Foto: Mariella Amabili
En su libro, Historia de la belleza (Lumen),
Umberto Eco ilustra, por medio de reproducciones y textos de grandes
autores, sus reflexiones sobre el cambio de ideales estéticos desde los
griegos hasta la actualidad. Transcribo el último capítulo del ensayo.
Imaginemos
un historiador del arte del futuro o un explorador llegado del espacio
que se planteen ambos la siguiente pregunta: ¿cuál es la idea de belleza
dominante en el siglo XX? En el fondo, en este paseo por la historia de
la belleza no hemos hecho otra cosa que plantearnos preguntas análogas
acerca de la Grecia antigua, del renacimiento y de la primera o segunda
mitad del siglo XIX. Es cierto que hemos hecho lo posible para señalar
los contrastes que agitaban un mismo período en el que podían coincidir,
por ejemplo, el gusto neoclásico y la estética de lo sublime, pero en
el fondo siempre teníamos la sensación, mirando "desde lejos", de que
cada siglo presentaba características unitarias o, a lo sumo, una única
contradicción fundamental.
Puede suceder que los intérpretes del
futuro, mirando también "desde lejos", consideren que hay algo realmente
característico del siglo XX, y que den la razón a Marinetti, por
ejemplo, diciendo que la Niké de Samotracia del siglo recién concluido
era un hermoso coche de carreras, olvidando tal vez a Picasso o a
Mondrian. Nosotros no podemos mirar desde tan lejos; podemos
contentarnos con destacar que la primera mitad del siglo XX, y a lo sumo
los años sesenta de ese siglo (luego será más difícil) es el escenario
de una lucha dramática entre la belleza de la provocación y la belleza
del consumo.
La vanguardia o la belleza de la provocación
La
belleza de la provocación es la que proponen los distintos movimientos
de vanguardia y del experimentalismo artístico: del futurismo al
cubismo, del expresionismo al surrealismo, de Picasso a los grandes
maestros del arte informal y otros.
El arte de las vanguardias no
plantea el problema de la belleza. Se sobreentiende, sin duda que las
nuevas imágenes son artísticamente "bellas" y han de proporcionar el
mismo placer procurado a sus contemporáneos por un cuadro de Giotto o de
Rafael, precisamente porque la provocación vanguardista viola todos los
cánones estéticos respetados hasta ese momento. El arte ya no se
propone proporcionar una imagen de la belleza natural, ni pretende
procurar el placer sosegado de la contemplación de formas armónicas. Al
contrario, lo que pretende es enseñar a interpretar el mundo con una
mirada distinta, a disfrutar del retorno a modelos arcaicos o exóticos:
el mundo del sueño o de las fantasías de los enfermos mentales, las
visiones inducidas por las drogas, el redescubrimiento de la materia, la
nueva propuesta alterada de objetos de uso en contextos improbables
(vease nuevo objeto, dadá, etcétera), las pulsiones del inconsciente...
Sólo
una corriente del arte contemporáneo ha recuperado una idea de armonía
geométrica que puede recordarnos la época de las estéticas de la
proporción, y es el arte abstracto. Rebelándose contra la dependencia
tanto de la naturaleza como de la vida cotidiana, el arte abstracto nos
ha propuesto formas puras, desde las geometrías de Mondrian a las
grandes telas monocromas de Klein, Rothko o Manzoni. Pero quien haya
visitado una exposición o un museo en los últimos tiempos con toda
seguridad habrá escuchado a personas que, ante un cuadro abstracto, se
preguntan "¿qué representa" y protestan con la inevitable pregunta
"Pero, ¿esto es arte?" Por consiguiente, este retorno "neopitagórico" a
la estética de las proporciones y del número se produce en contra de la
sensibilidad común, en contra de la idea que el hombre corriente tiene
de la belleza.
Existen, por último muchas corrientes del arte
contemporáneo (happenings, actos en el que el artista corta o mutila su
propio cuerpo, implicaciones del público en fenómenos luminosos o
sonoros) en las que parece que bajo el signo del arte se desarrollan más
bien ceremonias de sabor ritual no muy diferentes de los antiguos ritos
mistéricos, cuya finalidad no es la contemplación de algo bello, sino
una experiencia casi religiosa (aunque de una religiosidad primitiva y
carnal) de la que los dioses están ausentes. Por otra parte, de carácter
mistérico son las experiencias musicales de enormes multitudes en las
discotecas o en los conciertos de rock donde, entre luces
estroboscópicas y sonidos ensordecedores, se practica una forma de
"estar juntos" (a menudo acompañada del consumo de sustancias
estimulantes) que puede parecer incluso "bella" (en el sentido
tradicional de un espectáculo circense) a quien la contempla desde
fuera, aunque no es así como la viven los que están inmersos en ella.
Los que participan en ella podrán hablar incluso de una "hermosa
experiencia", pero en el sentido en el que se habla de un buen baño, de
una buena carrera en moto o de un coito satisfactorio.
La belleza del consumo
Nuestro
visitante del futuro no podrá evitar hacer un curioso descubrimiento.
Los que acuden a visitar una exposición de arte de vanguardia, compran
una escultura "incomprensible" o participan en un happening van vestidos
y peinados según los cánones de la moda, llevan vaqueros o ropa de
marca, se maquillan según el modelo de belleza propuesto por las
revistas de moda, por el cine, por la televisión, es decir, por los
medios de comunicación de masas. Siguen los ideales de belleza del mundo
del consumo comercial, contra el que el arte de las vanguardias ha
luchado durante más de cincuenta años. ¿Cómo hay que interpretar esta
contradicción? Sin pretender explicarla: es la contradicción típica del
siglo XX. El visitante del futuro deberá preguntarse, por tanto, cuál ha
sido el modelo de belleza propuesto por los medios de comunicación de
masas, y descubrirá que se ha producido una doble cesura a lo largo del
siglo.
La primera se produce entre un modelo y otro en el
transcurso del mismo decenio. Veamos tan sólo un ejemplo: el cine
propone en los mismos años el modelo de mujer fatal encarnado por Greta
Garbo o por Rita Hayworth, y el modelo de la "vecina de al lado"
personificado por Claudette Colbert o por Doris Day. Presenta como héroe
del Oeste al fornido y sumamente viril John Wayne y al blando y
vagamente femenino Dustin Hoffman. Son contemporáneos Gary Cooper y Fred
Astaire, y el flaco Fred baila con el rotundo Gene Kelly. La moda
ofrece trajes femeninos suntuosos como los que vemos desfilar en
Roberta, y al mismo tiempo los modelos andróginos de Coco Chanel. Los
medios de comunicación de masas son totalmente democráticos, ofrecen un
modelo de belleza tanto para aquella a quien la naturaleza ha dotado ya
de gracia aristocrática como para la proletaria de formas opulentas; la
esbelta Delia Scala constituye un modelo para la que no se corresponde
con el tipo de la exuberante Anita Ekberg; para el que no posee la
belleza masculina y refinada de Richard Gere, existe la fascinación
delicada de Al Pacino y la simpatía proletaria de Robert De Niro. Y, por
último, el que no puede llegar a poseer la belleza de un Maserati puede
optar por la belleza proporcionada del Mini Morris.
La segunda
cesura divide el siglo en dos partes. A fin de cuentas, los ideales de
belleza a los que se remiten los medios de comunicación de los primeros
sesenta años del siglo XX evocan las propuestas de las artes "mayores".
Damas
de la pantalla como Francesca Bertini o Rina de Liguoro son parientes
próximos de las lánguidas mujeres de D´Annunzio; las mujeres que
aparecen en los carteles publicitarios de los años veinte o treinta
evocan la belleza filiforme del estilo floral, del Liberty o del art
déco.
En la publicidad de diversos productos se nota la
inspiración futurista, cubista y también surrealista. Las historietas de
Little Nemo están inspiradas en el art nouveau, mientras que el
urbanismo de otros mundos que aparece en Flash Gordon recuerda las
utopías de arquitectos modernistas como Sant´Elia, e incluso anticipa
las formas de los futuros misiles. Las historietas de Dick Tracy
manifiestan una lenta adaptación a la propia pintura de vanguardia. Y en
el fondo basta seguir a Mickey Mouse y a Minnie, desde los años treinta
hasta los cincuenta, para ver cómo el dibujo se adapta al desarrollo de
la sensibilidad estética dominante. Pero cuando por un lado el pop art
se apodera, como arte experimental y de provocación, de las imágenes del
mundo del consumo, de la industria y de los medios de comunicación de
masas, y por el otro los Beatles revisan con gran sabiduría incluso
formas musicales que proceden de la tradición, el espacio entre arte de
provocación y arte de consumo se reduce. No sólo eso, sino que sí parece
que existen aún dos niveles entre arte "culto" y arte "popular", el
arte culto, en ese ambiente que se ha llamado posmoderno, ofrece al
mismo tiempo nuevas experimentaciones más allá de lo figurativo y
retornos a lo figurativo como revisiones de la tradición.
Por su
parte, los medios de comunicación de masas ya no presentan un modelo
unificado, un ideal único de belleza, pueden recuperar, incluso en una
publicidad destinada a durar tan sólo una semana, todas las experiencias
de la vanguardia y ofrecer a la vez modelos de los años veinte,
treinta, cuarenta o cincuenta, llegando hasta el redescubrimiento de
formas ya en desuso de los automóviles de mediados de siglo. Los medios
proponen de nuevo una iconografía decimonónica, el realismo fabuloso, la
exuberancia de Mae West y la gracia anoréxica de las últimas modelos,
la gracia del claqué tradicional de A Chorus Line y las arquitecturas
futuristas y gélidas de Blade Runner, la mujer fatal de tantas
transmisiones televisivas o de tantos mensajes publicitarios y la
muchacha con la cara recién lavada al estilo de Julia Roberts o de
Cameron Díaz, ofrecen Rambo y Platinette, o un George Clooney de
cabellos cortos y los neocyber con el rostro metalizado y el cabello
transformado en una selva de cúspides coloreadas o pelados al cero.
Nuestro explorador del futuro ya no podrá distinguir el ideal estético
difundido por los medios de comunicación del siglo XX en adelante.
Deberá rendirse a la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al
absoluto e imparable politeísmo de la belleza.
Por Umberto Eco
Tomado de: http://www.lanacion.com.ar/682877-la-orgia-de-la-tolerancia
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