por Luis Puelles Romero Arte y Parte nº 84,
Diciembre / Enero 2010 2009
Eugenio Recuenco, Alice-dreams
"¿Y desea y ama lo que posee y ama cuando lo
posee, o cuando no lo posee?"
Platón, Banquete
"Oirás, viniendo de ti mismo, una voz que
lleva a tu destino. Es la voz del deseo y no la de los seres deseables." o erotizado.
G. Bataille, Las lágrimas de Eros
El museo imaginario creado por Eros a lo largo
de la historia pintada de sus fantasmas permite diversos recorridos. Con
frecuencia, uno de ellos, el de los desnudos de Venus, ha sido el
elegido. Pero como nos advierten Platón y Bataille, conviene no
confundir las tentaciones de Eros con sus objetos de deseo. El museo
imaginario que aquí se propone prefiere las imágenes del deseo invisible
a las fulgurantes de los cuerpos bellos. Se trata, entonces, de dar a
las representaciones del drama erótico el privilegio del que siempre han
disfrutado los espectáculos del Deseo. No son las imágenes de mujeres
desnudas, sino las de los ojos que les dan figura, las que nos ocuparán
en este trayecto por las visiones nacidas del cuerpo
Indigencia de Eros invisible
Podríamos comenzar dando credibilidad a una
sospecha. La presencia inabarcable y hasta abusiva que el Amor se ha
dado a lo largo de la historia de la pintura occidental -a ella nos
limitaremos- nos impone una evidencia con el mismo tesón con el que
trata de ocultarnos lo principal de su naturaleza. Hay un Amor dedicado a
su manifestación majestuosa y visual, figurada en iconos identificables
por el ojo, pero también hay un Amor cuya fuerza fascinante radica en
su capacidad para permanecer invisible o secreto. Me atrevería a afirmar
que cualquiera de los itinerarios que elijamos para recorrer el mapa de
las representaciones canónicas del Amor en las artes de la imagen se
sostendrá en una confusión esencial entre Afrodita o Venus y Eros o
Cupido. Parece inevitable que nombremos a Venus figurándonos a Cupido, o
que atribuyamos a éste la identidad visual que sólo pertenece a
aquélla. Procurando la escisión entre madre e hijo, ganaremos claridad
si decimos de la diosa Venus que vive en su poder de visibilidad y
enamoramiento. Venus es la encarnación -en la pintura- del objeto amado
y, así, divinizado por la imaginación apasionada del amante. Pero Eros, o
Cupido, no se deja ver; actúa como lo hace la fuerza de la seducción,
el hechizo que nos enajena atrayéndonos hacia la Imagen, de belleza
perfecta, de Venus. Imperceptible, oculto, Eros nos penetra el alma sin
mostrarnos su rostro. Venus vive de y en su visibilidad y Eros se
alimenta de su propio incógnito.
El relato, narrado por Apuleyo en El asno de
oro, en el que Eros enamora a Psiqué dejándose tocar pero
sustrayéndose de ser visto, nos informa acerca de cómo el Deseo cautiva
el Alma bajo la condición de no ser reconocible, hasta el punto de que
Eros nos abandonará si cedemos a la curiosidad, a la tentación de
descubrirlo. Y Psiqué, una joven de hermosura humana, comete la falta de
querer encontrarse con el rostro del deseo. Psiqué es castigada y
salvada por Júpiter, quien otorga al alma enamorada la gloria de vivir
con su amado entre los dioses. La historia pintada del erotismo (esto
es, la lógica del deseo) es el relato presentado por Psiqué a los
hombres de cuanto vio y vivió enamorada del deseo. Es ella la que nos
concede el bello espectáculo de Eros en la pintura. Por tanto, es
preciso no confundir la pasión y su objeto, al hijo con su madre, para
comprender así que la historia de Eros en la pintura es la historia del
deseo y no la de las representaciones del objeto amado. Es revelador que
al final del relato de Apuleyo sea el placer y no el amor el hijo
nacido de Eros y Psiqué.
Esta condición de invisibilidad, por la que Eros
nos seduce, se acompaña de otro atributo, el de su indigencia. Eros
busca lo que ni es ni tiene. Su naturaleza afirma su incompletud. Carece
de plenitud y de culminación satisfecha. El discurso de Diotima que
pronuncia Sócrates en El Banquete explica esta insuficiencia,
por la que Eros dirige su astucia a tentarnos -a despertar la tentación
en Psiqué. Vale la pena entretenernos en las palabras de Platón. Hijo de
Penía (la Penuria) y de Poros (la Astucia), Eros es "en primer lugar,
siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría,
es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el
suelo y descubierto [...]. Pero, por otra parte, de acuerdo con la
naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y lo bueno; es
valiente, audaz y activo, hábil y cazador, siempre urdiendo alguna
trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento
a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista".
Su insuficiencia es causa de su inteligencia; su pobreza lo hace cazador
y hechicero. Eros seduce deseando lo que no tiene. Platón y Bataille
coinciden en el vínculo entre tensión y tentación: desear es estar
rompiendo la soledad para hallar la unión con el objeto, un estar
saliéndose de sí hacia el encuentro colmatorio. En este sentido,
Sócrates nos dice que es voluntad de Eros "llegar a ser uno solo de dos,
juntándose y fundiéndose con el amado"; el Deseo es persecución de esta
integridad. Bataille centra aquí el argumento principal de El
erotismo (1957): "lo que está siempre en cuestión es sustituir el
aislamiento del ser, su discontinuidad por un sentimiento de continuidad
profunda". El deseo es la fuerza de rompimiento de los límites de la
conciencia de sí; su trasgresión es necesaria para la obtención, nunca
del todo cumplida (porque la indigencia de Eros nunca acaba de ser
colmada), de la unión placentera.
Lea el articulo completo en:
http://www.revistasculturales.com/articulos/6/arte-y-parte/1182/1/ilusiones-de-eros-tensiones-del-cuerpo-y-las-imagenes.html
Publicado por: Arte y Parte nº 84,
Diciembre / Enero 2010 2009
|