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11.17
EXPLICATUM, EXPLICANDUM

de Carlos Moreno Rodríguez, Neurostar, en wikibooks

Jueves 28 de abril de 2005, por ediciones simbioticas



CONTENIDOS

1. Prefacio
2. Religión, Filosofía y Ciencia. ( O el Misterio de la Santísima Trinidad)
3. De la realidad virtual al lenguaje(O del significado y del hecho y del hecho del significado de ambos)
4. Epílogo. Cómo salirse de la ratonera.

PREFACIO

No se ha tenido noticia de que Sócrates y Jesús de Nazaret escribieran documento alguno. El porqué de este suceso excepcional en el pensamiento occidental es tan extraordinario como los personajes que lo sugieren. Este hecho no es el único paralelismo que se puede establecer entre estas dos figuras singulares e influyentes: ambos son éticos de una profundidad en choque frontal con los intereses de poder, ambos buscan en el interior del hombre valores universales a los que adherirse, ambos realizan una función pedagógica de gran efectividad, ambos tienen seguidores y detractores, ambos son perseguidos y, finalmente, ambos encuentran la muerte bajo circunstancias no naturales. Este paralelismo es, probablemente, fruto de la casualidad; o tal vez, los hombres nos parecemos tanto que, en contextos análogos, nos hacemos semejantes. La diferencia y la similitud son un filo hilo que se cose o se corta, a tenor de la mente que construye tales conceptos y los pone cara a cara en acontecimientos determinados. La confrontación razonable de hechos y fenómenos es lo que da origen a la explicación y, por ende, a las presentes líneas.

Miguel Servet también fue perseguido y condenado a la hoguera por defender, ante Calvino y la Inquisición, un pensamiento esencialmente ecléctico, la circulación de la sangre o ideas que ponían en tela de juicio el Misterio de la Santísima Trinidad. Menos influyente que los dos prohombres anteriores, corrió su misma suerte con una sutil diferencia: Servet sí que dejó testimonio escrito de lo que pensaba. Tanto la religión como la filosofía se condimentan en la tradición oral, mientras que la ciencia lo hace por escrito. Los ejemplos son simplemente miradas panorámicas que recogen la anécdota de su detalle. Sencillamente porque ha habido otras personas que han tenido, en su denominador común, la fortuna que a los anteriores no les acompañó. Mahoma en la religión, Aristóteles en la filosofía o, el propio Newton en la ciencia, representan claros exponentes de que no es necesario ser mártires para pasar a la historia. Sin embargo, este nuevo trío tuvo la deferencia de dejar por escrito sus revelaciones o pensamientos más profundos.

La tradición oral tiene la ventaja del calor humano y su transcendencia en la acción de los individuos a la que tiene acceso; si bien, se pierde o se pule por el paso de las generaciones. La tradición escrita se mantiene pura en cuanto se accede a ella en sí misma, sin mediadores; pero pierde en participación de los actores del hecho comunicativo. Para la ciencia, la comunicación es un suceso más del conjunto del mundo; le importa el calor humano en tanto se trata de una variable más a tener en cuenta, y lo llama motivaciones y sistemas de almacenar, recuperar y procesar información. Para la religión, la comunicación y la comunión -lo común- tienen un marcado sentido místico donde se toma o se recibe la verdad revelada. Su transcendencia radica en el rito y la costumbre. Para la filosofía, la comunicación es un acontecimiento reflexivo y de confrontación. Su enfoque es el debate argumental.

Lo que está claro es que tanto Sócrates como Jesús de Nazaret utilizaron algún tipo de comunicación para que nos llegara tan diáfano su legado. Puede que éste fuera tan transparente que no necesitó nunca de intermediarios. Puede que si se pierde calor humano también se pierda comprensividad. También cabe la posibilidad que ocurra de otro modo. Mas el paralelismo o la perpendicularidad histórica no debe acomplejarnos a la hora de establecer su ambigüedad. El significado unívoco pertenece al dogma y a Dios. El hombre, sin ese sentido religioso, debe conformarse con construcciones semánticas endebles y mutables. Pero ése y no otro es el sentido de la evolución: la adaptación, la plasticidad de comportamiento ante nuevas situaciones, la resolución efectiva de problemas y conflictos concretos. Esa ambigüedad produce el caldo de cultivo del presente ensayo. Se trata del embrión de una teoría del conocimiento válida que sirva de puente entre concepciones tan dispares del mundo. En orden a que no versa de asuntos religiosos, el significado de lo que sigue está sujeto a la libre interpretación y revisión. Como tampoco utiliza el método científico en el análisis de sus presupuestos, cabe manifestar su tremenda improductividad efectiva sobre este campo. Sin embargo, acepta el hecho religioso y el conocimiento científico como punto de partida. Si lo que sigue es o no filosofía, queda a juicio del lector. Yo, por mi parte, me conformo con escribirlo y no morir por la cicuta, crucificado, en la hoguera o por cualquier causa que no fueran las naturales de mi edad.

Capítulo 1. RELIGIÓN, FILOSOFÍA Y CIENCIA. ( O EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD)

¿Qué nos ofrecen la religión, la filosofía y la ciencia en los albores del tercer milenio? ¿Son suficientes, como medios de pensar y actuar, para abordar con garantías el siglo XXI? En conjunto ¿ofrecen una visión del mundo al hombre actual? O bien ¿ofrecen al mundo un hombre a la altura de las circunstancias?

- Amigo Sancho, comprende que estas y otras cuestiones que por no mentadas no son de menor enjundia, no tienen respuesta fácil. Mantén, así pues, la mente alerta para que cualquier cambio que nos pudiese afectar, no pase desapercibido (mutis por el foro).

Empecemos por el principio. Al hombre le ha acompañado un sentimiento religioso durante milenios. Semejante sentimiento ha sufrido transformaciones a lo largo de la historia; con lo que la idea de Dios ha variado con el paso y el peso de los siglos. Inicialmente -remontándonos a los hombres prehistóricos- el sentimiento religioso se sintetiza en cuestiones mágicas propiciatorias de la caza, así como de enterramientos funerarios de distinto grado. Ambas manifestaciones, en conjunto, abrazan la dualidad de la vida y de la muerte; moviendo a estos primigenios humanos a establecer, probablemente, ritos y comportamientos simbólicos y artificiales. He aquí una primera prueba de la transformación de la realidad que hace el hombre convirtiéndola en una representación mental: la capacidad de abstracción de referentes y su simulación cognitiva convergiendo en poderosas fuerzas mágicas que sensibilizan a nuestros antepasados notablemente. Este nuevo "poder" se muestra en representaciones pictóricas, acaso primera manifestación lingüística que narra las escenas de caza que ellos mismos vivieron y que han llegado hasta nuestros días.

Paralelamente a este sentimiento (que no es más que un significado a su vida y a su muerte) se desarrolla y se extiende el uso generalizado de herramientas y útiles de diversa índole. Se trata de una protociencia que está basada en técnicas de lascado de pedruscos, trabajos en hueso y el uso de conchas. Estos científicos del pasado se asemejan más a ingenieros que resuelven problemas concretos a necesidades específicas, que a individuos que proponen modelos teóricos de alto grado de abstracción. A decir verdad, estos ingenieros primitivos precedieron en el tiempo a las manifestaciones rupestres que narraban algo de sus vidas: primero vivieron y después filosofaron según vieron, oyeron y entendieron. Se dio fe de su existencia.

La filosofía surgió como explicación global del acontecer del mundo. Pero sería ininteligible llegar a su significado sin antes comprender la idea de Dios y la ciencia que se había legado unos centenares de años antes de Cristo. El salto del Paleolítico al Neolítico no es simplemente temporal; la agricultura, el trabajo con metales y el perfeccionamiento de herramientas son sucesos de extraordinaria magnitud. La revolución neolítica produjo cambios substanciales en el modo de vivir de nuestros antepasados, donde se concatenaron hechos de magnitud perdurable: la agricultura hizo un poblamiento sedentario y supuso nuevas necesidades que agudizaron el ingenio de los hombres del neolítico. El trabajo con metales se invirtió en los nuevos aperos de labranza, armas, joyas y ornamentos, así como en monedas y sellos que confirmaron un salto cualitativo en el engranaje social. La mampostería hizo que los edificios adquirieran robustez y perdurabilidad, multiplicando junto a los nuevos hallazgos, los ingenieros y las soluciones, cada vez más avezadas y sorprendentes. La escritura y las matemáticas aplicadas dan un colofón de auténtico progreso en unos cinco mil años. Nunca antes se había hecho tanto en tan poco tiempo; pero es que además, nunca unos cambios artificiales perduraron tanto a lo largo de la historia. La agricultura, desde esta perspectiva, supuso, supone y supondrá más que la Revolución Francesa de 1.789; en primer lugar porque dio y dará de comer a cientos de generaciones, maximizando las probabilidades de éxito de la especie; en segundo lugar porque no depende de la política para que se entienda su necesidad.

Con respecto a la astronomía cabe destacar su entrelazamiento con aquel sentimiento mágico radical; teniendo que ver más con la astrología que con un modelo científico en sensu estricto. Eso nos devuelve al principio. ¿Cómo evoluciona la dualidad vida-muerte hacia la idea de Dios? Mediante un proceso de abstracción primero que evoluciona a un proceso de síntesis después. Este proceso de abstracción comienza con la pregunta ¿de dónde ha salido todo esto?; pues el hombre se enfrenta a animales, montañas, ríos, nubes y diversos fenómenos que él no ha creado ni causado. Percibe la existencia fuera de él mismo, pero ¿cómo la interpreta? Las fuerzas de la naturaleza, que es lo inmediato a sus sentidos, cobran especial significado y lo envuelve dentro del manto mágico que ha ido madurando durante milenios. Es la naturaleza, por tanto, el referente de primer orden a la hora de hilvanar una explicación coherente de lo que sucede. El porqué trata de aclarar el entorno vital en esos momentos puede resultar confuso. Entre otras hipótesis podemos sugerir que los ritos y costumbres dualistas (vida-muerte) fueron evolucionando de manera tal que, aquello que propiciaba la caza -y por tanto, probabilizaba la existencia de aquellos hombres-, se extendiera a otras actividades que guardaban relación con la supervivencia. Aún hoy, perviven ritos religiosos vinculados a la siega, a la cosecha o al nacimiento de una nueva criatura. Religiosidad y supervivencia aparecen vinculadas directamente. Otra hipótesis sugiere la posibilidad de una cantidad de alimentos excedentaria, ante la que los hombres reaccionan dedicándose a otras actividades distintas a la búsqueda de comida. Una de esas actividades puede ser la especulación acerca del mundo. Finalmente, se puede conjeturar que es el compendio de diversos fenómenos (semejantes a los citados) los que dan pie a tal especulación.

El salto de convertir tales fuerzas de la naturaleza a divinidad nos resulta oscuro. Es factible que la costumbre se elevara a rito y éste, por generalización del éxito de supervivencia, prevaleciera como veneración. Tanto el rito como la veneración han de tener el consenso y el compromiso de los participantes; ya que es una autoafirmación del grupo ante unas fuerzas naturales que no han sido generadas por ninguno de sus miembros. Esta ’comunión’ resalta la comunicación entre los actores y la naturaleza, siendo el vínculo que los une en su existencia. El vínculo ha sido interpretado de diferente modo por las religiones pasadas y presentes; si bien es inexplicable la idea de Dios (desde un punto de vista estrictamente razonable) sin comprender el principio de identidad. Estos hombres buscaban su identidad, su proyecto de vida, su destino. Unas veces se identificaron con la propia naturaleza, sintiéndose parte integrante de ella en una interacción satisfactoria; otras, se sintieron predestinados a dominar esas fuerzas caóticas casi indomables.

El vínculo es el constructo cognitivo que potencia el proceso de abstracción. De un lado está la naturaleza no creada ni causada por los hombres, de otro está la posibilidad de transformar aquella en beneficio de la supervivencia de éstos. Y ¿cómo se transporta ese vínculo entre el grupo? Aunque la respuesta religiosa radica en el alma, la humildad de nuestros argumentos se centrarán en la mente; o mejor dicho en las mentes que componen el grupo. Y estas mentes se comunican para compartir su destino. El grupo simboliza las probabilidades de supervivencia y, por ende, el vínculo que los une, los identifica y los explica. Aquellos hombres utilizaban un lenguaje que comprendía su existencia. Habían descubierto la realidad virtual y, desde entonces, ya no la abandonarían jamás.

El hombre puso nombre a las cosas que percibía y hasta a las que no lo hacía; siendo los referentes más usados en esa realidad virtual cuanto más significativos fueran en sus vidas. ¿Y qué referente hay más importante que su propia existencia? A las fuerzas naturales les puso nombre y les dotó de identidad, pues no habían sido generadas por la mano del hombre. Esta identidad se convierte en voluntad propia cuando el clan se ve desbordado en comprender a los elementos. Dotar a las fuerzas de la naturaleza de identidad y voluntad propia es un salto cualitativamente incomprensible sin una realidad virtual que simule que ocurre de tal modo y no de otro. Si esta idea nos parece peregrina, pensemos en los miles de hombres que la debieron tener; y es equivalente a la creencia de que la tierra era plana en el siglo X d.d.C. ¿Cómo se podía creer que la tierra era plana sino es sobre la base de una simulación de la misma?

El proceso de abstracción consiste en diversas simulaciones de la realidad que son evaluadas en virtud de sus resultados; atribuyendo grados de credibilidad a tenor de éstos. Si la costumbre, el rito, el compromiso, el vínculo, la realidad virtual... les mantuvieron vivos, entonces había que seguir con ellos y generalizarlos. Todo lo demás era indiferente. Es difícil entender que individuos tan dependientes de motivaciones primarias (comida, cobijo y relaciones sexuales) que encontraron soluciones harto pragmáticas para satisfacerlas, se dedicaran a una especulación tan poco relacionada directamente con sus necesidades; a no ser que tal especulación se considerase especialmente útil para propiciar cuestiones de supervivencia. Por la misma razón que no puede dominar esas fuerzas (aunque sí minimizar o maximizar sus efectos), se atribuye a lo desconocido un origen divino, ora bueno si repercute beneficiosamente, ora malo si perjudica de algún modo. Simple pero efectivo.

Como en la realidad virtual las fuerzas naturales tenían identidad y voluntad propia, de ahí a la idea de Dios hay sólo un paso. Una vez que un dios tiene identidad, se le puede representar; y eso es exactamente lo que hicieron sobre la base de las estatuillas, figuras e iconos que se han encontrado en las excavaciones. Así, la independencia existencial de estos seres virtuales no sólo procedía de referentes naturales, además esas fuerzas divinas eran quienes los generaban y creaban en mayor o menor grado. A unos dioses con existencia y voluntad intrínseca se les añadía el haber sido creadores de su misma fuente referencial: una diosa del agua habría creado los mares y los ríos a los que mantenía con diversas artes, tan extrañas como las utilizadas para su creación. Se simulaba elaborando una historia similar a la del clan (al que estaba vinculado) que difería de éste en un origen allende los tiempos y no natural. La ascendencia mágica de los seres virtuales a los que aludimos es lo que les da la impronta de inextricable y atrayente a la par. Una vez explicado de dónde había salido todo esto, quedaban varios saltos que dar en el proceso de abstracción.

Los dioses explicaban el origen del mundo y regulaban las fuerzas en distinto grado. Asimismo, beneficiaban o perjudicaban a tenor de los efectos y estragos que causaran. Si tales dioses eran beneficiosos, se les hacía protectores del clan al cual quedaban vinculados. Los santos patronos de los pueblos y ciudades del mundo son vestigios de este dato. El vínculo ha sido transformado en virtud de que, lo que une, compromete y comunica, es el dios o dioses protectores. El destino de un pueblo está directamente vinculado a su dios o dioses y, cuando cae uno, cae el otro. Sus destinos están entrelazados y unidos per se.

El salto cualitativo siguiente fue el considerar a los dioses creadores de los hombres. Puesto que ellos fueron los creadores de lo que había a su alrededor, ¿qué impedía que fueran ellos mismos (u otros inventados para tal fin) los que habían hecho al hombre tal y como era? Al no existir explicación mejor -al menos que conozcamos-, los hombres aceptaron ésta como la más probable. Es decir, durante este periodo no se admitía la evolución si no es a partir de un acto de creación del mundo. En orden a esta creación, los dioses intervienen en el destino de la totalidad de los objetos componentes de la realidad, incluida la virtual. Es más, se cita a esta última como mediadora en la intervención divina, pues ya que la realidad virtual es una creación de los dioses, así lo han de ser sus derivados. La realidad virtual adquiere, de este modo, naturaleza divina y de argumentación sobre la transformación de la realidad sensible.

Y ya tenemos el proceso de abstracción completo. Los dioses son creadores del mundo y de todo lo que existe. Parten de la realidad sensible para darse a conocer, vinculándose a un grupo de hombres concretos. Influyen directamente sobre los actos de esos hombres, haciéndose previsibles en la realidad virtual aludida. Este pudiera ser el resumen de la primera teoría que explicaba al mundo. Dios, los dioses, nacen como una hipótesis de trabajo sobre la concepción de la realidad y del mundo. Curiosamente, este modelo está basado en lo sensible y lo observable, dando una explicación completa y coherente de porqué estamos aquí. Tiene un punto de partida en la dualidad vida-muerte y en el índice de supervivencia aunque no se hicieran estadísticas. Aclara, asimismo, que los actos de los hombres están vinculados a ese mundo de la divinidad mediante diferentes tipos de modalidades.

La ciencia de entonces no tenía un modelo tan potente que explicara la totalidad del mundo de una forma tan explícita. Se dedicaba a cosas tan prácticas como el arado, la domesticación de animales, el transporte sobre ruedas, la construcción de casas, palacios y templos, la fabricación de herramientas de diverso tipo y fin, etcétera. La imagen que podemos tener hoy de la ciencia de ayer consiste en decir: lavadoras, frigoríficos, tractores, cosechadoras, rascacielos, televisores u ordenadores. La ciencia realizaba la transformación de la realidad sensible en un producto también sensible y útil. Radicalmente opuesto a la transformación de la realidad operada por la mente humana; quien aboga por explicarlo todo. La ciencia de estos tiempos no trataba de interpretar la naturaleza sino en utilizarla. Puede que, los resultados más exitosos a lo largo de la historia de la ciencia, hayan sido esas transformaciones que han supuesto no sólo cambios materiales sino también, cambios en los modos de pensar. La ciencia es, sobre todo, formas de transformar la realidad sensible en productos con fines pragmáticos. La especulación sobre el mundo ha sido -históricamente- campo de la religión y de la filosofía. Acerca de esta última, hablaremos a continuación.

El proceso de abstracción sobre la idea de Dios ha sido simplificado por mor a una descripción comprensiva de la cuestión. Lo que realmente ocurría es que los panteones divinos se iban aumentando por personajes secundarios, amén de alcanzar cotas de complejidad prácticamente indescifrables para los no iniciados. Se necesitaba de sacerdotes y de oráculos que interpretaran los designios divinos y tradujeran a los simples mortales los signos del destino. La voluntad divina era interpretada de distintas formas: mitos, sacrificios, ofrendas, ritos, etc. Mientras, la mitología alcanzaba una complicación que olvidó la esencia de la que partió: la supervivencia del grupo. En cuanto la supervivencia de tribus y clanes peligraba, la existencia de sus dioses lo hacía también. Muchos hombres debieron pensar que el futuro de su prole era más que incierto si se depositaba en dioses que no los entendían. La desmemoria divina ya no contenía la maximización de probabilidades de éxito, sino que eran más importantes las ofrendas y las matanzas hechas en su nombre que la protección que les debía proporcionar. El vínculo se había roto.

El hombre se encontraba de nuevo desnudo frente a una realidad sensible a la que interpretar de manera global. Puesto que los dioses son indescifrables e incomprensibles; lo inmediato, lo accesible, sí que puede tener un engranaje que, una vez descodificado, explique convenientemente el mundo. Surge así la búsqueda del principio generador de todo. Esta búsqueda iniciática tiene un mismo comienzo: la naturaleza. El agua, la tierra, el aire, el fuego, el movimiento, los átomos... son los principios priores enunciados por diversos hombres. Llegó el momento de la especulación filosófica, cuyo proceso de abstracción es paralelo -diacrónicamente- a la idea de Dios. Primero intenta explicar de dónde ha salido todo esto, segundo se centra en el hombre y, finalmente, busca sentido bajo la perspectiva ética de aquel. Como las religiones y los dioses que los hubo de diversos tipos, fines y nombres; en la filosofía coexisten diferentes tendencias y actitudes, demostrando, a la postre, la confusión y la ignorancia del hombre al respecto. ¿Acaso la ciencia seguirá el paralelismo citado? ¿Explicará de dónde ha salido todo esto, para tomar decisiones sobre los hombres y sobre lo que está bien o mal? Al fin ¿habrá distintas concepciones de ciencia que complicarán el éxito de la supervivencia de la especie en vez de probabilizarlo? ¿Qué nuevo conocimiento, si sucede de este modo, surgirá de la impotencia de la ciencia para explicar los comportamientos humanos ante el mundo? ¿Será la política? ¿Acaso la antropología o la interpretación de las culturas?

Ni la religión ni la filosofía han desaparecido ni en la teoría ni en la práctica. Ambas han ido adaptando progresivamente (de mejor o peor grado ante las evidencias y avances técnicos) sus presupuestos a los conocimientos científicos que se han ido abriendo paso poco a poco. Sin embargo, la ciencia no ha dado explicaciones de tanto alcance como la religión. Tampoco ha logrado comprender al ser humano en su dimensión ética y política en una estima que pueda abandonar la especulación filosófica. Los vestigios de la religión y de la filosofía se asemejan a las pirámides y a la acrópolis; permaneciendo pese a quien pese, resistiendo los embates temporales. Ese es el hecho. Obviarlo es tan anticientífico como suponer que la ciencia no es un conocimiento profundo.

Sin embargo, nuestro viaje es de ida y de vuelta. A un proceso de abstracción, le continúa otro de síntesis. Hemos visto como la idea de Dios fue complicándose hasta alcanzar panteones y mitologías que tenían que ver más con la poesía que con la supervivencia directa de los hombres. Puesto que el vínculo se había roto, la realidad virtual buscaría la interpretación del mundo y del hombre bajo su propio análisis, sin suponer existencias independientes con una voluntad difícil de predecir. En el terreno religioso, la realidad virtual optó por simplificar las cosas; es decir, el número de dioses, concentrando en un solo ser - en Dios- la única fuente de creación del mundo y de influencia sobre la vida y muerte de los hombres. La monolatría es la concentración en un único ser la esencia explicativa de la globalidad; no obstante, admite la posibilidad de que otros grupos veneren a otro dios o dioses distintos. De nuevo aparece el vínculo que une a los hombres con su Dios; pero este vínculo se estrecha si ese Dios es único para todos los hombres, sean del pueblo que sean. Es el monoteísmo: un solo Dios para todos igual. Ese es el gran triunfo de la síntesis religiosa. Se acabaron las trifulcas entre divinidades y entre hombres por ver quien tiene el poder del universo. Aquí sólo manda uno y ese uno lo explica todo: diciendo Dios, nunca se dijo tanto con tan poco. Se explica la creación, el hombre y su transcendencia en el comportamiento. El universo ha sido desvelado y descifrado: es Dios.

Dejémonos por el momento de las interpretaciones filosóficas de esta idea y, centrémonos en cómo y porqué tuvo éxito el monoteísmo. Ya se ha dicho que concentró bajo su concepción toda la noción de divinidad y religiosidad que se había tenido hasta el momento. A su vez proporcionó a los hombres un vínculo y un proyecto de vida. Para los hombres de entonces, como para los de hoy en día, supone un esquema cognitivo fácil de transportar en nuestras neuronas y con objetivos y metas conductuales concretas y válidas para la supervivencia general. La belleza de la idea monoteísta radica en su simplicidad y economía de esfuerzos. Pero ¿quién fue el primer pueblo que inventó el monoteísmo? Es difícil dar una respuesta válida a esta pregunta. En oriente y en África, probablemente hubo respuestas de este tipo. Lo que nos ha llegado hasta la actualidad es que el budismo se funda en el siglo VI a.d.C., la religión islámica de Mahoma es posterior a Jesucristo, a Confucio se le sitúa entre el 551 al 479 a.d.C., el Taoísmo entre los siglos V y IV a.d.C., el sintoísmo es politeísta y naturalista, lo mismo que el hinduismo. Por último, la tradición judeo-cristiana arranca con la figura de Abraham que, en la Biblia, se sitúa el abandono del paganismo y de la idolatría. Esto sucede más allá de un milenio a.d.C. Los primeros vestigios de la civilización judía antigua, se remonta a la edad del bronce (3300-2200 a.d.C.) en las tierras de Canaán. El resto de la historia es harto conocida. Lo que nos importa es que la tradición judeo-cristiana es la más antigua concepción monoteísta que se conoce y que se ha mantenido incólume hasta la actualidad. Puede que haya religiones monoteístas que sean más antiguas, pero o bien han desaparecido, o bien tienen un numero de seguidores demasiado bajo para ser consideradas. El éxito de la tradición monoteísta judeo-cristiana abraza mucho más de mil millones de correligionarios practicantes o no; con mucho, la mayor religión en número de simpatizantes.

El pueblo judío, después de Abraham, defendió a capa y espada a su Dios; pero su influencia, por el número y los medios era más bien baja. El contacto con los griegos y romanos fue lo que activó el transporte de la concepción monoteísta a través de occidente. Y he aquí donde interviene la filosofía. De siempre, ésta ha intentado aglutinar los primeros y últimos principios y causas del mundo. Aunque sus presupuestos nunca se fundamentaron en el dogma o en la revelación, su especulación era tan abstracta como la idea de Dios. A fin de cuentas, se buscaba lo mismo: una aclaración sobre el mundo y el hombre. Los romanos habían tenido un estrecho contacto con la filosofía griega durante siglos. Habían comprendido muy bien sus presupuestos aclimatándolos a su modus vivendi. De otro lado, la religión politeísta romana hacía aguas por todas partes, pues a una profunda crisis de identidad, se le añadía un colapso en los augurios divinos. La falibilidad de semejantes métodos, dispuso a los pragmáticos romanos a buscar soluciones más factibles y útiles; deseosos de encontrar una fuente de conocimiento verdadera y auténtica. En contacto con una suma importante de pueblos y tribus, sólo dos de éstos habían hallado una realidad virtual superior a la romana: la especulación filosófica griega y el monoteísmo hebreo. Todos los demás pueblos eran inferiores en su capacidad de explicar al mundo o al hombre en todas sus dimensiones. Y aquí aparece la figura de Jesús de Nazaret.

Del Yahvé vengativo de rayos e iras turbulentas de Abraham al Dios dadivoso, perdonador y pacífico de los cristianos va un abismo. El Dios primitivo de los hebreos era un Dios violento que descargaba su ira por menos de nada. Los hombres le obedecían por miedo y temor (de ahí la expresión "temerosos de Dios"). Con Jesús de Nazaret está idea cambió radicalmente: Dios es amor. Desde luego el vínculo es mejor establecerlo por amor que por miedo. Si tuviéramos que hacer un símil actual podríamos comentar que el aprendizaje ha de estar cimentado en el estímulo y refuerzo positivo en vez de en el castigo. Jesús de Nazaret acercó el vínculo al hombre y lo hizo comprensible: no hay que matar sino amar. Lástima que de sus palabras no cundiera el ejemplo, pues él mismo fue muerto y, las muertes se siguieron sucediendo en su nombre o en el de otros; albergando otros intereses. Para el conocimiento, este nuevo Dios amoroso para todos sin distinción de raza, rango, casta o condición era verdaderamente un Dios al que merecía la pena venerar. No hacía distingos entre pobres y ricos y prometía una vida mejor en el más allá. Eso sí que era bueno. Además, daba ejemplo a través de la figura de Cristo, quien cargó con todos nuestros pecados y faltas. ¿Qué más se puede pedir? Desde luego, esta era la solución más audaz que se había dado a la explicación del mundo y del hombre.

Entre quinientos y cuatrocientos años antes de Jesús de Nazaret, la filosofía griega experimentó un cambio en su especulación. De la búsqueda de un principio explicativo del mundo, se pasó a la búsqueda de comportamientos éticos de los hombres. Sócrates puede significar el colofón a esa búsqueda, dando autenticidad y veracidad a la misma. Diógenes de Sínope, el cínico, llevó su filosofía a un rigor ético cuya finalidad es la virtud a través de la conducta; algo así como "por sus obras les conoceréis" del evangelista Mateo. Otros autores, en fin, proponen la búsqueda de la felicidad y los métodos que la consiguen, creando escuelas para la difusión de sus ideas. Esa solicitud de felicidad preside al mundo romano que estuvo en contacto con el pueblo hebreo. Los romanos sí que tenían la influencia y los medios que aquellos carecían y fueron, a la postre, el vehículo de transmisión de mayor potencia. Los años de los primeros cristianos son de una efervescencia de ideas que provenían de distintas religiones y filosofías. En ese magma de confusión no es extraño que triunfasen -desde el punto de vista epistemológico- aquellos que lo tenían más claro y estaban dispuestos a sacrificar sus vidas por ello. El Dios cristiano tampoco tiene contradicciones que inviten a la ambigüedad. La conjunción entre la filosofía y la tradición religiosa judeo-cristiana era demasiado potente y densa para que religiones y creencias menores resistiesen la sabiduría acumulada de aquellas ideas. Esta conjunción ha tenido mayor influencia en la historia del pensamiento occidental que cualquier otra relacionada con la astrología. Las conjunciones planetarias no tienen influencia comprobada sobre el comportamiento de los hombres, pero la religión y la filosofía sí.

Esta conjunción se hizo de manera gradual, con un respeto mutuo y sin lucha; pues los pueblos que las promovieron estaban alejadas de las fronteras en las que se producían. La batalla se libraba en el interior de los hombres, en lo que pensaban sobre el mundo y sobre ellos mismos. La guerra era en una realidad virtual que necesitaba de un norte, de metas y objetivos, de toma de decisiones virtuosas y que hicieran felices a las personas. Y desde luego la felicidad y la virtud no entran dentro de los enunciados científicos más diestros. Sin embargo, por aquel tiempo, el mayor logro científico fueron las matemáticas y, en especial, la geometría. El teorema de Pitágoras o la geometría Euclidiana nos son tan cercanos que parece que son inventos nuestros en vez de personas que vivieron un par de milenios y pico atrás. La ciencia de aquella época seguía subsumida en oficios (herreros, fontaneros, constructores, médicos...) del tipo ingeniería y técnicas aplicadas. Con las matemáticas, se descubrió el método deductivo, cosa que es lógica en virtud del uso que se le había dado a la realidad virtual. La deducción es el hecho abstracto por antonomasia de la ciencia y, por ende, de la realidad virtual. Los sistemas inductivos y experimentales estaban en manos de oficios, técnicos e ingenieros de distinto tipo y grado de conocimiento; sin que éste supusiera un corpus integrado. Eran saberes dispares y sin conexión práctico-teórica alguna. El establecimiento de leyes a partir de los hechos hubo de esperar a Kepler y Galileo como una sistemática de la ciencia.

El problema al que nos enfrentamos cuando estudiamos los hechos es qué consideramos exactamente y cómo los cuantificamos. Este no es un conflicto intrínseco de los fenómenos, sino de la realidad virtual. Ésta hace representaciones de la realidad sin importarle mucho su comprobación empírica; su misión, dicho de otro modo, es de abstraerse y de representar; la adaptabilidad del modelo generado pertenece a otros. La idea de Dios representa coherentemente al mundo y al universo; no obstante, el modelo es difícil de comprobar. Con la filosofía se empieza a especular con la posibilidad de una realidad virtual un tanto ’engañosa’ (Descartes), proponiendo métodos más ’seguros’ de generar hipótesis. Los filósofos son los primeros que empiezan a simular las consecuencias de las representaciones de la realidad virtual, dándose cuenta que, dependiendo de las condiciones reales de la simulación, tanto más podemos comprobar la veracidad de nuestro modelo. Inventan, podríamos decir, la comprobación; aunque ésta se haga con métodos muy rudimentarios y con resultados, asimismo, dispares en la construcción de conocimiento útil. Se sigue confiando en la deducción, usando a los hechos como comprobaciones asistemáticas de la realidad virtual. La experimentación complementa el ejercicio de la comprobación, lo valida. Pero ha de llegar la ciencia para ayudar a realizar tal salto.

¿Forman parte la comprobación y la experimentación de nuestra realidad virtual? El objeto de la realidad virtual es representar razonablemente lo que ocurre y acontece en esquemas cognitivos transportables fácilmente en nuestra mente. Dios es un esquema muy simple y que representa la totalidad. Cumple todos los requisitos de la realidad virtual. Su desventaja radica en que no es comprobable ni experimentable por métodos científicos conocidos. Lo que está en el programa de la realidad virtual es la simulación, porque ésta ayuda a la representación del mundo; mas las condiciones que ha de cumplir semejante simulación corresponden a un consenso de las mentes que la realizan. Veamos un ejemplo. En el siglo X de nuestra era, la creencia de que la tierra era plana estaba bastante extendida. El modelo funcionaba en orden a que, todo aquel que se aventuraba más allá de los mares conocidos, no regresaba o pasaba penurias tales que no se le ocurría volver. Cuando los ingenieros mejoraron las naos, los aparatos de navegación y otros enseres, se pudo realizar la circunnavegación de la tierra y, como consecuencia, su comprobación y experimentación. Pero la optimización de estos procesos no perseguía la demostración empírica de la esfericidad de la tierra, sino que fueron configurados para otros fines mucho más simples y acomodaticios. Sólo la conjunción de las ingenierías dispersas pudieron establecer los principios de la demostración empírica. Y esta conjunción fue tan importante, al menos, como la que hicieron la religión y la filosofía occidental. Las herramientas, por sí solas, tienen fines concretos y definidos; un conjunto de ellas mediante una simulación adecuada, puede aplicarse a fines más complejos y con resultados que van más allá de lo que conseguirían una a una. No es una acción simplemente sumativa, sino de conjunto. Cuando la ciencia empezó a utilizar la realidad virtual como una actividad de conjunto, dio un salto cualitativo y pudo comenzar a representar al mundo bajo su perspectiva.

La comprobación y la experimentación son requisitos que incluye la ciencia para la simulación de la realidad, para que sus decisiones y resultados obtengan fiabilidad y validez. Probablemente, no se habría llegado a este punto sin una realidad virtual con amplias miras de representación y sin una especulación que ayudó a llegar a unos requisitos de simulación que optimizaran los resultados. La filosofía y la religión han influido más en la ciencia de lo que se imagina.

Los límites de la ciencia son los propios de la realidad virtual: es una representación. La representación de hechos repetitivos (como los que estudian la física y la química) se reduce a tablas de probabilidad de aparición. Por ejemplo, la meteorología forma parte del bagaje del hombre de la calle porque depende, en muchas de sus actividades, de la climatología que acontezca en un día determinado: la ropa que se pone, el salir al campo, el hacer algún tipo de deporte, etc. Los profesionales que se dedican al tema, saben que pueden predecir unas condiciones generales basándose en unos datos; sin embargo, desconocen la exactitud en sus pronósticos. Los hechos naturales no son exactamente iguales a la representación que tenemos de ellos. Como merece la pena reconocer, esto no es culpa de los hechos sino de la imperfección del modelo. Podemos establecer si va llover mañana en nuestra ciudad a un 90% de probabilidades que lo haga -valga el ejemplo-, pero puede suceder que lo haga a unos pocos kilómetros y donde nosotros estamos luzca un sol espléndido. La ciencia no es exacta. Y la exactitud es una pretensión de la realidad virtual y no de la ciencia. Negar ahora que la ciencia es un conocimiento válido, sería de estúpidos; por ello es imprescindible que la realidad virtual aúne sus esfuerzos de manera conjunta, en vez de hacerlo por separado.

Los hechos aislados; es decir, los de difícil repetición (como cuando Julio César cruzó el Rubicón y pronunció el consabido alea jacta est) no pueden ser objeto de la ciencia porque no se pueden verificar en orden a su repetición. Pero ello no es óbice para negarlos y obviar su existencia. Este conflicto sí que es achacable por entero a la ciencia, en el sentido de que es un requisito intrínseco a la propia concepción de ciencia. Los hechos irrepetibles no pueden ser científicos porque no se pueden extrapolar leyes, principios y generalidades de gran potencia predictiva. Pero, curiosamente, hechos irrepetibles pueden resultar los más influyentes en la marcha de los acontecimientos. Pensemos en el primer instante del universo y en una gran explosión. Tal instante es irrepetible, por lo menos en una concepción espacio-temporal razonable. Imaginemos el nacimiento de un hijo. El suceso de ese nacimiento de la persona concreta es irrepetible; no se puede nacer dos veces; con una es más que suficiente. Meditemos en que las condiciones de vida y las respuestas concretas de una persona ante aquellas son también muy difíciles de replicar. Sólo, una persona, vive una vez. La reencarnación es un hecho no comprobado científicamente y, además, tampoco reproduce idénticas condiciones. El hecho de la muerte también es irrepetible. Para un científico sería muy difícil explicar ante la comunidad, una experimentación sobre la muerte. En fin, el significado de ciertos hechos o acontecimientos irrepetibles es demasiado importante como para no ser tenidos en cuenta. Lo que hace la ciencia es generalizar: el nacimiento y la muerte de una persona son irrepetibles, pero todas las personas nacen y mueren. No se repite el hecho concreto, sino el hecho de nacer y morir. Con respecto a hechos como la primera chispa que generó el universo conocido, la ciencia ya no se pronuncia con tanta facilidad. La conducta concreta de Jesús de Nazaret es muy difícil de predecir científicamente, así como la de Sócrates o cualquier otro ser humano. Las variables y condiciones son tan distintas y múltiples que, analizarlas simplemente, es una simulación que escapa a una realidad virtual que economiza esfuerzos.

Ya que a la realidad virtual le interesa la representación, sería importante detenernos en ésta como medio de conocimiento. A parte de los procesos psicológicos que la permiten (percepción, memoria, cognición, etc.), la representación es significado. El término ’significado’ será analizado con profundidad más adelante. Ahora nos atañe en su relación con la ciencia y con los hechos repetibles e irrepetibles. La representación de sucesos depende en gran medida de su significado. El significado es algo otorgado por la realidad virtual. El que una piedra caiga o se someta a la ley de la gravedad no quiere decir que la piedra tenga esa propiedad en sí misma. Ningún químico ha descubierto una piedra ni un átomo o molécula que lleve escrito su peso dentro de sus propiedades. Esa misma piedra en la Luna, pesaría otra cosa. El peso, como cualquier otra medida, se otorga bajo tales o cuales condiciones. Para lo que nos interesa, el significado es algo restringido, en interacción con ciertas variables. Si esas variables no se dan, el significado se pierde y, en consecuencia, la representación es endeble.

Supongamos que existen cuatro variables fundamentales para la supervivencia de la especie humana, a saber: alimentación, cobijo, relaciones sexuales y cuidados a la prole. Todo lo que probabilice la aparición de esos cuatro sucesos será significativo. También lo será aquello que impida su manifestación. Las cosas, hechos y acontecimientos que no tengan una relación directa con la alimentación, el cobijo, las relaciones sexuales o los cuidados a los hijos, no tienen significado o lo tienen subsidiariamente. La realidad virtual atenderá las representaciones mentales de esos sucesos o de los que provocan o no su aparición. En tanto nos alejemos virtualmente o sensiblemente de esas representaciones, cuanto más nos alejamos de un significado restringido; adentrándonos en la vaguedad conceptual.

Supongamos que la religión, la filosofía y la ciencia ayudan a la aparición de las cuatro variables citadas y a minimizar riesgos. Abundar en el significado de los dogmas, de las especulaciones o de las premisas que componen dichos campos de conocimiento, incidiría directa o indirectamente en las variables que nos interesan. Dicho de otro modo, si creer en Dios nos hace más felices y optimiza nuestras relaciones personales y sociales ¿qué obsta para no hacerlo? Sólo si la creencia en Dios pone en peligro la alimentación, el cobijo, las relaciones sexuales o el cuidado de los hijos. Lo mismo ocurriría para la filosofía y la ciencia. El significado de nuestro Dios nos daría pautas de comportamiento acerca de la búsqueda y consumo de alimentos o de la dieta, sobre la construcción de casas y la distribución de habitaciones, en cómo deben tenerse las relaciones sexuales o cuál es la mejor manera de proporcionar cuidados a los hijos. La realidad virtual construye objetivos mediadores para conseguir sus objetivos terminales. La religión, la filosofía o la ciencia no llevan conceptualmente la propagación y supervivencia de la especie; sin embargo, la apoyan y la ayudan. Los tres campos del conocimiento son mediadores en un suceso terminal.

El conocimiento no proporciona en sí mismo comida, casa, sexo o cuidados especiales. Se trata de un mediador para conseguir todo eso. La mediación es una actividad restringida de la realidad virtual; que sólo tiene significado y representación si consigue llegar a unos resultados como los conseguidos hasta ahora. La realidad virtual no compila hechos sino significados en conjunto, en bloque. Los hechos son una cosa y sus representaciones otra muy distinta. Cuando decimos ciencia, no decimos que los hechos son lo que la ciencia dice que sean; más bien expresamos la representación que tiene la ciencia del mundo y del hombre. Igualmente sucede con la religión y la filosofía. El mundo acontece sincrónicamente -a la vez-, no hay cosas que sucedan aisladas o a destiempo de las demás. La realidad virtual también tiene esa percepción, elaborándose sincrónica e interactivamente con lo que sucede. Ahora bien, la representación que hace la realidad virtual es una transformación de lo que acontece. El mundo de la ciencia, de la religión o de la filosofía es un mundo transformado, que es en potencia pero no en realidad.

El conocimiento del hombre se mueve en la posibilidad. Si de repente cambiaran las condiciones del mundo, como la gravedad, el aire, el sol o la composición del agua, el conocimiento científico sería inútil (no así su metodología). Probablemente la religión y la filosofía tampoco estarían preparadas para semejante cambio. Necesitaríamos bastante tiempo simplemente para aclimatarnos a las nuevas condiciones y, mucho más con el fin de elaborar un nuevo conocimiento que sustituyera al antiguo; si es que sobrevivíamos para contarlo. Entonces ¿es conocimiento toda posibilidad? No. Conocimiento es toda posibilidad que tiene un resultado óptimo. Por ejemplo, admitiendo la posibilidad de que exista Dios, tenemos mucho que ganar y poco que perder. A eso le llamo yo una posibilidad óptima. Por ejemplo, admitiendo que los hombres pueden ser felices y virtuosos, sólo tenemos que encontrar el medio de hacerlo y aplicarlo. Por ejemplo, si admitimos que la ciencia tiene la posibilidad de desentrañar nuestras lagunas cognoscitivas, podemos confiar en sus avances. Eso son posibilidades óptimas. No quiere decir que sean verdaderas o alcanzables; sencillamente se pone de relieve que, el conseguirlas (convertirlas en realidad) supone un gran logro.

La realidad virtual es una representación del mundo y de lo que puede ser el mundo. Para la religión, lo que puede ser el mundo es lo que ’debe’ ser el mundo. Para la filosofía, la potencialidad se convierte en argumento de reflexión; siendo el bucle de toda su especulación. La ciencia no tiene una pronunciación clara al respecto. Admite la planificación de futuro y la previsión, la propia ciencia se entiende como un sistema de alto poder predictivo y, sin embargo, la potencialidad (la simulación cognitiva) sólo es valorada desde planteamientos formales, deductivos. Desde el enfoque inductivo, la posibilidad es mera fantasía. Los empíricos radicales podrán decir que todo lo dicho hasta ahora carece de sentido y que no es comprobable. Y esta misma afirmación es lo que hace que tengan una realidad virtual que construye significados más allá de los hechos, aunque sea para decir que no se tiene razón.

Como corolario y recapitulación de lo suscrito, se entiende que las tres fuentes de conocimiento principales que han sido legadas por nuestros antepasados (religión, filosofía y ciencia), participan de un denominador común que les ha dado vida: la realidad virtual. Antes que llegaran los computadores y los informáticos -que acuñaron el término- el hombre ya hacía gala de un pensamiento abstracto y de un lenguaje altamente formalizado en alguno de sus usos. La tesis sostenida hasta el momento es que, el conjunto de estos saberes, proporciona una representación de la realidad más enriquecedora que si lo hicieran por separado. Lo importante de esta visión de conjunto es la gran similitud explicativa entre los conocimientos aportados por ellos; siendo las diferencias de hoy, las soluciones del futuro. No es tan principal sus distintas concepciones, sino la realidad virtual compartida: el mundo y la posición del hombre dentro de él.



Por: Carlos Moreno Rodríguez, Neurostar (c) 1999 carlos.moreno@hispalinux.es

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