José Miguel G. Cortés
Foto: Pierre-Molinier
¿"Verdaderamente" tenemos necesidad de un sexo
"verdadero"? Con una constancia que roza la cabezonería, las sociedades
del Occidente moderno han respondido afirmativamente. Han hecho jugar obstinadamente
esta cuestión del "sexo verdadero" en un orden de cosas donde sólo
cabe imaginar la realidad de los cuerpos y la intensidad de los placeres(2).
Esta pregunta que se hacía Foucault es el mismo interrogante sobre
el que Pierre Molinier (Burdeos 1900-1976) centró gran parte
de su trabajo artístico y de su vida. Para encontrar la respuesta
Molinier no dudará en montar, cortar, multiplicar y travestir su
cuerpo hasta el infinito en un intento de conseguir que su insoportable
cuerpo real coincida con el cuerpo deseado y deseable.
Sus fotografías, especialmente, los autorretratos y fotomontajes
realizados en los últimos quince años de su vida y recogidas,
muchas de ellas, en su libro Cien Fotografías Eróticas(3),
muestran una decoración monótona y repetitiva donde las mismas
fantasías son convocadas obsesivamente: la angustia de una identidad
troceada, la fragmentación del propio cuerpo, la irremediable ligazón
del dolor al placer, el incesante fetichismo y travestismo narcisista.
El acto fotográfico supondrá para Molinier la única
posibilidad de acceder al otro cuerpo. El fotomontaje le permitirá
alcanzar ese cuerpo imposible que la sociedad prohibe. Su vida se
nos aparece como la incesante búsqueda - sin ningún tipo
de moral - de la frontera evanescente donde se yuxtaponen en una proximidad
improbable y provocadora los diferentes sexos; ese lugar hecho de luz y
sombras, ambiguo y confuso donde el deseo se confunde con la angustia y
el goce con el sufrimiento.
Si en los años sesenta y setenta el mundo del arte se vio inundado
por un conjunto de artistas que -mediante el Body Art y las Performances
- iban a utilizar su propio cuerpo como objeto artístico y medio
ideológico para cuestionar las representaciones corporales y sexuales
del momento, muy pocos irán tan lejos en su búsqueda como
Pierre Molinier(4). Este pasará sus últimos años
confinado y solo en un claustrofóbico, decadente y sucio apartamento
del viejo Burdeos. Aquel espacio será su universo y su microcosmos,
lugar sagrado y obsceno donde comerá, trabajará (es el mismo
artista quien construye o transforma todos sus objetos) y dormirá
rodeado de pistolas, maniquís, libros, pinturas, muñecas,
cuchillos, botas, medias, ropa negra: fetiches y accesorios que le acompañarán
hasta el día de su suicidio (el 3 de Marzo de 1976). Una angustiante
atmósfera que le permitirá el retiro del mundo real al suyo
interior, un espacio inviolado donde poder dar lugar a todo el desarrollo
de su psique.
Será allí donde encontrarán su cuerpo al cual,
y como último acto de profunda autonomía, le había
quitado la vida y donado a la ciencia para fines anatómicos. Su
suicidio no fue un acto de alguien desesperado ni obcecado, sino, al contrario,
un acto voluntario y lúcido. Je me tue. La clé est chez
le concierge(5), esta fue la última nota enviada
a sus amigos, el último favor solicitado para que no se olvidaran
de cuidar a sus gatos (los únicos compañeros de sus últimos
años). Molinier preparó el arma (una pistola que siempre
tenía debajo del cojín), escogió la posición
(acostado frente al gran espejo), y las máscaras y las ropas para
la ocasión (como si de otro fotomontaje más se tratara).
No hubo precipitación ni miedo, no dejó trazos de violencia
ni de sangre (tan sólo unas pocas gotas sobre la oreja), la muerte
era un acto más, una trivialidad ante la cual hay que guardar una
cierta distancia y frialdad. El último acto narcisista. La muerte
de Molinier fue un trabajo de precisión e inocencia, ejecutada
con la intensidad y la seriedad de un juego de niños. Molinier construyó
su muerte y la camufló como si fuera una "obra de arte". Su sonrisa
fue un signo irrefutable: fue el perverso brillo de la infancia(6).
Era una muerte anunciada.
La relación con la muerte aparece en su vida con cierta insistencia.
Dos experiencias van a marcar de modo muy importante su vida cotidiana:
la primera, fue la muerte de su hermana mayor cuando él tenía
quince años y el recuerdo de la última noche que pasó
con ella Me quedé velándola toda la noche, solo, me acosté
con ella y la follé allí, en la cama. No la penetré,
la follé entre sus muslos (...). Desde su muerte, decidí
vivir como vivo todavía hoy. En una habitación ..., sí
... en una habitación ...sin casi nunca salir de ella(7);
la segunda, ocurrió durante los años cincuenta al expresar,
insistentemente, tal deseo de morir que llegó incluso a construir
(y a fotografiarse acostado con ella) una cruz (de las que se ponen en
los cementerios) con una inscripción y epitafio que decía:
Aquí yace Pierre Molinier, nacido el 13 de Abril de 1900, muerto
hacia 1950. Fue un hombre sin moralidad. Inútil llorar por él.
La muerte y el sexo aparecen tan unidos en su vida y trabajo que al observarlo
no podemos menos que recordar el testamento literario del marqués
de Sade.
Molinier llegó a declarar: Si fuera impotente, me mataría(8).
Igual que el famoso marqués, su vida y su obra oblitera cualquier
tipo de mistificación religiosa, actitud pasiva o contemplativa,
su trayectoria personal está marcada por un profundo individualismo
anarquista en el que se ridiculizan las convenciones sociales y las instituciones
políticas. Su vida y su obra fueron una inmersión fascinada
hacia lo informe y la muerte, el camino seguido por la descomposición
de la identidad de la cual no sabemos si tenía un lugar en el espacio
de lo humano. Toda su vida girará en torno a una pregunta: Qu'es-tu,
toi?(9), a la que no encontró respuesta; y
a un deseo: Comme je voudrais être(10), que no
llegó a realizar totalmente.
Molinier fue educado en los jesuitas con el objetivo de que se convirtiera
en cura. Rebelándose contra la rigidez y las normas de esta educación
abandonó la escuela y se empezó a interesar por la pintura.
Después de unos años en escuelas de arte en París
volverá a Burdeos, en 1923, donde permanecerá el resto de
su vida. La relación con el provinciano mundo artístico de
su ciudad no fue nada fácil; fue rechazado y marginado con violencia
por las convenciones hegemónicas del momento (se le prohibió
mostrar alguna de sus telas). A finales de los años treinta empiezan
a aparecer en sus cuadros lo que se ha denominado obra secreta ,
un mundo erótico compuesto de seres míticos (sirenas, quimeras
...), muy influenciado por los temas esotéricos y místicos,
y las telas de Odilon Redon y Gustave Moreau. Será esta obra la
que a mediados de los años cincuenta interesará vivamente
a André Breton y posibilitará la participación de
Molinier en diferentes exposiciones colectivas (como la Exposición
Internacional del Surrealismo , 1959-60), inaugurará la galería
de arte que Breton abrió en París en 1955 (Etôile
Scellée ), ó ilustrará revistas (Le surréalisme,
même ; La brèche) y poemarios de Breton y J. Mansour.
A pesar de evidentes paralelismos e intereses comunes, Molinier no compartió
muchas de las opiniones de los surrealistas, ni muchos de ellos, incluido
el propio Breton, llegaron a entender realmente el carácter profundo
de su obra. El incidente que se produjo en 1965 a raíz del título
de un cuadro de Molinier (Oh!... Marie, Mère de Dieu ) y
su carácter más o menos irreverente, blasfemo y obsceno aceleró
la ruptura con Breton y el movimiento surrealista. Las complejas
relaciones entre religión y sexo, y la introducción de un
objeto erótico, de un fetiche, con implicaciones religiosas, en
una exposición colectiva con los surrealistas culminó la
ruptura. Molinier permaneció toda su vida como un ser marginal y
solitario.
* * * * *
A finales de los años sesenta Pierre Molinier construyó
una escultura de yeso pintado que denominaba la Poupée (de
claras vinculaciones con las que construyera Hans Bellmer en los años
treinta), la cual tenía una cabeza móvil y un tronco descendente
hasta la mitad del muslo; con ella Molinier realizaba puestas en escena
eróticas que más tarde fotografiaba. Como él mismo
decía, Una muñeca, en el fondo, puede remplazar ventajosamente
una mujer. Sólo le falta el movimiento, no tiene vida. Pero en fin,
esto tiene su encanto ... y un cierto sentido mórbido, con esto
podemos tener un cadáver delante nuestro, un bello cadáver(11).
Asimismo, Molinier poseía cientos de prótesis de diversas
partes del cuerpo humano (como cabezas, brazos, piernas, pechos o nalgas),
elementos que le servían para reconstruir formas de criaturas nuevas
e ideales, y confeccionar mezclas y cortes extraños y polivalentes.
Con todo ello va a desarrollar el conjunto de autorretratos y fotomontajes
que van a ser fundamentales en su obra (Cien Fotografías Eróticas
).
Foto: Pierre-Molinier
Cuando Molinier realizó estas fotografías tenía
entre sesenta y setenta años. Mediante el maquillaje y el travestismo
el artista consiguió que en su rostro septuagenario se confundieran
los rasgos masculinos y femeninos, dotando a su imagen de un aire andrógino
que enlazaba con las figuras míticas y una visión atemporal
e intersexual del ser humano. El andrógino es el símbolo
de la indiferenciación original y de la ambivalencia sexual, un
mito que se inserta en el pasado y se proyecta hacia el futuro.
El ser andrógino, anterior a su polarización, es el resultado
de aplicar al ser humano el simbolismo del número dos, con lo que
se produce una dualización integrada. Así, se encuentra reflejado
en el Ptah egipcio; con la Tiamat akkadia; en el Izanagi
e Izanami japonés; en el símbolo chino del Ying y
el Yang ; con Cástor y Pólux ; en el
Harihara indio (mitad Vishnu, mitad Shiva) es la luz
de la que emana la vida; en la hierogamia china de Fo-hi y Niukua
(unidos por sus colas de serpiente y cambiando sus atributos); en el
Rebis hermético (que es, esencialmente uno, aparentemente
doble); en Adonis, Dionisio (el dios bisexuado por excelencia, robusto
y barbudo, doblemente potente a causa de su doble naturaleza), Herácles
(el héroe viril pero que cambió sus vestidos con Omfalia)
y en Cibeles . Las divinidades andróginas se encuentran
profusamente en las religiones del Próximo Oriente Antiguo y también
en los pueblos de cultura arcaica, en Africa, en Australia, en Polinesia.
También en ciertas sectas gnósticas cristianas la idea del
andrógino ha ocupado un lugar central en sus creencias. Los antiguos
mexicanos tenían en Quetzalcóatl el ser que reúne
en sí los valores separados de los principios y de los sexos que
existencialmente se contraponen(12). Se trata de fórmulas
míticas de la totalidad primordial que aglutinan todas las potencias
y parejas de opuestos (como tinieblas y luces, caos y orden o macho y hembra).
Lo que está implícito es la idea de la perfección,
de que el ser consiste en una unidad-totalidad.
Así, el hombre bisexual (consecuencia de la idea de la bisexualidad
divina) ha representado un modelo ejemplar para el ser humano en muchísimas
culturas. Por ello, su reactualización ha tenido un carácter
ritual, fundamentalmente en los ritos iniciáticos como los de circuncisión
y de subincisión que tratan de hacer pasar al niño
de manera definitiva a su sexo aparente, pues no se puede llegar a ser
un varón sexualmente adulto sin antes no haber conocido la coexistencia
de los sexos (el clítoris en la mujer como supervivencia del órgano
viril y el prepucio en el hombre como una supervivencia de los labios vaginales
femeninos); o, también, mediante el acto de disfrazar a cada
sexo del contrario (el intercambio intersexual de vestimenta muy practicado
en Grecia, Africa y Polinesia), que implica una subversión simbólica
de los roles y los comportamientos, una supresión de las leyes y
las constumbres, una confusión total de los valores, una reintegración
de los contrarios.
Psicológicamente la androginia traduce a términos sexuales
esta conjunción de los contrarios , plantea la comunión
de todos los pares considerados como opuestos y revela la nostalgia de
un paraíso perdido donde la multiplicidad reconstruye los aspectos
de una extraña unidad. Una unidad donde el espíritu del mal
se revela iniciador del bien y los demonios aparecen como el aspecto oculto
de los dioses. Existen multitud de mitos y leyendas concernientes a la
consanguinidad entre Dios y Satán, del bien y del mal (el mito gnóstico
de la fraternidad de Cristo y Satán, el mito arcaico de la asociación,
incluso de la fraternidad entre Dios y el Diablo) .
Pierre Molinier, influenciado por estas concepciones míticas(13),
fue una travesti narcisista que no recurrió jamás a la castración
o al transexualismo, sino que prefirió vivir en la dionisíaca
confusión del caos de un universo orgiástico en el que se
mezclaban los sexos y se confundían los géneros. Sexualmente
Molinier era un hombre (su constitución biológica resultaba
evidente), pero el género que es de orden socio-cultural (es decir,
los roles y las actitudes que manifestaba), y se constituye paralelamente
a toda causalidad orgánica, varía (dependiendo de las apetencias
y las circunstancias) entre masculinidad y feminidad. Así, lo veremos
en sus fotografías como un travestido, luciendo una gran multitud
de objetos de carácter fetichista que se repetirán incansablemente
(tales como ligas, largos guantes negros, medias, joyas, zapatos de enorme
tacón, velos trasparentes, máscaras o sujetadores muy apretados
que resaltaban los pechos) en un espacio pequeño y cerrado (su propia
habitación) rodeado por muy diferentes espejos que le permitían
fotografíar cualquier lado de su cuerpo. Para estas obras Molinier
usará su propio físico (siempre cambiante), además
de muñecas, prótesis corporales, máscaras, y, en ciertas
ocasiones, algunos modelos como sustitutos (Hanel Koeck y Mayarat) de él
mismo; camuflado, todo ello, de tal modo que será imposible saber
quién es quién en cada fotografía. Estas obras se
pueden considerar como un recorrido visual autobiográfico del artista,
como un repaso a todas sus obsesiones sexuales y fantasías representacionales
donde el sueño central es la propia transformación en un
ser andrógino.
Como él mismo escribió, Todas estas acciones con la
verga, el ano, tienden a un comportamiento andrógino, masculino-femenino
(mi sueño era ser lesbiana) y artificialmente, si lo podemos decir
así, lo he conseguido; me ayudo por la fascinación que ejerce
sobre mi y en mi la atracción de las piernas con medias o los zapatos
con tacón de aguja muy altos que hacen tensar los músculos(14).
Molinier al travestirse, intenta acercarse a la imagen mítica del
andrógino que fusiona en sí mismo los dos sexos, proclamando
con ello la posibilidad de una doble pertenencia sexual: ser a la vez y
al mismo tiempo uno y el otro (ser, en todo momento, el hombre y la mujer).
Rehusando la diferencia sexual Molinier pretende perturbar violentamente
los elementos que definen lo que es masculino y lo que es femenino, aboga
por la máxima ambigüedad, el mestizaje de los sexos y trabaja,
obstinadamente, por la fusión original. Su cuerpo se nos aparece
como un fantasma de totalidad, como una memoria del origen, como la huella
anterior a la individualización diferenciada.
Kristeva, que participa de las ideas que Platón escribiera en
El Banquete o del Amor , parece estar hablando de la obra de Molinier
cuando manifiesta que: El andrógino es unisexual: en sí
mismo es dos, onanista consciente, totalidad cerrada, tierra y cielo chocando
el uno contra el otro, fusión gozosa a dos dedos de la catástrofe.
El andrógino no ama, se mira en otro andrógino y no se ve
más que a sí mismo, redondeado, sin defecto, sin otro. Fusión
en sí mismo, no puede ni siquiera fusionarse: se fascina con su
propia imagen (...). Una fantasía que sólo se sirve de los
nombres de los dos sexos (andro-y-gine) para negar mejor su diferencia(15).
El andrógino y el travesti constituyen las figuras límite
de la mezcolanza de los géneros. Son las imágenes que ponen
a prueba la forma sexuada en sí misma, amenazan la racionalidad
viril y hacen estallar los razonamientos constreñidores y naturalistas
de los códigos sociales. El travesti no contempla los dos sexos
en su propia carne, pero los superpone y muestra su deseo (se apropia de
los atributos exteriores) de pertenecer al otro sexo sin perder las señas
de identidad del suyo. El travesti no puede más que jugar con su
imposible deseo, sabiendo que la fusión de ambos sexos es una experiencia
perdida para siempre. Si el andrógino es trágico (está
fuera del tiempo; por eso será de todo tiempo), el travestí
es provocador, muestra nuestro carácter incompleto, nuestros deseos,
angustias y necesidades del otro.
Las creaciones artísticas construidas y fotografiadas por Molinier
tenían como objeto tratar de resolver las contradicciones abiertas
entre las ilusionísticas representaciones de un ser construido y
la realidad de su cuerpo. Se trataba de utilizar las imágenes para
conseguir un ser humano completo donde se diera la relación
- con placer y sin conflicto - entre el hombre y la mujer, el yo y el tú,
la fantasía y la realidad. Convirtiéndose en un travesti
Molinier alcanzaba esa tierra de nadie que le permitía mantener
una distancia equidistante frente a uno y otro sexo. Molinier era un ser
humano que vestía trajes de hombre y ropa interior de mujer fomentando
la ambigüedad. Ambigüedad que supo comprender muy bien Hans Bellmer
cuando refiriéndose a Molinier expresó El deseo va más
allá de él ... confundiendo lo masculino y lo femenino ...
sodomizando el Yo en el Tu(16).
Molinier tratará de negar la diferencia de los sexos en beneficio
del mundo andrógino de los dobles . Su obra estará marcada
por el paso de lo singular a lo múltiple, de la percepción
coherente y cerrada de un ser a una identidad dual. Partes del cuerpo de
un hombre permanecerán, otras se convertirán en imagen de
la mujer, y otras, ni de uno ni de otra, o de ambos a la vez, aparecerán
destacadas. No tratará Molinier de convertirse, simplemente, en
mujer. No será su intención ser un transexual. Al contrario,
su deseo era alcanzar esas zonas de penumbra, inseguridad y ambivalencia
que nadie sabe muy bien a quién pertenecen. El suyo es un espacio
simbólico y fantasmal donde se mezclan los géneros, se confunden
las identidades y se fusionan los cuerpos. Nos narra la nostalgia del hermafrodita,
la incapacidad de armonizar lo imaginario y la biología, la imposibilidad
de ordenar un cuerpo ideal soñado en el que se superponen elementos
masculinos y femeninos. Es la búsqueda obsesiva de una integridad
corporal condenada al fracaso. El deseo de engarzar los espacios abiertos
entre el género, la sexualidad y la representación; la necesidad
de articular un discurso que estructure una identidad escindida. De ahí
nacerá un divorcio perpetuo entre ser él y diferir de él.
La imposibilidad de percibirse y de representarse en su integridad corporal
dado que ésta permanecía en continua interrogación.
Ante dicha situación, a Molinier no le quedaba más alternativa
que la transgresión de las normas y los roles socialmente aceptados,
como única posibilidad de llevar a cabo esas ceremonias de travestismo
narcisista que le permitieran alcanzar su utópico objetivo de un
tercer sexo , de una androginia idealizada. Mediante el fetichismo
y el sadomasoquismo, Molinier va a tratar, a través del autorretrato
y el fotomontaje, de soldar la herida creada entre el género real
y la imagen tantas veces fantaseada. Con la recreación de nuevos
espacios y atmósferas, Molinier convierte las eróticas metamorfosis
en lugares donde la fantasía lo es todo y la realidad nada. Molinier
se reinventa a sí mismo constantemente, crea una multitud de nuevos
caracteres mediante el arte y el artificio. Enfrentado a la naturaleza,
Molinier es hombre-mujer, activo-pasivo, en un simbolismo de fuerte contenido
erótico autista; deseaba ser sexualmente autónomo (darse
placer a sí mismo y verse dándoselo).
* * * * *
Foto: Pierre-Molinier
En este proceso de manipulación del cuerpo (a través del
disfraz, el retoque del cliché, el punto de vista de la cámara
y el corte o el enmarcamiento fotográfico) Molinier tiene, particularmente,
tres ideas fijas (que parecen contradictorias, pero más bien son
complementarias): una, el rechazo, el ocultamiento de su pene (lo disimulará,
lo convertirá en invisible al introducirlo repetidamente entre sus
muslos, o lo borrará retocando el negativo); dos, la obsesión,
la dependencia sexual por la pierna (especialmente cubierta con una media)
como fetiche; y tres, la aparición constante de enormes consoladores
atados a sus tobillos u otras partes del cuerpo. Con ello, Molinier manifiesta
una doble actitud: en la primera, repudia (cubre, oculta y niega) el pene;
en la segunda, afirma (adora y reproduce obsesivamente) el fetiche que
lo representa. Hostilidad y ternura confluyen en el trato hacia el icono
del poder masculino. La aparente hostilidad vendría dada por una
valoración mayúscula del pene (producto de un imperativo
cultural) que lleva a organizar la identidad masculina a partir de su relación
con éste; de ahí, que el miedo a una posible castración
obligue a su máxima protección ocultándolo. La afirmación,
sería producto de entender (siguiendo el análisis lacaniano),
que el sujeto entra a través del lenguaje en una estructura preestrablecida
de significados; y, en este sistema, como plantea Jeffrey Weeks, el
pene - o más exactamente su representación simbólica:
el falo -, es el significante fundamental; (...) El falo es la marca de
la diferencia; simboliza las diferencias de poder dentro del lenguaje;
y los varones se convierten en los portadores simbólicos del poder(17).
Por ello, las imágenes de una larga pierna con medias, o de un
pie con zapatos de estilizados y puntiagudos tacones, tienen (inconscientemente)
una importante carga fálica que dota de profundo sentido a estos
fetiches sexuales. Mientras el pene es suprimido de la representación
de la figura humana, el falo aparece inscrito con todo su poder (como consoladores,
látigos o tacones). En este proceso de indecisión donde (al
unísono) se desmembra y rememora el pene, su negación se
podría considerar como una experiencia de rechazo de la diferencia
sexual y el deseo de conseguir en su propio cuerpo fetichizado la unidad
de la dialéctica hombre-mujer, el mismo-el otro. Para Freud (en
su texto Fetichismo escrito en 1927), el fetiche tiene siempre una
misma explicación analítica: ser un sustituto del pene. Ahora
bien, es un pene muy especial, un pene que marcó la niñez
de las personas analizadas y que necesita (según Freud) ser restituido
y preservado, el fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la
madre), en cuya existencia el niño pequeño creyó otrora
y al cual no quiere renunciar(18). No creemos que la visión
de Freud corresponda exactamente a la problemática que Molinier
plantea en su obra, dado que el planteamiento de Freud se basa en la idea
de que las mujeres son seres castrados (un sexo al que le falta el pene),
idea que conlleva una desvalorización y/o desprecio de su cuerpo.
A nuestro parecer, Molinier no participa de este punto de vista, para
el artista francés su pene (oculto o visible) tiene parecida importancia
que otros órganos más femeninos . Así, observamos
como el culo desnudo de Molinier ocupa, repetidamente, el espacio central
de la imagen fotográfica. El orificio anal aparece visible al ojo
del espectador y se muestra como el espacio abierto dispuesto para recibir
el falo. El cuerpo de Molinier se convierte, de tal modo, en contenedor
y contenido; su ano se transforma en vagina y oculta el pene. Es como un
doble deseo de no identificarse con ningún sexo, intentando poseer
lo más característico de cada uno de ellos y disfrutando
de ambos. Asimismo, su actitud de valoración de una de las partes
corporales más despreciadas por los hombres como algo sucio y denigrante
(el ano), pone en duda el concepto de virilidad y amplia la visión
de la masculinidad a partes del cuerpo y prácticas (como la sodomía)
absolutamente prohibidas por las normas heterosexistas. Para Molinier el
hombre puede penetrar y ser penetrado, con ello algunas de las bases de
la sociedad machista y homófoba se cuestionan.
La experiencia sexual de Molinier estaba abierta tanto a las mujeres
heterosexuales como a los hombres homosexuales, su vida tenía las
características de un hombre bisexual travestido, al que no le importan
los sexos de su partenaire : La pura sexualidad de una mujer
o de un hombre en sí no me estimulan; sí, una bonita pierna,
una pantorilla me estimulan enormemente. Encuentro que las piernas de una
mujer o de un hombre me estimulan igualmente(19). Esta fijación
con las piernas se va a ver reflejada en la enorme colección que
poseía en yeso y que, asiduamente, usaba para masturbarse (la mayoría
de las fotografías de su libro Le Chaman et ses Créatures
están centradas en las formas que crean la yuxtaposición
de múltiples piernas).
Asimismo, tendrán mucha importancia el conjunto de elementos
que construyó y utilizó con el fin de darse placer: fundamentalmente
consoladores. Los consoladores engarzados, a menudo, en los altos tacones
de sus zapatos adquirirán toda la ambivalencia propia del hermafrodita
(el largo tacón como un falo y el falo como tacón del zapato
de una mujer), al tiempo, que le servían para gozar sexualmente
consigo mismo. A menudo ocurría que deseaba correrme en mis medias
mientras me insertaba a mí mismo un consolador (...), he gozado
terriblemente(20). El consolador aparece como un elemento
ambiguo que suple el natural y está cargado, asimismo, de connotaciones
femeninas. El consolador para Molinier (que lo utilizó de muy diversos
tamaños y formas) no es un sustituto, un elemento al cual recurrir
cuando no se dispone de otro, al contrario, Molinier defendía la
superioridad sexual de los objetos artificiales (que elaboraba él
mismo con seda, cuero o látex). Como hemos mencionado anteriormente,
si la pantorrilla y la pierna eran los miembros físicos más
estimulantes para Molinier, el tacón y el consolador se convertirán
en las prolongaciones estéticas de los mismos. Las inserciones anales
de un consolador, mientras se masturbaba, trasvestido, mirándose
al espejo serán uno de los motivos centrales de su serie Cien
fotografías eróticas .
El fetichismo de Molinier no puede ser visto como el desplazamiento
o la purificación de la energía sexual a través de
la sublimación sino, más bien, como la actuación del
deseo en y como representación. Como un símbolo
de independencia sexual frente a las hipócritas normas sociales
de procreación y castidad.
El carácter fetichista de sus obras va a ser reforzado por Molinier
mediante el proceso fotográfico. Sus piezas crearán una especie
de pequeño teatro lleno de claro-oscuros donde las formas fundamentales
estarán remarcadas claramente mediante la luz, formas netas que
serán puestas en evidencia por un único foco que (iluminando
el espacio como en un cabaret) ordena la composición dejando en
el centro la bella forma individual (la pierna, la media o el zapato) que
constituye el fetiche. Fetiches, muñecas, consoladores, prótesis
corporales y cuerpos travestidos conforman el subterfugio, la necrofílica
metáfora del cuerpo masculino hacia su disolución.
En Pierre Molinier la representación corporal es un espacio para
el exhibicionismo, un lugar para el espectáculo transformista que
muestra cuerpos narcisistas preguntándose sobre su identidad. Una
identidad que se intenta una y otra vez asir con múltiples ardides
pero que, una y otra vez, se nos aparece inasible por su misma multiplicidad
y metamorfosis. Las fotografías de Molinier son hoy en día
un punto de referencia obligado para todas aquellas propuestas artísticas
interesadas por la temática del sexo y del género, así
como sus pretendidas perversiones son también un elemento fundamental
para las teorías queer y feminista de los años ochenta
y noventa.
Notas
1El título de este texto recoge la contestación del artista
francés Pierre Molinier cuando fue preguntado si era homosexual.
Nótese que la palabra francesa para nombrar a una mujer lesbiana
es lesbienne y no lesbien. La respuesta de Molinier se podría
tomar por un (otro) perverso cambio de género.
2 Foucault, M. HERCULIN BARBIN llamada ALEXINA B. Madrid. Revolución.
1985, p. 11.
3 Molinier, P. Cent photographies érotiques . París.
Borderie, 1979, s/n.
4 En este sentido se puede considerar fundamental la exposición
Transformer organizada por Jean-Christophe Amman en la Kunsthaller
de Lucerna (Suiza) en 1974. Allí, participaron un grupo de músicos
y artistas (entre los cuales estaban Urs Lüthi, Luciano Castelli,
Jurgen Klauke, Pierre Molinier, Mick Jagger, David Bowie o New York Dolls)
que ponían seriamente en duda las identidades sexuales y hacían
aparecer con fuerza síntomas de androginia o de reivindicación
de la homosexualidad.
5 Molinier, P. París, 1979. Op. cit.
6 Martin, J.H. Molinier: Peinture, photos et photomontages . París.
Centre Georges Pompidou. 1979.
7 Pierre Molinier. Londres. Catálogo de la Cabinet Gallery.
1993, s/n.
8 Molinier. Burdeos. Catálogo de la Fondation Aquitanie.1979,
s/n.
9 Molinier, P. Les Orphéons magiques . Burdeos. Thierry Agullo.
1979, s/n.
10 Título de una serie de obras realizadas por Pierre Molinier
a finales de los años sesenta.
11 Petit, P. Molinier, une vie d´enfer . París.
Jean Jacques Pauvert. 1992, p. 168.
12 Véase Chevalier, J. (editor) El Diccionario de los
Símbolos . Barcelona. Herder. 1988.
13 Creó un libro titulado Le Chaman et ses Créatures
, París. William Blake and Co., 1995, donde como un mago cualquiera
daba vida a los más extraños y paradójicos seres.
14 Molinier, P. Lettre à un ami , escrita el 3 de Febrero de
1972 y reproducida en el periódico Liberation, París, del
20 de Octubre de 1979.
15 Kristeva, J. Historias de Amor . Madrid. Siglo XXI, 1987, p. 60.
16 Bellmer, H. Pierre Molinier . Londres, 1993. Op. cit.
17 Weeks, J. El malestar de la sexualidad . Madrid. Talasa, 1993, p.
233.
18 Freud, S. Fetichismo en Tres ensayos sobre teoría
sexual . Madrid. Alianza, 1972, p. 108.
19 Declaraciones de Molinier recogidas en Pierre Molinier . Londres,
1993, Op, cit.
20 Ibidem.
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