Marcela Quiroz
El arte no puede asumir una vida propia,
debe reafirmar su vitalidad estando en el mundo.
D. BURGY
Monkeyzen Festival Brengenz
En junio de 1969 sobre la playa californiana de Long Beach, el
artista Richard Serra y el compositor Phillip Glass colocaban 32 bocinas
para proyectar una misma grabación sonora en circuito sobre distintos
puntos de la línea costera. El tendido audible convocado en tal
emplazamiento repetía la palabra ‘is’ (es). El volumen de cada
bocina se mantenía lo suficientemente alto para ser perfectamente
perceptible a una distancia relativa entre el cuerpo del escucha y el
aparato; pero lo suficientemente bajo para que la sonoridad de una
bocina no interfiriera con otra. La distancia aérea y de recorrido
corporal entre esa sola palabra repetida la dictaba así en necesidad el
silencio –ese silencio auditivo que designaba físicamente al recorrido
de la pieza el espacio de existencia confluente entre la independencia y
la interdependencia de una misma palabra situada.
Los jóvenes artistas declaraban como intención de la obra evidenciar
la imposición de la lengua como símbolo cultural demostrando la
artificialidad del lenguaje en contraposición al tiempo y ritmos del
entorno natural. Imposición semántica que suponía negar la experiencia
del entorno costero marino en su sonar fluctuante, perpetuo y
embelesador extendido entre oleadas de intensidad vertidas sobre tierra.
Enfrentamiento que desplegaba la invisible pero puntual y evidente
incidencia de una relación obligada al sonar reiterativo del lenguaje y
sus ansias de significación. Intento colonizador de amplio simbolismo en
el que se citaba el orden de la comprensión epistemológica del hombre
sobre el territorio asequible, controlable, significable; mostrando en
ello una cierta futilidad lingüística al intento de designar sobre lo
que ya ‘es’ su propia existencia dicha y repetida, como queriendo
confirmar sobre la realidad, el saber.
Esta acción/intervención artística de colocación de la palabra como
verbo enunciado en incidente imposición sobre el entorno y sonoridad
natural ponía en juego varias de las concepciones que determinarían el
arte de las décadas de 1960 y 1970. La supremacía de la idea sobre la
existencia material de la obra; la buscada impermanencia de las piezas o
acciones (originariamente cancelando la comerciabilidad del arte); la
intención prioritaria de la experiencia individual (muchas veces
solamente ‘activa’ entre el artista y la obra sucediendo) sobre el
consumo masivo en galerías o museos; el uso del registro documental
fotográfico o escrito como único sobreviviente de la ‘verdadera’ obra
desaparecida; la preocupación por la ‘vitalidad’ del arte en lucha
contra la muerte por objetivación de la obra; el desestimo por la
unicidad del arte en tanto pieza exclusiva resguardable; el sacrificio
de la ‘esteticidad’ y la ‘artisticidad’ de factura de la obra en favor
del gesto corporal y el proceso de gestación como nuevas vías de
realización artística; son algunos de los intereses que
conceptualizarían el arte en aquellas décadas y cuya estela ha seguido
resonando con mayor o menor fuerza entre derivaciones, apropiaciones y
continuidades hasta el presente.
Casi tres décadas después, en emplazamiento e intenciones cercanas al
‘situado de palabras sonoras’ de Serra y Glass, Song Dong realizaría
otra de sus obras en las que distiende el gesto como interacción entre
el lenguaje y el agua. Stamping the Water (1996) fue una acción
solitaria –como muchas de las que lleva a cabo el artista– para marcar o
‘signar’ el agua del río Lhasa, afluente sagrado en el Tíbet. La pieza
de intervención ecológica-conceptual fue convocada por el colectivo de
artistas chinos The Protectors of Water –activos entre 1995 y 1997–
quienes invitaron a un total de cincuenta artistas a trabajar con los
ríos Nan, Lhasa y Dujiang Ford ubicados en diferentes distritos del país
con la intención de concientizar a la población sobre la contaminación
del agua; promoviendo la reflexión sobre los avances del proceso
civilizador y sus costos naturales.
Para hacer suceder su obra en intervención Song Dong se adentró en
las aguas del río Lhasa sosteniendo un antiguo sello caligráfico de
madera cuyo único caracter tallado designaba la palabra ‘agua’. Con el
sello entre ambas manos, el artista realizó una sola acción repetida
subiendo y bajando los brazos con fuerza y determinación sobre el agua y
dentro de ella estampando el sello en penetración sobre la superficie
acuosa y movil del río convirtiendo su acción en una especie de ritual
de (in)significación.
La pieza en registro subsecuente sería montada como secuencia de 36
fotografías a color que muestran al artista vestido de negro con medio
cuerpo sumergido en el río, relanzando enérgicamente el sello con el
carácter ‘agua’ hacia la superficie (im)penetrable del afluente sagrado.
Como resultado esperado y natural una vez concluida la acción, el sello
tantas veces estampado con la talla del caracter ‘agua’ no dejó huella
visible sobre el agua. Sin embargo, decir que el acto corporal del
artista no incidió en la materialidad acuosa sería negar un fenómeno
físico elemental: la transferencia de energía en movimiento y su
desarrollo como flujo de fuerzas. Pues efectivamente la incompatibilidad
entre las intenciones y sustancia del lenguaje –en tanto materialidad
signada y designada en un trozo de madera– ante la fluidez del agua
–cuya superioridad inmanente parece vestir de inmutabilidad– sucede en
evidencia insalvable. Pero, de forma similar a la penetración sonora de
la acción|obra de Serra/Glass –en la vibración acústica ambiental de
preeminencia acuática y aérea más allá de la consistencia incidentemente
visible del lenguaje como información sobre el entorno en el que
intenta actuar para dejar rastro– la acción|obra de Dong transforma la
penetración (im)posible a la palabra en gestualidad corporal cuya
energía se inserta y continúa transfigurada como movimiento ondulante en
el agua (también perpetuamente móvil) del río. Sumado a ello, el sello
con el signo caligráfico grabado paulatinamente humedecido iría
absorbiendo y evidenciando la condición permeable de su ser elemental
(madera-agua) transformándose en huella temporal del acto de confluencia
e intercambio de fuerzas y sustancias, revirtiendo la reflexión sobre
las posibilidades ‘reales’ (en tanto físicamente efectivas, visibles) y
simbólicas de penetración de la naturaleza en el lenguaje, como en sus
objetos y sujetos (cuerpos) culturales.
Barthes aseguraba que sobre la escritura se distendía un compromiso
entre la libertad y el recuerdo. Desde sus particulares contextos
culturales e ideológicos, Serra, Glass y Dong rozan con sus intentos de
inserción del lenguaje sobre el entorno natural la tensión establecida
por Barthes en esta aparentemente sencilla declaración. Pensar la
práctica artística como compromiso ejercitado de elección,
enfrentamiento, constancia y duración, permite que obras como éstas nos
encaminen hacia una misma reflexión acerca del sentido y posibilidades
de la escritura como acción de afirmación del sujeto en un tiempo y
espacio determinados. Pensar en el lenguaje y su ‘colocación’ en el
mundo como un palimpsesto de significaciones y apropiaciones históricas
asumidas (conciente o inconscientemente) por el cuerpo que las hace
suyas, es un acto de reconocimiento de este ‘compromiso’ que la
reflexión de Barthes nos permite poner delante de estas obras. Hacerlo
presente en la memoria-activa de un proceso artístico cuya materia se
centra en la palabra es intentar hacer audibles o acuosamente visibles
esos ‘recuerdos’ con los que se hace la historia de una lengua.
Localizar sus venas, asumir esa ‘segunda’ memoria, podría ser el
principio de un acto de inmersión, de vivencia profunda en la
existencia.
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*Este ensayo es un extracto de la tesis doctoral en Teoría crítica: "La
escritura, el cuerpo y su desaparición” que la autora presentará el 16
de julio, 2011 en 17, Instituto de Estudios Críticos (México, DF) como
becaria de la Fundación/Colección JUMEX. http://salonkritik.net/10-11/2011/06/los_lugares_de_la_palabra_marc.php#more
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