Sobre las modalidades de descripción del arte y su relación con los contextos económicos y socialesJudith Siegmund
Hoy el arte es definido cada vez más como un
modo de producción de saber. Lo primero que habría que aclarar y también
problematizar sería cómo se usa el término «saber» en este contexto. Debe
entenderse como indicador de transformaciones que en parte se producen en el
arte mismo, pero que también van más allá de éste y que en ocasiones son
recogidas institucionalmente –de tal suerte
que en el ámbito institucional probablemente se haga un uso del término más
instrumental que meramente descriptivo. De ahí que el motivo de este artículo
sea, por un lado, poner en cuestión el concepto de saber y, por el otro, ponerlo
en relación con descripciones contrapuestas del arte, que entienden las
prácticas artísticas precisamente como lo contrario de la acción racional. En
la actualidad nos encontramos con una comprensión obsoleta del arte que se pone
de manifiesto en el uso inflacionario del concepto de creatividad en los
contextos económicos y en general en los sociales.
La retroproyección de la
«creatividad» en el trabajo no artístico
En sus últimos cursos, Michel
Foucault abordó variantes del modelo económico neoliberal, el ordoliberalismo y
el «neoliberalismo americano», la «escuela de Chicago»[1].
Asimismo, lo que le interesa en ellos al fin y al cabo es la cuestión acerca
del modo en que los sujetos son prácticamente condicionados desde dentro, sin
necesidad de que sean gobernados incesantemente desde el exterior[2].
En ambas teorías económicas analizadas por Foucault la libertad del mercado es
contrapuesta a un marco estatal limitador de esta libertad; en ambas teorías la
función del Estado ha de consistir (aunque de maneras diferentes) en garantizar
la capacidad de los sujetos de competir en el libre mercado. De este enfoque de
Foucault, Ulrich Bröckling extrae la tesis según la cual la nueva forma de vida
predominante en nuestra época es la empresarialidad. Los sujetos serían –y esto
no solo en el sector económico, sino en todas las situaciones de la vida–
responsables, en tanto que empresarios/as de sí mismos/as, solo del input y el
output en diferentes ámbitos de su vida[3].
Según Bröckling, el individuo se modela a sí mismo en la medida en que toma
decisiones constantemente, con arreglo al principio económico de la utilidad
óptima, sobre inversiones en su propio sí mismo en tanto que proyecto
empresarial para toda la vida[4].
Partiendo de cinco diferentes modalidades de descripción de la o del
emprendedor/a (en tanto que usuaria/o de opciones de beneficio; en tanto que
innovador/a; en tanto que portador/a de riesgos y en tanto que coordinador/a)
Bröckling pretende mostrar precisamente que la creatividad es el principio rector
de la empresarialidad del propio sí mismo –de tal suerte que la creatividad
sería «un programa gubernamental, una modalidad de conducción de sí mismo y de
los demás»[5].
Parece manifiesto, al menos a primera vista, que para Bröckling la creatividad
de las y los artistas se ve elevada a modelo de referencia para el sí mismo de
la empresarialidad: «La empresarialidad encuentra su modelo en mucha mayor
medida en el genio del artista, en la destreza estratégica y la capacidad
resolutiva del general o en la búsqueda de la plusmarca del deportista»[6].
Sin embargo, no faltan motivos para
la perplejidad: ¿acaso no era y es la racionalidad la cualidad prioritaria que
debía poseer un o una empresaria/o? ¿No son acaso el buen sentido, el cálculo,
la previsión, la información así como el saber las cualidades decisivas de las
y los empresarios/as? ¿Por qué se
ensalzan tanto los aspectos supuestamente artísticos o deportivos? O
dicho de otra manera: ¿significa empresarialidad ante todo innovación y
generación de productos originales?
El análisis de Bröckling, que trata
para empezar de la descripción de una tensión o sobrecarga que padecen los sí
mismos de la empresarialidad creativa, se enfrenta a la descripción de otro
fenómeno: las y los artistas (sobre todo visuales) reclaman para sí la
producción de saber. Ahora bien, ¿qué es el saber, qué es el saber artístico y
en qué se diferencia de la creatividad que se imputa a la empresarialidad y que
cabe encontrar también mucho más allá del arte en relaciones laborales que nada
tienen de artísticas? ¿Por qué querrían las y los artistas generar saber y por
qué quieren o deben ser creativos/as quienes no son artistas?
Mientras que Foucault habla de la «racionalidad
completamente distinta» de la economía y del interés económico respecto a la
racionalidad del gobierno estatal (esto es, de diferentes racionalidades)[7],
Bröckling bosqueja, remitiéndose al economista liberal austríaco Friedrich von
Hayek, un escenario en el que unas condiciones de mercado se determinan de modo
contingente y frente a las cuales se sitúan las acciones económicas como un
acontecimiento opaco. Según Hayek, el cálculo económico puede ser recompensado
por el mercado, pero también puede no serlo, puesto que no hay «ninguna
relación necesaria» entre ganancia, valor creado y satisfacción de las
necesidades[8]. La teoría
liberal de Hayek está dirigida contra las economías planificadas socialistas y
nacionalsocialistas; en razón de su línea de ataque intelectual, insiste en la
no planificabilidad del progreso y habla de la «arrogancia del saber»,
expresión con la cual hace alusión más bien a la arrogancia de la ciencia, y en
particular de la economía, cuando pretende poder planificarlo y gobernarlo todo[9].
A mi juicio, Bröckling sólo puede definir la creatividad, en tanto que
paradigma de mentalidad que gobierna la acción, como elemento central de la
acción emprendedora, porque presupone el modelo hayekiano del mercado, que
entiende como esclarecimiento de una irracionalidad del mercado. Ante la cual
se reacciona compulsivamente con estrategias artístico-deportivas. «La contingencia de las condiciones de
mercado no alivia en modo alguno la compulsión permanente de automovilización,
sino que se limita a ponerla en marcha»[10].
Erwin Hurm
La proyección de la creatividad sobre
el arte
Un interés por los aspectos
irracionales de la vida, así como las reacciones improvisadas o creativas a los
mismos, tienen una tradición en el arte o, para ser más exactos, suelen
atribuirse a las y los artistas. Si quisiéramos juzgar si la descripción de
Bröckling (que se suma al actual uso inflacionario del concepto de creatividad)
puede ser plausible, habría que preguntarse en primer lugar: ¿Por qué y por
quién es descrita la acción artística como acción creativa? No es preciso
insistir en que no son las y los propios artistas quienes hacen hincapié en que
les gustaría desprenderse de su propia racionalidad o de la de su obra mediante
la acción creativa.
Nuestra hipótesis apunta a que,
desde el punto de vista histórico, las y los «gobernantes del saber» han sido
los que han contrapuesto la acción de las y los artistas en tanto que lo
absolutamente extraño y, desde luego, lo incomprensible, a sus propias formas
de acción científicas al objeto de arrebatarles la racionalidad de sus propias
estrategias. Cuando hablo de «gobernantes del saber» aludo, por supuesto, en
primer lugar a las y los científicos así como a las y los estudiosos de las
ciencias del espíritu que tratan acerca del conocimiento; en cambio, las y los
empresarios son tal vez desde hace mucho tiempo las y los gobernantes del saber
práctico. (Sin embargo, no es probable que las y los empresarios se
involucraran mucho en realidad en la definición del arte, salvo como mecenas).
Habida cuenta de que no es éste el lugar para exponer con la debida extensión
nuestra hipótesis, será preciso exponer sumariamente el modo en que en la
teoría estética, basándose en la definición kantiana de lo bello, la percepción
estética se ve sistemáticamente separada del conocimiento y de la moral
práctica. La distinción de una aproximación estética al mundo en un plano
filosófico sistemático implica la separación de esa dimensión estética respecto
al acto de conocer y al juicio estético. Desde ese aislamiento de lo estético
respecto al conocimiento y a la moral queda aún un largo trecho hasta llegar a
la concepción de que el arte es indefinible toda vez que en sus estructuras
experienciales no cabe hablar de un acto de conocer ni de un saber práctico
moral. Sin embargo, se ha dado la vinculación conceptual de una estética de lo
bello (que en Kant atañe además a la percepción de lo bello en la naturaleza)
con una definición del arte localizada más allá del conocimiento y de la vida
moral. Y la «herencia» de esa tradición teórica hace que el arte se vea descalificado
por buena parte de la teoría estética para poder engendrar el saber entendido
como conocimiento y dar cabida al saber moral práctico. Aquí no se trata de
unas cualidades que entre otras corresponderían al arte, sino que se trata de
aquello que caracteriza al arte en cuanto tal en tanto que forma de experiencia
estética, esto es, del aspecto central de su definición filosófica. La teoría
filosófica (que se remite a Kant) deslinda el arte de la moral y del
conocimiento, limitando al mismo tiempo su campo de acción. Con una descripción
semejante se sacrifica la posibilidad de describir el arte como una dimensión
que sustancialmente produce efectos en campos concretos no artísticos. La única
posibilidad de que el arte tal y como nos es entregado por la teoría estética
se torne eficaz en lo no artístico reside en su «intervención» subversiva a
través de las estructuras experienciales y perceptivas de la
extrañeza/alteridad. La subversión mediante la extrañeza no puede tornarse
concreta, sino que está siempre fijada a una figura mental de la perturbación o
de la disolución.
El mundo del trabajo, en el que el
concepto de creatividad ha gozado en los últimos tiempos de gran predicamento,
ha cultivado una confianza en lo subversivo. Aquello que antes era valorado y
formulado como crítica funciona ahora como criterio de los requerimientos que
de toda persona se solicitan en la vida laboral[11].
El comportamiento artístico, así como los productos resultantes del mismo,
entendidos como aquello que resulta incomprensible, como aquello que es
transversal al conocimiento y al saber práctico, han pasado a convertirse en
una figura orientativa en contextos que nada tienen que ver con el arte, como
el mundo del trabajo. A esto se añade la adopción de la figura romántica del genio
artístico y de la proliferación de su potencia exuberante. Sin embargo, «el
genio» se mueve «en una esfera más allá de la norma, allí donde el Common Sense
[sentido común] se acerca a la demencia […] en cambio, la creatividad es
normal»[12].
La creatividad ha de ser normal porque casi todo lo que procura ha de ser un
medio de subsistir mejor en la vida cotidiana. La falsa proyección de la
creatividad sobre el arte se plantea bajo la modalidad de su aplicación a la
vida laboral «al servicio de la acción resolutiva de problemas»[13].
Lo no planificable, lo incomprensible y lo asombroso, que en un principio se
proyectaban sobre el arte y las y los artistas, han de estar ahora al servicio
de una forma domesticada del aumento de la eficiencia y el beneficio económico.
Si tenemos presentes tales conceptos acerca de la utilidad de la creatividad en
los contextos de la economía y de la vida práctica, nos sorprendemos de hasta
qué punto en última instancia la creatividad que se atribuía al arte es ajena a
la creatividad que se exige en el ámbito de las aplicaciones económicas y
prácticas. La imagen de una acción en absoluta libertad se presenta, por un
lado, como un criterio de medida que, a juicio de Bröckling, confunde a las
personas que, por otro lado permanecen atadas a normas concretas de eficiencia
y de optimización de la utilidad.
Esta descripción de la compulsión a
una creatividad restringida en estos términos parece tener afinidades con la
tesis de Axel Honneth sobre la exigencia institucional de autorealización de
los sujetos individuales. Según Axel Honneth, las tendencias a la
individualización de los sujetos, características de la sociedad occidental, se
vuelven ahora contra los sujetos mismos, de tal suerte que lo que en un
principio eran aspiraciones a la autorealización que respondían a una
iniciativa subjetiva, se tornan en fundamento de legitimación de todo el
sistema que interpela como una exigencia a los individuos a través de las
instituciones, convirtiéndose así en un motivo de sufrimiento para los individuos.
La cuestión decisiva en el contexto
del presente artículo es si en el fondo una creatividad definida de esta guisa,
o la autorealización alcanzada a través de la misma, no se resuelven de hecho
en operaciones racionales. Lo que equivaldría a decir lo siguiente: hay una
modalidad de habitus artístico o de crítica alternativa de la sociedad que,
gracias a la previsión calculadora, puede emplearse en beneficio de la propia
carrera.
Mariko Mori
¿Es la producción artística hoy una
producción de saber?
Mientras, por un lado, la imagen de
la creatividad, con arreglo a la cual se orienta hoy, por ejemplo, el mundo del
trabajo, se presenta desfasada a ojos de las y los artistas, las y los artistas
o las instituciones del arte reivindican al mismo tiempo la producción de saber
a través de la figuración [Gestaltung]. Interpreto esa reivindicación
ante todo como un rechazo de la libre finalidad del arte tal y como ha sido
histórica y teóricamente definida y que se pone de manifiesto en su separación
sistemática respecto al conocimiento y a la acción práctica. Muchas y muchos
artistas no quieren –contra esa atribución tradicional por parte de la teoría
estética– que su acción sea concebida como lo contrario de las operaciones
racionales. Pero parecen entender el saber más como un conocimiento que se
puede reformular en proposiciones antes que como la capacidad de exponer lo
sabido como una argumentación lingüística. La cuestión de hasta qué punto debe
ampliarse en rigor el concepto de saber al objeto de acoger la acepción a la
que aquí se alude se impone en la misma medida que la cuestión de un criterio
diferenciador del saber en las artes y en las ciencias. A mi juicio, el
concepto de saber de las artes debe en buena medida ser determinado en su
definición como saber práctico o como una modalidad particular de una
aproximación al mundo de tipo práctico-cognitivo. Cabe entender el saber con
Heidegger como un saber que corresponde «al ser del Ahí, que es esencialmente
entender»[14] o, dicho de
otra manera, como el saber que nos es dado a todos de antemano para orientarnos
en el mundo –un mundo que es pensado por Heidegger en sus contextos singulares
en tanto que dado en la aperturidad [vorerschlossene]. Heidegger escribe
al respecto más abajo: «Y
solo porque el Dasein [ser ahí,
existencia], comprendiendo, es su Ahí, puede
extraviarse y malentenderse»[15].
«Extraviarse y malentenderse» son modalidades del error, de lo que podríamos
llamar falso saber. Así, pues, cabría pensar la posibilidad –desde un punto de
vista teorético– de alcanzar al menos un saber adecuado, que en Heidegger no
tiene nada que ver con la verdad del enunciado [Aussagewahrheit]; esto
no acontece, pues, gracias a una mejor argumentación, sino más bien mediante el
establecimiento de nuevas modalidades de acción. En este sentido, cabe entender
el «arte en tanto que producción de saber» como la creación de modalidades
concretas distintivas de aproximación al mundo, a sus contextos y sus
objetos. Resulta obvio que este
concepto de saber no puede ser universal. Cuando en el actual contexto social
se dan nuevas modalidades de acceso o, para ser más exactos, más preciosas y
relevantes, ello solo puede significar que algo oculto se ha revelado, que algo
que había pasado desapercibido accede a un lugar central, y no que algo es
creado, en un sentido vanguardista. Lo «nuevo» no designa en la producción
artística contemporánea ningún progreso universal, y por ende se define además
de un modo distinto del de las ciencias naturales, siendo tal vez más afín al
de las ciencias del espíritu, que ciertamente –desde un punto de vista
hermenéutico– trata los mismos objetos a partir de contextos históricos
diferenciados.
Por el contrario, la idea
vanguardista clásica de lo nuevo tiene mucho más que ver con el dictado de la
creatividad o del genio: deben crearse nuevas soluciones innovadoras que no
existían hasta entonces, también en los ámbitos de aplicación no artísticos,
puesto que la creatividad orientada al beneficio también debe producir lo
nuevo. Aquí parece estar en vigor un concepto universal de progreso que en el
arte mismo y en sus actores se considera superado. La idea de progreso para el
arte en tanto que producción de saber tampoco tiene porqué hacer referencia –de
resultas de cuanto hemos mostrado anteriormente– al desarrollo del arte mismo,
lo que equivaldría precisamente a pensarlo desde el punto de vista vanguardista
y correspondería a una época ya pretérita de la modernidad (clásica). Si en la
actualidad el arte como producción de saber se da contextualmente, no puede
haber en sentido fuerte o concluyente un pensamiento innovador que resuelve
problemas, puesto que los contextos sociales y por ende lo que en ellos se
consideraba válido hasta un determinado momento no dejan a su vez de cambiar
constantemente. De ahí que haya que considerar si tiene algún sentido insistir
en la «novedad» de la producción cultural, puesto que lo que en un contexto es
nuevo, en otro no es nuevo o ni siquiera apropiado. Si por ventura
sustituyéramos el concepto de lo nuevo por expresiones como «mejora» o
«cambio», sería muy importante señalar que esa producción de saber (a
diferencia de la creatividad aplicada) no tiene nada que ver con la
optimización de la utilidad, o por lo menos no con una utilidad calculable que
un comitente de arte pudiera prever por adelantado. Aquí parece residir la
interesante línea divisoria respecto a otras formas de figuración, como por
ejemplo el diseño. En todos los tipos de figuración se da un «excedente»
creativo que no puede calificarse solo como utilidad. Utilidad y excedente
tienen un peso diferencial en cada figuración. De ahí que los límites entre
arte y diseño sean movedizos, también en lo que respecta a esa proporción.
Por último, es preciso responder aún
a otro malentendido habitual que podría unirse a la idea de un producción
artística de saber. La expresión «arte como producción de saber» no puede
explicarse razonablemente definiendo el saber como una entidad inmaterial y
estableciendo paralelamente que en el arte de hoy solo se trabaja comunicativa y
digitalmente y ya no con materiales sólidos, como la madera o la piedra.
Tampoco la autoría de los grupos de artistas, en la que sin duda alguna hay
mucha comunicación, constituye un indicio suficiente de aquello en lo que
podría consistir un concepto de saber para las artes, puesto que también la
comunicación y el saber siguen estando (si lo consideramos desde un punto de
vista sistemático) vinculados a objetos. No cabe abstraer nada que posea una
pura inmaterialidad y que no quede ya expresado en el concepto de lo
inmaterial. Desde un punto de vista teorético, me parece plausible hablar de
una interconexión de saber y materialidad. En este contexto, el concepto de lo
material no significa en modo alguno algo así como una sustancia o un hardware.
El mundo, en la medida en que se presenta preinterpretado [vorinterpretierte],
consiste de suyo en materiales que poseen ya significados. Podemos llamar saber
a las capacidades de tratar esos significados. De esta suerte, la comunicación
que tiene lugar puede ser utilizada como material, al igual que las noticias o
las informaciones. Las relaciones humanas se «materializan» no solo en forma de
mercancías producidas que son intercambiadas, sino también en forma de textos,
imágenes, sonidos, emisiones, etc.
Aunque en nuestro medio vital han
aumentado las formas de trabajo de servicios y comunicativas, vivimos sin
embargo del «trabajo manual del "segundo” y del "tercer” mundo», como se
sostiene en la descripción de las bases teóricas del proyecto «Creating worlds»[16].
Si el trabajo en general se torna en «trabajo inmaterial», entonces se plantea
a su vez la cuestión acerca de aquello que distingue la producción de saber de
otras formas de saber producido. Está claro: hoy el arte y las y los artistas
no quieren que su definición esté vinculada a la sensualidad de sus productos.
Pero a tal objeto no es necesario en modo alguno que el concepto de saber quede
absuelto de toda forma de objetividad[17].
Hacerlo sería efectivamente una pretensión excesiva.
Si aceptáramos la definición del
arte como una modalidad de producción de saber, tendríamos que demostrar aún,
aunque no entendiéramos el trabajo en general como trabajo inmaterial, qué
constituye lo específicamente artístico de la producción artística. El arte ya
no se da en el sentido de una autonomía entendida como aislamiento más allá de
la formulación del conocimiento o al margen de las conductas benéficas, pero
debe poseer sus propios modos de acceso y de conducta –o incluso sus propias
modalidades de generar saber. De no ser así, entonces antes o después el arte
mismo llegaría a verse abolido como forma de acción. De este modo, debe
aceptarse una cierta autonomía de las prácticas artísticas, por más que no se
use el concepto de autonomía en sentido tradicional. Solo cabe delimitar lo
artístico respecto a otros campos sociales a través de su modalidad propia
específica, que no es definible desde un punto de vista estructural o
sistemático, sino más bien histórico. En cambio, los rasgos comunes con otros
contextos consisten en que la acción artística también se presta al acto de
conocer, así como a la modificación y el establecimiento de nuevas formas de
acción moral. Entiendo esta definición como un desafío dirigido a las y los
artistas para que se involucren (con sus modalidades artísticas específicas) en
lo extraartístico y, ciertamente, para que se apropien artísticamente de
conductas extraartísticas.
[1] Michel Foucault, Die Geburt
der Biopolitik, Francfort, 2006 [ed. cast.: El nacimiento de la
biopolítica, trad. de Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de cultura
económica, 2007].
[2] Me remito a la conclusión de
la duodécima lección: «Lo que se ha de investigar a continuación es el modo en
que los problemas específicos de la vida de la población se plantean dentro de
una tecnología de gobierno la cual, lejos de haber sido siempre liberal, desde
finales del siglo XVIII ha estado dominada por la cuestión del liberalismo», Geburt
der Biopolitik, ibid., p. 442, véase también Michel Senelart,
«Situierung der Vorlesungen», ibid., pp. 445 y ss.
[3] Ulrich Bröckling, Das unternehmerische Selbst,
Francfort, 2000.
[7] Michel Foucault, Geburt der
Biopolitik, cit., p. 388 (la cursiva es mía).
[8] Véase Ulrich Bröckling, Das
unternehmerische Selbst, cit., p. 100.
[9] Véase Friedrich von Hayek,
«Die Anmaßung von Wissen», Die Anmaßung von wissen,
Tubinga, 1996, pp. 3-15 [ed. cast.: Obras Completas 1: La fatal arrogancia:
los errores del socialismo, trad. de Luis Reig Albiol, Madrid, Unión editorial,
1990].
[10] Ulrich Bröckling, Das unternehmerische Selbst, cit., p. 103.
[11] Véase Axel Honneth (ed.), Befreiung
aus der Mündigkeit. Paradoxien des gegenwärtigen Kapitalismus,
Francfort/Nueva York, 2002.
[12] Ulrich Bröckling, Das unternehmerische Selbst, cit., p. 161.
[13] Véase Ulrich Bröckling,
«Kreativität», ibid., pp. 152-179.
[14] Martin Heidegger, Sein und
Zeit, Tübingen, 1993, § 31, p. 144 [ed. cast.: Ser y tiempo, trad.
de Jorge Eduardo Rivera Cruchaga, Madrid, Trotta, 2003].
[17] Muy por el contrario,
encontramos tentativas crecientes que apuntan a un condicionamiento material de
la producción de saber en el sentido de los cuerpos de las los productores de
saber y de su carácter situado («bodypolitics of knowledge»).
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