por Joaquín lledó
Henry Fantin La Tour, Lecture
Sencillez preñada de misterio. Una y otra vez se
ha dicho que una de las principales virtudes de Fantin-Latour era la de
haber sabido reflejar los espacios íntimos, pero revelando en estos
espacios lo que en ellos es en definitiva lo esencial, es decir, ser
lugares en los que la conciencia se cierra a la banalidad del trasiego
mundano para abrirse a la espiritualidad.
"Cada uno de sus lienzos es un acto de
conciencia. Resulta especialmente notable cuando pinta las figuras en su
ambiente, cuando les confiere una vida cálida y dócil", decía por
ejemplo Émile Zola, que aseguraba que "Sólo a través de la sutileza, la
dulzura, la tranquilidad y la profundidad de los sentimientos íntimos se
puede disfrutar de las creaciones de Fantin-Latour".
Y hablando también de los vínculos espirituales
que unen las almas en su soledad, el gran historiador del arte Henri
Focillon decía que en la obra de Fantin-Latour se hacía evidente que el
pintor "desea que del ser humano, captado en sus quehaceres cotidianos,
con sus ropas de todos los días, se eleve esa especie de música
silenciosa que no se define ni con el sentimiento ni con las ideas,
mucho menos con las palabras, pero que constituye la resonancia de su
humanidad".
Soledad fecunda. Fecunda, porque la intimidad es
el espacio privilegiado para la enriquecedora introspección,
evidentemente a la búsqueda de la propia verdad espiritual, pero también
en busca de las razones de la pintura, de esa última verdad que siempre
huye más allá de cada nueva pincelada con la que el artista intenta
reflejar, no sólo lo que ve, sino también lo que siente ante el sujeto o
el objeto que intenta atrapar en su lienzo. Introspección que se hace
evidente en el cerca de medio centenar de pinturas, dibujos y grabados
con su autorretrato que el artista realizó a lo largo de su vida (el
primero que se conserva es de 1853, cuando Fantin-Latour sólo tenía
diecisiete años). Pero fecunda también, porque es en esa soledad donde
el artista teje sus vínculos de verdadera amistad con aquellos que
considera sus iguales. Pues no hay que olvidar que es al solitario
Fantin-Latour a quien debemos algunos de los más logrados retratos de
grupo de toda la historia de la pintura.
Léonce Bénédite, el primer biógrafo de
Fantin-Latour, describía ese "pequeño y modesto grupo de observadores
silenciosos de la vida, amantes de la buena pintura, muy independientes
respecto a sus contemporáneos, pero respetuosos con los maestros del
pasado. Se les denomina los realistas... En ese entorno tan singular de
artistas profundamente originales, destaca apaciblemente, en una especie
de penumbra cálida y discreta, la figura orgullosa y ensoñadora de
Fantin-Latour. He afirmado que Fantin-Latour proviene del romanticismo.
No será él quien se lamente. De naturaleza exaltada, aunque contenida,
tenía la necesidad no sólo de revivir el apasionante espectáculo de la
vida de los seres y los objetos, sino también de buscar en esos seres
concretos -que tanto se esmeraba por capturar en el pálpito del aire y
de la luz- lo que había en ellos de noble, de creador, de genial, de
divino". En definitiva, como decía con acierto Vincent Pomarède, el
comisario de la reciente exposición dedicada a Fantin-Latour, "La
dicotomía fundadora y permanente en la obra de Fantin -que siempre deseó
de manera ambivalente, aunque sin contradicción, conseguir un
equilibrio entre sueño y realidad, entre el mundo tangible y el universo
de los sentimientos-, le conduciría inevitablemente hacia búsquedas
pictóricas y corrientes estéticas de muy diversa índole. Surgido del
Romanticismo, participe de manera activa, aunque prudente, de las
desavenencias que enfrentaron a los pintores de la vida moderna
y habiendo frecuentado tanto a los realistas de la década de 1860 como a
los impresionistas de 1870, Fantin no dudaría en acercarse a los
primeros partidarios del simbolismo en torno a 1880".
En realidad las primeras obras de inspiración
simbólica aparecen ya en la literatura algunos años antes. En 1857 se
publican Las flores del mal de Charles Baudelaire y muy poco
después aparecen los poemas de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud (todos
ellos representados en los retratos de grupo de Fantin, Homenaje a
Delacroix, de 1864, y Un rincón de mesa, de
1872). Además, impregnado de cultura inglesa y amigo de Dante Gabriel
Rossetti, a quien recibió en París en 1864, Fantin pudo estudiar y
compartir las teorías de los pintores prerrafaelistas ingleses que, en
torno a Edward Burne-Jones, William Colman Hunt y John Everett Millais,
reivindicaron desde 1848 el regreso a la religiosidad, a la ensoñación y
al misticismo.
Siempre más allá de cualquier clasificación que
pudiese definir su, en definitiva, inalcanzable identidad, el propio
Fantin, que procedía de una familia de pintores de origen italiano pero
cuya madre, Hélène de Naidenoff, era de origen ruso, afirmaba: "Por mis
venas corre una sangre demasiado mezclada como para que las cuestiones
de escuela y nacionalidad puedan preocuparme mucho". Así, Fantin-Latour
no sólo entabló numerosas amistades con artistas británicos, sino que
podría decirse que desempeñó un importante papel de mediador entre estos
y los pintores parisinos. Además, a lo largo de su vida realizó cuatro
viajes a Inglaterra y participó con su obra en más de ciento cincuenta
exposiciones y salones en Gran Bretaña, mientras que en Francia sólo
participó en menos de la mitad.
La música también tuvo una gran importancia en
la obra del pintor. Las intensas emociones sentidas al escuchar a
Wagner, las infinitas sutilezas captadas al escuchar a Schumann y las
connivencias estilísticas compartidas con Berilos, irradiarían toda la
obra de Fantin-Latour, habitando y ennobleciendo, como decía Pomarède,
"el silencio austero y la distante intimidad de sus retratos,
infundiendo también a sus maravillosas naturalezas muertas una vida, una
alegría, un ritmo -en resumen, una musicalidad- únicos, como ya
describió acertadamente Henri Focillón: El propio Fantin era un
apasionado de ese arte (la música) que prolongó en la pintura, a través
de toda una serie de inspiraciones ensoñadoras y líricas, por una
refinada musicalidad en tono menor, cuyos sutiles acordes de las flores
que pintó son una prueba más: ramos modestos, familiares, íntimos, que
evocan a la vez la calidez de una vida armoniosa y las palabras de
Novalis: El mundo de las flores es un horizonte infinito".
Tomado de: Álbum. Letras y Artes nº 99
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