Por Jesús Yuste
Crítico de Arte
Entre los grandes exponentes
del Impresionismo, se ha tenido en ocasiones como en un segundo lugar,
sin duda por la falta de un conocimiento adecuado de su obra, la figura
de Berthe Morisot (Bourges,1841-París,1895), su principal representante
femenina. Y resulta cuando menos sorprendente, pues su arte resuelto,
delicado y vigoroso a la vez, es de una modernidad manifiesta. Pudo
influir en ello el hecho de que fuera mujer, en un mundo -el del arte en
general, y el de la pintura en particular- reservado tradicionalmente
para los varones. En este sentido, hay que reconocer que el papel
creativo de las mujeres fue durante mucho tiempo limitado, al ser
excluidas de las Academias de Bellas Artes por hombres que preferían
verlas dedicadas a la esfera de lo puramente doméstico o, en cualquier
caso, a un mundo alejado de la práctica profesional de las artes. Pero
lo cierto es que Monet, Pisarro, Renoir y demás, fueron conscientes de
la valía de Morisot, quien, como recordara Pisarro en 1895, fue una
"gran mujer de extraordinario talento que honró a nuestro grupo
impresionista". Renoir, que la conocía bien, alabó también sus
cualidades, y Manet, su mejor amigo y colaborador, sintió verdadera
admiración por su libertad de experimentación.
La historia nos dice que desde mediados del siglo XIX, con el ascenso
de una cierta clase media fruto de la industrialización en los países
más ricos, se generó una actitud más abierta sobre la participación de
la mujer en el mundo artístico, Aún así, como la Escuela de Bellas Artes
permaneció cerrada para ellas hasta 1897, las jóvenes aspirantes a
pintoras se vieron en la necesidad de recurrir a tutores particulares, o
bien a las academias creadas por artistas varones. Este es el caso de
la academia formada en 1868 por el retratista Rodolphe Julian. Gracias a
este tipo de iniciativas, las mujeres fueron incorporándose
progresivamente al mundo artístico de los varones. Y no sólo eso.
Paradójicamente, en cierto modo tuvieron la fortuna de no tener que
soportar las trabas académicas de sus compañeros, y contra las que, por
cierto, se sublevaron los más puros representantes del Impresionismo.
Podían así dotar de una fresca espontaneidad a sus pinturas, lejos de
las trabas impuestas por el academicismo oficial.
Entre las pintoras impresionistas, muy valiosas algunas de ellas, la
más importante fue muy posiblemente Berthe Morisot (Bourges 1841- París
1895), pintora de paisajes rebosantes de frescura, de trazos
desenvueltos, y casi siempre con la figura humana como punto de
referencia. Unido a ello, fue también una extraordinaria pintora de
escenas de la vida doméstica, donde podía recrearse y dar rienda suelta a
sus dotes de observación, al igual que al tratamiento lleno de
naturalidad de la intimidad familiar. De fuerte personalidad, luchó
contra los convencionalismos sociales de la época, que tendían a recluir
a las mujeres en el ámbito de lo privado. Prueba de ello es su
dedicación profesional a la pintura, a pesar de la advertencia del
profesor Guichard, quien hizo saber a la madre del peligro que acechaba a
sus hijas Berthe y Edma, pues teniendo en cuenta sus dotes naturales,
"mis enseñanzas no acabarán creando pequeños talentos de salón, sino que
se convertirán en pintoras. ¿Es usted absolutamente consciente de lo
que esto significa? Sería revolucionario, casi diría catastrófico, en un
medio social de la alta burguesía". Resulta significativo, al respecto,
el hecho de que ya en 1860 Berthe Morisot mostrara su interés por
pintar al aire libre, a pesar de que esto no fuese del agrado de su
maestro Guichard.
Desde que en 1861 Berthe conociera a Corot, se vería influida por su
concepción artística serena, equilibrada, de indudable lirismo poético.
Su forma de captar y reproducir la realidad a través del color y de la
luz, abrió los ojos de la artista hacia nuevas formas de expresión.
Morisot trabajó con él, y también tuvo oportunidad de conocer a
Daubigny, paisajista de la Escuela de Barbizón, la que fuera precedente
próximo del Impresionismo. Pero más importante aún para su vida fue el
conocimiento de Manet, su futuro cuñado, con quien mantuvo desde 1868
una especial relación amistosa y artística que, de alguna manera, marcó
el futuro de su obra. Ciertamente, ambos se influyeron entre sí, y ambos
se vieron a su vez influidos por la corriente impresionista que llenó
de vivos y luminosos colores sus paletas. También, unos años después, la
pintora entabló una relación amistosa con Renoir, excelente pintor de
formas suaves y voluptuosas, de rico colorido, pero tal vez sin la
sutileza y finura de Morisot en la representación de los personajes en
su ambiente familiar.
En un mundo artístico dominado por los hombres, Berthe Morisot fue
siempre consciente de su talento, al igual que del talento de sus
compañeras. Así se entiende que escribiese: "Lo cierto es que nuestros
valores se encuentran en el sentimiento, en la intención, en nuestra
visión, que es más sutil que la de los hombres, y podemos lograr mucho
si conseguimos que la afectación, la pedantería y el sentimentalismo no
lo estropeen todo". Así fue, pues supo unir a esa visión sutil y a esa
primacía del sentimiento, un destacado sentido del equilibrio y de la
luz, al igual que un encanto particular, mezcla de pinceladas rápidas y
sueltas, en la que dominan los colores suaves y cálidos. Esta es la
razón de que sus obras puedan dar a veces la impresión de un esbozo de
trazos vivos, llenos de espontaneidad, como se aprecia en el espléndido
"Día de Verano" (1874). Además, su delicada paleta se puede también
admirar en obras tan destacadas como "Dama en el tocador” (1875) y sobre
todo en "El espejo de vestir" (1878), donde como acertadamente se ha
señalado, la meditación callada e íntima del personaje frente al espejo
contrasta con las más provocativas y eróticas representaciones de
escenas familiares que realizaron otros pintores varones de la época.
Muy interesante resulta ver la evolución del arte de Morisot. Para
ello, conviene fijarse en primer lugar en las pinturas que presentó a la
primera exposición impresionista de 1874. Concretamente, entre ellas se
encuentran "La cuna" (1872), una de las obras que le dieron mayor
renombre, y "El lilo de Maurecourt" (1874), obra cautivadora por su
concepción y por su estilo, con ese toque mágico que resalta los
diferentes tonos verdosos, iluminados por destellos de luz
blanco-amarillenta.
Aunque a comienzos de la década de los setenta Morisot era ya una
artista consagrada, será poco después, a partir de su estancia en 1875
en la isla inglesa de Wight, cuando conforme su estilo más
característico. Pinceladas cortas y rápidas diluyen cada vez más los
contornos de las figuras, como sucede en los brochazos sueltos que
configuran "En un banco del Bois de Boulogne" (1894), una de sus últimas
obras. En ella, tras las dos jóvenes recogidas en concentrada lectura,
apenas se intuye el camino y, en un segundo plano, aún menos a las dos
mujeres que marchan conversando mientras un carruaje acaba de pasar. La
disolución de la realidad de buena parte del cuadro prefigura la
abstracción, en todo un ejercicio de modernidad.
No es de extrañar, por tanto -tal es lo avanzado de algunas de sus
obras- que Berthe Morisot desconcertara a la crítica de su tiempo. Era
su arte algo tan distinto de lo habitual... Así, por ejemplo, el crítico
Charles Ephrussi, tras la quinta exposición impresionista de 1880, sólo
encontró la fórmula poética para describirlo: "Parece que tritura
pétalos de flores y los mezcla con su paleta, esparciéndolos luego en
sus lienzos con ligeras y graciosas pinceladas, realizadas un poco al
azar... creando una obra delicada, llena de encanto y de vida, que
intuimos más que vemos". Tal se podría decir de una de sus pinturas de
mayor fuerza expresiva y menor definición de contornos y formas, "El
balcón" (1881), o del "Interior de una casa de campo” (1886). Y es que,
como comentara el crítico Gustave Geffroy por aquel entonces, "aunque
las formas que aparecen en las pinturas de Morisot son siempre vagas,
poseen una vida extraña. La artista ha logrado definir el juego de
colores, la palpitación entre las cosas y el aire que las envuelve". Y
todo esto es lo que hace que el arte de Berthe Morisot fuera tan
novedoso en su época y siga resultando, a la vuelta de más de un siglo,
tan rotundamente moderno.
Tomado de: http://arvo.net/estetica/la-otra-mirada-impresionista-berthe-morisot/gmx-niv593-con10128.htm
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