1. Prefacio
2. Religión, Filosofía y Ciencia. ( O el Misterio de la Santísima Trinidad)
3. De la realidad virtual al lenguaje(O del significado y del hecho y del hecho del significado de ambos)
4. Epílogo. Cómo salirse de la ratonera.
PREFACIO
No se ha tenido noticia de que Sócrates y Jesús de Nazaret
escribieran documento alguno. El porqué de este suceso excepcional en el
pensamiento occidental es tan extraordinario como los personajes que lo
sugieren. Este hecho no es el único paralelismo que se puede establecer
entre estas dos figuras singulares e influyentes: ambos son éticos de
una profundidad en choque frontal con los intereses de poder, ambos
buscan en el interior del hombre valores universales a los que
adherirse, ambos realizan una función pedagógica de gran efectividad,
ambos tienen seguidores y detractores, ambos son perseguidos y,
finalmente, ambos encuentran la muerte bajo circunstancias no naturales.
Este paralelismo es, probablemente, fruto de la casualidad; o tal vez,
los hombres nos parecemos tanto que, en contextos análogos, nos hacemos
semejantes. La diferencia y la similitud son un filo hilo que se cose o
se corta, a tenor de la mente que construye tales conceptos y los pone
cara a cara en acontecimientos determinados. La confrontación razonable
de hechos y fenómenos es lo que da origen a la explicación y, por ende, a
las presentes líneas.
Miguel Servet también fue perseguido y condenado a la hoguera por
defender, ante Calvino y la Inquisición, un pensamiento esencialmente
ecléctico, la circulación de la sangre o ideas que ponían en tela de
juicio el Misterio de la Santísima Trinidad. Menos influyente que los
dos prohombres anteriores, corrió su misma suerte con una sutil
diferencia: Servet sí que dejó testimonio escrito de lo que pensaba.
Tanto la religión como la filosofía se condimentan en la tradición oral,
mientras que la ciencia lo hace por escrito. Los ejemplos son
simplemente miradas panorámicas que recogen la anécdota de su detalle.
Sencillamente porque ha habido otras personas que han tenido, en su
denominador común, la fortuna que a los anteriores no les acompañó.
Mahoma en la religión, Aristóteles en la filosofía o, el propio Newton
en la ciencia, representan claros exponentes de que no es necesario ser
mártires para pasar a la historia. Sin embargo, este nuevo trío tuvo la
deferencia de dejar por escrito sus revelaciones o pensamientos más
profundos.
La tradición oral tiene la ventaja del calor humano y su
transcendencia en la acción de los individuos a la que tiene acceso; si
bien, se pierde o se pule por el paso de las generaciones. La tradición
escrita se mantiene pura en cuanto se accede a ella en sí misma, sin
mediadores; pero pierde en participación de los actores del hecho
comunicativo. Para la ciencia, la comunicación es un suceso más del
conjunto del mundo; le importa el calor humano en tanto se trata de una
variable más a tener en cuenta, y lo llama motivaciones y sistemas de
almacenar, recuperar y procesar información. Para la religión, la
comunicación y la comunión -lo común- tienen un marcado sentido místico
donde se toma o se recibe la verdad revelada. Su transcendencia radica
en el rito y la costumbre. Para la filosofía, la comunicación es un
acontecimiento reflexivo y de confrontación. Su enfoque es el debate
argumental.
Lo que está claro es que tanto Sócrates como Jesús de Nazaret
utilizaron algún tipo de comunicación para que nos llegara tan diáfano
su legado. Puede que éste fuera tan transparente que no necesitó nunca
de intermediarios. Puede que si se pierde calor humano también se pierda
comprensividad. También cabe la posibilidad que ocurra de otro modo.
Mas el paralelismo o la perpendicularidad histórica no debe
acomplejarnos a la hora de establecer su ambigüedad. El significado
unívoco pertenece al dogma y a Dios. El hombre, sin ese sentido
religioso, debe conformarse con construcciones semánticas endebles y
mutables. Pero ése y no otro es el sentido de la evolución: la
adaptación, la plasticidad de comportamiento ante nuevas situaciones, la
resolución efectiva de problemas y conflictos concretos. Esa ambigüedad
produce el caldo de cultivo del presente ensayo. Se trata del embrión
de una teoría del conocimiento válida que sirva de puente entre
concepciones tan dispares del mundo. En orden a que no versa de asuntos
religiosos, el significado de lo que sigue está sujeto a la libre
interpretación y revisión. Como tampoco utiliza el método científico en
el análisis de sus presupuestos, cabe manifestar su tremenda
improductividad efectiva sobre este campo. Sin embargo, acepta el hecho
religioso y el conocimiento científico como punto de partida. Si lo que
sigue es o no filosofía, queda a juicio del lector. Yo, por mi parte, me
conformo con escribirlo y no morir por la cicuta, crucificado, en la
hoguera o por cualquier causa que no fueran las naturales de mi edad.
Capítulo 1. RELIGIÓN, FILOSOFÍA Y CIENCIA. ( O EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD)
¿Qué nos ofrecen la religión, la filosofía y la ciencia en los
albores del tercer milenio? ¿Son suficientes, como medios de pensar y
actuar, para abordar con garantías el siglo XXI? En conjunto ¿ofrecen
una visión del mundo al hombre actual? O bien ¿ofrecen al mundo un
hombre a la altura de las circunstancias?
Amigo
Sancho, comprende que estas y otras cuestiones que por no mentadas no
son de menor enjundia, no tienen respuesta fácil. Mantén, así pues, la
mente alerta para que cualquier cambio que nos pudiese afectar, no pase
desapercibido (mutis por el foro).
Empecemos por el principio. Al hombre le ha acompañado un sentimiento
religioso durante milenios. Semejante sentimiento ha sufrido
transformaciones a lo largo de la historia; con lo que la idea de Dios
ha variado con el paso y el peso de los siglos. Inicialmente
-remontándonos a los hombres prehistóricos- el sentimiento religioso se
sintetiza en cuestiones mágicas propiciatorias de la caza, así como de
enterramientos funerarios de distinto grado. Ambas manifestaciones, en
conjunto, abrazan la dualidad de la vida y de la muerte; moviendo a
estos primigenios humanos a establecer, probablemente, ritos y
comportamientos simbólicos y artificiales. He aquí una primera prueba de
la transformación de la realidad que hace el hombre convirtiéndola en
una representación mental: la capacidad de abstracción de referentes y
su simulación cognitiva convergiendo en poderosas fuerzas mágicas que
sensibilizan a nuestros antepasados notablemente. Este nuevo "poder" se
muestra en representaciones pictóricas, acaso primera manifestación
lingüística que narra las escenas de caza que ellos mismos vivieron y
que han llegado hasta nuestros días.
Paralelamente a este sentimiento (que no es más que un significado a
su vida y a su muerte) se desarrolla y se extiende el uso generalizado
de herramientas y útiles de diversa índole. Se trata de una protociencia
que está basada en técnicas de lascado de pedruscos, trabajos en hueso y
el uso de conchas. Estos científicos del pasado se asemejan más a
ingenieros que resuelven problemas concretos a necesidades específicas,
que a individuos que proponen modelos teóricos de alto grado de
abstracción. A decir verdad, estos ingenieros primitivos precedieron en
el tiempo a las manifestaciones rupestres que narraban algo de sus
vidas: primero vivieron y después filosofaron según vieron, oyeron y
entendieron. Se dio fe de su existencia.
La filosofía surgió como explicación global del acontecer del mundo.
Pero sería ininteligible llegar a su significado sin antes comprender la
idea de Dios y la ciencia que se había legado unos centenares de años
antes de Cristo. El salto del Paleolítico al Neolítico no es simplemente
temporal; la agricultura, el trabajo con metales y el perfeccionamiento
de herramientas son sucesos de extraordinaria magnitud. La revolución
neolítica produjo cambios substanciales en el modo de vivir de nuestros
antepasados, donde se concatenaron hechos de magnitud perdurable: la
agricultura hizo un poblamiento sedentario y supuso nuevas necesidades
que agudizaron el ingenio de los hombres del neolítico. El trabajo con
metales se invirtió en los nuevos aperos de labranza, armas, joyas y
ornamentos, así como en monedas y sellos que confirmaron un salto
cualitativo en el engranaje social. La mampostería hizo que los
edificios adquirieran robustez y perdurabilidad, multiplicando junto a
los nuevos hallazgos, los ingenieros y las soluciones, cada vez más
avezadas y sorprendentes. La escritura y las matemáticas aplicadas dan
un colofón de auténtico progreso en unos cinco mil años. Nunca antes se
había hecho tanto en tan poco tiempo; pero es que además, nunca unos
cambios artificiales perduraron tanto a lo largo de la historia. La
agricultura, desde esta perspectiva, supuso, supone y supondrá más que
la Revolución Francesa de 1.789; en primer lugar porque dio y dará de
comer a cientos de generaciones, maximizando las probabilidades de éxito
de la especie; en segundo lugar porque no depende de la política para
que se entienda su necesidad.
Con respecto a la astronomía cabe destacar su entrelazamiento con
aquel sentimiento mágico radical; teniendo que ver más con la astrología
que con un modelo científico en sensu estricto. Eso nos devuelve al
principio. ¿Cómo evoluciona la dualidad vida-muerte hacia la idea de
Dios? Mediante un proceso de abstracción primero que evoluciona a un
proceso de síntesis después. Este proceso de abstracción comienza con la
pregunta ¿de dónde ha salido todo esto?; pues el hombre se enfrenta a
animales, montañas, ríos, nubes y diversos fenómenos que él no ha creado
ni causado. Percibe la existencia fuera de él mismo, pero ¿cómo la
interpreta? Las fuerzas de la naturaleza, que es lo inmediato a sus
sentidos, cobran especial significado y lo envuelve dentro del manto
mágico que ha ido madurando durante milenios. Es la naturaleza, por
tanto, el referente de primer orden a la hora de hilvanar una
explicación coherente de lo que sucede. El porqué trata de aclarar el
entorno vital en esos momentos puede resultar confuso. Entre otras
hipótesis podemos sugerir que los ritos y costumbres dualistas
(vida-muerte) fueron evolucionando de manera tal que, aquello que
propiciaba la caza -y por tanto, probabilizaba la existencia de aquellos
hombres-, se extendiera a otras actividades que guardaban relación con
la supervivencia. Aún hoy, perviven ritos religiosos vinculados a la
siega, a la cosecha o al nacimiento de una nueva criatura. Religiosidad y
supervivencia aparecen vinculadas directamente. Otra hipótesis sugiere
la posibilidad de una cantidad de alimentos excedentaria, ante la que
los hombres reaccionan dedicándose a otras actividades distintas a la
búsqueda de comida. Una de esas actividades puede ser la especulación
acerca del mundo. Finalmente, se puede conjeturar que es el compendio de
diversos fenómenos (semejantes a los citados) los que dan pie a tal
especulación.
El salto de convertir tales fuerzas de la naturaleza a divinidad nos
resulta oscuro. Es factible que la costumbre se elevara a rito y éste,
por generalización del éxito de supervivencia, prevaleciera como
veneración. Tanto el rito como la veneración han de tener el consenso y
el compromiso de los participantes; ya que es una autoafirmación del
grupo ante unas fuerzas naturales que no han sido generadas por ninguno
de sus miembros. Esta ’comunión’ resalta la comunicación entre los
actores y la naturaleza, siendo el vínculo que los une en su existencia.
El vínculo ha sido interpretado de diferente modo por las religiones
pasadas y presentes; si bien es inexplicable la idea de Dios (desde un
punto de vista estrictamente razonable) sin comprender el principio de
identidad. Estos hombres buscaban su identidad, su proyecto de vida, su
destino. Unas veces se identificaron con la propia naturaleza,
sintiéndose parte integrante de ella en una interacción satisfactoria;
otras, se sintieron predestinados a dominar esas fuerzas caóticas casi
indomables.
El vínculo es el constructo cognitivo que potencia el proceso de
abstracción. De un lado está la naturaleza no creada ni causada por los
hombres, de otro está la posibilidad de transformar aquella en beneficio
de la supervivencia de éstos. Y ¿cómo se transporta ese vínculo entre
el grupo? Aunque la respuesta religiosa radica en el alma, la humildad
de nuestros argumentos se centrarán en la mente; o mejor dicho en las
mentes que componen el grupo. Y estas mentes se comunican para compartir
su destino. El grupo simboliza las probabilidades de supervivencia y,
por ende, el vínculo que los une, los identifica y los explica. Aquellos
hombres utilizaban un lenguaje que comprendía su existencia. Habían
descubierto la realidad virtual y, desde entonces, ya no la abandonarían
jamás.
El hombre puso nombre a las cosas que percibía y hasta a las que no
lo hacía; siendo los referentes más usados en esa realidad virtual
cuanto más significativos fueran en sus vidas. ¿Y qué referente hay más
importante que su propia existencia? A las fuerzas naturales les puso
nombre y les dotó de identidad, pues no habían sido generadas por la
mano del hombre. Esta identidad se convierte en voluntad propia cuando
el clan se ve desbordado en comprender a los elementos. Dotar a las
fuerzas de la naturaleza de identidad y voluntad propia es un salto
cualitativamente incomprensible sin una realidad virtual que simule que
ocurre de tal modo y no de otro. Si esta idea nos parece peregrina,
pensemos en los miles de hombres que la debieron tener; y es equivalente
a la creencia de que la tierra era plana en el siglo X d.d.C. ¿Cómo se
podía creer que la tierra era plana sino es sobre la base de una
simulación de la misma?
El proceso de abstracción consiste en diversas simulaciones de la
realidad que son evaluadas en virtud de sus resultados; atribuyendo
grados de credibilidad a tenor de éstos. Si la costumbre, el rito, el
compromiso, el vínculo, la realidad virtual... les mantuvieron vivos,
entonces había que seguir con ellos y generalizarlos. Todo lo demás era
indiferente. Es difícil entender que individuos tan dependientes de
motivaciones primarias (comida, cobijo y relaciones sexuales) que
encontraron soluciones harto pragmáticas para satisfacerlas, se
dedicaran a una especulación tan poco relacionada directamente con sus
necesidades; a no ser que tal especulación se considerase especialmente
útil para propiciar cuestiones de supervivencia. Por la misma razón que
no puede dominar esas fuerzas (aunque sí minimizar o maximizar sus
efectos), se atribuye a lo desconocido un origen divino, ora bueno si
repercute beneficiosamente, ora malo si perjudica de algún modo. Simple
pero efectivo.
Como en la realidad virtual las fuerzas naturales tenían identidad y
voluntad propia, de ahí a la idea de Dios hay sólo un paso. Una vez que
un dios tiene identidad, se le puede representar; y eso es exactamente
lo que hicieron sobre la base de las estatuillas, figuras e iconos que
se han encontrado en las excavaciones. Así, la independencia existencial
de estos seres virtuales no sólo procedía de referentes naturales,
además esas fuerzas divinas eran quienes los generaban y creaban en
mayor o menor grado. A unos dioses con existencia y voluntad intrínseca
se les añadía el haber sido creadores de su misma fuente referencial:
una diosa del agua habría creado los mares y los ríos a los que mantenía
con diversas artes, tan extrañas como las utilizadas para su creación.
Se simulaba elaborando una historia similar a la del clan (al que estaba
vinculado) que difería de éste en un origen allende los tiempos y no
natural. La ascendencia mágica de los seres virtuales a los que aludimos
es lo que les da la impronta de inextricable y atrayente a la par. Una
vez explicado de dónde había salido todo esto, quedaban varios saltos
que dar en el proceso de abstracción.
Los dioses explicaban el origen del mundo y regulaban las fuerzas en
distinto grado. Asimismo, beneficiaban o perjudicaban a tenor de los
efectos y estragos que causaran. Si tales dioses eran beneficiosos, se
les hacía protectores del clan al cual quedaban vinculados. Los santos
patronos de los pueblos y ciudades del mundo son vestigios de este dato.
El vínculo ha sido transformado en virtud de que, lo que une,
compromete y comunica, es el dios o dioses protectores. El destino de un
pueblo está directamente vinculado a su dios o dioses y, cuando cae
uno, cae el otro. Sus destinos están entrelazados y unidos per se.
El salto cualitativo siguiente fue el considerar a los dioses
creadores de los hombres. Puesto que ellos fueron los creadores de lo
que había a su alrededor, ¿qué impedía que fueran ellos mismos (u otros
inventados para tal fin) los que habían hecho al hombre tal y como era?
Al no existir explicación mejor -al menos que conozcamos-, los hombres
aceptaron ésta como la más probable. Es decir, durante este periodo no
se admitía la evolución si no es a partir de un acto de creación del
mundo. En orden a esta creación, los dioses intervienen en el destino de
la totalidad de los objetos componentes de la realidad, incluida la
virtual. Es más, se cita a esta última como mediadora en la intervención
divina, pues ya que la realidad virtual es una creación de los dioses,
así lo han de ser sus derivados. La realidad virtual adquiere, de este
modo, naturaleza divina y de argumentación sobre la transformación de la
realidad sensible.
Y ya tenemos el proceso de abstracción completo. Los dioses son
creadores del mundo y de todo lo que existe. Parten de la realidad
sensible para darse a conocer, vinculándose a un grupo de hombres
concretos. Influyen directamente sobre los actos de esos hombres,
haciéndose previsibles en la realidad virtual aludida. Este pudiera ser
el resumen de la primera teoría que explicaba al mundo. Dios, los
dioses, nacen como una hipótesis de trabajo sobre la concepción de la
realidad y del mundo. Curiosamente, este modelo está basado en lo
sensible y lo observable, dando una explicación completa y coherente de
porqué estamos aquí. Tiene un punto de partida en la dualidad
vida-muerte y en el índice de supervivencia aunque no se hicieran
estadísticas. Aclara, asimismo, que los actos de los hombres están
vinculados a ese mundo de la divinidad mediante diferentes tipos de
modalidades.
La ciencia de entonces no tenía un modelo tan potente que explicara
la totalidad del mundo de una forma tan explícita. Se dedicaba a cosas
tan prácticas como el arado, la domesticación de animales, el transporte
sobre ruedas, la construcción de casas, palacios y templos, la
fabricación de herramientas de diverso tipo y fin, etcétera. La imagen
que podemos tener hoy de la ciencia de ayer consiste en decir:
lavadoras, frigoríficos, tractores, cosechadoras, rascacielos,
televisores u ordenadores. La ciencia realizaba la transformación de la
realidad sensible en un producto también sensible y útil. Radicalmente
opuesto a la transformación de la realidad operada por la mente humana;
quien aboga por explicarlo todo. La ciencia de estos tiempos no trataba
de interpretar la naturaleza sino en utilizarla. Puede que, los
resultados más exitosos a lo largo de la historia de la ciencia, hayan
sido esas transformaciones que han supuesto no sólo cambios materiales
sino también, cambios en los modos de pensar. La ciencia es, sobre todo,
formas de transformar la realidad sensible en productos con fines
pragmáticos. La especulación sobre el mundo ha sido -históricamente-
campo de la religión y de la filosofía. Acerca de esta última,
hablaremos a continuación.
El proceso de abstracción sobre la idea de Dios ha sido simplificado
por mor a una descripción comprensiva de la cuestión. Lo que realmente
ocurría es que los panteones divinos se iban aumentando por personajes
secundarios, amén de alcanzar cotas de complejidad prácticamente
indescifrables para los no iniciados. Se necesitaba de sacerdotes y de
oráculos que interpretaran los designios divinos y tradujeran a los
simples mortales los signos del destino. La voluntad divina era
interpretada de distintas formas: mitos, sacrificios, ofrendas, ritos,
etc. Mientras, la mitología alcanzaba una complicación que olvidó la
esencia de la que partió: la supervivencia del grupo. En cuanto la
supervivencia de tribus y clanes peligraba, la existencia de sus dioses
lo hacía también. Muchos hombres debieron pensar que el futuro de su
prole era más que incierto si se depositaba en dioses que no los
entendían. La desmemoria divina ya no contenía la maximización de
probabilidades de éxito, sino que eran más importantes las ofrendas y
las matanzas hechas en su nombre que la protección que les debía
proporcionar. El vínculo se había roto.
El hombre se encontraba de nuevo desnudo frente a una realidad
sensible a la que interpretar de manera global. Puesto que los dioses
son indescifrables e incomprensibles; lo inmediato, lo accesible, sí que
puede tener un engranaje que, una vez descodificado, explique
convenientemente el mundo. Surge así la búsqueda del principio generador
de todo. Esta búsqueda iniciática tiene un mismo comienzo: la
naturaleza. El agua, la tierra, el aire, el fuego, el movimiento, los
átomos... son los principios priores enunciados por diversos hombres.
Llegó el momento de la especulación filosófica, cuyo proceso de
abstracción es paralelo -diacrónicamente- a la idea de Dios. Primero
intenta explicar de dónde ha salido todo esto, segundo se centra en el
hombre y, finalmente, busca sentido bajo la perspectiva ética de aquel.
Como las religiones y los dioses que los hubo de diversos tipos, fines y
nombres; en la filosofía coexisten diferentes tendencias y actitudes,
demostrando, a la postre, la confusión y la ignorancia del hombre al
respecto. ¿Acaso la ciencia seguirá el paralelismo citado? ¿Explicará de
dónde ha salido todo esto, para tomar decisiones sobre los hombres y
sobre lo que está bien o mal? Al fin ¿habrá distintas concepciones de
ciencia que complicarán el éxito de la supervivencia de la especie en
vez de probabilizarlo? ¿Qué nuevo conocimiento, si sucede de este modo,
surgirá de la impotencia de la ciencia para explicar los comportamientos
humanos ante el mundo? ¿Será la política? ¿Acaso la antropología o la
interpretación de las culturas?
Ni la religión ni la filosofía han desaparecido ni en la teoría ni en
la práctica. Ambas han ido adaptando progresivamente (de mejor o peor
grado ante las evidencias y avances técnicos) sus presupuestos a los
conocimientos científicos que se han ido abriendo paso poco a poco. Sin
embargo, la ciencia no ha dado explicaciones de tanto alcance como la
religión. Tampoco ha logrado comprender al ser humano en su dimensión
ética y política en una estima que pueda abandonar la especulación
filosófica. Los vestigios de la religión y de la filosofía se asemejan a
las pirámides y a la acrópolis; permaneciendo pese a quien pese,
resistiendo los embates temporales. Ese es el hecho. Obviarlo es tan
anticientífico como suponer que la ciencia no es un conocimiento
profundo.
Sin embargo, nuestro viaje es de ida y de vuelta. A un proceso de
abstracción, le continúa otro de síntesis. Hemos visto como la idea de
Dios fue complicándose hasta alcanzar panteones y mitologías que tenían
que ver más con la poesía que con la supervivencia directa de los
hombres. Puesto que el vínculo se había roto, la realidad virtual
buscaría la interpretación del mundo y del hombre bajo su propio
análisis, sin suponer existencias independientes con una voluntad
difícil de predecir. En el terreno religioso, la realidad virtual optó
por simplificar las cosas; es decir, el número de dioses, concentrando
en un solo ser - en Dios- la única fuente de creación del mundo y de
influencia sobre la vida y muerte de los hombres. La monolatría es la
concentración en un único ser la esencia explicativa de la globalidad;
no obstante, admite la posibilidad de que otros grupos veneren a otro
dios o dioses distintos. De nuevo aparece el vínculo que une a los
hombres con su Dios; pero este vínculo se estrecha si ese Dios es único
para todos los hombres, sean del pueblo que sean. Es el monoteísmo: un
solo Dios para todos igual. Ese es el gran triunfo de la síntesis
religiosa. Se acabaron las trifulcas entre divinidades y entre hombres
por ver quien tiene el poder del universo. Aquí sólo manda uno y ese uno
lo explica todo: diciendo Dios, nunca se dijo tanto con tan poco. Se
explica la creación, el hombre y su transcendencia en el comportamiento.
El universo ha sido desvelado y descifrado: es Dios.
Dejémonos por el momento de las interpretaciones filosóficas de esta
idea y, centrémonos en cómo y porqué tuvo éxito el monoteísmo. Ya se ha
dicho que concentró bajo su concepción toda la noción de divinidad y
religiosidad que se había tenido hasta el momento. A su vez proporcionó a
los hombres un vínculo y un proyecto de vida. Para los hombres de
entonces, como para los de hoy en día, supone un esquema cognitivo fácil
de transportar en nuestras neuronas y con objetivos y metas
conductuales concretas y válidas para la supervivencia general. La
belleza de la idea monoteísta radica en su simplicidad y economía de
esfuerzos. Pero ¿quién fue el primer pueblo que inventó el monoteísmo?
Es difícil dar una respuesta válida a esta pregunta. En oriente y en
África, probablemente hubo respuestas de este tipo. Lo que nos ha
llegado hasta la actualidad es que el budismo se funda en el siglo VI
a.d.C., la religión islámica de Mahoma es posterior a Jesucristo, a
Confucio se le sitúa entre el 551 al 479 a.d.C., el Taoísmo entre los
siglos V y IV a.d.C., el sintoísmo es politeísta y naturalista, lo mismo
que el hinduismo. Por último, la tradición judeo-cristiana arranca con
la figura de Abraham que, en la Biblia, se sitúa el abandono del
paganismo y de la idolatría. Esto sucede más allá de un milenio a.d.C.
Los primeros vestigios de la civilización judía antigua, se remonta a la
edad del bronce (3300-2200 a.d.C.) en las tierras de Canaán. El resto
de la historia es harto conocida. Lo que nos importa es que la tradición
judeo-cristiana es la más antigua concepción monoteísta que se conoce y
que se ha mantenido incólume hasta la actualidad. Puede que haya
religiones monoteístas que sean más antiguas, pero o bien han
desaparecido, o bien tienen un numero de seguidores demasiado bajo para
ser consideradas. El éxito de la tradición monoteísta judeo-cristiana
abraza mucho más de mil millones de correligionarios practicantes o no;
con mucho, la mayor religión en número de simpatizantes.
El pueblo judío, después de Abraham, defendió a capa y espada a su
Dios; pero su influencia, por el número y los medios era más bien baja.
El contacto con los griegos y romanos fue lo que activó el transporte de
la concepción monoteísta a través de occidente. Y he aquí donde
interviene la filosofía. De siempre, ésta ha intentado aglutinar los
primeros y últimos principios y causas del mundo. Aunque sus
presupuestos nunca se fundamentaron en el dogma o en la revelación, su
especulación era tan abstracta como la idea de Dios. A fin de cuentas,
se buscaba lo mismo: una aclaración sobre el mundo y el hombre. Los
romanos habían tenido un estrecho contacto con la filosofía griega
durante siglos. Habían comprendido muy bien sus presupuestos
aclimatándolos a su modus vivendi. De otro lado, la religión politeísta
romana hacía aguas por todas partes, pues a una profunda crisis de
identidad, se le añadía un colapso en los augurios divinos. La
falibilidad de semejantes métodos, dispuso a los pragmáticos romanos a
buscar soluciones más factibles y útiles; deseosos de encontrar una
fuente de conocimiento verdadera y auténtica. En contacto con una suma
importante de pueblos y tribus, sólo dos de éstos habían hallado una
realidad virtual superior a la romana: la especulación filosófica griega
y el monoteísmo hebreo. Todos los demás pueblos eran inferiores en su
capacidad de explicar al mundo o al hombre en todas sus dimensiones. Y
aquí aparece la figura de Jesús de Nazaret.
Del Yahvé vengativo de rayos e iras turbulentas de Abraham al Dios
dadivoso, perdonador y pacífico de los cristianos va un abismo. El Dios
primitivo de los hebreos era un Dios violento que descargaba su ira por
menos de nada. Los hombres le obedecían por miedo y temor (de ahí la
expresión "temerosos de Dios"). Con Jesús de Nazaret está idea cambió
radicalmente: Dios es amor. Desde luego el vínculo es mejor establecerlo
por amor que por miedo. Si tuviéramos que hacer un símil actual
podríamos comentar que el aprendizaje ha de estar cimentado en el
estímulo y refuerzo positivo en vez de en el castigo. Jesús de Nazaret
acercó el vínculo al hombre y lo hizo comprensible: no hay que matar
sino amar. Lástima que de sus palabras no cundiera el ejemplo, pues él
mismo fue muerto y, las muertes se siguieron sucediendo en su nombre o
en el de otros; albergando otros intereses. Para el conocimiento, este
nuevo Dios amoroso para todos sin distinción de raza, rango, casta o
condición era verdaderamente un Dios al que merecía la pena venerar. No
hacía distingos entre pobres y ricos y prometía una vida mejor en el más
allá. Eso sí que era bueno. Además, daba ejemplo a través de la figura
de Cristo, quien cargó con todos nuestros pecados y faltas. ¿Qué más se
puede pedir? Desde luego, esta era la solución más audaz que se había
dado a la explicación del mundo y del hombre.
Entre quinientos y cuatrocientos años antes de Jesús de Nazaret, la
filosofía griega experimentó un cambio en su especulación. De la
búsqueda de un principio explicativo del mundo, se pasó a la búsqueda de
comportamientos éticos de los hombres. Sócrates puede significar el
colofón a esa búsqueda, dando autenticidad y veracidad a la misma.
Diógenes de Sínope, el cínico, llevó su filosofía a un rigor ético cuya
finalidad es la virtud a través de la conducta; algo así como "por sus
obras les conoceréis" del evangelista Mateo. Otros autores, en fin,
proponen la búsqueda de la felicidad y los métodos que la consiguen,
creando escuelas para la difusión de sus ideas. Esa solicitud de
felicidad preside al mundo romano que estuvo en contacto con el pueblo
hebreo. Los romanos sí que tenían la influencia y los medios que
aquellos carecían y fueron, a la postre, el vehículo de transmisión de
mayor potencia. Los años de los primeros cristianos son de una
efervescencia de ideas que provenían de distintas religiones y
filosofías. En ese magma de confusión no es extraño que triunfasen
-desde el punto de vista epistemológico- aquellos que lo tenían más
claro y estaban dispuestos a sacrificar sus vidas por ello. El Dios
cristiano tampoco tiene contradicciones que inviten a la ambigüedad. La
conjunción entre la filosofía y la tradición religiosa judeo-cristiana
era demasiado potente y densa para que religiones y creencias menores
resistiesen la sabiduría acumulada de aquellas ideas. Esta conjunción ha
tenido mayor influencia en la historia del pensamiento occidental que
cualquier otra relacionada con la astrología. Las conjunciones
planetarias no tienen influencia comprobada sobre el comportamiento de
los hombres, pero la religión y la filosofía sí.
Esta conjunción se hizo de manera gradual, con un respeto mutuo y sin
lucha; pues los pueblos que las promovieron estaban alejadas de las
fronteras en las que se producían. La batalla se libraba en el interior
de los hombres, en lo que pensaban sobre el mundo y sobre ellos mismos.
La guerra era en una realidad virtual que necesitaba de un norte, de
metas y objetivos, de toma de decisiones virtuosas y que hicieran
felices a las personas. Y desde luego la felicidad y la virtud no entran
dentro de los enunciados científicos más diestros. Sin embargo, por
aquel tiempo, el mayor logro científico fueron las matemáticas y, en
especial, la geometría. El teorema de Pitágoras o la geometría
Euclidiana nos son tan cercanos que parece que son inventos nuestros en
vez de personas que vivieron un par de milenios y pico atrás. La ciencia
de aquella época seguía subsumida en oficios (herreros, fontaneros,
constructores, médicos...) del tipo ingeniería y técnicas aplicadas. Con
las matemáticas, se descubrió el método deductivo, cosa que es lógica
en virtud del uso que se le había dado a la realidad virtual. La
deducción es el hecho abstracto por antonomasia de la ciencia y, por
ende, de la realidad virtual. Los sistemas inductivos y experimentales
estaban en manos de oficios, técnicos e ingenieros de distinto tipo y
grado de conocimiento; sin que éste supusiera un corpus integrado. Eran
saberes dispares y sin conexión práctico-teórica alguna. El
establecimiento de leyes a partir de los hechos hubo de esperar a Kepler
y Galileo como una sistemática de la ciencia.
El problema al que nos enfrentamos cuando estudiamos los hechos es
qué consideramos exactamente y cómo los cuantificamos. Este no es un
conflicto intrínseco de los fenómenos, sino de la realidad virtual. Ésta
hace representaciones de la realidad sin importarle mucho su
comprobación empírica; su misión, dicho de otro modo, es de abstraerse y
de representar; la adaptabilidad del modelo generado pertenece a otros.
La idea de Dios representa coherentemente al mundo y al universo; no
obstante, el modelo es difícil de comprobar. Con la filosofía se empieza
a especular con la posibilidad de una realidad virtual un tanto
’engañosa’ (Descartes), proponiendo métodos más ’seguros’ de generar
hipótesis. Los filósofos son los primeros que empiezan a simular las
consecuencias de las representaciones de la realidad virtual, dándose
cuenta que, dependiendo de las condiciones reales de la simulación,
tanto más podemos comprobar la veracidad de nuestro modelo. Inventan,
podríamos decir, la comprobación; aunque ésta se haga con métodos muy
rudimentarios y con resultados, asimismo, dispares en la construcción de
conocimiento útil. Se sigue confiando en la deducción, usando a los
hechos como comprobaciones asistemáticas de la realidad virtual. La
experimentación complementa el ejercicio de la comprobación, lo valida.
Pero ha de llegar la ciencia para ayudar a realizar tal salto.
¿Forman parte la comprobación y la experimentación de nuestra
realidad virtual? El objeto de la realidad virtual es representar
razonablemente lo que ocurre y acontece en esquemas cognitivos
transportables fácilmente en nuestra mente. Dios es un esquema muy
simple y que representa la totalidad. Cumple todos los requisitos de la
realidad virtual. Su desventaja radica en que no es comprobable ni
experimentable por métodos científicos conocidos. Lo que está en el
programa de la realidad virtual es la simulación, porque ésta ayuda a la
representación del mundo; mas las condiciones que ha de cumplir
semejante simulación corresponden a un consenso de las mentes que la
realizan. Veamos un ejemplo. En el siglo X de nuestra era, la creencia
de que la tierra era plana estaba bastante extendida. El modelo
funcionaba en orden a que, todo aquel que se aventuraba más allá de los
mares conocidos, no regresaba o pasaba penurias tales que no se le
ocurría volver. Cuando los ingenieros mejoraron las naos, los aparatos
de navegación y otros enseres, se pudo realizar la circunnavegación de
la tierra y, como consecuencia, su comprobación y experimentación. Pero
la optimización de estos procesos no perseguía la demostración empírica
de la esfericidad de la tierra, sino que fueron configurados para otros
fines mucho más simples y acomodaticios. Sólo la conjunción de las
ingenierías dispersas pudieron establecer los principios de la
demostración empírica. Y esta conjunción fue tan importante, al menos,
como la que hicieron la religión y la filosofía occidental. Las
herramientas, por sí solas, tienen fines concretos y definidos; un
conjunto de ellas mediante una simulación adecuada, puede aplicarse a
fines más complejos y con resultados que van más allá de lo que
conseguirían una a una. No es una acción simplemente sumativa, sino de
conjunto. Cuando la ciencia empezó a utilizar la realidad virtual como
una actividad de conjunto, dio un salto cualitativo y pudo comenzar a
representar al mundo bajo su perspectiva.
La comprobación y la experimentación son requisitos que incluye la
ciencia para la simulación de la realidad, para que sus decisiones y
resultados obtengan fiabilidad y validez. Probablemente, no se habría
llegado a este punto sin una realidad virtual con amplias miras de
representación y sin una especulación que ayudó a llegar a unos
requisitos de simulación que optimizaran los resultados. La filosofía y
la religión han influido más en la ciencia de lo que se imagina.
Los límites de la ciencia son los propios de la realidad virtual: es
una representación. La representación de hechos repetitivos (como los
que estudian la física y la química) se reduce a tablas de probabilidad
de aparición. Por ejemplo, la meteorología forma parte del bagaje del
hombre de la calle porque depende, en muchas de sus actividades, de la
climatología que acontezca en un día determinado: la ropa que se pone,
el salir al campo, el hacer algún tipo de deporte, etc. Los
profesionales que se dedican al tema, saben que pueden predecir unas
condiciones generales basándose en unos datos; sin embargo, desconocen
la exactitud en sus pronósticos. Los hechos naturales no son exactamente
iguales a la representación que tenemos de ellos. Como merece la pena
reconocer, esto no es culpa de los hechos sino de la imperfección del
modelo. Podemos establecer si va llover mañana en nuestra ciudad a un
90% de probabilidades que lo haga -valga el ejemplo-, pero puede suceder
que lo haga a unos pocos kilómetros y donde nosotros estamos luzca un
sol espléndido. La ciencia no es exacta. Y la exactitud es una
pretensión de la realidad virtual y no de la ciencia. Negar ahora que la
ciencia es un conocimiento válido, sería de estúpidos; por ello es
imprescindible que la realidad virtual aúne sus esfuerzos de manera
conjunta, en vez de hacerlo por separado.
Los hechos aislados; es decir, los de difícil repetición (como cuando
Julio César cruzó el Rubicón y pronunció el consabido alea jacta est)
no pueden ser objeto de la ciencia porque no se pueden verificar en
orden a su repetición. Pero ello no es óbice para negarlos y obviar su
existencia. Este conflicto sí que es achacable por entero a la ciencia,
en el sentido de que es un requisito intrínseco a la propia concepción
de ciencia. Los hechos irrepetibles no pueden ser científicos porque no
se pueden extrapolar leyes, principios y generalidades de gran potencia
predictiva. Pero, curiosamente, hechos irrepetibles pueden resultar los
más influyentes en la marcha de los acontecimientos. Pensemos en el
primer instante del universo y en una gran explosión. Tal instante es
irrepetible, por lo menos en una concepción espacio-temporal razonable.
Imaginemos el nacimiento de un hijo. El suceso de ese nacimiento de la
persona concreta es irrepetible; no se puede nacer dos veces; con una es
más que suficiente. Meditemos en que las condiciones de vida y las
respuestas concretas de una persona ante aquellas son también muy
difíciles de replicar. Sólo, una persona, vive una vez. La reencarnación
es un hecho no comprobado científicamente y, además, tampoco reproduce
idénticas condiciones. El hecho de la muerte también es irrepetible.
Para un científico sería muy difícil explicar ante la comunidad, una
experimentación sobre la muerte. En fin, el significado de ciertos
hechos o acontecimientos irrepetibles es demasiado importante como para
no ser tenidos en cuenta. Lo que hace la ciencia es generalizar: el
nacimiento y la muerte de una persona son irrepetibles, pero todas las
personas nacen y mueren. No se repite el hecho concreto, sino el hecho
de nacer y morir. Con respecto a hechos como la primera chispa que
generó el universo conocido, la ciencia ya no se pronuncia con tanta
facilidad. La conducta concreta de Jesús de Nazaret es muy difícil de
predecir científicamente, así como la de Sócrates o cualquier otro ser
humano. Las variables y condiciones son tan distintas y múltiples que,
analizarlas simplemente, es una simulación que escapa a una realidad
virtual que economiza esfuerzos.
Ya que a la realidad virtual le interesa la representación, sería
importante detenernos en ésta como medio de conocimiento. A parte de los
procesos psicológicos que la permiten (percepción, memoria, cognición,
etc.), la representación es significado. El término ’significado’ será
analizado con profundidad más adelante. Ahora nos atañe en su relación
con la ciencia y con los hechos repetibles e irrepetibles. La
representación de sucesos depende en gran medida de su significado. El
significado es algo otorgado por la realidad virtual. El que una piedra
caiga o se someta a la ley de la gravedad no quiere decir que la piedra
tenga esa propiedad en sí misma. Ningún químico ha descubierto una
piedra ni un átomo o molécula que lleve escrito su peso dentro de sus
propiedades. Esa misma piedra en la Luna, pesaría otra cosa. El peso,
como cualquier otra medida, se otorga bajo tales o cuales condiciones.
Para lo que nos interesa, el significado es algo restringido, en
interacción con ciertas variables. Si esas variables no se dan, el
significado se pierde y, en consecuencia, la representación es endeble.
Supongamos que existen cuatro variables fundamentales para la
supervivencia de la especie humana, a saber: alimentación, cobijo,
relaciones sexuales y cuidados a la prole. Todo lo que probabilice la
aparición de esos cuatro sucesos será significativo. También lo será
aquello que impida su manifestación. Las cosas, hechos y acontecimientos
que no tengan una relación directa con la alimentación, el cobijo, las
relaciones sexuales o los cuidados a los hijos, no tienen significado o
lo tienen subsidiariamente. La realidad virtual atenderá las
representaciones mentales de esos sucesos o de los que provocan o no su
aparición. En tanto nos alejemos virtualmente o sensiblemente de esas
representaciones, cuanto más nos alejamos de un significado restringido;
adentrándonos en la vaguedad conceptual.
Supongamos que la religión, la filosofía y la ciencia ayudan a la
aparición de las cuatro variables citadas y a minimizar riesgos. Abundar
en el significado de los dogmas, de las especulaciones o de las
premisas que componen dichos campos de conocimiento, incidiría directa o
indirectamente en las variables que nos interesan. Dicho de otro modo,
si creer en Dios nos hace más felices y optimiza nuestras relaciones
personales y sociales ¿qué obsta para no hacerlo? Sólo si la creencia en
Dios pone en peligro la alimentación, el cobijo, las relaciones
sexuales o el cuidado de los hijos. Lo mismo ocurriría para la filosofía
y la ciencia. El significado de nuestro Dios nos daría pautas de
comportamiento acerca de la búsqueda y consumo de alimentos o de la
dieta, sobre la construcción de casas y la distribución de habitaciones,
en cómo deben tenerse las relaciones sexuales o cuál es la mejor manera
de proporcionar cuidados a los hijos. La realidad virtual construye
objetivos mediadores para conseguir sus objetivos terminales. La
religión, la filosofía o la ciencia no llevan conceptualmente la
propagación y supervivencia de la especie; sin embargo, la apoyan y la
ayudan. Los tres campos del conocimiento son mediadores en un suceso
terminal.
El conocimiento no proporciona en sí mismo comida, casa, sexo o
cuidados especiales. Se trata de un mediador para conseguir todo eso. La
mediación es una actividad restringida de la realidad virtual; que sólo
tiene significado y representación si consigue llegar a unos resultados
como los conseguidos hasta ahora. La realidad virtual no compila hechos
sino significados en conjunto, en bloque. Los hechos son una cosa y sus
representaciones otra muy distinta. Cuando decimos ciencia, no decimos
que los hechos son lo que la ciencia dice que sean; más bien expresamos
la representación que tiene la ciencia del mundo y del hombre.
Igualmente sucede con la religión y la filosofía. El mundo acontece
sincrónicamente -a la vez-, no hay cosas que sucedan aisladas o a
destiempo de las demás. La realidad virtual también tiene esa
percepción, elaborándose sincrónica e interactivamente con lo que
sucede. Ahora bien, la representación que hace la realidad virtual es
una transformación de lo que acontece. El mundo de la ciencia, de la
religión o de la filosofía es un mundo transformado, que es en potencia
pero no en realidad.
El conocimiento del hombre se mueve en la posibilidad. Si de repente
cambiaran las condiciones del mundo, como la gravedad, el aire, el sol o
la composición del agua, el conocimiento científico sería inútil (no
así su metodología). Probablemente la religión y la filosofía tampoco
estarían preparadas para semejante cambio. Necesitaríamos bastante
tiempo simplemente para aclimatarnos a las nuevas condiciones y, mucho
más con el fin de elaborar un nuevo conocimiento que sustituyera al
antiguo; si es que sobrevivíamos para contarlo. Entonces ¿es
conocimiento toda posibilidad? No. Conocimiento es toda posibilidad que
tiene un resultado óptimo. Por ejemplo, admitiendo la posibilidad de que
exista Dios, tenemos mucho que ganar y poco que perder. A eso le llamo
yo una posibilidad óptima. Por ejemplo, admitiendo que los hombres
pueden ser felices y virtuosos, sólo tenemos que encontrar el medio de
hacerlo y aplicarlo. Por ejemplo, si admitimos que la ciencia tiene la
posibilidad de desentrañar nuestras lagunas cognoscitivas, podemos
confiar en sus avances. Eso son posibilidades óptimas. No quiere decir
que sean verdaderas o alcanzables; sencillamente se pone de relieve que,
el conseguirlas (convertirlas en realidad) supone un gran logro.
La realidad virtual es una representación del mundo y de lo que puede
ser el mundo. Para la religión, lo que puede ser el mundo es lo que
’debe’ ser el mundo. Para la filosofía, la potencialidad se convierte en
argumento de reflexión; siendo el bucle de toda su especulación. La
ciencia no tiene una pronunciación clara al respecto. Admite la
planificación de futuro y la previsión, la propia ciencia se entiende
como un sistema de alto poder predictivo y, sin embargo, la
potencialidad (la simulación cognitiva) sólo es valorada desde
planteamientos formales, deductivos. Desde el enfoque inductivo, la
posibilidad es mera fantasía. Los empíricos radicales podrán decir que
todo lo dicho hasta ahora carece de sentido y que no es comprobable. Y
esta misma afirmación es lo que hace que tengan una realidad virtual que
construye significados más allá de los hechos, aunque sea para decir
que no se tiene razón.
Como corolario y recapitulación de lo suscrito, se entiende que las
tres fuentes de conocimiento principales que han sido legadas por
nuestros antepasados (religión, filosofía y ciencia), participan de un
denominador común que les ha dado vida: la realidad virtual. Antes que
llegaran los computadores y los informáticos -que acuñaron el término-
el hombre ya hacía gala de un pensamiento abstracto y de un lenguaje
altamente formalizado en alguno de sus usos. La tesis sostenida hasta el
momento es que, el conjunto de estos saberes, proporciona una
representación de la realidad más enriquecedora que si lo hicieran por
separado. Lo importante de esta visión de conjunto es la gran similitud
explicativa entre los conocimientos aportados por ellos; siendo las
diferencias de hoy, las soluciones del futuro. No es tan principal sus
distintas concepciones, sino la realidad virtual compartida: el mundo y
la posición del hombre dentro de él.
Por: Carlos Moreno Rodríguez, Neurostar (c) 1999
carlos.moreno@hispalinux.es
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