por Rodrigo Alonso
Performance by Claudia Vicuña "Lo que puede un cuerpo” (2011)
Teatralidad y performatividad
En un texto hoy famoso publicado en 1967, el crítico norteamericano Michael Fried (1)
alertó sobre un cambio radical que venía produciéndose en el campo de
la escultura, y que amenazaba con contaminar al resto de las
producciones artísticas. Reflexionando sobre los objetos minimalistas,
el teórico advertía el progresivo abandono de la auto-referencialidad
propia de la obra de arte moderna, en favor de un nuevo producto
ambiguo, mundano y temporal, caracterizado por su flagrante
teatralidad. La experiencia desinteresada e intemporal de la tradición
estética era reemplazada de esta forma por una cualidad ordinaria,
peligrosamente próxima al espectador, incapaz de conducirlo hacia el
sentir trascendente. En cambio, lo perpetuaba en su estado terrenal,
negándole la elevación estética construida a lo largo de los siglos.
Los artistas minimalistas fueron los primeros en aplaudir las
palabras del crítico. Su objetivo era, justamente, exceder los límites
del campo artístico aproximando la experiencia estética a la vida
cotidiana. Sin ser los primeros ni los últimos en lograrlo, propiciaron
un arte que interpelaba directamente al espectador, que lo hacía
consciente de su lugar en el mundo, que no pretendía abstraerlo de su
entorno sino, al contrario, afirmarlo en él.
Desde entonces, la teatralidad ha sido una de las características
más relevantes del arte contemporáneo. Receloso de la mímesis, la
autonomía y la representación, su práctica involucra con frecuencia una
multiplicidad de referencias culturales, políticas y sociales, que
apelan tanto a la emoción como a la reflexión, a la sensorialidad como a
la mirada analítica. No es casual que bajo su égida se desarrollen la
performance y las diferentes variantes del arte de acción, como así
también, las propuestas participativas, relacionales e interactivas.
Esta cualidad y este contexto nos permiten, asimismo, comprender
algunos lineamientos del video-arte, una producción que surge de manera
simultánea y que se enrola definitivamente en esta corriente.
A diferencia del cine –su pariente cercano– el videoarte ha
rechazado siempre la verosimilitud narrativa y la impresión de realidad (2)
que otorga al universo ficcional de la pantalla, una autonomía y una
lógica propias. Esos dispositivos discursivos, que están en la base de
la diégesis cinematográfica, de sus relatos y de sus géneros,
construyen un mundo independiente, cerrado, que torna al público en
espectador de un espectáculo que se desenvuelve ante sus ojos. El cine
ha triunfado en la construcción de sueños y fantasías, en la
elaboración de historias de ficción, e incluso en el desarrollo de una
línea documental donde el espectador puede ver reflejada su realidad y
su tiempo. Pero su estructura se basa en la creación de un
espacio-otro, un sitio donde todo sucede más allá del observador, según
esquemas narrativos que lo aíslan de su contexto inmediato
trasladándolo al terreno de la ilusión.
El videoarte, en cambio, ha buscado con frecuencia romper la
barrera de la pantalla y plantear el espacio electrónico como una
continuidad del entorno del espectador. En esto se nota la influencia
de los artistas de la performance, que se aproximaron al medio con sumo
interés cuando éste era todavía muy joven. Para esos creadores, el
vídeo compartía con la performance cierta inmediatez de la que el cine
carecía. La posibilidad del ver rápidamente, e incluso de manera
simultánea (mediante un circuito cerrado de televisión) lo que se
registraba en su cinta, hizo que aquél se utilizara con frecuencia en
la documentación de acciones, que luego fueron pensadas para su
realización exclusiva para la cámara, dando lugar a lo que se conoce hoy
como video-performance. (3)
El reemplazo del espectador por la cámara en el registro de las
acciones hizo que los artistas se relacionaran con ésta como si se
dirigieran a aquél. En los vídeos resultantes se nota la construcción
de un espectador implícito al que se apela de manera más o menos
consciente. El artista norteamericano Vito Acconci (4) es, quizás, quien mejor lo pone en evidencia. En algunas de sus cintas, como Theme Song (1973) (5),
el público es convocado literalmente a introducirse en el espacio
electrónico, despreciando el límite impuesto por la pantalla del
monitor televisivo.
En sus vídeos y videoperformances aparece otro elemento clave
para la producción de esa continuidad entre el espacio electrónico y el
lugar del espectador: la frontalidad. Esta actitud que el cine evita
por considerarla disruptiva para la construcción de la ficción fílmica (6),
aparece con frecuencia en el vídeo, principalmente en el que esgrime
algún carácter performativo. Enfrentado a la cámara, el performer busca
involucrar emocional y psicológicamente al público, aspira a disminuir
la distancia entre ambos actuando como si no hubiera una separación
entre el espacio dentro y fuera de la pantalla. Desde ya, ésto no
elimina el límite real entre ambos mundos; más bien, al contrario, lo
hace explícito, promoviendo una reflexión sobre la imagen, el ámbito
expositivo, el lugar del espectador y el acto de la recepción.
Escenarios
El arte contemporáneo tiene una predilección especial por las
situaciones performáticas. Pensadas a veces como expresión o
manifestación, y otras como intervención en sitios específicos, su
presencia recurrente constituye una de las vías por la que se introduce
la teatralidad en la producción artística actual.
El videoarte da cuenta de este hecho. En los años recientes, la
experimentación con el lenguaje y el soporte electrónico dio paso a
propuestas menos preocupadas por la investigación formal y cada vez más
orientadas al desarrollo conceptual. A esto ha contribuido el cruce de
la video-creación con las artes visuales, que produjo mudanzas y
renovaciones tanto para aquélla como para éstas. Integrado a la batería
de medios de los artistas contemporáneos, el vídeo ha adoptado
naturalmente este resurgimiento de la acción, aportando su creciente
desarrollo tecnológico y su familiaridad con el público.
Pero en este último tiempo, la relación del espectador con las
acciones que el vídeo vehicula ha cambiado notablemente. Los performers
que se aproximaron al medio en la década de 1970 otorgaban cierto
carácter ritual a sus trabajos, un atributo que los transformaba en
manifestaciones únicas que debían atesorarse. El espectador era llamado
a ser testigo de esa acción, a presenciar un acto que se entregaba a
sus ojos como la expresión de un fenómeno singular e irrepetible.
En cambio, el videoarte actual se presenta más bien como un espectáculo (7)
–de ahí también su íntima afinidad con la teatralidad. El público es
convocado, seducido e interpelado por él, una y otra vez. Cuando se
presenta como vídeo instalación, la repetición constante de la cinta
rompe toda singularidad para aproximarlo al recurrente mundo de las
imágenes mediáticas. La intimidad que procuraba el performer de los
setenta se vuelve aquí exterioridad pura. Importan los efectos, el
estímulo visual pero también el intelectual. La atención se sostiene en
una tensión que es a la vez narrativa y conceptual. Se espera que el
espectador construya el sentido o lo deduzca de la (frecuentemente
escasa) información que el medio electrónico provee. Se apela a su
actividad como contra-cara de la que se desarrolla en la pieza.
A diferencia también de la video-performance histórica,
desarrollada por lo general en un ámbito cerrado, las acciones
construidas para el vídeo hoy despliegan un espectro más amplio de la
puesta en escena. Cuando se realizan en un estudio, hay una
construcción muy cuidada del espacio, un cierto grado de sofisticación.
Difícilmente se percibe ese aire de espontaneidad o ensayo, palpable
en los vídeos de Bruce Nauman (8) o Marina Abramovic (9);
cuando aparece, suele tratarse de una referencia o un recurso
manierista. El ojo del futuro espectador parece mucho más determinante
en la producción contemporánea; en él se prolongan la institución arte y
su circuito. Ya no observador sino voyeur, ese ojo obtiene exactamente lo que busca: un espectáculo construido a la medida de su sed escópica. (10)
Entre los escenarios preferidos por los artistas, el espacio
público cobra cada vez mayor importancia. Dotado de resonancias
políticas, sociales y culturales intrínsecas, su intervención reactiva,
por lo general, los relatos ocultos y los conflictos latentes, para
poner de manifiesto la delicada trama relacional de la vida
comunitaria. Allí se concentra la historia y eventualmente se conjura
un trauma. Allí conviven el pasado y el presente, la realidad y los
anhelos, las apariencias y las dinámicas profundas.
La utilización del espacio público por parte de los artistas
contemporáneos sigue unos objetivos muy diferentes a los establecidos
por la tradición (11).
Históricamente, el arte público estuvo destinado a embellecer la
ciudad, a dotarla de objetos e imágenes relevantes, a disimular los
conflictos en narrativas heroicas, coherentes e integradoras. Su
instauración tenía una funcionalidad clara: suturar las heridas del
pasado con un relato intemporal y universal capaz de trascender las
tensiones operantes en la vida cotidiana de la urbe.
Durante décadas los artistas contribuyeron a esa pacificación
aparente con sus obras. Pero los artistas contemporáneos reniegan de ese
legado, presentando el espacio público como un terreno de luchas
incesantes, de valores encontrados, de conflictos sin solución, donde
la vida de la gente es atravesada una y otra vez por los intereses del
Estado, las diferencias ideológicas y el capital, que impiden todo
estado de felicidad definitiva. En la explicitación de este entramado
problemático a través de los medios estéticos, los artistas han
encontrado un nuevo sentido para su práctica, una vía que potencia el
carácter reflexivo de la producción artística, dotándola de propiedades
semánticas que permiten una aproximación singular al mundo y su
devenir.
Esta operación sobre la realidad y sus múltiples sustratos, en la
medida en que sólo persigue una intervención simbólica, se dirige al
espacio público transformado en escenario. Aunque esté conformada por
acciones reales ejecutadas sobre sitios reales, su poder reflexivo y
evocativo sólo adquiere todo su sentido en el nivel del discurso
poético. A diferencia de los artistas modernos, los contemporáneos no
pretenden cambiar el mundo pero sí sugieren formas de repensarlo y,
quizás, transformarlo (12).
Su trabajo se enrola en lo que podríamos denominar como una poética de
lo posible, la construcción de alternativas imaginarias a las
condiciones de existencia actuales que permiten conjeturar realidades y
vidas optativas.
Estética y documento
Como medio flexible, fluido, contemporáneo, el vídeo se halla en
los espacios más públicos pero también en los cotidianos, incluso en la
intimidad. A diferencia del cine, que ha sido concebido desde sus
orígenes como una atracción popular y colectiva y prácticamente no ha
abandonado ese camino, el vídeo ha mutado en numerosas formas que lo
han llevado a transitar por los sitios más dispares, del vídeo musical
al de alquiler, del videoarte a la publicidad, de las
video-instalaciones al videohome.
Esa versatilidad para multiplicar sus apariciones y formas de
circulación lo ha hecho – finalmente– popular. Si en principio parecía
un medio destinado a circunscribirse al ámbito televisivo, la aparición
de las primeras cámaras portátiles a mediados de 1960 demostró que su
destino no estaba allí, sino del lado de la vida misma.
Es revelador que tanto el videoarte como el vídeo hogareño nacen
al mismo tiempo y como consecuencia de ese hecho. Durante algunos años,
ambos compartieron también ciertos objetivos y cierta estética:
siguieron la vía del documento –las acciones de los performers, la vida
familiar– y se refugiaron en entornos limitados y en alguna medida
íntimos –el estudio del artista, la galería de arte, la cotidianidad.
No obstante, su rumbo estaba destinado a ser dispar. El videoarte
tomó rápidamente la dirección de la experimentación formal para
internarse en las posibilidades estéticas del medio electrónico,
buscando la clave de su especificidad. Años más tarde incursionó en la
formulación conceptual para orientarse, en una de sus vertientes más
transitadas en la actualidad, hacia la exploración de la realidad y sus
procesos, recuperando la capacidad de registro del soporte
audiovisual. Este proceder se observa tanto en la captación directa de
la realidad como en sus reconstrucciones y en las propuestas
performáticas; en todos estos casos el vídeo recupera su estatuto de
vehículo mediador y documento medial.
El vídeo hogareño, por su parte, tomó preferentemente la vía del
recuerdo. Su función es más bien utilitaria. Como la fotografía,
permite atesorar los momentos y capturar los acontecimientos que
conformarán la historia personal o familiar, con la ventaja de incluir
el tiempo que la fotografía neutraliza. Sin embargo, el videohome
también ha configurado una estética, quizás una de las más
reconocibles. En algún punto, todos los vídeos hogareños se parecen y
eso, en definitiva, es lo que asegura su comunicabilidad y su valor
social, lo que trasciende el hecho específico registrado para construir
una semblanza comunitaria, histórica y acaso universal.
Frente a la homogeneidad que el vídeo –y los medios en su
conjunto– adquiere a través de su uso social cada vez más generalizado,
el videoarte mantiene una singularidad radical. Pero esa singularidad
no está dada por sus propiedades estéticas, como se pensaba en los
tiempos de las exploraciones formales –de hecho, la mayoría de los
vídeos realizados durante ese período terminaron pareciéndose mucho,
por la utilización de los procedimientos y efectos estándares
inscriptos en una tecnología que se estabilizó con rapidez–. Más bien,
podríamos decir que la singularidad del videoarte contemporáneo
descansa en gran medida en la particularidad de las realidades y los
acontecimientos a los que dirige su mirada. Dicho rápidamente, es una
singularidad situacionista (13),
fundada en el acercamiento personal a unos hechos y circunstancias
situados histórica, social, política y culturalmente de manera única.
De la confluencia de la mirada artística con el registro de esos
eventos surge el modo de producción característico de una buena parte
del videoarte reciente.
Esta vertiente otorga una importancia especial al uso del vídeo
como documento: documento de una realidad, de una acción, de una
intervención, de un proceso. Es curioso que en momentos donde la
omnipresente manipulación de los medios pone en cuestión todo valor
documental, los artistas se vuelquen con insistencia a esa actividad.
Sin embargo, esa curiosidad no es tal, porque en manos de los artistas
el registro documental ha dejado de ser un procedimiento inocente. Su
uso no busca reflejar una realidad que se sabe atravesada por múltiples
intereses y distorsiones, ni ignora que el registro mismo, por más
desinteresado que pretenda ser, constituye una injerencia sobre su
objeto. En el videoarte, la inscripción documental registra las
intervenciones del artista sobre su contexto, su perspectiva, su mirada
particular, su forma de aproximarse a los espacios, hechos y personas
con los que interactúa o va a interactuar, su posicionamiento crítico.
No registra ni una observación objetiva ni una subjetividad, sino el
resultado de un accionar concreto sobre el entorno o acontecimiento que
se busca analizar.
Una inspección rápida de los "documentos” del videoarte
contemporáneo es suficiente para advertir que lo que el artista expone
se manifiesta más allá de lo que podemos ver. A veces es necesario,
incluso, recurrir a información accesoria que nos permita comprender
aquello que estamos observando. Una pieza como Returning a Sound (2004), de Jeniffer Allora y Guillermo Calzadilla (14),
puede servir como ejemplo. El vídeo muestra a una persona que recorre
un territorio en una motocicleta que tiene adosada una trompeta a su
caño de escape; el dispositivo produce un sonido que acompaña al
viajante a lo largo de todo su recorrido. El sentido de la acción es
prácticamente incomprensible sin algunos datos adicionales. La travesía
se lleva a cabo en la isla de Vieques, Puerto Rico, un sitio que las
fuerzas armadas de los Estados Unidos utilizaban para la realización de
pruebas militares desde la década de 1940. En 2003, los ciudadanos
locales lograron que esas pruebas cesaran y que los marines se
retiraran. La intervención de Allora y Calzadilla es, de esta manera,
una especie de sinfonía triunfal, una operación que celebra la
reapropiación del territorio a través de una acción poética, de
marcadas resonancias políticas y simbólicas. Aunque desde un punto de
vista descriptivo es la mera documentación de esa acción, desde la
perspectiva conceptual desde la que está construida la pieza, el
registro es apenas un elemento evocador de una operación que excede las
posibilidades del documento.
Políticas de lo visible. Dar a ver
Si algo caracteriza a las prácticas artísticas contemporáneas es
su creciente conciencia sobre la mediación de los soportes y
dispositivos que las vehiculan. Esto ha llevado a los artistas a
formular diferentes estrategias para la confección de sus piezas, la
negociación del sentido, la modulación de lo visible y lo no evidente,
de la percepción y lo que puede escapársele. Para algunos realizadores,
no se trata sólo de mostrar sino de dar a ver. Así, el videoarte ya no
busca únicamente inscribir un referente sino, más bien, aspira a
ponerlo a consideración y someterlo a examen, activando la mirada
analítica y crítica del observador.
La obra Oríllese a la orilla (2000) (15), de Yoshua Okón (16),
presenta esta tensión entre lo visible y lo que se da a ver de una
manera particular. La pieza muestra a policías desenfadados realizando
acciones groseras, perdiendo la compostura ante la provocación del
artista, cruzando los límites de su presencia institucional en actos
claramente exhibicionistas. La cámara capta la actuación de los
agentes, los exhibe tal como ellos mismos se muestran en la medida en
que son conscientes del registro. Pero el artista da a ver una realidad
mucho más profunda, pone en evidencia el desmoronamiento de la
autoridad civil en el marco de un sistema social en franca crisis de
sus instituciones.
La dialéctica visible/invisible, decible/indecible,
perceptible/imperceptible constituye uno de los tópicos del pensamiento
del filósofo argelino Jacques Rancière (17). En su libro Le partage du sensible. Esthétique et politique,
el pensador postula el fundamento estético de la política, sosteniendo
que ésta se caracteriza por delinear regímenes de visibilidad y
decibilidad. En sus propias palabras, "Es una delimitación de tiempos y
espacios, de lo visible y lo invisible, de la palabra y el ruido, lo
que define, a la vez, el lugar y el dilema de la política como forma de
experiencia" (18).
Consecuentemente, toda práctica artística, en la medida en que actúa
sobre el terreno de lo visible o lo decible, sobre los espacios y los
tiempos del decir, ver u oír, posee un efecto político necesario.
En el desmontaje de la representación y la relativización del
documento, en el cuestionamiento de sus criterios de realidad y verdad, y
en la puesta en duda de todo aquello que se fundamenta en ellos, las
obras de los artistas contemporáneos formulan una crítica que no se
limita al campo estético, sino que se propone como comentario social,
político y cultural en sentido amplio. No es en los "contenidos" sino
en esa precisa articulación de lo visible y lo sugerido, lo evidente y
lo latente, donde descansa la máxima potencialidad política de estas
prácticas.
Una potencialidad, por otra parte, que depende de un régimen de
lectura muy preciso, que solicita un esfuerzo de compromiso,
interpretación y comprensión. La supuesta hermeticidad del arte
contemporáneo no es inferior a la del mundo en el que vivimos. En todo
caso, los artistas no hacen más que ponerla de manifiesto, llamando la
atención sobre la complejidad del contexto sociocultural y sobre la
necesidad de trascender el mundo de las apariencias e involucrarse
activamente en el de los hechos y situaciones concretas que nos rodea.
Espacios protegidos
A primera vista, parece contradictorio que estos artistas
interesados en el contexto socio-político y en intervenir activamente en
los procesos vitales, exhiban el resultado de su práctica en los
"espacios protegidos” (19)
de las galerías de arte y los museos. Sin embargo, esa contradicción
no es tal porque, como señalamos anteriormente, su operación sobre la
realidad no siempre tiene por fin una transformación efectiva –como
pretendería un militante político– sino que, con frecuencia, propone un
replanteamiento simbólico que permita pensarla de otra manera. El
trabajo del artista es poético incluso cuando está animado por
objetivos políticos concretos, y todavía los espacios artísticos
promueven la reflexión y el debate estético sobre su labor. Aun cuando
existen creadores cada vez más interesados en trascender esos espacios
para evitar la sobre-determinación artística que infunden a todo lo que
se realiza en ellos, neutralizando en parte su fuerza política, lo
cierto es que continúan siendo un refugio de pensamiento, análisis y
experimentación.
"En la era de la globalización y de las frecuentemente violentas
transformaciones sociales, económicas y culturales que acarrea
–argumenta Catherine David (20)–, las prácticas artísticas contemporáneas, condenadas por su supuesta «nulidad» por autores como Jean Baudrillard (21),
son en realidad una fuente vital de representaciones imaginarias y
simbólicas cuya diversidad es irreducible a la dominación económica
(casi) total de lo real” (22)
. El mercado del arte es muchas veces un brazo de esa dominación. Pero
el circuito del arte es mucho más que eso. En su seno conviven también
voces independientes, agentes autónomos, actores críticos.
En este sentido, el video-arte encuentra en el entorno artístico
el ámbito adecuado para la presentación de su propuesta conceptual y
formal. Aún cuando conserva su afinidad con el mundo de los medios de
comunicación masiva –donde alguna vez pretendió insertarse (23)
–, sus objetivos son radicalmente opuestos a los de éstos. El videoarte
actual exige atención y reflexión, un espacio para el pensamiento y un
espectador activo. El espacio adecuado para que el encuentro con la
obra abra el sendero a una verdadera experiencia.
Publicado originalmente en AA.VV. Tragicomedia (cat.exp.). Cádiz: Caja Sol, 2008.
Las referencias 1, 2, 3, 6, 7, 11, 12, 13, 18, 19, 22 y 23 son las propuestas por el autor. Tomado de:
http://www.untref.edu.ar/cibertronic/lo_trans/nota05/index.html
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