Por Paloma Gil
Los seres vivos comúnmente nos comunicamos por medio
de los sonidos, es decir, hablando, ladrando, relinchando o lo que
corresponda según la especie o el C.I. del individuo; en ocasiones de la
mímica, como el idioma de gestos o los rituales que emplean algunos
animales para comunicar ciertas situaciones (amor, peligro, etc.), más
raramente con signos, es decir, este caso lo emplean los humanos cuya
capacidad es superior, según dicen, a la del resto de los animales y
unos cuantos animales, que dejan restos tras de sí, por ejemplo, los
osos que arañan la corteza de los árboles para mostrar su tamaño y
marcar el territorio o la consabida marca territorial de los perros,
entre otros tantos.
El ser humano es el único que, de
momento, ha demostrado su capacidad para escribir, aunque esto nos
plantea nuevamente el problema del idioma, ya que cada uno lo hace
siguiendo las enseñanzas de su lengua madre o de su acervo cultural. No
obstante, también se utiliza un código común para marcar ciertas
situaciones, como es el código de circulación, las señales de tráfico,
el signo de peligro con la calavera y las dos tibias cuando algo es
venenoso o incluso los iconos de las etiquetas de la ropa que jamás
nadie comprende, pero que están ahí. El caso es que esto no es una
novedad, me refiero a que si alguien inventó ya el esperanto para
aglutinar idiomas y poder hablar todos el mismo, sin que los hablantes
ingleses se enfaden porque se les quita protagonismo: también está
inventado el código de los signos. Pero no todos los códigos son
compartidos igualmente por todos los actores de la comunicación. Igual
que existen diferentes idiomas y que existen diferentes estratos dentro
del mismo idioma con lenguajes técnicos y exclusivos, también existen
códigos exclusivos.
Centremos la explicación en un
ejemplo que llama la atención. Todo el mundo ha escuchado alguna leyenda
templaria en la que se hace referencia a los símbolos ocultos que ellos
incluían en la escultura y la arquitectura de sus monumentos, como si
de un cartel indicativo se tratase y cuyo mensaje cifrado, sólo estaba
al alcance de unos pocos. Francia es un auténtico mapa para estos
símbolos, tanto templarios como cátaros, como los que podían hacer
simplemente los peregrinos a las afueras de un pueblo para indicar a
futuros huéspedes la hospitalidad u hostilidad de ese lugar. Si uno
quiere hacerse un diccionario iconográfico, la región que rodea Toulouse
es un filón. De hecho, existe una ruta turística que recorre los
castillos cátaros y que te lleva desde Toulouse a Carcasona, pasando por
Albi (sede de los albiguenses o cátaros) y recorriendo casi todo el sur
de Francia. Castillos como el de Montségur o el de Villerouge-Termenès
son pequeños ejemplos.
Y en cuanto a los templarios, los
maestros en el arte de esconder significados dejaron vestigios en
Portugal, España, Israel… pero desde luego en Francia. Por ejemplo,
Figeac, donde se encuentra la famosa encomienda templaria y en tantas
otras capillas, podemos reconocer un signo sencillo: los grifos, seres
mitológicos mitad león, mitad águila, de naturaleza real, por tanto
encomendados como guardianes del oro. Cuentan las leyendas que los
grifos olían el oro y por eso cuando lo encontraban lo custodiaban y
ocultaban de los intrusos. Razón por la que los templarios los colocaban
a las puertas de sus encomiendas. Así sabemos que en las capillas que
hay grifos, probablemente hubo también templarios y hubo oro escondido,
tan bien escondido que aún hoy, los grifos no han permitido que nadie
encuentre ninguno de los presuntos tesoros.
Alrededor de Aveyron hay también
numerosos vestigios templarios. Los templos, se construían con la
intención de albergar al mayor número de peregrinos posible, con lo que
el espacio para comunicarse con sus hermanos, mediante los símbolos
secretos era cada vez mayor. Por ejemplo, los techos, en ellos se
dejaban inscripciones simbólicas para alertar a los hermanos, para
avisarles, para instruirles sobre algo. Inscripciones en un alfabeto
secreto aún desconocido, pero cuyas semejanzas con el alfabeto hebreo
son evidentes. Luego están los signos, basados en la figura de la cruz
de ocho puntas, cuyo significado variaba si tenían verdadera forma de
cruz o si estaban inscritos en un círculo, todos ellos salpicando
piedras y lápidas a lo largo y ancho de la geografía europea, en mayor o
menor medida. La cábala judía es sin duda una fuente de inspiración, no
hay que olvidar que ellos eran los encargados de custodiar el templo de
Jerusalén y poseían encomiendas en el camino como la fortaleza de San
Juan de Acre.
Cabe destacar el trabajo de
Mertzdorffen (1877), quien publicó unos "Estatutos Secretos de la Orden”
muy controvertidos y considerados, en general, falsos, no obstante,
como tampoco se han encontrado los verdaderos y no existe prueba alguna
que confirme nada en definitiva, se puede considerar su trabajo, un
pequeño paso más. Por este motivo, si se quiere ampliar el conocimiento
de este tema, recomiendo la lectura de "Les Templiers” de Gilete
Ziegler, quien afirma lo evidente, la existencia de una regla secreta
compartida por los dirigentes de la Orden y que debió de ser destruida
tras la persecución a la que fueron sometidos.
En cualquier caso, no hay que ser
un experto, tanto en el centro como en el sur de Francia, los conventos,
las iglesias, las catedrales, están repletas de símbolos que, podremos
identificar con un poco de paciencia: cruces celtas, paté, de ocho
puntas, griegas, la de la Orden de Cristo, las patriarcas o la Lignum
crucis, aunque la más representativa es la TAU, que según las
tradiciones cabalísticas representa la Teth hebrea, la novena letra del
alfabeto y el noveno sefirá (yesod): la fundación, porque nueve fueron
los fundadores de la orden y Teth se asocia a la serpiente que rige la
sabiduría, el misterio y el fabuloso color rojo que adorna la mayoría de
sus cruces. Otros símbolos menos religiosos, pero igualmente templarios
son la concha, la pata de la oca (¿alguien conoce el juego de la oca?
Tiene un oscuro origen que lo enmarca también como código secreto y que
seguramente, en su inicio tubo un significado real), el báculo, que en
realidad podía ser un bastón o la propia Tau, que recuerda el báculo de
Moisés…
Símbolos y más símbolos. Esta es la
forma que idearon estos grupos religiosos y no tan religiosos para
dejar su huella en la Historia y continuar comunicándose con nosotros
aún hoy, cuando llevan ya desaparecidos años y años. Simbología oculta,
que, como los códigos de los jeroglíficos egipcios, poco a poco se
desvela y nos acerca más a un conocimiento que, por oculto, nos fascina.
http://www.razonypalabra.org.mx/espejo/2009/jun1.html
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