José Luis Brea
1936. Walter Benjamin publica "la obra de arte en la era de la
reproductibilidad técnica”, el conocido ensayo que, históricamente
hablando, inaugura la reflexión sobre las transformaciones que en el
universo de la obra de arte se producen por la aparición de nuevas
tecnologías de comunicación y difusión del conocimiento artístico.
Todavía, sin embargo, se trata de dos mundos, de mundos no mezclados.
Para Benjamin, la constelación de la obra y la de su reproducción
técnica viven a distancia, no cabe la posibilidad de confundirlas. Una
cosa es la obra y otra bien distinta su reproducción.
No obstante, ambos mundos comienzan ya a aproximarse, a acortar
distancias, y ello va a conllevar importantes consecuencias para las
formas de la experiencia artística. Ese era, como es bien sabido, el
objeto de su reflexión sobre la pérdida de aura. En tanto, en efecto, el
aura estaba vinculada al "aquí” y "ahora” irrepetibles de la obra, el
hecho de que el conocimiento artístico se produjera en buena parte por
relación a su reproducción técnica, necesariamente habría de traducirse
en una pérdida de aura: o si se quiere, en una minimización de esa
distancia que, como objeto de forzado culto, la obra interponía ante los
ojos de su espectador. Una distancia que, simultáneamente a la que
separa "obra” y "reproducción técnica”, ha empezado a desvancerse, ha
empezado a convertirse en "distancia cero”.
En esa pérdida de distancia y, digamos, amenaza de colisión
definitiva entre las constelaciones de la obra y su reproducción, vibra
además una tercera: la que separaría todavía a la artística del resto
del sistema general de la imagen. En el desbordamiento de la frontera
que separaba a la obra de su reproducción se anuncia, en efecto y dicho
de otra forma, la posibilidad de una defintiva disolución del existir
separado de lo artístico en el seno indiferenciado del sistema general
de la imagen. Pero sin duda esta idea despertará fuertes recelos y
críticas, así que aplazo su exposición, para más adelante -y vuelvo
entonces a mi tesis inicial. La de que lo ocurrido en el tiempo que nos
separa de aquel 1936 que pudo ser descrito como "era de la
reproductibilidad técnica” conlleva una multiplicada dificultad de
distinguir con plena nitidez la obra de su reproducción. Y que explorar
esa indistinguibilidad ha sido el motto principal de buena parte del
arte más activista y crítico que se ha producido, justamente, en todo
este tiempo.
#
El papel jugado por la fotografía en este proceso es sin duda
absolutamente fundamental. Y ello por una doble razón. Muy pronto se
convirtió en el instrumento de reproducción por excelencia, sirviendo de
base al desarrollo del catálogo y la revista ilustrada, los medios
principales de difusión del conocimiento artístico. Pero a la vez, la
propia fotografía se desarrollaría muy pronto como práctica artística
ella misma: la posibilidad de colisión y desbordamiento recíproco de
obra y reproducción quedaría inmediatamente servida en el campo
fotográfico. En tanto es cierto que esa colisión ponía en jaque el mismo
existir separado de lo artístico, se entiende bien la reacción de
control que con respecto a la fotografía adoptó rápidamente la
institución-Arte.
Le aseguró a la fotografía un rango de artisticidad -de segundo nivel,
eso sí- a condición de que garantizara la perfecta distinguibilidad
entre reproducción y original. El enmarcado aparatoso, la constante
interposición de un amplio passe-par-tout, el desarrollo de una cierta
pictorialidad, la apergaminada insistencia en la "calidad técnica”, el
empleo de papeles con textura y luces propias y, sobre todo, el riguroso
control de la tirada, constituían el conjunto de dispositivos que en el
campo fotográfico fraguaban lo que Derrida llamaría el parergon, el
"aldededor de la obra” que aseguraba su consistencia como tal -y
permitían claramente diferenciarla de su reproducción. El aura del
original -y con ello la tranquilidad de la institución-Arte- quedaba
preservada.
Pero por poco tiempo. Todo ese conjunto de dispositivos de garantía,
en efecto, valía de bien poco -contra la fuerza desestabilizadora que la
propia naturaleza técnica de la fotografía posee. Partiendo de ella, el
atentado contra la discernibilidad entre original y reproducción
estaba, como digo, servido: está en la propia ontología de la
imagen-técnica el darse como multiplicidad irreductible, el no vincular
su existir a una unicidad irrepetible, a una singularidad
individualizable y única.
En mi opinión, además, el verdadero ingreso de pleno derecho del
campo fotográfico en el dominio del arte contemporáneo se produce cuando
esta fuerza desestabilizadora y deconstructiva es explotada. No, por
tanto, cuando la fotografía reproduce los tics de la pintura -cuando
intenta adquirir "aura”. Sino, más bien al contrario, cuando pone en
juego su propio potencial diferenciado, cuando desarrolla su propio
lenguaje a partir de la exploración de su propia y específica
virtualidad técnica. No hay nada más cursi y fallido que las
pretensiones de la fotografía artística. Sólo cuando la fotografía
explota su potencial antiartístico -comienza a escribir páginas que
merecen dignamente considerarse en la historia del arte contemporáneo. Y
ello por una razón evidente. Esa historia del arte contemporáneo no es
otra que la del cuestionamiento de su propia tradición.
Si ello puede legítimamente decirse de toda la tradición
contemporánea del arte, me parece que lo mismo es obligado repetir a
propósito de la fotografía: únicamente habría ingresado de pleno derecho
en la historia de la vanguardia en tanto cuestionando su propia
condición artística. Al decir de Jeff Wall, esto no ocurre sino ya con
la generación conceptual de los años sesenta. Cito sus propias palabras:
"Para la generación de los sesenta, la fotografía artística
permanecía demasiado enraizada en las tradiciones pictóricas del arte
moderno. Vivía una existencia marginal, de una serenidad irritante, que
la mantenía a distancia del drama intelectual del vanguardismo, al
tiempo que reivindicaba un lugar destacado, o incluso definitivo, dentro
de éste. Los artistas más jóvenes querían alterar este orden,
desarraigar y radicalizar el medio, y así lo hicieron, mediante el
recurso más sofisticado que tenían a su alcance: la autocrítica del arte
asociada a la tradición vanguardista. Su enfoque insinuaba que la
fotografía todavía no se había convertido en vanguardia (…). Todavía no
había llevado a cabo el autoderrocamiento o deconstrucción que las otras
artes habían establecido como algo fundamental para su desarrollo y su
amor propio”.
Es bien conocido cómo los artistas de esa generación realizan su
intento de "desarraigar y radicalizar el medio”: por un lado, y en una
aproximación al fotodocumendalismo y la fotografía sin pretensiones de
artisticidad específica, se sirven de ella como documento -de sus
propios comportamientos, acciones, "señalizaciones”, etc, pero también
del propio dominio de lo social, del orden de la vida cotidiana. Por
otro lado, exploran las virtualidades de un medio técnico que, con su
desarrollo industrial en la segunda mitad de siglo, pone la capacidad de
producción de imágenes al alcance de cualquier persona. La disolución
del existir separado de lo artístico que niega el privilegio de la
condición de artista a sujetos específicos, para pregonarla del total de
la humanidad -según la célebre consigna beuysiana-, encuentra en el
slogan de la Kodak en los 60 un inesperado refuerzo. "Tu aprieta el
botón, nosotros hacemos el resto”. No es sólo que los jóvenes artistas
de esos años imitaban en sus trabajos documentalistas el amateurismo de
las fotografías instantáneas -ironizando contra el tic de la
artistización de la fotografía que hasta entonces había reproducido sin
sentido crítico los criterios del "arte culto”, de la "técnica” y la
calidad. Más allá de ello, se invitaba a escrutar los potenciales de la
negación de la autoría, de la artisticidad. Como el propio Godard decía:
"Kodak hace el 90 %”.
#
Pero no es el objeto de esta reflexión reconstruir -ni siquiera
parcialmente- ninguna historia de la fotografía -sino únicamente situar
su importancia para entender la interrogación que en el contexto de
nuestra "era de la imagen técnica”, le concierne hoy específicamente al
arte. Desde esa perspectiva, me gustaría proponer algunos ejemplos en
los que la colisión entre obra y reproducción ha sido un objetivo
crítico perseguido por los propios artistas -como precisamente un modo
de atentar contra la estabilidad aurática de la obra producida. El
primero es el de los proyectos para páginas de revista. Lo crucial en
ellos, para lo que aquí nos interesa, es el hecho de que no hay
diferencia entre la obra y su reproducción. La obra está pensada y
producida para darse "en” la revista. Las páginas de revista no
"documentan” acerca de la obra: son la propia obra.
Un segundo ejemplo: trabajos como los de Hamish Fulton o Richard Long.
En este caso, lo que puede verse es -en principio- documentación acerca
de un recorrido. En realidad, se supone que la obra es el propio
recorrido -incluso el acto mental de pensarlo. La fotografía tiene una
mera misión indiciaria, ilustrativa con respecto a la actividad a que se
refiere. Desde luego, es la fotografía lo que se comercializa -y todos
los dispositivos de control son re-producidos alrededor de ella para
asegurar la estabilidad aurática y mercantil. Pero siempre será una
insensatez tomar cualquier copia en particular, por más que lleve la
firma del artista, como "la obra” -rechazando cualquier otra
reproducción. Y ello toda vez que incluso esa firmada no tiene otra
misión que documentar sobre una acción y una experiencia. Al respecto,
no hay pérdida alguna de "cantidad de información” entre el supuesto
original constituido por la copia controlada por la firma del artista y
cualquier otra reproducción.
El tercer ejemplo remite a todo un ámbito, a casi un género: el del
video utilizado como documentación de una acción, de una performance. En
toda la videoperformance, en efecto, vuelve a producirse colisión entre
el original, su documento y la reproducción de éste. Si estuvieramos
frente a una copia de una videoperformance, podríamos preguntarnos si
nos hallábamos en presencia del original o sólo de un documento sobre
tal original. ¿Es la performance el original en sí misma, como
acontecimiento irrepetible, o más bien lo es el video que la documenta?
Justamente este tomar al documento por la obra, barriendo
definitivamente la distancia entre uno y otra, es el fundamento del
fotoconceptualismo que, como recuperación de muchas de las problemáticas
de la tradición conceptual, surge en los años 80 y se desarrolla hasta
dar origen a toda la nueva fotografía narrativa, cinematografizada.
Propongo como ejemplo concreto esta vez el de Jeff Wall, sin duda la
figura central para entender todo el afloramiento en los últimos años de
una problematización específica del trabajo narrativo en el ámbito de
la imagen técnica.
Como penúltimo escalón de esta tradición crítica de "usurpación” por
la obra de su dispositivo de reproducción y difusión pública,
mencionaría el video-activismo de los setenta, vinculado al proyecto
teórico de la Internacional situacionista, para el que de nuevo la
accesibilidad a una cámara permitiría restituir, al menos
potencialmente, el sueño de "todo hombre artista”.
Finalmente, y para terminar con la serie, mencionaré ahora el tipo de
práctica comunicativo-creadora en la que a partir de este momento
quiero centrarme, como práctica específicamente crítica surgida con todo
su potencial en el momento preciso en el que la "era de la imagen
técnica” ha llegado a su consagración histórica. Me refiero al net.art,
al arte realizado "en” y para la red.
Tomemos como ejemplo de obra de "net.art” una obra de jodi.
Obviamente, sería insensato ya por completo preguntarnos si lo que vemos
en pantalla es la obra o su reproducción: la obra "está” exactamente en
el lugar de su distribución, en nuestra pantalla de ordenador -y en el
caché de su memoria- en el momento mismo en que la vemos. Podemos además
guardarla en el disco duro, con lo que tendríamos una copia exacta de
todos los ficheros que la componen. A partir de ello, podríamos
igualmente verla desde nuestro propio disco. La pregunta es: ¿tiene
sentido entonces seguirse preguntando por la distancia entre original y
copia? ¿no ha quedado aquí ya barrida toda distancia entre ellos?
#
La primera cuestión que surge a propósito del net.art es, entonces, la
de su efectiva condición de "arte”, condición que no se le concede a
priori y de antemano. Tanto por razones de forma, como por razones de
pura sociología del valor cultural, esa pregunta no es espúria. Son
muchos los artistas que consideran que el medio es inadecuado para la
producción de nuevas formas genuinas de arte, y que no se trataría sino
de un mero soporte adecuado para la "reproducción” y "difusión”, para la
mera "información”. La proximidad de su emergencia al desarrollo del
"diseño” gráfico en pantalla y el hecho de que en su gran mayoría los
nuevos net.artistas procedan de ese campo hace que, efectivamente, esta
primera duda tenga su fundamento.
Si a ello se añade la dificultad de su inscripción en los dispositivos
sociales, públicos, que articulan la fijación de su "valor” -es decir,
tanto el mercado como la institución museística y crítica- la puesta en
duda del genuino valor "artístico” de las prácticas comunicativas
desarrolladas en la red parece encontrar sólido fundamento. Siendo algo
que no puede venderse ni almacenarse, y ni siquiera visitarse o
contemplarse de la forma en que todo aquello que hasta ahora llamábamos
arte es vendible, museable y contemplable, entonces parece que hablar de
arte a propósito de unas paginitas que pueden aparecer en la pantalla
de cualquier ordenador doméstico -puede resultar impropio. Tanto más,
cuanto que el valor estético de dichas páginas parece en principio poder
asimilarse a la calidad de sus hallazgos técnicos o formales.
Creo que esta es una manera falaz de plantear el problema, y que el
net.art debe huir de caer en la trampa que ella introduce. Responder a
ella frontalmente o en tono reivindicativo -recordando por ejemplo que
ya ciertas instituciones museísticas han empezado a acoger las prácticas
del net.art, e incluso a coleccionar obra- es siempre caer en la trampa
que desde el futuro le tiende a una forma que todavía hoy habita una
"zona temporalmente autónoma” su previsiblemente futura
institucionalización. Es como dejarse encerrar en la isla de la doble
negación: si eres arte entonces no eres antiarte, si no eres antiarte
entonces no eres arte.
Lejos de pensar desde ella, lejos de pensar desde la pretensión del
"reconocimiento”, o del querer ser apreciada como forma artística, es
preciso entonces explorar antes todo el potencial crítico y de
cuestionamiento que sobre la misma noción de arte posee el desarrollo de
una práctica que, afortunadamente y todavía, se ejerce en los márgenes
de lo artístico. Ese potencial reside no en su capacidad de producir
hallazgos formales o virtuosismos técnicos. Sino precisamente en su
capacidad de cuestionar el mismo existir separado de lo artístico en las
sociedades actuales, en su capacidad de generar lo que los
situacionistas describían como procesos de comunicación directa; en su
potencial, en definitiva, para habitar y habilitar zonas temporalmente
autónomas, inasequibles -cuando menos por ahora- a su absorción por el
orden institucional.
#
A la hora de precisar en qué sentido hablo del net.art como habitando, y
a la vez habilitando, una zona temporalmente autónoma, me gustaría
analizar su especificidad diferencial a la luz de dos consideraciones
básicas -una relativa a su especificidad formal, la otra a su modo de
poder darse en lo público, a su modo de difundirse. Ambas
consideraciones, además, habrán de hacerse teniendo en cuenta un
contexto propio y epocal, la circunstancia distintiva, social e
históricamente hablando, en que este fenómeno se produce.
Por lo que a este último se refiere, creo que ese contexto de
consideración obligada es el que viene recientemente siendo descrito
como proceso generalizado de estetización del mundo en las sociedades
actuales. Para no flotar en abstracciones difusas, me apresuraré a
concretar que ese fenómeno de estetización del mundo viene provocado por
el proceso de expansión en las sociedades actuales de las tecnologías
de comunicación y el consiguiente condicionamiento de los modos de la
experiencia por el media audiovisual y representa, por un lado, la
estetización exhaustiva del sistema de los objetos, y por otro la
estetización misma de los modos de la experiencia, una estetización
difusa y generalizada de las formas del conocer mismo, al decir de
pensadores como Vattimo o Bubner.
Esta estetización generalizada tanto del sistema de los objetos como
de los modos de la experiencia tiene una consecuencia inmediata e
inevitable sobre el universo de lo propiamente artístico: el
desvanecimiento de su sentido específico. Si en efecto -y subrayo el
carácter hipotético con el que hago esta afirmación- consideraramos
cumplido ese proceso de estetización generalizada tanto del sistema de
los objetos como de las formas de la experiencia, entonces cabría
afirmar la definitiva pérdida de sentido del existir separado de lo
artístico en las sociedades actuales. Dándose la totalidad de la
experiencia bajo la prefiguración de una forma estetizada, qué
especificidad diferencial le estaría reservada a una experiencia propia y
carácterística de lo artístico. De la misma forma, qué carácter
diferencial le restaría reservado al objeto artístico como tal -frente
al resto de un sistema de los objetos profusa y profundamente
estetizado. O dicho de otra forma, qué fundamento de necesidad
diferencial le restaría, en las sociedades actuales, a la constelación
de la obra producida.
Puesto que no pretendo explotar la tensión dramática que comporta la
proclamación, aunque sea hipotética, de una nueva "muerte del arte” por
estetización del mundo y la experiencia en las sociedades actuales, me
apresuraré a proponer una sugerencia, una tentativa de respuesta. Será
en su marco donde me parecerá oportuno reflexionar, precisamente, sobre
el sentido de la aparición del net.art -como zona autónoma- en las
sociedades actuales. Si en efecto se produce una pérdida de sentido y
especificidad diferencial de la experiencia de lo artístico -y de la
constelación de la obra producida frente al resto del sistema de los
objetos-, donde a las prácticas artísticas les será dado retener una
función propia habrá de ser precisamente frente a la decisión del signo
-alienador o revolucionario- que ese proceso de transformación radical
de las formas de la experiencia conlleve a la postre. Para entender esto
ha de recordarse que en efecto la figura de la muerte del arte ha
orientado programáticamente el desarrollo de toda la práctica artística
de la vanguardia de este siglo concebida como crítica radical inmanente o
autocuestionamiento del propio existir separado de lo artístico. Que
esa disolución suponga una intensificación de las formas de la
experiencia -o la pura consagración del dominio del espectáculo y la
mediación absolutizada de la experiencia por la representación, es
justamente lo que está en juego.
Dicho de otra manera: la función que frente al proceso de
estetización del mundo le resta al arte es inevitablemente política, y
no puede en ningún caso resolverse en los términos de un resistirse
reaccionario a su desvanecerse. Sino más bien en un contribuir a que el
signo de ese desvanecimiento, de esa desaparición de su existir
separado, se produzca no en los términos de una disolución en el seno de
las industrias del entretenimiento y el espectáculo, sino en los de una
intensificación consciente de los modos de la experiencia, de las
formas de articulación crítica de la vida cotidiana.
#
Por lo que se refiere a su especificidad formal, me gustaría señalar
ahora los que considero rasgos característicos del naciente net.art
-precisamente aquellos que le dotan de un tremendo potencial específico
para permitir esta producción de una zona temporalmente autónoma.
No destacaré los rasgos que es más habitual señalar -tales como la
interactividad, la anomia y la anonimia, la propensión a la producción
colectiva y el cuestionamiento global de la autoría, la ajerarquización
de su circular público y ni siquiera el carácter virtual/inmaterial. Los
que voy a destacar tienen que ver sobre todo con la transformación del
estatuto ontológico de la representación, de la imagen, en las
sociedades contemporáneas. Desde ese punto de vista, destacaré de
entrada que el net.art me parece capaz de usufructuar y aglutinar las
herencias críticas de toda la constelación de la imagen técnica
-empezando por la fotografía, para seguir por cine y video y terminar
con el computer art y el arte multimedia. Como tal heredero del conjunto
de potenciales críticos de esa amplia familia de la imagen técnica,
señalaré tres grandes rasgos, en los que entiendo se cifra todo su
potencial crítico. Estos tres rasgos son:
1, su inorganicidad implícita, no necesariamente evidenciada;
2, su carácter escritural, deconstructivo;
y 3, el dimensionamiento temporal de su espacio significante.
Muy brevemente, expondré cómo considero estos 3 rasgos.
#
El primero, que he descrito como inorganicidad implícita, se refiere al
carácter de fragmentación compuesta que presenta su apariencia formal,
su inmediatez significante. Si en el orden clásico la representación es
pensada como totalidad homogénea y unívoca, en un orden de completud
cerrada y armónica, en cambio lo característico de la vanguardias es el
trabajo de fragmentación inorgánica de la superficie significante, ese
"trabajo” de dispersión del detalle que se evidencia en todas las
técnicas de corte y recomposición propias de la vanguardia -desde el
collage o la fragmentación cubista al fotomontaje o la diseminación de
los efectos significantes propia de la instalación.
Lo característico de la imagen técnica es que mantiene esa tensión
irresuelta de la composición fragmentaria, pero ya no se obliga a dejar
testimonio de la condición inorgánica de la composición. La imagen
técnica es inorgánica, fragmentaria, conoce su condición de
"construida”, es un producto de, por así decir, "cosido de fragmentos”
-como lo era la forma vanguardista. Sin embargo, puede no sólo no poner
ningún empeño en evidenciar esa condición de fragmentación inorgánica
(como imponía el canon vanguardista) sino incluso presentarse con una
apariencia plenamente resuelta de organicidad, de completud. Si tomamos
como ejemplo de este tipo de producciones de la imagen técnica una de
las recientes obras de Jeff Wall producidas por ordenador, sabemos que
se trata de un collage, es decir que la apariencia mostrada es el
resultado de un trabajo de "pegado” de una gran diversidad de detalles
que pertenecen a distintos lugares y tiempos. La diferencia es que, al
contrario que la imagen vanguardista, la imagen técnica no necesita
evidenciar sus "costuras”, sino que se presenta con apariencia de
organicidad, de totalidad cerrada. Lo importante es en ningún caso
olvidar que ese carácter de construida, de compuesta por la
yuxtaposición de fragmentos, está a la base de su producción. En el caso
de cualquier imagen de net.art, este carácter de construido es evidente
-difícilmente podría hacerse una página con un elemento único- pero el
carácter de inorganicidad, de descomposición fragmentaria, no
necesariamente debe cumplimentarse como un gesto requerido. Justamente
al contrario, la obra de net.art reclama ser leída como totalidad, como
"unidad de significancia”.
#
Segundo rasgo. El que he llamado de escrituralidad deconstructiva. En el
ámbito de la imagen técnica, y muy en particular en el del net.art, se
produce la colisión de las economías de la imagen y el texto, debiendo
leerse las imágenes como si de escrituras jeroglíficas se trataran -la
clásica función del icono- y a la vez los textos son en sí mismos
tratados como imágenes, como acontecimientos visuales. Esta colisión de
visualidad y texto es característica de todas las economías alegóricas y
barrocas de la representación, y si en lo formal se presenta como un
entrelazamiento y una cierta indistinción entre uno y otro registro, lo
fundamental que en ello sucede tiene que ver con el régimen de
significancia que esa economía alegórica instaura. Un régimen que
resiste a toda convención de estabilidad y fijeza de los significados.
Frente a las presuposiciones de estabilidad del sentido que operan en un
orden de verbalidad, el régimen que se establece bajo una economía
alegórica de la representación da al contrario por sentada la apertura e
inacabamiento de los procesos de significación, que no se entregan como
plenamente cumplidos en el signo, sino que han de completarse en el
aplazamiento interpretativo de un proceso inacabable de lectura. El
significado, en efecto, es el producto de un proceso de puesta en
relación de cada signo en su sintagma con todos los siguientes que
configuran un orden del discurso, un paradigma. La lectura de un signo
bajo esa economía de la representación nunca es inmediato y simple, sino
que depende de los entrecruces que cada signo establezca con otros, de
su deriva lectora y su interacción textual.
Ese carácter intertextual de los procesos de producción de la
significancia -que operan deconstructivamente poniendo en cuestión
cualesquiera pretensiones de estabilidad de las economías del sentido-
es todavía más evidente en el universo del web, regido por el signo del
link, del hiperenlace. Ninguna obra o página es tanto en sí misma como
en la deriva intertextual -en el hiperenlace- que es capaz de
establecer. El valor del signo es su valor de deriva, digamos.
#
Ya en ello el signo -y entramos en el tercero de los rasgos- se abre y
expande a una temporalidad interna: la de la lectura. En ese no darse su
contenido de significancia de modo inmediato y pleno, sino como
apertura a un proceso aplazado de lectura, de interpretación, el signo,
en tanto que escritura posterizada, se expande en una temporalidad
interna.
En el universo de la imagen técnica, la imagen se da como imagen-tiempo,
como imagen-movimiento. Si en el orden clásico de la representación se
pretende que el signo sea estático e inmóvil -y esa estaticidad se
interpreta como índice de una duración y permanencia de lo por él
simbolizado, cifrando en ello su pequeña garantía de eternidad-, en
cambio en el universo de la imagen técnica el signo se experimenta como
efímero y movedizo, como contingente y en devenir, como acontecimiento
él mismo y no ya como pura "representación”.
Al contrario que el símbolo clásico, no pretende representar nada
duradero o eterno, sino que se hace testimonio de pasajereidad, de lo
efímero. A cambio, gana esa temporalidad interna -a la que el signo
clásico renunciaba- así esta sea una temporalidad precaria. Merced a
ella, la imagen técnica se expande en un tiempo interno que provee un
contexto para el desarrollo de un espacio de narratividad. Si el signo
clásico era estático y pretendía valer en lo simbólico como eterno, como
testimonio de una promesa correspondiente al celebrado desir de durer,
el signo característico de la imagen técnica es efímero y temporal, pero
se expande en un tiempo interno de relato, se "noveliza”, se hace
narrativo -y no pretende darse "de una vez”, en un tiempo cerrado, único
e instantáneo.
Tanto el carácter de inorganicidad implícita como el de
escrituralidad se proyectan en esta emergencia de un dimensionamiento
narrativo en la propia temporalidad interna de la imagen -que de esa
forma se hace imagen-tiempo, imagen-movimiento.
Yo diría que en este conjunto de rasgos se expresa un potencial de
profunda novedad en cuanto a la representación -que en el universo de la
imagen técnica y el net.art en particular comparece como, a la vez,
crítica de las pretensiones de la representación, de la economía
simbólica que ella soporta.
#
En la experiencia que provee un espacio de la representación que en su
dinamicidad interna alberga un tiempo expandido, se abre además la
característica que le da al net.art una capacidad inédita para que en su
ámbito se cumpla una transformación radical de la experiencia de la
imagen, de la representación. Me refiero al hecho de que este
dimensionamiento interno de un tiempo de relato se da simultáneamente a
una completa y absoluta deslocalización espacial.
Eso implica por un lado que nada de lo que aquí ocurre tiene lugar
propio; que el net.art es literalmente "utópico”, es justamente "lo que
no acontece en lugar alguno” y, al mismo tiempo, lo que se da en una
multiplicidad de espacios, ubicuamente. En todos ellos puede darse a la
vez, habitando una multiplicidad de lugares y tiempos, siendo ubicuo y
multisíncrono, no teniendo a la vez ni espacio ni tiempo propio, ni aquí
ni ahora. En ello pierde definitivamente el "aura”, siempre ligada a la
percepción de una distancia -que se refiere a una localización, a una
"remisión de origen”, a las coordenadas de un aquí y un ahora
determinados. Justamente eso es lo que el net.art pierde de manera
definitiva, y las consecuencias de este extravío, que ahora
definitivamente sí está en trance de cumplirse, son por completo
incalculables.
Por primera vez, puede darse una "obra” en que no es ya que la
diferencia entre la "reproducción” y el "original” no sea relevante:
sino que la propia obra se da, precisa y exclusivamente, en el soporte
de su difusión pública.
En mi opinión, es este último rasgo el que puede determinar un
trastorno profundo y radical de las formas contemporáneas de experiencia
de lo artístico, toda vez que los instrumentos de institucionalización
de la experiencia de la obra están vinculados a la presunción de una
diferencia ontológica entre el original y su reproducción. Rebasada esa
diferencia, se hace muy difícil mantener las presuposiciones que
permiten articular su forma institucionalizada -que, tanto en mercado
como en museo, dependen justamente de la posibilidad de establecer esa
diferencia ontológica entre el original y su reproducción.
#
¿Hacia dónde puede conducir esa transformación, ese desplazamiento? Es
difícil decirlo. Conocemos bien la capacidad de absorción que la
institución-Arte posee, frente a la tentativa de cuestionarla que
cualquier práctica artística desarrolle. El potencial de comunicación no
mediada que la red posibilita, y las mismas calidades de la imagen
técnica y el net.art, nos hacen en cambio concebir alguna legítima
esperanza.
Sin entregarnos a entusiasmos utopistas, pero sin condenarnos a ese
escepticismo lúgubre que se anticipa bajo el régimen de "decepción
instruida” que el nuevo pensamiento único nos impone, invitaría a mirar
este universo con la ilusión de contemplar en él el nacimiento de algo
que aflora desde una "zona autónoma”, cuando menos temporalmente
autónoma. No podemos saber por cuanto tiempo, ni lo que la
institución-Arte tardará en absorber sus potenciales. Por ahora, y desde
la distancia de la paradoja que le permite proclamarse "arte”
justamente en tanto negación de todo el existir separado de lo
artístico, afirma los potenciales de una "comunicación directa”,
accesible sin mediación alguna. Invitaría por tanto a recorrer esta
nueva estancia nunca como mero espectador, como si ahora se entrara en
nuevas formas de museo o galería -ahora virtuales. Sino más bien como
sujetos de conocimiento y experiencia predispuestos a una comunicación
directa con otros sujetos de conocimiento y experiencia, ejerciendo en
ese intercambio directo y no mediado la crítica del dominio del
espectáculo y participando en la transformación de los modos de
organización de la vida cotidiana. Procurándonos entre todos
instrumentos para, como Debord habría dicho, intervenir y lograr
producir una modificación consciente de la vida cotidiana.
#
Hace ya tiempo que Heidegger advirtió del fin de la era de la imagen del
mundo. Que ese fin represente al mismo tiempo el estallido y la
proliferación exponencial de las imágenes técnicas, la era de su
multiplicación infinita, la era por excelencia de la imagen técnica, no
puede extrañarnos. La imposibilidad de edificar esa imagen global del
mundo coincide necesariamente con el tiempo de su fragmentación, de su
dispersión, de su reemplazo por un mosaico poliédrico de infinitos
planos, de innumerables facetas. Si el arte, en este tiempo, no puede
ofrecernos ya un testimonio de representación del mundo, y ni siquiera
un asidero seguro para autoconocernos en tanto que humanidad, cuando
menos nos ofrece un instrumento para sospechar por qué esa
representación es imposible y por qué ese conocernos en tanto que
humanidad no puede hablarnos sino del desgarro de un proyecto
inalcanzado, todavía inalcanzado.
Para lograr escucharlo, me parece, todavía es necesario recordar que
debemos acercarnos al arte auténtico conscientes de que se trata de un
terreno en perpetuo desplazamiento, y que tiene como motor de ese
desplazamiento la constante autonegación de sí. Como sugería Adorno, "la
estética ya no puede contar con el arte como un hecho. Si el arte debe
permanecer fiel a su concepto debe convertirse en antiarte o cuando
menos desarrollar un sentido de auto-desconfianza”.
Cada vez que se abandona ese punto de vista, damos un paso atrás,
para consentir con una condición del arte meramente institucionalizada,
absorta en su contemporánea forma espectáculo e integrada como un mero
apéndice de las industrias del entretenimiento. La resistencia a todo
ello nos exige mantenernos en una lógica de autonegación, de
autocuestionamiento, desplazarnos en todo momento para atisbar en qué
zonas el arte se niega en lo heredado y ya visto, y explora nuevos
territorios no sometidos a institucionalización, cuando menos por ahora.
Cito de nuevo a Debord, para terminar: "El arte en su período de
desintegración es al mismo tiempo un arte de cambio y una pura expresión
de la imposibilidad de ese cambio. Cuanto más presuntuosas sus
exigencias, tanto más lejos se encuentra del alcance de su verdadera
autorrealización. Es un arte que es de vanguardia por necesidad, y es un
arte que no es”.
Un no-arte -me permito añadir- que como éste todavía, y por ahora,
habita un límite en el que no es, una zona que, cuando menos por ahora, y
temporalmente, podemos considerar autónoma.
Tomado de: http://www.joseluisbrea.net/
|