PROFESOR TITULAR DE HISTORIA POLÍTICA EN LA UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS
nº 172 · abril 2011
Los tres primeros meses de 1939 fueron, como es sabido, la recta final
de la guerra civil española. Una vez que las tropas franquistas
avanzaron rápidamente por el nordeste, tomando primero Barcelona y luego
el resto de Cataluña, la suerte estaba echada. A la debacle militar se
sumó la dimisión del presidente de la República, Manuel Azaña, desde
hacía días en territorio extranjero, y el reconocimiento de la España
franquista por parte de los gobiernos francés y británico. Podía
pensarse que sólo faltaba saber cómo y cuándo iba a producirse la
capitulación. Pero esta incógnita no era algo menor. Encerraba todavía
algunos asuntos de no poca importancia, como el hecho de que miles de
personas que habían colaborado o luchado del lado republicano estaban
expuestas a las represalias de los vencedores. Es decir, estaba por ver
en qué medida lo que quedaba de la autoridad republicana era capaz de
coordinar y dirigir los últimos pasos de la guerra, bien a través de la
rendición o mediante una improbable lucha a la desesperada para no
mostrar al enemigo más debilidad de la que ya era patente.
Como venía anunciándose desde antes de la caída de Cataluña, las
disensiones internas en el bando republicano hicieron de esas semanas un
período singular y sorprendentemente conflictivo. No era para menos en
una situación en la que no sólo estaba perdiéndose definitivamente la
guerra sino que quienes estaban perdiéndola hacía tiempo que tenían
opiniones enfrentadas sobre la actuación de su gobierno y el sentido de
la influencia comunista en el mismo. Fue durante la primera quincena de
marzo cuando se produjo una rebelión en la zona todavía controlada –si
es que puede utilizarse este término– por el Gobierno de Negrín, cuando
el coronel Segismundo Casado, apoyado por una coalición de
representantes socialistas y anarquistas, tomó el poder y formó un
Consejo Nacional de Defensa en Madrid. Este Consejo, del que formaba
parte el socialista anticaballerista Julián Besteiro, se arrogó todo el
poder en lo que quedaba de la España republicana, justificando su acción
contra Negrín, por lo que los «casadistas» consideraban como equivocada
e intransigente la posición de aquél a favor de la resistencia y su
subordinación a los dictados de los agentes y mandos militares
comunistas. Poco antes se habían sucedido también actos violentos en la
ciudad de Cartagena y la flota republicana había dejado de responder a
la autoridad del Gobierno. Paradójicamente, cuando estaba en juego poner
a buen recaudo a miles de personas antes de que las tropas franquistas
ocuparan las últimas posiciones republicanas, quienes debían garantizar
ese proceso terminaron enzarzados en una lucha que todavía hubo de
costar varios cientos de vidas más.
El debate historiográfico sobre estos dramáticos episodios ha sido muy
sustantivo. Todo esto se enmarca, además, dentro de un análisis más
amplio sobre cuestiones que dieron lugar a decenas de escritos tanto por
parte de protagonistas como de investigadores de diversa condición y
calidad: la evolución de la estrategia militar republicana, el peso de
los comunistas en el Gobierno de Negrín y la dependencia o autonomía de
este último respecto de la política exterior soviética, las relaciones
entre el jefe del Ejecutivo y el presidente de la República, los
enfrentamientos dentro de la familia socialista, las misiones en el
exterior para conseguir alguna forma de paz negociada, la
responsabilidad de unos y otros en la represión violenta ejercida dentro
de la zona republicana, etc.
Algunos autores tienden a presentar este debate como una pugna entre
posiciones «franquistas», «neofranquistas» o «posfranquistas», de un
lado, y quienes adoptan una postura profesional, académica y honesta, de
otro. Sin duda, la simplificación tiene algo de verdad, pero resulta
ridícula en muchos casos y tiene, a mi juicio, un efecto paralizante
sobre lo que a todos debería preocuparnos: el progreso de la ciencia
histórica y un conocimiento razonablemente sólido del pasado. Por otro
lado, reproduce de forma un tanto sospechosa el mismo despreciable
empeño franquista en no dar por terminada la guerra. Forma parte,
además, de esa manía, quizá no tan privativa de los españoles como
algunos dicen, de colocar etiquetas ideológicas a quienes sostienen
posiciones contrarias, técnica útil para ahorrarse tener que valorar
racionalmente la calidad de los argumentos y las fuentes esgrimidas por
el otro, como si esto último no fuera lo verdaderamente relevante.
Muchos autores han contribuido en las últimas décadas al debate sobre el
Gobierno de Negrín, los comunistas y el desarrollo de la guerra en sus
últimos episodios. Algunos lo hicieron con fuentes demasiado parciales,
alcanzando a veces juicios que sólo se sostenían con buenas dosis de
compromiso ideológico y no poco simplismo, abandonándose a esa historia
triste y sospechosa en la que sólo existen negros y blancos, destinada a
reforzar mitos partidistas. En ellos se apoyan muy a menudo algunos
polemistas muy prolíficos cuyo objetivo, hoy por hoy, no parece la
Historia con mayúsculas sino el sermón y la militancia.
Otros han participado de ese debate con resultados siempre discutibles
por la materia que se trata y por la debilidad a veces de las fuentes
disponibles, pero con metodologías transparentes y afanes científicos.
Se han enfrentado, ciertamente, a la complejidad de una materia que
remite, al final, a una cuestión capital para la historia política de
España en el siglo XX: el trasfondo de la lucha entre los bandos
enfrentados en la Guerra Civil y, por tanto, los motivos y propósitos de
unos y otros en esa contienda, en el marco además de una trágica guerra
civil europea de marcado carácter ideológico. En ese sentido, la poca
permeabilidad de ciertos ámbitos de la historiografía española a
aquellos planteamientos críticos y bien razonados sobre la condición y
características del antifascismo español ha sido bastante negativa,
sobre todo porque ha bloqueado todo análisis que, a juicio de los
censores, pudiera arrojar dudas sobre las credenciales democráticas de
muchos de los vencidos y sus propósitos modernizadores.
En cualquier caso, las investigaciones sobre el devenir de la política
en el bando republicano durante la guerra no han hecho sino crecer y con
resultados, a mi juicio, positivos. Así, por lo que se refiere al
llamado «problema Negrín», no cabe duda de que las últimas biografías
publicadas por Enrique Moradiellos, Gabriel Jackson y Ricardo Miralles
confirman ese diagnóstico. Hoy cualquier lector interesado puede saber
mucho más que hace diez años sobre las ideas y acciones de Negrín en la
coyuntura trágica del bienio 1937-1939. Desde los años noventa es
posible «un entendimiento más objetivo de la relación entre Negrín y los
soviéticos», como señalaba Stanley G. Payne en esta misma revista,
quien por lo demás reconocía que, gracias a esto, él mismo había
cambiado su «valoración» de la política de aquél1.
El propio Enrique Moradiellos ha contribuido sustantivamente a mejorar
nuestra comprensión de ese período mediante rigurosas investigaciones
sobre la posición británica durante la Guerra Civil. Y en el asunto
capital de la influencia comunista y la ejecutoria del gobierno de
Negrín, simplemente contrastando lo que Payne escribió en su Unión Soviética, comunismo y revolución en España (2003) con lo que Moradiellos analizó en el capítulo 4 de su Don Juan Negrín (2006),
cualquiera podía hacerse una idea bastante cabal del debate. Y esto por
no hablar de otros cuantos libros de referencia por completo
imprescindibles.
Negrín y su presidencia de gobierno durante la guerra (mayo de
1937-marzo de 1939) es, precisamente, el eje en torno al que se
articulan los tres libros objeto de esta reseña. De forma más clara y
precisa en el primero, El desplome de la República, pero
también en los otros dos, especialmente en los escritos de Pablo de
Azcárate, porque éste fue, sin duda, una de las personas más cercanas a
Negrín durante la posguerra.
La controversia sobre el papel de Negrín en las últimas semanas de la
guerra, sobre todo desde la caída de Cataluña hasta el golpe de Casado,
es el objeto fundamental de estudio del libro escrito por Ángel Viñas y
Fernando Hernández Sánchez. Este trabajo viene a complementar los tres
estudios anteriores del primero2.
Al igual que aquéllos, tiene una línea argumental de defensa a ultranza
de la figura de Negrín y de negación de lo que de forma casi obsesiva
los autores consideran las mentiras de la historiografía conservadora,
franquista o no, principalmente la idea de que Negrín acabara siendo un
instrumento de la política estalinista. El libro, sin duda, tiene una
importante base documental, alguna ya ampliamente investigada por otros
autores, pero presume de ser resultado sobre todo de la revelación y el
análisis de un documento elaborado a modo de informe para Stalin después
de la guerra, en una especie de copia y pega de otros informes previos o
ad hoc de comunistas cercanos al poder durante la guerra, tales como
Pedro Fernández Checa, Jesús Hernández, Félix Montiel, Francisco Ciutat o
Artemio Precioso, aparte de otras figuras como la del general Antonio
Cordón. Así se elaboró lo que los autores denominan «una reflexión
colectiva, aunque no necesariamente coordinada» a la que, si bien no
niegan «una sustancial carga autojustificativa» (p. 59), sin embargo le
dan no pocas veces un tratamiento de fuente imparcial.
Es difícil sintetizar la gran cantidad de cuestiones que se plantean en
este trabajo, pero a mi juicio hay tres aspectos capitales en la
argumentación. El primero es la negación de que Negrín fuera manipulado
en el «desplome» de la República por los comunistas, a quienes los
autores consideran un poder en declive en ese momento. El segundo es un
ajuste de cuentas particularmente feroz contra aquellos que se
enfrentaron a la política del Gobierno de Negrín y respaldaron el golpe
de Casado, al que se acusa –a mi juicio de forma impropia en un trabajo
científico– de traidor y «embustero consumado», compinchado con los
quintacolumnistas y empeñado en justificar como rebelión anticomunista
lo que a decir de los autores no fue otra cosa que una acción violenta
injustificada destinada solamente a salvar a unos cuantos de lo que se
avecinaba con la llegada de los franquistas. Este ajuste de cuentas
inmisericorde incluye, también, una cruda reflexión sobre Besteiro –los
autores, tras extractar su intervención en la Comisión Ejecutiva del
PSOE en noviembre de 1938, consideran una «conclusión lógica» que
Besteiro «extremó su diagnóstico hasta llegar a preferir el triunfo de
Franco»– y el resto de socialistas casadistas a los que, como a Casado,
se atribuye la responsabilidad de haber impedido lo que a juicio de los
autores deseaba Negrín: facilitar una evacuación relativamente ordenada
de miles de personas que de resultas del golpe de Casado quedaron a
merced de los «nacionales».
El tercer aspecto está directamente relacionado con lo anterior. Viñas y
Hernández, sin aportar a mi juicio mucho más de lo ya señalado por
Moradiellos, recalcan un hecho para ellos capital en este asunto: Negrín
no deseaba una resistencia a ultranza, movido en esto por intereses
comunistas, sino que, como muestran algunos de los documentos enviados a
Martínez Barrio tras la dimisión de Azaña, sólo quería tratar de ganar
tiempo para facilitar la evacuación, evitando dar la sensación de que
únicamente cabía la posibilidad de rendirse sin condiciones. Los autores
se apoyan en la evidencia de documentos diplomáticos para mostrar que,
si bien Negrín podía estar equivocado, no había ningún fundamento para
pensar que con una rendición inmediata e incondicional el otro bando
fuera a comportarse con humanidad y compasión. Este tercer aspecto,
junto con el peso de los comunistas en el ejército y su influencia y/o
control sobre Negrín es el asunto más importante del libro,
evidentemente el más debatido por los protagonistas, primero, y la
historiografía, después. Viñas y Hernández son particularmente
combativos en esta materia, empeñados en colocar etiquetas ideológicas a
prácticamente todos los autores que con anterioridad han escrito sobre
este tema y no han llegado a sus mismas conclusiones. Y esto incluye, de
forma ciertamente reiterativa, a Stanley G. Payne. Este último, desde
luego, no ha compartido la visión de los autores sobre Negrín, del que
ha escrito que fue «quien llegó más lejos a la hora de tener en cuenta
el nuevo tipo de régimen» en que podía convertirse una
república victoriosa bajo influencia comunista. Pero Viñas y Hernández
no parecen haber leído las conclusiones del autor norteamericano en las
que aseguraba que, pese a lo dicho por Dimitrov en 1947 («España fue el
primer ejemplo de una democracia popular»), para él estaba claro que la
República española durante la guerra, y especialmente durante el
Gobierno de Negrín, si bien dejó de ser una democracia, «no constituía
exactamente el tipo de régimen posteriormente establecido por los
soviéticos en la Europa del Este», primero porque los comunistas
consiguieron predominar en el ejército pero no controlarlo
«íntegramente»; segundo porque no hubo proceso de unificación partidista
bajo las siglas del Partido Comunista de España, y tercero porque la
política de «control estatal y nacionalización favorecida por los
comunistas nunca se pudo llevar a cabo». La República «revolucionaria»
dejó de ser una democracia, escribió Payne, pero «siguió siendo
semipluralista» y no llegó a ser una democracia popular estalinista.
Ciertamente, Viñas y Hernández aportan un análisis que, a pesar de estar
demasiado sesgado por el peso de las fuentes primarias de los propios
comunistas, revela importantes aspectos para reconducir la valoración
integral de la pugna entre quienes apoyaron a Negrín y quienes se
pusieron del lado de Casado. Ahora bien, llama la atención que, a
diferencia de otros trabajos anteriores, no se enmarque la investigación
en un análisis más de conjunto que tenga presente una valoración global
de lo que representaba no ya Stalin, al que no se dedican los adjetivos
que merece Casado, sino la posibilidad de una «democracia» republicana
victoriosa fuertemente influida por los comunistas. Esto es así, a mi
juicio, porque este libro presenta dos grandes problemas. El primero es
la ausencia de toda consideración sobre lo que cada uno de los
protagonistas de esos trágicos momentos del invierno de 1938-1939
pensaban sobre la democracia, la revolución y el pluralismo ideológico,
una ausencia que se debe, sin duda, a un prejuicio en virtud del cual
todos aquellos que luchaban contra los franquistas estaban
protagonizando una batalla contra el fascismo que era extensión de la
librada pacíficamente entre 1931 y 1936 y que tendría su continuación,
pese a la ceguera francobritánica, después de la propia guerra española.
El segundo es la sorprendente falta de permeabilidad de los autores a lo
que algunos historiadores profesionales y rigurosos han venido
publicando en los últimos quinquenios acerca de la debilidad de las
convicciones democráticas de muchos de los que supuestamente defendían
la República de 1931. En ese sentido, provoca perplejidad que los
autores consideren el «anticomunismo» de muchos socialistas y
republicanos como una mera pantomima autojustificatoria e, incluso, que
lleguen a afirmar cosas como que para hacer una «aproximación
desprejuicida» [sic] a la historia del Partido Comunista de España
debemos considerar que se trataba de «un partido que se reclamaba de la
Revolución (con mayúscula) pero que, al tiempo, se convirtió en un
sólido baluarte de la defensa del republicanismo progresista
fundacional». Aunque, por otro lado, nada de esto es sorprendente si
atendemos al hecho de que los autores consideran que después del 16 de
febrero de 1936 el gobierno del Frente Popular no hizo otra cosa que
«reemprend[er] más vigorosamente» las «medidas reformadoras,
modernizadoras y democratizadoras» del primer bienio republicano.
Esto se explica, en todo caso, porque este libro, a diferencia del
análisis de otros autores como Payne o François Furet, se muestra
radicalmente contrario a la interpretación de la guerra española como
una guerra ideológica entre revolución y contrarrevolución, para
considerarla sin más como el primer episodio de la lucha europea contra
el fascismo. De ahí que la Unión Soviética nunca aparezca en el libro
como un actor con intereses y estrategia propios, y no precisamente
democráticos y liberales, ligados por lo demás a un dirigente que, como
Stalin, presidía en esos momentos, el bienio 1936-1938, un programa de
limpieza de «elementos antisoviéticos» que incluía decretos como el
00447, en virtud del cual se decidía automáticamente la ejecución de más
de sesenta mil personas y el envío a campos de trabajo de casi
doscientos mil más3.
Por otro lado, en un esfuerzo encomiable por dar a conocer nuevos
documentos e investigaciones, el profesor Viñas es responsable también
de otros dos libros de gran interés. El primero es la edición de un
manuscrito inacabado de Pablo de Azcárate sobre los años del exilio. De
Azcárate se publicaron en los años setenta unas importantes memorias
sobre su actuación a la cabeza de la diplomacia republicana en Londres
durante una buena parte de la guerra. Ahora podemos leer estas
interesantes reflexiones que Viñas reconoce haber tenido que «pulir a
fondo», incluso «reescribir», y que vienen a aportar nuevos elementos
para analizar las profundas divisiones que afectaron a los republicanos y
socialistas en el exilio. Azcárate, un hombre formado en el
institucionismo y que había logrado responsabilidades de gran
importancia en la Sociedad de Naciones del período de entreguerras,
mantuvo una estrecha relación con Negrín después de la derrota y su
testimonio resulta, con relación al exilio, de indudable valor.
En cuanto al segundo, se trata de una compilación de trabajos sobre las
principales misiones diplomáticas durante la Guerra Civil al servicio de
la República. Aparte de los argumentos señalados en la presentación por
el director del volumen, Ángel Viñas, seis capítulos se encargan de
estudiar lo ocurrido en las embajadas españolas en Francia, Gran
Bretaña, Estados Unidos, Suiza, Checoslovaquia y México, más un capítulo
específico sobre la carrera diplomática y el Ministerio de Estado en
los años treinta. Casi todos los textos contienen análisis interesantes y
bien estructurados, pero destaca, por la importancia que tuvo para el
transcurso de la guerra y la defensa militar de la República, el
análisis de lo ocurrido en Londres, París y Washington, a cargo de
Enrique Moradiellos, Ricardo Miralles y Soledad Fox, respectivamente.
Moradiellos, reconocido especialista en la materia, sintetiza muy bien
las luces y sombras de la misión diplomática en Londres, mostrando que,
por diferentes razones, la postura británica fue inflexible desde un
principio. Ahí sale a relucir nuevamente Pablo de Azcárate, quien una
vez asumida la imposibilidad de modificar la opinión del gobierno
conservador británico, dedicó sus esfuerzos a la misión en París. Como
muestra el texto de Miralles, la posición francesa no fue tan firme ni
precisa, experimentando importantes variaciones y mostrando una mayor
permeabilidad a la presión española, aunque finalmente pendiente de las
orientaciones británicas. El caso norteamericano es algo diferente, en
la medida en que allí contaban factores de política interna muy
específicos. Resulta llamativo, en todo caso, que en las tres embajadas
se dieran situaciones similares: primero el hecho de que en todas ellas
los altos cargos de la diplomacia española no se mostraran proclives a
representar al Gobierno de la República después del 19 de julio, y
segundo, que ni Azcárate ni De los Ríos, en los casos de Londres y
Washington, consiguieran algo más que impulsar pequeñas victorias en el
terreno de la opinión pública, pero fracasaran abiertamente a la hora de
convencer a los gobiernos de ambos países de que la República en guerra
no era un instrumento del comunismo y luchaba, como sostiene Viñas, en
lo que no era sino el primer capítulo de la larga y dura guerra contra
el fascismo en Europa.
3. Robert Service, Camaradas. Breve historia del comunismo, trad. de Javier Guerrero, Barcelona, Ediciones B, 2009, p. 219. ↩ Tomado de:
http://www.revistadelibros.com/articulo_completo.php?art=4911