Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Con frecuencia pasamos por alto la función comunicadora del
arte. Cierto que las categorías estéticas hablan con un lenguaje
propio al espectador, pero una escultura o una pintura también pueden
contener un mensaje social o una declaración política. El Guernica de
Picasso es un ejemplo clásico. El muralismo mexicano utilizó las
técnicas de la pintura para informar una visión del mundo, y lo mismo
se puede decir de gran parte del arte religioso. Pero es en las
expresiones del pasado en donde mejor se puede apreciar que la pintura,
la escultura y la arquitectura tenían, a más de los simbolismos
propios de la creación, funciones no tan diferentes a las que hoy
cumplen los medios masivos. Veamos algunos ejemplos:
La matanza de los inocentes
de Pieter Breugel El Viejo (1565).
El relato bíblico del infanticidio de Herodes ha sido un tema
recurrente entre los pintores de la antigüedad y modernos, desde El Geronés
en 1275 hasta Gjertson en 1991, pasando por Pisano, Fra Angelico,
Mocetto, Aspertini, Tintoretto, Poussin, Castello, Doré y Rubens.
Breugel lo usa para describir un episodio de la ocupación de los Países
Bajos ordenada por Felipe II para reprimir la herejía calvinista y
anabaptista, cuando la tropa española y un escuadrón de valones, al
mando del Duque de Alba, masacran a los habitantes de un pueblo
flamenco.
El cuadro, entonces, adquiere carácter de una declaración. Reseña un
hecho pero es a la vez una denuncia. Su exhibición provocó tales
reacciones en los auditorios, que eventualmente hubo de ser retocado
para reemplazar con animales domésticos los dibujos de los niños que
eran pasados a cuchillo por las tropas invasoras. Esto es el equivalente
a la moderna eliminación de escenas en una película.
La ejecución de Maximiliano
de Edouard Manet (1867). El
artista pintó tres versiones, todas censuradas en Francia por razones
políticas y una de ellas seccionada y recuperada entre 1890 y 1912 por
Edgar Degas. Hoy se exhibe en fragmentos en la Galería Nacional de
Londres.
Un mexicano educado en la historia de ángeles y demonios que se imparte
en nuestras aulas puede experimentar sentimientos encontrados frente
al cuadro, dependiendo si considere a Maximiliano salvador o
anticristo. ¿Pero Manet? Por sus convicciones republicanas no era
simpatizante de Napoleón III. Si examinamos la composición del cuadro, y
recordamos las circunstancias de la época, la conclusión es que nos
encontramos no ante una obra de arte, sino frente a una pieza de
propaganda política.
El fusilamiento de Maximiliano fue motivo de gran descrédito para el
dictador sobrino del Corzo, quien primero alentó y apoyó la aventura
mexicana de Maximiliano y después, con el retiro de sus ejércitos, le
despejó el camino al Cerro de las Campanas. Es en este contexto que la
intención de Manet debe considerarse. El peso del cuadro está en el
pelotón de fusilamiento, no en los fusilados cuyo destino ha quedado
sellado con la descarga. Pero los militares mexicanos visten uniformes
franceses. El artista nos dice que fueron Francia y Napoleón, no México y Juárez, los responsables de la muerte de Maximiliano y sus generales.
¿Que se derramó sangre real? No es cosa que concierna al Imperio, y así
nos lo dice el despreocupado jefe del pelotón que ajusta su fusil para
el tiro de gracia. El mensaje del conjunto es una acerba crítica a
Napoleón III. Así se entendió en su momento y ni una de las tres
versiones pudo ser exhibida en Francia. ¿Le recuerda el lector el caso
de
La sombra del caudillo, la película maldita de la cinematografía mexicana?
La ejecución de Lady Jane Grey
de Paul Delaroche (1834).
Cuando se presentó en París, arrancó exclamaciones de dolor en la
concurrencia y uno que otro desmayo de damas sensibles. Habían
transcurrido apenas 40 años de la decapitación de María Antonieta y la
visión de otra joven reina momentos antes de sufrir la misma suerte
conmovió al público.
Jane Gray era nieta de Enrique VII y fue proclamada Reina de Inglaterra
en 1553 a la edad de 17 años, pero sólo ocupó el trono durante nueve
días. Los seguidores de María Tudor la depusieron, fue encerrada en la
Torre de Londres y decapitada el 12 de febrero de 1554. He aquí todos
los elementos de una tragedia romántica (drama de telenovela): una
princesa joven, bella y virginal es atrapada en la lucha entre
protestantes y católicos; los complotistas de la Corte organizan su
coronación; el bando rival la derroca; se convierte en un símbolo
incómodo para todas las facciones y es entregada al verdugo.
En el cuadro de Delaroche, la joven se dispone a colocar el cuello
sobre el bloque de madera, gentilmente auxiliada por el Guardián de la
Torre, frente a un verdugo de semblante grave y decidido. Jane Grey
viste un fondo de satén blanco y lleva vendados los ojos. Es la imagen
misma de la fragilidad, la inocencia y el desamparo. A un lado una dama
de compañía se ha desmayado, mientras que otra llora con el rostro
contra la piedra, incapaz de atestiguar la escena.
En verdad una imagen conmovedora. La técnica realista y las dimensiones
del cuadro (2.5 por 3 metros) dan al conjunto un aire trágico. Sólo
que, a la manera de los productores actuales de telenovelas, Delaroche
conocía a su público y se permitió algunas licencias para exprimir al
máximo su sentimentalismo. En la realidad, Jane Grey fue decapitada en
los jardines de la Torre de Londres, no en su celda. No le vendaron los
ojos y vestía un ajuar completo. Y el pelo, que en la pintura es una
cascada dorada, lo habría llevaba en un chongo. Puesto que se trató de
un acto político que involucraba nada menos que la sucesión al Trono
del Imperio Británico, fue atestiguado por un numeroso grupo. Así, de un
hecho histórico documentado, el pintor construye un drama para mover a
las masas. ¿Suena conocido?
Pero en su momento fue en realidad un famoso cuadro erótico en la corte
florentina de los Medici y en los salones de Francisco I de Francia,
si bien hoy sus significados más ocultos no han sido del todo
esclarecidos: domina el cuadro la figura de Venus, quien besa a Cupido,
su hijo, al tiempo que con la mano derecha le sustrae una de sus
flechas y en la izquierda sostiene la Manzana Dorada, regalo del pastor
Paris. El niño que se acerca por la derecha es Frivolidad, quien además
de estar a punto de arrojar sobre la pareja las rosas del placer,
lleva en el tobillo los cascabeles del bufón de la Corte. A sus
espaldas vemos el rostro de una bella joven que ofrece un trozo de
colmena, símbolo del placer; pero un examen más detallado revela que
sus manos están invertidas y su cuerpo es el de un monstruo cuya garra
está entre las piernas de Frivolidad, mientras que con la otra mano
sostiene el aguijón en el que culmina su cola escamosa. En la parte
superior derecha, Tiempo impide que Olvido, representado por una máscara
y una peluca, arroje su manto sobre la escena.
Las audiencias del siglo XVI entendieron -y sin duda se regocijaron-
con la trama: Venus se involucra en una relación incestuosa con su
hijo, Cupido, quien cínicamente pisotea los votos de fidelidad marital
de su madre, representados por la paloma en la parte inferior
izquierda. Frivolidad ciega a la pareja a las consecuencias de su
conducta, que además del engaño puede traer enfermedades, lo cual sería
un amargo aguijoneo a su placer, posibilidad que también se les
oculta. Sólo Tiempo podrá revelar la verdad de los hechos y frena la
intención de Olvido para ocultarlos. Sabemos que
El Bronzino modificó
la obra conforme avanzaba en ella, y hay personajes que sufrieron
hasta tres cambios de postura. Eso nos habla del carácter dinámico del
arte, rasgo que no siempre es evidente para el espectador moderno
acostumbrado al movimiento en la pantalla del televisor. He aquí el
sueño de la hoy llorada Corín Tellado.
En
Los Embajadores, cuadro pintado por Hans Holbein el Joven
(1533), tenemos otra muestra de la naturaleza comunicativa y simbólica
del arte pictórico. A primera vista es un retrato más para adornar la
estancia de un palacio. Dos hombres jóvenes ricamente ataviados miran
al espectador con aplomo y seguridad. A la izquierda, Jean de
Dinteville, embajador francés ante la corte inglesa; a la derecha, su
amigo Georges de Selve, obispo de Lavaur y enviado a la Santa Sede.
Estos poderosos y jóvenes personajes -29 y 25 años respectivamente-
tuvieron participaciones destacadas en los movimientos religiosos y
políticos desatados por la Reforma.
Frente a una cortina de rico brocado, y apoyados en un elegante mueble,
De Dinteville y De Selve parecen tomar un respiro a la mitad de alguna
discusión filosófica, científica o teológica. En los entrepaños se
agrupan diversos objetos propios de su interés, como libros, aparatos
para la astronomía, globos terráqueos, instrumentos musicales, un
compás y un catalejo.
Un extraño objeto en la parte inferior llama la atención y nos
introduce a la multiplicidad de mensajes contenidos en el óleo:
Los Embajadores es
en realidad un apunte biográfico. De Dinteville simboliza la vida
secular y De Selve la contemplativa. Hay entre los amigos un
complemento y equilibrio perfecto. El objeto a sus pies, visto desde el
ángulo inferior derecho, es una calavera humana, magistralmente
distorsionada, que no sólo simboliza la brevedad de la vida sino que
dice al espectador que sin importar la condición económica, social o
académica, todos deberemos rendir cuentas.
Los objetos narran la vida de los personajes. Los instrumentos para
medir el tiempo y para comprender el movimiento de los astros, hablan de
lo que la racionalidad de aquel momento no podía comprender. Otros
objetos se refieren a actividades mundanas: un globo, una mandolina, un
libro de matemáticas, un estuche de flautas y un himnario abierto en
la traducción de Lutero a "Viene el Espíritu Santo”, mensaje que en su
época no pasó desapercibido, pues la Reforma protestante estaba en su
apogeo. Incluso el diseño del piso es otro capítulo de la historia,
pues se deriva de los símbolos cósmicos de la Abadía de Westminster. La
cuerda rota en la mandolina simboliza ya sea la fragilidad de la vida o
las consecuencias de los enfrentamientos religiosos; en tanto el libro
de salmos un ruego por la unidad cristiana. Este cuadro es algo así
como el equivalente a uno de los tomos de la
Biografía del poder del historiador Krauze.
Molcajeteando…
Desde la hermana república del Perú, Rosario Peirano
aporta otra palabra con cinco vocales: "orquídea”. Y el gran Leonardo
Ffrench, desde su búnker de la eterna primavera, otra: "eunoia” (lo
contrario de la paranoia).
Miguel Ángel Sánchez de Armas Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla. http://www.razonypalabra.org.mx/jojos/2009/abr24.html
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