
"Memento", de Christopher Nolan, en la que un hombre se marca
continuamente el cuerpo, escribiendo frases, claves, para acordarse de
quién es, para recordar su historia. Para no perderse totalmente el
protagonista de "Memento" recurre a la fotografía y a las marcas,
palabras y números, sobre su cuerpo.
SANTIAGO SIERRA, Línea de
250 cm tatuada sobre seis personas remuneradas, 1999 Hemos elegido a dos artistas con obras muy diferentes para las páginas
centrales de este volumen: Miguel Rio Branco y Alberto García-Alix. El
brasileño Rio Branco trabaja sobre el tiempo, sobre los sentimientos,
sobre lo más profundo de la vida, esas cosas, esas sensaciones que no se
pueden nombrar fácilmente y sin riesgo. En ese mundo los protagonistas
están marcados de muchas maneras, y Rio Branco ve el paso del tiempo en
la piel, bien en forma de marcas, cicatrices, pinturas rituales o
tatuajes, como una forma más de hablar y explicarse, como una
demostración de que la vida existe con su dolor y su placer, sus luces y
sus sombras. Por el contrario, Alberto García-Alix centra su obra con
personajes tatuados de las tribus urbanas, en personas cercanas a él
mismo, con historias y vidas muchas veces paralelas a la suya propia.
Pero no son solamente Rio Branco y García-Alix los que reflejan estas
diferentes formas de escritura sobre la piel. El tatuaje está presente
también en las imágenes de Robert Mapplethorpe cuando retrata personajes
del otro lado de la sociedad, en las series de boxeadores de Kurt
Marcus, y en la espalda del amante japonés de Araki. Arnulf Rainer pinta
sus retratos y Annette Messeguer dibuja sus fragmentos de cuerpos, sus
recuerdos, igual que Tatiana Parcero proyecta mapas sobre los cuerpos, y
otros artistas reflejan el interior de los cuerpos fuera de ellos.
Tantos y tantos, como Rosangela Rennó en sus torsos de hombres marcados
con palabras y dibujos infantiles. Como tantos presidiarios, solitarios
que se escriben en la piel no lo que quieren recordar -porque la memoria
no necesita de textos- sino para nombrar sus deseos, para repetirse y
releerse en la soledad y en la lejanía. En la diferencia.
Tomado de: http://www.exitmedia.net/prueba/esp/articulo.php?id=16
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