José Luis Brea
Marcel Broodthaers
1959. Marcel Broodthaers produce un film
titulado "El canto de mi generación". Se trata de un film-collage,
realizado a partir de fragmentos documentales, algunos filmados
directamente por el propio artista, otros recogidos de material ya
existente. Aparentemente, no es sino un documento neutro y carente de
toda pretensión de artisticidad específica. Se trata de registrar el
tiempo, simplemente, de registrar una época, un momento congelado de
experiencia colectiva. De memorizar, de alguna manera, el tiempo
intersubjetivo, el tiempo compartido, el tiempo psicológico de una
comunidad.
No es la primera incursión del artista en
el medio cinematográfico, ni será la última. Unos años más tarde
realizará su película quizás más conocida, un "segundo de eternidad",
presentada en la edición de 1971 de Prospekt. Se trata esta vez de un
film de carácter marcadamente autorreflexivo: por un lado es cine que
reflexiona sobre la naturaleza misma del medio cinematográfico y sus 24
fotogramas por segundo. Por otro, el film reflexiona también sobre la
propia presencia, en la obra, del autor: en efecto, los 24 fotogramas
que componen la obra -un film que dura entonces exactamente un segundo-
reconstituyen en sucesivos trazos su firma, y la espuria promesa de
eternidad que para él mismo esa presencia allí supone. Escribe
Broodthaers: "un segundo para Narciso es ya el tiempo de la eternidad.
Narciso siempre ha respetado el tiempo de un veinticuatroavo de segundo.
La persistencia retiniana tiene en Narciso una duración eterna. Narciso
es el inventor del cine".
"Un segundo de eternidad" tiene sobre todo y
en primer lugar que ver entonces con el enigma de la imagen-tiempo, de
la imagen-movimiento. El propio artista, en efecto, dejó escrito: "un
segundo de eternidad tiene un doble sentido. En primer lugar representa
el tiempo cinematográfico. Pero también representa el sentido y el
sinsentido del choque entre dos lenguajes: el de las palabras y el del
cine. O, todavía mejor, el de la relación entre la imagen estática y la
imagen movimiento".
Podemos ahora intuir una muy buena y
primera razón por la que tantos de los más importantes artistas de
nuestro tiempo se han acercado al cine -o más recientemente al vídeo-:
la búsqueda de ese "tiempo expandido", de ese tiempo del acontecimiento,
que se escribe en el ámbito de la imagen técnica. Piénsese, por
ejemplo, en Empire, la película que sobre el conocido edificio
filmó Andy Warhol, disponiendo una cámara inmóvil frente a él durante 24
horas.
Se diría que, precisamente, el más grande
"acontecimiento" que en la órbita de lo visual, de la imagen,
caracteriza a nuestra época es, precisamente, el del surgimiento de una
imagen-movimiento, de una imagen-tiempo (para utilizar la expresión
acuñada por Gilles Deleuze). Habría que decir, además, que se trata de
un gran "acontecimiento", en el sentido más preciso y riguroso del
término -es decir, en el sentido metafísico. Un acontecimiento que lo es
también en el sentido de que se refiere precisamente al comenzar a
darse de la imagen, de la representación, como un acontecer, como un
transcurrir, como el diferirse mismo de la diferencia, no como algo
definitiva y estáticamente dado, siempre idéntico a sí mismo.
Es preciso, para valorar la importancia de
ese hecho, ser consciente de que esta aparición de la imagen-tiempo es
algo absolutamente inédito, y que supone una gran novedad para la
historia de la representación, es decir, a la postre, para la historia
misma del hombre. Hasta la llegada del cine, y de esa clave mencionada
por Broodthaers que es "la persistencia retiniana del veinticuatroavo de
segundo", hasta ese momento el hombre no había podido ni siquiera
concebir el tiempo de la representación. O, digamos con más precisión,
no había podido concebir el tiempo de la representación sino como pura
estaticidad. Para la representación, el diferir en el tiempo, el
transcurrir de las cosas y su continuo cambiar, el durar, era justamente
lo irrepresentable. Henri Bergson, a propósito del cine:
"La primera vez que ví el cine comprendí
que aportaba algo absolutamente nuevo a la filosofía. Nos proporcionaba
la capacidad de entender nuestra forma de conocer: de hecho podríamos
incluso decir que el cine es, en sí mismo, un modelo de la conciencia.
Ir al cine es, por tanto, una auténtica experiencia filosófica".
No es extraño, a la vista de ello, que
tantos de los artistas contemporáneos más interesantes hayan asumido
tratar en su obra sobre esa problemática -que afecta de modo radical a
la forma en que la propia naturaleza ontológica de la representación es
concebida. Ni tampoco el que para hacerlo hayan recurrido a la imagen
técnicamente producida y reproducida: sólo a ella, a la imagen
técnicamente producida y capturada en efecto, le es dado producir esa
expansión interna de un tiempo propio, en el ámbito de la
representación. Fuera de su ámbito, fuera del ámbito de la imagen
técnica como tal, carecería en efecto de sentido hablar de un "time
based art", de un arte basado en el tiempo -referido a lo plástico, a
lo visual.
De cara a una comprensión de todo lo que
las nuevas prácticas artísticas pueden aportar de específico a la propia
historia crítica de las prácticas creadoras visuales, es necesario, en
primer lugar, y por tanto, reconocerles la capacidad de usufructuar la
herencia de este hallazgo. Antes en cualquier caso de avanzar a situar
el que, bajo mi punto de vista, constituye su segundo gran patrimonio
heredado, me gustaría aludir a un último ejemplo de una obra que en su
misma esencia problematiza esta cuestión, una obra cuyo sentido propio
sería inconcebible al margen de la voluntad del artista contemporáneo de
posicionarse frente a esta problemática que de cara a una comprensión
de las transformaciones genéricas del modo de la experiencia comporta la
aparición primero y el asentamiento ahora -a través de su plena
implantación gracias a las industrias de lo audiovisual- de una
imagen-tiempo, como forma característica de experiencia contemporánea de
la imagen, definitivamente no más ya la estática, la experiencia de la
imagen como estaticidad, identidad a sí.
Me refiero al conocido vídeo de Gillian
Wearing, titulado "60 minutos, silencio". Aparentemente, recoge una
tradicional "instantánea" de corporación, en este caso de una agrupación
policial de un barrio londinense. Sin embargo, la imagen pertenece a un
vídeo grabado con cámara inmóvil durante 60 minutos, solicitando a los
personajes que durante esos sesenta minutos permanezcan ellos también
completamente inmóviles y en silencio (como emulando una instantánea).
Por supuesto, y pese a la proverbial flema británica y el incomparable
sentido de disciplina de su policía, ese silencio se ve quebrado en
múltiples ocasiones y esa pretendida inmovilidad absoluta incumplida
casi de continuo.
La distancia metafísica entre
representación y realidad (donde ella se estableciera justamente en el
ostentar tiempos inversos, cruzados: lo real fluía y la imagen
estatizaba, detenía el instante fugaz), esa distancia queda en esa obra,
nuevamente, problematizada -y, por supuesto, si ello es posible es
justamente gracias a la mediación de la técnica como productora de
representación. Como ya he insistido, sólo el desarrollo de medios
técnicos de captura y manipulación de la imagen ha permitido la
germinación expansiva de un tiempo de la representación, de una
representación temporalizada.
#
Avancemos en todo caso a ese segundo factor
cuya heredad carga a las nuevas prácticas artísticas de un potencial
crítico específico, propio. Sin movernos todavía del artista con que
hemos comenzado esta reflexión, Marcel Broodthaers, y siguiendo la pista
que su trabajo nos marca, situaremos este segundo factor en el haberse
constituido como objetivo propio de muchas de las obras más críticas de
la tradición contemporánea la producción autónoma de dispositivos de
distribución pública del conocimiento artístico, la producción de
dispositivos mediales.
Es bien conocido todo el trabajo de
Broodthaers que desarrolla un proyecto "museístico", su conocido Museo
de las Aguilas -del que, justamente, su trabajo cinematográfico
constituye una "sección". Podemos poner en relación ese trabajo con el
de otros artistas -como el pequeño museo portátil que constituye la Boite
en Valisse de Marcel Duchamp- y también, por supuesto, con el
celebrado Museo Imaginario de André Malraux. En todo caso, no se
trata en ninguno de esos proyectos de producir un Museo como tal, en el
sentido convencional, sino justamente al contrario de abordar la crítica
de la institución museística mediante la producción específica -y
desarrollada ella misma como obra, como práctica creadora- de
dispositivos autónomos de distribución pública del conocimiento
artístico, dicho de otra manera: de pequeños museos que en sí mismos
constituyen puestas en cuestión de la propia institución museística,
pequeños museos que son a la vez antimuseos.
Fue sobre todo Douglas Crimp quien, a
través de las sucesivas entregas de su investigación "Sobre las Ruinas
del Museo" a lo largo de los años 80, mostró cómo un espíritu de
cuestionamiento radical del museo estaba presente y atravesaba las
principales corrientes de despliegue de los lenguajes artísticos tanto
de las neo como de las postvanguardias, enriqueciendo su desarrollo con
los componentes dialécticos de autocuestionamiento inmanente que
inscriben esas prácticas en el seno de la tradición de la vanguardia
-una tradición que se reconoce justamente por ese espíritu de crítica
inmanente.
Tanto las aventuras del site-specifity
como evidentemente las de la desmaterialización de objeto que
despliegan las prácticas caracterizadas como arte conceptual en el
sentido más amplio, por citar un par de ejemplos significativos de la
tradición reciente, comparten este talante de negación de la institución
arte. Hay una exploración de los límites de todo aquello que excede la
misma capacidad del museo: ya por exceso de dimensión o especificidad de
la ubicación (como en los earthworks y el land art), ya
al contrario por el carácter radicalmente inmaterial de la obra (como en
muchos de los trabajos del conceptualismo, cuya sutileza inmaterial los
hizo durante mucho tiempo igualmente inabordables para la institución
museística).
Desde el punto de vista de lo que nos
interesa aquí -es decir, proponer una genealogía verosímil para las
nuevas prácticas que potencie lo más posible su inscripción en un
territorio de herencias críticas- hay dos vertientes precisas de ambas
"aventuras" –la de la especificidad de ubicación y la
desmaterialización- que nos deben interesar particularmente.
Por lo que a la aventura del arte público
se refiere, esa vertiente no es otra que la de producción de espacios de
interacción comunicativa ciudadana, partiendo de la idea habermasiana
de que lo público en las sociedades contemporáneas no está dado, sino al
contrario sustraído, escamoteado: y que su construcción es, por tanto,
"tarea". Bajo este punto de vista, no llamamos arte público a cualquier
mamotreto que se instala en un entorno urbano -digamos, absorbiendo la
lógica del monumento- sino a aquellas prácticas artísticas y culturales
que precisamente se dan por misión la producción de un dominio público
-entendiendo por tal, y según la definición ilustrada recuperada por
Habermas, la producción de un espacio en el que a los ciudadanos les sea
dado encontrarse, discutir y decidir a través de ese proceso de diálogo
racionalmente conducido sobre los asuntos que les conciernen en común.
Esto es: un dominio de lo público políticamente activo, ni neutralizado
bajo el peso de la esfera simulacral de lo massmediático, ni
depotenciado por su instrumentación desde la desvaneciente fantasmagoría
del espectáculo de lo político -él mismo mediáticamente neutralizado.
Podemos proponer dos o tres ejemplos de
este tipo de prácticas del arte público -ya en cierta forma clásicas. De
un lado, los conocidos proyectos para espacios públicos de Vito
Acconci, o algunos de los espacios públicos y conversacionales de Art
& Language. Del otro, toda la práctica del detournement
situacionista, como práctica de transformación de la vida cotidiana
mediante la intervención en los espacios ciudadanos, de encuentro y
comunicación.
¿Cuál puede ser, por otro lado, la
vertiente que más puede interesarnos de la otra aventura, la de la
desmaterialización? Evidentemente, su dimensión medial, digamos, la de
todos aquellos trabajos que resuelven su modo de distribución y
experiencia pública no bajo la forma espacializada y objetualmente
condicionada de la "obra" como tal, sino a través de su presencia en uno
u otro medio de comunicación. Así, por ejemplo, las tradiciones del
radio arte, el mail art, los proyectos para revistas, los mismos libros
de artista o las intervenciones en medios de comunicación, prensa, vídeo
o televisión. En definitiva, todo aquello que podemos llamar "media
art", arte medial. Todos aquellos trabajos cuyo modo de exhibición
propio se resuelve no en el museo o en la galería, sino a través de uno u
otro medios de comunicación.
Al respecto me gustaría apuntar dos cosas
más: primera, que analizando de este modo la tradición del media art
podemos entender que su aparición no es caprichosa ni -como tantas veces
se pretende- puramente instrumental, como si el utilizar un cierto
medio u otro fuera irrelevante o anecdótico. Por el contrario, cabe bajo
esta perspectiva afirmar que el surgimiento del media-art sería
inconcebible al margen de una tradición de cuestionamiento de la propia
idea de obra de arte objetualmente condicionada. Debemos aceptar así que
la desembocadura de la tradición conceptualista en el media art
resulta del lógico desarrollo de la negación del objeto y la consecuente
aportación del "documento" que haga posible su difusión, su
comunicación pública. Tan pronto como este documento públicamente
difundido y comunicado se convierte en el único signo restante de la
"obra", y el único testimonio en última instancia de la práctica
cultural desarrollada -entonces tenemos el media art. Que su desarrollo
esté por ejemplo tan vinculado al de la performance no puede entonces
extrañarnos –y de hecho podemos relacionar con ello las reflexiones de
Rosalind Krauss sobre el carácter narcisista que marcó el nacimiento del
vídeo arte.
Segunda cuestión que me parece oportuno
apuntar: que a tenor de esa misma consideración, podemos tal vez incluso
afinar una segunda definición de media art, más restrictiva.
Para la cual, una práctica no sería media-art por el solo hecho de estar
producida "para" ser difundida a través de un canal digamos "mediático"
-una revista, la radio, la televisión, etc-. Sino que llamaríamos media-art
exclusivamente a aquellas prácticas que más que producir objetos "para"
un media dado, se dan a sí mismas por misión y objeto precisamente la
"producción de un media" específico, autónomo, aquellas obras en que el
objeto es, él mismo, el medio -no con, sino justamente contra McLuhan.
Obviamente, aquí sería ya mucho más difícil
poner ejemplos definitivamente logrados. Estoy seguro de que la
aproximación de los vanguardistas rusos a la experiencia del cine tuvo
mucho que ver con esta idea, como tuvo que ver con ella la
experimentación brechtiana con la radio, y su utópica aspiración al
desarrollo de una genuina "comunidad de productores de medios". Acaso
veríamos más cerca de haberse cumplido este ideal en algunos de los
proyectos más interesantes de los años 60-70: proyectos como el video
activismo vinculado a la Internacional Situacionista, el cine-expandido
vinculado por un lado a todo el movimiento fluxus y por otro a la
tradición europea del cine verité y el cine de experiencia, o, por
último, las experiencias vinculadas a la guerrilla-tv en los USA y toda
su posterior herencia.
Evidentemente no podemos reconstruir aquí
en detalle esta tradición, pero sí me parece importante apuntar que se
trata de una dirección de investigación crítica utópicamente definida
(en el sentido de que aspira a la instauración de lo que
habermasianamente podríamos llamar una comunidad ideal de comunicación) y
evidentemente no cumplida: pero cuya enunciación tampoco ha resultado
agotada ni institucionalmente absorbida -puesto que justamente ha
definido un límite con el que la institución-arte no ha sabido
"negociar", toda vez que ha eludido el argumento último de ésta: la
producción de objeto exhibible bajo una fórmula espacializada, apuntando
en cambio a la construcción de un dispositivo abstracto de
colectivización de la experiencia.
En esa tradición crítica convergen, además,
los dos planteamientos que venimos recogiendo (el de la producción de
un dominio público y el de la deriva hacia un desarrollo de dispositivos
mediales, de distribución). Lo que estamos defendiendo es que este
territorio descrito así, bajo una definición restrictiva de lo que sería
el "media-art", recogería la herencia no resuelta, pero tampoco
desactivada, de los momentos más radicales de la tradición vanguardista
del arte contemporáneo. Y, al mismo tiempo, que la tarea de abordar su
realización histórica en la época actual define el encargo más radical
que una práctica comunicativa contemporánea puede abordar. Por ende, que
ella constituye la genealogía más noble y crítica que las nuevas
prácticas pueden hacer suya, constituyendo su más crucial y apasionante
desafío.
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Antes en cualquier caso de perfilar el mapa
contemporáneo de ese desafío –señalando algunos de los factores que
perfilan su trazado- me gustaría apuntar un dato a mi modo de ver
crucial, que es la confluencia de las dos macro-problemáticas que he
expuesto hasta ahora: por un lado la de la imagen-movimiento, como
cuestión ontológicamente crucial de nuestra época en todo lo que a la
problemática de la representación se refiere. Y por otro, la cuestión
medial, de la producción de medios autónomos de distribución del
conocimiento estético -como forma más radicalizada de usufructuarse la
tradición de autocrítica inmanente propia de la vanguardia. Resulta a mi
modo de ver claro que el encuentro de ambas problemáticas
territorializa la topología crítica por excelencia característica de las
prácticas de comunicación visuales en las sociedades actuales. Lo que
está en juego en ellas es justamente la suerte de las transformaciones
del sentido de lo artístico en las sociedades de la reproductibilidad
técnica. O lo que es lo mismo, la suerte de las transformaciones del
sentido de la experiencia de lo artístico en un contexto de cultura de
masas, en el marco del proceso generalizado de estetización difusa del
mundo contemporáneo, en el momento histórico de consagración del
espectáculo organizado en los términos de las industrias de la
conciencia. Si no me equivoco, y a tenor de las transformaciones en
curso, el dispositivo actualmente dominante de organización de la
distribución y recepción artística –el dispositivo espacializado de
distribución pública, el museo/galería- carece de la versatilidad que
realmente necesitaría para mantener mucho más allá su indiscutida
hegemonía –si es que no exclusividad- en el contexto de tales
transformaciones.
Con ello quiero decir que la resolución de
una cuestión crítica, que se define de entrada en el orden de la ética
del discurso, o de la ética de las formas y los lenguajes si se
prefiere, comporta necesariamente el abordamiento a la vez de una
cuestión pragmática, política, en el sentido de cómo organizar su
proyección social, pública –en última instancia, su «industria», la
forma de su recepción.
La primera, la cuestión ético-formal,
determina que este territorio problemático constituya la encrucijada
crucial del "arte" de nuestro tiempo, su definición crítica por
excelencia. Pero es la segunda, la pragmática, la cuestión de su
necesaria reorganización "industrial" e institucional, la que hace que
ella sitúe una problemática total y absolutamente ineludible para las
prácticas contemporáneas relacionadas con la comunicación visual.
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Intentaré en lo que sigue, y de manera muy
esquemática, situar cuatro emergencias que a mi modo de ver
condicionan más directamente el desarrollo actual de la investigación en
este campo problemático, ofreciendo algunos ejemplos que ilustren sobre
ello, para terminar valorando las tensiones que definen el juego y
quizás intentando hacer alguna mínima predicción de futuro sobre la
posible incidencia de todo este conjunto de factores en la redefinición
global de los modos de organización y articulación de la experiencia
estética y el propio sistema del arte.
Como se verá, en el enunciado de esos
factores vincularé siempre el desarrollo de un dispositivo técnico con
el de un problema específico de emergencia de lenguajes: no tanto porque
considere que la teconología es destino cuanto porque, más bien,
considero que ella, la tecnología, es lenguaje: o más precisamente por
cuanto estoy convencido de que una historia de las formas sería
inabordable sin la consideración de los dispositivos tecnológicos que
articulan la relación de la producción simbólica con el mundo, con lo
real. Dicho de otra forma: que si bien es ridículo esperar que todo
desarrollo técnico dé lugar al surgimiento de una forma artística,
resulta igualmente inverosímil pensar que pueda una forma artística
nacer si no es irreversiblemente ligada a un desarrollo de lo técnico
–como escritura de la relación de las partes a su sistema, como "lengua"
efectiva hablada entre sí por las "cosas" que habitan y estructuran el
"mundo".
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La primera de esas 4 emergencias tiene que
ver con lo que en la órbita de los lenguajes cinematográficos se ha
denominado la aparición del postcinema, por efecto del impacto de
los lenguajes de la televisión, la publicidad y el clip musical en el
propio discurso –en cierto sentido postficcional, postdramático- del
cine. Se diría que la frontera siempre mantenida entre televisión y cine
como frontera entre narración e información, entre documentación y
literatura, se ha visto por fin desbordada. Alcanzar ese desbordamiento
era, pienso, un objetivo crítico que ha pesado en toda la práctica del
cine de vanguardia y compromiso –así, por ejemplo, toda la nouvelle
vague o el cine de experiencia han acariciado este desembocar del
cine en el paradigma plano, postliterario, de la televisión: tanto al
menos como todos los usos vanguardistas de la fotografía han acariciado
la dimensión de la pura documentalidad. La actual aparición de un cierto
"cine de exposición" -por ejemplo el de Douglas Gordon- o toda la
actual corriente del film by artists, hubiera sido impensable sin
la previa aparición de un postcinema, de un dominio hibridado de
la imagen movimiento en el que las estructuras narrativas y
postnarrativas de los discursos de la televisión y el cine han
colisionado y visto sus formas autónomas deconstruidas. Al respecto,
insisto, el impacto del lenguaje del spot publicitario y sobre todo del
clip musical -en su extraordinario poder de ofrecer su propio «retrato
de generación», en su capacidad de componer un marco de colectivización
de la experiencia, organizando las figuras del deseo y toda la
proyección del self- esas dos microformas han jugado, en todo
caso, una baza fundamental
Como pequeño ejemplo que en el terreno de
las prácticas artísticas contemporáneas bebe de esta influencia del postcinema
podrían proponerse los conocidos monodramas de Stan Douglas, pequeñas
piecitas de un minuto aproximadamente que construyen microficciones
dramáticas elaboradas con el lenguaje incidental y plano,
postcinematográfico, propio del discurso televisivo y publicitario.
Igualmente podrían proponerse numerosos ejemplos que mostrarían el
impacto del clip y su lenguaje -todo el lenguaje de la cultura de club-
en las nuevas prácticas visuales.
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La segunda es el del desarrollo de un campo
postfotográfico en la multiplicación exponencial de los
potenciales de collage -de fotocomposición, si se prefiere- que
la asistencia del ordenador permite. Gracias básicamente a ese
desarrollo técnico –que actúa como una especie de segundo obturador,
expandiendo el tiempo interno de la fotografía al ensanchar el tiempo de
captura en un segundo tiempo de procesamiento, de postproducción- la
fotografía se ha vuelto narrativa, toda vez que su tiempo de exposición
se ha expandido más allá del instante abstracto de la captura. El tiempo
expandido del inconsciente óptico fotográfico, teorizado ya por
Benjamin –como irrecusable potencial del ojo fotográfico para captar el
transcurrir del acontecimiento- se convierte así en un tiempo
concentrado de narración, y la vocación de narrar –de dar cuenta de la
experiencia, ahogada en las nuevas sociedades bajo el paradigma de la
información- encuentra en este tiempo-ahora expandido del
instante fotográfico la ocasión de relatarse como invocación, también,
de un tiempo pleno.
La potencialidad específica del medio
técnico utilizado –el ordenador como segundo obturador, como dispositivo
de postproducción de la imagen capturada- y su capacidad de desenvolver
la técnica alegórica de recomposición y collage disimulando las
"costuras", los intersticios de la disonancia vanguardista, da como
resultado la reconstrucción efectiva de un espacio de pictorialidad
–impensable incluso en el propio campo pictórico- entendida como
organicidad y compleción estructural del espacio de la representación.
Como ejemplos de este tipo de trabajo postfotográfico que desarrolla las
posibilidades de una nueva narración pictural en el campo fotográfico
podrían proponerse muchos en la creación contemporánea -James Coleman,
Philip Lorca di Corcia, Zhan Yuang- pero sobre todos ellos destaca Jeff
Wall, indudablemente el autor que ha trabajado de modo más directo en la
investigación en este terreno.
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Tercer factor decisivo para situar toda la
problemática de las nuevas prácticas artísticas en el campo de la imagen
técnica: el surgimiento de un conjunto de prácticas expositivas
vinculadas a la aparición del proyector de vídeo –incluso y para ser más
exacto, a la posibilidad de obviar la caja negra del monitor. Las
formas de presentación del llamado vídeo-arte en los espacios
museísticos –en contextos de espacialización- estuvieron en su origen
inexorablemente condicionadas por la grosera materialidad misma del
monitor. Las soluciones que intervienen sobre la propia objetualidad de
esa "caja negra» -intentando que su presencia en el contexto adopte el
carácter meramente instrumental, de objeto cualquiera- son quizás las
pioneras del emerger esta nueva forma artística. La aparición de la
video instalación -como integración efectiva de la presencia del vídeo
en el contexto de un conjunto disperso de elementos significantes- y la
de toda esa nueva tradición que podemos llamar del screen art se
alimentan intensamente de esta investigación en las posibilidades de
utilización del vídeo, de la imagen videográfica, liberada por fin para
su presentación-exposición de la integración del "objeto monitor".
Podríamos incluso distinguir dos direcciones bien diferenciadas de
búsqueda de soluciones formales: de un lado las que apuntan a
configuraciones planas, bidimensionales, aproximándose en su lenguaje de
presentación al modelo pictórico (soluciones intensamente bienvenidas
por el museo desde luego); por otro, aquellas otras que más bien
articulan la presentación de la imagen en una disposición volumétrica,
más crecana a un planteamiento post-escultórico. De una y otra podrían
ahora mismo mostrarse infinidad de ejemplos. En cuanto a lo que he
llamado screen art los ejemplos se multiplican recientemente -
piénsese, por ejemplos, en Willy Doherty, Doug Atiken o, entre nosotros,
el excelente trabajo reciente de Mabel Palacín. Del segundo caso,
algunos ejemplos son también obligados: Gary Hill y, por supuesto, Tony
Oursler.
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Finalmente, una cuarta emergencia
determinante de las transformaciones contemporáneas del campo de la
imagen, que tiene que ver con el desarrollo actual de sus tecnologías de
difusión, de distribución pública. Creo que puede hablarse de una
proliferación sin precedentes de las posibilidades de distribución
pública, medial, de la imagen, en la expansión creciente de nuevos
sistemas de "reproducción técnica" que permiten el desarrollo expansivo y
efectivo de nuevos media, como tales.
Los nuevos equipos de captura de vídeo e
imagen digital por un lado -ahora sí que se puede hablar de equipos
ligeros y de una cierta convergencia entre los profesionales y los
domésticos-, la multiplicación de canales mediáticos por otro –la
proliferación de redes y sistemas de difusión y emisión, el desarrollo
expansivo del cable y el satélite, y la proliferación de ámbitos de
emisión (televisiones locales, autonómicas, privadas, independientes…)-;
y finalmente y sobre todo la convergencia de las tecnologías de
postproducción computerizada y telecomunicación en la red internet, todo
ello esboza un mapa de posibilidades de distribución de las formas y
prácticas artísticas que podemos calificar de postmedial, en el
sentido de sobre todo caracterizarlo como un panorama abierto,
desjerarquizado, y descentralizado, en el que las actuaciones
difícilmente podrán ser organizadas conforme a los objetivos de
organización de consenso reguladores de la esfera medial actual -en
términos de medios de masa, productores de grandes audiencias
unificadas. La aparición de tecnologías mediales "do it yourself",
quasi domésticas, que permiten la producción táctica de pequeños
dispositivos micromediales (en la red internet, pero también en el
ámbito de los «viejos media», tipo radio, revista o televisión) asegura
una transformación profunda del espacio de las tecnologías de
distribución pública del conocimiento y las prácticas artísticas –y
permite imaginar el desarrollo de dispositivos independientes que, dada
su ligereza y presumible efectividad estratégica, estarán muy pronto en
condiciones de reorganizar el panorama de las mediaciones de la
experiencia artística –y, más allá, el mismo dominio de la esfera
pública, rescatando las posibilidades de trabajo en ella, en la esfera
pública, del secuestro a que se encuentra sometida a manos de su
mediatización contemporánea.
Al respecto no se trata de hacer
futurología, ni de entregarnos a ninguna fantasía utopizante –es obvio
que no existe alrededor de este desarrollo ninguna panacea redentora,
salvífica o promisoria- pero sí de señalar que en la emergencia de todo
este panorama postmedial –entendiendo por tal la expansión
creciente de un conjunto de nuevos dispositivos que necesariamente va a
conllevar una reorganización radical del mapa de los media- se verifica
un contexto, al menos potencial, de transformación profunda en lo que se
refiere a los modos producción, distribución y recepción de la
experiencia artística.
El mayor desafío que las prácticas
artísticas tienen en este contexto, bajo ese punto de vista, no es tanto
el de experimentar con las posibilidades de producción y
experimentación material o formal ofrecidas por las nuevas tecnologías;
sino el de experimentar con las posibilidades de reconfigurar la esfera
pública que ellas ofrecen, de transformar sobre todo los dispositivos de
distribución social, con las posibilidades de incluso alterar los modos
de "exposición", de presentación pública de las prácticas artísticas.
Por citar un par de ejemplos de este tipo de prácticas (post)artísticas
que se ha dado a sí mismas por misión prioritaria este reconfigurar la
esfera pública, mencionaría dos proyectos. Primero, el del "Hybrid
Workspace" en la última Documenta -un espacio de encuentro y debate
físico, real, pero mantenido tambien por diversos canales, una red de
televisiones y radios independientes alemanas y holandesas implementada
además con un foro en la red internet. Y un segundo ejemplo, que también
se presentó simultáneamente en la red y en un espacio de exposición
convencional -en este caso, el pabellón austriaco de la Bienal de
Venecia- el proyecto titulado «il lavoro inmateriale» del grupo
Knowbotics Research, consistente precisamente en un trabajo analítico y
colectivo acerca de las posibilidades de intervención en la construcción
de esfera pública.
No se trata en cualquier caso de hacer aquí
ninguna apología de lo técnico por sí mismo o de lo nuevo a ultranza,
ni de defender que en ello se encuentra alguna solución definitiva a
todos los problemas, ni los del arte ni los muchos que tiene nuestro
mundo contemporáneo. Lejos de ello, solo he intentado señalar un
territorio en curso de transformación profunda, intentando puntuar en él
alguno de los factores que intervienen, algunas de las cuestiones que
se nos aparecen decisivas. Como quiera que sea, el futuro está
totalmente abierto e indecidido, y lo que parece más claro es que esto
reclama nuestra intervención, señalando nuestra responsabilidad como
artífices de nuestro destino colectivo. Cualquiera que vaya a ser el
futuro, está en nuestras manos decidirlo. Como la de cada uno de todos
nosotros, la responsabilidad del creador, del productor cultural,
resulta en ello interpelada. A la postre, es la polifonía de todas
nuestras voces conjugadas la que terminará dando vida al «canto de
nuestra generación». Y quizás ya no se trate tan solo de escucharlo.
Sino tal vez ahora, también de entonarlo, incluso de «emitirlo».
Tomado de: ACCION PARALELA
http://www.accpar.org/numero5/imagen.htm
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