Dr. José Guimón Ugartechea
Saskia Wolbers
Ya
Aristóteles señalaba la existencia de una indudable relación entre
genialidad y locura, y Sigmund Freud se preguntó también por las
razones que explican que algunas personas privilegiadas tengan el don
de la creatividad. El psiquiatra vienés escribió obras importantísimas
en las que abordó por extenso el proceso creativo, pero concluyó que no
se trataba de una cuestión que el psicoanálisis pudiera contestar. De
todos modos, como después el propio Freud reconocería en otro libro,
tampoco la filosofía ni la estética pueden hacerlo. Con todo,
Freud falleció hace más de setenta años. Durante ese tiempo, la
psiquiatría, que es una ciencia más amplia que el psicoanálisis, ha
evolucionado y, gracias a investigaciones empíricas que han tenido
lugar sobre todo en los últimos treinta años, está en disposición de
responder a bastantes de las preguntas que se planteaba Freud y que en
todos los siglos se han formulado filósofos y literatos. La razón de
este avance radica en que la psiquiatría es no sólo una ciencia del
espíritu –como lo son la filosofía, la estética, la psicología o el
psicoanálisis–, sino también una ciencia de la naturaleza que permite
investigaciones empíricas (en el cerebro, en las habilidades, en la
genética, etc.) por medio de las cuales estamos en condiciones de
responder a una serie de preguntas que relacionan arte, pintura y
psiquiatría. Anticiparé que mi propuesta de conjunto sobre la
aportación de la psiquiatría de hoy al arte es que la pintura encierra
un gran valor homeostático. "Homeostasis" significa "equilibrio", y la
pintura es, a mi juicio, un poderoso guardador de la homeostasis. Vayamos
ya con esas preguntas que nos interesan. En primer lugar, ¿es distinto
el significado psicológico de las pinturas antiguas del de las pinturas
modernas? Desde un punto de vista antropológico se ha querido ver en la
pintura a lo largo de los siglos un fin espiritual consistente en
embellecer los rituales que rodean la vida y la muerte, los hitos que
señalan el transcurso del hombre y su acontecer por la vida. La pintura
lograría que esos ritos estuvieran embellecidos para que fueran mejor
aceptados por la comunidad. Se trata de los ritos comunitarios que
permiten al hombre enfrentarse y sobrellevar la angustia enorme que
supone estar lanzado al mundo, arrojado ante la muerte y los peligros
de la naturaleza, ante la incertidumbre o el más allá. Ante esa
angustia del hombre, la pintura ayuda –como ayuda la religión– a
embellecer el entorno en el que esos ritos que ayudan a la cohesión
social se celebran. Ahora bien, ¿hasta qué punto en nuestra
sociedad agnóstica, desacralizada –o aparentemente desacralizada–, el
arte sigue desempeñando esa función espiritual? Parece que la pintura
sigue teniendo una significación de mensaje trascendente y espiritual
para ayudar a los sujetos a funcionar en la vida. Hay diferencias
claras, por supuesto. Los lugares elegidos para ello no son ya las
catedrales, sino los museos, y las situaciones son diferentes (por
ejemplo, una sala de fiestas donde exista un tipo de decoración
inspirada en el arte contemporáneo). Sin embargo, los tatuajes que
algunas personas se graban en su piel; los tejidos con que se visten
las mujeres y los hombres; los diseños de los coches; los anuncios
publicitarios y las modas están impregnados de la pintura y el arte
contemporáneos, por lo que parece que el mensaje y el acompañamiento
son semejantes. En tiempos de nuestros antepasados (pensemos en
Altamira, por ejemplo), el arte tenía también una vocación de intento
mágico de atraer a la caza. En las épocas glaciares no abundaba la
caza, y el hombre primitivo confinado en las grutas pensaba –lo mismo
que el obsesivo piensa que va a ocurrir algo que va a matar a alguien–
que, si dibujaba una res, ésta iba a convertirse en realidad y
aparecer. Asimismo, otra función del arte era acompañar el desarrollo
de la explicación del acontecer religioso. Al público analfabeto había
que enseñarle la religión ilustrando la vida de los apóstoles o de
Cristo y todos los misterios que rodeaban la religión. En el
siglo XVI, Brueghel el Viejo representaba en algunos de sus cuadros la
tragedia y el desastre del mundo de entonces con escenas agresivas,
procaces y obscenas, introduciendo en su obra toda la garra de la
destrucción, lo obsceno y lo prohibido, hasta el punto de considerarlo
un tratado de pornografía. Más tarde, los románticos representarán la
realidad acentuando los detalles trágicos y espeluznantes sin dejar de
introducir, con cualquier disculpa, un toque erótico. El artista
cumple la función de embellecer el mundo, pero disconforme con la época
se permite algunas licencias, como, por ejemplo, incluir detalles
sumamente feos, procaces, obscenos y revolucionarios. Así, por ejemplo,
los escultores que creaban esculturas en las torres de las catedrales
–imágenes que nadie iba a subir a ver porque no había medios de acceso–
esculpían pequeños detalles de este tipo en los que, además, los
actores eran obispos, gente poderosa que el artista se permitía atacar. Por
tanto, parece que es lícito utilizar el arte moderno como referencia
general para al arte. A pesar de las diferencias –es sabido que, a
partir de finales de siglo, la forma deja paso al color, que invade la
pintura dejando atrás toda representación, la cual queda reservada a la
fotografía, al cine y a otras artes– se puede decir que la historia del
arte es portadora del mismo mensaje. Vayamos con el segundo grupo
de cuestiones. ¿Reúnen los pintores características psicobiológicas
específicas? ¿Son genios –o monstruos– que reúnen unas dotes
particularmente extraordinarias? ¿Y son éstas heredadas, o adquiridas?
Aunque siempre se había afirmado que hay algo de herencia en la
genialidad, lo que se ilustraba con el ejemplo de las familias de
artistas, músicos o pintores que tenían cualidades extensas, no se
deben tomar muy en serio esos argumentos históricos porque en esos
casos había verdaderas escuelas y talleres de arte donde los maestros
(el arriba citado Brueghel el Viejo, por ejemplo) enseñaban a sus
hijos, sin que la razón genética tuviera mucho que ver en la posterior
carrera de los descendientes.. Ahora bien, desde los años sesenta
se han desarrollado investigaciones muy importantes que demuestran a
las claras la herencia de las capacidades artísticas. Se hicieron
primero dos o tres estudios, sobre todo en países escandinavos, a
partir de guías biográficas de personajes célebres; tras recoger las
personas célebres en arte, se buscó a sus familiares –como eran países
pequeños era fácil porque no había mucha inmigración–, y se pudo
observar hasta qué punto existía genialidad en las familias. Los datos
se comparaban estadísticamente con los de otras personas no dotadas
excepcionalmente para el arte y se comprobaba la existencia o no de una
diferencia. La conclusión fue la clarísima existencia de artistas
dentro de los familiares, pero más especialmente entre literatos y
poetas. Aunque aquellos estudios eran metodológicamente discutibles, y
no estaban muy bien realizados (así, los grupos de control y los
métodos de estudio de las biografías eran muy discutibles), parece ser
que, en efecto, existe una herencia. De todos modos, en los
últimos veinticinco años hay tres significativos estudios realizados
por mujeres que avalan esta idea. El primero es de Nancy C. Andreasen
(Universidad de Iowa), que estudió un taller de escritores de Iowa en
el que los mejores escritores jóvenes de Estados Unidos son becados
para facilitarles estudios específicos orientados a escribir. En esta
población tan escogida se estudió la presencia de depresión,
alcoholismo o psicosis en ellos y en sus familiares, y con la misma
metodología se comparó la presencia de esas características en otra
población de estudiantes distinta. La investigación demuestra a las
claras que es muchísimo más frecuente estadísticamente la presencia de
familiares con patologías de alcoholismo y de depresión, sobre todo en
los escritores. No se incluyó al grupo de pintores. En Harvard se
llevó a cabo una investigación con un enfoque totalmente distinto.
Estudió toda la población de estudiantes, comprobó los que tenían
depresión y después los sometió a un test de creatividad. Comparó
patología con creatividad, no ya en pacientes detectados ni en artistas
detectados, sino que empleó unas correlaciones estadísticas de
distintos tipo. Comprobaron, de nuevo, la relación entre patología y
creatividad. Por consiguiente, existe indudablemente una herencia
de la tendencia al arte y de las capacidades para ello, como se sabía
que sucedía con la inteligencia y con otras características físicas.
Ahora bien, ¿qué se hereda en el caso de la pintura? Existen hoy día
datos de investigación que demuestran que el cerebro humano recibe la
información visual de una manera particular, de modo que la forma, el
color y el movimiento de una pintura o de un objeto llegan –cada una de
ellas– a partes totalmente distintas del cerebro. Existen núcleos
completamente distinguibles que revisten una importancia decisiva a la
hora de relacionarnos con la pintura. No en vano, hay mucha gente que
prefiere la forma sobre el color, y otra que antepone el movimiento
sobre la forma o sobre aquél. También se han descubierto
patologías de esos centros. Hay personas que padecen acromatismo –no
distinguen los colores– o que oyen coloreado –es decir, cuando oyen un
sonido ven una luz, y cuando ven una luz ven un sonido–. Además, cuando
se ha acudido a la población general, se ha visto que esa habilidad
está mucho más repartida de lo que se pensaba; quizá el 30% de la
población percibe una mezcla de sonido y color, lo que explica, por
ejemplo, el famoso poema en el que Arthur Rimbaud relaciona las vocales
con los colores. Seguramente, el genial poeta francés era una persona
que padecía disestesia sin saberlo, porque en aquella época no estaría
diagnosticada. Por tanto, que haya personas más dotadas para lo
cinético o para los colores explica muchísimo los intereses de algunos
artistas por un tipo de expresión u otra, o explica mucho la reacción
de los profanos cuando nos ponemos a contemplar un cuadro, porque acaso
nos interesamos más por la forma o el color o el movimiento, según que
nuestras respectivas zonas del cerebro estén más desarrolladas o no. Ahora
bien, la cuestión va más allá, porque se ha visto que las células que
genéticamente se especializan en el color se desarrollan en el feto
antes que las de la forma, pero no en todos los sujetos, y que hay
personas que reconocen palabras o colores antes que formas. Por
ejemplo, si uno coloca una palabra junto a un color y otra palabra
junto a una forma, hay personas que la reconocen antes si está con un
color que si está con una forma. Todo esto significa que cada ser
humano –y especialmente los artistas– tiene una reactividad muy
diferente al color, a la forma y al movimiento. Se trata de
disposiciones que explican en buena parte nuestra reacción ante las
obras de arte y la productividad de algunos artistas que se interesan
específicamente por un tipo de forma u otra. Abordemos ahora el
tercer grupo de preguntas, que gira en torno a la idea siguiente: ¿Es
verdad que para pintar hay que estar loco? ¿Es cierto que, para ser un
pintor creativo, hay que tener un cierto grado de locura? ¿Genio,
pintura y locura están íntimamente unidos? La respuesta es que sí, que
frecuentemente hay que ser "un poco distinto", anticonvencional,
diferente de carácter o "especial". En ocasiones también se ha visto
clarísimamente que hay más enfermos mentales entre los artistas
pintores. Voy a distinguir entre cuatro grandes trastornos: el daño
cerebral, los trastornos psicóticos, los trastornos depresivos y los
que ahora se llaman "trastornos de la personalidad". En un
reciente trabajo de investigación se hacen públicos distintos casos de
sujetos que, no habiendo pintado nunca, después de sufrir trombosis
cerebrales frontales izquierdas comenzaron a pintar de una manera
compulsiva y con calidad en la forma y en lo pictórico, incluso alguno
de ellos llegando a exponer a edad madura. Aunque esta reacción,
naturalmente, iba asociada a otro tipo de sintomatología de
desinhibición, de hostilidad, etc., parece ser que esa zona del cerebro
se desinhibe de sus contactos, y que predomina la otra parte del
cerebro que hasta entonces estaba inhibida. Por consiguiente,
parece que el proceso de desinhibición cerebral por lesión puede
facilitar en algunas ocasiones la creatividad artística. Eso es lo que
buscan los artistas cuando toman drogas como el LSD, puesto que son
productos que pueden activar unas zonas y desactivar otras, y que les
producen una mayor capacidad creativa en algún momento determinado.
Ahora bien, esto no significa que esa capacidad creativa sea de gran
calidad, como lo pone de manifiesto la experimentación de, por ejemplo,
Michaux o Huxley, cuya producción bajo tales circunstancias –aunque
tenían muchas capacidades– fue más bien mediocre, estereotipada y de
baja calidad. Por su parte, lo anterior explica en buena medida la
drogadicción tan frecuente (en su tiempo el alcoholismo, después la
absenta y actualmente el éxtasis, la cocaína, etc.) a la que ciertos
autores son tan proclives. Parece ser que, si uno está bien,
tranquilo y sin ansiedad, no tiene necesidad de crear, sino de
pasearse, ver el campo y sentir placer. También parece ser cierto que,
para obtener una cierta tensión creativa, hace falta una cierta
reverberación de unos circuitos cerebrales que tienen que ver con la
ansiedad y la depresión. Es decir, intervienen los mismos circuitos
cuyo equilibrio está desarreglado en los trastornos depresivos y en los
trastornos psicóticos. Frecuentemente, los artistas sufren pequeños
grados de desequilibrio de esos neurotransmisores que les inclinan a
crear; y, si no los tienen, se los buscan con drogas, insomnio o una
vida agitada y tormentosa. Entonces la creatividad les calma y les
relaja, y disminuye su ansiedad o depresión; y ese desequilibrio les
produce un nuevo arreglo homeostático. Sabido es que la
enfermedad de Alzheimer destruye la personalidad y trastorna todas las
actividades cerebrales. El famoso pintor Willem de Kooning, uno de los
grandes expresionistas norteamericanos, atesora cuadros excelentes y
una producción muy parca porque era tan perfeccionista que trabajaba
durante meses en cada cuadro. Llegó a ser uno de los quince mejores
artistas según las grandes revistas internacionales, pero padeció
Alzheimer. A los setenta años, tras dos años de sequía creativa, empezó
a pintar de forma distinta. Tras su tratamiento empezó a crear enormes
cuadros en tan grandes cantidades (más de doscientos en un año), que
inundó el mercado del arte durante los tres últimos años de vida,
mientras que antes de la enfermedad, paradójicamente, le costaba meses
enteros pintar uno solo. Quizá la calidad de esta pintura última no
iguala a la anterior, pero la desestructuración del Alzheimer permitió
una hiperproductividad. En cuanto a los trastornos psicóticos, la
despersonalización es un fenómeno que todos hemos vivido en algún
momento determinado. Por ejemplo, al entrar en un lugar nos ha parecido
que el sitio nos sonaba de algo, que habíamos estado allí antes; o
hemos asegurado ante una melodía que escuchábamos que esa canción nos
sonaba, o que conocíamos a determinado personaje sin que jamás lo
hubiéramos visto; o nos hemos mirado al espejo y hemos dicho "no me
conozco, qué extraño estoy". Todo ello constituye faltas de
percepción. Despersonalización y desrealización son fenómenos
caracterizados por creer que se conoce (o no) lo que no se conoce (o
sí). Son fenómenos que todos sentimos en algún momento (por cansancio,
por ejemplo); que sufren más los epilépticos; y que experimentan
algunas personas llamadas "esquizoides", sujetos que tienen tendencia
no a la esquizofrenia, pero sí a algo parecido. Hay personas que
vagan en un mundo irreal, en un mundo semejante al nuestro. A ese
fenómeno se le ha dado en España el nombre –a mi juicio no muy
adecuado– de "lo siniestro", algo parecido a la extraña sensación que
tiene uno cuando lee la obra de Kafka –que era un esquizoide– o los
poemas de Lautréamount, o cuando contempla la obra del italiano Giorgio
de Chirico. En concreto, de Chirico –un aristócrata que desde niño fue
un hipocondríaco, padeció trastornos digestivos y estuvo muy apegado a
su madre– sufrió un internamiento por psicosis cuando tuvo que ir al
servicio militar. Instalado en París, se convirtió en el ídolo de los
surrealistas. De Chirico sufrió más tarde varios episodios psicóticos;
se enfadó con André Breton; regresó a Italia; empezó a decir que la
obra que había hecho durante diez años no era suya (tuvo una crisis de
identidad); vivió solo; y murió en un hospital "como un loco". Van
Gogh era un psicótico (probablemente sufría una psicosis
esquizoafectiva) y también padecía episodios de inquietante extrañeza,
si bien cuando ya se había sumido en la psicosis aguda realizó la
producción que todos conocemos. Uno de los grandes surrealistas, el
pintor y escritor Antonin Artaud, era también claramente psicótico y
estuvo internado varias veces. La psicosis facilita en sus inicios la
creatividad a los artistas, pero cuando la psicosis o la esquizofrenia
se instauran, la calidad de la producción artística disminuye. A pesar
de ello, sobre todo los surrealistas se interesaron por el arte de los
locos, y visitaban los hospitales –donde entonces los enfermos mentales
permanecían años y años–, hasta el punto de que se reunió una auténtica
colección de arte psicopatológico que hoy día se conserva en Lausana.
Algunos cuadros son de una producción muy rica y extraordinaria, pero
en general, aunque son obras interesantes desde el punto de vista del
diagnóstico, les falta algo especial y resultan repetitivos. En
realidad, el campo que guarda más relación con la pintura es la
depresión. El trastorno depresivo y la creatividad pictórica están
claramente relacionados. Además de los tres trabajos estadísticos
citados más arriba, existe un estudio muy interesante sobre los quince
expresionistas abstractos de la escuela de Nueva York, que tanta
importancia tuvieron para la historia del arte después de los
surrealistas europeos y de Joan Miró –en quien tanto se inspiraron y
que era un psicótico depresivo grave que confesaba que pintaba para
salir de su estado de depresión–. De esos quince, consultando la
biografía y cotejándola, se concluye que tres se suicidaron, siete
estuvieron ingresados en el hospital psiquiátrico, seis sufrieron
depresiones y cinco arrastraban problemas con el alcohol. Comparado con
las estadísticas de la población, la diferencia resulta enorme. Un
ejemplo de estos extraordinarios artistas es Marc Rothko. Primero pintó
de una forma impresionista y después pasó al cubismo. A sus treinta y
pocos años murió su madre, se separó de su mujer, padeció una depresión
y empezó a pintar los famosos cuadros basados en "los campos de color".
Siguió pintando y se hizo famosísimo, uno de los pintores más
importantes del mundo. Sin embargo, a los sesenta años sufrió de nuevo
una segunda ruptura matrimonial y una depresión muy grave que lo empujó
al abuso del alcohol, las drogas y los tranquilizantes. Sufrió un
problema vascular, le prohibieron crear cuadros grandes y empezó a
pintar cuadros más tristes, con colores sombríos. Se suicidó cortándose
las venas. Otro ejemplo que ilustra este campo es la ansiedad mórbida
con que se puede caracterizar la obra de Edvard Munch, el famoso autor
de El grito, que también era un paciente psicótico. Los pintores
también destacan en el campo de los trastornos de la personalidad. Los
pintores y los artistas en general son en sí mismas personalidades
diferentes, contestatarias, que, por definición, tienen que ir en
contra de lo establecido y destruir los moldes de la generación
anterior; son, por tanto, anticonvencionales, frecuentemente de
izquierdas, y a menudo llevan vidas desairadas de conducta riesgosa,
dentro de lo que se conoce como personalidades de novelty seaking (que
buscan la novedad) y risk seaking (que buscan el riesgo). Estas
personalidades son claramente frecuentes en los pintores, si bien a
menudo arrastran trastornos mucho más graves. Andy Warhol era una
persona tímida y acomplejada por su aspecto físico aniñado, enormemente
dependiente de su madre, burlado en el colegio, que tenía tal complejo
de inferioridad por su aspecto que se sometió a todo tipo de cirugía
estética. Adolecía de una inseguridad física extraordinaria y
presentaba una conducta sexual muy patológica. Así, aparte de su
homosexualidad, que él declaró y defendió honestamente durante su vida,
era voyeur declarado, pornógrafo y sadomasoquista, y celebraba orgías
en las que participaba como voyeur y que reflejó después en algunas de
sus obras. Se metía en situaciones comprometidas y fue tiroteado dos
veces (estuvo a punto de morir como consecuencia de un tiro que le
descerrajó una enamorada desairada). Sin embargo, era una persona
profundamente católica y estaba muy apegado a su madre, que vivió
siempre al lado de él. Por el contrario, Salvador Dalí –quien se
llamaba a sí mismo "loco paranoico"– era un nombre perfectamente
normal, como aseguraban todos los psiquiatras que lo conocieron.
Presentaba, eso sí, un cuadro de trastorno exhibicionista y narcisista,
y no en vano empleó todo lo que estuvo a su alcance para medrar en el
mundo, especialmente la publicidad. Él hablaba de delirio paranoico,
pero nada de ello ha habido en su obra. En el otro extremo nos
podemos referir también al trastorno evitativo, todo lo contrario del
anterior: frente al exhibicionista, el tímido. Henri Michaux se
ocultaba, nunca quiso recibir un premio y era incapaz de hablar con más
de dos personas, algo parecido a lo que sucede con la nueva premio
Nobel de Literatura, Elfriede Jelinek, que padece fobia social y no
pudo ir a recoger el galardón de la academia sueca. Vayamos ahora
con el cuarto grupo de preguntas. ¿Cuáles son los mecanismos
inconscientes de la génesis de una pintura? Freud, por una parte,
afirmó que todos somos artistas, y no en vano, cuando hemos sido niños,
todos hemos pintado. Sin embargo, de pronto vamos al colegio y, como si
nos castraran, dejamos de pintar. Aprendemos a hacer números y a jugar
al balón, pero dejamos de pintar. Los pintores, en cambio, continúan
haciéndolo. El niño expresa sus sueños, fantasías e ideas a través de
la pintura, y Freud afirma que en la edad adulta la pintura se
convierte en el juego del adulto y que ésta es una prolongación del
proceso primario de pensamiento, que es el que se produce en los sueños. Por
otra parte, Freud también propone que esa represión del pintar que se
produce se debe a la represión de los instintos sexuales pregenitales
perversos (no el deseo sexual, sino los impulsos anales, visuales,
sadomasoquistas, etc.) y agresivos que llega en la época de la
escolaridad. Todos esos deseos perversos reprimidos, de los que además
el ser humano acaba por no darse cuenta, necesitan ser sublimados
inconscientemente a través de la creatividad artística. Igualmente,
el duelo (por la pérdida de seres queridos, del amor, etc.) es un
momento propicio para la creatividad, siempre que este duelo no sea tan
profundo que, postrándonos en un estado de melancolía, termine por
inhibir al sujeto. El sentimiento de inferioridad motivado, por
ejemplo, por una irregularidad corporal, también puede conducir a la
creación. Representa un ejemplo de ello Frida Kahlo, la gran pintora
mexicana. Padeció poliomielitis, lo que le dejó un pie algo renqueante
(la llamaban Frida "Patapalo"); igualmente, fue víctima de un grave
accidente con el autobús del colegio a consecuencia del cual su pelvis
quedó destrozada, además de rota su vagina, lo que la obligó a
someterse a múltiples operaciones que destrozaron su vida. Desde la
primera operación, su padre le regaló unas pinturas con las que empezó
a pintar. Su obra contiene órganos exteriorizados que parecen buscar la
reparación de sus alteraciones corporales. Amable Arias vivió
algo parecido. Un tren le destrozó la pelvis, y, ya en San Sebastián,
contactó con el grupo Gaur de Néstor Basterretxea, Eduardo Chillida,
Jorge Oteiza e Agustín Ibarrola. A lo largo de sus pinturas podemos
observar seres filiformes, con pies y piernas delgadas, carricoches,
objetos de inválidos... En sus cuadros macabros, pintados ya al final
de su vida y bajo una profunda depresión al ver que se iba a morir,
aparecen actos sexuales perversos con personas paralíticas,
violaciones, etc. Vayamos con la quinta gran idea. ¿Cuál es la
influencia de las modas, desde el punto de vista psicológico, en la
pintura? Hay un punto importante en el modernismo, que es la inclusión
de lo feo (el feísmo) en el arte. Así, la presencia de heces o animales
degollados en la obra artística o los mismos tatuajes que se hacen
gravar los adolescentes. Sin embargo, el fenómeno no es nuevo. Ya se ha
citado más arriba a Brueghel el Viejo, sin que podamos olvidar tampoco
a El Bosco o Goya. Ciertos impresionistas introdujeron colores que se
consideraban hasta entonces feos. En este mismo sentido cabe
interpretar el monocromismo, que tanta irritación provoca a veces en
quien contempla una obra que, por ejemplo, tiene un solo color. Finalmente,
en sexto lugar, ¿resulta la pintura una terapia útil para los enfermos
mentales? Sí, lo es, y existe una terapia a través del arte. Se basa
como elemento importante en la catarsis, en la descarga de emociones
que alivia. Además, es un instrumento de comunicación con el terapeuta.
Muchos pacientes encuentran problemas para expresar sus conflictos y,
cuando los dicen, son tan evidentes que avergüenzan, lo que resulta
doloroso; en cambio, pintar es una labor más inconsciente y oculta, y
cede más fácilmente a la represión y a la censura, con lo que se
expresa de forma más sencilla lo que no se alcanza a expresar con
palabras. A través del intermediario que es el cuadro se explican cosas
que no se dirían directamente. Esta terapia se emplea en niños y
en pacientes de todo tipo de diagnósticos. Por ejemplo, un niño pinta
un león encerrado tras unas barras rojas y glosa su pintura diciendo
que lo hace porque el león es peligroso y puede herir a la gente.
Naturalmente, está hablando de él mismo, quien con su hostilidad y su
destructividad puede herir a la gente, por lo que siente la necesidad
de imponerse límites para que aquéllas no dañen al terapeuta ni a su
familia. Tomado de:
http://www.observacionesfilosoficas.net/pinturaypsiquiatria.html
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