Por Ger Groot
'goat', 2009 130x89cm/180x123cm/260x178cm C-print under diasec. image © oleg dou
Para
cruzar el abismo "sólo existe el puente del arte, el arco iris del
arte", apunta Hans-Georg Gadamer, imprescindible autor de Verdad y método, en esta entrevista, parte del libro Adelante, ¡contradígame! / Filosofía en conversación que la editorial madrileña Sequitur pone en circulación.
"No me mire con esos ojos tan interrogantes. ¡Pregúnteme!”, me
dice Hans-Georg Gadamer, "podría seguir hablando interminablemente, pero
no quiero. Cuando se le ocurra una pregunta, interrúmpame. Así nuestra
conversación será más viva”. Con razón, el diálogo ocupa un lugar
importante en su obra.
La hermenéutica, a la que su nombre está vinculado, no es un
camino de dirección única, sino un cruce continuo de preguntas,
réplicas, contestaciones y nuevas preguntas. "El arte de conversar,
también consigo mismo, constituye la fuerza del pensamiento”,
escribió Gadamer en un perfil autobiográfico. "¿No ve?”, observa con
humor durante la discusión, "me gusta llevarle la contraria: conversar
es eso”.
Nació cuando despuntaba el siglo XX en Marburgo y
creció en Breslau bajo la autoridad prusiana de un padre, científico de
profesión, que sólo con reservas pudo aceptar la elección de su hijo de
estudiar filosofía. Se doctoró a los veintidós años, y por aquel
entonces llegó a sentirse alguien, hasta que poco después conoció a
Martin Heidegger. La penetrante tenacidad del pensamiento de este lo
desconcertó totalmente. Si durante su época de estudiante había
mantenido, como muchos otros, cierta desconfianza hacia las oscuras
preguntas heideggerianas –como ¿Qué es el ser?–, ahora, tras su
encuentro, ya no pudo librarse de ellas, como tampoco de la "maldita
sensación de que Heidegger estaba siempre a mis espaldas, vigilándome”.
Con humor recuerda las llamadas telefónicas de Heidegger, cuando
Ortega y Gasset anunciaba que pasaría a verlo. "Ven rápido. Ortega
vuelve a acosarme.” El español lo ponía un poco nervioso con sus
observaciones que –según Heidegger– estaban cargadas de frivolidad:
"Sabe usted, Heidegger” –le decía– "un filósofo debe tener tres
sentidos: el sentido de la profundidad –que evidentemente usted tiene–,
el sentido de la penetración –en el que usted tampoco está mal– y el
sentido de la ligereza –del que, por desgracia, carece totalmente. Tiene
que bailar, Heidegger. ¡Bailar!” y Heidegger mascullaba: "¿Qué tiene
que ver el baile con la filosofía?”
En 1960 Gadamer publicó su monumental estudio Verdad y método.
Treinta años más tarde, las estanterías de su despacho en su casa,
situada en un tranquilo barrio residencial en una de las colinas que
rodean Heidelberg, están llenas de los volúmenes de la edición de su Obra Completa.
El despacho, ya de por sí pequeño, aún lo parece más con un hombre de
su estatura que, a pesar del bastón y de su postura algo encorvada, no
aparenta noventa y tres años. Un grabado de Durero y un cuadro abstracto
de Serge Poliakoff de un rojo vivo ("Un regalo de mis alumnos por mi
sexagésimo cumpleaños”) adornan la estancia. Los libros y los
manuscritos se apilan en las estanterías y en el suelo. La caída de una
de esas pilas interrumpirá ruidosamente nuestra conversación. "Ya ve”,
me dice Gadamer, "Spitzweg también ha causado estragos aquí”.
En un taburete hay una bandeja con unas tazas de café y galletas
("A los holandeses les gustan las galletas, ¿no?”). Sobre el sofá, junto
al visitante, se ha acomodado el gato de Gadamer.
La verdad
En las primeras páginas de su libro La actualidad de lo bello
escribe usted: Nos preguntamos por la cuestión de la justificación del
arte, pues el arte es una disciplina que suscita todo tipo de preguntas,
y en la actualidad incluso más que antes. ¿Qué función puede cumplir
aún hoy el arte? ¿Cuál es su sentido y su significado?
Para los filósofos, el arte como problema es interesante porque en él
se aborda el concepto de la verdad. ¿Qué significa el término "verdad”?
Si examinamos el concepto de verdad en la ciencia moderna, vemos que
significa "certeza”, Gewissheit. Y al mismo tiempo: método. Ya
desde Descartes, el método es el camino del que se puede estar seguro,
del que se tiene certeza; por así decirlo, más vale dar pequeños pasos,
un paso tras otro, que intentar dar grandes saltos hacia adelante.
Por supuesto, eso no se puede aplicar al arte. Como tampoco se puede
aplicar un enfoque basado en la informática moderna, como proponía Max
Bense, que, a pesar de ser un hombre muy sensato, afirmaba que por el
número de bits podríamos determinar por qué Rubens era mejor
paisajista que Rembrandt. Proceder así sería aplicar criterios
cuantitativos a una materia que no admite este tipo de criterios
fundamentales. No es posible utilizar métodos científicos de medición
para distinguir el arte de lo que no lo es (o del arte de mala calidad).
Max
Planck dijo en una ocasión: los hechos son para nosotros cosas que
pueden medirse. Este es el punto de partida metódico, y con él empiezo
mi obra Verdad y método, porque precisamente ahí se evidencia la
tensión entre método y verdad. Por supuesto, el triunfo de la ciencia
moderna estriba en haber sabido transformar el concepto de verdad. Bien
es cierto que desde la Antigüedad, como ya dijo Hesíodo, se admite que
los poetas mienten mucho, pero eso significa que también dicen muchas
verdades.
'pig', 2010 130x89cm/180x123cm/260x178cm C-print under diasec. image © oleg dou
Se trata por lo tanto del concepto de verdad en el arte. ¿Acaso tiene
sentido esa palabra? Incluso hoy en día, en un país que no está muy
lejos de aquí –[riéndose] me refiero a Gran Bretaña–, algunas personas
dignas de ser tomadas en serio siguen rebatiendo que el arte tenga algo
que ver con la verdad.
Eso fue lo que me llevó, como filósofo, a conceder muy pronto un
lugar importante al tema "arte” en mi pensamiento: ¿qué se entiende por
"verdad” cuando se aplica al arte? Al fin y al cabo, no se alude a la
verdad de la proposición (Satzwahrheit). No se pretende decir que
las proposiciones que hacen referencia al arte o que aparecen en un
poema puedan ser verdaderas o falsas. Ahí esa noción de verdad no es
pertinente.
Cuando hablamos de la verdad de un juicio, suponemos cierta
generalidad. En cambio, frente a una obra de arte, nos hallamos siempre
ante algo único. ¿Existe en el arte una relación especial entre lo
singular de la obra y la verdad? ¿Es posible que se trate de una verdad
que, aun aspirando a la generalidad, no pueda expresarse en una
proposición general?
Quisiera argüir en su contra que Aristóteles dijo, con razón, que los
historiadores están menos orientados a la verdad que los poetas, pues
la historia nos dice únicamente cómo han sucedido las cosas, mientras
que la poesía nos dice cómo pueden suceder siempre. Es decir que precisamente en la poesía encontramos esa aspiración a lo general.
Sin embargo, cuando contemplamos una obra de arte, nos encontramos
con algo problemático, que precisamente dice algo sobre la
especificidad de este concepto de verdad.
Sin duda alguna. Lo problemático es precisamente que la experiencia
del arte no puede transmitirse en una proposición o en otra forma
distinta. En el último volumen de mi nueva edición he incluido un
artículo titulado: "Palabra e imagen: tan verdadero, tan siendo” (Wort und Bild: so wahr, so seiend). Es una cita de Goethe, quien al contemplar unas caracolas en una playa de Sicilia exclamó: "so wahr, so seiend”. Yo aplico esta afirmación al arte: el arte es verdad porque es siendo.
Esto significa, por ejemplo, que no es reproducible. Suena bastante
inaudito en un mundo en el que casi todo es reproducible y que, a través
de esta reproducibilidad, destruye el sentido del arte. El progreso y
la fotografía implican una disminución de la sensibilidad al color. Pero
comprendo muy bien lo que usted quiere decir cuando afirma que
precisamente en la unicidad de una obra de arte reina una verdad general
que es irreemplazable.
Y ¿por qué es irreemplazable?
¡Vaya!, poco a poco vamos entrando en materia. Tomemos el color, la imagen
en las artes plásticas. Es indiscutible que una representación de ese
tipo no puede ser sustituida por otra. Por el contrario, la verdad de
una proposición verdadera siempre será verdad. Es decir, que desde el
principio se ha perdido algo esencial. Este es el sentido objetivador de
la proposición: lo que Aristóteles trató en su hermenéutica y lo que
los griegos denominaban apófansis. Es decir: una proposición que
sólo pretende mostrar lo que muestra. En este sentido, nuestra
civilización occidental está marcada por las matemáticas y su
aplicabilidad al mundo del lenguaje. Si, por ejemplo, comparamos este
concepto de verdad con su equivalente chino, vemos que en este último
caso no puede concebirse como algo que esté reñido con el arte.
Pero también para nosotros, en Occidente, el arte implica otro tipo
de generalidad. El arte no se desarrolla en una generalidad conceptual,
sino en un juego totalmente específico entre la verdad sensible y
la conceptual. Lo que intento defender es que eso no tiene nada que ver
con la cuestión de la representación y del método, sino con el
contenido del ser, por así decirlo, con la densidad, la saturación que
trasciende en cada cuadro y en cada poema, el enunciado referencial. El
propio cuadro no permite que el espectador se limite a mirar lo que se muestra en él.
Pongamos por ejemplo el grabado de Durero, que usted no puede ver
porque está colgado justo encima de su cabeza; representa a Santa
Catalina de Siena, la famosa mártir. Es lo primero que uno reconoce: lo
que está representado en él. Quizá, además, pueda ver que se trata de un
Durero. Pero al mismo tiempo también es evidente que aún no ha visto
nada. Así pues, el cuadro o el poema tienen la capacidad de superar la
referencia directa a otra cosa. O, por decirlo de otra manera, la capacidad de ponerla en suspenso.
¿Podríamos decir que lo que se muestra en el cuadro es el enigma de que hay algo y que ese algo tiene un sentido?
Sí,
sin duda. En cierto sentido cabría decir –y creo que desde Schiller ya
no es una idea muy original– que a través del arte aquello que es
fragmentario y desordenado se convierte en el representante de un mundo
íntegro. Sin embargo, si hoy en día les dices eso a los jóvenes,
saltarán de indignación. Me sucedió aquí con un estudiante que
sencillamente no lo comprendía. Pero, ¡ojo!, cuando digo "mundo
íntegro”, no me refiero a que el mundo es íntegro, sino a que en el arte aparece como íntegro. Entonces siempre hay alguien que replica: "Sí, pero ¿qué me dice del Guernica
de Picasso?” Y yo contesto: "¿Por qué lo contempla durante tanto
tiempo?” Claro, se queda desconcertado y luego responde: "Porque hay
algo en él.” En efecto: algo que ahora ya no se ve como destrucción gris, sino algo que por sí mismo provoca una concentración.
'monkey', 2009 130x89cm/180x123cm/260x178cm C-print under diasec. image © oleg dou
Esta concentración que se produce en el arte moderno ¿constituye
siempre la idea de un mundo íntegro o se trata más bien de un mundo
roto?
No es la idea de un mundo íntegro, sino un pedazo de mundo
"íntegro”. De forma que incluso en el caso de una destrucción extrema
–por eso he elegido el Guernica como ejemplo– se puede apreciar que la obra de arte es como ha de ser.
Se trata simplemente de la definición clásica de lo bello: algo a lo
que no se puede añadir nada ni quitar nada sin perturbar el todo. En ese
sentido es íntegro.
Pongamos por caso alguien que improvisa al órgano. Durante los
bombardeos de Leipzig, iba todos los viernes por la tarde a escuchar los
motetes de Bach. El organista era un improvisador genial y a menudo lo
mejor del concierto era lo que tocaba cuando acababa los motetes. Pero a
veces pensaba para mis adentros: "hoy no ha sido nada”, y entonces me
preguntaba: ¿qué significa que "no ha sido nada”? Nada, por así
decirlo, que me retuviera en la iglesia y me impidiera salir afuera. No
había nada que únicamente me hiciera escuchar y a través de la música me
permitiera conseguir la concentración total.
Lo mismo pasa con la pintura. Mire el Poliakoff que cuelga ahí: la
composición de colores, y la tensión de líneas y colores parecen
transmitir: así tiene que ser. Pero [asombrado] ¿qué significa eso?
No me parece casual que cite usted a Bach. Bach vivía todavía en
la firme creencia de una verdad religiosa, un mundo religioso. Esa
creencia ya no existe en el siglo XX. Sin embargo, el
deseo de "integridad” es una cuestión religiosa que ya no encuentra
respuesta en la religión. Pero quizá tampoco encuentre una respuesta
completa en el arte, a pesar de que el arte actualiza ese deseo.
Tendrá usted que formular de una manera más convincente la última
frase. Con lo demás estoy bastante de acuerdo. Pero tampoco es fácil
explicar por qué El arte de la fuga tiene algo que ver con Dios. No hay que pensar únicamente en la música de la Pasión.
No, pero sí en la manera en que El arte de la fuga es ya en su concepción un arte de la armonía.
Todo lo que existe en la realidad contiene desarmonía, y por consiguiente también armonía, incluida la música.
¿También la sospecha de una verdad religiosa, de una redención (religiosa)?
Ahora lleva usted demasiado lejos su presuposición religiosa. Yo
sería más cauto y diría que lo que antes se pensaba de una forma
religiosa, hoy lo experimentamos en gran medida en el arte: como algo
que en relación con la realidad es tan trascendente como antes lo era la
religión. Al fin y al cabo, el arte se empezó a comprender de esta
forma semirreligiosa cuando la gente dejó de considerar el mundo como un
mundo creado de seres humanos que debía ser redimido. Sin embargo, lo
que ha permanecido es el deseo de encontrar una respuesta a los enigmas
del ser. Hasta ahí estoy dispuesto a aceptar su interpretación, pero
quisiera establecer una distinción. Yo no diría que eso es
religioso, sino que, al parecer, algo de lo que transmite la religión ha
encontrado su réplica en lo que expresa el arte. Por así decirlo, tanto
la religión como el arte son promesas de lo "íntegro”.
¿Cree usted que el arte puede convertir nuestra sociedad en una
comunidad, como hizo la religión hasta la Segunda Guerra Mundial?
Evidentemente no sé cómo será el futuro. Tenemos a nuestras espaldas
un siglo con dos guerras mundiales. ¿Quién las ha ganado realmente? Sólo
la revolución industrial. De todos es sabido que las guerras benefician
únicamente a la industria y que todo lo demás sale perdiendo. Tiene
usted razón cuando pregunta: ¿cuál será realmente el futuro del arte?
¿Hasta qué punto puede existir el arte en un mundo tecnocrático y regido
por la técnica?
Cuando se inició este desarrollo, Philipp Otto Runge [1777-1810] ya
manifestó su compasión por los pintores, porque el giro que se había
producido entonces dejaba de tenerlos en cuenta, y lo decorativo lo
recubría todo. Era también un declive. Y en efecto: a partir de ahí
surgió un mundo nuevo. No voy a negar que nosotros, aquí y ahora,
nos encontramos en una situación difícil, y no sabemos qué saldrá de
ella. Quizá surja un arte totalmente nuevo de la caligrafía de las
culturas orientales.
¿A qué se refiere?
¡Al
arte de la escritura! Un chino pinta cuando escribe. Tengo un famoso
colega chino que en una ocasión me escribió una carta con unos trazos
minúsculos a modo de firma. ¡Era tan maravilloso! Aún conservo la carta.
No eran más que unas cuantas pinceladas y, sin embargo, eran sumamente
conmovedoras. Bueno, admito que para poder escribir de esta manera se
tiene que recorrer un largo camino. Pero quizá, a la larga, consigamos
reconocer algo de la tensión que se manifiesta en esas páginas chinas
casi vacías, como podemos apreciarla ahora en este Poliakoff. Pero, en
cualquier caso, tendría para nosotros la misma trascendencia: cómo se
puede lograr una concentración tan grande de Dasein con unas cuantas líneas, unos cuantos trazos en una única hoja en blanco.
'mole', 2011 130x89cm/180x123cm/260x178cm C-print under diasec. image © oleg dou
¿Es posible que una buena obra de arte sea al mismo tiempo totalmente desesperada?
Una obra de arte a la que no se dice "sí”.
Que sea muy fuerte, pero...
¿Qué significa "fuerte” en este caso?
Una obra de arte de la que uno no pueda sustraerse.
¿A la que se dice "sí”?
Sí.
¡Pero bueno! Hace usted como si yo afirmara que la obra de arte tuviera que representar algo "íntegro”. ¡Pero de eso nada!
Una obra de arte de ese tipo podría convertirse en el símbolo de la imposibilidad de llegar a un mundo íntegro.
¡No! Hace un momento ha dicho usted algo positivo. Ha dicho "sí”: sí, así es. No, no se trata de leer un tipo de información
que pudiera contener la obra. ¡Es que usted no quiere pasar... por
encima del abismo! Sólo existe el puente del arte, el arco iris del
arte, si me permite hacer una alusión a la historia de la creación: el
signo de reconciliación entre Dios y el mundo.
¿El arte –metafóricamente hablando– no podría nunca negar la existencia de los dioses?
No, en este sentido soy mucho más cauto. Me limito a describir lo que
sucede en la época de la Edad Moderna, en la que una secularización tan
radical como la que se ha producido presupone, evidentemente, en primer
lugar un mundo cristiano. Otros mundos religiosos, como el asiático,
nunca podrán engendrar un ateísmo tan radical, pues contienen demasiado
"hechizo”, magia y rituales. En Occidente, la interiorización del Nuevo
Testamento hizo posible una Ilustración radical. En Grecia, con Platón y
Aristóteles, triunfó el ateísmo griego, venció la filosofía.
Pero volviendo a su pregunta: sigue usted intentando eludir el hecho
de que lo "no íntegro” invita a un "sí”, precisamente por la manera en
que se hace siendo en su plasmación (Gestaltung).
Pero ¿qué significa ese "sí”? No es un "sí” que quiera lo no íntegro.
No. Es un "sí” que incluso ante la mayor falta de integridad
distingue las leyes internas adecuadas. Algo así como: "no podría ser de
otra manera”. El cartel de protesta no es en sí mismo una obra de arte.
Pero ¿y Picasso? En absoluto se puede decir que nos ofrezca un mundo
reconfortante. ¿Aún se puede hacer hoy en día arte religioso? Lo dudo.
Chagall lo consiguió, pero, en cierto sentido, Chagall seguía una
corriente oriental.
¿Y en las demás artes? En cualquier caso, siempre he encontrado este
elemento afirmativo. Me resulta más difícil hablar de la música, porque
no tengo suficientes conocimientos de música. Pero sí he visto cómo un
compositor como Webern, con quien la música moderna consiguió triunfar
en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, logró una
concentración, una concisión, una economía expresiva, a la que la música
clásica no había sabido aproximarse hasta entonces. Esa
concisión es cada vez más frecuente en el arte: las cosas se reducen a
lo mínimo. Y si se trata de un buen artista, su arte tendrá tanta
expresividad como antes el arte de la plenitud.
Es un error decir que lo "no íntegro” tendría que estar ahí. Puede ser presentado, pues precisamente por eso es siendo.
Es una promesa, una indicación. Tal como dijo Rilke acerca de las
catedrales: "Esto estuvo en pie alguna vez entre los hombres.” Pues
bien, así sigue en pie entre los hombres. No sólo una iglesia, sino un
pintor o un compositor: ¡cómo transmiten tensiones! Acaso se trate de
ruido, desarmonía, pero de tal forma que uno dice: "¡Otra vez, por
favor, otra vez!” Y luego, lenta, muy lentamente veo acercarse a mí una
ley interna, una inmensa profundidad cualitativa. De ahí que lo haya
titulado: so wahr, so seiend.
¿Lo "no verdadero” es siempre lo "no siendo”?
Lo no verdadero es el mundo reproducido, el mundo meramente
fotografiado, aunque, por supuesto, en la fotografía también es posible
el arte. Recientemente tuve la oportunidad de ver una toma muy hermosa
de Sierra Nevada, o eso creo. ¡No!, era de California. Una fotografía
muy bonita. Apenas podía creer que no fuera un cuadro.
Pero, adelante: ¡contradígame!
© Ediciones Sequitur Tomado de: http://letraslibres.com/revista/convivio/las-promesas-del-arte-conversacion-con-hans-georg-gadamer?page=0,0
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