Por: Antonio Orozco
1. La Estética como disciplina filosófica
Abordamos ahora una especie de síntesis sencilla sobre la Estética como disciplina
filosófica. Filosofías hay muchas. Tienen en común las cuestiones
fundamentales, pero las respuestas en ocasiones difieren
sustancialmente. En consecuencias las teorías estéticas serán también
distintas en Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Descartes, Kant,
Hegel, Heidegger, etc., por citar algunos de especial relevancia.
Nosotros andamos en busca de una Estética realista,
con raíces en la filosofía del ser, atendiendo a cualquier voz que nos
ayude a comprender la realidad del arte y de la belleza, de cualquier
lugar y época.
Desde Platón y Aristóteles ha
habido muchas teorías interesantes sobre el arte y la belleza. No así,
formalmente sobre la Estética, disciplina reciente y aún balbuceante
(ref. A. López Quintás). Vivimos en una época en que las ideas sobre
arte y belleza están muy confusas en las escuelas o corrientes
artísticas. Lo ha puesto bien de manifiesto la Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética, de Wladyslaw Tatarkiewicz (Tecnos, Madrid, 6ª ed. 1999). Algunas gozan de
larga y compleja historia, por la que aquí solo vamos a pasar de
puntillas. Históricamente, hemos llegado a un punto en que se pretende
que todo sea arte. Con lo cual resulta, en buena lógica, que nada es
arte. Lo mismo que si no distinguiéramos entre lo soñado y la realidad,
todo sería soñado o todo sería realidad. Si hablamos de arte es porque
el arte se distingue de lo que no es arte. Y si hablamos de belleza lo
hacemos porque entendemos que no es lo mismo lo bello que lo feo. Que
los lindes entre esos campos distintos son borrosos, de acuerdo. Las
fronteras entre España y Portugal pueden estar desdibujadas, pero yo
estoy seguro de que ahora me encuentro en Valladolid y no en Lisboa. No
confundamos los términos. Hablemos una lengua entendible. De lo
contrario se bloquea la mente, el logos, y con la lógica se acabó el
discurso.
2. Necesidad de una teoría
Por lo tanto, necesitamos una teoría del arte y de la belleza, aunque tal vez no resulte perfecta. ¿Por qué necesitamos teorías?¿Por
qué hacemos teorías? Para conocer mejor tanto el mundo en el que
vivimos como a nosotros mismos. Los físicos hacen teorías sobre la
materia para conocer las leyes por las que se rige, saber a qué atenerse
y aprovecharlas. Newton descubrió la ley de la gravedad y gracias a
ello podemos construir aviones y viajar a la luna y enviar cohetes a
Marte. Esto ha sido posible gracias a teorías,
surgidas de la observación, la inducción, la deducción, las hipótesis
falsadas unas, verificadas otras. Muchas han quedado obsoletas o tal vez
nos sirven para explicar fenómenos de una franja de la realidad física.
Cuando se descubre la física cuántica, no se niegan las leyes de
Newton, pero se entiende que la materia en determinados niveles se rige
por leyes distintas a las hasta
entonces conocidas en el macrocosmos. Se formulan nuevas hipótesis, se
busca una teoría que englobe lo válido de las teorías anteriores y se va
avanzando en el conocimiento de la realidad.
¿Es importante tener una buena teoría del arte y de la belleza? Sí, porque la belleza es el gran estímulo de la humanización y a su vez es lo que más humaniza al hombre.
Los teóricos de la evolución
saben con certeza que determinados restos son de seres humanos porque
junto a ellos se encuentran objetos con adornos innecesarios para la
supervivencia de la especie. Un hacha medida, proporcionada, bella. Un
collar, unos colores pintados en un recipiente de arcilla o en un hueso.
No digamos ya las decoraciones de cuevas como las de Altamira. Hay
muchas no tan bellas y otras con pinturas rupestres tanto o más que
muchas obras de arte moderno. Puede decirse que el arte comienza con el
hombre que el arte hace al hombre, en el sentido de que el hombre necesariamente hace arte, por rudimentario que acaso sea.
3. La abstracción, origen del arte
Hay una capacidad que solo tenemos los humanos, el homo sapiens sapiens, como se decía hace unos años, o hombre moderno, se dice sin más ahora. Se llama capacidad de abstracción.
«La mente humana escribe
Tolkien , dotada de los poderes de generalización y abstracción, no sólo
ve hierba verde, diferenciándola de otras cosas (y hallándola agradable
a la vista), sino que ve que es verde, además de verla como hierba. Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en Fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. (...) La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también concibió la noción de la magia que
haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría
el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo. Si pudo
hacer una cosa, también la otra; e hizo las dos, inevitablemente. Si de
la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo lo azul y de la sangre
lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador. A cierto nivel. Y
nace el deseo de esgrimir ese poder en el mundo exterior a nuestras
mentes. De aquí no se deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un
nivel determinado; podemos poner un verde horrendo en el rostro de un
hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una extraña y
temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas
de plata y que los carneros se cubran de vellocinos de oro; y podemos
poner ardiente fuego en el vientre del helado saurio. Y con tal
«fantasía», que así se la denomina, se crean nuevas formas. Es el inicio
de Fantasía. El Hombre se convierte en sub creador» (John Ronald Reuel
Tolkien, «Sobre los cuentos de hadas», conferencia pronunciada el 8 de
marzo de 1939 en la Universiry of St. Andrews, Escocia, recogida en
Árbol y Hoja, Barcelona, Minotauro, 1999, pp. 3334. Citado por J.J.
Perlado, en En «El ojo y la palabra» Ediciones Internacionales Universitarias (EIUNSA), pp. 101-107, en adelante JJP)
El hombre ve
sangre en su piel y en la de la res herida. Retiene el rojo. Apoyado en
la imagen sensible forma el concepto o idea general «color rojo». Mancha
con su mano una piedra. Traza una línea curva. Ha despertado ya el
deseo del experimento creativo. El hombre es «sub creador». En sentido
propio no es creador, porque no hace las cosas de la nada. Pero necesita
muy poco para construir mundos nuevos. Puede dibujar una cabeza con una
nariz como jamás ha existido ni existirá. Unos ojos, una boca, un
cuerpo humano, un bisonte, un rinoceronte y lo que le de la gana.
Mezclará colores. Y las cuevas que habita se convertirán en museo para
los siglos XX y XXI. No ha sido necesario ningún poder mágico ni creer
en brujas, ni pensar en mitos ni en ritos funerarios para pintar escenas
de caza o figuras inverosímiles. Basta el poder de abstraer colores y
formas y el auxilio de la imaginación para crear lo nuevo. Y plasmará en
la roca el movimiento, tanto la furia como la calma, tanto la rudeza
como la suavidad.
Qué delicia formar, dar forma, con los dedos
untados, a criaturas propias, semejantes pero nuevas, a las contempladas
en la selva o en la pradera. El hombre primitivo tiene todo el tiempo
del mundo para contemplar los más pequeños gestos de los animales
salvajes, de los que vive, con quienes vive, se diría, en fraterna
amistad, aunque luche con ellos y los descuartice y se los coma. Los
admira, abstrae sus formas y los plasma en las rocas, aprovechando
incluso las rugosidades y hendiduras que escoge cuidadosamente.
Es Dios, el
Creador, el que comunica el ser al mundo, y con él la belleza.
Es Dios,
el Creador, quien despliega constantemente esta realidad que, como dice
Tolkien, provoca en la criatura en el artista el poder de ser sub
creador: Cada hombre, cada
mujer pueden quedarse extasiados ante las configuraciones estelares
aunque no conozcan sus nombres, pueden quedarse extasiados ante las
luminosas constelaciones aunque no conozcan su historia. Tan sólo tienen
que alzar los ojos hacia la bóveda celeste y contemplarla en silencio.
Si, por el contrario, bajan los ojos hacia la tierra y observan con
atención en derredor también quedarán sorprendidos: «También en lo
diminuto, se muestra la grandeza de alma. Al Creador no le admiramos
sólo en el cielo y en la tierra, en el sol y en el océano, en los
elefantes, camellos, bueyes, caballos, leopardos, osos y leones; sino
también en los animales minúsculos, como la hormiga, mosquitos, moscas,
gusanillos y demás animales de este jaez, que distinguimos mejor por sus
cuerpos que por sus nombres: tanto en los grandes como en los pequeños
admiramos la misma maestría» (San Jerónimo, Epistolae, 60, 12 (PL 22,
596), ref. JJP).
«Todas estas
maravillas del cielo y de la tierra, la vida inverosímil pero real de
los insectos, la multiplicidad, la variedad de las funciones, la armonía
de las plantas y de las olas, los rojos oscuros vivos anaranjados
amarillos blancos y azulados encadenándose en el atardecer nocturno, el
púrpura de los brezos, de la rosa de los Alpes, del trébol rojo, del
ciclamen, la danza circular de las abejas llevando aromas, de nuevo el
mar, los embates del mar, la esmeralda azul clara del oleaje en torno al
arrecife, otra vez los árboles, los olmos centenarios de madera dura y
elástica, las pequeñas y blancas flores primaverales del olivo, los
olores a resina y a bosque, la sombra de los abetos y de los pinos, los
veteados, ondulados leños del nogal o del roble, de nuevo el cielo y los
enjambres de luz saliendo de las manchas de nubes, todo eso que nos
rodea como un jardín del Edén permanente con el lomo acerado de las
ballenas y de los delfines, con la agilidad marrón rojiza de la ardilla,
el gamo nervioso, el gato crepuscular, todo eso y mil cosas más es la
Naturaleza que no son los objetos hechos por el hombre, no son los
instrumentos y utensilios fabricados por manos humanas ,sino son los
colores y los aromas infinitos mezclados y entreverados suntuosamente,
admirablemente variados y alternativos, salpicando las manchas de un ala
de mariposa o del pez sangrador.» (Ibid.)
Van Gogh, sale al encuentro de los fascinantes
colores de la Naturaleza: «Continuamente estoy en búsqueda del azul. Las
figuras de aldeanos, aquí, son azules por regla general. En el trigo
maduro, que destaca sobre las hojas secas de una hilera de encinas, de
manera que los matices escalonados de azul oscuro y de azul claro
recobran vida y se ponen a hablar oponiéndose a los tonos dorados o a
los pardos rojizos, eso es muy bello, y desde el principio me ha
impresionado mucho»«Me he pasado una noche a orillas del mar por la
playa desierta (...) El cielo de un azul profundo estaba manchado de
nubes de un azul más profundo que el azul fundamental de un cobalto
intenso, y de otras de un azul más claro, como la blancura azulada de
las vías lácteas. En el fondo azul las estrellas centelleaban claras,
verdosas, amarillas, blancas, rosas, más claras, más bien diamantinas
como piedras preciosas, que para nosotros aun en París sería el caso de
decir: ópalos, esmeraldas, lapislázuli, rubíes, zafiros» (Vincent Van Gogh, Cartas a Theo, Barcelona, Barral, 1971, PP. 129 130, ref JJP)
Van Gogh no ha creado el azul, el azul no lo ha
creado el hombre, no lo ha creado Chagall con sus objetos suspendidos en
el espacio, ni tampoco Miró en su tríptico Azul. El ojo de Van Gogh
queda apresado por un azul de cielo y de mar que él quisiera pintar y al
que va persiguiendo. El ojo de Picasso y la mente de Picasso tampoco
han creado el azul.(ref JJP)
Igual que Picasso en una determinada época cuando
las paredes y las calles y el cielo de Barcelona y de París son tan
azules que se fusionan semblantes con penas, Van Gogh ve en amarillo el
mundo y lo exterior y lo interior también los cielos y los campos
enardecidos por el aire son intensamente amarillos, como si la pupila
del autor de los Girasoles fuera amarilla, a la vez que la pupila del
autor no hubiera sido nunca más que una pupila azul.(ref JJP)
Todo el resplandor de la Belleza se abre ante los
ojos de los hombres. Cézanne explicará a Émile Bernard en una de sus
cartas: «... las líneas paralelas al horizonte dan la extensión, es
decir, una sección de la naturaleza o, si Vd. prefiere, del espectáculo
que el Pater Omnipotens Aeterne Deus despliega ante nuestros ojos» "(ref JJP).
Todos los días ese espectáculo vive no sólo entre
las nubes y en la tierra, sino bajo el mar y en las grutas donde habitan
los arborescentes corales rojos, en las ondulaciones radiales de los
moluscos, en la punta de los erizos violáceos, en los anaranjados
cangrejos, en los bajos fondos del mar iluminado, allí donde la
coloración es vivaz, en las hendiduras de las rocas donde viven las
anémonas amarillas. Si Van Gogh en vez de andar por los campos de Arles
lo hiciera por los campos submarinos tropezaría con el amarillo verdoso
de la madrépora y quedaría fascinado. Es el espectáculo que sólo ven los
peces del Pater Omnipotens Aeterne Deus del que hablaba Cézanne. «Ese
amarillo dirá Kandinsky es el color típicamente terrestre. No se debe
pretender que el amarillo dé una impresión de profundidad. Enfriado por
el azul, toma un tono enfermizo. Comparado con los estados de alma,
podría ser la representación coloreada de la locura, no de la melancolía
ni de la hipocondría, sino de un acceso de rabia, de delirio, de locura
furiosa»" (JJPerlado, arvo.net).
El primer problema que se plantea a la Estética es el de determinar
su objeto. Desde que se pretendió hacer de ella una ciencia, la
estética no ha tenido unos límites precisos. La Estética filosófica no
sólo tiene planteados muchos problemas, sino que constituye un problema
por sí misma, ya que no ha logrado todavía definir, con general
aceptación, su objeto propio.
Actualmente hay un gran «des-concierto»
sobre los conceptos a los que aluden los seis términos de Tatarkiewicz.
No hay acuerdo general en lo que sería una Teoría de la estética.
La imitación (imitatio, mímesis)
ha tenido mucha importancia en las teorías del pasado, desde Platón y
Aristóteles. La creatividad apenas se valoraba. El artista se
consideraba más bien como un artesano, quizá como un funcionario de
obras públicas, para deleite de los poderosos o en el mejor de los casos
–el de los dramaturgos -, para la instrucción
del pueblo. Debían sujetarse a cánones y reglas preestablecidas.
Actualmente la creatividad ocupa un primer puesto, aunque no exclusivo,
en la valoración del arte.
Nuestra primera conclusión es que el arte surge de la
capacidad de abstracción. Lo que es tanto como decir, surge con el ser
humano propiamente dicho. La abstracción es lo que en nuestra opinión
divide abismalmente a los seres vivos en racionales e irracionales. La
abstracción a su vez, surge del conocimiento objetivo. Es
decir del conocimiento del mundo como algo «otro» respecto a mi. Lo
conozco como lo que se me ob-jeta, está ahí, yo no lo he creado, ni
fabricado, sencillamente me lo encuentro. Yo estoy en el mundo pero no
me identifico con el mundo. Continuar la reflexión ahora nos llevaría
lejos, hasta el punto de afirmar que en mi hay una dimensión
extracósmica que me hace en cierta medida libre respecto al mundo y lo
puedo ver como a distancia, contemplar y … recrearlo en mi mente. Y
plasmarlo en una materia: barro, mármol, pared, sonidos, narraciones,
etc.
Lo cierto es que no podemos renunciar al estudio de la experiencia
estética e intentar una metafísica de la belleza. Tampoco será
suficiente la metafísica. Será necesario acudir a la fenomenología para
dar cuenta de muchas cuestiones.
4. El horizonte del arte y la belleza
¿La Estética debe limitarse al campo del arte o ha de abarcar
también a la belleza? Si se ocupa de la belleza, ¿habrá de ocuparse de
la natural o de la artificial? No parece que la respuesta sea dudosa. La
naturaleza rebosa belleza y, a priori podemos decir que el arte
también. ¿Qué diferencia existe entre esos dos tipos de objetos, naturaleza y arte,
entre una manzana de árbol real y una manzana pintada en un lienzo de
Zurbarán? Podemos avanzar una respuesta clara: las obras de la
naturaleza son maravillosas pero no son libres, son efectos de leyes que
tienen su lógica, por haber sido creadas por el Logos divino, pero
ellas no son libres, no originan nada que no estuviera en la naturaleza.
En rigor, la naturaleza no es creativa. En cambio la obra de arte sí lo
es. Es fruto del libre ingenio humano. Por eso la Estética se ocupa no
tanto de la naturaleza como del arte. De la naturaleza en cuanto es
bella. Del arte en cuanto tiene que ver con la belleza, principalmente, a
nuestro entender, con la belleza destinada a ser contemplada.
Recordemos que «Estético» significa aquello que despierta en el hombre una peculiar sensación de agrado. «La estética» podemos entenderla como ciencia filosófica de lo estéticamente relevante. Una disciplina cuyo objeto es tanto la belleza en sí como la obra de arte. Como disciplina
pretende organizar un conjunto de ideas extraídas de la experiencia
contemplativa del arte y obtener conclusiones acerca tanto de su objeto,
como del creador de la obra de arte y del contemplador. Todo ello con
referencia al concepto fundamental, el de belleza que de algún modo -por su presencia, intensidad o ausencia- da sentido al «arte» y a lo «estético».
Fuente: Arvo.net
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