Domingo Mestre Pérez
Hasta el momento habíamos visto estorbada, de continuo, nuestra
valoración de las técnicas de la performance por el hecho
de no ser éstas privativas de la misma aunque, sin embargo, parecía
depender de ellas toda su esencia dado que, suprimiéndolas por medio
de la reducción, desaparecerían tanto la experiencia estética
como el carácter mismo de la acción. Mas, observamos ahora,
que lo que hemos descrito como técnicas de la performance, y en
cierto sentido tendremos que seguir denominando así, son más
bien las fuentes de las que la acción extrae el interés.
No podremos, por tanto, extrañarnos de que en adelante otros
procedimientos encaminados al mismo fin extraigan provecho de las mismas
fuentes. En cambio, la técnica peculiar y exclusiva de la performance
se hallaría en su procedimiento para proteger el empleo de estos
medios contra las exigencias de la crítica, hasta el punto que podría
motivar la completa desaparición de la misma.
De este procedimiento no podemos decir, por ahora, casi nada con
carácter
general; la peculiar elaboración de la performance se manifiesta,
como ya hemos indicado con anterioridad, en la selección de aquel
material verbal y aquellas situaciones intelectuales que permiten al
antiguo
juego, con palabras imágenes e ideas, soportar victoriosamente el
examen de la crítica. Para este fin tienen que ser aprovechadas
con máxima habilidad todas las peculiaridades del tesoro comunicacional
y todas las constelaciones de la conexión ideológica. Quizá
nos hallemos más adelante en situación de caracterizar la
elaboración de la performance por medio de una determinada propiedad;
mas, por lo pronto, tenemos que dejar inexplicado cómo se realiza
la selección necesaria al propio procedimiento. La tendencia y la
función de la performance, consistentes en proteger de la crítica
las conexiones verbales, visuales e ideológicas productoras de la
experiencia estética, se muestran ya en la chanza, que hemos visto,
como sus más esenciales características. Desde el principio
su función es la de suprimir coerciones internas y alumbrar las
fuentes que las mismas habrían cegado. Más adelante veremos
cómo permanece fiel a este carácter a través de todo
su desarrollo.
Nos hallamos ahora en situación de fijar el factor del "sentido
en el sin sentido" al que los artistas conceden una gran importancia
para
la caracterización de la performance y para la explicación
de su efecto, llamémosle de placer, cuando acontece en su justa
situación. Los dos puntos fijos de la condicionalidad de la performance,
su tendencia a continuar el juego productor del goce estético y
su esfuerzo en protegerlo de la critica de la razón, aclaran, sin
necesidad de más amplias explicaciones, por qué la performance
aislada, cuando se nos muestra disparatada desde un punto de vista,
tiene,
desde otro, que parecernos sensata o, por lo menos, admisible.
A la elaboración de la performance corresponde lograr este
efecto;
allí donde no lo consigue, será rechazada aquella como un
desatino. Mas no tenemos necesidad de derivar el goce estético de
la pugna de las sensaciones que surgen del sentido y, al mismo tiempo,
de la carencia de significado de la misma, sea directamente, sea por el
camino del "desconcierto y esclarecimiento". Tampoco nos vemos
precisados
a aproximarnos más al problema de cómo puede surgir el goce,
de la alternativa de tener por disparatado y reconocer, a la vez, como
sensato todo aquello que rodea a la performance. La psicogénesis
del fenómeno gregario mismo nos ha enseñado que el placer
del ritual procede, siempre, bien del juego rítmico con las palabras
y los gestos o bien del desencadenamiento del desatino y que su sentido
se halla destinado exclusivamente a proteger este placer contra su
supresión
por la critica.
Con esto habríamos explicado a partir de nuestra "chanza"; previa
el esencial carácter de la performance. Podremos, por tanto, dirigir
ahora nuestra atención al subsiguiente desarrollo de la misma hasta
culminar en lo que hemos dado en llamar la performance tendenciosa. Las
"chanzas" de este tipo colocan aún en primer término la tendencia
a agradarnos y se contentan con que su expresión no nos parezca
desatinada o falsa de todo contenido. Cuando esta misma expresión
se muestra plena de sentido o de valor se transforma la chanza en
acción.
Un pensamiento que hubiera sido digno de todo nuestro interés, aun
expresado en la forma más sencilla, aparece revestido de una forma
que tiene que despertar, por si misma, nuestro interés, haciéndonos
pensar, además, que una tal coincidencia no ha surgido, ciertamente,
sin propósito determinado.
Impulsados por esta idea, nos esforzamos en adivinar las
intenciones
en que la formación de la performance se basa. Una observación
que antes hicimos como de pasada nos servirá ahora de guía:
hemos advertido antes que una buena performance nos produce un poderoso
efecto de conjunto en el que no podemos distinguir qué parte del
goce se debe a la forma de la presentación y qué otra al
excelente contenido ideológico.
Constantemente nos equivocamos en esta valoración, sobrestimando
unas veces la bondad de la acción, a consecuencia de nuestra admiración
por el pensamiento en él contenido y otras el valor de tal pensamiento
impulsados por el placer que el revestimiento artístico nos proporciona.
No sabemos que es lo que nos causa placer ni de qué estamos gozando.
Esta inseguridad de nuestro juicio puede quizá haber proporcionado
el motivo para la formación de lo que estrictamente se entiende
por arte de acción. El pensamiento busca el ropaje artístico
porque por medio del mismo se recomienda a nuestra atención y puede
parecernos más importante y valioso pero, ante todo, porque tales
vestiduras sobornan y confunden a nuestra propia crítica. Nos inclinamos
a atribuir al pensamiento la complacencia que la forma artística
nos ha producido y tendemos a no hallar equivocado lo que nos ha causado
placer, para no cegar de este modo una fuente del mismo. Si la
performance
nos hace reír, queda establecida en nosotros una disposición
desfavorable a la crítica pues se nos impone desde el exterior aquel
estado de ánimo que antes se satisfacía con el juego y que
la performance se ha esforzado en sustituir por todos los medios.
Aunque, anteriormente, hemos establecido que tales acciones
debían
denominarse inocentes, esto es, no tendenciosas, nos vemos ahora
obligados
a reconocer que, en sentido estricto, sólo la auténtica chanza
carece de toda tendencia, no obedeciendo a otra intención que a
la de crear placer. La performance aunque el pensamiento que contenga
carezca de todo propósito y sirva, por tanto, únicamente
a un interés intelectual teórico no carece nunca de
tendencia, pues persigue una segunda intención: la de mejorar el
pensamiento, fortificándolo, y asegurarlo así contra los
embates de la crítica. De este modo exterioriza la performance
su naturaleza primitiva, colocándose enfrente de un poder limitado
y coercitivo por naturaleza: el juicio critico.
Esta primera utilidad de la experiencia perfomática, que va más
allá de la producción del mero goce estético, señala
el camino a sus demás funciones y, con ello, queda ya reconocida
como un factor de poder sociológico cuya intervención, al
menos teóricamente, puede ser decisiva. Los grandes instintos y
tendencias de la vida anímica la toman a su servicio para alcanzar
sus fines. De ahí que la simple acción, primitivamente exenta
de tendencias y que comenzó a presentarse en público como
juego, entra, secundariamente, en relación con tendencias a las
que, en definitiva, nada de lo que se constituye en la vida anímica
puede escapar. Hoy sabemos ya, perfectamente, lo que puede rendir cuando
es puesta al servicio de las tendencias desnudadoras, hostil, cínica
y escéptica.
En el acto obsceno, incluido en lo que me atrevería a llamar
la performance "verde"; se reconvierte con facilidad a aquellas terceras
personas que constituían un estorbo en la situación sexual
primitiva en un aliado ante el que los hombres y las mujeres de orden
tiene
que avergonzarse.
Por otra parte, la tendencia agresiva transforma por igual medio
al
espectador, imparcial al principio, en un secuaz de su odio o su
desprecio
y hace surgir contra el enemigo un poderoso ejército allí
donde antes no existía sino un solo combatiente. En el primer caso,
domina la coerción del pudor y de la decencia por medio de la prima
de placer que ofrece; en el segundo, elude de nuevo e1 juicio critico,
que sin él hubiese examinado el caso discutido. En los casos tercero
y cuarto, al servicio de la tendencia cínica y escéptica,
destruye la situación, fortificando el argumento aducido y constituyendo
un nuevo modo de ataque el respeto a instituciones y verdades admitidas
por el espectador. Allí donde el argumento intenta atraer la crítica
de aquél, tiende la performance a evitarlo, aunque sea dándole
de lado. Desde un punto de vista objetivo no cabe duda de que la
performance
ha escogido, con ello, el camino más eficaz psicológicamente.
En esta revisión de la función de la performance tendenciosa
hemos hallado, en primer término, algo muy fácil de observar:
el efecto de la acción en aquellos que la presencian. Pero mucho
más importantes para la inteligencia de estos problemas son las
funciones que la propia performance lleva a cabo en la vida anímica
de aquel que la presenta, o dicho con mayor precisión, de aquél
a quien se le ocurrió la idea. Por lo pronto, manifestaremos nuestra
sospecha de que el proceso estimulado por la performance en el
espectador
reproduce, en la mayoría de los casos, el que antes ha tenido lugar
en el autor. Al obstáculo exterior que ha de ser vencido en el primero,
corresponde en este último un obstáculo interno que, como
mínimo, será la representación coercitiva del obstáculo
externo que ha de vencer. En algunos casos, el obstáculo interno
que es vencido por la acción de cariz tendencioso resulta evidente.
Así, aunque no quiero dar nombres, me imagino que en el trabajo
de algunos artistas españoles tenemos que suponer que ellos no se
limitan a proporcionar al espectador el placer de la agresión injuriosa,
sino que, ante todo, facilitan al público la producción de
dichas injurias, constituyendo la participación el único
camino por el que le es posible exteriorizarlas.
Entre las especies de la coerción o cohibición interna
existe una especialmente digna de nuestro interés, por ser la de
mayor amplitud. Es ésta la que conocemos con el nombre de "represión",
y se caracteriza por sus perniciosos efectos, consistentes en excluir de
la conciencia los sentimientos que caen bajo su influjo, con todos sus
derivados y ramificaciones. Ya veremos, más adelante, cómo
la performance tendenciosa consigue extraer placer (y algo parecido a la
fruición estética) incluso de estas fuentes sometidas a la
represión. Si, como antes indicamos, es posible referir de este
modo el vencimiento de obstáculos exteriores al de coerciones y
represiones interiores, podremos decir que la performance tendenciosa
demuestra
más claramente que ningún otro de los grados evolutivos de
la práctica artística el carácter esencial de la elaboración
del mismo, constituido por el hecho mismo de poner en libertad
condicional
desconocidas magnitudes de placer por medio de la remoción de las
coerciones. Así pues, no hay término medio; la performance
tendenciosa fortifica las tendencias a cuyo servicio se coloca,
aportándoles
auxilios procedentes de sentimientos reprimidos o bien entra
abiertamente
al servicio de tendencias reprimidas.
Por ello, podemos admitir sin dificultad que éstas son las
funciones
de la performance tendenciosa; pero, al hacerlo, reflexionamos que no
hemos
llegado aún a comprender en qué forma le es posible, al artista,
llevarlas a cabo. Toda la fuerza de estas acciones se halla en el placer
que extraen del juego conceptual y de la liberación del disparate
y, si hemos de juzgar por la impresión que hemos recibido de las
chanzas desprovistas de tendencia, no podemos atribuir a esta sensación
tan considerable magnitud que nos sea dable suponerle poder suficiente
para remover arraigados obstáculos e intensas represiones. Pero
lo que realmente sucede, en este punto concreto, es que no se trata de
la sencilla actuación de una fuerza, sino de un complicado sistema
de fuerzas combinadas. En lugar de exponer aquí el largo rodeo,
por el que he llegado al conocimiento de esta circunstancia, trataré
de representarla por un corto camino sintético.
(A continuación, con una graciosa finta combinada,
lanzamos mesa y silla sobre el público a modo de conclusión
del ensayo)
Fe de erratas.
Tomado de: http://aleph-arts.org/pens/index.htm
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