Lauren Berland, Michael Warner No hay nada más público que la privacidad
Un
trabajo titulado "Sexo en público" juega con la oscuridad de su tema y
con el torcido propósito de lo que tiene que narrar. No vamos a hablar
del sexo acerca del cual la gente tiene claridad, ni tampoco de
identidades o de actos, ni de una necesidad incontenible que requiere
dejar de ser reprimida; sino más bien acerca del sexo mediado por los
distintos públicos a los que va dirigido.(1)
Algunos de estos públicos tienen una obvia relación con el sexo: el cine
pornográfico, el sexo telefónico, los mercados de medios impresos para
"adultos", el table dance. Otros se organizan en torno al sexo, pero no necesariamente alrededor de actos sexuales en el sentido usual del término: zonas queer
y otros mundos alejados de la cultura heterosexual, pero también
escenas más tácitas de sexualidad como la cultura nacional oficial, que
depende de una noción específica de privacidad para envolver la
sexualización en un hálito de pertenencia a un país.
El objeto de este trabajo es describir lo que creemos que son las aspiraciones radicales de la construcción de una cultura queer: no solamente un espacio seguro para el sexo queer,
sino las posibilidades transformadas de identidad, inteligibilidad,
públicos y cultura que aparecen cuando la pareja heterosexual deja de
ser el referente o el ejemplo privilegiado de la cultura sexual. En el
sexo y en la reflexión teórica, las prácticas sociales queer intentan
desarticular las confusas aunque poderosas normas en que se basa ese
referente privilegiado –incluyendo el proyecto de normalización que ha
hecho hegemónica a la heterosexualidad–, así como las prácticas
materiales que, si bien no son explícitamente sexuales, están implicadas
en las jerarquías de la propiedad y de lo propio que definimos aquí
como heteronormativas.(2). Comencemos con dos escenas de sexo en público.
Escena 1
En 1993, la revista Time publicó un número especial sobre inmigración titulado "El nuevo rostro de Norteamérica".(3)
La chica de la portada estaba confeccionada en computadora a partir de
fotos que representaban una variedad de grupos de inmigrantes en Estados
Unidos: una amalgama de semblantes "chinos", "hispanos", "italianos",
"africanos", "vietnamitas", "anglosajones". Se supone que el nuevo
rostro de América es una representación de cómo se verá el ciudadano
cuando en el año 2004, como se ha pronosticado, ya no exista una mayoría
estadística blanca en Estados Unidos. Desnudo, sonriente y apenas
no-blanco, el divino Frankenstein de Time quiere organizar un optimismo hegemónico en torno a la nueva ciudadanía y al futuro nacional.
La teoría de Time es que en el siglo XXI
el sexo reproductivo interracial tendrá lugar en Estados Unidos en una
escala tan masiva, que la diferencia racial será reemplazada por una
suerte de sentimiento familiar basado en relaciones consanguíneas. Time imagina
que en el siglo próximo cientos de millones de rostros mestizos
acabarán con el racismo norteamericano: la nación se convertirá en una
feliz monocultura racial hecha de "una misma sangre (mestiza)".(4)
La
publicación de este número especial provocó una breve oleada de interés
pero no tuvo efectos de consideración; su misma banalidad nos invita a
reflexionar sobre la tecnología que produce su normalidad. Banalizada
por la imagen, la fantasía reverbera en las más íntimas fisuras de la
vida cotidiana. Su objetivo explícito es ayudar a su público a procesar
la amenaza contra la cultura nacional "normal" o "nuclear" de lo que se
denomina comúnmente "el problema de la inmigración".(5) Pero esta imagen de los inmigrantes es también un espejismo racial
generado por una sociedad dominada por blancos y por una fobia
específica que organiza a su público para evadir una discusión más
profunda sobre la opresión en Estados Unidos, para luego relegar el
asunto a la parte de la memoria colectiva que no es sacralizada por la
nostalgia sino por la aversión. Llamemos a esto el archivo de la
amnesia. El letrero que cuelga de la puerta dice: "La memoria es la
amnesia que te gusta."
Además de opresión y racismo hay otras cosas que se olvidan en este
torbellino de proyección y supresión. Algo que no alcanza a nombrar su
nombre, aunque su marca esté por todas partes, y que resulta central en
la transfiguración del inmigrante en una imagen nostálgica que es el
sostén la cultura nacional nuclear y que disipa el miedo de los blancos a
convertirse en una minoría: la heterosexualidad nacional. Ésta es el
mecanismo mediante el cual el núcleo de la cultura nacional puede ser
imaginado como un espacio aséptico de expresiones sentimentales y
conducta inmaculada, un espacio de ciudadanía pura. Un modelo social
familiar hace a un lado el reconocimiento del racismo estructural y
otras desigualdades sistémicas. Esto no es del todo nuevo: en Estados
Unidos, desde el siglo XVIII, la forma familiar ha funcionado como una mediación y una metáfora de la identidad nacional.(6)
Actualmente sus usos sostienen la gobernabilidad del Estado de
bienestar separando las aspiraciones de pertenencia nacional de la
cultura mas crítica en la esfera pública.(7)
Anteriormente las crisis de inmigración también producían iconos
femeninos que funcionaban como prótesis para el Estado –el más famoso,
la Estatua de la Libertad, simbolizaba la perfecta asimilación de los
inmigrantes a la metacultura norteamericana–. Desde el punto de vista de
Time no es la feminidad simbólica sino la heterosexualidad práctica la que garantiza la nación monocultural.
Junto con las políticas conservadoras americanas, los valores
familiares nostálgicos promueven una privatización de la ciudadanía y
del sexo en diversas maneras. En la ley y en la ideología política, por
ejemplo, el feto y el niño han sido elevados al de santuarios
nacionales. El Estado promueve una legislación para "purificar" el
internet en defensa de los niños. Las nuevas "reformas" fiscales y los
cambios a la asistencia social, que vinculan el Pacto por América con la
militancia clintoniana por la familia, se propone incrementar los
privilegios legales y económicos de las parejas casadas y de quienes son
padres. Los cupones y la privatización relocalizan la educación más
como dominio de los padres que de los ciudadanos. Al mismo tiempo,
senadores como Ted Kennedy y Jesse Helms apoyan enmiendas que niegan
fondos federales a organizaciones que "promuevan, distribuyan o
produzcan materiales obscenos, representen o describan de manera
ostensiblemente ofensiva actividades u órganos sexuales, incluyendo de
manera no limitante representaciones de sadomasoquismo, homoerotismo,
explotación sexual de menores o individuos durante el acto sexual".(8)
Estos hechos, aunque distintos, se relacionan por la manera en que
organizan a un público nacional hegemónico en torno al sexo. Pero
precisamente porque este público resguarda oficialmente la zona de
privacidad heterosexual, las instituciones de privilegios económicos y
reproducción social que aseguran estas prácticas y organizan su propio
mundo ideal se protegen mediante la espectacular demonización de
cualquier tipo de representación sexual.
Escena 2
En octubre de 1995, el ayuntamiento de la ciudad de Nueva York aprobó
una nueva ley de zonificación por 41 votos contra 9. La enmienda del
texto de zonificación abarcaba libros y tiendas de videocintas para
adultos, establecimientos de alimentos y bebidas, teatros y otros
negocios. Sólo permitía la instalación de este tipo de negocios en
ciertas áreas no residenciales, la mayor parte de las cuales se hallaba
en la zona de los muelles. En los nuevos distritos exclusivos, los
negocios para adultos no podían situarse dentro de un radio de
quinientos pies donde existiera un negocio similar, templos, escuelas,
guarderías o centros de atención a ancianos y minusválidos. Debían
limitarse a uno por terreno y a un tamaño de diez mil pies cuadrados. La
ley limitaba los letreros en cuanto al tamaño, la colocación y la
iluminación. El resto de los establecimientos para adultos tendrían que
cerrar sus puertas en el plazo de un año. De los 177 negocios para
adultos que se estimaba existían en la ciudad, todos, salvo unos 28,
cerrarían a causa de esta ley. El cumplimiento de la moción fue confiado
a los inspectores de construcciones.
Una recusación contra esa moción fue presentada en la corte por una
coalición de grupos anticensura como New York Civil Liberties Union,
Feminists for Free Expression, People for the American Way y National
Coalition Against Censorship, así como por organizaciones gay y lésbicas
como Lambda Legal Defense Fund, Empire State Pride Agenda y AIDS
Prevention Action League. Estos últimos se unieron a los grupos
anticensura por una simple razón: el impacto de la rezonificación de
negocios que atendían a homosexuales, especialmente hombres, prometía
ser devastador. Los cinco establecimientos para adultos de la calle
Christopher iban a ser clausurados junto con los principales sitios
donde los hombres se encontraban con otros hombres para actividades
sexuales. A saber, ninguno de estos negocios había provocado quejas de
los vecinos. Los hombres gay creían tener garantizada la disponibilidad
de materiales sexuales explícitos, teatros y clubes. Esa era la manera
en que habían aprendido a reunirse, a tener un mundo accesible
cotidianamente, a construir la arquitectura del espacio para gays en un
entorno homofóbico y, durante los últimos quince años, a cultivar un ethos
colectivo de sexo seguro. Todo eso estaba a punto de cambiar. Los
hombres gay que querían materiales sexuales o encontrarse con otros
hombres para actividades sexuales tendrían dos opciones: concentrarse en
el público virtual privatizado del sexo telefónico o el internet, o
trasladarse hasta áreas pequeñas, inaccesibles, poco transitadas y mal
iluminadas, lejos de los transportes públicos y de sitios residenciales,
localizadas en su mayoría en la zona de los muelles, donde los usuarios
de pornografía heterosexual también serían reubicados y donde el riesgo
de violencia era en consecuencia mayor.(9) En
todo caso, el resultado sería una sensación de aislamiento y de
expectativas disminuidas para la vida homosexual, y una menor capacidad
para la comunidad política. La naciente cultura sexual lésbica,
incluyendo el Clit Club y la única tienda de renta de videocintas para
lesbianas, desaparecerían también. El impacto de la limpieza sexual en
Nueva York recaería de forma desigual en quienes de por sí contaban con
los menores recursos accesibles desde el gobierno.
Normatividad y cultura sexual
La
heterosexualidad no es un algo. Hablamos de cultura heterosexual más
que de heterosexualidad porque esa cultura nunca ha contado más que con
una identidad provisional.(10) No se reduce a un simbolismo, ni a una ideología única, ni a un conjunto unificado de creencias.(11)
En la práctica, los conflictos entre sus variantes apenas se perciben,
pues las relaciones sexuales hombre-mujer son un hecho dado que forma
parte de lo correcto en el mundo, cuya fragilidad se enmascara
solemnemente en demostraciones permanentes. Estos conflictos tampoco han
sido visualizados por la teoría, en parte por la función metacultural
de la misma categoría de heterosexualidad, que se consolida como una sexualidad
que diferencia ampliamente prácticas, normas e instituciones, y en
parte también, porque las mismas ciencias sociales están profundamente
ancladas en el proceso de normalización al que Foucault atribuye buena
parte de la sexualidad moderna.(12) Al plantear
que actualmente Estados Unidos está volcado hacia el proyecto de
construir una heterosexualidad nacional, no queremos decir que la
heterosexualidad nacional sea una simple monocultura. Las hegemonías no
son sino alianzas flexibles que utilizan estrategias contradictorias y
dispersas para su autoconservación y reproducción.
La cultura heterosexual procura su inteligibilidad mediante la
ideología y las instituciones de la intimidad. Sin embargo, a pesar de
que las relaciones íntimas parezcan conformar por sí mismas el reino de
la sexualidad, lo cual hace que el "sexo en público" aparezca como algo
fuera de lugar, la intimidad es mediada públicamente en muchos sentidos.
En primer lugar, sus espacios convencionales presuponen una
diferenciación estructural entre la "vida personal", y el trabajo, la
política y la esfera pública.(13) En segundo, la
normatividad de la cultura heterosexual relaciona la intimidad sólo con
las instituciones de la vida personal, privilegiándolas como
instituciones de la reproducción social, la acumulación y la
transferencia de capital y el desarrollo personal. En tercer lugar, al
presentar el sexo como algo irrelevante o meramente personal, las
convenciones heteronormativas de la intimidad bloquean la construcción
de culturas sexuales públicas no normativas o explícitas. Finalmente,
esas convenciones fabrican un espejismo: una base hogareña de humanidad
prepolítica desde la que los ciudadanos son aleccionados a entrar en el
discurso político, y a la que se espera que regresen en el futuro
(siempre imaginario) después del conflicto político. La vida íntima es
ese inacabable otro lugar ("elsewhere") del discurso político
público, un refugio prometido que distrae a los ciudadanos de las
condiciones desiguales de su vida política y económica, los consuela de
los daños causados a su humanidad por la sociedad de masas y los culpa
por cualquier divergencia entre su vidas y la esfera íntima.
La ideología y las instituciones de la intimidad son recicladas
crecientemente como una visión del bienestar para la apremiada y
desestabilizada ciudadanía de Estados Unidos, como la única zona (de
fantasía) en la que puede pensarse y desearse un futuro, el único sitio
(imaginario) en donde los buenos ciudadanos pueden alejarse de las
confusas e intranquilizadoras distracciones y contradicciones del
capitalismo y de la política. De hecho, una de las paradojas no
previstas de la privatización nacional-capitalista es que la ciudadanía
ha sido llevada a través de la cultura heterosexual a identificarse a sí
misma y a su política con la privacidad. En la opinión pública
oficial, esto implica hacer del sexo algo privado; reintensificar la
sangre como una base psíquica de identidad; reemplazar los mandatos del
Estado por una justicia social basada en éticas privatizadas de
responsabilidad, caridad, expiación y "valores"; y reforzar los límites
entre lo moral y lo económico.(14)
En
la cultura heterosexual un grupo complejo de prácticas sexuales se
confunde con la trama amorosa de la intimidad y de la familia, que da
significado al sentido de pertenencia a la sociedad de una manera normal
y profunda. La comunidad es imaginada a través de escenas de intimidad,
parentesco y relaciones de pareja; una relación histórica en donde el
futuro se restringe a la narrativa generacional y a la reproducción.(15)
Todo un campo de relaciones sociales se vuelve inteligible a través de
la heterosexualidad, y esta cultura sexual privatizada conlleva en sus
prácticas un sentido tácito de lo correcto y lo normal. Este sentido de
lo correcto –arraigado en todas las relaciones y no sólo en el sexo– es
lo que llamamos heteronormatividad. La heteronormatividad es algo más
que una ideología o un prejuicio o una fobia contra gays y lesbianas; se
produce en casi todos los aspectos de las formas y disposiciones de la
vida social: la nación, el Estado y la ley; el comercio, la medicina y
la educación; en las convenciones y afectos de la narratividad y otros
espacios de la cultura. Es difícil ver esos campos como
heteronormativos, porque la cultura sexual en la que los heterosexuales
se desenvuelven es difusa: una mezcla de lenguajes que apenas se están
desarrollando, cargados con nociones premodernas de sexualidad tan
anticuadas que sus condiciones materiales aparecen integradas por
completo en la gente.
La intimidad no siempre ha tenido el significado que tiene en la
cultura heteronormativa contemporánea. Junto con Foucault y otros
historiadores, David Halperin, por ejemplo, ha mostrado que en la
antigua Atenas el sexo era un acto transitivo, más que una dimensión
fundamental del ser humano o una expresión de intimidad. El verbo que
designaba el sexo aparecía en una antigua lista de cosas que no se
hacían en relación con o mediante otros, a saber, "hablar, cantar,
bailar, pelear (a puñetazos), competir, ahorcarse, morir, ser
crucificado, nadar, encontrar un tesoro, tener sexo, vomitar, descargar
el intestino, dormir, reír, llorar, hablar a los dioses".(16) Halperin apunta que la inclusión de coger en esta lista muestra que el sexo no estaba "entretejido en una red de mutualidad".(17)
Por el contrario, se supone que la heterosexualidad moderna se refiere a
relaciones de intimidad e identificación con otras personas, y los
actos sexuales suponen la comunicación más íntima.(18)
El acto sexual protegido por la zona de privacidad es el nimbo afectivo
que la cultura heterosexual cuida y del que extrae su modelo de ética.
Esta utopía de pertenencia social se ve multiplicada por actos que son
menos reconocidos comúnmente como parte de la cultura sexual: pagar
impuestos, enojarse, ser mujeriego, heredar cosas, celebrar un día
festivo, invertir para el futuro, enseñar, disponer de un cadáver,
llevar fotos en la cartera, comprar el producto tamaño familiar, ser
nepotista, postularse para presidente, divorciarse, o poseer cualquier
cosa de "Él" o de "Ella".
La elaboración de esta lista es un proyecto que debe estudiarse más
ampliamente. Entretanto, hacerla y reírse de ella no significa etiquetar
cualquier práctica como opresiva, represiva o definitiva. Se trata de
una constelación de prácticas que diseminan el privilegio heterosexual
como un índice organizador de pertenencia social, tácito pero
fundamental. Exhibirlo produce inevitablemente lo que en otra parte
llamamos una "desquiciante sensación de recontextualizar" cuando sus
sujetos, incluyendo lesbianas y gays, comienzan a darse cuenta de cómo
los discursos, instituciones y prácticas que no parecen especialmente
sexuales o familiares colaboran para producir como norma social un
contexto vital sumamente estrecho.(19) La cultura
heterosexual no es capaz de reconocer, validar, preservar, incorporar o
recordar mucho de lo que la que gente conoce y experimenta en cuanto a
la crueldad de la cultura normal que padecen incluso personas que se
identifican con ella.
Esa crueldad no se desvanece sin dejar marca. La intimidad, por
ejemplo, cuenta con toda una atmósfera pública de géneros terapéuticos
dedicados a dejar constancia del incesante fracaso de la ideología y de
las instituciones heterosexuales. Todos los días, la gente da testimonio
de su derrota al apoyar (o buscar apoyo) en programas de TV (talk-shows),
en el periodismo amarillista, incluso en el curso cotidiano del
periodismo en general dirigido a gente medianamente culta. En esas
historias de tramas amorosas que acaban descarriándose, se puede
aprender mucho acerca de las maneras en que la violencia cotidiana se
relaciona con complejas presiones que provienen del dinero, del racismo,
de la violencia sexual y de la tensión entre generaciones. Se puede
aprender mucho escuchando las crecientes demandas por lograr, como se
promete, una buena vida mediante el amor. Y podemos aprender de las
respuestas extremadamente punitivas que tienden a producirse cuando la
gente parece no sufrir lo suficiente por sus transgresiones y fracasos.
Tal vez acabaríamos aprendiendo demasiado. Recientemente, la
proliferación de evidencias de las fallas de la heterosexualidad ha
producido una violenta reacción contra la terapia de los programas de
TV. Incluso ha llevado a William Bennett al estrado. Pero más que
confesar sus transgresiones o quejarse de alguien más, lo vimos incitar
boicots y pedir la supresión de las terapias para apoyar la cultura
heterosexual. El reconocimiento de las fallas cotidianas de la
heterosexualidad lo perturba tanto como la homosexualidad misma. "Hemos
olvidado que la civilización depende de que mantengamos algunas de estas
cosas bajo las sábanas", dijo. "Este tropismo se dirige al excusado."(20)
Pero,
¿tiene la civilización que cubrirse el trasero? ¿O es que la cultura
heterosexual en realidad se protege a sí misma banalizando la intimidad?
¿Acaso la creencia de que la vida normal es posible requiere de amnesia y del ridículo estereotipo de una cultura aparentemente inadecuada para la intimidad? En estos programas de TV
nadie culpa a la ideología y a las instituciones de la
heterosexualidad. Incluso los mismos conductores de los programas siguen
sorprendiéndose día a día de saber que gente comprometida con la
intimidad hétero es, pese a todo, infeliz. Después de todo lo que se ha
dicho y hecho, los prospectos y promesas de la cultura heterosexual
siguen representando el optimismo per se, una esperanza con la que la
gente aparentemente está de acuerdo, al menos en público. Recientemente,
Biddy Martin escribió que algunos teóricos sociales gay han establecido
una antinormatividad reductiva y pseudo radical al repudiar activamente
las instituciones de la heterosexualidad que saturan el imaginario
social. Ello muestra que el tipo de argumentos que se dan en los
trabajos de gente como Andrew Sullivan no son solamente fantasías
derechistas. "En algunos textos homosexuales", escribe, "el hecho mismo
de entablar una relación ha sido descrito como punitivo y constrictivo
por tratarse de un constructo social [...] La antinormatividad radical
tira al niño con todo y la bañera [...] Un enorme temor a la normalidad o
a lo común tiene como resultado explicaciones superficiales de la
compleja imbricación de la sexualidad con otros aspectos de la vida
social y psíquica, y da poca atención a los dilemas de la gente común."(21)
Pensamos
que nuestra amiga Biddy puede estar refiriéndose a nosotros, aunque en
esta cita no señala a nadie en particular. Quisiéramos dejar en claro el
argumento. Estar en contra de la heteronormatividad no quiere decir
estar en contra de las normas. Estar en contra de los procesos de
normalización no es temer a la normalidad. Y tampoco es convocar la
"existencia sin límites" que ella cree que han producido los malos
foucaultianos. Ni significa concluir que la identificación sentimental
con la familia y los hijos es un trabajo perdido, un desperdicio o que
convierte a la gente en desperdicio o en basura. Ni quiere decir que
cualquier tipo de sexo denominado "hacer el amor" no significa hacer el
amor. Cualesquiera que hayan sido las cargas ideológicas o históricas de
las sexualidad, no han excluido (y de hecho pueden haber favorecido) la
capacidad del sexo de producir intimidad y cuidado por el otro. Lo que
afirmamos aquí es que el espacio de la cultura sexual se ha atiborrado
detestablemente al preservar una metacultura normal. Cuando Biddy Martin
nos llama a reconocernos como "gente común" para tranquilizar ese
"miedo a la normalidad" artificialmente estimulado, su imagen de la
persona promedio parece ser simplemente descriptiva. Pero el hecho de
que sea un promedio también lo vuelve normativo, exactamente en el
sentido que se refería Foucault a la noción de "normalización": no la
imposición de una voluntad extraña, sino una distribución alrededor de
una norma estadísticamente imaginada. Al medir la desviación de la masa,
este engañoso atractivo del promedio sigue siendo heteronormativo.
También puede ser consolador: la expresión del deseo utópico de una
personalidad sin conflictos. Pero este deseo no puede ser satisfecho en
las habituales condiciones de privacidad. La gente siente que el precio
que debe pagar a futuro por la pertenencia social y por una relación es
la identificación con la narrativa de la vida heterosexual; sienten que
son individualmente responsables por la ira, la inestabilidad, la
ambivalencia y los fracasos que experimentan en sus vidas íntimas, al
mismo tiempo que las fracturas de Estados Unidos de hoy en día los
avergüenzan y los sabotean por todas partes. La heterosexualidad implica
tantas prácticas no sexuales, que un mundo en el que este grupo
hegemónico no fuera dominante es, en este momento, inimaginable.
Nosotros tratamos de concebir ese mundo.
Contrapúblicos queer
Para
nosotros la cultura queer significa el proyecto de construir un mundo.
"Mundo", al igual que "público", se diferencia de comunidad o grupo,
porque incluye necesariamente más gente que puede ser identificada, más
espacios que pueden ser localizados, además de puntos de referencia,
maneras de sentir que pueden ser aprendidas como derechos inalienables y
no sólo experimentadas. El mundo queer es un espacio de
entradas, salidas, líneas no sistematizadas de encuentro, horizontes
proyectados, ejemplos tipificadores, rutas alternas, obstrucciones,
geografías ilimitadas.(22)
El construir un mundo, desde las "pláticas obscenas" hasta la
representación mediada por la prensa, es una actividad que se dispersa a
través de registros inconmensurables, por definición irrealizables
como comunidad o identidad. Cada forma cultural, ya sea una novela o un
club nocturno o una conferencia académica, trae consigo un mundo social
virtual, en formas que van desde un repertorio de estilos y géneros
discursivos hasta una metacultura referencial. Una novela como Dancer from the Dance
de Andrew Holleran se basa mucho más en la metacultura referencial que
un club nocturno que sobrevive por su fama de boca en boca y que puede
ser un escenario mayor, puesto que apenas es coherente como escenario. Pero con todo y sus diferencias, ambos permiten que se conforme un contrapúblico queer.
Estamos por la creación de un mundo. Y un primer paso para ello es
reconocer que la cultura queer se forma de maneras distintas a los
públicos oficiales de la cultura, de la opinión y del Estado, o a las
formas privatizadas y normalmente asociadas con la sexualidad. Los queers
y otros insurrectos han luchado largamente, en ocasiones de manera
peligrosa o escandalosa, por cultivar lo que la gente "decente" llamaba
intimidades criminales. Hemos desarrollado relaciones y narrativas que
sólo se reconocen como íntimas dentro de la cultura queer: amigas
(girlfriends), cuates (gal pals), compañeros de cama (fuckbuddies),
hábitos (tricks). La cultura queer ha aprendido no sólo cómo sexualizar
éstas y otras relaciones, sino a utilizarlas como contexto para
testimoniar intensos afectos personales al tiempo que se elabora un
mundo público de pertenencia y transformación. Construir un mundo queer
ha requerido el desarrollo de formas de intimidad que no necesariamente
se relacionan con el espacio doméstico, el parentesco, la relación de
pareja, la propiedad o la nación. Estas intimidades sí se
relacionan, de manera necesaria, con un contrapúblico –un mundo
accesible indefinidamente, consciente de su relación subordinada–. Son
típicas tanto de la inventiva que conlleva la creación del mundo queer como de la fragilidad de ese mundo.
La intimidad atípica parecería menos criminal y menos efímera si, como
sucedía antes, la intimidad normal incluyera figuras que van desde los
consortes hasta los cortesanos, los amigos, los socios y los
confabuladores.(23) Junto con el sexo al que
legitima, la intimidad ha sido privatizada; los contextos discursivos
que cifran la verdadera humanidad han sido segregados de los que
representan a ciudadanos, trabajadores o profesionistas.
Esta transformación de las formas culturales de la intimidad se
relaciona tanto con la historia de la esfera pública moderna como con el
moderno discurso de la sexualidad. En La transformación estructural de la esfera pública
Habermas muestra que las formas e instituciones de la intimidad
doméstica han hecho privados a los particulares: miembros de la esfera
pública de la sociedad privada más que del mercado o el Estado. La
intimidad cimentó lo abstracto: la ciudadanía en un sentido de humanidad
universal. En La historia de la sexualidad Foucault describe la
personalización del sexo desde otra dirección: los discursos
confesionales y expertos de la sociedad civil postulan continuamente una
esencia personal interna, haciendo equivaler esta auténtica
personificación con el sexo, y rodeando al sexo con dramas secretos y
revelaciones. Aquí hay una instructiva convergencia de dos pensadores
que por otra parte parecen describir dos planetas distintos.(24)
Habermas pasa por alto las dimensiones administrativas y normalizadoras
del sexo privatizado en las ciencias sociales, porque busca la norma de
una relación crítica entre el Estado y la sociedad civil. Foucault pasa
por alto la cultura crítica que puede hacer posible la transformación
del sexo y de otras relaciones personales; lo que él quiere mostrar es
cómo la epistemología moderna de la personificación sexual, lejos de
construir públicos sexuales, es una técnica del aislamiento que
identifica a las personas como normales o perversas con el propósito de
tratarlas como un problema médico o administrarlas como individuos. Y
sin embargo, ambos apuntan hacia la forma en que un público hegemónico
se constituyó mediante la privatización del sexo y la sexualización de
los particulares. Ambos identifican las condiciones en las que la
sexualidad parece un distintivo de la subjetividad más que una cultura
pública o contrapúblicamente accesible.
Como la mayor parte de las ideologías, la de la intimidad normal puede
nunca haber funcionado como una descripción precisa de cómo vive
realmente la gente. Desde el principio fue mediada no sólo por una
separación estructural del espacio doméstico y el económico, sino
también por la cultura de la opinión, la correspondencia y las novelas.
Las Confesiones de Rousseau son típicas tanto de la ideología
como de su dependencia en la mediación de lo impreso y de las nuevas
formas híbridas de la narrativa de la vida. Habermas apunta que la
"subjetividad, como núcleo más recóndito de lo privado, siempre ha
estado orientada hacia un público".(25) Y añade que la estructura de esta intimidad incluye una relación fundamen-talmente contradictoria con la economía:
A la autonomía de los propietarios en el mercado correspondía una
autorrepresentación de los seres humanos en la familia. La intimidad de
estos últimos, aparentemente liberada de la represión de la sociedad,
era lo que sellaba la verdad de una autonomía privada ejercida en
competencia. De este modo era una autonomía privada que negaba los
orígenes económicos [...] que proporcionaban a la familia burguesa su
conciencia de sí.(26)
La
relación estructural no es menos normativa por ser imperfecta en la
práctica. Su fuerza reside en impedir el reconocimiento, la memoria, la
elaboración o la institucionalización de todas las intimidades que se
salen de la norma y que la gente vive cotidianamente. La vida afectiva
se derrama sobre la vida laboral y política; la gente tiene importantes
relaciones autoconstitutivas con extraños y conocidos; y tiene
experiencias eróticas, si no sexo, fuera de la relación de pareja. Las
personas obtienen un enorme placer a través de estas intimidades de
frontera. Pero cuando el placer es llamado sexualidad, el derrame del
erotismo en la vida cotidiana parece ser transgresivo, de tal manera que
provoca aversión normal, una espiral higienizante por más que el
consumidor contemporáneo y las culturas de los medios se dirijan
crecientemente hacia el excusado, salpicando los temas de la vida íntima
en los más altos niveles de la cultura nacional.
En la cultura gay masculina, los principales escenarios de intimidad
criminal han sido los fumaderos, las calles, los clubes de sexo y los
parques –un tropismo de los excusados públicos–.(27)
La promiscuidad es tan duramente estigmatizada como falta de intimidad
que con frecuencia se le califica de anónima, se usen nombres o no. Una
de las lecciones del sida más comúnmente olvidadas es que la intimidad
promiscua se transformó en un recurso público para salvar vidas.
Librados de sí mismos por los expertos, los homosexuales inventaron el
sexo seguro, y como Douglas Crimp escribió en 1987:
Fuimos capaces de inventar el sexo seguro porque siempre hemos sabido
que el sexo no se limita, con o sin epidemia, a la penetración. Nuestra
promiscuidad nos enseñó muchas cosas, no sólo acerca de los placeres del
sexo, sino sobre la gran diversidad de esos placeres. Esa preparación
psíquica, esa experimentación, ese trabajo consciente en nuestra
sexualidad es lo que ha permitido que muchos de nosotros cambiemos
nuestras conductas sexuales –algo a lo que brutales "terapias
conductistas" intentaron forzarnos sin éxito durante más de un siglo– de
manera súbita y dramática [...] Los que pretenden que la promiscuidad
homosexual masculina es tan sólo compulsión sexual resultado del miedo a
la intimidad, ahora se topan con evidencias muy claras en contra de sus
prejuicios [...] La promiscuidad homosexual masculina debe ser vista
más bien como un modelo positivo de cómo los placeres sexuales podrían
ser buscados y alcanzados por todos si no estuvieran confinados a los
estrechos límites de la sexualidad institucionalizada.(28)
El
sida es un caso especial, y este modelo de cultura sexual ha sido
típicamente masculino. Pero la práctica sexual es solamente un tipo de
contraintimidad. Es más importante el indispensable conocimiento
práctico que permite que esas relaciones se validen como íntimas, que no
sean un escape vacío o una transgresión, sino un lenguaje común de
autocultivo, un conocimiento compartido y un intercambio de
introspecciones.
La cultura queer
ha visto que es necesario desarrollar este conocimiento en espacios de
cultura juvenil, música, baile, desfiles, exhibiciones y ligues, lugares
que son posibles por su movilidad, pero en los cuales también es
difícil reconocer la construcción de un mundo a causa de su fragilidad y
fugacidad. Estas expresiones se trivializan paradigmáticamente como un
"estilo de vida". Pero entenderlas tan sólo como expresiones personales o
demandas de reconocimiento sería dejar de reconocer las condiciones
materiales desiguales por medio de las cuales las instituciones de
reproducción social se conectan con las formas de la heterocultura.(29) Los contextos de la construcción del mundo queer dependen de elaboraciones parasitarias y fugitivas a través del chisme, los salones de baile, las ligas de softball
y los anuncios de sexo telefónico que son de manera creciente el
soporte comercial para la cultura de izquierda mediada por la prensa en
general.(30) Es difícil textualizar lo queer como cultura.
Esto es particularmente cierto con respecto a la cultura íntima. Las
formas de intimidad heteronormativas se sustentan, como hemos subrayado,
no sólo en discursos referenciales abiertos como tramas amorosas y
sentimentalmente, sino también de manera material en el matrimonio y en
la ley familiar, en la arquitectura de lo doméstico y en la zonificación
del trabajo y de la política. La cultura queer no cuenta
prácticamente con una matriz institucional para sus contraintimidades.
En ausencia del matrimonio y de los rituales que organizan la vida en
torno del casamiento, la improvisación se necesita siempre para el acto
de comprometerse, o para la práctica narrativa de salir juntos, o para
economías aparentemente tan poco económicas como el "antrear". La
heteronormatividad en esas prácticas puede parecer débil e indirecta.
Después de todo, las parejas del mismo sexo han sido capaces de inventar
versiones de esas prácticas. Pero lo han logrado solamente
comprometiéndose con la relación de pareja y con un lenguaje de
significado personal, sin transformar las condiciones materiales e
ideológicas que la intimidad de la historia, la política y de los
diversos públicos. El proyecto queer que imaginamos no sólo busca
eliminar la estigmatización de esas intimidades promedio, o acceder a
la sentimentalidad de la pareja para personas del mismo sexo; tampoco
quiere certificar como propiamente privadas las vidas personales de gays
y lesbianas.(31) Se trata más bien de apoyar
formas de vida afectiva, erótica y personal que son públicas en el
sentido de que son accesibles, disponibles desde la memoria y que se
preservan mediante la actividad colectiva.
Pellizcando y golpeando
La
teoría social queer está relacionada con la sexualidad como una
categoría ineludible de análisis, agitación y refuncionalización. Como
las relaciones de clase, que en este momento son visibles sobre todo en
las personificaciones polarizadas de formas de identidad, la
heteronormatividad es un motor fundamental de organización social en
Estados Unidos, una condición fundacional de relaciones desiguales y de
explotación incluso entre los heterosexuales. Cualquier teoría social
que no contemple esto participa en la reproducción de las mismas.
El proyecto de pensar al sexo públicamente no sólo implica el sexo que
es reprimido o negado. Incluso si la práctica sexual no es el objeto de
estudio de los trabajos queer, está presente en todo momento. Pero,
¿dónde está el pellizcar, golpear, aporrear, babear y frotarse que
podría esperarse –o temerse– en un trabajo sobre sexo? Cerramos con dos
escenas que podrían haber ocurrido el mismo día durante nuestros
vagabundeos por la ciudad.
Una
tarde íbamos con una joven pareja hétero que conocimos, en su
camioneta. Cuidadosamente y después de muchos rodeos, llevaron la
conversación hacia el tema de los vibradores. Ellos son personas cuya
reproductividad gobierna sus vidas, aspiraciones y relaciones con el
dinero y la herencia, mediando sus relaciones con todo y con todos. Pero
la mujer había leído recientemente un artículo en una revista femenina
acerca de los juguetes sexuales y otras formas de erotismo no
reproductivo. Ella y su esposo habían hecho varias compras por
correspondencia y se habían aficionado crecientemente a lo que para la
mayor parte de la gente son prácticas sexuales queer; sus cuerpos
se habían vuelto desordenados y excitantes para ambos. Nos dijeron:
ustedes son los únicos con los que podemos hablar de esto; a nuestros
amigos hétero les pareceríamos perversos. Para no sentirse perversos,
tuvieron que convertirnos a nosotros en una especie de público sexual.
Más tarde, la cuestión de la aversión y la perversión volvió a
presentarse. Estábamos en un bar que casi todas las noches es para
aficionados a la ropa de piel y demás, pero los jueves ofrece un
espectáculo con actos sexuales que se llama "Puerco". Éste incluye
nalgadas, flagelación, rasuradas, marcas de fuego, laceración, amarres,
humillaciones y luchas –ya saben, lo de siempre: aficionados,
practicantes habituales que buscan la gratificación de los demás, algo
así como una conferencia académica. Esa noche se decía por los pasillos
que el espectáculo iba a ser de vómitos eróticos. Sonaba como algo para
hacer perder el apetito y pensamos irnos temprano, pero no lo hicimos
por simple curiosidad: ¿cómo serían las caricias preliminares? Nos
quedaríamos hasta que la cosa se pusiera sucia y luego nos íbamos.
Un muchacho de unos veinte, muy patineto, se acerca a la base del
escenario de una lado de la barra, con bermudas de licra y un collar
para perro. Se sienta relajadamente en una silla para amarres. Su
compañero se acerca y lo toma de la nuca, haciendo que la garganta se
tense hacia el techo. Tras ellos hay diversos recipientes de comida. El
tipo comienza por vertir leche en la garganta del muchacho, luego
comida, después más leche, que escurre por su pecho hasta el piso. Se
establece una dinámica entre ellos que se mantiene en el umbral de la
payasada. El que está sentado se esfuerza por ingerir más de lo que es
capaz. El que está parado ciudad de darle justo lo suficiente para
aumentar su capacidad. De vez en cuando se le ofrece un biberón como
descanso, pero pronto el ritmo se intensifica. El estómago del muchacho
comienza a verse protuberante y a pulsar, casi convulsivamente.
En ese momento nos damos cuenta de que no podemos irnos, de que ni
siquiera podemos apartar la mirada. Nadie puede hacerlo. La multitud
está petrificada por esa escena de intimidad y apertura, control y
abandono, ferocidad y abyección. La gente gime suavemente con
admiración, luego chifla, taconea, grita, animándolos. Se han agrupado
en un grupo íntimo y compacto más cerca del escenario. Finalmente,
mientras el que está de pie inserta dos y luego tres dedos en la
garganta del que está sentado y le ofrece su propio vientre para los
repetidos clímax, nos damos cuenta de que nunca hemos visto una
demostración semejante de confianza y violación. Nos quedamos sin
aliento. Pero como buenos académicos, también tenemos preguntas qué
hacer. Se dijo que el muchacho era hétero. Queremos saber qué significa
eso en este contexto. ¿Cómo descubres que eso es lo que quieres hacer?
¿Cómo encuentras un hombre dominante para hacerlo? ¿Cómo llegas a
hacerlo en un bar para gente encuerada? ¿Dónde más lo haces? ¿Cómo te
sientes con tus nuevos compañeros, estepúblico?
No llegamos a plantear esas preguntas, pero tenemos otras acerca de
esas escenas en las que el sexo parece más sublime que la misma
narración: ni redentor ni transgresivo, ni moral o inmoral, ni hétero ni
homo, ni apegado a ningún eje de legitimación social. El sexo abre una
cuña a la transformación de esas normas sociales que sólo requieren su
inteligibilidad estática o su muerte como una fuente de sentido.(32)
En estos casos, sin embargo, los senderos de la publicidad conducían a
la producción de contextos corporales no heteronormativos. Pretendían
mundos no heteronormativos porque se negaban a pretender que la
privacidad fuera su área; porque eran formas de sociabilidad que
desligaban el dinero y la familia del escenario de la buena vida; porque
hacían que el sexo fuera una consecuencia de mediaciones públicas y
actividades personales colectivas de una manera que buscaban placeres
impredecibles; porque también trataban de formar un contexto de apoyo a
sus prácticas; porque sus gozos no habían sido confrontados con el
pastoreo redentor del sexo, ni con la amnesia obligatoria acerca del
fracaso, la vergüenza y la aversión.(33)
Estamos
acostumbrados a pensar en la sexualidad como una forma de intimidad y
subjetividad, y acabamos de demostrar cuán limitada es esa
representación. Pero la heteronormatividad de la cultura norteamericana
no es algo que pueda ser fácilmente rezonificado o desmentido por actos
de voluntad individuales, o por una subversión imaginada únicamente como
personal en vez de ser contemplada como el cimiento de la formación de
un público, y ni siquiera por los momentos líricos que interrumpen la
hostil narrativa cultural que hemos estado mostrando aquí. Al recordar
el deseo utópico que hay detrás de la vida íntima normal, también
queremos recordar que no estamos casados con ella.
Traducción: Una Pérez Ruiz
© L. Berland/M. Warner. Critical Inquiry, Winter, 1998
Lauren Berland, Michael Warner, "Sexo en público", Fractal n°12, enero-abril, 1999, año 3, volumen IV, pp. 91-120. Lea el artículo completo en este link..
http://www.fractal.com.mx/F12berla.html
|